25 peruanos del siglo XX

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Bibliografía

García Calderón, F. (1954). En torno al Perú y América. Lima: Juan Mejía Baca & P. L. Villanueva.

Gonzales, O. (1996). Las formas del olvido. La correspondencia entre Francisco García Calderón y José de la Riva-Agüero. En Riva-Agüero en sus cartas. Lima: Ediciones El Laberinto.

———— (1996). Sanchos fracasados. Los arielistas y el pensamiento político peruano. Lima: Ediciones Preal.

———— (abril de 2001-marzo de 2003). Francisco García Calderón: un modelo de intelectual. En: Acta Herediana, segunda época, volumen doble (30-31).

Mariátegui, J. (abril de 2001-marzo de 2003). Francisco García Calderón y la tradición socialista. En Acta Herediana, segunda época, volumen doble (30-31).

Ruiz Zevallos, A. (julio de 2007). El Perú contemporáneo. En “El Dominical”, suplemento de diario El Comercio.

Sobrevilla, D. (abril de 2001-marzo de 2003). Francisco García Calderón y la filosofía. En Acta Herediana, segunda época, volumen doble (30-31)..

Víctor Andrés Belaunde (1883-1966)

Diego García-Sayán..

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Por generación y convicciones, en mis lecturas y reflexiones políticas universitarias sobre el pensamiento político peruano fundacional del siglo xx había conocido y estudiado los trabajos de José Carlos Mariátegui y de Víctor Raúl Haya de la Torre. Le dediqué menos o, para ser más preciso, mucho menos atención a Víctor Andrés Belaunde.

Pasados los años y nivelado el debate político en su punto más mínimo, la aridez hoy prevaleciente no parecía ser un buen entorno para abordar así, en abstracto, a los clásicos. La invitación para contribuir a este volumen ha sido una excelente ocasión que agradezco para un tardío, pero particularmente útil acercamiento a Belaunde para detectar la multiplicidad y riqueza de sus aportes. Lamentablemente, estos han sido insuficientemente aprovechados en los variados proyectos políticos germinados durante el siglo xx, y muchas veces fueron simplificados o arrojados al rincón prejuiciado de lo conservador y reaccionario sin mayor análisis ni conocimiento. No se trata, tampoco, de que ahora haya descubierto en Belaunde una especie de socialdemócrata encubierto o de que me hubiera adherido a sus planteamientos de haberlos conocido a tiempo; pero sí de valorar la riqueza y profundidad de su análisis, así como su relevancia en el pensamiento político peruano.

No habría podido organizar estas ideas de no haber tenido la suerte de contar con el tiempo generoso de varias personas estimables que me dieron su perspectiva, compartieron su experiencia o me alcanzaron alguna idea o reflexión interesante. Para este propósito, me fue particularmente ilustrativo conversar con el doctor Luis Bedoya Reyes, quien tenía una muy rica y vívida visión sobre lo que fue y significó Belaunde para nuestro siglo xx, y —como es de suponer— en la formulación del pensamiento social cristiano en el Perú, del cual Bedoya fue singular y relevante exponente. Alberto Adrianzén me alcanzó interesantes ideas y compartió generosamente conmigo algunos “incunables”, imposibles de encontrar en librerías. De particular valía fue la conversación con Domingo García Belaunde, nieto y último secretario personal de Víctor Andrés, facilitada por su hermano Víctor Andrés, quien también me proporcionó insumos importantes.

El propósito de estas páginas no es efectuar un análisis exhaustivo de las muy variadas contribuciones intelectuales de Víctor Andrés Belaunde. Tan ambicioso objetivo va más allá de lo que en estas pocas páginas se puede poner en blanco y negro. El propósito —más acotado y modesto— es resaltar lo que considero son sus reflexiones y planteamientos de mayor relevancia para el curso de los debates y del accionar político durante el siglo xx. No es el área de la filosofía una de mis especialidades, de manera que no me adentro en lo que fueron las reflexiones y los aportes de Belaunde en esa materia. Tampoco analizo aquí lo que fue el inmenso aporte de Belaunde en materia diplomática y de derecho internacional, lo que debería ser materia de un análisis especial. Me concentro, más, en lo que tiene que ver directamente con la dimensión y el impacto político de tan ilustre peruano.

