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IV

 
No digáis que agotado su tesoro
De asuntos falta, enmudeció la lira:
Podrá no haber poetas; pero siempre
Habrá poesía.
 
 
Mientras las ondas de la luz al beso
Palpiten encendidas;
Mientras el sol las desgarradas nubes
De fuego y oro vista;
 
 
Mientras el aire en su regazo lleve
Perfumes y armonías;
Mientras haya en el mundo primavera,
¡Habrá poesía!
 
 
Mientras la ciencia á descubrir no alcance
Las fuentes de la vida,
Y en el mar ó en el cielo haya un abismo
Que al cálculo resista;
 
 
Mientras la humanidad siempre avanzando
No sepa á do camina;
Mientras haya un misterio para el hombre,
¡Habrá poesía!
 
 
Mientras sintamos que se alegra el alma,
Sin que los labios rían;
Mientras se llore sin que el llanto acuda
A nublar la pupila;
 
 
Mientras el corazón y la cabeza
Batallando prosigan;
Mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡Habrá poesía!
 
 
Mientras haya unos ojos que reflejen
Los ojos que los miran;
Mientras responda el labio suspirando
Al labio que suspira;
 
 
Mientras sentirse puedan en un beso
Dos almas confundidas;
Mientras exista una mujer hermosa,
¡Habrá poesía!
 

V

 
Espíritu sin nombre,
Indefinible esencia,
Yo vivo con la vida
Sin formas de la idea.
 
 
Yo nado en el vacío,
Del sol tiemblo en la hoguera,
Palpito entre las sombras
Y floto con las nieblas.
 
 
Yo soy el fleco de oro
De la lejana estrella;
Yo soy de la alta luna
La luz tibia y serena.
 
 
Yo soy la ardiente nube
Que en el ocaso ondea;
Yo soy del astro errante
La luminosa estela.
 
 
Yo soy nieve en las cumbres,
Soy fuego en las arenas,
Azul onda en los mares,
Y espuma en las riberas.
 
 
En el laúd soy nota,
Perfume en la violeta,
Fugaz llama en las tumbas,
Y en las ruinas hiedra.
 
 
Yo atrueno en el torrente,
Y silbo en la centella,
Y ciego en el relámpago,
Y rujo en la tormenta.
 
 
Yo río en los alcores,
Susurro en la alta yerba,
Suspiro en la onda pura,
Y lloro en la hoja seca.
 
 
Yo ondulo con los átomos
Del humo que se eleva,
Y al cielo lento sube
En espiral inmensa.
 
 
Yo, en los dorados hilos
Que los insectos cuelgan,
Me mezco entre los árboles
En la ardorosa siesta.
 
 
Yo corro tras las ninfas
Que en la corriente fresca
Del cristalino arroyo
Desnudas juguetean.
 
 
Yo, en bosques de corales,
Que alfombran blancas perlas,
Persigo en el Océano
Las náyades ligeras.
 
 
Yo, en las cavernas cóncavas,
Do el sol nunca penetra,
Mezclándome á los gnomos,
Contemplo sus riquezas.
 
 
Yo busco de los siglos
Las ya borradas huellas,
Y sé de esos imperios
De que ni el nombre queda.
 
 
Yo sigo en raudo vértigo
Los mundos que voltean,
Y mi pupila abarca
La creación entera.
 
 
Yo sé de esas regiones
Á do un rumor no llega,
Y donde informes astros
De vida un soplo esperan.
 
 
Yo soy sobre el abismo
El puente que atraviesa;
Yo soy la ignota escala
Que el cielo une á la tierra.
 
 
Yo soy el invisible
Anillo que sujeta
El mundo de la forma
Al mundo de la idea.
 
 
Yo, en fin, soy ese espíritu,
Desconocida esencia,
Perfume misterioso,
De que es vaso el poeta.
 

VI

 
Como la brisa que la sangre orea
Sobre el oscuro campo de batalla,
Cargada de perfumes y armonías
En el silencio de la noche vaga;
 
 
Símbolo del dolor y la ternura,
Del bardo inglés en el horrible drama,
La dulce Ofelia, la razón perdida,
Cogiendo flores y cantando pasa.
 

VII

 
Del salón en el ángulo oscuro,
De su dueño tal vez olvidada,
Silenciosa y cubierta de polvo
Veíase el arpa.
 
