Za darmo

El Campesino Puertorriqueño

Tekst
iOSAndroidWindows Phone
Gdzie wysłać link do aplikacji?
Nie zamykaj tego okna, dopóki nie wprowadzisz kodu na urządzeniu mobilnym
Ponów próbęLink został wysłany

Na prośbę właściciela praw autorskich ta książka nie jest dostępna do pobrania jako plik.

Można ją jednak przeczytać w naszych aplikacjach mobilnych (nawet bez połączenia z internetem) oraz online w witrynie LitRes.

Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

No obstante, otras veces acierta el inculto poeta. Hemos oido algunos villancicos, llamados aguinaldos, bastante bellos é ingeniosos. Entre sus cantares los hay capaces de despertar la emoción estética. Casi siempre el motivo de ellos es el amor y los sentimientos que de esta pasión dependen; pero no desdeña su inspiración otros asuntos. Sus coplas recuerdan la rica poesía popular española, y es fácil de hallar en ellas su filiación andaluza las más de las veces, sin que falten cantares de otras provincias de la Metrópoli, tan pródiga en hermosos villancicos, alegres seguidillas, picarescas coplas, etc.

Para dar una ligera idea de nuestra poesía popular, reproducimos á continuación algunos cantares, sugetándonos á la ortografía propia del jíbaro8.

 
"Puse en tu puelta un letrero
Y el letrero dise así:
– Pasajero, pasajero,
Cuando pasej por aquí,
Si no quierej sel cautibo
Pasa sin miral siquiera;
Yo miré una vej, y bibo
Ejclabo jajta que muera."
 

Galano requiebro que por su concepto es digno de la dama de más delicado gusto.

Bien expresan los siguientes cantares la intensidad del sentimiento amoroso:

 
"Nunca me digaj adioj
Cuando pol la caye baj,
Que parese que me disej
Adioj para nunca maj."
 
 
"Si doblasen laj campanaj,
No preguntej quién murió:
Ausente de tí, mi bia,
¿Quién puée sel si no yó?"
 

La pertinacia del amor verdadero se pinta en el siguiente cantar, no ménos naturalmente que los afectos expresados en las cuartetas anteriores:

 
"Buscando boy pol la Ijla
Quien quiera haselme un fabol:
Ajrancal de mi memoria
El recueldo de tu amol."
 

Bella cuarteta es esta en la que el poeta utiliza la perífrasis, para advertir á una novia cuyo galán no parece serle muy fiel:

 
"Quítate de esa bentana,
No le baya á jasel daño
Á la flor de tu ilusión
El biento del desengaño."
 

Lo exclusivo del afecto amoroso y el desprecio de la vida, de que suelen hacer gala los enamorados infelices, unas veces de veras, otras pro fórmula, palpitan en estos cantares:

 
"Ayá bá mi corasón,
Abrele con esa yabe,
Y veraj si dentro del
Sólo tu recueldo cabe."
 
 
"Dejde que pagaj mi amol
Con el odio y el dejden,
Boy bujcando una dolama
Que me mate de una vej."
 
 
"Si me quieres dimeló
Y si no dame beneno,
Que no es el primer amol
Que le dá muelte á su dueño."
 

También sabe expresar en sus cantares cierto pesimismo irónico, del que hay frecuentes casos en la poesía popular española: véanse estos dos ejemplos:

 
"Si quierej ejtal contento
Manda compral, buen amigo,
Un quintal de indiferiensia
Y dos arrobaj de olbido."
 
 
"El honol es un tesoro
Del que lo sabe gualdal,
Lo he bijto cambial pol oro
Ejto no se ha de admiral."
 

Epígramas hay, como el siguiente, que velando de un modo conveniente la idea, hieren sin embargo donde se propuso el autor:

 
"Disen que tienej un nobio;
Disen que le quieres bien;
Disen que disen que yoraj,
Pero no disen pol qué."
 

