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El Campesino Puertorriqueño

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MEDIOS PARA MEJORAR LAS CONDICIONES FÍSICAS DEL CAMPESINO

De las consideraciones que hasta aquí llevamos hechas, concluimos: que el campesino puertorriqueño, de orígen africano, sin perjuicio de las pequeñas modificaciones que haya podido determinarle el nuevo clima, conserva, físicamente considerado, los caractéres esenciales de raza y subsiste bien, principalmente en las regiones más cálidas de la Isla.

El mestizo no vive mal tampoco en Puerto Rico. Por virtud de su herencia africana soporta bien el clima tropical, goza de cierta inmunidad contra algunas enfermedades – fiebre amarilla, etc. – y por lo que en su sangre tiene de la europea ostenta modificaciones orgánicas – color más claro, formas más esbeltas – que los negros, y mejor aptitud y fortaleza para el trabajo que el blanco; en cambio le hallamos propenso á las manifestaciones escrofulosas.

Tanto los negros como los mestizos son aptos para las faenas agrícolas y toleran perfectamente la influencia del espléndido sol de Borínquen; pero la aptitud del mulato, – cierta en lo que depende de sus apropiadas condiciones orgánicas y de la consecuente adaptación al clima, – por otras razones se encuentra tan disminuida, que tal como es en la actualidad el elemento mestizo, carece, á nuestro juicio, de cualidades y vitalidad suficientes para considerarle como un grupo en cuyo tipo se haya de cumplir, con respecto á Puerto Rico, la profecía de Mr. Quatrefages, de que "la posesión definitiva del suelo pertenece á las razas mestizas."

Vemos á los mestizos trabajar junto á los negros con mayor inteligencia, y aún soportar el género de vida que á estos les basta; les vemos reproducirse, pero no ofrecen un conjunto en cuyos indivíduos se observen cualidades preeminentes: no exceden al negro en organización respecto del clima, ni tienen tampoco grandes ventajas positivas sobre el blanco en este concepto.

Forman – tal nos lo parece – una agrupación transitoria, en que los tipos más fuertes, bellos é inteligentes se funden en la raza blanca, mientras que el linfatismo, la tísis y otras causas segregan á los de condiciones opuestas, limitando su reproducción hasta la esterilidad misma que anula el tipo.

En esta cuestión del cruzamiento, lo que pasa á nuestra vista nos dice que en ninguno de los tres elementos que forman la actual sociedad que habita nuestra isla, se encuentra el tipo definitivo que ha de subsistir, supuesto que alguno haya de excluir á los otros; pero indudablemente la selección, hoy por hoy, se indica en el sentido de dar la prelación á la sangre europea. En efecto; observamos una tendencia firme en el negro criollo á cruzar su sangre; si en el africano existe fuerte el instinto de raza á reproducirla, en el criollo, su descendiente, y de un modo más manifiesto en la mujer, se nota el vivo deseo de obtener descendencia de color más claro. El mestizo á su vez busca cualidades morfológicas é intelectuales que le eleven, y solicita y acepta gustoso la mezcla de su sangre con la del blanco mientras rechaza las uniones con tipos inferiores al suyo; es que aspira constantemente, á borrar ó á atenuar cuando ménos los rasgos africanos, conociendo que así se le facilita el medio de franquear el límite que le separa de la raza blanca, en donde, subsistentes como están las preocupaciones del color, es preciso que los signos exteriores apreciables de un orígen africano estén disminuidos notoriamente, para ser aceptado sin viva protesta.

La preocupación del color concurre, pues, al mejoramiento de las razas llamadas inferiores; y esa misma preocupación que tienen las familias blancas para aceptar en su seno á una persona de color, la tiene el mestizo para unirse con elementos inferiores, y aún mayor á veces es en él esta prevención, hija legítima de ese anhelo instintivo del hombre hacia el perfeccionamiento. De suerte que en la sucesión de los tiempos, á beneficio de esta evolución ascendente, lenta, pero contínua, surgirá el tipo orgánico que hoy no encontramos, y procederá de un cruzamiento en el cual predominará la sangre europea.