Propuesta de país y ausencia de proyecto político

Si bien José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre fueron pensadores que conectaron de manera directa sus reflexiones y sus análisis con la organización y la conducción política en el siglo xx, ese no fue el caso de Víctor Andrés Belaunde. Calificado por muchos como conservador y motejado —injustamente—, y por algunos como fascista, Belaunde ocupó un espacio muy importante en el análisis y el pensamiento político del Perú en el siglo xx. El trabajo que Osmar Gonzales le dedica al núcleo intelectual conocido como “arielista”, del cual era parte Belaunde, lleva el sintomático título de Sanchos fracasados (Gonzales, 1996), aludiendo con ello a que, paradójicamente, sus ideas y sus planteamientos no se transformaron en proyectos políticos concretos y exitosos.

En efecto, una de las grandes paradojas del pensamiento político de Belaunde es que no se tradujo en un proyecto político estructurado en torno a lo que era, objetivamente hablando, un minucioso análisis de la realidad peruana y una multidimensional propuesta de país. Cuando concluyó su discurso en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1914 (Belaunde, 1914), afirmó, en contundente y claro llamado, “¡Queremos patria!”, condensando, así, lo que era en esencia su perspectiva y su propuesta de futuro. Eso no se trasladó luego, sin embargo, a una propuesta política viable. Gran paradoja de la política nacional en el atormentado siglo xx, pensamiento estructurado en torno a la “política” en su sentido lato, pero desconectado de lo que Bedoya Reyes califica como “política concreta”.

Fue, a fin de cuentas, el curso de su trayectoria. Sea porque los pocos proyectos de “política concreta” en los que se involucró no fueron particularmente exitosos; sea porque él mismo tomó distancia frente a posibles espacios de acción que se le abrían (la convocatoria de Riva-Agüero, por ejemplo, para participar en los Gobiernos de Sánchez Cerro o Benavides); o porque, acaso, no fue convocado cuando esperó serlo (por ejemplo, durante el Gobierno de Bustamante y Rivero).

Más allá de funciones en la política nacional (breve desempeño como ministro de Relaciones Exteriores en 1958), los espacios en ámbitos universitarios le fueron también esquivos. Las circunstancias y la polarización política le cerraron el paso al rectorado de San Marcos. En la propia Universidad Católica, no llegó a ser rector pese a que, eso sí, fue decano, vicerrector y, al final, rector emérito. Confirmando, ¡otra vez!, aquello de que “nadie es profeta en su propia tierra”, la función pública de mayor relevancia que desempeñó no fue en el Perú, sino como presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1959.

Dentro del país podría pensarse que el proyecto de la revista Mercurio Peruano fue el de concreción orgánica más sostenida, consistente y de mayor impacto de su trayectoria académico-política. Los vaivenes de la política de esos tiempos atravesaron, como es lógico, el curso de dicha publicación. Estando ausente durante la década de 1920 por el exilio, varios miembros del consejo de redacción (Mariano Iberico, Alberto Ureta y Alberto Ulloa) cuestionaron el excesivo peso de los temas religiosos y la cercanía de Belaunde con grupos religiosos conservadores. Estas diferencias llevaron al apartamiento de los cuestionantes. Por diferencias de signo contrario, Riva-Agüero se alejó por las tendencias “bastante izquierdistas” de la publicación (Belaunde, 1914, p. 141).

El proyecto más notorio de “política concreta” en el que estuvo directa y activamente involucrado fue el de la formación del Partido Nacional Democrático, en el que José de la Riva-Agüero tuvo protagonismo especial, pues fue quien fundó la agrupación en 1915. Su participación en las elecciones de ese año les fue adversa (Belaunde fue candidato a diputado por Arequipa, sin éxito). Viendo que no les era directamente “instrumental”, los grupos de poder económico de ese entonces dejaron al Partido Nacional Democrático sin piso.

