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El futuro después del covid-19

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Tanto el núcleo biológico del problema como el núcleo productivo que resulta el problema de la subsistencia de las poblaciones sin ningún tipo de renacido darwinismo social, trazan el esqueleto intelectual que en futuro justificará a las naciones. Esperamos que la nuestra, que tiene acervos acumulados de gran importancia, tanto el núcleo biológico del problema como el núcleo productivo que resulta el problema en estos temas, pueda desplegar los ámbitos adecuados para desarrollar tanto vacunas como conceptos, que en última instancia son instancias curadoras de modo desigual pero computables en la misma idea de continuidad de lo humano como condición renacida en su autoconciencia y en sus actos de presencia real. Sin desmedro de los influyentes deconstructivismos, pero como una filosofía de lo humano autogenerado desde una territorialidad propia -nuestro país- pero tomando de su vasta composición filosófica, todos los aportes que en ese sentido se hicieron, sustrayendo: Echeverría, De Ángeles, Astrada, Ingenieros, Aníbal Ponce, Alberdi, Hudson, Mansilla, Borges, Marechal, Juan L. Ortiz, el yrigoyenismo a través del krausismo, el peronismo a través del “humanismo popular cristiano”, Del Barco, León Rozitchner, el Viñas sartreano.

Si esto fuera una universidad -no lo es, es el futuro del país-, serían temas de una bibliografía obligatoria. De todos modos, lo podría ser.

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Horacio González es Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de San Pablo, Brasil. Fue director de la Biblioteca Nacional. Es profesor titular en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Rosario y en la Facultad Libre de Rosario, entre otras. En 2004 recibió el Premio Konex por su aporte a las Letras argentinas. Entre sus importantes obras, se destacan algunas como: Historia crítica de la sociología argentina (Colihue, 2000), La crisálida (Colihue, 2001), Historia y pasión - La voluntad de pensarlo todo (Plantea, 2011), Kirchnerismo, una controversia cultural, (Colihue, 2011), Saberes de pasillo - Universidad y conocimiento libre (Paradiso, 2018), entre otras.

Conjeturas para después de la pandemia

Por Juan Gabriel Tokatlian

La pre-pandemia

Antes del estallido de la pandemia del COVID-19, el sistema global se encontraba sobrecargado con un exceso de contradicciones, presiones y dilemas que podían provocar un gran quiebre. En cuatro tableros diferentes, pero entrelazados, las dinámicas y tendencias observables resultaban elocuentes. Respecto a las relaciones internacionales, la transición de poder, prestigio e influencia de Occidente (básicamente, Estados Unidos) a Oriente (en esencia, China) pasó de estar caracterizada por una inestable e inexacta combinación de competencia y colaboración a un estado de creciente pugnacidad. El gradual ascenso de Beijing y la declinación relativa de Washington fue respondida con la estrategia del Presidente Donald Trump comprendida en su eslogan “America First”. Esto es; la ilusión de una primacía indisputable. En términos de la política mundial, el auge de una globalización dominada por la financiarización, es decir; la preeminencia de intereses, agentes e instituciones financieras, aceleró el desmantelamiento del Estado de bienestar y amplió la desigualdad económica, social y política.

En relación con las organizaciones inter-gubernamentales, la nota predominante ha sido la aguda crisis del multilateralismo. Los ejemplos de la ONU y la OMC en el plano mundial y de la Unión Europea y UNASUR en el plano regional son testimonio de esa crisis. En efecto, el debilitamiento de las instituciones y regímenes es preocupante pues los organismos y acuerdos son clave para limitar la arbitrariedad de los poderosos y crear mecanismos de coordinación. En cuanto al ámbito interno, ha sobresalido la regresión de la democracia liberal, el aumento de las plutocracias, la reafirmación de regímenes autoritarios y el estancamiento de proyectos progresistas. No es inusual entonces que conflictos de clase, étnicos y religiosos sigan elevándose en intensidad y alcance. En suma, un escenario plagado de tensiones inter-estatales, reacomodos mundiales, fragilidades institucionales y malestares domésticos que se fueron acentuando y exacerbando por años son el telón de fondo de esta pandemia.