 
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
Como el pájaro duerme en las ramas,
Esperando la mano de nieve
Que sabe arrancarlas!
 
 
¡Ay! – pensé – ¡cuántas veces el genio
Así duerme en el fondo del alma,
Y una voz, como Lázaro, espera
Que le diga: «Levántate y anda!»
 

VIII

 
Cuando miro el azul horizonte
Perderse á lo lejos,
Al través de una gasa de polvo
Dorado é inquieto,
Me parece posible arrancarme
Del mísero suelo,
Y flotar con la niebla dorada
En átomos leves
Cual ella deshecho.
 
 
Cuando miro de noche en el fondo
Oscuro del cielo
Las estrellas temblar, como ardientes
Pupilas de fuego,
Me parece posible á do brillan
Subir en un vuelo,
Y anegarme en su luz, y con ellas
En lumbre encendido
Fundirme en un beso.
 
 
En el mar de la duda en que bogo
Ni aun sé lo que creo;
¡Sin embargo, estas ansias me dicen
Que yo llevo algo
Divino aquí dentro!..
 

IX

 
Besa el aura que gime blandamente
Las leves ondas que jugando riza;
El sol besa á la nube en Occidente
Y de púrpura y oro la matiza;
La llama en derredor del tronco ardiente
Por besar á otra llama se desliza,
Y hasta el sauce, inclinándose á su peso,
Al río que le besa, vuelve un beso.
 

X

 
Los invisibles átomos del aire
En derredor palpitan y se inflaman;
El cielo se deshace en rayos de oro;
La tierra se estremece alborozada;
Oigo flotando en olas de armonía
Rumor de besos y batir de alas;
Mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
– ¡Es el amor que pasa!
 

XI

 
– Yo soy ardiente, yo soy morena,
Yo soy el símbolo de la pasión;
De ansia de goces mi alma está llena
¿Á mí me buscas? – No es á ti; no.
 
 
– Mi frente es pálida; mis trenzas de oro:
Puedo brindarte dichas sin fin;
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿Á mí me llamas? – No; no es á ti.
 
 
– Yo soy un sueño, un imposible,
Vano fantasma de niebla y luz;
Soy incorpórea, soy intangible;
No puedo amarte. – ¡Oh, ven; ven tú!
 

XII

 
Porque son, niña, tus ojos
Verdes como el mar, te quejas;
Verdes los tienen las náyades,
Verdes los tuvo Minerva,
Y verdes son las pupilas
De las hurís del profeta.
 
 
El verde es gala y ornato
Del bosque en la primavera.
Entre sus siete colores
Brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
Verde el color del que espera,
Y las ondas del Océano,
Y el laurel de los poetas.
 
 
Es tu mejilla temprana
Rosa de escarcha cubierta,
En que el carmín de los pétalos
Se ve al través de las perlas.
Y sin embargo,
Sé que te quejas,
Porque tus ojos
Crees que la afean:
Pues no lo creas;
Que parecen tus pupilas,
Húmedas, verdes é inquietas,
Tempranas hojas de almendro,
Que al soplo del aire tiemblan.
 
 
Es tu boca de rubíes
Purpúrea granada abierta,
Que en el estío convida
Á apagar la sed en ella.
Y sin embargo,
Sé que te quejas,
Porque tus ojos
Crees que la afean:
Pues no lo creas;
Que parecen, si enojada
Tus pupilas centellean,
Las olas del mar que rompen
En las cantábricas peñas.
 
 
Es tu frente que corona
Crespo el oro en ancha trenza,
Nevada cumbre en que el día
Su postrera luz refleja.
Y sin embargo,
Sé que te quejas,
Porque tus ojos
Crees que la afean:
Pues no lo creas;
Que, entre las rubias pestañas,
Junto á las sienes, semejan
Broches de esmeralda y oro,
Que un blanco armiño sujetan.
 

XIII

 
Tu pupila es azul, y cuando ríes,
Su claridad suave me recuerda
El trémulo fulgor de la mañana
Que en el mar se refleja.
 
 
Tu pupila es azul, y cuando lloras,
Las transparentes lágrimas en ella
Se me figuran gotas de rocío
Sobre una violeta.
 
 
Tu pupila es azul, y si en su fondo
Como un punto de luz radia una idea,
Me parece en el cielo de la tarde
¡Una perdida estrella!
 