Parecía que lo que los grupos oligárquicos buscaban eran instrumentos operacionales muy directos y funcionales, y no proyectos políticos más amplios en los que la hegemonía política de los mismos podría suponer sacrificios y renunciamientos inmediatos en aras de una representación más amplia. Otra vez la ceguera de no ver a la vuelta de la esquina ni más allá de la nariz. En lapidaria y precisa aseveración, Gonzales ha dicho que:

Los grupos oligárquicos prefirieron la ganancia particular y el acomodo institucional de acuerdo con las circunstancias, aunque con éxito, pues de otra manera no se puede explicar su larga permanencia en el poder. Mirar al futuro suponía tener una conciencia de país y una convicción modernizadora de las que carecieron dichos grupos privilegiados (Gonzales, 2008).

Años después fue elegido en 1931 diputado por Arequipa al Congreso Constituyente. Ya que estaba finalizando su exilio no efectuó una campaña electoral, por lo que la elección es particularmente meritoria. En el Congreso Constituyente, como dice Bedoya Reyes, “conquista [...] espacio privilegiado en la Cámara” (Bedoya Reyes, 2007) con sus reflexiones y propuestas sobre diversos temas como el “mensaje social cristiano” (Bedoya Reyes, 2007). En efecto, si bien se opuso al voto de los analfabetos y de los militares, defiende el voto femenino y la libertad de prensa.

Calidad de los debates y propuesta de país

Hay dos aspectos que creo importante destacar en lo que es el estilo y la proyección política del pensamiento de Belaunde. Primero, la calidad de los debates en los que participó. Segundo, el que sus reflexiones y sus planteamientos tuvieran como norte un proyecto de país que se situaba mucho más allá de urgencias coyunturales o propósitos electoreros.

 

En efecto, tuvo bastante que ver el estilo firme, pero respetuoso de Belaunde frente a sus adversarios con la calidad de muchos de los debates en los que participó. Osmar Gonzales ha destacado con precisión (Gonzales, 2007) cómo, en los primeros treinta años del siglo xx, la propuesta socialista levantada por José Carlos Mariátegui tenía, sin duda, en Haya de la Torre, su referente más intenso de polémica y confrontación. Pero la tenía, en profundidad, con la llamada “intelectualidad del Novecientos”, dentro de la cual Belaunde era un componente fundamental. En el fragor del debate, por cierto, no estaba ausente la crítica mordaz, pero el mismo Mariátegui reconocía la importancia intelectual de Belaunde y ambos discutían con altura.

Destaca, notablemente, el debate de Belaunde con Mariátegui a propósito de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Belaunde confrontó este libro, a través de artículos publicados en su revista, en Mercurio Peruano, que luego dieron forma al libro La realidad nacional. En sus textos reconoció aportes y aspectos positivos, y puso de relieve, como era su legítimo derecho, aquello en lo que discrepaba y el sustento para ello. Con corrección, Pedro Planas, en su artículo “La polémica frustrada”, destacó que el debate entre Belaunde y Mariátegui fue la “verdadera polémica sobre el país”. Este debate, sin embargo, se cortó abruptamente por la temprana muerte del segundo.

No he encontrado en las líneas de Víctor Andrés Belaunde descalificaciones o adjetivaciones contra sus adversarios, sino un conjunto de ideas o planteamientos, con los que se puede coincidir o discrepar, pero que eran ingredientes sólidos para los debates sustantivos en los que participó. Con razón, Luis Bedoya Reyes decía que “siempre fue respetuoso frente a discrepantes” (Bedoya Reyes, 2007), en referencia expresa a su elogio a Mariátegui. ¡Cuánto ayudaría al curso político del Perú que aunque sea algunos de estos rasgos sobreviviesen hoy en día en el país! El debate político parece haber sido reducido, en el presente, a sinónimo de oferta electoral o de invectiva al adversario.

El continente —las formas— de un debate alturado era posible, sin embargo, no solo por calidades personales, sino por algo aun más importante, que era la existencia de ideas articuladas en torno a un proyecto de país. Había cosas que decir. Y muchas. Es verdad de Perogrullo que Mariátegui y Haya tuvieron un papel protagónico en ese terreno. Pero como las ideas de Belaunde no se plasmaron en un proyecto político con su participación o bajo su conducción, se olvida a veces que su análisis abarcador de la realidad nacional se iba traduciendo en una propuesta de país estructurada, no como una letanía de utopías, sino de planteamientos concretos en temas como la regionalización, el sistema electoral y la organización del Estado; además, naturalmente, de lo que atañe al derecho internacional y, particularmente, a los límites del Perú.