Otros son más transparentes y desenfadados, como de ellos es ejemplo el que sigue:

 
"Esoj seloj de tu amante
Me dan ganaj de reil.
¡Pobresito del que pasa
Por onde han pasao mil!"
 

Manifestación, algo fanfarrona, del sentimiento patrio, avivado con motivo de las invasiones inglesas, de que nos habla nuestra historia provincial, es el cantar que dice así:

 
"¿De qué le bale al ingléj
El ponel tantaj trincheraj,
Si sabe que Puerto Rico
Tiene lanchas cañoneraj?"
 

Basta con lo expuesto para dejar demostrado que, á pesar de ser pobre el desarrollo intelectual del jíbaro, este infeliz anémico mantiene vivo, allá en su alma, el culto de la poesía, y puede y sabe sentir la belleza y producirla á veces.

Para terminar, y por tratarse de otra forma de expresión poética, diremos que los cuentos de los jíbaros adolecen de exceso de fantasmagoría y no se encuentra en ellos cosa que llame la atención. Duendes, pájaros de mal agüero, varitas de virtud, transformaciones milagrosas, tránsitos repentinos, sin que intervengan el esfuerzo propio, de la miseria á la riqueza; nada, en una palabra, en los que conocemos al ménos, que por este concepto revelen valor intelectual.

Digamos algo, aunque brevemente, acerca de los instrumentos musicales campestres: la maraca, especie de sonaja de orígen indio, que por su nombre y por el ruido que produce, podría compararse con la matraca, tosco y primitivo representante del instrumental de casi todos los pueblos no civilizados; el güiro, desapacible instrumento para oidos no acostumbrados al guachapeo seco que ocasiona el raspear sobre su lineada superficie; y algunas derivaciones de la guitarra y de la bandurria, es cuanto en el particular se ofrece á nuestra consideración. Son estas derivaciones: el tiple, guitarrillo de cinco cuerdas, que ofrece la inexplicable particularidad de tener la prima y la quinta iguales, lo que dá lugar á una combinación anómala de sonidos; el cuatro, que tiene cinco cuerdas dobles, colocadas de dos en dos, se templa como la bandurria y se toca como esta; la bordonúa lleva seis cuerdas, y la vihuela hasta diez, pues en esto entra por mucho el capricho del constructor. Ninguno de estos instrumentos obedece en su construcción á una idea artística racional; el poco valor material de ellos hace que sólo los construyan los mismos jíbaros, quienes la mayor parte de las veces se valen de útiles poco apropiados. Sería interesante señalar el proceso de desviación que en esta provincia han seguido los citados instrumentos nacionales de cuerda; en ellos subsiste la idea que preside á la construcción de guitarras y bandurrias; pero la carencia de utensilios para fabricarlos iguales á los modelos que de la Metrópoli trajeron los españoles, ha debido influir en la imperfección de aquellos.

Imperfectos y todo se pueden ejecutar en ellos tocatas agradables. Manos hábiles saben arrancar á tan toscos instrumentos musicales airosas melodías, sin embargo de que debe de ofrecer serias dificultades, cuando ménos, el producir con ellos modulaciones. Hay tocadores que con una maestría sorprendente, hacen verdaderos alardes, produciendo, sobre todo con el cuatro, inesperadas melodías.

Acompañándose con estos rudos instrumentos, canta el jíbaro sus languidísimas coplas eróticas, ó sus animados villancicos durante la época de aguinaldos.

Orquesta tan menguada basta al jíbaro para sus bailes, de los cuales, algunos es lástima que vayan cayendo en desuso. El seis, así llamado acaso en recuerdo de los seises que bailaban delante de los altares, según un rito cristiano ya olvidado, es un baile de figuras, de cierto donaire, que es sensible vaya perdiendo sus reminiscencias de la antigua danza, de figuras como la española, hoy sustituida por el merengue sensual, al que también se ajusta el seis. El sonduro, las cadenas, caballos, puntillanto, fandanguillo, y tal vez algunas otras variedades que nos son desconocidas, van quedando relegadas al más injustificado olvido.