La pandemia

Esta pandemia no constituyó la irrupción de un “cisne negro”. Esto es; no estamos frente a un suceso totalmente imprevisto a pesar de ser de fuerte impacto. No lo fue ya que, en 2008, por ejemplo, el informe sobre Global Trends 2025 de la Oficina del Director del Consejo de Inteligencia Nacional de Estados Unidos advirtió sobre la “potencial aparición de una pandemia global” si no se adoptaban las medidas adecuadas para evitarla. También en 2012, el profesor emérito de la Universidad de Manitoba, Vaclac Smil, publicó Global Catastrophes and Trends, en donde, con base en evidencias de pandemias previas, señalaba la probabilidad de padecer una antes de 2021. Y, en septiembre de 2019, a pocos meses del Covid-19, se publicó un informe elaborado por la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación (grupo investigador conjunto de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial) que presentó un diagnóstico inequívoco: “Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial…El mundo corre grave peligro de padecer epidemias o pandemias de alcance regional o mundial y de consecuencias devastadoras, no solo en términos de pérdida de vidas humanas sino de desestabilización económica y caos social.”

A pesar de que una vez que se produjo el estallido de la pandemia el Estado retomó centralidad, la cuestión de las capacidades estatales no ha sido ni es uniforme. La preponderancia del capital financiero, con más vigor desde el fin de la Guerra Fría, ha sido tan honda que reconfiguró la relación Estado-sociedad- mercado a tal punto que en buena parte de la comunidad internacional se erosionaron notablemente los atributos de la estatalidad. Regresó el Estado en distintos países, pero un Estado con funciones y aptitudes muy esterilizadas. Por ello, ante el Coronavirus, en el mundo se vieron tres tipos de respuestas. Por un lado, las naciones que buscaron suprimir la expansión del virus con cuarentenas masivas inmediatas, testeo riguroso de la población, acción sanitaria sostenida, severas sanciones a los que incumplían el aislamiento social, freno expeditivo de la economía. Por el otro, las naciones que buscaron mitigar el avance del virus y que impulsaron, firme y paulatinamente, una variedad de iniciativas respecto al distanciamiento social, al confinamiento, a las pruebas sanitarias y a las actividades económicas, entre otras. Y, por último, las naciones que negaron totalmente, o por un largo período, la existencia misma de la pandemia. Tras estas tres respuestas se pueden detectar las diferencias entre Occidente y Oriente, el nivel de desmantelamiento del Estado de bienestar, la preferencia por opciones individuales y no cooperativas y los claroscuros de diversos tipos de regímenes políticos.

La pos-pandemia

¿Qué futuro puede avizorarse para el momento en que esta pandemia ceda? No es posible, ni deseable, una respuesta unívoca. Si se considera el corto plazo, es probable que no haya un viraje rotundo en los cuatro tableros mencionados. En gran medida por la ausencia de liderazgos políticos audaces, coaliciones sociales renovadas e instituciones mundiales robustecidas con voluntad y capacidad de emprender un gran acuerdo progresista, tanto a nivel nacional como global. El neoliberalismo no feneció como resultado del potencial dañino del COVID-19. Sí es esperable una seria depresión económica, un extendido hartazgo ciudadano, una elevación de la fricción geopolítica en puntos calientes del planeta, un cuestionamiento a nivel interno de los regímenes políticos ante el manejo del COVID-19 y una potencial inseguridad alimentaria derivada de la evolución temporal de la pandemia. Habrá seguramente un período de alta turbulencia que recorrerá a muchos países, sacudirá varios gobiernos y atemorizará a algunas élites.

No hay que extremar el valor de las analogías, aunque puede ser ilustrativo recordar tres momentos distintos pos-crisis. En el ocaso de la Primera Guerra Mundial, entre 1918-1919, se desplegó la asoladora “gripe española” que produjo, según cálculos estimados entre 20 a 40 millones de muertes. La combinación pos- guerra y pos-virus mostró la retracción de lo que muchos denominaron la primera globalización, entre finales del siglo XIX y principios del Siglo XX; el avance de ideologías anti-liberales; un profundo pesimismo social; y un creciente militarismo.

