El mundo indígena en América Latina: miradas y perspectivas

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LOS INCAS*

Vicente Rojas Escalante**

Es para mí un honor tener la oportunidad de dirigirme a ustedes, en este importante centro académico, como lo es el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de São Paulo (IRI-USP), a fin de hacerles una breve presen­tación de la civilización inca, una de las más importantes de la América precolombina. En tal sentido, agradezco la invitación efectuada.

Hoy en día, Brasil y Perú son países emergentes, con prosperidad y crecimientos económicos, con modernidad y con oportunidades, retos y problemas más o menos similares. Les pido un esfuerzo intelectual para trasladarnos en el tiempo unos quinientos años atrás y despojarnos, parcialmente, de algunas categorías o conceptos occidentales.

Cuando los europeos llegaron a América, encontraron un continente nuevo, muy extenso, habitado por distintos pueblos, con distintos grados de desarrollo, entre los que se destacaban, en ese momento, dos grandes civilizaciones: al norte, en México, los aztecas, sobre quienes nuestra ilustre colega ha disertado de manera elocuente; y al sur, en el actual Perú y países vecinos, los incas. Veamos en primer lugar el contexto en que aparecen y se desarrollan los incas. Ustedes, como miembros del IRI-USP, saben apreciar lo importante de la comprensión del espacio y del tiempo para la comprensión y el conocimiento de una realidad geopolítica.

Si contemplamos un mapa físico de Sudamérica, encontraremos dos grandes áreas geográficas: la Amazonia y los Andes. La Amazonia es como un gran centro verde de Sudamérica, mientras que la cordillera andina es como una columna vertebral que articula toda el área occidental sudamericana, separando las cuencas hidrográficas del Pacífico y del Atlántico. De los Andes surgen los ríos que bañan la desértica costa peruana, así como también surgen los orígenes del Amazonas.

De las civilizaciones amazónicas no sabemos mucho, quizás por lo agreste de su geografía y clima y por el hecho de que los ríos cambian de cauce, inundando tierras eventualmente ocupadas por el hombre o alejándose de ellas, obligando a su abandono. Sin embargo, los arqueólogos nos aportan nuevos conocimientos y descubrimientos. Es así, por ejemplo, que los arqueólogos Francisco Valdez, ecuatoriano, y Quirino Olivera, peruano, han descubierto una civilización precolombina en la selva alta peruano-ecuatoriana, con una cerámica desarrollada muy anterior a la de otras civilizaciones andinas y además han confirmado el origen amazónico del cacao, con vestigios cuya datación es anterior a los indicios más antiguos hallados en México, a lo cual haremos luego referencia. Sabemos que hubo también una importante interrela­ción cultural entre los Andes y la Amazonia. Elementos amazónicos, especialmente de la fauna, aparecen representados en textiles, cerámica y templos de las antiguas civilizaciones peruanas.

En el área andina y en la costera, al occidente de los Andes, florecen muchas civilizaciones o culturas, de las cuales los incas constituyen la última y por ello la más conocida. Pero son muchas.

Si del mapa sudamericano pasásemos a apreciar un mapa del Perú, encontraremos un país con tres grandes regiones geográficas: una costa desértica, salpicada por unos 40 ríos, con sus respectivos valles y vinculada a un mar de aguas frías en su mayor parte, unos de los más ricos del mundo; una región andina, conocida como la Sierra, conformada por la cordillera andina, con más de 50 montañas que superan los cinco mil metros y cañones profundos como el del Colea, uno de los mayores del mundo, sobre los que extiende sus alas un importante elemento de la cosmogonía andina: el cóndor; y el altiplano, situado al sur en donde destaca el lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo; al este, tenemos la región amazónica, más de la mitad del país, formada por la selva alta y la selva baja, surcada por grandes ríos como el Ucayali y el Marañón que, al unirse, forman el Amazonas, que sigue su curso atravesando el Brasil hasta desembocar en el Atlántico. Los estudiosos distinguen 11 pisos altitudinales y señalan que en el Perú se encuentran 87 de los 117 microclimas en el mundo, lo que explica una gran biodiversidad. Fue en ese contexto en el que se desarrollaron las civilizaciones precolombinas y la inca. Y, como sucede con toda civilización, surgió una interacción entre el espacio y quienes lo habitan, adaptándose al mismo.