El pensamiento de Belaunde

La lógica de análisis de Belaunde parte de principios generales que aplica a su examen de la realidad nacional. Esos principios generales se estructuran en torno a la filosofía (particularmente el pensamiento cristiano), el derecho, la sociología y la historia (Llosa, 1962, 144). Su concepto de la nación y la nacionalidad tiene un carácter absoluto por la vigencia “universal e intemporal” (Llosa, 1962, p. 145) de conceptos que parten de la noción europea de nación (que había surgido de un proceso específico y definido en esa región del mundo), tratando de ver cómo la realidad del Perú coincidía con los mismos.

En ese marco conceptual, Belaunde es un analista crítico de la realidad desde sus tempranos aportes, como los conceptos vertidos en su discurso en San Marcos, “La crisis presente” (1914). En esa ocasión, denunció la crisis económica, el desbarajuste constitucional con un Poder Ejecutivo que ejercía poderes omnímodos, el caciquismo parlamentario y el fraude electoral. Puso de manifiesto problemas profundos de la sociedad peruana, como la injusticia con la población indígena y el abandono de las provincias. Muy distinto de la complacencia del “conservadurismo” contemporáneo.

En su análisis de la determinación de las nacionalidades, el territorio desempeña un papel fundamental. Por ello, su énfasis en la vocación nacional de la unidad territorial y la ocupación del territorio plasmada en la cultura incaica de los andenes y los caminos, reforzada por el centralismo virreinal y la obra de la república. En esa misma perspectiva nace su aproximación a la región amazónica como parte de la peruanidad, y el estudio de los procesos limítrofes en esas zonas tan alejadas y desconocidas en esos tiempos.

Durante los primeros años del siglo, Belaunde desempeñó funciones en el Archivo de Límites del Ministerio de Relaciones Exteriores, en donde empezó su carrera diplomática en 1903. Entre otros jefes del Archivo de Límites, bajo cuya responsabilidad trabajó, estuvo Carlos Larrabure y Correa, mi abuelo materno, quien, entre otras decisiones, comisionó a Belaunde para buscar, reunir y sistematizar la documentación que Víctor M. Maúrtua necesitaba para la defensa peruana en el arbitraje para delimitar la zona fronteriza con Bolivia, para lo cual se había designado al presidente de Argentina. El laudo arbitral posterior confirmó, en líneas generales, la tesis peruana y Bolivia lo aceptó. Cuando Larrabure y Correa pasó a desempeñar otras funciones, Belaunde lo reemplazó como jefe del Archivo de Límites.

Su oposición posterior a Leguía tuvo que ver no solo con el carácter autoritario y caudillesco de su Gobierno, sino con otros asuntos, en particular con el manejo por el régimen del asunto colombiano y por la entrega a Colombia del denominado Trapecio Amazónico a través del Tratado Salomón-Lozano de 1922. En la exposición de la Sociedad Geográfica y del Instituto Histórico sobre la cuestión de Leticia que Belaunde redactó, se afirma con contundencia que: “Puede decirse sin exageración que el Tratado Salomón-Lozano, al extender artificialmente el territorio de Colombia al trapecio del Putumayo y el Amazonas, atentó profundamente contra la autonomía y el desarrollo económico y la seguridad militar del Oriente peruano” (Pareja Paz Soldán, 1968, pp. 96-97). Destacó que el Perú con ello perdía su control de la entrada al río Amazonas, “siendo Tabatinga puerto brasilero y cedido, al frente, el puesto de Leticia” (Belaunde, 1987, p. 207).

Aspectos más relevantes

Hay cinco aspectos que me parece relevante destacar del pensamiento político y trayectoria de Belaunde. Muchos otros de enorme importancia, por cierto, quedan de lado en este ensayo (por ejemplo, su análisis de la historia, sus estudios filosóficos o religiosos y los múltiples aportes en materia diplomática y de derecho internacional).

Estos cinco aspectos son su compromiso con los principios democráticos, el papel de la religión en el proceso político, las reformas sociales y el pensamiento conservador, la regionalización y el tema indígena.

