La vida de los Maestros

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IV

Nuestro siguiente desplazamiento era una idea y retorno lateral. Dejamos entonces en el lugar el grueso de nuestros equipajes y nos pusimos en marcha al día siguiente, por la mañana, hacia un pequeño pueblo a treinta y cinco kilómetros de allí. Solo Jast nos acompañó. El sendero no era de los mejores y sus meandros eran algunas veces difíciles de seguir a través de la densa fronda de ese país. La región era dura y accidentada, el camino no parecía haber sido frecuentado. Tuvimos algunas veces que abrirnos paso a través de viñas salvajes. A cada demora, Jast manifestaba impaciencia. Nos sorprendimos, ya que era tan equilibrado. Esa fue la primera y última vez en el curso de esos tres años y medio que perdió la calma. Comprendimos más tarde el motivo de su impaciencia. Llegamos a nuestro destino esa misma noche, cansados y hambrientos, ya que habíamos caminado todo el día con tan solo un breve descanso para la comida del mediodía.

Una media hora antes de la caída del sol entramos en un pequeño pueblo de unos doscientos habitantes. Cuando se extendió el rumor de que Jast nos acompañaba, todos salieron a nuestro encuentro, viejos y jóvenes con sus animales domésticos. Aunque nosotros éramos objeto de curiosidad, enseguida nos dimos cuenta que el interés estaba centrado en Jast.

Lo saludaban con enorme respeto. Después de que hubo dicho algunas palabras, la mayor parte de los habitantes regresó a sus ocupaciones. Jast nos preguntó si queríamos acompañarlo, mientras preparaban nuestro campamento para la noche. Cinco de nosotros respondieron que querían descansar, los demás y algunos habitantes del poblado, seguimos a Jast hacia el extremo del claro que rodeaba al pueblo.

Después de haberlo atravesado, penetramos en la jungla, donde no tardamos en encontrar una forma humana extendida sobre la tierra. Al primer vistazo la tomamos por un cadáver, pero una segunda mirada, fue suficiente para darnos cuenta que la postura denotaba la calma del sueño. La figura era la de Jast, lo cual nos dejó petrificados de estupor. De repente, en tanto que Jast se acercaba, el cuerpo se animó y se levantó. El cuerpo y Jast se mantuvieron un momento frente a frente. No había error posible: los dos eran Jast. Después, en un instante, el Jast que nos había acompañado desapareció y únicamente quedó un ser de pie delante de nosotros. Todo pasó en menos tiempo del que es necesario para contarlo, pero nadie hizo pregunta alguna.

Los cinco que habían preferido descansar, llegaron corriendo sin que los hubiéramos llamado (más tarde les preguntamos por qué habían venido) la respuesta fue: «No lo sabemos». «Nuestro primer recuerdo es encontrarnos todos de pie corriendo hacia vosotros». «Nadie recuerda ninguna señal y estábamos ya lejos cuando nos dimos cuenta de lo que hacíamos».

Uno de nosotros gritó: «Mis ojos se han abierto tan grandes que veo más allá del valle de la muerte. Me son reveladas tantas maravillas que soy incapaz de pensar».

Otro dijo: «Veo el mundo entero triunfar de la muerte». Una cita me viene al espíritu con una claridad enceguecedora: «El último enemigo, la muerte, será vencida». ¿No es el cumplimiento de esas palabras? Nosotros tenemos mentalidades de pigmeos al lado de este entendimiento gigantesco y por lo tanto simple. Y hemos osado considerarnos como inteligencias luminosas. Somos niños. Comienzo a comprender las palabras: «Es necesario que vosotros volváis a nacer». ¡Cómo son de verdaderas!

El lector imaginará nuestra estupefacción y perplejidad. He aquí un hombre que nos había acompañado y servido todos los días y que podía extender su cuerpo por tierra para proteger a un pueblo y continuar por otro lado un servicio impecable. Nos sentimos forzados a cortar las palabras: «El más grande de entre vosotros, es aquel que sirve a otros». A partir de ese instante, el temor de la muerte desapareció de todos nosotros.