El baile llamado caballo, exije que los bailadores den vueltas vertiginosas de vals; en el sonduro el zapateo ha de ser fuerte, tanto, que á veces los bailadores solían poner chapas de hierro al calzado para hacer más ruido; las cadenas son un baile de combinaciones muy bonitas y de música linda, que se asocia al canto; el puntillanto es una especie de zorcico zapateado, de una música agradable en sumo grado: parece una combinación de los compases ternario y cuaternario, de un efecto bellísimo. También es danza de figuras que apénas se conoce ya en algunos barrios del interior.

La danza moderna tiende á anular todos estos bailes; en sociedad se anularon los de figuras; y en los campos va sucediendo lo mismo con perjuicio de los caractéres propios del baile; porque en último término éste, aparte de ser un ejercicio plausible, tiene su aspecto espiritual. Ha servido para expresar por medio de la música los sentimientos más elevados: el religioso, el del amor, el guerrero; hoy sólo expresa la pasión amorosa, pero representada por medio de la moderna danza, resulta algo brutal. En la danza de figuras la pantomima desarrollaba el proceso amoroso más lógicamente; las parejas colocadas unas frente á otras, se saludaban, paseaban, se daban las manos, y por último, después de varias figuras, llegaba el baile íntimo, por vueltas de vals. En el merengue todo preliminar está casi abolido; el caballero invita á la dama y en seguida se establece la intimidad de un abrazo, que por cierto dura largo tiempo, sin que apénas esfuerzo físico distraiga la atención; porque para bailar la danza no es preciso ejecutar movimientos que, cansando el cuerpo, aparten del baile toda voluptuosidad posible, sobre todo hallándose la pareja solicitada por una música de languidez dulce y predisponente.

 

No queremos decir que esto ocurra siempre que se baile la moderna danza; pero no puede desconocerse el peligro de la posibilidad. Es posible bailar inocente y correctamente el merengue, pero en este baile se reunen una porción de circunstancias, contra las cuales es bueno estar prevenido; si al baile hay que concederle título de utilidad, es á condición de que en vez de enervar produzca sano placer. Báilese la danza en hora buena, pero no tan exclusivamente que ella anule á otras danzas más bellas y espirituales.

El baile, considerado como arte recreativo, tiene entre los jíbaros escasa representación: entre los niños, la gallina ciega, la peonza, el hoyuelo, los volantines y otros juegos propios de la infancia. Entre los adultos las bochas, bolos, algo en desuso. Sensible es que no exista ningún juego que ejercite el sistema muscular del campesino; el juego de pelota, que por ser nacional y haberse usado también entre los indios, debía existir, nadie lo juega; en cambio los gallos y los juegos de azar, de los que trataremos oportunamente, dominan al jíbaro.

Los juegos de carnaval conservan aun en nuestro pueblo el carácter que tenían en España en el siglo XVII. Enharinamientos, pintarrajeos, mojaduras, lanzar cascarones de huevos, á guisa de proyectiles, sobre los transeúntes, es lo que constituye nuestra diversión en Carnestolendas; manera de divertimiento enojosa y poco culta por cierto.

Como ha podido apreciarse por esta breve reseña, existen algunas buenas disposiciones naturales, sobre todo en el jíbaro descendiente de la raza blanca, de cerebro bastante bien organizado, para que, desarrolladas dichas aptitudes, mejoren las condiciones intelectuales del grupo rural; como hasta ahora nada se ha hecho para procurarlo, lo mismo el campesino de filiación caucásica que el de orígen africano ó mixto, vegetan más que viven en cuanto se refiere á la vida de la inteligencia; la fuerza intelectual sólo existe latente. Nuestro campesino es capaz de ser educado por medio del estudio, pues tiene disposiciones muy favorables para ello; pero estas facultades permanecen estériles por falta de instrucción y no por incapacidad para la educación. Á cada paso podemos comprobarlo en niños nacidos en los más humildes bohíos, que han alcanzado un desarrollo intelectual sobresaliente, cuando se les ha llevado oportunamente á la escuela.