En la inmediata pos-Segunda Guerra Mundial se gestó una nueva institucionalidad internacional mediante la creación de las Naciones Unidas, se establecieron pactos socio-políticos para establecer modalidades de Estados de bienestar y se aspiró a gestar un orden mundial estable; al menos entre las grandes potencias. A la aguda crisis financiera de 2008 le siguió, en 2009, la crisis de la “gripe porcina” que fue, con datos más precisos elaborados en 2012, más letal de lo que pareció en un principio: la mezcla de ambas no significó una efectiva regulación del capital financiero ni un mejoramiento preventivo de los sistemas de salud pública. Pareciera que estamos muy lejos de la salida posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Después de la actual pandemia pueden aparecer diferentes cursos de acción, pero, en lo inmediato, es improbable que se produzcan reformas y transformaciones radicales en la dirección de un nuevo contrato fundado en la equidad, la justicia y la sostenibilidad. Para imaginar y construir un sendero alternativo se deberían sentar las bases para una amplia y plural coalición de vulnerables que enarbolen, con una perspectiva de largo plazo, un modelo político, social, económico y ambiental sustantivamente distinto al vigente.

 

Y si eso fuera viable, habría que reflexionar y polemizar sobre tres dimensiones: la naturaleza del hombre, del Estado y del sistema, recordando las tres imágenes que para otro propósito estudió en los cincuenta Kenneth Waltz.

¿Qué lecciones nos está dejando la pandemia? El hombre, atrapado entre la búsqueda de seguridad y la certeza de su finitud, perplejo entre la necesidad y la esperanza, y oscilante entre la trascendencia y la inminencia, ¿podrá atisbar en medio de la actual experiencia traumática un horizonte que se nutra de empatía y emancipación y que pueda sintetizar lo individual y lo colectivo?.

El Estado que se hereda después de este virus no es el más potente, inclusivo y legítimo. Los antecedentes más recientes, que muestran en distintas latitudes la presencia de la xenofobia, la injusticia y el fundamentalismo, combinado con una aversión a una cooperación pujante, ¿pueden derivar en nacionalismo agresivo y corrosivo? O estas tendencias ¿podrán ser revertidas como efecto de la profundidad del efecto global del Coronavirus y de las demandas de la sociedad civil internacional hacia un nacionalismo cosmopolita?.

Finalmente, en un sistema sobrecargado en el plano inter-estatal, hay pocos indicadores de que la relación entre Estados Unidos y China se vaya a desplazar hacia un acomodamiento recíproco, al tiempo que el orden internacional liberal cruje y la colaboración mundial languidece. El COVID-19 promete incluso fricciones entre las principales potencias occidentales. De hecho, ya se pasó del Consenso de Washington de los noventa al Disenso con Washington del presente. En ese contexto, ¿hay lugar para la moderación en las relaciones internacionales y cuáles y quiénes serían las fuentes de tal moderación? ¿hay disposición para impulsar el multilateralismo?.

Una Argentina atravesada por una delicada crisis que combina elementos estructurales y eventos coyunturales afrontará la pos-pandemia con múltiples retos internos e inquietantes desafíos externos. Este, me parece, no es momento para propuestas normativas. Es quizás el tiempo para entender que, parafraseando un cuento de Borges, estamos ante senderos que se bifurcan. Uno de los caminos es el más exigente pero prometedor: comenzar, desde un progresismo renovado y pacientemente, a configurar un consenso ampliado en política doméstica e internacional. El otro es el que venimos recorriendo desde hace ya demasiado tiempo.

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Juan Gabriel Tokatlian es Sociólogo y Doctor en Relaciones Internacionales de The Johns Hopkins University School of Advanced International Studies en Washingon, D.C. Fue Profesor en la Universidad de San Andrés (Victoria, Provincia de Buenos Aires, Argentina) entre 1999-2008. Vivió 18 años en Colombia entre 1981 y 1998. Fue Profesor Asociado (1995-1998) de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá), donde se desempeñó como investigador principal del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI). Fue co-fundador (1982) y Director (1987-94) del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de la Universidad de los Andes (Bogotá). Ha publicado varios libros, ensayos y artículos de opinión sobre la política exterior de Argentina y de Colombia, sobre las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, sobre el sistema global contemporáneo y sobre el narcotráfico, el terrorismo y el crimen organizado. Actualmente es vicerrector de la Universidad Di Tella.