Esa adaptación no resulta fácil. A las grandes distancias en línea recta se suma el hecho de que la orografía obliga a tener que subir y bajar las montañas, multiplicando las distancias. Aún hoy, con los avances de la modernidad, con carreteras y vehículos, resultan difíciles las comunicaciones y, en ciertas épocas del año, son prácticamente imposibles. Imaginémonos lo que fue en tiempos de los incas, sin caballos y sin la rueda.

Reseñado el tema del espacio, veamos sucintamente, el del tiempo. Existen numerosas cronologías de los Andes centrales en la antigüedad precolombina y del antiguo Perú. Una cronología de las civilizaciones precolombinas, básicamente andinas y costeñas, nos presenta cinco grandes etapas:

1 PALEOAMERICANO –etapa entre los 11000 y 7600 años a.C.

2 ARCAICO – etapa entre los 7600 y los 2700 años a.C.

3 FORMATIVO –etapa entre los 2700 y los 200 años a.C.

4 DESARROLLOS REGIONALES –etapa entre los 200 años a.C. y los 900 años d.C.

5 REINOS –etapa entre los 900 y 1532 años d.C.

Entre esas culturas antiguas que conforman un pasado milenario, podemos destacar varias, como chavín, mochica, chimú, nazca, paracas, tiahuanaco, wari, entre las más conocidas, y otras de carácter más local, como lima, recuay, chanca, virú, vicús, entre otras.

Su legado es muy rico: en cerámica, orfebrería, textilería, ingeniería de riego, infraestructura. Podemos citar las líneas de Nazca, visibles sólo desde el cielo, las construcciones de Chavín de Huántar, los mantos paracas, la tecnología para el tratamiento del oro que superaba a la europea, entre otros legados. Entre los descubrimientos más notables mundialmente en el último cuarto del siglo XX, tenemos, por ejemplo, el hallazgo del Señor de Sipán, por parte de Walter Alva y su equipo, complementado por el del Señor de Sicán. Sipán y sicán son dos culturas precolombinas peruanas de las que antes muy pocos conocían.

Esas civilizaciones se fueron sucediendo en el tiempo y en el territorio, a lo largo de periodos denominados horizontes, y periodos intermedios. Tenemos así tres horizontes (temprano, medio y tardío) con dos periodos interme­dios (temprano y tardío). En toda esa larga sucesión cultural, los incas ocupan el horizonte tardío, el último escalón. La riqueza precolombina se aprecia en los miles de sitios arqueológicos existentes en el Perú.

Los incas surgen en el siglo XIV, en el altiplano andino, a orillas del lago Titicaca. Sobre su origen existen dos leyendas. Cuenta una de ellas que Manco Cápac y su esposa Mama Ocllo salen del lago Titicaca y van caminando con una vara de oro, y en donde dicha vara se hundiese habrán de fundar un imperio. Luego de mucho caminar llegan al pie de la montaña Huanacaure, en donde se hunde la vara y fundan la ciudad del Cuzco, capital de los incas; Manco Cápac forma a los hombres en las artes de la caza y de la guerra, mientras que su esposa forma a las mujeres en las tareas del campo y del hogar. La otra leyenda relata que los cuatro hermanos Ayar, acompañados de sus respectivas esposas, salieron de la cueva de Pacaritambo y viajaron en busca de un lugar para establecerse. En el camino surgieron algunas divisiones, siendo Manco Cápac o Mama Huaco, según cual versión elijamos, quien hundió la vara en el Cuzco. Ambos mitos recogen la idea del origen no cuzqueño de los incas y de su carácter civilizador. Es así que un pueblo inicialmente pequeño, de poca significancia, un curacazgo más de los tantos que había en los Andes, se transformará, en apenas cien años, en uno de los imperios más grandes del mundo.