Esas gentes tenían la costumbre de colocar un cuerpo en la jungla, delante de un pueblo, cuando estaba infestado de merodeadores de dos o cuatro patas. La aldea estaba entonces al abrigo de las depredaciones humanas y de animales, como si estuviera situada en un centro civilizado. Era evidente que el cuerpo de Jast había reposado allí durante un lapso considerable. Su cabellera había estado apoyada en la maleza y contenía nidos de una especie de pequeños pajarillos particulares de este país. Habían construido sus nidos, criado sus pequeños y estos ya volaban, de ahí la prueba del tiempo inmóvil durante el cual ese cuerpo había permanecido allí extendido e inmóvil. Ese género de pájaros son muy temerosos, el menor trastorno les hace abandonar sus nidos. Ello muestra el amor y la confianza del que habían dado muestras.

Los tigres devoradores de hombres, aterrorizan a las aldeas, hasta el punto que los habitantes rehúsan algunas veces defenderse y creen que su destino es ser devorados. Los tigres entran en el pueblo y eligen su víctima. Fue delante de uno de esos pueblos, en el corazón mismo de una espesa jungla, que vimos el cuerpo de otro hombre extendido con el fin de protegerlo. La aldea había sido asaltada por tigres y habían devorado cerca de doscientos habitantes. Nosotros vimos cómo uno de esos tigres caminaba con gran precaución por encima de los pies de la forma extendida en tierra. Dos de nosotros observamos esta forma durante cerca de tres meses. Cuando dejamos el pueblo, el cuerpo (la forma) estaba intacto en el mismo lugar y ningún mal había acaecido a los habitantes. El hombre se reunió posteriormente a nuestra expedición en el Tíbet.

Reinaba tal excitación en nuestro campamento que nadie, excepto Jast, cerró los ojos; este dormía como un niño. De vez en cuando, alguno de nosotros se levantaba para verlo dormir, después se acostaba de nuevo diciendo a su vecino: «Pellízcame para que vea si estoy verdaderamente despierto». A veces empleábamos también expresiones más enérgicas.

V

Nos levantamos con el sol y regresamos el mismo día al punto de partida, donde llegamos justo antes de la noche. Instalamos nuestro campamento junto a un enorme baniano. Al día siguiente por la mañana, Emilio nos dio los buenos días. A nuestra lluvia de preguntas, respondió: «Yo no me sorprendo de vuestros interrogantes, responderé lo mejor posible pero dejaré ciertas repuestas para el momento en que conozcáis mejor nuestros trabajos. Notad bien que empleo vuestro propio lenguaje para exponer el gran principio que sirve de base a nuestras creencias.

»Cuando cada uno conoce la Verdad y la interpreta correctamente, ¿no es evidente que todas las formas vienen de la misma fuente? ¿No estamos ligados indisolublemente a Dios, sustancia universal del pensamiento? ¿No formamos todos una gran familia? Cada niño, cada hombre ¿no forma parte de esta familia sea cual sea su casta o religión?

»Vosotros me preguntáis si se puede evitar la muerte. Responderé con las palabras de Siddha: “El cuerpo humano se construye partiendo de una célula individual como el cuerpo de las plantas y de los animales, que nosotros llamamos hermanos más jóvenes y menos evolucionados. La célula individual es la unidad microscópica del cuerpo. Por un proceso de crecimiento y de subdivisión, el ínfimo núcleo de una única célula acaba por volverse un ser humano completo, compuesto de incontables millones de células. Estas se especializan en diferentes funciones, pero conservan ciertas características esenciales de la célula original. Se puede considerar a esta última como la portadora de la antorcha de la vida animada. La célula transmite, de generación en generación, la llama latente de Dios, la vitalidad de toda criatura viviente, la línea de sus ancestros es ininterrumpida y se remonta al tiempo de la aparición de la vida sobre nuestro planeta.

»La célula original está dotada de una juventud eterna, pero ¿qué es de las células agrupadas en forma de cuerpo? La juventud eterna, llama latente de la vida es una de las características de la célula original. En el curso de sus múltiples divisiones, las células del cuerpo han retenido esta característica. Pero el cuerpo no funciona como guardián de la célula individual más que durante el corto espacio de vida, tal como vosotros lo concebís actualmente.