Más allá del neoliberalismo: el Estado social el día después

Por Ricardo Forster

Un golpe demoledor al sentido común vigente hasta hace unas pocas semanas. No siempre se puede ser testigo de la implosión de una manera de estar en el mundo, de construir lazos de dominio y sujeción fundados, supuestamente, en una ampliación de la libertad individual. Eso es lo que está pasando aceleradamente entre nosotros mientras el miedo global no disminuye pese a las múltiples intervenciones de los Estados y del aparato científico que promete alcanzar la meta anhelada de una vacuna que nos inmunice ante el COVID-19. Por esas paradojas que de vez en cuando también se producen en el interior de la vida histórica, el mismo instrumento tan vilipendiado por la retórica neoliberal, el Estado, se ha convertido en el centro de cualquier posible solución al crecimiento de la pandemia. Antes se exigía menos Estado, menos involucramiento en los asuntos económicos y sociales; ahora se le pide que se haga cargo de la salud y que lo haga de una manera integral rompiendo uno de los artículos de fe del capitalismo “salvaje”: que el acceso a la salud no debiera ser un derecho humano ni conducir a un aumento del gasto que debe ser rigurosamente controlado para alcanzar la meca del equilibrio fiscal. Pero hay algo todavía más perverso en este imperativo del canon neoliberal: la creciente privatización de los servicios de salud, unida a la monumental fuente de ganancias y regalías que constituyen los activos de la industria farmacéutica, son un punto nodal del engranaje del Estado diseñado por los seguidores de Hayek y Friedman. En una sociedad donde se privilegia lo individual y lo patrimonial resulta contradictorio sostener sistemas de salud que se dirijan a lo común y colectivo. En una ideología que resalta el mérito y la toma de riesgo propia del individuo que se lanza a la aventura de realizarse a sí mismo, la salud pública es una piedra en el zapato, una contradicción en los términos porque premia al que carece de méritos o al que no ha hecho nada para alcanzar el éxito, mientras que perjudica a aquellos que se han esforzado por lograr objetivos que no vienen dados ni resultan de lo socialmente dado. “La sociedad no existe, sólo existe el individuo” sostuvo Margaret Thatcher acentuando, con una síntesis envidiable, el non plus ultra del neoliberalismo. Un mundo de individuos compitiendo entre sí, luchando a brazo partido por ser integrados al pelotón de los triunfadores, aquellos que se pueden pagar un buen tratamiento médico porque lograron, por mérito propio, autoabastecerse sin tener que chupar de la teta de la seguridad pública. En la sociedad del riesgo no puede haber lugar para los débiles o, peor todavía, para los perdedores. El COVID-19, su invisibilidad devastadora, puso en cuarentena la autoconfianza del individuo liberal en su capacidad de salvarse a sí mismo sin ayuda del Estado, de lo público y de lo común. Es difícil imaginar que la recomposición de una salud pública que atienda las necesidades del conjunto de la sociedad, y lo haga sin perseguir ganancia alguna, no choque de frente contra todo el andamiaje forjado durante cuatro décadas por el neoliberalismo. Algo no va más. Y en ese no ir más se plantean las preguntas respecto del “día después”, ese momento en el que supuestamente habremos dejado atrás al virus –al menos una vez más, pero a la espera de su regreso con nueva virulencia– sin por eso haber superado las causas que favorecieron su expansión planetaria. Quiero decir que la reconstrucción de un sistema de salud público y de acceso universal, que suponga un derecho inalienable y por lo tanto su gratuidad, arrastrará, inexorablemente, al edificio entero del neoliberalismo allí donde éste no puede negociar con su contrario absoluto. El capitalismo de la segunda posguerra se vio obligado a pactar con la clase trabajadora, tuvo que aceptar la arquitectura del Estado de bienestar en medio de una zozobra política y económica que amenazaba su continuidad (o al menos esa era la lectura que las clases dominantes hicieron en aquel contexto atravesado por el temor a la revolución social y al papel activo, en ese desencadenamiento, de la Unión Soviética). El neoliberalismo, su ontología para llamarla así, es antagónica a las implicancias estructurales que suponen reconstruir en la actualidad un Estado social. Un neokeynesianismo progresista (porque lo puede haber de extrema derecha e incluso liberal) constituye un otro impensable para la lógica de la financiarización que domina la época de la ortodoxia neoclásica. De ahí, que resulte difícil, por lo laberíntico, descifrar el camino que se abrirá el día después del final de la pandemia.