Compromiso con los principios democráticos

Si bien Belaunde no fue un “político”, en el sentido de dedicación de su tiempo y energías a la actividad política pública, hubo momentos de su vida en los que sí participó activamente en política; se resalta que en esas circunstancias se puso de manifiesto su identificación con los principios democráticos y su reticencia frente a actos y procesos autoritarios. Y eso en varios ámbitos. Así, por ejemplo, tempranamente (1908) se expresó a favor de la participación de los estudiantes en los consejos directivos de las universidades, posición que mantuvo a lo largo de su vida, en contraste, a la del autodefinido “reaccionario” Riva-Agüero. En efecto, cuando concurrió al Primer Congreso de Estudiantes, desarrollado en Montevideo en 1908, sostuvo esta tesis.

En 1921, a los pocos años de haber fundado Mercurio Peruano (1918), fue deportado por el régimen autoritario de Leguía por oponerse al régimen y a la expropiación ese año del diario La Prensa, y por defender en acto público a Luis Fernán Cisneros y a otros encarcelados por el Gobierno. Permaneció en el exilio hasta 1930.

Ya en las elecciones presidenciales de 1931 se había expresado, junto con otros de su generación, a favor de una “tercera opción”, distinta de la polaridad que planteaban las candidaturas de Sánchez Cerro, por un lado, y de Haya de la Torre, por el otro. El propio Belaunde fue propuesto como opción por Manuel Vicente Villarán y, finalmente, lanzaron la candidatura inviable de De la Jara. Sobre esas elecciones señaló que:

Los elementos culturales y las masas neutras estuvieron prácticamente al margen de la contienda. El Gobierno derechista de Sánchez Cerro cometió el error de no iniciarse con un gabinete de concertación nacional. El sector de oposición izquierdista cometió otro gran error: no aceptó su rol de oposición gubernamental, sino pretendió realizar una labor de oposición revolucionaria7.

En las simultáneas elecciones a la Asamblea Constituyente, Belaunde fue elegido integrante de la misma. Luego de que los diputados apristas fueran apresados y deportados por el régimen de Sánchez Cerro en febrero de 1932, se retiró de la Asamblea y viajó fuera del país. Su posición de rechazo y protesta fue firme y clara, no solo con su conducta, sino con sus palabras: “Se mutiló la Asamblea Constituyente con la prisión y el desafuero de veintitrés diputados apristas. El Parlamento quedó mediatizado, la libertad de imprenta suprimida y suspendidas indefinidamente las garantías individuales” (Pareja, 1968, p. 67). Se reincorporó a la Constituyente en las postrimerías de la misma, a instancias del arzobispo de Lima, para defender la posición de la Iglesia católica en temas como la religión católica como rectora espiritual del Perú y en asuntos como el matrimonio y la familia.

Frente a los regímenes autoritarios de Sánchez Cerro y Benavides, a diferencia de Riva-Agüero, mantuvo una actitud distante viendo con recelo, por ejemplo, el proyecto de alianza entre los civilistas y el militarismo del sanchezcerrismo y, luego, la dictadura de Benavides. Dentro de los múltiples aportes de Osmar Gonzales sobre esta parte de la vida política de Belaunde, destaca las reflexiones y la documentación sobre la conducta de Belaunde frente a las convocatorias de Riva-Agüero para enrolarlo con Sánchez Cerro o Benavides (de quien Riva-Agüero fuera ministro de Estado).

Así, cuando Riva-Agüero lo convoca a colaborar con el régimen de Sánchez Cerro, Belaunde le responde sacando a relucir su férrea oposición al caudillismo sin contrapesos ni control señalándole a su interlocutor: “Esto equivale a entregar a su suerte a un ciego o unirse al destino de un loco. Toda cooperación con Sánchez Cerro que no se traduzca en el control del gabinete me parece suicida” (Gonzales, 2007). Como dice bien Gonzales, con estas líneas Belaunde “no hace otra cosa que ser coherente con sus reflexiones anteriores y que vienen desde su primera madurez” (Gonzales, 2007), sobre el peligro de la falta de contrapeso al poder presidencial. Añade Gonzales que “se trataba de un escrupuloso republicano. Fue consecuente con un perfil de intelectual que —aun con una filiación ideológica clara, el socialcristianismo, y de sus definitivas demarcaciones con el marxismo y el aprismo— no dejó que sus convicciones fueran vulneradas por las urgencias de la lucha política” (Gonzales, 2007). Por estas razones, suponer que Belaunde fue un pensador que apoyó al fascismo en el Perú es un tremendo error.