»Por revelación, nuestros más antiguos educadores han percibido la verdad sobre la unidad fundamental de las reacciones vitales en los reinos animal y vegetal. Es fácil imaginarios arengando a sus discípulos bajo el baniano diciéndoles más o menos esto: “Mirad este árbol gigantesco. En nuestro hermano el árbol y en nosotros los estadios del proceso vital son idénticos. Mirad las hojas y las yemas en las extremidades de los más viejos banianos ¿no son ellos jóvenes como el grano de donde este gigante se elevó hacia la vida?” Ya que sus reacciones vitales son las mismas, el hombre puede ciertamente beneficiarse de la experiencia de la planta. Lo mismo que las hojas y los brotes del baniano son también jóvenes como la célula original del árbol, así mismo los grupos de células que forman el cuerpo del hombre, no son llamados a morir por pérdida gradual de vitalidad. A la manera de óvulo o célula original, estas pueden seguir siendo jóvenes o marchitarse. En verdad, no hay razón para que el cuerpo no esté tan cargado de vitalidad como la semilla vital de donde ha salido. El baniano se extiende siempre simbolizando la vida eterna. No muere más que accidentalmente. No existe ninguna ley natural de decrepitud, ningún proceso de envejecimiento susceptible de alcanzar a la vitalidad de las células del baniano. Es lo mismo para la forma divina del hombre. No existe ninguna ley de muerte ni de decrepitud para ella, salvo accidente. No hay ningún proceso inevitable de envejecimiento de los grupos de células humanas susceptibles de paralizar al individuo. La muerte no es más, entonces, que un accidente evitable.

 

»La enfermedad es ante todo ausencia de salud (Santi, en indo): Santi es la dulce y gozosa paz del espíritu, reflejada en el cuerpo por el pensamiento. El hombre sufre generalmente la decrepitud senil, expresión que esconde su ignorancia de las causas, a saber: el estado patológico de su pensamiento y de su cuerpo. Una actitud mental apropiada permite así mismo evitar los accidentes. El Siddha dice: “Uno puede preservar el tono del cuerpo y adquirir las inmunidades naturales contra todas las enfermedades contagiosas, por ejemplo la peste, o la gripe. Los Siddhas pueden contagiarse de microbios sin caer enfermos”.

»Recordad que la juventud es el grano de amor plantado por Dios en la forma divina del hombre. En verdad, la juventud es la divinidad en el hombre, la vida espiritual, magnífica, la única viviente, amante, eterna. La vejez es antiespiritual, fea, mortal irreal. Los pensamientos de temor, de dolor, melancolía engendran la fealdad llamada vejez. Los pensamientos de alegría, de amor y de ideal engendran la belleza llamada juventud. La edad no es más que una concha que contiene el diamante de la verdad, la joya de la juventud.

»Ejercitaros para adquirir una conciencia de niño. Visualizad al Niño Divino en vosotros mismos. Antes de dormiros tomad conciencia de poseer en vosotros un cuerpo de alegría espiritual, siempre joven y bello. Pensad en vuestra inteligencia, vuestros ojos, nariz, boca, vuestra piel en el cuerpo del Niño Divino. Todo ello está en vosotros, espiritual, perfecto, y desde ahora, desde esta noche. Reafirmad lo anterior, y meditadlo antes de dormiros apaciblemente. Y por la mañana al levantaros, sugestionaros en voz alta diciéndoos: “Y bien, mi querido…, hay un divino alquimista en ti”.

»Una transmutación nocturna se produce por el poder de estas afirmaciones. El espíritu se expande desde adentro, satura el cuerpo espiritual, llena el templo. El alquimista interior ha provocado la caída de las células usadas y ha hecho aparecer el grano dorado de la epidermis nueva perpetuamente joven y fresca. En verdad la manifestación del amor divino es la eterna juventud. El divino alquimista está en mi templo, fabricando continuamente nuevas células, jóvenes y magníficas. El espíritu de juventud está en mi templo bajo la forma de mi cuerpo divino y todo va bien. ¡Oh Santi! ¡Santi! ¡Santi! (paz, paz, paz).

