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El Campesino Puertorriqueño

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BREVES CONSIDERACIONES ACERCA DE LA PATOLOGÍA COMPARADA DEL CAMPESINO

Desde luego se advierte en la reseña que acabamos de hacer, que un considerable número de las enfermedades en ella citadas no excluye á ninguna clase social, mientras que otras, ménos numerosas, se encuentran más frecuentemente en indivíduos del grupo humano que estudiamos. Algunas hemos visto que son enfermedades propias de éste y de análogos climas, y otras que son comunes á diversas regiones geográficas. Por último, esas dolencias no afectan de igual modo á indivíduos de diversas razas.

Este asunto, como se vé, es interesantísimo: la consideración de la patología humana desde el punto de vista del clima y en cuanto se relaciona con las razas, dá lugar á deducciones de importancia suma; como que el porvenir de toda colonia depende tanto de las circunstancias climatológicas, como de las aptitudes de la raza fundadora para resistir á las morbosas influencias del nuevo suelo. Para Puerto Rico mismo, colonia ya estable, y aún para los campesinos, circunscribiéndonos á nuestro problema, no deja de tener interés la materia de que vamos á ocuparnos.

El paludismo, que hemos dicho se ceba en la población rural, si bien no perdona al negro ni al mestizo, hace mayores estragos entre los blancos; no solamente las formas simples de las intermitentes palúdicas, sino también las perniciosas, formas gravísimas del envenenamiento palustre, son más comunes entre estos que entre aquellos. Por rareza se encuentran negros, de raza pura, caquéticos á consecuencia de la malaria. Ya en los mestizos se observan más casos de caquéxia, aunque nunca tantos como entre los jíbaros de orígen caucásico. Y no es que el organismo del hombre de color no resista tanto como el del blanco y sucumba con los grados de intoxicación malárica que éste soporta; nosotros, al ménos, creemos lo contrario: el negro resiste más al envenenamiento, por condiciones orgánicas que le dan esta ventaja; condiciones orgánicas acaso no muy precisadas, pero que probablemente consistirán en una fuerza eliminadora grande que se opone á que su organismo llegue á la dósis de infección necesaria, ó en que los gérmenes del paludismo encuentren un terreno pobre, ya que no estéril por completo, para desarrollarse tan á sus anchas.

Por lo que respecta al paludismo, puede asegurarse que la raza blanca tiene mejores disposiciones que la raza negra para contraerlo, y está en condiciones más desfavorables para exponerse á sus influencias.

Otro tanto puede decirse de la anémia tropical.

La anémia dependiente por modo exclusivo del clima afecta al blanco y deja indemne al negro; excepcionalmente padecerá un negro de anémia debida sólo á la temperatura de la zona tórrida. Habrá sin duda casos de anémia en esta raza, como los hay entre los habitantes de los climas templados, pero desde luego serán la excepción; y de ordinario la anémia, en los sujetos de color, será debida, la generalidad de las veces, á hemorrágias, fiebres ú otras causas.

El hombre blanco, sometido á la acción del calor constante, se vuelve anémico sin que otra causa tenga que influir para ello; obedece esto á condiciones orgánicas por virtud de las cuales no le es dado resistir impunemente á las influencias climatológicas de estas latitudes. Su gasto orgánico es más considerable que el del negro, no puede bastarle la escasa alimentación con que éste se satisface, y como la pérdida del apetito y la debilidad digestiva no le permiten nutrirse como es debido, resulta que, además del calor, causa primera de tales trastornos, contribuyen estas concausas á desarrollar la anémia en un plazo breve.

Por opuestas razones está el oscuro africano ménos expuesto á este padecimiento. Dijimos, al ocuparnos de la anatomía, que la piel del negro es más espesa y que se advierte en ella una turgencia que la hace fresca al tacto; explicamos entónces, dentro de lo posible, estos rasgos diferenciales de razas, á los cuales se unen otros sobre los que vamos á insistir un poco.

Si observamos dos trabajadores, uno blanco y otro negro, sometidos á igual faena en condiciones análogas, notaremos muy pronto que el último empieza á sudar ántes y suda de una manera más copiosa que el primero; de este hecho podemos deducir, sin violencia, que el negro posee un aparato glandular sudorífero más desarrollado y por consiguiente de una actividad funcional superior, como en efecto parece que ocurre.