La religión

El tema religioso es muy importante en el pensamiento de Belaunde. Si bien algunos de sus exegetas y supuestos seguidores se anclan exclusivamente en lo que en ello hay de énfasis en el tradicionalismo y en la importancia de lo trascendente en el desarrollo del individuo, la aproximación de Belaunde es mucho más amplia y se proyecta en lo que Sinesio López califica como un pensamiento “profundamente sociológico” (López, 1987, p. 154).

Así, pues, parte de la perspectiva de lo trascendente, pero ubicándola como norte e inspiración de procesos sociales y políticos. Según la perspectiva de muchos, es en esa vertebración que se encuentra la raíz del pensamiento social cristiano en el Perú. Estamos, pues, ante una aproximación a lo religioso, no como espiritualidad desligada de la realidad, sino como elemento inspirador del destino del hombre y de afirmación de la nacionalidad.

El reformismo y el pensamiento conservador de Belaunde

 

Si en la actualidad la calificación de “conservador” en el pensamiento político alude, esencialmente, a una propuesta de preservación del statu quo, en el caso de Belaunde hacer tal reducción sería injusto e incorrecto. Pues si bien la calificación de “conservador” en el pensamiento de Belaunde es válida, ella lo es, ante todo, por estructurar sus reflexiones en conceptos fundamentales como la tradición y en una lectura de la vida y la sociedad sustentada en un catolicismo también conservador. Sin embargo, ello va de la mano con una visión que articula esta aproximación conservadora con una aguda crítica de los grandes males del país y afirmando la necesidad y la urgencia de reformas sociales.

No es, pues, el pensamiento de Belaunde —a diferencia de los “conservadores” contemporáneos— linealmente instrumental de élites o de grupos plutocráticos. Por el contrario, Belaunde fue crítico de la realidad social e institucional y llamó a la reforma social. Recurrentemente identificó los tres grandes males de la república en la plutocracia costeña, la burocracia militar y el caciquismo parlamentario. Y, a base de ello, la necesidad de reformas sociales y políticas.

La injusticia social y el arcaico sistema político estuvieron presentes como referentes fundamentales de contraste en el pensamiento de Belaunde para proponer reformas sociales como respuesta. Su perspectiva fue nutrida por la doctrina social de la Iglesia católica, cuya primera concreción se había dado en la encíclica Rerum novarum, dictada por el papa León XIII en 1891, y que tuvo su siguiente hito en la encíclica Quadragesimo anno, dictada por Pío XI en 1931.

Sin embargo, todo indica que el soporte doctrinario que más impacto tuvo en Belaunde como sustento de derecho natural para la reforma social fue el Código social. Esbozo de una síntesis católica, conocido como Código social de Malinas, escrito en 1920 por el cardenal belga Désiré-Joseph Mercier. Dicho instrumento doctrinario hacía particular incidencia en las garantías sociales de los trabajadores y la población frente a los excesos de minorías privilegiadas. Buscaba explícitamente, además, conciliar el derecho de propiedad con el interés común a lo que adhirió Belaunde. En el artículo 96 del Código social de Malinas, se establecía: “En la medida que la necesidad lo reclama, la autoridad pública tiene el derecho, inspirándose en el bien común, de determinar, a la luz de la ley natural y divina, el uso que los propietarios pueden o no hacer de sus bienes”. En crítica al “liberalismo manchesteriano”, que inclinaba la balanza a favor del capital y al principio de que “todo producto, deducción hecha de lo que exigen la amortización y reconstitución del capital, pertenece de pleno derecho a los trabajadores”, en el artículo 93 del Código social de Malinas se establece: “Es muy importante atribuir a cada cual lo que le pertenece y regular, según las exigencias del bien común, la distribución de los recursos de este mundo”.