En un concienzudo estudio del Dr. J. Orgeás, titulado "La patología de las razas humanas y el problema de la colonización," estudio que nos ha suministrado muchos datos para la redacción de esta parte de nuestro trabajo, dice el competente médico de la marina francesa: "Se puede afirmar que en todas las antiguas colonias de esclavos de la zona tórrida, el porvenir no pertenece á los mestizos, como se ha pretendido. Á consecuencia de las revoluciones políticas hacia las cuales tiende fatalmente el antagonismo de las razas, revoluciones que no son sino una cuestión de tiempo, y de las cuales todos estos países serán teatro más ó ménos tarde, la selección natural hecha por el clima, las condiciones diversas de la vida y las luchas políticas, traerán poco á poco la disminución del número de los mestizos y acaso en un porvenir lejano su desaparición casi completa, para no dejar subsistir sino la raza pura mejor adaptada al medio."

Nosotros, refiriéndonos á Puerto Rico, diferimos en cuanto á la conclusión final que asigna al elemento negro esa estabilidad definitiva, deducida de lo que parece ocurrir en Haití y otras colonias; y pensamos así, porque ni el elemento africano ha predominado nunca en esta isla, ni el elemento europeo ha dejado de adaptarse á Puerto Rico, por las circunstancias especiales del clima. Si cuando el terreno permanecía vírgen, sin cultivo la mayor parte del territorio, pudo permanecer el español y dejar descendientes que subsisten después de cerca de tres siglos, con razón podemos esperar lo mismo hoy que la civilización ha penetrado en nuestra isla, y por lo tanto el aumento del cultivo ha hecho disminuir la insalubridad del suelo y ofrece mejores elementos para el trabajo.

Mientras de las provincias españolas arriben, como hasta aquí, elementos blancos adaptables al clima, – y la experiencia demuestra que lo son en su mayor parte casi todos los peninsulares y los procedentes de las islas Baleares y las Canarias, – el predominio pertenece á la raza blanca, que aún en los campos mismos se establece y subsiste sin dificultad.

Seguramente ella se dejará invadir por sangre extraña, confirmándose el hecho observado por los antropólogos y consignado por Mr. Ed. B. Tylor en las siguientes palabras: "En estos últimos siglos se ha comprobado perfectamente que no sólo donde viven juntas dos distintas razas se produce una, nueva ó mixta, sino que una gran parte de la población del mundo debe su existencia al cruzamiento," pero en la mezcla, siendo invariables los factores que hemos estudiado, habrá mucha más sangre europea que la que tiene el mestizo de nuestros dias; la suficiente, quizá, para ocultar mucho la sangre africana.

Del campesino blanco hemos dicho que ha conservado caractéres físicos de sus progenitores que no permiten dudar de su orígen; al adaptarse, ha acentuado algunos rasgos de sus ascendientes meridionales, tales como su color más pálido y moreno, menor actividad, etc., y ha adquirido algunas modificaciones no muy precisadas aún. Á causa de las influencias que en su oportunidad hemos señalado, se nos presenta con aspecto de convaleciente, tanto que, – si no de un modo absoluto, – en tésis muy general pudiera decirse que nuestro campesino blanco está enfermo. Pero esto obedece, insistimos en ello, á circunstancias secundarias perfectamente remediables. Reconocemos la influencia del clima en el modo de sér individual; inspirándonos en las ideas de Montesquieu y de muchos otros ilustres sabios, la aceptamos no sólo como un principio determinante de las cualidades orgánicas, sino hasta de la moral misma; pero también hallamos en otras causas la pobreza orgánica del jíbaro, pues como ha dicho brillantemente el insigne Castelar, "conocemos el estrecho parentesco que existe entre la naturaleza y el alma. Los minerales nos dan la base de nuestro esqueleto. El hierro penetra en nuestras venas, colora y enciende la sangre. Con sólo mirar al cuerpo humano se ven relaciones y armonías con las plantas. La relación es mayor en las esferas superiores de la vida. Todas las especies animales tienen afinidades físicas, químicas, fisiológicas con el cuerpo que las reune, las corona y las completa. Por todas partes nos sentimos unidos con el Universo, y en relación, así con la estrella lejana, perdida en los abismos del cielo, como con la humilde florecilla hollada por nuestros piés," de modo que, sin negar al clima su influjo como medio, damos á éste la latitud que le corresponde.