Ese catecismo que impregnó el sentido común en las últimas cuatro décadas se ha convertido en letra muerta. Ya nadie lo recita. Ya nadie lo reclama. Ya nadie busca imponerlo, aunque sigan persistiendo los nostálgicos de la libertad absoluta, de la meritocracia y del sálvese quien pueda. Ni siquiera el americanismo más radicalmente libertario ni la ampulosa autosuficiencia de un Trump cada vez más caricatura de sí mismo, hoy pueden sostener argumentos que se los ha llevado el viento huracanado causado por un “bichito” invisible. Décadas de industria cultural y comunicacional, de publicidad subliminal atravesando todo tipo de fronteras reales e imaginarias, han mostrado, de la noche a la mañana, que las certezas y las creencias dominantes han saltado en mil pedazos. Vuelve el Estado. Pero… ¿qué Estado y para qué? ¿Apenas para amortiguar el espanto y las consecuencias catastróficas de la pandemia? ¿Es posible que después del largo calvario todo siga igual? ¿Resisten las sociedades una nueva repetición como en la crisis del 2008? Me apresuro a señalar que tengo mis serias dudas de que, en esta ocasión, haya una habilitación social como la que les permitió a los gobernantes neoliberales rescatar a los bancos con fondos públicos devolviéndoles todas sus supuestas pérdidas a la vez que se profundizaron todas las causas de la crisis de aquel entonces. Quisiera creer que la pandemia, la ominosa sombra que recorre la aldea global, nos está llevando a límites nunca antes vividos, al menos no de este modo y en las condiciones de una sociedad como la nuestra. ¿Alguien puede pensar que la rueda de la fortuna del capitalismo especulativo volverá a echarse a rodar sin que nada la detenga? Algo conmovedor nos está aconteciendo hasta el punto, eso esperamos, de abrirnos hacia otras dimensiones de la vida social sabiendo, como crudamente se va mostrando en medio de la pandemia, que siempre los más débiles (los pobres, las mujeres, las minorías, los pueblos originarios, los discapacitados/as, los ancianos abandonados por sus hijos en geriátricos convertidos en morideros, los indocumentados/as migrantes, los trabajadores/as informales, los parias del mundo) son los que más expuestos están, los que más sufren y los que menos reciben. Hoy sencillamente se ha vuelto intolerable el abandono de los débiles como consecuencia de un Estado jibarizado por el mercado y sus intereses. Y se vuelve visible e intolerable porque también las clases medias han comprendido que el vaciamiento de lo público, la mercantilización de la salud y la banalización de la seguridad social son los flancos débiles por los que entra con toda libertad el virus matando sin discriminación alguna. ¿Un antes y un después?

Álvaro García Linera, en una reciente conferencia, hace una aguda descripción del derrumbe material y simbólico de la globalización neoliberal. Señala que ha fracasado en todos los órdenes y que, suceda lo que suceda, el día después ya no nos encontrará regresando al modelo estatal puesto a disposición de la circulación libre de los capitales especulativos. “Cuánto durará este re-torno al Estado –se pregunta García Linera–, es difícil saberlo. Lo que sí está claro es que, por un largo tiempo ni las plataformas globales, ni los medios de comunicación, ni los mercados financieros ni los dueños de las grandes corporaciones tienen la capacidad de articular asociatividad y compromiso moral similar a los Estados. Que esto signifique un regreso a idénticas formas de estado de bienestar o desarrollista de décadas atrás no es posible porque existen unas interdependencias técnico- económicas que ya no pueden dar marcha atrás para erigir sociedades autocentradas en el mercado interno y el asalariamiento regular. Pero, sin Estado social preocupado por el cuidado de las condiciones de vida de las poblaciones seguiremos condenados a repetir estos descalabros globales que agrietan brutalmente a las sociedades y las dejan al borde del precipicio histórico.”