Las condiciones de la secreción sudoral también son distintas en uno y en otro. Mientras el sudor del blanco apénas hiere el olfato, el del negro tiene un olor penetrante; diferencia debida á la mayor riqueza en ácidos graso valérico, fórmico, butírico y otros que, dando lugar á combinaciones complejas de estos elementos con sales sódicas y de potasa, y aún con otros productos de eliminación cutánea, le comunican ese carácter distintivo que falta de ordinario en el sudor del blanco, en cuya secreción sudoral sólo se advierten trazas de algunos de esos principios.

Pero esa misma riqueza en los ya dichos ácidos, de naturaleza volátil, es un arma defensiva contra el calor. Pocas personas habrán dejado de experimentar la refrigeración que se produce en la piel, cuando se vierte sobre ella una sustancia que se volatiliza rápidamente; pues bien, el sudor del negro, evaporándose con mucha celeridad, á causa de la composición química indicada, ejerce una acción refrigerante bienhechora, que es más tardía y mucho ménos intensa en la piel del blanco.

Ahora bien; sabemos que si por el pulmón se elimina calor, por la piel esta eliminación es casi nueve veces mayor. La transpiraría cutánea, que con la respiración pulmonar y la digestiva constituyen los principales reguladores del calor de la máquina animal, según Lavoisier, son "tres factores que no pueden olvidarse, dice Lacasagne, cuando deseamos apreciar la influencia de la temperatura exterior en los diversos climas."

Si recordamos con Gavarret que "en igualdad de circunstancias, la resistencia del hombre al calentamiento en los diversos medios de temperatura elevada que le rodean se halla en razón directa de la cantidad de vapor acuoso que en el mismo tiempo puede formarse en la superficie de la piel y mucosa respiratoria," comprenderemos fácilmente la mayor resistencia del negro, que suda más y evapora más rápidamente su sudor, para las temperaturas elevadas.

Á esta actividad funcional de la superficie cutánea, además de otras circunstancias en cuyos detalles no entraremos por no hacer prolijo este apartado, débese principalmente que el negro resista, sin anemiarse, altas temperaturas, que conserve sus fuerzas y su salud, allí donde el blanco se anémia y pierde fuerzas y salud. Á beneficio de tales disposiciones orgánicas su actividad nutritiva se mantiene en límites que están en consonancia con el clima tórrido, y á ellas debe el mantener un equilibrio conveniente, al habitante de la zona tórrida, entre la producción y la eliminación del calor.

La escrofulósis, que obedece á causas debilitantes, claro está que ha de ser frecuente en organismos débiles. La pobreza constitucional del jíbaro blanco, castigado por el paludismo y por la anémia, le predisponen al escrofulismo. Por razones fáciles de apreciar y que deben buscarse en las circunstancias á que en no pocos casos deben la existencia gran número de mestizos, se encuentran entre éstos muchos escrofulosos.

Las enfermedades del aparato digestivo, sin que dejen de padecerse por la raza de color, nos han parecido más rebeldes en la raza blanca.

La tuberculosis se halla muy generalizada tanto entre los blancos y los mestizos como entre los negros; pero en los primeros, que tienen mayor capacidad respiratoria que los últimos, un torax más desarrollado, se nota mayor resistencia á los progresos de la enfermedad; en general todas las enfermedades del aparato respiratorio son de marcha insidiosa y grave en el hombre de color.

Lo mismo debe decirse acerca de las enfermedades febriles: la tifoidea, las biliosas, ofrecen mayor gravedad en el negro porque su resistencia individual es menor, desfallece ántes que el blanco. En la misma fiebre amarilla, que sólo por excepción padece el negro, reacciona torpemente, y con dificultad.

En cuanto al tétanos, créese por la generalidad de los observadores que hace mayor estrago en los niños recién nacidos de la raza de color que entre los de la raza blanca. El tétanos, dicho espontáneo, a frigore, si aceptamos como causa inmediata del padecimiento una impresión brusca de aire frio en un cuerpo sudado, compréndese que sea más común en el negro.

Aunque la elefantasis de los árabes no es padecimiento exclusivo de la raza negra, sin duda alguna es más frecuente entre los indivíduos pertenecientes á ella.

De lo poquísimo que en materia tan vasta hemos podido decir, algunas deducciones pueden hacerse. Aparte de las ya hechas en el estudio del paludismo y la anémia, podemos sacar otras consecuencias relativas al trabajo del jíbaro, de lo cual nos ocuparemos en su oportunidad.

Para reconocer la importancia de este estudio sobran razones; pero veamos cómo aún en un terreno tan limitado como lo es el de la Isla de Puerto Rico, el instinto humano se acomoda á la ley de la patología y del clima.

