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Vida, pasión y muerte en Pisagua

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Una visita inesperada

Muchas veces me he referido en este relato a la angustia de los relegados por estar lejos de su familia y no tener frecuentes y seguras noticias de ellos.

Pero si esto sucedía en el campamento de Pisagua, otro tanto acontecía en los hogares de cada uno de estos hombres. Fue así como un grupo de familiares quisieron viajar hasta Iquique y de Iquique hasta Pisagua. Eran los meses de verano. Se acercaron en Santiago a la Vicaría de la Solidaridad, juntaron solidariamente también unos pocos fondos para hacer este largo y dificultoso viaje. Lamentablemente no hubo ningún aviso previo ni de parte de ellos ni de parte de la Vicaría para poder recibir en Iquique y sobre todo para poder conseguir el permiso de entrar al campamento a visitar a sus familiares, cosa que hasta esa fecha nunca a nadie se le había concedido.

Fue así como de pronto sentí un día, invadido el Obispado por una treintena de personas, entre las cuales había mujeres embarazadas y niños pequeños, que querían a toda trance viajar hasta Pisagua. Me vi en duros aprietos. En primer lugar para conseguir alojamiento donde pudieran pasar la noche esa gente que llegaba cansada tras un viaje largo y pesado. No hay en Iquique las comodidades que permitan atender a un grupo grande de personas. Se les habilitó -como pudo- un salón de la parroquia del Santísimo Sacramento y comenzaron mis conversaciones con la intendencia regional para lograr el ansiado y difícil permiso de ingresar al campamento de Pisagua y visitar a los familiares. Me sirvió de enlace con la autoridad regional su ayudante -un mayor de Carabineros- quien con mucho tino y prudencia hizo posible lo que hasta ahora había sido absolutamente impensable. Él solicitó que una persona llevara a la intendencia la lista de los relegados a quienes se les quería visitar y la nómina de los familiares que habían llegado hasta Iquique con ese objetivo. Se concedió el permiso. Era necesario ahora conseguir el medio de locomoción necesario para llegar hasta Pisagua, distante a 170 kilómetros, de Iquique. Se consiguieron diversas camionetas, entre ellas una o dos de la iglesia Metodista y en esos vehículos fueron trasladados hasta Pisagua. Se les permitió permanecer allí por espacio de dos días, alojando por cierto en condiciones muy incómodas en el viejo y hermoso teatro de Pisagua que en otra época fuera un lugar privilegiado para las elegantes funciones de la ópera. Dos o tres veces al día se les permitió tener conversaciones con el familiar que iban a visitar. Ciertamente la aventura de este grupo de personas, la que afortunadamente tuvo un feliz término, contribuyó a disminuir, en parte, algunas de las tensiones, de las suposiciones y los miedos que se tejían en Santiago porque ellos fueron portadores de noticias de los familiares del resto de los relegados ya que se habían creado entre ellos verdaderos lazos de solidaridad y de amistad.

Los primeros liberados

El número máximo de relegados o de personal con permanencia forzosa comenzó a disminuir hacia fines de febrero cuando fueron liberados lentamente y en pequeños grupos algunos de los que allí permanecían desde el mes de octubre del año 1984. Cada vez que un grupo salía en libertad, otros quedaban con la esperanza de integrar el grupo siguiente. El proceso fue lento y solamente hacia el mes de abril quedó libre Pisagua de la presencia forzosa de estos hermanos traídos desde el sur.

Fue precisamente en estos momentos cuando ya el número había disminuido, cuando el aburrimiento de los que permanecían por más largo tiempo hacía crisis, cuando Inacap, Instituto de Capacitación de Arica, entró en acción. Comenzaron a crearse lo que debió haberse hecho desde un primer momento, talleres de aprendizaje, capacitación en carpintería, en electricidad y en otras cosas que permitía tener ocupados una buena parte del día, sentirse útiles y hasta salir de allí con un pequeño diploma que podría habilitarlos para un trabajo en el reencuentro con la libertad. Fue una buena y positiva iniciativa. Lamentablemente, como digo, tomada muy al final pese a que nosotros mismos como iglesia hicimos muchas veces presente a las autoridades la necesidad de proceder de esta manera, con un fin pedagógico, para entregar capacitación y evitar la ociosidad que, ciertamente, como lo he descrito, se transformaba en muchos momentos en un serio y permanente peligro para la estabilidad e integridad de los que habitaban el tristemente célebre campamento de Pisagua.