»Aprended la dulce sonrisa del niño. Una sonrisa del alma es una distensión espiritual. Una verdadera sonrisa posee una gran belleza. Es el trabajo artístico del inmortal Maestro interior. Es bueno afirmar: “Yo envío buenos pensamientos al mundo entero. Que él sea dichoso y bendito”. Antes de abordar el trabajo del día, afirmad que hay en vosotros una forma perfecta divina. “Soy ahora como yo lo deseo. Tengo cotidianamente la visión de mi ser magnífico, al punto de insuflar la expresión a mi cuerpo. Soy un Niño divino y Dios provee mis necesidades ahora y siempre”.

»Aprended a ser vibrantes. Afirmad que el amor infinito llena vuestro pensamiento, que su vida perfecta hace vibrar todo vuestro cuerpo. Haced que todo sea luminoso y espléndido alrededor de vosotros. Cultivad el espíritu de humor, gozad de los rayos del sol.

»Todas estas citas provienen de la enseñanza de los Siddhas. Su doctrina es la más antigua conocida. Data de millares de años antes de los tiempos prehistóricos. Antes incluso de que el hombre conociera las artes más simples de la civilización, los Siddhas iban de aquí para allí enseñando con la palabra y el ejemplo la mejor manera de vivir.

»Los gobiernos jerárquicos nacieron de esta enseñanza. Pero los jefes se alejaron bien rápido de la noción de que Dios se expresaba a través de ellos. Creyeron ser ellos mismos los autores de las obras. Perdiendo de vista el aspecto espiritual y olvidando que todo viene de una fuente única, Dios, se manifestaron bajo un aspecto personal y material. Las concepciones personales de estos jefes provocaron grandes cismas y una vasta diversidad de pensamiento. Tal es para nosotros el sentido de la Torre de Babel.

»A lo largo de las edades, los Siddhas han conservado la revelación del verdadero método por el cual Dios se expresa a través de todos los hombres, recordando que Dios es todo y se manifiesta en todo. Al no haberse desviado nunca de esta doctrina, han preservado los grandes fundamentos de la verdad».

VI

Como teníamos un considerable trabajo que terminar antes de atravesar los Himalayas, el pueblo de Asmah nos pareció el mejor cuartel general. El camarada que habíamos dejado en Potal para observar a Emilio se unió a nosotros. Nos contó que había hablado con él hasta casi las cuatro de la tarde del día en que este debía recibirnos en Asmah. Hacia esa hora Emilio dijo que tenía que ir a la cita, su cuerpo se volvió rápidamente inerte, pareciendo adormecido. Quedó en esta posición casi tres horas, después se volvió invisible progresivamente y desapareció. Fue a la hora de la tarde en que Emilio nos recibió en el alojamiento de Asmha.

La estación no estaba avanzada como para emprender el cruce de las gargantas de las montañas (me refiero a nosotros, nuestro pequeño grupo, que nos considerábamos como simples impedimentos). Aunque nuestros grandes amigos las hubieran podido franquear en mucho menos tiempo que nosotros, ninguno de ellos se quejaba. Es por eso que los llamo grandes, ya que verdaderamente lo son por su carácter. Hicimos muchas excursiones a partir de Asmah, tanto con Jast como con Neprow. En cada ocasión ellos nos dieron la prueba de sus notables cualidades. Una de esas excursiones tenía como fin un pueblo donde se encontraba un templo llamado Templo del Silencio, o Templo No construido por las Manos. Este pueblo contiene el templo y las casas de los sacerdotes y está situado sobre el antiguo emplazamiento de un pueblo casi enteramente asolado por las epidemias y las fieras.

Emilio, Jast y Neprow nos acompañaron y dijeron que visitando ese lugar, los Maestros no habían encontrado más que escasos supervivientes de los tres mil que hubo. Los cuidaron después de que fieras y epidemias desaparecieran. Algunos de los sobrevivientes hicieron el voto, si eran salvados, de volverse seguidores de Dios a la manera que Él eligiera. Los Maestros se fueron. Más tarde, a su regreso, encontraron edificado un templo y los sacerdotes ocupados en sus funciones.