Visto así el asunto, ¿nos es dado modificar el lamentable modo de sér del jíbaro? Sí; y cuanto digamos útil para el blanco, debe entenderse como dicho para los miembros de las otras razas.

De las causas que hemos analizado, la ascendencia no es modificable; en cuanto á las condiciones climatológicas, algo podemos hacer, pues es sabido que los climas cambian, dentro de ciertos límites, por virtud de accidentes que á primera vista parecían incapaces de producir variaciones: así se ha visto que la destrucción de un monte vecino alteraba por completo el clima de una localidad; de manera que, repoblando de árboles algunas comarcas en que indebidamente se había destruido el arbolado, se han obtenido modificaciones favorables en este sentido. Impórtanos, por lo tanto, no obrar inspirados sólo por el capricho ó la utilidad de momento, y atenernos á lo que la ciencia aconseja, reconociendo en el revestimiento y cultivo del suelo una importante influencia modificadora del clima. "La influencia de las selvas sobre la temperatura del suelo, dice Arnould, ha sido expresamente estudiada por Ebermayer (de Aschaffembourg). La temperatura media anual, la cual decrece de la superficie á la profundidad y que baja medio grado de 1 á 4 piés, es todavía más baja en los terrenos poblados; el grado observado en la profundidad de éste es generalmente 21 por 100 más baja que en el suelo descubierto, en condiciones por lo demás iguales," y también añade: "De una manera general se puede admitir esta fórmula ya antigua: que el revestimiento vegetal del suelo impide el acceso de los rayos del sol, pero es también un obstáculo á la pérdida del calórico de la tierra; por consecuencia atenúa los extremos de la temperatura en la superficie… Las observaciones agrícolas de Montsouris indican bien la influencia del cesped con relación á la temperatura. Las mínimas son mucho más bajas en la superficie del cesped que á la altura de dos metros bajo resguardo."

 

No puede negarse que sobre las condiciones de vida del jíbaro nos es dado influir de un modo mucho más eficaz que sobre la determinante anterior, y cambiarlas á tal punto, que de enfermos se tornen, no digamos en campesinos de la robustez de aquellos de los climas templados, pero sí en hombres relativamente vigorosos.

Y que esto no es utópico nos lo demuestra la observación de lo que pasa á nuestro alrededor. En la capital, y nótese que elegimos una población en que el calor domina casi todo el año, encontramos junto al negro y al mulato, compitiendo en los trabajos de carga y descarga del muelle, carretaje, albañilería, herrería, etc., al europeo y al criollo blanco; y entre estos últimos algunos jíbaros que no tienen el aspecto de enfermos.

Multitud de sirvientes de ambos sexos han acudido últimamente á este centro de población empujados por la crísis agrícola; casi todos esos desgraciados jíbaros llegan á nuestras casas anémicos; muchos con el vientre recrecido, la respiración anhelante, cansones aún para las faenas ménos fuertes del servicio. Durante los primeros dias la alimentación les hace daño; toda una série de trastornos digestivos se presenta en ellos á causa del cambio radical á que se someten sus estómagos mal habituados; acaso se les desarrollen calenturas intermitentes; en una palabra, el sirviente que se nos entra por la puerta es un enfermo. Pero este enfermo resiste el cambio de régimen, su estómago se acostumbra á los hasta entónces desconocidos alimentos, y á la regularidad de las comidas; el cuerpo se acomoda á reposar en mejor cama y en más abrigada casa, las intermitentes se curan, y al cabo de poco tiempo aquel jíbaro color de cera, incapaz para el trabajo, se ha vuelto robusto, ágil, ha mejorado de color, y hasta su aspecto general es mejor que el de los habituales vecinos de la ciudad.