Conclusión

He querido describir algunos de los hechos más relevantes que me tocó presenciar y vivir en estos largos seis meses de angustia para tantos hermanos nuestros. Quiso la iglesia estar siempre muy junto a ellos porque los gozos, las esperanzas, las alegrías, como también las tristezas y las penas de los hombres de nuestro tiempo son los gozos, esperanzas, alegrías, tristezas y penas de la iglesia. En este dolor compartido, en esta esperanza compartida, vivimos el Misterio Redentor de Cristo.

Terminaba en abril esta larga pesadilla. Dejaba la lección de solidaridad porque muchos iquiqueños de una forma u otra quisieron hacerse presente en Pisagua. No físicamente porque ello era imposible pero si, con el apoyo moral, con la oración y el recuerdo hacia esos hermanos privados de libertad en forma tan injusta y con un tratamiento tan duro.

Una vez más Pisagua dejaba un triste recuerdo. El Pisagua que conoció momentos de alegría. El Pisagua que conoció el esplendor de la época del salitre, ese mismo Pisagua conocía la humillación y la vergüenza, ciertamente menor en esta circunstancia de la que se había vivido diez u once años antes como lo hemos podido trágicamente comprobar en estos últimos días.

Debo terminar confesando que esta dolorosa experiencia de haber estado tan cerca del sufrimiento durante estos meses fue para mí una ocasión de sentirme útil y cercano hacia los hombres más sufrientes y carentes de un don tan necesario para llevar una vida plenamente humana, como es el don de la libertad. Creo que así pude vivir la clara opción por los pobres que la iglesia, siguiendo a su Divino Fundador, ha hecho en este tiempo. No otra cosa habría hecho Jesucristo. Siempre cercano al que sufre y al caído para levantarlo y mostrarle un camino de esperanza.

Pisagua volvía a ser tranquila y soñolienta caleta de pescadores hasta que su nombre llenara nuevamente las páginas de los diarios y las ondas de las radios o de la televisión, cuando en junio de 1990 la calcinada tierra pisaguina entregara a sus familiares, los cuerpos de sus deudos que allí habían sido fusilados y esa noticia recorriera el mundo estremeciendo los corazones de los hombres que creemos en el valor de la vida, como un don de Dios.

Pisagua: Junio de 1990

Nelson Muñoz Morales

Pareciera que desde su fundación, en cualquier época en que se la comenta, la sola mención de Pisagua habrá de traer a la memoria colectiva o individual, chilena o extranjera, recuerdos relacionados con la muerte violenta y masiva.

Pero es preciso hacer una distinción en cuanto al efecto impacto del recuerdo: así como habrá quienes se santiguen conjurando la peste del año 1904, o los incendios de los años 1905 y 1938. Otros endurecerán el ceño mientras con sentida emoción pondrán en el magín algún histórico capítulo bélico del siglo pasado.

Pero sin duda, los más, llenarán el recuerdo con la pena y la impotencia, y con la rabia también.

Otro sector desviará la vista del espejo creyendo haber visto allí la imagen de la culpa, mientras que desde luego se puede contar con casos limítrofes que la confundan con algo como la gloria. La de su guerra.

En todo caso serán más, muchas más, las lágrimas y el dolor que la esperanza. Serán también más grandes las ausencias, y nadie, o casi nadie, podrá salir indemne.

Así, hablar de Pisagua en 1990 tiene precio y por ende, deudores y acreedores.

El día dos de junio del año 1990, por la Gracia de Dios, fue como si el suelo salitroso de la costa de Pisagua se hubiese decidido por fin, a hablar. Balbuceante primero, pero con gritos desgarradores después.

Esa misma tierra, que a lo largo de miles de años había venido acogiendo en su seno a las víctimas de las pestes, incendios, guerras y toda suerte de catástrofes, no puso con la iniquidad de que se la hacía cómplice.

No era la simple fatalidad de los casos anteriores, la que está vez se ocultaba clandestinamente era una enorme fosa.