XIV

 
Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
La imagen de tus ojos se quedó,
Como la mancha oscura, orlada en fuego,
Que flota y ciega, si se mira al sol.
 
 
Adonde quiera que la vista fijo,
Torno á ver sus pupilas llamear;
Mas no te encuentro á ti; que es tu mirada:
Unos ojos, los tuyos, nada más.
 
 
De mi alcoba en el ángulo los miro
Desasidos fantásticos lucir:
Cuando duermo los siento que se ciernen
De par en par abiertos sobre mí.
 
 
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
Llevan al caminante á perecer:
Yo me siento arrastrado por tus ojos,
Pero adónde me arrastran, no lo sé.
 

XV

 
Cendal flotante de leve bruma,
Rizada cinta de blanca espuma,
Rumor sonoro
De arpa de oro,
Beso del aura, onda de luz,
Eso eres tú.
 
 
Tú, sombra aérea, que cuantas veces
Voy á tocarte, te desvaneces
Como la llama, como el sonido,
Como la niebla, como el gemido
Del lago azul.
 
 
En mar sin playas onda sonante,
En el vacío cometa errante,
Largo lamento
Del ronco viento,
Ansia perpetua de algo mejor,
Eso soy yo.
 
 
¡Yo, que á tus ojos en mi agonía
Los ojos vuelvo de noche y día;
Yo, que incansable corro y demente
Tras una sombra, tras la hija ardiente
De una visión!
 

XVI

 
Si al mecer las azules campanillas
De tu balcón,
Crees que suspirando pasa el viento
Murmurador,
Sabe que, oculto entre las verdes hojas,
Suspiro yo.
 
 
Si al resonar confuso á tus espaldas
Vago rumor,
Crees que por tu nombre te ha llamado
Lejana voz,
Sabe que, entre las sombras que te cercan,
Te llamo yo.
 
 
Si se turba medroso en la alta noche
Tu corazón,
Al sentir en tus labios un aliento
Abrasador,
Sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
Respiro yo.
 

XVII

 
Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
Hoy llega al fondo de mi alma el sol;
Hoy la he visto… la he visto y me ha mirado…
¡Hoy creo en Dios!
 

XVIII

 
Fatigada del baile,
Encendido el color, breve el aliento,
Apoyada en mi brazo,
Del salón se detuvo en un extremo.
 
 
Entre la leve gasa
Que levantaba el palpitante seno,
Una flor se mecía
En compasado y dulce movimiento.
 
 
Como en cuna de nácar
Que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
Tal vez allí dormía
Al soplo de sus labios entreabiertos.
 
 
– ¡Oh! ¿Quién así – pensaba —
Dejar pudiera deslizarse el tiempo?
¡Oh, si las flores duermen,
Qué dulcísimo sueño!
 

XIX

 
Cuando sobre el pecho inclinas
La melancólica frente,
Una azucena tronchada
Me pareces.
 
 
Porque al darte la pureza
De que es símbolo celeste,
Como á ella te hizo Dios
De oro y nieve.
 

XX

 
Sabe, si alguna vez tus labios rojos
Quema invisible atmósfera abrasada,
Que el alma que hablar puede con los ojos,
También puede besar con la mirada.
 

XXI

 
– ¿Qué es poesía? – dices mientras clavas
En mi pupila tu pupila azul; —
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
 

XXII

 
¿Cómo vive esa rosa que has prendido
Junto á tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en la tierra
Sobre el volcán la flor.
 

XXIII

 
Por una mirada, un mundo;
Por una sonrisa, un cielo;
Por un beso… ¡yo no sé
Qué te diera por un beso!
 

XXIV

 
Dos rojas lenguas de fuego
Que á un mismo tronco enlazadas,
Se aproximan, y al besarse
Forman una sola llama;
 
 
Dos notas que del laúd
Á un tiempo la mano arranca,
Y en el espacio se encuentran
Y armoniosas se abrazan;
 
 
Dos olas que vienen juntas
Á morir sobre una playa,
Y que al romper se coronan
Con un penacho de plata;
 
 
Dos jirones de vapor
Que del lago se levantan,
Y al juntarse allí en el cielo
Forman una nube blanca;
 
 
Dos ideas que al par brotan,
Dos besos que á un tiempo estallan,
Dos ecos que se confunden…
Eso son nuestras dos almas.
 