El jíbaro blanco apénas viene, á ménos que esté muy necesitado, á las poblaciones de las costas á buscar trabajo; en cambio el negro abandona el interior y se aglomera en las poblaciones de las costas. ¿Obedece esto á un capricho? No ciertamente; es que en la costa la fiebre amarilla aflige al jíbaro blanco y respeta al negro; y es, además, que el negro es muy sensible al frio y huye del fresco del interior, mientras que el blanco le teme al calor del litoral.

Ya dijimos que en las regiones del Norte de los Estados Unidos de América no prospera el negro. En Europa se ha observado lo mismo; dice el Dr. Baudin que en 1817 fué de guarnición á Gibraltar un batallón de negros, el cual, durante los 22 meses que estuvo allí, perdió un 6.20 % de su contingente, mientras los soldados blancos sólo perdieron un 2.14 %. Cuando las enfermedades del aparato respiratorio figuran en las estadísticas de morbosidad de los batallones de blancos como 0.53 %, en los negros llegaron á un 4.30 %. Este hecho es de gran valor, porque se refiere á un clima como el de Gibraltar, suave, puede servirnos sin que resulte inaplicable á Puerto Rico para darnos la explicación del aflujo de negros á la costa. En cuanto la libertad les permitió establecerse á su gusto abandonaron las alturas, huyendo instintivamente de las temperaturas frescas de la isla, en donde los blancos se sienten mejor, y buscaron el calor que es necesario al organismo del hombre de color.

 

En este mismo órden de ideas mucho podría decirse, pero no es la ocasión de tratar tan ámplia materia; procuraremos, no obstante, al ocuparnos de la manera de remediar las malas condiciones físicas del campesino, y dentro de los límites en que nos ha sido dado abarcar este tema, hacer aplicaciones al estudio local que venimos haciendo.

CAUSAS QUE DETERMINAN LAS CONDICIONES FÍSICAS DEL CAMPESINO

Á tres orígenes podemos referir las causas á que obedece el modo de ser físico del campesino puertorriqueño. Son ellos la herencia, las circunstancias climatológicas y las condiciones higiénicas en que ha vivido y vive todavía el jíbaro.

Por lo que hace relación á la herencia, impórtanos recordar algunas de las circunstancias en que se realizó el descubrimiento de América, empresa, juzgada fabulosa, y para la cual necesitó emplear el audaz marino que la llevó á término feliz toda su constancia. Sin su perseverancia habría desistido ante los desaires con que por todas partes le recibían; aún en la misma España, destinada á dar vida nueva á un mundo, á no ser por la influencia de amigos entusiastas, habrían despedido definitivamente á Cristóbal Colón, como lo habían hecho ya de otras cortes.

Pero el "loco" se obstinaba en revelar un mundo desconocido; y mendigando, iba ofreciendo de puerta en puerta la ignota tierra americana llena de maravillas. Á pesar de la Asamblea de Salamanca, Colón debía triunfar; los destinos providenciales indefectiblemente se cumplen en la hora precisa y se ejecutan por el destinado á realizarlos. Los Reyes Católicos, que acababan de engrandecer á España con la conquista de Granada, concluyeron por aceptar los planes del ilustre genovés y se aventuraron á ayudarle en la gigante obra. El hallarse á la sazón la corte en Granada, estar la villa de Palos obligada á facilitar á Sus Altezas dos carabelas por seis meses para lo que se les mandase, y el ser "buenos y cursados hombres de mar" los habitantes del célebre puerto citado, fueron circunstancias favorables para la realización del gran acontecimiento.

Las condiciones excepcionales de los españoles para todo género de aventuras guerreras, estaban ya probadas en aquella época de la historia en que España ocupaba un lugar distinguido como nación; roto el último eslabón de la cadena árabe, la independencia, con ser suceso gloriosísimo, no era sino el comienzo de próximas grandezas que había de alcanzar en reinados posteriores. Pero aparte de esto, por circunstancias geográficas del suelo español, eran sus hijos los que estaban mejor dispuestos para soportar la acción del clima tórrido á que debía arribar Colón; y de España, precisamente Andalucía, la región más meridional, de donde convenía que el descubridor sacase los primeros compañeros de fatiga en aquellos gloriosos dias. Seguramente si los primeros europeos que pisaron el suelo americano no hubiesen tenido la ductilidad orgánica que convenía para vivir en las nuevas tierras descubiertas, se habría retardado la conquista de América.