Ese fenómeno histórico y cultural de los incas ha llamado la atención de muchos estudiosos y hombres de ciencias y de letras a lo largo de los últimos 500 años. Tenemos en primer lugar a los cronistas españoles: Pedro Cieza de León, Juan de Betanzos, José de Acosta, Pedro Sarmiento de Gamboa, Francisco de Jerez, Pedro Sánchez de la Hoz, Miguel de Estete, entre otros. Podemos citar también, en el siglo XIX, al estadounidense William Prescott y al alemán Alexander von Humboldt. Entre los estudiosos modernos peruanos tenemos a Julio César Tello, Franklin Pease, María Rostworowski, Luis Guillermo Lumbreras, entre otros.

En un campo más creativo, al italiano Emilio Salgari, quien escribió la novela fantasiosa El tesoro de los incas, hasta los estudios de Disney y de Hollywood, que nos presentan las aventuras del emperador Kuzco o las de Indiana Jones, por no citar una película de Charlton Heston con la gran cantante peruana Yma Sumac. Esas citas, que pueden parecer anecdóticas, nos presentan en el fondo problemas epistemológicos que competen a historiadores, arqueólogos y estudiosos de las relaciones internacionales: el de la comprensión de un pueblo distinto, el del imaginario colectivo, el de discernir entre realidades y mitos, distorsiones y fabulaciones, el de los lugares comunes e interpretaciones.

La historiografía de los incas ha atravesado por diversas etapas, desde el positivismo, con una lectura literal de las crónicas, hasta un estudio crítico de las mismas, pasando por interpretaciones marxistas, estructuralistas y etnohistóricas. La historiografía actual incluye estudios multidisciplinarios y ya desde 1946, con los trabajos de John Howland Rowe, se efectúa un cotejo entre los escritos de las crónicas y el trabajo arqueológico.

 

Tenemos en primer lugar el caso de los cronistas españoles, que fueron testigos directos del esplendor inca y que fueron quienes recogieron, por primera vez de manera escrita, su historia, usos, costumbres, etc., junto con su interpretación de todo ello. Eso es importante para ustedes, que estudian relaciones internacionales. Los europeos que llegaron al antiguo Perú interpretaron a la civilización inca en función de su propio bagaje cultural, de su propia perspectiva de ver el mundo. Hablan de rey inca, de Imperio Inca, trasladan categorías y conceptos europeos para describir, interpretar y entender una realidad distinta. Asimismo, debemos tener en cuenta que los cronistas no son todos contemporáneos. Los cronistas de Jerez, de Estete, Cristóbal de Mena, Sánchez de la Hoz, de Guzmán y de Trujillo son soldados y narran la conquista del Perú, proceso del cual son partícipes, entre los años 1532 y 1537. Cieza de León y Betanzos son pretoledanos, esto es, escriben entre 1550 y 1568, fecha de la llegada del virrey Toledo, mientras que Sarmiento de Gamboa y José de Acosta son toledanos. Las crónicas toledanas constituyen informes amplios, con entrevistas a numerosos testigos de lo que fue el incario y obedece a un propósito de comprensión del Estado y cultura incas, de utilidad para la organización del virreinato. La distancia temporal con el fin del incanato y los propósitos de las crónicas son factores que inciden en su elaboración y perspectivas, junto con otros como la formación de los cronistas, distinta según sean soldados, sacerdotes u otros.

Ello se ve matizado por los primeros cronistas mestizos: el Inca Garcilaso de la Vega, autor de los Comentarios reales de los incas, y Felipe Guamán Poma de Ayala, autor de Nueva crónica y buen gobierno. A este último, no obstante ser nativo, le incluimos como mestizo al escribir en español y utilizar conceptos occidentales junto con aquellos originarios. El equivalente mexicano del Inca Garcilaso fue Fernando Alvarado Tezozómoc.

Inca Garcilaso de la Vega, hijo de una ñusta, princesa inca, y de un conquistador, pariente del poeta español Garcilaso de la Vega, fue creado por su familia materna y recoge en su obra una visión de los incas que busca reivindicar los grandes logros y los mejores valores de su pueblo, lo que es entendible de su posición de descendiente de la nobleza inca y de perteneciente a dicha nación. Algo similar realizaría en México Fernando Alvarado Tezozómoc, con su Crónica mexicana. Ambos escritores son mestizos de raza, de lengua, de psicología, y habitando entre dos mundos reivindican su propio pasado y lo contrastan con la versión española, particularmente la del cronista José de Acosta, en su Historia natural y moral de las Indias. Aunque en el caso de Inca Garcilaso de la Vega con una prosa más pulida y elegante, desde una perspectiva propia del humanismo. Se origina así, un proceso de transculturación. No tenemos pues una historiografía inicial de los incas que podamos llamar objetiva, aunque eso es tal vez imposible, dada la subjetividad del historiador.