Ahora, se trataba, lisa y llanamente, de la ocultación de veintiún cadáveres correspondientes a veintiuna personas muertas a bala a los que se había ultimado teniendo la vista vendada.

Se ha hablado de la realización de Consejos de Guerra, cuyos expedientes curiosamente no han podido ser tenidos a la vista por los tribunales ordinarios. También se ha hablado de intentos de fuga.

Pero aun en tales eventos dignos de analizarse latamente y por separado, no se cubre lo sucedido con los casos y personas que mencionamos, por vía, apenas de ejemplo, a continuación:

Entre los cadáveres hallados en la fosa clandestina entre los días dos al cuatro de junio de 1990, se reconoció fuera de toda duda, en las dependencias del Instituto Médico Legal de Iquique, mediante los procedimientos tanatológicos y pericias pertinentes; fichas antropométricas, y reconocimientos de parientes a: Luis Aníbal Manríquez Wilden, Nicolás Chánez Chánez, Orlando Cabello Cabello, Juan Rojas Osega y Hugo Martínez Guillén, grupo que integraba otro mayor del que la jefatura militar de Iquique, hizo publicar en el diario La Estrella de Iquique, número 2.578, año VIII de fecha 31 de enero de 1974, en su página dos bajo el título, “12 detenidos en Pisagua quedaron en libertad”, la siguiente noticia:

 

Se pone en conocimiento de la ciudadanía que por resolución del jefe de Zona en Estado de Sitio han puesto en libertad los siguientes ciudadanos que se encontraban detenidos en Pisagua.

Gilberto Cortés Fuentes, Ricardo Dávila Zambra, Eduardo Rojas Segovia, Luis Balta Escobar, Oscar Salinas León, Osvaldo López Alcayaga, Luis Aníbal Manríquez Wilden, Nicolás Chánez Chánez, Orlando Cabello Cabello, Juan Rojas Osega y Hugo Martínez Guillén, Juan Mamani García, Iris Peralta, Marta Bugueño González, José Manuel Guzmán y Luis Velásquez Quillopana.

Luego la información oficial continuaba con una lista de relegados.

Pero no era solamente el diario local ya citado el que avalaba la mentira oficial.

Una carta enviada a la familia de Nicolás Chánez Chánez, nada menos que por la Sexta División de Ejército, firmada por el propio general Carlos Forestier Haensgen, Comandante en Jefe e Intendente de Tarapacá, fechada a 19 de julio de 1974, dice textualmente:

Iquique, 19 de julio de 1974.-

Señora

Natalia Vargas Solís.

Los Cóndores 2022

Presente.-

Con la esperanza de ser ésta la última vez en que se informa a usted sobre la situación de su esposo, don Nicolás Chánez Chánez, en lo que a la autoridad militar se refiere, contesto su carta del 11 de julio del año en curso.

Su esposo fue, junto con otras personas detenido y trasladado a Pisagua con el objeto de investigar y determinar responsabilidades en una presunta infracción a la Ley sobre Control de Armas. Por resolución de la Jefatura de Zona en Estado de Sitio de fecha 15 de Enero de 1974, su esposo fue puesto en libertad condicional por no haber méritos en su contra, con la obligación de someterse a un control semanal en Carabineros de Iquique. Dicha resolución fue notificada personalmente a su esposo, según consta al pie del documento que le fuera exhibido a UD. por el Mayor Cid, reconociendo la firma como la de su esposo.-

A petición expresa de su esposo y de las otras personas relacionadas con él, fueron dejadas en la localidad de Huara, continuando el vehículo que los transportaba su marcha a Iquique. Como no se presentaron posteriormente a Carabineros para el control respectivo, se dio orden de detención en su contra, sin que, a la fecha, hayan sido encontrados.

Como Ud. puede apreciar, no es posible que su esposo haya sido enviado o trasladado a otro campamento de detención del país en forma equivocada.

Le hago presente, que su esposo no fue detenido por la Autoridad Militar, como Ud. parece creer, por su responsabilidad en el delito de tráfico de estupefacientes o drogas, ya que ese delito no es de nuestra competencia.