Andaluces eran en su mayor parte los compañeros de Colón, y cuando más tarde se verificó por Ponce de León la conquista de Puerto Rico, la corriente de inmigración andaluza fué la más nutrida de las que llegaban á la Isla. Por las condiciones de esta, relativamente pobres, y á causa de las riquezas que las otras regiones americanas brindaban, podemos suponer que en Puerto Rico sólo permanecían aquellos inmigrantes obligados por los cargos oficiales que desempeñaban, y los que estaban dotados de un carácter sosegado y preferían á las aventuras guerreras del Continente, la vida en esta isla, fácilmente dominada, en donde la raza indígena había casi desaparecido y mermaba á ojos vistas, y en donde, por consiguiente, salvo las rivalidades entre los dominadores, se gozaba de tranquilidad.

Ahora bien; tales condiciones de carácter suelen, por lo común, ir unidas á un convencimiento íntimo de gran superioridad, ó, por el contrario, á cierta debilidad orgánica. En una época de guerreros como aquella, en la que además existía el incentivo de riquezas nunca soñadas, para los exploradores atrevidos, no hemos de suponer que la gente cuyo temperamento fuese inclinado á la lucha, se quedase en Puerto Rico, haciendo una vida poltrona; las personas, sinó débiles, por lo ménos no tan bien dotadas por la naturaleza como las otras, que encontraban aquí ciertas facilidades en la lucha por la existencia, eran las que aquí permanecían voluntariamente; y que estas facilidades se hallaban, lo confirma D. Alejandro O'Reylly cuando informa acerca de la gente que pobló á Puerto Rico: "Soldados sobradamente acostumbrados á las armas para reducirse al trabajo del campo, Polizones, Grumetes y Marineros desertores, gente por sí muy desidiosa, inaplicada, perezosa" – (y por lo tanto cuya organización física no sería de las más vigorosas, porque el vigor físico y la pereza son incompatibles), "que se mantenía de leche, verduras, frutos y alguna carne conseguidos con muy poco esfuerzo."

Pero aún descartando estas razones, tendríamos bastante para sospechar el influjo de la herencia en la debilidad actual del campesino, con la sola consideración del orígen andaluz de sus progenitores; porque es innegable que los climas cálidos no producen organizaciones tan robustas como los climas templados; y el clima de la Bética, de cuyas excelencias se ocuparon los escritores griegos y romanos, al fin tiene prolongados estíos durante los cuales reina excesivo calor que debilita el organismo. Así, pues, la herencia juega un papel atendible en los caractéres físicos del jíbaro.

Examinemos otro más principal, cual es la influencia climatológica del país.

No se ha hecho todavía un estudio científico, completo, del clima de Puerto Rico. El ilustrado anotador de la Historia de Puerto Rico, D. José J. de Acosta, lamenta, como nosotros, esa falta, pero es justo reconocer que algo ha empezado á hacerse con objeto de subsanarla. La Jefatura de Obras Públicas verifica hace años observaciones meteorológicas, interesantísimas por muchos conceptos, que han de servir de base al estudio deseado. Dichas observaciones sólo se hacen en San Juan, por lo cual entendemos que la temperatura media que en ellas se consigna no debe tomarse como la media de la Isla, pues sabemos cuánto hace variar la temperatura de un paraje su altura sobre el nivel del mar y otras causas que originan los climas parciales dentro de un mismo país, siquiera sea tan pequeño como Puerto Rico; pero así y todo recurriremos á esta fuente, por ser la única que nos merece fé.

La isla de Puerto Rico forma parte del archipiélago de las Antillas. Situada en la zona tórrida, se extiende unos 170 kilómetros de E. á O. y 65 de N. á S. teniendo próximamente una superficie de 10,000 kilómetros cuadrados. Bañadas sus costas por el Mar de las Antillas, hállase entre los 17° 54' y los 18° 30' 40" de latitud N. y su latitud O., según el Mediterráneo de Cádiz, entre los 59° 20' 26" y los 60° 58' 52".

La altura de sus tierras y montañas sobre el nivel del mar, varía según los accidentes topográficos; así no hay para qué decir que existen en este particular notables diferencias entre las poblaciones de la costa de la Isla y las situadas en el interior; por ejemplo, Cayey á 600 metros de altura sobre el nivel del mar, Aibonito y Adjuntas á 800 metros y aún podríamos citar el Yunque de la sierra de Luquillo á 1,520 metros, la altura de Peñuelas á 908 metros, el Torito de Cayey á 907 metros y otras; pero con las mencionadas bastan á nuestro objeto.