Actualmente se plantean conceptos como el de Estado inca en lugar de imperio. Resulta en todo caso transferir conceptos desde realidades distintas. Los incas en poco más de cien años se expandieron hasta alcanzar una extensión de cuatro millones de kilómetros cuadrados, comprendiendo territorios de los actuales Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Ecuador y Colombia. Dicho territorio estaba dividido en cuatro regiones llamadas suyos, las cuales aparentemente daban el nombre al Estado: Tawantinsuyo, país de los cuatro suyos, los cuales tenían como centro la ciudad del Cuzco y estaban comunicados por el Qhapaq Ñan, una red vial de la cual hablaremos luego.

Desde el punto de vista político, los incas eran gobernados por el Sapa Inca o Inca, de quienes dicho pueblo toma su nombre. Se discute el número de incas que gobernaron el imperio. La lista más corriente era de 14. Otros la reducen a 12. Actualmente, se considera que son 13. Sin embargo, otros estudios hacen referencia a una lista mucho más extensa, de hasta 40. María Rostworowski y Franklin Pease desarrollaron la tesis del correinado, basada en las crónicas de Betanzos, es decir, que el incanato estuvo regido no por un rey sino por una diarquía, un Inca principal y uno que conreinaba. Como lo demuestran las obras de los mencionados estudiosos así como la de Liliana Regalado, el tema de la sucesión incásica es complejo y responde a criterios distintos de aquellos occidentales. Las normas sucesorias no eran claras y el más hábil de los pretendientes tenía la posibilidad de coronarse Inca. Intervenían en ello diversos factores, como la preparación que le brindaba su madre, las alianzas a nivel de las panacas –familias reales–, el triunfo en competencias rituales, incluso la intervención de las momias de los incas anteriores.

En todo caso, sabemos que el primer inca fue Manco Cápac. El último fue Atahualpa, aunque se discute si formalmente puede ser considerado así, al no haber ceñido en su frente la mascaypacha –borla real–, es decir, al no haber sido coronado formalmente.

Los incas, con las familias de la nobleza denominadas panacas, conformaban dos grandes grupos, sucesivos en el tiempo. El primero era el de los incas del Hurin Cuzco o Bajo Cuzco, que comprendía a los cinco primeros Incas; el segundo grupo correspondía al Hanan Cuzco o Alto Cuzco y comprendía seis incas. A esos dos grupos se agregan los hermanos Huáscar y Atahualpa. De todos ellos el más destacado fue el inca Pachacútec, que significa “el transformador del mundo” o “el que cambia el curso de la tierra”, el noveno inca. Su nombre completo era Pachacútec Inca Yupanqui. Él fue quien más extendió el imperio, quien le dio una mejor organización, quien creó Machu Picchu.

El sistema político era autocrático o autoritario. El Inca tenía un poder absoluto. Sus familiares, conformaban la panaca del inca y constituían la nobleza. El inca tenía derecho a recibir tributos y era considerado como hijo del Sol, es decir, tenía un carácter divino. Ningún mortal podía mirarle a los ojos. Su saliva era recogida en las manos de su súbdito. Era también el jefe militar.

Se ha discutido largamente sobre el tipo de régimen o gobierno político del Estado inca. Hay autores, como Luis Valcárcel o José Carlos Mariátegui, que sostienen la existencia de un socialismo incaico, en razón al sistema de distribución y trabajo de la tierra, a que la propiedad privada estaba limitada al Inca y la nobleza, y a que la libertad individual no era un valor en tal sociedad, aunque lo discutiremos al final. El padre José de Acosta, uno de los cronistas, señaló que era un pueblo esclavizado pero feliz; conclusión que es discutida por estudiosos como Louis Boudin, quien consideró que el Estado incaico era un régimen despótico-benefactor.1 Otros autores, como Choy, Lumbreras y Valdivia, lo consideraron como un Estado esclavista.