No ménos significativo es el tercer hecho en que nos apoyamos para sostener nuestro aserto. Existían las milicias disciplinadas, suprimidas por motivos que no hemos de analizar, con perjuicio de los hábitos viriles de los campesinos. Compuestas estas tropas de jíbaros que vivían en sus casas, con la única obligación de concurrir una vez por semana ó cada quince dias al ejercicio, hemos de convenir en que su aspecto marcial dejaba mucho que desear; sobre no estar convenientemente equipados, parecían una tropa de convalecientes, casi en su totalidad; pues bien, esos mismos hombres, á causa de las necesidades de la guerra de Santo Domingo, fué preciso utilizarlos para el servicio de guarnición de San Juan y de otras poblaciones de la Isla, y al clima rudo de la Capital vino un batallón de milicianos, que desde luego fué sometido al régimen militar de las tropas de línea: acuartelamiento, buena alimentación, vestido apropiado con uso forzoso de calzado. Al ejercicio semanal sucedieron los ejercicios casi diarios, al descanso en el bohío, las guardias; en una palabra: el cambio de género de vida fué radical. Hubieron de prestar un servicio árduo y desacostumbrado para ellos; porque como sólo eran cinco compañías, unos seiscientos cazadores de milicias, y las demás tropas estaban escasas, sobre ellos pesaba todo el servicio de la plaza. No obstante esto, cuatro meses después de sometidos al nuevo régimen llamaba la atención general el cambio verificado en aquellos hombres: ninguna persona extraña hubiera podido entónces, por el sólo aspecto, distinguir los soldados de milicias de los otros. El color anémico había desaparecido, robusteciéronse notablemente, y en el Hospital Militar apénas había milicianos enfermos. Resumiendo: aquellos jíbaros, en muy poco tiempo de buen régimen, se rehicieron orgánicamente y adquirieron la gallardía marcial de los soldados españoles europeos.

Estos hechos nos parecen elocuentísimos para probar lo que venimos sosteniendo; esto es, que el clima no es el culpable único de la debilidad del campesino; y no en vano nos interesamos en consignar esto, pues frecuentemente hemos oido decir: "¿Qué hemos de hacer contra la influencia de este clima tan debilitante? El jíbaro es como debe ser, y ello no tiene remedio." Sí que le tiene; pues sobre otros motivos descansa más principalmente la decadencia física que presenciamos, y prueba de ello es que entre esa misma población débil encontramos ejemplares de hombres fuertes y sanos.

Si á un higienista europeo dijéramos que en los campos de Puerto Rico, entre labradores, se encuentran las naturalezas más pobres; que la población rural es tan poco vigorosa, sino ménos que la urbana, encontraría el hecho sorprendente; porque si bien es verdad que en Europa, en los campos, se desconoce la higiene más que en las ciudades, es precisamente en el campo en donde se encuentran las personas más sanas, los hombres de fuerzas físicas más notables, el elemento viril de las naciones; y si entre nosotros no ocurre lo propio, débese á que á las condiciones climatológicas, indudablemente inferiores á las de los países europeos, se une, no ya el desconocimiento de la higiene, sino el llevar un género de vida en completa contradicción con los saludables preceptos higiénicos. ¿Cómo conseguir que el campesino cambie de modo de vivir? Mejorando su alimentación y sus costumbres domésticas.

Desde luego, sobre la generalidad de los jíbaros ya adultos, la reforma ofrecerá dificultades; pero sí se puede alcanzar, dentro de algún tiempo, educando la generación del porvenir. Ni es cosa de imponer un sistema por la fuerza, ni la persecución es practicable; pero educando al niño llevará á la casa de sus padres la semilla que ha de fructificar. El maestro de escuela, además de los conocimientos de la educación ordinaria, debe instruir á sus discípulos en las nociones de higiene, que les hagan comprender cuán mal sano es el género de vida que siguen sus padres, y así influir en que este sea sustituido por otro más racional.

"El niño es el padre del hombre," ha dicho Wordsworth; el niño es por tanto el terreno donde nuestra labor deberá actuar para que sea fructífera, pues como dice Fonssagrives: "el terreno está vírgen, la tabla está lisa y la higiene puede labrar en ella, con entera libertad, su programa de educación. El niño es, entre sus manos, la materia de lo factible; es el pedazo de mármol de la fábula, del que saldrá una estátua viva, hermosa de formas, armoniosa de proporciones, en la que todo estará colocado y dispuesto para el vigor y la longevidad, ó bien una obra disforme, defectuosa, sin belleza, sin porvenir y sin duración." Este hermoso párrafo explica por qué es la escuela el fundamento más importante de cuanto nos es dado hacer para mejorar las condiciones físicas de la población rural puertorriqueña, porque la fuerza, como ántes indicamos, las medidas que tendiesen á obligar al jíbaro á mejorar su alimentación y sus hábitos malsanos serían un absurdo; y la persuasión tampoco podría ejercerse sino acaso muy imperfectamente sobre un grupo de séres no preparados para sacar provecho de una propaganda conducente á esos fines.