Fue detenido por la posible implicancia que tendría por infracción a la Ley de Armas, asunto que si es de la competencia militar.- Una vez que se investigó y comprobó su inocencia en lo que a la Ley de Armas se refiere, fue puesto en libertad en la fecha antes indicada.- Si a la fecha no ha llegado a su hogar, debe UD. buscar la respuesta en otra parte o preguntarse a sí misma, a su conciencia de esposa que conoce las actividades que realizaba su esposo.

Sin otro particular, saluda muy atte. a UD. Carlos Forestier Haensgen. General de Brigada. Comandante en Jefe de la VI. D. E.

Aunque la relación epistolar entre el General de Brigada y la señora Natalia es más nutrida, la citada carta es de las últimas recibidas por doña Nacha, por lo que demuestra, que sea, por ahora, solo este botón, respetando además la esperanza que el general anunció al principio de su carta en el sentido de que fuera la última vez que se le informe a UD. -a doña Nacha- de la situación de su esposo.

Hoy por hoy, 1990, tanto para el general, como para la señora Natalia y sus hijos, la “situación del esposo” está clara.

Apareció muerto a bala, con la vista vendada, en una fosa clandestina en Pisagua. Y, o estamos en presencia de un milagro contemporáneo, y Chánez Chánez pedía al conductor del vehículo militar que tuviera la gentileza de dejarles a él y los otros cuatro Manríquez, Cabello, Rojas y Martínez, en Huara no más, mientras yacían en el interior de la fosa clandestina de Pisagua, asesinados, con la vista vendada y ensacados, o la esperanza del general de no tener que dar más explicaciones, se va a diluir en la nada. Ya que doña Natalia y sus hijos insisten, quieren otra explicación más.

Quizás no la pidan ahora como en 1976, a la señora Lucía Hiriart de Pinochet, cuando ELLA en respuesta del mes de abril de 1976 le saludó cordialmente y le manifestó que hechas las averiguaciones correspondientes sobre la situación de Nicolás Chánez, se le informó que éste había quedado en libertad el día 15 de enero de 1974. O al excelentísimo Señor Presidente de la Excelentísima Corte Suprema, don José María Eyzaguirre, quien también consolador y didáctico en marzo de 1977 o muy entrado en años, o jubilado, o ni Dios lo quiera, descansando con más paz que la habitual.

Mientras, la entristecida tierra Pisaguina ya habló. Y es que eran muchas las viudas, madres, padres e hijos los que la interrogaban incesantemente para que develara su secreto.

Ya un día primero de noviembre del año 1983, se había escuchado muy cerca del lugar en que se encontraban los cadáveres negados a sus familiares, y mientras por el lugar deambulan los soldados que al día siguiente rendirían honores a un episodio bélico del siglo anterior, la voz valiente del sacerdote español Ángel Fernández, que les había hecho estremecer.

El sacerdote rodeado de un pueblo doliente, había dicho textualmente:

Nos hemos reunido esta tarde aquí, para algo muy importante, que todos conocemos, con datos, con precisiones y que después de diez años, por primera vez, se hace un acto religioso y popular.

He escogido para estos momentos, la pasión de Jesucristo en la cual, según nos cuentan los evangelistas, hay toda una serie de acusaciones directas a Jesús, por parte de las autoridades de los sumos sacerdotes, de los escribas, de los gobernadores romanos, la cual se tilda de subversivo de alentar al pueblo a Jesús, o de logar la liberación del pueblo.

Resumiendo brevemente estos hechos, nos dice así este relato de la pasión de Cristo:

Después de la cena pascual Jesús es tomado preso cuando estaba en el huerto de Getsemani. –Recuerden los familiares, todos los que estamos aquí presentes, en qué momento también estos fusilados del 73, en qué circunstancias, la casa en el hogar, en qué lugar fueron tomados también presos.

Después Jesús es llevado ante Anás y Caifás, posteriormente a Pilatos, de Pilatos lo mandaron a Herodes, para al final volver donde Pilatos que cínicamente le traspasa la condenación al pueblo judío.

Recordemos en estos momentos, las circunstancias, una vez detenidos los compañeros, cómo fueron tramitados de una parte a otra, de una autoridad a otra -y sabemos y conocemos los nombres precisos también de esas autoridades- hasta llegar justamente aquí a Pisagua.