Este templo es magnífico, y está situado en una altura donde se domina una vasta extensión del país. Está construido con piedras blancas y fue hecho hace seis mil años. Nunca necesita reparaciones. Si se hace saltar un fragmento de piedra, este se repara solo (nosotros lo pusimos en práctica).

Emilio dijo: «He aquí el Templo del Silencio, el Lugar de Poder. Silencio es sinónimo de poder, cuando nosotros alcanzamos el lugar de silencio en nuestros pensamientos, estamos en el lugar de poder donde todo no es más que una unidad, un solo poder: Dios. “Estad silenciosos y sabed que yo soy Dios”. Poder disperso igual a ruido. Poder concentrado igual a silencio. Cuando nos concentramos, cuando llevamos nuestras fuerzas a un centro de energía único, tomamos contacto con Dios en el silencio. Estamos unidos a él, entonces estamos unidos a todo poder. Tal es la herencia del hombre: “Mi padre y yo, somos Uno”.

»La única manera de unirse al poder de Dios es entrar en contacto consciente con Él. Ello no puede hacerse en el exterior, ya que Dios emana del interior. «El Señor está en su Santo Templo, que toda la tierra haga silencio ante él”.

»Alejémonos del exterior hacia el silencio interior. Sin ello no podremos esperar la unión consciente con Dios. Comprenderemos que su poder está a nuestra disposición y nos serviremos de él constantemente. Entonces sabremos que estamos unidos a su poder y comprenderemos a la humanidad. El hombre renunciará a las ilusiones de su amor propio, constatará su ignorancia y su pequeñez y estará pronto a instruirse. Se verá que no se puede enseñar nada a los orgullosos y que solo los humildes de espíritu pueden percibir la Verdad. Sus pies reposarán sobre la roca, no se trabará más y adquirirá el sentido del equilibrio y la decisión.

»En un primer momento, le puede ser difícil comprender que Dios es el único poder, la única sustancia, la única inteligencia. Pero a medida que el hombre capta la verdadera naturaleza de Dios y la exterioriza activamente, toma el hábito de servirse constantemente de ese poder, comiendo, corriendo, respirando y cumpliendo las grandes tareas de su vida.

»El hombre no ha aprendido a hacer las grandes obras de Dios, por no haber comprendido la inmensidad del poder de Dios y por no saber servirse de ese poder para las obras menores. Dios no escucha ni nuestro flujo de palabras, ni nuestros clamores ardientes repetidos en vano. Es necesario buscarle en el centro de nuestro Cristo interior, la conexión invisible que poseemos con él en nosotros mismos. Adorado en espíritu y en verdad, él escucha la llamada del alma sinceramente abierta a él. Quienquiera que tome contacto con el Padre en el secreto constatará su poder para la realización de todos sus deseos. Ya que el Padre recompensa públicamente a quien le busca en el secreto de su alma y le tenga allí. Muchas veces Jesús ha hecho alusión a este contacto individual con el Padre. Él lo mantenía perpetuamente y conscientemente en sí mismo. Hablaba al Padre como a un interlocutor presente. ¡Qué gran poder le ha dado esta realización interior secreta! Había reconocido que Dios no habla en el fuego, en la tempestad o en los temblores de la tierra, sino en lo más profundo de nuestras almas con una voz tranquila.

»Esta noción da equilibrio mental. Uno aprende a ir justamente hasta el fin de una idea. Las viejas ideas desaparecen, las nuevas se adaptan. Uno aprende el hábito de juntar todos los problemas delicados para meditarlos durante la hora de silencio. No los resolverá todos, puede ser, pero se familiarizará con ellos. No será necesario más, apurarse y luchar todo el día con el sentimiento de que el fin se escapa. No hay persona más extranjera al hombre, que él mismo. Si quiere conocer a este extranjero, que entre en su gabinete de trabajo y cierre la puerta. Se encontrará con su más peligroso enemigo y aprenderá a dominarlo. También encontrará a su verdadero Yo, su amigo más fiel, su más sabio maestro, su consejero más seguro... todavía el mismo. Es el altar donde brilla la llama eterna de Dios, la fuente de toda bondad, de toda fuerza, de todo poder. Sabrá que Dios reside en lo más profundo del silencio. Es allí también, en el fondo de sí, que reside el Santo de los Santos, donde todo deseo del hombre existe en el Pensamiento de Dios y se confunde entonces con un deseo de Dios. Uno siente y conoce la intimidad de las relaciones entre Dios y el hombre, entre el Padre y el Hijo, entre el espíritu y el cuerpo. Uno ve que la dualidad aparente existe nada más que en la conciencia humana, ya que en la realidad hay unidad.