Hemos de ampararnos, pues, de la educación, y confiar en el porvenir sirviéndonos de enseñanza el pasado, cuyas consecuencias tocamos no sólo nosotros, sino pueblos que exceden en adelante al nuestro. Higienista tan eminente como el ya citado Arnould nos lo dice respecto de Francia: "La ignorancia de las primeras nociones de higiene, la pureza y multiplicidad de las preocupaciones y supersticiones más groseras, constituyen en verdad una razón por la cual los campesinos no evitan muchas plagas que sólo tratan de eliminar únicamente cuando han invadido el grupo. Nuestros pueblos y aldeas están siempre dominados por los vendedores de amuletos contra el trueno, el rayo y la calentura, por los curanderos y farsantes de todo género; creen que las costras que aparecen en la cabeza de los niños les sirven de protección, que los piojos son necesarios para la salud, etc." ¿Qué es todo este cúmulo de creencias, si no el resultado de un ignorantismo de que no puede ser culpable la generación actual? ¿Qué si no consecuencia legítima de análogo ignorantismo en que ha vivido hasta el dia nuestro jíbaro, es el estado de decadencia física que hemos indicado? Por fortuna nuestro siglo ha roto con todas las rutinas, y amparado por la ciencia busca el bien social de todas las clases en la educación; en nuestro país mismo hemos logrado el aumento de escuelas en estos últimos años, lo cual ha sido dar un paso trascendental en la senda del progreso, por mucho que dichos establecimientos de enseñanza no satisfagan de una manera cumplida las exigencias de un programa completo de educación.

El remedio, no es permitido dudarlo, es la escuela; pero ésta debe reunir ciertas condiciones para que sirva á su objeto como es debido. "El niño (decía el doctor Remolar, catedrático de higiene de la Universidad de Valladolid, prematuramente perdido para la ciencia), desde que tiene seis años hasta los doce, trece ó catorce, pasa muchas horas de cada dia en la escuela primaria; ¿cuál no será, pues, la influencia que sobre él ejerza la escuela, según que su construcción, su mobiliario y la organización de la enseñanza se ajusten ó no á los preceptos de la higiene?"

Refiriéndose á la ignorancia del campesino francés exclama Arnould: "Hay en este estado de cosas, si no un remedio inmediato, por lo ménos una garantía de mejoramiento progresivo é indefinido en la escuela de instrucción primaria con la enzeñanza gratuita, obligatoria y (digámoslo únicamente en nombre de la higiene) láica. Para esto es preciso que la escuela realice dos condiciones: 1.ª, que produzca una instrucción sólida, recta, escrupulosamente respetuosa de la verdad, en la cual las nociones de higiene se asocien á las lecciones de cosas y hechos (sobre todo agricultura é higiene rural); 2.ª, que sea un ejemplo y una aplicación patente de la higiene."

Pero mientras que la educación realice su obra, ¿hemos de abandonar al campesino á su propio instinto? No; todos los medios racionales capaces de hacer penetrar en la familia jíbara costumbres más apropiadas á las conveniencias de su salud, deben adoptarse. Quisiéramos escuelas de adultos, á ser posible, en cada barrio rural. Con perseverante solicitud llevaríamos al ánimo del campesino las nociones de cuanto le fuese útil conocer; entre otras cosas la conveniencia que le reportaría el aposentarse mejor, en casa más abrigada, bien situada, de más número de compartimientos, limpia, en la que no le sirviera al propio tiempo su dormitorio, de depósito de frutos.

Ilustrarles, aprovechando todos los recursos para hacerles comprender las ventajas de vestirse mejor, de calzarse, es, no solamente trabajar en beneficio de esas pobres gentes, sino también contribuir al desarrollo de nuestra cultura en general; que "el traje, como la arquitectura de un país, permite juzgar el estado social de sus habitantes."