Continúa el evangelista; después del escarnio a que fue sometido Cristo, donde proliferan los insultos, los escupos, las bofetadas, latigazos, blasfemias y la corona de espinas, es llevado por el camino del calvario al patíbulo.

Recordemos también, familiares, todos los que estamos aquí presentes, después de haber sido tramitados en los tribunales militares en el 73 nuestros compañeros, a Anás a Caifás, a Pilatos a Herodes, subieron también este camino del calvario hacia Pisagua, donde fueron torturados, escupidos, coronados de espinas, maltratados hasta que fueron traídos también a este patíbulo como Jesús.

Continúa el evangelista: Jesús es colocado entre dos malhechores y se pone un letrero en la cruz como mote o burla de su calidad de rey. “Este es el rey de los judíos”.

Estos compañeros no tuvieron ni siquiera la suerte de Cristo en la Cruz, no tener esta pequeña cruz que hoy les hemos puesto acá y así como a Cristo le pusieron como burla. “Este es el rey de los judíos”, hubiera puesto a nuestros compañeros; “Este es un marxista subversivo que lo mejor que necesita es estar bajo tierra” -como ha dicho el Presidente de la República. (Se refiere al general Augusto Pinochet. N. del E.).

Se le podía poner muchos inris, pero ni siquiera han tenido ese honor de tener un título en su tumba después de su muerte y nosotros, adivinando el sector en el cual fueron martirizados, hemos colocado esta pequeña cruz y estas piedras como símbolo de un pueblo que va a seguir luchando unido.

Jesús decía el padre: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Yo creo que Jesús era demasiado compasivo, demasiado misericordioso, porque si sabía, se daba él cuenta, de que los romanos y los judíos, las autoridades, se daba perfectamente cuenta de lo que estaban haciendo, pero siempre hay palabras de misericordia y de perdón en el Señor.

He leído los testimonios de algunos de los compañeros fusilados acá en Pisagua que están recopilados en un libro que tenemos allá en Cavancha por FASCIT, y he aquí el hermano de uno de los fusilados80 y sabe las palabras que le dijo en esos momentos también y como muchos de ellos, incluso llegaron a pesar, no a pesar, si no, precisamente por su ideología a confesarse y a comulgar porque habían llegado justamente a esa utopía del reino, de dar la vida como hizo Cristo, en beneficio y sacrificio por los demás, en una entrega generosa por los demás, y por eso de seguro que estaban pidiendo también perdón por sus verdugos y al mismo tiempo esa ilusión, esa utopía, esa fuerza que tenemos que tener todos para continuar la lucha que ellos empezaron.

El Señor pide al Padre que no lo abandone, que no lo deje solo.

Hay también testimonios reales de esos momentos supremos del sacrificio de la muerte, del martirio, los cuales a pesar del ideal que les mantenía la vida y los mantuvo hasta la muerte, sin embargo, humanamente sienten esa sociedad de saberse enfrentados directamente ya acá en este paredón de la muerte para dar su vida de una forma definitiva. Así como Cristo muere y da su vida por la humanidad, nuestros compañeros supieron también morir y dar su vida por Chile. Estos son los auténticos patriotas que supieron morir por sus ideales y para que sus hijos, cada uno de nosotros sepamos encontrar y luchar por una patria mucho más libre, donde se respeten los derechos de las personas, donde cada uno de nosotros tengamos la dignidad de estar de pie, que ya llevamos diez años de rodillas en Chile y es el momento en el cual el pueblo se ha levantado y ha recuperado su dignidad y comienza esa lucha por reconquistar ese espacio de más del 80 por ciento de la patria, que otros ladrones, injustos, bárbaros, gorilas… milicos, que tendrían que estar para defender al pueblo, lo único que han hecho es enterrar y matar al pueblo.