XXV

 
Cuando en la noche te envuelven
Las alas de tul del sueño,
Y tus tendidas pestañas
Semejan arcos de ébano;
Por escuchar los latidos
De tu corazón inquieto,
Y reclinar tu dormida
Cabeza sobre mi pecho,
Diera, alma mía,
Cuanto poseo:
¡La luz, el aire
Y el pensamiento!
 
 
Cuando se clavan tus ojos
En un invisible objeto,
Y tus labios ilumina
De una sonrisa el reflejo;
Por leer sobre tu frente
El callado pensamiento
Que pasa como la nube
Del mar sobre el ancho espejo,
Diera, alma mía,
Cuanto deseo:
¡La fama, el oro,
La gloria, el genio!
 
 
Cuando enmudece tu lengua,
Y se apresura tu aliento,
Y tus mejillas se encienden,
Y entornas tus ojos negros;
Por ver entre sus pestañas
Brillar con húmedo fuego
La ardiente chispa que brota
Del volcán de los deseos,
Diera, alma mía,
Por cuanto espero,
¡La fe, el espíritu,
La tierra, el cielo!
 

XXVI

 
Voy contra mi interés al confesarlo;
Pero yo, amada mía,
Pienso, cual tú, que una oda sólo es buena
De un billete del Banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oirlo
Se haga cruces y diga:
«Mujer al fin del siglo diez y nueve,
Material y prosaica…» ¡Bobería!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
Que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros á la luna!
Tú sabes y yo sé que en esta vida,
Con genio, es muy contado quien la escribe;
Y con oro, cualquiera hace poesía.
 

XXVII

 
Despierta, tiemblo al mirarte;
Dormida, me atrevo á verte;
Por eso, alma de mi alma,
Yo velo mientras tú duermes.
 
 
Despierta, ríes, y al reir, tus labios
Inquietos me parecen
Relámpagos de grana que serpean
Sobre un cielo de nieve
 
 
Dormida, los extremos de tu boca
Pliega sonrisa leve,
Suave como el rastro luminoso
Que deja un sol que muere…
– ¡Duerme!
 
 
Despierta, miras, y al mirar, tus ojos
Húmedos resplandecen
Como la onda azul, en cuya cresta
Chispeando el sol hiere.
 
 
Al través de tus párpados, dormida,
Tranquilo fulgor viertes,
Cual derrama de luz templado rayo
Lámpara transparente…
– ¡Duerme!
 
 
Despierta, hablas, y al hablar, vibrantes
Tus palabras parecen
Lluvia de perlas que en dorada copa
Se derrama á torrentes.
 
 
Dormida, en el murmullo de tu aliento
Acompasado y tenue,
Escucho yo un poema, que mi alma
Enamorada entiende…
– ¡Duerme!
 
 
Sobre el corazón la mano
Me he puesto, por que no suene
Su latido, y de la noche
Turbe la calma solemne.
 
 
De tu balcón las persianas
Cerré ya, por que no entre
El resplandor enojoso
De la aurora, y te despierte…
– ¡Duerme!
 

XXVIII

 
Cuando entre la sombra oscura
Perdida una voz murmura
Turbando su triste calma,
Si en el fondo de mi alma
La oigo dulce resonar;
Dime: ¿es que el viento en sus giros
Se queja, ó que tus suspiros
Me hablan de amor al pasar?
 
 
Cuando el sol en mi ventana
Rojo brilla á la mañana,
Y mi amor tu sombra evoca,
Si en mi boca de otra boca
Sentir creo la impresión;
Dime: ¿es que ciego deliro,
Ó que un beso en un suspiro
Me envía tu corazón?
 
 
Si en el luminoso día
Y en la alta noche sombría;
Si en todo cuanto rodea
Al alma que te desea
Te creo sentir y ver;
Dime: ¿es que toco y respiro
Soñando, ó que en un suspiro
Me das tu aliento á beber?
 

XXIX

 
Sobre la falda tenía
El libro abierto;
En mi mejilla tocaban
Sus rizos negros;
No veíamos las letras
Ninguno, creo;
Mas guardábamos entrambos
Hondo silencio.
¿Cuánto duró? Ni aún entonces
Pude saberlo;
Sólo sé que no se oía
Más que el aliento,
Que apresurado escapaba
Del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
Los dos á un tiempo,
Y nuestros ojos se hallaron,
Y sonó un beso.
 