El terreno de la isla también varía. Según la opinión de D. José R. Abad, expuesta en su notable trabajo "Puerto Rico en la Feria Exposición de Ponce," las cordilleras Central y de la Sierra de Luquillo "han constituido, en sus orígenes, una masa más compacta y unida y sus mesetas han sido rotas y disgregadas por las primeras convulsiones volcánicas de orígen submarino."

Encuentra el Sr. Abad "en las vertientes de las altas montañas, mezclas de rocas de granito, mica, feldespato y antracita con las formaciones plutónicas de los terrenos terciarios; en diferentes direcciones de las vertientes de la Cordillera Central grandes conglomerados calizos. En las explanadas estepárias que unen en el interior algunas montañas entre sí y se extienden por el litoral hasta algunas millas del mar, materias terreas saturadas de sales minerales en fusión, particularmente de peróxido de hierro; aparte de esto existen territorios de formación moderna; terrenos de aluvión, formados por los acarreos é inundaciones de los rios, y bancos de arena, terrenos ganados al mar (manglares) y pantanos de agua dulce."

Los vientos reinantes en la isla son distintos según los meses del año en que se observen; el N. y el N. E., frios é impregnados de humedad, dominan durante la estación fresca que suele ser de Noviembre á Febrero, en el resto del año reinan las brisas frescas ó los vientos del Sur, calientes, sobre todo de Julio á Octubre.

Supónese que cada litro de agua produce unos 1,700 litros de vapor. Por este hecho deduciremos cuán cargada de humedad estará por lo común la atmósfera de la isla de Puerto Rico teniendo tan cerca esa gran masa de agua de mar que la rodea, y siendo además el país tan rico en aguas; existen considerable número de rios y siete lagunas, aparte de otros depósitos de agua ménos importantes, que son otros tantos focos de evaporación; así se explica que la media humedad relativa, representada por 100 la saturación, llegue en la capital de la isla á 77. Á esto hay que añadir las lluvias, abundantes en la costa Norte principalmente.

La temperatura media de la capital, calculada en un período de seis años, es de +26° 29' y la correspondiente á los años 1886 y 1887 de +25° 75' y +25° 44' respectivamente, con una presión media barométrica de 762.00 para el año 86 y de 752.50 para el 87.

Fundándonos en estos apuntes, podemos clasificar el clima de Puerto Rico de caliente y húmedo y perteneciente á los climas tórridos que son los comprendidos hasta la línea isoterma +25° á partir del ecuador, como hemos dicho.

Pero teniendo en cuenta que por cada 200 metros de elevación disminuye un grado la temperatura, y que se admite que en las ascensiones á las altas montañas, una subida de 100 metros equivale á un cambio de lugar de 1 ó 2 grados hacia los polos6 convendremos en que en el interior de la isla deben existir climas parciales cuya medida anual acaso no llegue á +25° y por consiguiente puedan clasificarse entre los climas cálidos.

Sostiene el ya citado Sr. Abad que en las alturas de la Cordillera Central el termómetro suele bajar hasta +2° centígrados, y á nosotros nos han asegurado personas que nos merecen entera fé, haber visto la columna termométrica bajar á +12° en Cayey y á +8° en Aibonito. Aunque estos datos, que confirman lo que dijimos en el párrafo anterior, no se les estima de rigurosa exactitud, merecen citarse pues son temperaturas posibles á la sombra; no obstante conviene tener presente que durante el dia, que son las horas hábiles para el trabajo del campesino, nunca baja tanto el termómetro, manteniéndose, con frecuencia, más bien á alturas de +30 grados al sol aún en Diciembre.

Por fortuna tenemos un auxiliar poderosísimo para moderar la temperatura, en la superficie líquida que rodea la Isla. "La temperatura de una comarca, dice Rochard, es tanto más uniforme cuanto más se deja sentir la influencia del mar. En pleno mar, no se conocen los grandes frios ni los calores fuertes." Puerto Rico se encuentra en este caso; y así vemos cuan insignificantes diferencias se observan en sus estaciones; de modo que, si la latitud isotérmica por una parte hace ménos rudos los efectos de la latitud geográfica, por otro lado el mar modifica favorablemente las condiciones de esta última.

 

Bajo el influjo favorable de semejantes circunstancias, fácilmente comprenderemos que la raza blanca procedente de las regiones cálidas de Europa (Estados del Sur) pueda subsistir por sus solas fuerzas, como en efecto lo ha demostrado la experiencia que subsiste.