CAUSAS DE SU ESTADO INTELECTUAL

La investigación histórica nos enseña que las generaciones que precedieron á la nuestra muy poco pudieron legar de cuanto la vida del espíritu necesita para su desarrollo; circunstancia que explica el retraso general de Puerto Rico, y que á su vez constituye una causa eficiente del escasísimo progreso que hallamos en el grupo rural.

Sabido es que nuestra Isla, corno toda la América, debe su vida moderna á la conquista. Por una parte hombres de armas y por otra aventureros echaron los cimientos de esta sociedad. Ni los unos ni los otros se preocuparon del porvenir intelectual del país, ni era la ocasión de que tales ideas surgieran; los hombres de letras no coexisten de ordinario con los conquistadores, y no eran los guerreros de aquella época personas tan ilustradas que se cuidasen de algo más que de domar la fiereza de los indios, que luchaban como podían para rechazar la invasión extranjera. La anécdota de Pizarro y el Inca Atahualpa, si no dá la medida exacta de la instrucción de todos los conquistadores, nos pone en autos de que no precisaba saber leer para dominar un vasto imperio. Es verdad que las comunidades religiosas enviaron á estas tierras personas ilustradas, y que trajeron la nota humanitaria y un principio civilizador distinto del generalmente adoptado; pero por lo común, creencias muy estrechas y el exclusivismo de la época determinaban en el espíritu de los misioneros la idea única de convertir á la fé católica los salvajes.

El incremento de esta sociedad se hubo de resentir de tales circunstancias de orígen, y también de la poca importancia que Puerto Rico tenía con relación á otras colonias, pues es claro que esta isla si no acogía en su seno lo peor, indudablemente tampoco recibía lo más florido de la emigración española; y aunque los tiempos no eran á propósito para que la Metrópoli nos enviase grandes luces, pues ella misma no poseía un gran caudal de cultura, – entre otras causas porque el pensamiento estaba esclavizado por la intransigencia, – es muy probable que las personas que huían de la Península, porque su desarrollo intelectual era incompatible con la época, al emigrar buscaran, para establecerse, los mejores territorios de los países descubiertos. Por lo demás, como dice G. G. Courcelle-Seguin, "la libertad de pensar, proscrita en España, no podía hallar refugio en las colonias españolas… El letargo de las inteligencias pesaba necesariamente sobre la industria, alimentaba las preocupaciones hostiles al trabajo y hacía imposible todo progreso económico."

Los colonizadores de los primeros tiempos, guerreros, catequistas y aventureros, no trajeron, pues, á esta colonia los elementos de una civilización tan completa que hiciese injustificado nuestro atraso. Ocupó su ánimo la idea de dominar y convertir á los indios primero, y luego, cuando las exploraciones del suelo descubrieron su riqueza en metales preciosos, la explotación de las minas; las ciencias y las artes estaban fuera de su lugar. La misma agricultura permanecía olvidada. ¿Quién siembra cuando la tierra produce directamente el precioso metal? Más tarde, estando las minas ya flacas, la tierra, aun vírgen, daba de sí, sin necesidad de arañarla siquiera, sávia bastante á las semillas para que las plantas alcanzaran vida exuberante, y los pastos naturales sobraban para que el ganado se multiplicase de un modo fabuloso. Todo conspiraba á que la vida intelectual durmiese.