La organización social se basaba en los ayllus, comunidades locales de varias familias, que trabajaban las tierras. Las tierras se dividían en tres: tierras del Sol, del Inca y del Ayllu. Se trabaja la tierra, así como la construcción de grandes obras, como acueductos, puentes y caminos, mediante sistemas colectivos o comunitarios de trabajo, llamados minka y mita. La sociedad se dividía en clases y era jerarquizada.

Los incas mantenían el control social, político y económico de diversas etnias y un control vertical de los distintos pisos ecológicos, como John Murra señala. El modelo económico debe ser apreciado por la inexistencia del dinero y del mercado. El sistema de producción cubría todas las necesidades materiales básicas del ser humano. La actividad principal fue la agricultura. Domesticaron una gran variedad de plantas y animales, entre los cuales podemos mencionar: la papa o patata, el maíz, la quinua, la coca, el ají, entre las plantas; y la llama, la vicuña, la alpaca y el cuy o cobaya entre los animales.

El ejército inca, liderado por el Inca, estaba conformado por grupos de 10, 50, cien, mil, 10 mil hombres. Cada etnia estaba liderada por sus propios jefes y no se mezclaban entre sí. En las batallas se configuraban en tres divisiones. La disciplina militar era rígida. ¿Cómo se articularon la expansión y el desarrollo económico? María Rostworowski señala que

[...] en un desarrollo tan explosivo del Estado, las dificultades que se presentaron fueron grandes, motivadas por el desconocimiento de la moneda y la falta de escritura. Estos impedimentos fueron superados gracias al sistema de la reciproci­dad y al empleo del ábaco (yupana) y del quipu –o conjunto de cordeletas de distintos colores y largos, con diferentes nudos que poseían un significado especial.2

Así, el sistema de la reciprocidad suponía el “ruego” y la “dádiva” y permitía atender la población; además, “El sistema de la reciprocidad evitó, en la mayoría de los casos, los enfrentamientos militares. Sin embargo, este método trajo consecuencias no previstas”,3 pues el Estado se veía presionado a atender los requerimientos de los pequeños reyes y señores y de numerosos jefes militares, lo que significó que, “Para la economía inca, la reciprocidad fue como una vorágine perpetua cuyo paliativo de nuevas conquistas y anexiones territoriales traían como resultado una creciente necesidad de aumentar ‘ruegos’ y ‘dones’”.4 El gobierno detentaba la propiedad de la fuerza de trabajo, la posesión de tierras y los hatos de camélidos.

Contaban con métodos de aprovisionamiento y distribución de alimentos para situaciones de emergencia, desastres, guerras. Conocían procedimientos de conservación de alimentos y disponían de depósitos estatales, llamados tambos, distribuidos a lo largo de los caminos.

Los incas alcanzaron un alto nivel de civilización. Mencionaremos algunos de sus logros:

 Conformaron una amplia red de caminos reuniendo y ampliando los caminos precolombinos, conformando el Qhapaq Ñan, una red vial de más de 30 mil kilómetros, que unía su territorio, pasando por seis países actuales. Parte de camino estaba empedrado, comprendía puentes colgantes. Aún se conservan sectores de ellos.

 Contaron con un sistema de comunicaciones basado en correos humanos, los chasquis, que transportaban órdenes, quipus y recibían encargos. Es así que, por ejemplo, el Inca estando en el Cuzco podía comer pescado fresco del mar.

 Desarrollaron un sistema de fortificaciones, como Sacsahuamán.

 Desarrollaron un sistema de ingeniería hidráulica, canales de riego, fertilización de tierras, sistemas de cultivo mediante andenes (gradas en las montañas), laboratorios de cultivo.

 Tuvieron uso del calendario y desarrollo de la astronomía.

 Trabajaron los metales: oro, plata, bronce. Al llegar los españoles hallaron que el jardín del templo del Coricancha estaba lleno de plantas y animales, todos hechos de oro. El precio del rescate del Inca Atahualpa fue un cuarto de oro y dos de plata hasta la altura del brazo extendido del Inca, cuya estatura era de 1.80 m.