Un país cuya densidad de población es de 82.6 por kilómetro cuadrado no parece que debe reunir condiciones muy desfavorables para la vida. Puerto Rico ha aumentado su población en el espacio de 36 años en un 76½ por ciento, y esto en un período comprendido desde 1846 hasta 1883 en que ya habían cesado las fuertes inmigraciones procedentes de la América del Sud y de algunas Antillas, y en que la misma europea ha ido disminuyendo de una manera considerabilísima. Podemos, por estos elocuentes datos, deducir que Puerto Rico reune buenas condiciones para la vida.

Para la población negra la cosa no tiene duda; para la población blanca y mestiza, que lejos de disminuir ha aumentado también, es evidente. Mas tan bellos resultados no son absolutos. Si hemos visto que en Andalucía, clima más benigno que el de Puerto Rico, el hombre se debilita, no hay para qué decir que en este último país ocurre lo mismo de una manera algo más acentuada.

Así lo confirman las razones expuestas con motivo de la anémia térmica, la cual ha tenido que sufrir el blanco originario y sus descendientes; si bien estos hayan debido nacer, orgánicamente constituidos, en mejores condiciones para soportarla que sus padres.

Y vamos á tratar de la falta de higiene, tercera causa y la más esencial de todas á nuestro juicio.

Siempre se ha atribuido al terreno una gran influencia patogénica, y así es en efecto: el suelo, las sustancias vegetales, la humedad y el calor son, según M. Colin, los cuatro elementos necesarios para la producción de la malaria. Pettenkofer ha llamado la atención sobre la influencia que en la generación de la cólera y de la fiebre tifoidea ejerce el terreno.

Suelo muy fértil, de comarcas cálidas, que permanezca infecundo para la agricultura ó no tenga toda la vegetación que puede alimentar, seguramente es foco de paludismo. Pantanos de cualquiera clase en los que no se renueve el agua y queden bajo la acción del sol detritus vegetales, sin duda alguna serán focos del miasma palustre. Ya dijimos oportunamente cuál es la enfermedad que más castiga al campesino – las fiebres intermitentes palúdicas – y esto precisamente no es debido más que á una transgresión de la higiene, que consiste en que no se han verificado jamás trabajos de desecación y de drenaje.

El jíbaro edifica en cualquier terreno su casa y vive respirando dia y noche el veneno que le vuelve caquéctico.

Incidentalmente hemos hablado de la alimentación del campesino y de su insuficiencia en calidad y en cantidad; también mencionamos lo mal que viste; fáltanle á su vestido habitual prendas como el calzado que le preserve de la humedad del suelo; y si durante el verano y para trabajar bajo el ardiente sol en los campos necesita usar ropas ligeras, cuando no se encuentra sometido á este trabajo y el tiempo se torna frio ó lluvioso, debería usarla de más abrigo y no lo hace así. Si un chaparrón le cae encima y le empapa los vestidos probablemente los dejará secarse encima de su cuerpo.

En la estación lluviosa y en las comarcas en donde se cultiva café, hemos visto á mujeres, niños y hombres que después de haber permanecido bajo las sombras en el cafetal, húmedo y frio, recogiendo el preciado grano, mientras la lluvia menuda de los dias de Norte azotaba sus mojados cuerpos mal alimentados, sin bastante abrigo, pálidos, con los piés macerados por el agua, retornaban del trabajo con más aspecto de enfermos que de trabajadores; y no obstante, en tan pésimas condiciones habíanse procurado con su trabajo el pan que debían comer al dia siguiente.

El tabaco mascado (para no pasmarse), y el trago de ron (para calentarse), son los únicos medios que utiliza el campesino para combatir esas influencias. Medios que desde luego se convierten en daño de su organismos debilitado.

El agua que consume el campesino tampoco es siempre de buena calidad; constituyendo por sus pésimas condiciones, el vehículo de gérmenes de enfermedades; por último, como la generalidad de las madres por desgracia están anémicas, no se encuentran en las condiciones debidas para servir debidamente de nodrizas á sus hijos.

Para terminar, diremos que los instintos sexuales despiertan muy prematuramente en los campesinos y que las funciones de la generación las ejercen abusivamente contribuyendo ambas cosas á aumentar su pobreza orgánica.

Ante el cúmulo de faltas contra las prescripciones de la higiene que hemos enumerado rápidamente, sobran comentarios. Es patente la tercer causa determinante del estado físico actual del jíbaro.

6Lacasagne. – Resumen de Higiene privada y social.