Bien aposentado y bien vestido el jíbaro, necesitaría además sustituir su actual alimentación por otra más reparadora. En Europa la alimentación, casi en todos los campos, es esencialmente vegetal, pero suele intervenir en ella la grasa para compensar en parte la falta de carne; sin embargo, recordamos que en unas notas sobre la higiene provincial de León, escritas por el Dr. García Ponce, hemos leído lo siguiente: "Muchas, muchísimas aldeas de esta provincia tienen por única base de alimentación general un pan mal amasado, mal cocido, de harina negra de centeno, y algunas patatas y verduras que se desprecian en los mercados de otros pueblos algo más importantes. Muchas aldeas hay donde ni aún el mal pan se come, y este se sustituye por patatas y coles." Como se vé, el problema de la alimentación insuficiente no es nuestro solo, pero como el nuestro es el que nos importa estudiar en estos momentos, á él nos referimos, insistiendo en dejar sentado que la alimentación en los campos de Puerto Rico es casi exclusivamente vegetal y de escaso poder nutritivo por lo común.

Mucho ganaría el jíbaro si prefiriese la carne al bacalao; si asociase al arroz y mejor al maiz, ya que no siempre la carne fresca, por lo ménos un poco de tocino; si en lugar del pescado salado y el bacalao que á veces consume de mala calidad, optase por el tasajo, de todos modos algo más nutritivo, y que puede adquirir á un precio cómodo.

 

"El ideal de la alimentación sería, según Arnould, encontrar para cada dia una mezcla de sustancias alimenticias tal que, con la menor cantidad de cada una, el cuerpo recibiese todo lo más completamente y en el más completo equilibrio todos los materiales de restitución, sin fatiga para el estómago y sin pérdida económica." ¡Cuán lejos está de este ideal la alimentación de nuestros jíbaros! Si alguno come lo bastante para restituir sus fuerzas, es á beneficio de una alimentación voluminosa que fatiga el estómago y que tolera gracias al hábito.

Compárese la alimentación de nuestro labriego con la de un robusto agricultor lorenés, constituida próximamente como sigue:


Además medio litro de vino ligero.

No hay punto de comparación. El labrador puertorriqueño acaso no tenga necesidad de una ración alimenticia tal; por su orígen y por el clima que habita no tiene que satisfacer exigencias orgánicas imperiosas; pero no puede negarse que su alimento actual es insuficiente, y le convendría, y fácilmente lo podría conseguir, adoptar una fórmula alimenticia mejor acomodada á las necesidades nutritivas y á las condiciones del trabajo.

Y no es solamente del interés exclusivo del jíbaro el alimentarse mejor, sino que á la sociedad toda le importa que así sea, porque un trabajador que se alimenta mal ha de buscar fatalmente en el alcohol, que es un alimento nervino, las fuerzas y energías que no puede proporcionarle una alimentación insuficiente; y de esta inclinación se va fácilmente al vicio con todas sus terribles consecuencias.

Supongamos que, comprendida esta necesidad, se quisiera encontrar una ración alimenticia conveniente ó por lo ménos muy cercana de la conveniencia. ¿Cómo se formularía?

Sin creer que vamos á dar la solución definitiva del problema, nosotros propondríamos una bajo las bases siguientes:



Esta fórmula, como se vé, no dista mucho en sus proporciones de la de Moleschott, de que hablamos en los comienzos de este estudio:



Y aún se acerca más á la Voit, quien quisiera que cada comida suministrase al obrero:



Adviértase que no es un arreglo caprichoso el que preside á la combinación que á título de una de tantas proponemos. En primer lugar todas las sustancias elegidas son del gusto del jíbaro y con ellas puede preparar un guiso ó rancho aceptable, y á los cuales son aficionados los campesinos; además, todas están al alcance de los recursos del labriego, como se deduce del precio de la ración que no es exorbitante, aún habiéndolo calculado á tipo alzado y como se adquieren aquellas sustancias al por menor:



Si por habitar los campesinos lejos de las poblaciones les es embarazoso adquirir cada dia la carne fresca, no es difícil conservarla con una preparación cualquiera; ni hay motivo alguno que justifique en la casa del jíbaro la carencia de aves de corral y de otros animales domésticos con que suplirla.

Á la suma que hemos obtenido como precio de la ración, habría que añadir el valor de la sal y otros accesorios de la preparación; pero muchos de los condimentos puede cultivarlos nuestro campesino, y aún las mismas sustancias principales – legumbres, maiz – para las necesidades de la casa, podría obtenerlas con su propio trabajo, sin perjudicarse en el que verifica á jornal. La manteca, el tocino y algo de carne no le serían onerosos si imitase la costumbre, seguida en algunas comarcas españolas, de criar un cerdo para sacrificarlo y guardar lo necesario para el consumo de la familia.