 Aunque carecieron de escritura, al menos como se entiende desde el punto de vista occidental, pues se discute si tuvieron un sistema pictográfico, poseyeron un sistema de contabilidad desarrollado, en base a cordeles anudados, llamados quipus.

 Desarrollaron la textilería polícroma y con diseños geométricos.

 En ingeniería, los incas nos dejaron grandes construcciones. Machu Picchu es la más famosa, considerada una de las siete maravillas modernas del mundo. Es una ciudadela ceremonial y de descanso del Inca, protegida por su ubicación estratégica en lo alto de una montaña, al pie de un caudaloso río, en medio de la Selva Alta o Ruparupa. Lograron trasladar enormes rocas, colocarlas unas sobre otras de manera estable, uniéndolas de tal manera que entre ellas no pasa un alfiler. Cabe señalar que los incas, al igual que los aztecas, no conocieron la rueda ni tuvieron animales de tiro.

Sus leyes morales se resumían en tres normas: Ama sua (no robes), Ama quella (no seas ocioso) y Ama llulla (no mientas). En el ámbito religioso adoraban al dios Sol, llamado Inti, y tuvieron otras deidades, como Viracocha, considerado creador y ordenador del mundo; respetaban las deidades locales de los pueblos conquistados. En su cosmovisión, el ser humano provenía de espacios naturales considerados divinos. Es así que se veneraba a la Pachamama, o madre tierra, rindiéndosele tributo. En esa cosmovisión, coexistían tres partes que la conformaban: Uku Pacha, el mundo de abajo; Kay Pacha, el mundo terrenal; y Hanan Pacha, el mundo celestial.

 

En el ámbito de sus relaciones internacionales, los incas fueron relacionándose con otros pueblos, a quienes iban conquistando por la vía pacífica, por ejemplo, mediante enlaces matrimoniales o promesas de seguridad y de mantención de privilegios a los curacas locales. En algunos casos, se apelaba a la amenaza del uso de la fuerza y, en otros, la conquista se efectuaba a través de guerras. Una de las más importantes, comparable quizás con la de romanos y cartagineses, fue la contienda entre los incas y los chancas, quienes llegaron a amenazar la ciudad del Cuzco, motivando la huida del Inca y de su heredero. Esa guerra fue ganada por uno de los príncipes, Cusi Yupanqui, quien recurrió a alianzas con pueblos vecinos, de los cuales obtuvo el apoyo de sólo dos, mientras que otros quedaron a la expectativa, apelando entonces el príncipe inca a una estratagema, perpetuada en la leyenda de los pururaucas, o soldados de piedra, que relata cómo el príncipe Cusí Yupanqui vistió a las piedras como soldados, para hacer que pareciese que contaba con muchas más tropas de las que realmente tenía y que luego las piedras se transformaron en soldados y aplastaron a los chancas. Se entiende que dichas piedras eran las tropas de los pueblos vecinos que contemplaban desde las alturas el desarrollo de la batalla. Ese triunfo permitió que el príncipe Cusi Yupanqui, a pesar de no ser el heredero, lograse convertirse en Inca, tomando el nombre de Pachacútec. Esa victoria marcó un quiebre en la historia inca, el cual pasó de librar guerras locales con sus vecinos a una política de expansión territorial, sea por medios pacíficos o militares, sea contando siempre con el uso de la fuerza como último recurso.

Ese sistema de conquistas estaba complementado por uno demográfico, en que los incas desplazaban poblaciones enteras, destacando los llamados mitimaes. Así, el fenómeno migratorio tiene raíces históricas. Además de ello, los incas contaban con representantes suyos, los llamados orejones, y un amplio sistema administrativo. Asimismo, cabe señalar que los incas emprendieron una expedición cruzando el océano Pacífico, hasta la Polinesia, liderada por el príncipe Túpac Yupanqui –sucesor de Pachacútec–, y que sirvió en el siglo xx de inspiración al noruego Thor Heyerdahl para llevar a cabo, exitosamente, su famosa expedición siguiendo el mismo trayecto en la balsa Kon-Tiki.