Sucédense largos años durante los cuales la enseñanza primaria apénas existe en Puerto Rico, y en la misma Península es deficiente, á tal extremo que – refiriéndose al año 1838 – ha podido decir el esclarecido Don Eduardo Benot en una conferencia dada en el Ateneo de Madrid, acerca del ilustre literato D. Alberto Lista, lo siguiente:

"Yo aprendí en la escuela mejor de Cádiz donde sólo me enseñaron (es verdad que muy bien) á leer, escribir y contar. ¿Y sabéis por qué era esa escuela la mejor? Porque en ella se enseñaba el carácter de letra inglesa y además los quebrados comunes y las fracciones decimales… ¿Geografía? ¿Historia? ¿Física? ¿Química? ¿Historia natural? ¡Oh! eso no había donde aprenderlo. Este era el estado de la enseñanza en Cádiz, entónces indisputablemente la ciudad más culta de toda la Península…"

De Puerto Rico cuanto digamos es poco, relativo á esta materia; el año 1765 informaba al Gobierno el General señor Conde de O'Reylly diciéndole:

"Para que se conozca mejor cómo han vivido y viven hasta ahora estos naturales, conviene saber que en toda la Isla no hay más que dos escuelas de niños, que fuera de Puerto Rico y la villa de San Germán pocos saben leer…"

La instrucción, sin embargo, no mejoró en seguida como era de esperarse después de este tristísimo y desconsolador informe oficial. Dos interesantes "Memorias," justamente premiadas por este Ateneo, nos permiten apreciar la lentitud con que la enseñanza ha progresado en esta tierra. En una de ellas, trabajo excelente por muchos conceptos de nuestro querido amigo y compañero el doctor Don Martín Travieso y Quijano, encontramos este párrafo que no podemos ménos de transcribir:

"Triste, muy triste, verdaderamente desconsolador es el pasado de la instrucción en Puerto Rico. El ánimo se contrista al ver, que cerca de tres siglos habían transcurrido desde el descubrimiento de esta Antilla por el inmortal Cristóbal Colón en 1493, y apénas si la instrucción había sido planteada en este territorio, no había dado señales de vida, nadie había pensado en los inmensos beneficios que se derivan de ella."

En el otro luminoso trabajo, debido á la pluma de nuestro colega y buen amigo el doctor Don Gabriel Ferrer, vemos que: "en Diciembre de 1864, esto es, un año y medio ántes de publicarse el Decreto orgánico anterior, reciban enseñanza primaria en las Escuelas públicas, los siguientes alumnos:


Por entónces la Isla tenía seguramente más de medio millón de habitantes, pero un cálculo basado en esta cifra nos dá sólo un 8,374 por 1,000 habitantes que recibieran instrucción, estando ya bien pasada la mitad del siglo de las luces.

Añádase que hasta esa época no todos los profesores dedicados al magisterio tenían una aptitud indiscutible, y nos daremos cuenta de cómo no podía ménos de ser mala la instrucción en los campos de la Isla, ya que la general adolecía de tantas deficiencias.

En nuestros dias las cosas relativas á la educación han mejorado por fortuna; el progreso iniciado con la reglamentación de la instrucción primaria en 1838 se acrecienta desde 1875 con el impulso que le dieron el señor Marqués de la Serna primero y luego el señor Conde de Caspe. Desde entónces se comprueba un aumento considerable de alumnos en las escuelas, que también han aumentado; pero ese poder civilizador del maestro de escuela no resulta todo lo eficaz que debiera en los campos, á causa de la falta de grupo de población, pues los jíbaros viven, como es sabido, diseminados por nuestros hermosos campos, dificultando la enseñanza y siendo esto mismo otra causa de la pobreza de cultura de los campesinos.

Aparte de esto conviene hacer constar que hasta aquí se ha trabajado más por la instrucción de los varones que de las niñas, y que las escuelas de adultos en los campos son desconocidas, circunstancia que seguramente contribuye á retardar la reforma intelectual de los habitantes de nuestros campos.

Como se vé, las causas principales del atraso señalado proceden de dos fuentes: una de ellas de los orígenes mismos de la sociedad en que vivimos; otra, del abandono en que se ha tenido la instrucción primaria, y acaso de su defectuoso encauzamiento.

Tales circunstancias han actuado, como es natural, más principalmente sobre la clase ménos atendida, la rural.

Concretándonos ahora á los trabajos agrícolas, el atraso lo hallamos determinado al propio tiempo por motivos especiales.