Por lo que atañe al Gobierno, tócale papel esencial en la resolución del problema que analizamos, suprimiendo ó reduciendo los arbitrios sobre los artículos de consumo de primera necesidad.

"Entre todos los impuestos que tiene la Nación, el de consumos – como dice muy bien el Dr. Hernández Iglesias en su discurso leído en la Sociedad de Higiene,7– debe ser por lo ménos reducido. En buen hora que la industria, el arte y la ciencia contribuyan equitativamente á levantar las cargas del Estado; pero en los artículos que el hombre consume para alimentarse, por lo ménos en aquellos que son de absoluta necesidad, no parece natural ni razonable exigir impuesto alguno."

"Si la industria, la ciencia ó el arte han contribuido en razón de sus recolecciones, el comercio ha pagado al comprar el artículo industrial más el importe de la contribución; pero como el comercio es industria que rinde producto al ramo, por razón de esos rendimientos es claro que debe contribuir; mas el consumidor, el viviente que come, ¿qué cobra por haber comido? ¿No ha pagado, al comprar su comestible, el precio natal de éste y los recargos derivados de las contribuciones? Pues así como el hombre no paga, ni pagar debe impuesto alguno por la ropa que compra para su uso, así es antisocial pagar contribución por comer. Esto equivale á decir al hombre que no tiene derecho para morir, puesto que el suicidio es un crímen justísimamente reprobado, y disputarle el derecho de la vida; porque no se puede vivir sin comer, y por comer no sólo hay que pagar el alto precio que de dia en dia toman los alimentos, sino un impuesto de consumos, impuesto verdadero en toda la extensión de la palabra."

En Puerto Rico, la carne, por ejemplo, alimento tan necesario y tan útil, estaría barata como en ninguna parte. Por circunstancias favorables del suelo, desde la primera introducción de ganado en la isla hasta la fecha, éste ha prosperado de modo tal, que hemos podido surtir á otros pueblos vecinos; cesó la exportación, coincidiendo con la baja de precios del azúcar y la consiguiente conversión de algunas haciendas en hatos; con esto bajó el precio del ganado considerablemente, no obstante lo cual en casi todas las carnicerías de la isla se vende cara la carne, gracias á los excesivos recargos municipales que pesan sobre este artículo. Si sobre él no pesase tan enorme contribución, y se suprimiesen todos aquellos procedimientos que obstaculizan la matanza y favorecen las combinaciones de los especuladores en perjuicio del consumidor, de seguro que la carne estaría en Puerto Rico al alcance de las fortunas más reducidas, porque no habiendo otro medio, como no le hay, de consumir el ganado, sino llevándole al matadero, la abundancia abarataría el producto favoreciéndose por este medio la mejor alimentación del campesino.

En la fórmula propuesta se nota la ausencia del pan de trigo, omisión que hemos cometido exprofeso para hacer más accesible al pobre dicha ración alimenticia; pues por lo demás estamos convencidos de que al jíbaro le gusta el pan y lo adquiere cada vez que sus recursos se lo permiten, siquiera no sea de buena calidad; de modo que, á poco que los derechos fiscales se modificasen, la introducción de la harina de trigo aumentaría, y se podría comer en Puerto Rico pan fabricado con harinas americanas á un precio compatible con todas las fortunas.

Pero, en fin, le hemos sustituido con el maiz, cereal que el jíbaro podría consumir en más cantidad, desechando la preocupación de que es caliente. El maiz, en cantidad proporcionada, sano y bien maduro, no puede ocasionar perjuicios á la salud, sobre todo no constituyendo un alimento exclusivo.

En la ración que venimos analizando hemos mezclado verduras y legumbres, abrazando en estos nombres todas esas sustancias que el jíbaro tiene tan á mano en nuestros campos – plátanos, ñames, papas, habas, castañas, etc., – y haciendo un cálculo aproximado de su composición. Como complemento á la ración, añádase alguna fruta y un poco de café con leche, que es una excelente bebida; bajo tal régimen, no dudamos que el campesino puertorriqueño cambiaría de aspecto.

7Notas sobre la higiene provincial de León.