»Dios llena los cielos y la tierra. Tal es la gran revelación que Jacob tuvo en el silencio. Este se había dormido sobre la piedra de la materialidad. En una resplandeciente iluminación divina, Jacob percibió que el exterior no es más que una imagen concebida interiormente. Se impresionó tanto que gritó: «El Señor (la ley) está ciertamente aquí (en la tierra y el cuerpo) y yo no lo sabía. He aquí la Casa de Dios y la puerta del cielo». A la manera de Jacob los hombres comprenderán que la puerta del cielo se abre a través de su propia conciencia.

»Antes de poder entrar al lugar secreto y silencioso del Muy Alto, es necesario que cada uno grave esta «escala de conciencia» (revelada a Jacob en la visión). Es necesario descubrir que estamos en el centro de toda criatura, unidos a todas las cosas visibles e invisibles, bañados en la Omnipresencia y salidos de ella. En su visión, Jacob vio la escala, uniendo el cielo y la tierra, con los ángeles de Dios que subían y que bajaban. Ellos son las ideas de Dios descendiendo del concepto a la forma y remontando enseguida al concepto. La misma revelación que tuvo Jesús cuando «los cielos le fueron abiertos» y le desvelaron la magnífica ley de expresión según la cual las ideas concebidas en el Pensamiento Divino salen para manifestarse en las formas. Esta ley le fue revelada con tal perfección, que él percibió también la posibilidad de transformar, de cambiar todas las formas, modificando los estados de conciencia a su gusto.

»Fue tentado primero a cambiar las piedras en pan para saciar su hambre personal. Pero al mismo tiempo que la revelación, recibió la interpretación exacta de la ley de manifestación. Las piedras, del mismo modo que todas las formas visibles, han salido de la sustancia del Pensamiento Universal, es decir de Dios. Son las verdaderas expresiones de su Pensamiento. Toda cosa deseada, pero aún desprovista de forma existe en esta Sustancia Universal, que está pronta para la creación, pronta a exteriorizarse para satisfacer todo deseo. La necesidad de pan sirve para demostrar que la materia constitutiva del pan está a mano y disponible en cantidades ilimitadas. Esta materia o esencia de todas las cosas puede transformarse en pan o en piedras. Cuando el hombre desea el bien, su deseo es aquel de Dios. La Sustancia Universal que nos rodea, contiene entonces una fuente inagotable de aquello que es necesario para satisfacer todo buen deseo. Es suficiente con aprender a servirnos de aquello que Dios ha creado, primero para nosotros. Él desea que nos sirvamos para escapar a las limitaciones y volvernos «abundantemente libres». Cuando Jesús dijo: «Yo soy la puerta», quiso decir que «yo soy» se expresa por un modo único en cuatro estados: el concepto, el pensamiento, la palabra y el acto. Este poder, esta sustancia, esta inteligencia, lo eterno no son moldeados por la conciencia. Es por esto por lo que el Maestro ha dicho: «Que se haga según vuestra fe». Y también, «todo es posible para aquel que cree».

 

»Al mismo tiempo Dios es en el alma, poder, sustancia e inteligencia. Paralelamente él es en el espíritu sabiduría, amor y verdad. Nosotros hemos visto que Dios toma forma por la conciencia. La conciencia es el hombre. Se baña en el pensamiento infinito de Dios. Deriva del concepto, de la creencia que existe en el pensamiento. Es la creencia en la separación con el espíritu que provoca la vejez y la muerte corporal. Sabed que el Espíritu es todo y que la forma sale continuamente del Espíritu. Comprenderéis entonces que aquello que ha nacido del espíritu es espíritu.

