Fisioterapia para niños/niñas, una propuesta desde el Sur

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Actividad física en la práctica académica de campo (PAC)

A partir del 2014, aproximadamente, los profesores de educación física desaparecieron de la formación preescolar y de la formación primaria en las instituciones educativas distritales en Bogotá, por lo que la “estimulación motora” pasó a ser responsabilidad compartida entre los profesores de otras asignaturas, quienes asumieron la tarea, en la mayoría de los casos sin mucha preparación. Previo a ello, la World Confederation for Physical Therapist (WCPT) hizo un pronunciamiento en el que manifestó que el fisioterapeuta es un experto en ejercicio en el ciclo vital (WCPT, 2011). Estas realidades, entre otras, han contribuido a posicionar al fisioterapeuta desde su objeto de estudio en el escenario escolar, donde puede contribuir por medio de la AF, como expresión de movimiento corporal, al fomento del aprendizaje desde diversos aspectos, que previamente se han presentado.

No obstante, por lo expuesto en el apartado anterior, es necesario abordar el concepto de AF que desde la PAC se ha acogido, para comprender, por un lado, por qué es asumida como medio (y no como fin), como una manifestación de movimiento corporal y, por el otro, por qué se le concibe desde una perspectiva sociocultural, que si bien no excluye la perspectiva fisiológica, involucra otros elementos que favorecen su ubicación en un contexto como el de la institución educativa, un escenario de desarrollo social en el que transcurre una parte importante de la vida de los escolares.

En el 2004 se formula el enfoque promocional de calidad de vida y salud, en el cual se presenta a la AF como un satisfactor de necesidades en términos de “subsistencia, protección, afecto, creación, participación, ocio, identidad y libertad” (Prieto, Naranjo y García, 2005, p. 47), tanto individuales en el desarrollo de la autonomía, como colectivas en la construcción de equidad.

Según Elizalde, Martí y Martínez (2006), las necesidades son inherentes a la naturaleza del ser humano, por lo que no se pueden quitar sin afectar su misma esencia; se proponen como motor de desarrollo no como el desarrollo en sí. Los satisfactores, por su parte, son las respuestas particulares que cada cultura da a sus necesidades fundamentales, como manifestación inmaterial de la necesidad, construyendo un puente entre ella y la manifestación de satisfacción (Elizalde et al., 2006).

De acuerdo con la manera como se relacionan los satisfactores con las necesidades, estos pueden ser de varios tipos y se exponen en la figura 5 (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986). A partir de ello, la AF se podría considerar como un “satisfactor sinérgico”, porque al momento de satisfacer una necesidad específica como la protección, en la que ha demostrado su capacidad para reducir el efecto de factores de riesgo como el sedentarismo, la obesidad y la prevalencia de enfermedades cardiometabólicas, contribuye a la satisfacción de otras necesidades como el entendimiento, el ocio y la participación.

Figura 5. Satisfactores


Fuente: elaboración propia con base en datos de Max-Neef et al. (1986).

El entendimiento manifestado en todas las acciones que requieran procesos de negociación, como aquellos asociados con el seguimiento de normas o reglas, la toma de decisiones frente a su práctica y los tiempos e intensidades involucrados en ella, entre otros. Cuando se practica de manera libre, por gusto propio y como parte de las acciones desarrollada en tiempo libre, la AF es un satisfactor de necesidades de ocio y libertad, y, en la medida en que favorece procesos de autogestión tanto personal como comunitaria (por ejemplo, en la consecución de espacios, la convocatoria a los sujetos y comunidades, y la gestión y participación en programas, entre otros), contribuye a la satisfacción de necesidades de participación.

Sumado a lo anterior, los procesos de socialización que involucra la realización de la AF con pares o grupos también brindan respuesta a necesidades de desarrollo de identidad, asociados con la interacción que se promueve por medio de ella y a la generación de redes, en las cuales se tejen lazos de amistad y de afecto entre sujetos y grupos.

Con base en lo planteado, el programa académico de campo de fisioterapia en el sector educativo (PAC FSE) entiende la AF como un satisfactor de necesidades expresadas en diversos contextos y particularmente para el escenario escolar, como aquellas relacionadas con la protección, el afecto, la participación, el ocio, el desarrollo identitario y la libertad.