"Los primeros colonos españoles – dice el ántes citado Courcelle – no tenían práctica de la agricultura. Así no sólo la sociedad no contenía ningún elemento de progreso agrícola, sino que el punto de partida de la agricultura era más atrasado que el cultivo europeo contemporáneo."

Sentado esto, no podía esperarse un rápido progreso de la clase rural. El desconocimiento de las prácticas agrícolas, se hubo de suplir con el buen juicio de los improvisados agricultores; la experiencia trasmitida de padres á hijos hubo de crearlas; de aquí que aún hoy sea infantil nuestra agricultura. Fijémonos en uno de los instrumentos agrícolas más usados por nuestro jíbaro: el machete. No se puede ocultar que ántes que otra cosa parece un arma de guerra: y en efecto, arma debió ser en un principio y no apero de labranza.

Los primeros colonos, que no eran agricultores precisamente, cuando se dedicaron al cultivo copiaron á las indias; las veían escarbar con un palo puntiagudo la tierra para sembrar y arrancar las raices, y ellos para hacer lo propio se valieron de su espada, que también les servía para cortar ramas, etc. Después la espada se fué acortando y modificando para ajustarse al nuevo oficio á que se destinó, hasta adquirir su forma actual; pero todavía conserva rasgos característicos de su primitivo uso, y aun llevan el machete al cinto los campesinos como debieron llevar los soldados su espada en todas ocasiones.

Otro motivo de atraso agrícola depende de la clase de cultivo adoptado cuando se introdujo la caña de azúcar. Al principio, cuando se podía disponer de todas las tierras de la isla, el cultivo extensivo era lo natural. Después, así que la propiedad limitó la porción de terrenos comunes, y en la época en que el precio del azúcar despertaba la ambición de los hacendados de caña, proporcionándoles fortunas fabulosas, el deseo de poseer mucho terreno, sin mirar si podía ó no cultivarlo, era, hasta cierto punto, lógica pretensión en el propietario, que no conocía otro medio de sacar mayor producto á su predio sino aumentándolo en extensión. Como para cultivar la caña son mejores las tierras de las llanuras, los propietarios ricos fueron desalojando, como pudieron, á los jíbaros y llevándolos á los terrenos quebrados, en los cuales las condiciones topográficas dificultan el empleo de los instrumentos de labranza perfeccionados, que de ordinario se usan en los llanos.

 

Claro es que por su parte el hacendado, ateniéndose á las grandes extensiones de terrenos, descuidó el conocimiento de los abonos, el estudio de los arados, etc. y no enseñó á sus braceros nada capaz de despertar en ellos ideas nuevas en el cultivo de la tierra; de modo que por ninguna parte encontró la clase jornalera de nuestros campos luces que dirigieran sus pobres conocimientos agrícolas. Á todo esto, ténganse en cuenta las dificultades de comunicación que había con la metrópoli, la prohibición de tratos comerciales con el extrangero, el aislamiento de los habitantes de esta isla entre sí, y se comprenderá que la industria, las artes y todo haya llevado una vida lánguida en esta provincia.

Estos casos explican cómo el jíbaro copió la casa y el mobiliario del indio, y hasta el vestido mismo, puesto que este consiste en la menor cantidad posible de ropas compatible con el pudor natural y con el calor del clima, viniendo á darse el desgraciado caso de que si el europeo dominó la tierra y destruyó la raza que en ella vivía, el espíritu de ésta ha persistido hasta nuestros dias en muchos particulares, como una dominación póstuma sobre los hijos de los dominadores que, faltos de escuela, han tenido sus facultades enteramente dormidas, viviendo en una ignorancia crasa, incapaz de producir ningún género de progreso, como hemos podido apreciar en el presente análisis.

8Debemos á los Sres. Don Luis Muñoz Rivera y Don José Negrón Sanjurjo agradecimiento por habernos hecho conocer algunos bellos ejemplos de nuestra poesía popular. Reciban por éste valioso obsequio nuestra expresiva gratitud y reconocimiento.