 
Creación de Dante era el libro.
Era su Infierno.
Cuando á él bajamos los ojos,
Yo dije trémulo:
– ¿Comprendes ya que un poema
Cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
– ¡Ya lo comprendo!
 

XXX

 
Asomaba á sus ojos una lágrima
Y á mi labio una frase de perdón;
Habló el orgullo y se enjugó su llanto,
Y la frase en mis labios expiró.
 
 
Yo voy por un camino, ella por otro;
Pero al pensar en nuestro mutuo amor,
Yo digo aún: «¿Por qué callé aquel día?»
Y ella dirá: «¿Por qué no lloré yo?»
 

XXXI

 
Nuestra pasión fué un trágico sainete,
En cuya absurda fábula
Lo cómico y lo grave confundidos
Risas y llanto arrancan.
 
 
Pero fué lo peor de aquella historia,
Que al fin de la jornada,
A ella tocaron lágrimas y risas,
¡Y á mí sólo las lágrimas!
 

XXXII

 
Pasaba arrolladora en su hermosura,
Y el paso le dejé;
Ni aun á mirarla me volví, y no obstante
Algo á mi oído murmuró: «esa es
 
 
¿Quién reunió la tarde á la mañana?
Lo ignoro: sólo sé
Que en una breve noche de verano
Se unieron los crepúsculos, y… «fué
 

XXXIII

 
Es cuestión de palabras, y no obstante,
Ni tú ni yo jamás,
Después de lo pasado, convendremos
En quién la culpa está.
 
 
¡Lástima que el amor un diccionario
No tenga donde hallar
Cuándo el orgullo es simplemente orgullo,
Y cuándo es dignidad!
 

XXXIV

 
Cruza callada, y son sus movimientos
Silenciosa armonía;
Suenan sus pasos, y al sonar, recuerdan
Del himno alado la cadencia rítmica.
 
 
Los ojos entreabre, aquellos ojos
Tan claros como el día;
Y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,
Arden con nueva luz en sus pupilas.
 
 
Ríe, y su carcajada tiene notas
Del agua fugitiva;
Llora, y es cada lágrima un poema
De ternura infinita.
 
 
Ella tiene la luz, tiene el perfume,
El color y la línea,
La forma, engendradora de deseos,
La expresión, fuente eterna de poesía.
 
 
¿Que es estúpida?.. ¡Bah! mientras, callando,
Guarde oscuro el enigma,
Siempre valdrá, á mi ver, lo que ella calla
Más que lo que cualquiera otra me diga.
 

XXXV

 
¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
Me admiró tu cariño mucho más;
Porque lo que hay en mí que vale algo,
Eso… ¡ni lo pudiste sospechar!
 

XXXVI

 
Si de nuestros agravios en un libro
Se escribiese la historia,
Y se borrase en nuestras almas cuanto
Se borrase en sus hojas;
 
 
Te quiero tanto aún, dejó en mi pecho
Tu amor huellas tan hondas,
Que sólo con que tú borrases una,
¡Las borraba yo todas!
 

XXXVII

 
Antes que tú me moriré: escondido
En las entrañas ya
El hierro llevo con que abrió tu mano
La ancha herida mortal.
 
 
Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
En su empeño tenaz,
Sentándose á las puertas de la muerte,
Allí te esperará.
 
 
Con las horas los días, con los días
Los años volarán,
Y á aquella puerta llamarás al cabo…
¿Quién deja de llamar?
 
 
Entonces, que tu culpa y tus despojos
La tierra guardará,
Lavándote en las ondas de la muerte
Como en otro Jordán;
 
 
Allí, donde el murmullo de la vida
Temblando á morir va,
Como la ola que á la playa viene
Silenciosa á expirar;
 
 
Allí, donde el sepulcro que se cierra
Abre una eternidad…
¡Todo cuanto los dos hemos callado
Lo tenemos que hablar!
 

XXXVIII

 
Los suspiros son aire, y van al aire.
Las lágrimas son agua, y van al mar.
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿Sabes tú adónde va?
 

XXXIX

 
¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
Es altanera y vana y caprichosa;
Antes que el sentimiento de su alma,
Brotará el agua de la estéril roca.
 
 
Sé que en su corazón, nido de sierpes,
No hay una fibra que al amor responda;
Que es una estatua inanimada… pero…
¡Es tan hermosa!
 