Por lo anterior, la AF se constituye en un medio para favorecer las experiencias que le brindan al sujeto gracias al movimiento, como es la oportunidad de desarrollarse y cuya práctica puede darse desde la espontaneidad de una actividad que le genere gasto de energía por encima de la tasa metabólica basal (actividad desde la perspectiva fisiológica), involucrando, a su vez, aspectos emocionales asociados con motivación, gusto, interés y disfrute; también puede estar en el marco de unos criterios de intensidad, duración, frecuencia (ejercicio), en tanto producen percepciones y construcciones no solo asociadas con respuestas fisiológicas, sino también al reconocimiento de las propias capacidades, al planteamiento y superación de retos y a la emoción vinculada con la satisfacción ante el logro; de igual manera, permite el ajuste del sujeto a criterios normativos y cumplimiento de reglas (deporte) que no solo favorecen la adquisición de habilidades en términos de técnica y táctica, a las cuales el movimiento corporal y su expresión se adaptan, sino también el fortalecimiento de habilidades cognitivas para el reconocimiento de límites, la autorregulación y la toma de decisiones, entre otras.

Es por esto que la AF se considera como la categoría central contenedora de la actividad propiamente dicha, el ejercicio y el deporte, y que de acuerdo con el contexto, necesidades e intencionalidades se ajusta y va tomando las manifestaciones y formas en que se ha clasificado (actividad, ejercicio o deporte).

Desde esta mirada, la AF “funciona como una vía para el aprendizaje de costumbres y creencias morales que permite desarrollar características de identidad del individuo y valores sociales deseables” (Ocampo-Plazas y Ariza-Vargas, 2016, p. 136). Se constituye en una manifestación de comportamiento humano, en tanto está mediada por intencionalidad y conciencia de los sujetos (Ocampo-Plazas et al., 2012), en la que se involucran contenidos simbólicos individuales y colectivos que se van construyendo, reconstruyendo o deconstruyendo a partir de la interacción social.

Cuando un sujeto practica AF, vivencia una experiencia cinestésica en la cual percibe su propio cuerpo en términos de posiciones, esfuerzo físico, duración de la actividad y todo lo que dicha experiencia le “produce”, como también reconoce sus propias habilidades, emociones, intereses y motivaciones, alimentando su esquema corporal, por lo que su práctica va a favorecer los procesos de aprendizaje en las formas y dimensiones que ya han sido abordadas.

Con base en lo anterior, la AF tendrá una dimensión de mayor o menor necesidad, según la lectura que se dé en el contexto y, por tanto, es susceptible de modificación solo al analizar las condiciones propias del entorno y las representaciones que se tengan de la misma de acuerdo con la cultura y los contextos sociales.

Según esto, la AF se constituye fundamentalmente en una experiencia personal y una práctica sociocultural, enfatizándose el potencial beneficio de su desarrollo en el bienestar de los sujetos y los colectivos. Por ello, no se puede pensar en la AF como un elemento aislado de la cultura o del contexto social del individuo, dadas sus características subjetivas, ya que es el resultado de procesos sociales de los grupos en sus interacciones y construcciones cotidianas, convirtiéndose en un elemento cultural que se hereda, se transmite y se transforma, hasta llegar al punto de poder hablar de costumbres y hábitos que se van a evidenciar en todos los escenarios de desempeño cotidiano de los sujetos.

De conformidad con lo expuesto, realizar AF puede ser vista como una expresión de movimiento corporal, en tanto le permite al individuo explorar sus propias capacidades, sus barreras, limitaciones y también sus alcances, promueve la generación de redes intersubjetivas, es una fuente de expresión en la que quien la práctica experimenta la libertad de expresarse con su cuerpo frente a los desafíos que el entorno le genera.

Conclusiones

De lo expuesto anteriormente, en este apartado procuraré resaltar aquellos elementos que considero clave para argumentar sobre los que fundamentan el papel del fisioterapeuta en el escenario escolar desde la PAC FSE:

1.La función cognitiva no es una categoría ajena al fisioterapeuta, en tanto el movimiento corporal la favorece y se alimenta de ella, por lo cual profundizar en su comprensión como categoría brinda herramientas que no solo favorecen el aprendizaje desde el punto de vista motor, sino que alimentan la posibilidad del sujeto para aprender desde lo social, lo cultural y lo cognitivo a partir de la experiencia dada por el movimiento corporal.