Continúa el evangelista diciendo que al tercer día Cristo Jesús, el vencedor de la muerte, resucita y con este paso redime a la humanidad, rescatándola, liberándola y conduciéndola al Padre. Es el ideal que también tenemos todos nosotros. Sabemos que nuestros compañeros aunque estén muertos, estén sepultados aquí en este mismo terreno, sin embargo no han muerto, sus ideales de justicia, de libertad, de amor, de fraternidad, de solidaridad, de que los pobres tengan pan, esos ideales siguen vivos, y hoy estamos dando testimonio frente a ellos justamente, de que hemos recogido la antorcha que dejaron en nuestras manos para seguir esa lucha que ya se acerca, se está viendo un nuevo amanecer…

Después de cada invocación decimos todos: Escúchanos Señor Te Rogamos.

 

Por nuestros compañeros mártires que Dios premie generosamente todos sus actos buenos, y los resucite para gloria y alegría, roguemos al Señor: Escúchanos Señor Te Rogamos.

Para que Dios en su bondad olvide todos sus pecados, y los coloque junto a si en el reino de la luz y de la paz, roguemos al Señor:

Escúchanos Señor Te Rogamos.

Para que Dios les conceda la eternidad felicidad y los admita a la compañía de los Santos y Elegidos roguemos al Señor:

Escúchanos Señor Te Rogamos.

Por todos sus familiares y amigos que la esperanza que nos da la resurrección de Jesucristo suavice el dolor que ahora nos aflige, roguemos al Señor.

Escúchanos Señor Te Rogamos.

Por todos nosotros que estamos aquí reunidos para que no solamente aceptemos los ideales de nuestros compañeros muertos, sino que estemos incluso dispuestos a dar la vida por defenderlos, roguemos al Señor.

Escúchanos Señor Te Rogamos.

Por todos los hombres para que hagan reinar la justicia, la paz y la fraternidad, que es anuncio y comienzo de este reino de Dios, roguemos al Señor:

Escúchanos Señor Te Rogamos.

Para que el Señor nos anime también en esta lucha, como animó a nuestros compañeros, se lo pedimos con esa oración que el mismo Jesús nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, amén.

Estaba pues, llegando el momento de la verdad. Y era como si lo anunciara una cuenta que algunos ya habían pagado y que otros se resistían a pagar, mientras una fea garzona senescente, que alguna vez, cuando no tenía ese oficio y era símbolo de balanza y espada y lucía pura y bella, a pesar de que nadie conocía el color de sus ojos cubiertos por finas gasas, recorría ahora con discriminadora mirada a los asistentes.

Ubicamos en el antiguo puerto -hoy mísera caleta- o “cementerio con vista al mar”, como dramático, apesadumbrado y lapidario, le bautizó el profesor de arqueología de la Universidad de Antofagasta, don Lautaro Núñez; es situarnos en el final de un desgraciado capítulo que culmina con el desentierro de una verdad sospechada no con poca certeza, y que sacada a la luz, pone a las autoridades, que en 1973 se tomaron el poder, en trance de tener que responder por actos genocidas impropios de soldados o civiles, sea en medio de una situación de guerra o en tiempos de paz.

Increíbles para la época en que ocurren estas muertes y el ulterior afán de los victimarios de hacerlos desaparecer como si nunca hubiesen existido, así como inconcebibles desde el punto de vista de las motivaciones de sus autores, los cadáveres de veintiuna personas estaban allí.

Pero al mismo tiempo nos sitúa al comienzo del capítulo final, aquel en que los hombres encargados por vocación e integridad de la defensa de la Patria y cuyos más altos valores se trasuntan en el Honor y Culto por la Verdad, han de contribuir al total encuentro de esta última, tanto por el imperativo de sus conciencias de Hombres de Honor, como por que es la única manera de conservar la identidad de la institución Armada a que pertenecen, y lo que es más, como individuos dignos de pertenecer a ella.

El hallazgo de cadáveres en una fosa clandestina cercana, pero fuera del cementerio de Pisagua, efectuado el día 2 de junio recién pasado por el juez de Pozo Almonte, nos abruma.

A su vez la magnitud del crimen, así como el modo de obrar empleado por los hechores para pretender la impunidad nos deja perplejos y expectantes frente al hombre que mira al hombre mientras le apunta con dedo acusador.

Recuerdos:

Por una parte a medida que se adelantaba en la excavación de la fosa el número de cadáveres iba en aumento.