XL

 
Su mano entre mis manos,
Sus ojos en mis ojos,
La amorosa cabeza
Apoyada en mi hombro,
¡Dios sabe cuántas veces
Con paso perezoso,
Hemos vagado juntos
Bajo los altos olmos
Que de su casa prestan
Misterio y sombra al pórtico!
Y ayer… un año apenas
Pasado como un soplo,
Con qué exquisita gracia,
Con qué admirable aplomo,
Me dijo al presentarnos
Un amigo oficioso:
– Creo que en alguna parte
He visto á usted. – ¡Ah! bobos,
Que sois de los salones
Comadres de buen tono,
Y andáis por allí á caza
De galantes embrollos:
¡Qué historia habéis perdido!
¡Qué manjar tan sabroso
Para ser devorado
Sotto voce en un corro,
Detrás del abanico
De plumas y de oro!
 
 
¡Discreta y casta luna,
Copudos y altos olmos,
Paredes de su casa,
Umbrales de su pórtico,
Callad, y que el secreto
No salga de vosotros!
Callad; que por mi parte
Lo he olvidado todo:
Y ella… ella… ¡no hay máscara
Semejante á su rostro!
 

XLI

 
Tú eras el huracán, y yo la alta
Torre que desafía su poder:
¡Tenías que estrellarte ó abatirme!..
¡No pudo ser!
Tú eras el Océano y yo la enhiesta
Roca que firme aguarda su vaivén:
¡Tenías que romperte ó que arrancarme!..
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
Uno á arrollar, el otro á no ceder;
La senda estrecha, inevitable el choque…
¡No pudo ser!
 

XLII

 
Cuando me lo contaron sentí el frío
De una hoja de acero en las entrañas;
Me apoyé contra el muro, y un instante
La conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche;
En ira y en piedad se anegó el alma…
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
Y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor… con pena
Logré balbucear breves palabras…
¿Quién me dió la noticia?.. Un fiel amigo…
¡Me hacía un gran favor!.. Le di las gracias.
 

XLIII

 
Dejé la luz á un lado, y en el borde
De la revuelta cama me senté,
Mudo, sombrío, la pupila inmóvil
Clavada en la pared.
¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
La embriaguez horrible del dolor,
Expiraba la luz, y en mis balcones
Reía el sol.
Ni sé tampoco en tan terribles horas
En qué pensaba ó qué pasó por mí;
Sólo recuerdo que lloré y maldije,
Y que en aquella noche envejecí.
 

XLIV

 
Como en un libro abierto
Leo de tus pupilas en el fondo;
¿Á qué fingir el labio
Risas que se desmienten con los ojos?
 
 
¡Llora! No te avergüences
De confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre… ¡y también lloro!
 

XLV

 
En la clave del arco mal seguro,
Cuyas piedras el tiempo enrojeció,
Obra de cincel rudo, campeaba
El gótico blasón.
 
 
Penacho de su yelmo de granito.
La hiedra que colgaba en derredor
Daba sombra al escudo, en que una mano
Tenía un corazón.
 
 
Á contemplarlo en la desierta plaza
Nos paramos los dos:
Y «ése – me dijo – es el cabal emblema
De mi constante amor.»
 
 
¡Ay! es verdad lo que me dijo entonces:
Verdad que el corazón
Lo llevará en la mano… en cualquier parte…
Pero en el pecho, no.
 

XLVI

 
Me ha herido recatándose en las sombras,
Sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello, y por la espalda
Partióme á sangre fría el corazón.
 
 
Y ella prosigue alegre su camino,
Feliz, risueña, impávida; ¿y por qué?
Porque no brota sangre de la herida…
¡Porque el muerto está en pie!
 

XLVII

 
Yo me he asomado á las profundas simas
De la tierra y del cielo,
Y les he visto el fin ó con los ojos
Ó con el pensamiento.
 
 
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo,
Y me incliné por verlo,
Y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!
 

XLVIII

 
Como se arranca el hierro de una herida
Su amor de las entrañas me arranqué,
Aunque sentí al hacerlo que la vida
Me arrancaba con él.
 
 
Del altar que le alcé en el alma mía
La voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
Ante el ara desierta se apagó.
 
 
Aún para combatir mi firme empeño
Tiene á mi mente su visión tenaz…
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
En que acaba el soñar!