2.La cinestesia, como experiencia de movimiento, ofrece toda una serie de vivencias, las cuales, a partir de la percepción, brindan significados subjetivos, alimentan y a la vez reciben retroalimentación para la construcción de nuevos aprendizajes y de esquemas motores vistos desde una perspectiva fenomenológica.

 

3.El movimiento corporal humano aparece como el facilitador de los procesos de aprendizaje del sujeto, brindándole la posibilidad de construir sus propias representaciones y significados a partir de la experiencia y la vivencia dadas por ese movimiento.

4.La AF, como un satisfactor de necesidades, puede posicionar el ejercicio profesional del fisioterapeuta (sin ser el único), en el escenario escolar, como un medio por el cual se favorece la exploración del entorno, los aprendizajes individuales, la interacción subjetiva y la socialización, entre otros aspectos que redundan en beneficios del escolar en desarrollo.

5.La AF puede entenderse como un medio de expresión del movimiento corporal y ella misma contiene los conceptos de actividad propiamente dicha: ejercicio y deporte.

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Capítulo 3
Manejo fisioterapéutico de la quemadura durante la infancia
Nilia Matilde Perdomo Oliver
Introducción

Apesar de existir en la actualidad avances tecnológicos, políticas de salud pública, desarrollos en promoción y prevención, y derechos fundamentales de los niños/niñas, las quemaduras en los infantes siguen presentándose en Colombia. Por los desarrollos en el manejo de la quemadura por personal entrenado, la terapia con antibióticos y la capacidad de las instituciones para controlar las infecciones, han aumentado las tasas de sobrevida en el paciente quemado; sin embargo, los infantes, al sufrir una quemadura, se exponen a la desfiguración o discapacidad, debido a que el proceso no termina cuando la herida cicatriza, sino con la finalización del crecimiento.

Este capítulo se centrará en los aspectos relevantes del desempeño del fisioterapeuta en una unidad de quemados con infantes que no requieren de soporte respiratorio. Por lo anterior, abordará la epidemiología, factores de riesgo, definición de la quemadura, anatomía y funciones de la piel, evaluación de la quemadura, criterios de hospitalización, el infante y la hospitalización y, por último, el tratamiento fisioterapéutico en las fases temprana o aguda, intermedia o de recuperación y crónica o de reinserción. Por tratarse de infantes en periodo de crecimiento, el tratamiento fisioterapéutico va encaminado a mantener la funcionalidad, disminuir el impacto de las secuelas durante el periodo de crecimiento y lograr reintegración con éxito a la vida familiar, social y escolar. Dichos aspectos sientan las bases para hacer una intervención fisioterapéutica apropiada en el paciente que no presentan quemaduras graves.

Precisiones conceptuales

Se considera importante tener las precisiones conceptuales de los términos infante y gran quemado, debido a que el presente capítulo asume el rango de edad contemplado en dicho término y no aborda el manejo respiratorio, que sería prioritario en el gran quemado.

La definición de infante se toma de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), y la de quemado grave, de la Asociación Americana de Quemaduras (ABA). La primera menciona que no existe un rango de edad universalmente acordado para lo que constituye infancia: un concepto que varía considerablemente en las culturas, se centra en las lesiones que ocurren en niños/niñas “menores de 18 años” (General Assembly of the United Nations, 1989; Peden et al., 2008).

Por otra parte, la ABA define como quemado grave al niño con más de un 20 % de la superficie corporal total (SCT) afectada por una quemadura de segundo grado (AB) o más de un 10 % de la SCT con una quemadura de tercer grado (B) (Miller et al., 2006).

Epidemiología de la quemadura

La OMS define la quemadura como: “[…] una lesión a la piel u otro tejido orgánico causada principalmente por el calor o la radiación, la radioactividad, la electricidad, la fricción o el contacto con productos químicos” (2018, párr. 5); frente a lo cual agregaría que produce cambios locales en la piel y tejidos vecinos, y trastornos sistémicos de gravedad variable.