»La conciencia nos revela una segunda gran verdad: cada individuo siendo un concepto del Pensamiento Divino, es mantenido en este Pensamiento como una idea perfecta. Nada se concibe a sí mismo. Hemos sido todos perfectamente concebidos. Somos siempre criaturas perfectas en el pensamiento perfecto de Dios. Cuando esta idea se apodera de nuestra conciencia, tomamos contacto con el Pensamiento divino y podemos concebir nosotros mismos aquello que Dios ya ha concebido para nosotros. Esto es lo que Jesús llamaba el nuevo nacimiento. Tal es el gran don que nos ofrece el Silencio. Nuestro contacto con el Pensamiento de Dios nos permite pensar y conocernos tal y como somos en realidad. El hombre contacta con el Pensamiento de Dios por la verdadera meditación y forma entonces una expresión verdadera. Actualmente, por nuestras falsas creencias, nos hemos formado una expresión errónea. Pero aunque sea la forma perfecta o imperfecta, el Ser de la forma es siempre el poder, la sustancia y la inteligencia perfecta de Dios. No se trata de cambiar el Ser de la forma, sino la forma dada al Ser. Para ello es necesario renovar nuestro pensamiento, transformar el concepto imperfecto en concepto perfecto, cambiar el pensamiento del hombre en pensamiento de Dios. Hay entonces un mayor interés en encontrar a Dios, en tomar contacto con él, en unirse a él y exteriorizarlo en la expresión.

»El silencio no es menos importante. Es necesario forzar a la imaginación personal a callar, para permitir al Pensamiento de Dios, iluminar la conciencia en todo su esplendor. Entonces uno comprende como el sol de la justicia (de buen uso) se alza, trayendo la curación en sus alas. El Pensamiento de Dios inunda la conciencia, como el sol penetra en un cuarto oscuro. El Pensamiento Universal penetra en el individual como el aire puro en un local cerrado. Se produce entre el mayor y el menor, una mezcla gracias a la cual el menor no se hace más que uno con el mayor. La impureza proviene de la separación del menor con el mayor. La pureza resulta de su unión. No hay más que un solo aire puro, bueno y sano. Es la unidad con Dios y la unión con todas las cosas con él. La separación ha causado pecado, la enfermedad, náusea y muerte. La unión es la causa de la salud.

»El descenso de los ángeles sobre la escala de la conciencia es la ruptura de la unidad. Su subida es la reconstitución. El descanso es bueno, ya que la unidad puede expresarse por la diversidad sin que haya concepto de separación. Uno se equivoca cuando del exterior, desde el punto de vista personal, mira la diversidad y la toma por una separación. Cada alma tiene por tarea personal, elevar su punto de vista a tal altura de la conciencia, que esta se funda con el todo. Todos pueden reencontrarse en un mismo acuerdo y en un mismo lugar. Es el sitio de la conciencia donde comprendemos que todas las criaturas visibles e invisibles tienen su origen en Dios. Entonces estamos en la Montaña de la Transfiguración. Al principio, vemos a Jesús y con él a Moisés y a Elías, o en otros términos, el Cristo (el poder humano de conocer a Dios), la Ley y la Profecía.

»Nosotros soñamos en construir tres templos. Pero el significado profundo de la visión aparece. Nos es dado constatar la inmortalidad del hombre. Comprendemos que su identidad no se pierde jamás y que el Hombre-Dios es inmortal y eterno. Entonces Moisés (la Ley) y Elías (la Profecía) desaparecen y queda el Cristo de pie solo y supremo. Comprendemos que hay que construir un solo templo, en su interior, aquel del Dios viviente. Entonces el Espíritu Santo ocupa la conciencia, y las ilusiones sensuales del pecado, de la enfermedad y de la muerte cesan de existir. Este es el gran fin del Silencio.

»Este templo de cual vosotros podéis romper un fragmento y ver la rotura repararse sola al instante, simboliza nuestro cuerpo del cual Jesús ha hablado, el templo no construido por la mano del hombre, eterno en los cielos, aquel que debemos exteriorizar aquí, sobre la tierra».