De un solitario cuerpo encontrado el segundo día de una búsqueda, que venía siendo tan infructuosa como las catorce anteriores, realizadas -entre oficiales y oficiosas- por el juez antes mencionado y el equipo que siempre le había acompañado desde el año 1987, y que le había valido, por lo menos al primero, ser considerado Mirista por el general gobernante y otros personeros -algunos de ellos no tan lejanos al poder judicial- van apareciendo los otros, sórdidos y despojados de la misma dignidad que el ser humano debe mantener aun después de muerto.

Son bultos de grosera arpillera de saco, que perfilan en su interior los cuerpos torturados.

Cinco días de excavaciones, el primero absolutamente infructuoso así como dos tercios del segundo, mientras se buscó en el lugar equivocado, permitieron encontrar veinte bultos que resultaron corresponder a 21 personas asesinadas entre septiembre de 1973 y febrero de 1974.

En el primer lugar intentado quedaron 18 agujeros tributarios del esfuerzo voluntario de un pequeño grupo de personas deshidratadas y hambrientas que no perdían la fe de encontrar los cuerpos que permitirían poner fin al gemido sostenido, desgarrador y ya poco audible de las madres, hijas, hijos, esposas, novias y amigos de los inmolados diecisiete años antes.

Coronan el intento con el hallazgo, las últimas dos horas de luz natural del segundo día, que es cuando aparece el primer cadáver, pero no hay las demostraciones de júbilo que por lo general acompañan al éxito de una larga búsqueda. En su lugar hay lágrimas y en las almas, si bien no hay belicosidad, hay muy poca paz.

Un hombre joven de unos treinta años, se encuentra en esos momentos dentro de la fosa que no lleva más de ochenta centímetros de profundidad.

Es Patricio Cabezas Rojas, hijo de Julio Cabezas Gacitúa, que fuera abogado jefe del Consejo de Defensa del Estado en Iquique, allá por el 11 de septiembre de 1973, cuando fue llamado por las autoridades militares a presentarse voluntariamente, como lo hizo, al regimiento de Telecomunicaciones.

Por esas fechas, el abogado Julio Cabezas, conducía en razón de su cargo y recta conciencia, una exhaustiva investigación profesional contra el narcotráfico y el contrabando, actividades ilícitas en que se involucraba a comerciantes muy pudientes, o “gente de bien”, de la sociedad iquiqueña y ariqueña.

Corrían también rumores de que en el negocio de los estupefacientes y del contrabando que hambreaba al país, se encontraban comprometidos ciertos funcionarios, de distintos rangos… del Poder Judicial.

Acompañó al abogado Julio Cabezas su hijo Patricio que a la sazón contaba con catorce años de edad, se despidieron frente a las oficinas del abogado y el niño regresó entre intrigado y avergonzado a su casa. Llevaba la misión que le encomendara su padre. Tomar por unos días las riendas del hogar y cuidar de su madre y tres hermanas menores. Y no podía ser de otro modo, o sea, hasta que se superara la equivocación de la detención del abogado ya que según se anunciaba profusamente por radio y prensa, los enemigos contra quienes luchaban las fuerzas armadas eran los marxistas y por antonomasia los proclives a la Unidad Popular o partidarios del Gobierno Constitucional.

Ahora que como su padre no era enemigo de la Constitución y su respeto a las leyes iba más allá que la propia estimación, pero que tampoco, era partidario del Presidente Allende, ya que sus simpatías por el anterior Primer Mandatario de la Nación don Eduardo Frei Montalva eran notorias y públicamente manifestadas; el error no podía ser más evidente y por lo mismo su detención sería a lo sumo cosa de horas.

El hombre llamado Patricio Cabezas, está cavando y lo hace como si estuviera acariciando la tierra alrededor del cuerpo encontrado. Mientras tanto, llora sin tapujos, su pala roza la superficie, y deja caer su escasa carga un poco más al lado mientras sus lágrimas marcan puntos desordenados de humedad que la tierra absorbe presurosa. Su cuñado Bernardo Tapia, de profesión ingeniero químico y ahora palero, y yo miramos a Patricio. Nos preocupa su pasividad y su dolor por lo que tratamos de sacarlo de lugar. Él sabe o no puede dejar de saber que el primer cuerpo encontrado no es el de su padre, ya que se trata de un cuerpo menudo, a quien busca desde los catorce años.