La OMS, en su página web, manifiesta que las quemaduras constituyen un problema de salud pública a nivel mundial y provocan alrededor de 180 000 muertes al año, de las cuales la mayoría se produce en los países de ingreso bajo y mediano y, casi dos tercios, en las regiones de África y de Asia Sudoriental. Además, se cuentan entre las principales causas de pérdida de años de vida ajustados en función de la discapacidad, en los países anteriormente mencionados. Las quemaduras no fatales son una de las principales causas de morbilidad, sus consecuencias pueden ser: hospitalización prolongada, desfiguración y discapacidad, lo que suele generar estigmatización y rechazo (OMS, 2018).

En 2004, casi once millones de personas de todo el mundo sufrieron quemaduras lo suficientemente graves para requerir atención médica. Cuatro años después, en el 2008, se produjeron en Estados Unidos más de 410 000 lesiones por quemaduras, de las cuales 40 000 requirieron hospitalización.

Aunque es necesario ampliar los datos estadísticos, puede decirse que aproximadamente el 1 % de la población sufre anualmente algún tipo de quemadura (Ramírez, Ramírez, González, Ramírez y Vélez, 2010). Se ha reportado que el 17 % de los niños/niñas con quemaduras sufre una discapacidad temporal, y el 18 %, una discapacidad permanente.

Un estudio observacional realizado durante diez años (2000-2009) menciona que más de 1197 niños/niñas con quemaduras murieron, lo que representa el 22.1 % de todas las muertes relacionadas con quemaduras. En 2016, la OMS afirmó que 260 niños/niñas murieron por quemaduras diariamente, lo que convierte a este tipo de lesiones en la tercera causa de muerte accidental en el mundo (Aldana y Navarrete, 2015).

En población pediátrica se ha reportado que la mayoría de las quemaduras ocurren en pacientes de un año de edad (21.6 %), de género masculino (59 %), sin seguridad social (52.2 %), cuya principal etiología fueron los alimentos calientes (44.2 %), predomina el primer grado de quemadura en un 78.1 %, con gravedad moderada (71.5 %) (Cardona et al., 2007). También, cabe resaltar que las lesiones en miembro superior son mayores (52 %), solo el 19.4 % de los niños/niñas recibieron fisioterapia y el 3.07 % presentaron retracción del tejido blando, además, se considera que el 41.6 % de las quemaduras son ocasionadas por maltrato infantil por parte de los padres (Domínguez, Herazo, Hernández y Puello, 2015). Por último, entre el 70 % y el 80 % de las quemaduras ocurren en el hogar.

Aunque estos datos revelan el problema de salud relacionado con las quemaduras, los avances médicos han reducido significativamente el número de defunciones por quemaduras y han mejorado el pronóstico y las capacidades funcionales de los supervivientes. La tasa de supervivencia ha aumentado gracias a los avances en las técnicas de reanimación, a las técnicas médicas y quirúrgicas, como también han evolucionado los procesos de rehabilitación y capacitación a fisioterapeutas.

Las quemaduras en la infancia, en su gran mayoría, son el resultado de un problema socioeconómico y cultural. Esto se ve reflejado en situaciones tales como las siguientes: hervir el agua para el baño del niño/niña y poner la olla caliente en el suelo; contar con un espacio reducido, de tal forma que el lugar en el que el niño/niña juega es el mismo donde se cocina; servir bebidas muy calientes, instalar la estufa en mesas inestables, colocar las ollas en los fogones delanteros de la estufa, permitir a los infantes manipular fuegos artificiales y los casos de los infantes que, por la ocupación de sus padres, deben cuidar a niños/niñas más pequeños y están encargados de su alimentación.

 

Además, se suma a lo anterior la falta de prevención por parte de los adultos, quienes permiten los juegos con gasolina o fósforos, la manipulación de gases inflamables o esta la realizan junto a niños/niñas menores. Lo anterior se puede resumir en la ausencia de una supervisión apropiada de los adultos, que no toman las medidas mínimas para prevenir que elementos como el calor o los inflamables no se deben manipular ni estar al alcance de los infantes en el hogar.

La mayoría de lesiones por quemadura en los infantes son prevenibles, por lo tanto, al leer el presente capítulo se invita al lector a ser un agente activo en la prevención de quemaduras, en especial con los infantes.