Muchos han visto —con razón— que en el anclaje del Código social de Malinas al pensamiento nacional a través de Víctor Andrés Belaunde se encuentra la raíz del pensamiento socialcristiano peruano. Luis Bedoya Reyes señaló que cuando Belaunde polemiza con Mariátegui desde Europa, de 1929 a 1931, y, posteriormente, en la posición que expresa en la Asamblea Constituyente de 1931, era “ya un hombre [...] nutrido de ese pensamiento” (Bedoya Reyes, 2007). Basándose en ellos es que, según Bedoya Reyes, Belaunde plantea el fortalecimiento del sindicalismo no solo de los trabajadores, sino de los empresarios, la participación de los trabajadores en las utilidades y en el accionariado de la empresa.

La regionalización

En la primera parte de La realidad nacional, en el acápite “En torno a los 7 ensayos, de José Carlos Mariátegui”, Belaunde expresó con claridad sus coincidencias y diferencias con Mariátegui. Partiendo de reconocer en Mariátegui las “mejores cualidades de observador y de realista” y su “estilo preciso, ágil” (Belaunde, 2007, p. 219), puso de manifiesto sus coincidencias en aspectos esenciales: el anacronismo del debate centro federal, la unión del centralismo con el caciquismo y la dificultad de establecer una justa diferenciación geográfica en regiones en el Perú.

En coherencia con su planteamiento de que la nación peruana es una síntesis, cuestiona a Mariátegui por su “tendencioso empeño en acentuar los contrastes geográficos y raciales, en destacar una irreductible dualidad de elementos” (Belaunde, 2007, p. 207). A la dualidad de razas y de lenguas, Belaunde opone una idea de unidad nacional sobre la que destaca que “la oposición entre la costa y la sierra no es tan radical como Mariátegui la pinta” (Belaunde, 2007, p. 210), y señala, con corrección, que “al elemento indígena hay que verlo, no solo en los aborígenes puros, sino en el alto porcentaje de sangre indígena de la costa, y [...] [considerar] al factor español y al mestizo de la sierra” (Belaunde, 2007, p. 211). A partir de ello, frente al regionalismo indigenista de Mariátegui, alcanza su propuesta de lo que se podría llamar “regionalización económica” en nueve regiones, que se sustenta en “superar las dualidades de sierra y costa, de sur y de norte” (Belaunde, 2007, p. 212), planteando que el proceso histórico de los “organismos vivos” (ciudades e intendencias) sea completado o modificado por “los factores económicos de la época presente” (Belaunde, 2007, p. 216).

El tema indígena

La problemática indígena estuvo presente de manera singular y transversal en la obra y pensamiento de Belaunde. No tanto en la lógica de la multietnicidad que hoy guía la estructuración de Estados democráticos como el español, sino en una visión y perspectiva “integradora”, que en muchos aspectos se ubica en las antípodas. Vista en su momento, sin embargo, la relevancia dada a la población indígena, en una perspectiva reformista, contrastaba con el racismo excluyente prevaleciente en aquellos tiempos en las élites, particularmente en la costeña y limeña.

Belaunde enfatiza el concepto de “síntesis” como resultante del proceso de conquista y colonización. Jorge Guillermo Llosa precisa, sin embargo, que esa transformación no fue horizontal sino impuesta, dependiente y en función de los intereses de la metrópoli (Llosa, 1962, p. 157). Destaca, también, cómo el pueblo indígena fue obligado a abandonar su hábitat natural para nutrir el trabajo en las labores mineras, abandonándose, así, los cultivos tradicionales adaptados a las necesidades de los habitantes y a las características del territorio. La destrucción de canales, caminos, terrazas y la red de obras de ingeniería prehispánicas supuso el sometimiento de los indígenas a condiciones oprobiosas.

En efecto, Belaunde habla de “asimilación de la raza indígena”. Así dicho ello, sin embargo, no da cuenta precisa de una propuesta que, si bien era, en efecto, “integradora”, no lo era sobre la base de “cooptar” simplistamente al indígena tal cual está, sino de acompañar ese proceso con cambios económicos, sociales y educativos. El hecho que propusiese un programa para potenciar la productividad de la comunidad indígena y expropiar al latifundio improductivo da cuenta que Belaunde se ubicaba en una frecuencia muy distinta de un pensamiento reaccionario que buscase dejar intocados los privilegios de ciertos grupos.