¿Por qué cayó el Imperio Inca? ¿Cómo millones de habitantes pudieron ser conquistados por un grupo reducido de extranjeros? Para vosotros, estudiosos de las relaciones internacionales, son preguntas de especial significación. Tenemos razones de tipo tecnológico: los españoles poseían armas de fuego, contaban además con caballos. Esos elementos, además del valor militar que poseían, tenían adicionalmente la ventaja de la impresión psicológica que generaban entre quienes no habían visto ni conocido ni imaginado algo así. A ello se suma que el imperio estaba dividido por la lucha por el poder entre Atahualpa y su hermano Huáscar, legítimo Inca. Un elemento, aparentemente anecdótico fue el apoyo que los españoles tuvieron por parte del indígena rebautizado como Felipillo, quien fungía de traductor e informador. Pero, yendo más allá y retomando el tema de la libertad como valor en la sociedad inca, no debemos olvidar que el Imperio Inca se había extendido gracias al sometimiento de numerosos pueblos distintos, sometimiento efectuado en muchos casos por la fuerza o mediante amenaza al uso de la fuerza. En ese sentido, los españoles fueron percibidos como liberadores por los pueblos sometidos por los incas.

El Estado inca había desarrollado una considerable expansión en pocos decenios, efectuado un aprovechamiento de los recursos humanos y territoriales, sin consolidar una real integración ni la conformación de una unidad nacional, de un sentido de pertenencia. El inca se conformaba con detentar el poder absoluto, con la división de tierras, la presencia de su sistema administrativo, las contribuciones a sus ejércitos, el uso de una lengua común. María Rostworowski señala al respecto: “Fueron las mismas instituciones que en los inicios permitieron el desarrollo del Estado inca las que le dieron una gran fragilidad”.5 El sistema de reciprocidad y el de señoríos se hallaron debilitados a la llegada de los españoles.

Estas consideraciones nos permiten pensar en algunos paralelismos entre incas y romanos: imperios de gran extensión –articulados con una amplia red vial y con ejércitos poderosos–, que asimilaron lo mejor de las diversas culturas que les antecedieron o de aquellas que habían dominado.

Finalmente, mencionaremos algunos paralelismos entre aztecas e incas. Son dos grandes imperios indígenas americanos, uno al norte y otro al sur del continente, que alcanzaron ambos un gran desarrollo cultural, político y territorial, con expresiones de desarrollo cultural y tecnológico admirables. Ambos constituyeron la última etapa de un pasado precolombino constituido por numerosas civilizaciones previas: olmecas, toltecas, mayas, por citar algunas de México; chavines, mochicas, tiahuanacos, waris, por citar otras del Perú. Ambas terminaron con la conquista española. Cabe preguntarse si más allá de dicho paralelismo hubo alguna interrelación entre ambos pueblos. Un tema para los arqueólogos. Diremos que hay evidencias de ello, como la presencia del maíz en el Perú y del cacao en México.

Podríamos hablar por horas y días enteros sobre aztecas e incas, sobre las culturas precolombinas, pero valgan estas breves presentaciones como un aliciente para animar a cada uno de ustedes a la profundización de culturas que marcan el pasado con proyección hasta el presente del continente americano, de América Latina, que son parte del contexto histórico-cultural de los pueblos que habitan estas tierras, este continente del que Brasil forma parte. El conocimiento recíproco de nuestras historias constituye, como ustedes, un elemento importante en nuestras relaciones e integración.

* Presentación en el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de São Paulo (IRI-USP), São Paulo, 25 de abril de 2017.

** Embajador del Perú en Brasil.

1 Louis Boudin, La vida cotidiana en el tiempo de los últimos incas, trad. Celia Beatriz Pierini de Pagés Larraya, Buenos Aires, Hachette, 1987 (Nueva Colección Clio).

2 María Rostworowski, “Redes económicas del Estado inca: el ‘Ruego’ y la ‘Dádiva’”, en Víctor Vich, El Estado está de vuelta: desigualdad, diversidad y democracia, Lima, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 2005, p. 15 (Perú Problema, 30).

3 Idem, Historia del Tahuantinsuyu, Lima, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 2014 (Obras Completas, 8; Série História Andina, 41).

4 ldem.

5 ldem.