Este es uno de los polos de su reflexión y de las perspectivas para el día después. La ilusión de regresar al Estado de bienestar como se manifestó en las décadas siguientes a la segunda posguerra chocan de frente con los cambios estructurales y tecnológicos que se vienen desplegando en los últimos tiempos, cambios que han reconfigurado gran parte de las prácticas sociales, económicas y culturales. Resulta ingenuo suponer que se trata de reconstruir el funcionamiento sin más del Estado social sin tomar en cuenta el estadio actual de la valorización capitalista y de las profundas mutaciones que han disparado la agudización de la virtualidad y de la digitalización. Lo lógica del capitalismo es antagónica a cualquier embridamiento –aunque haya tenido que aceptarlo en algún momento de su travesía histórica cuando no tuvo otra alternativa–, su naturaleza, para llamarla de este modo, lo impulsa a la búsqueda constante de la maximización de la ganancia junto con la expansión ilimitada de la apropiación de recursos que sigan garantizando su rentabilidad. La astucia del capital ha sido, en otras etapas de su historia, asimilar a sus críticos, volver en insumos propios las formulaciones contrarias, y atravesar las crisis desde un lugar de fortalecimiento, aunque haya tenido que pactar en algunos momentos. El Estado de bienestar fue el resultado de ese pacto que forzó al capital a aceptar límites y a otorgarle a los trabajadores una parte antes inimaginable de la distribución de la renta junto con la construcción de esa extraña arquitectura que fue el Estado social. García Linera no ve un escenario equivalente, pero no por la incertidumbre generada por la incapacidad de la globalización de hacerse cargo de las demandas surgidas con el COVID-19 y su transformación en pandemia, sino por problemas estructurales del propio sistema de la economía-mundo. ¿Cómo compatibilizar el núcleo esencialmente egoísta del capital con la trama de solidaridad que supone el acceso gratuito y universal a la salud? ¿Cómo desandar el camino que llevó a la sociedad a su fragmentación y a la desocialización sin desarmar, a su vez, todo el engranaje que lo hizo posible? El virus, a su paso, deja desnudo al sistema. Pero eso no significa que esté muerto. Seremos testigos de su esfuerzo denodado por mantener el status quo, por intentar salir más poderoso de esta crisis como ya lo hizo en otras ocasiones. El capitalismo se alimenta y se expande aprovechando las crisis que genera. Veremos hasta donde nos lleva el COVID-19, qué murallas rompe y qué posibilidades abre para ir más allá de la globalización.

 

García Linera, a él seguimos leyendo, está convencido que resulta quimérico imaginar un retorno tal cual al modelo de la financiarización globalizadora. En todo caso, ve otros problemas que pasa a destacar en su conferencia y que tocan el corazón de muchas de las preguntas que también me hago en estos días de la cuarentena y a medida que crecen los dispositivos y las plataformas tecnológicas como los grandes “actores” y, por qué no, ganadores de la época. Le devuelvo, entonces, la palabra al ex vicepresidente boliviano: “Ahora, otra de las paradojas del tiempo de bifurcación aleatoria como el actual es el riesgo de un regreso pervertido del Estado bajo la forma de keynesianismos invertidos y de un totalitarismo del big data como novísima tecnología de contención de las clases peligrosas. Si el regreso del Estado es para utilizar dinero público, es decir, de todos, para sostener las tasas de rentabilidad de unos pocos propietarios de grandes corporaciones no estamos ante un Estado social protector, sino patrimonializado por una aristocracia de los negocios, como ya sucedió durante todo el periodo neoliberal que nos ha llevado a este momento de descalabro societal.” ¿Qué duda cabe que uno de los objetivos principales de los poderes reales es no solamente sostener su hegemonía y su tendencia a la híper concentración de la riqueza, sino, a su vez, ampliar los mecanismos de dominación a partir de los instrumentos informacionales y digitales utilizados durante la pandemia global? De ahí que la segunda cuestión que preocupa a García Linera es “si el uso del big data es irradiado desde el cuidado médico de la sociedad a la contrainsurgencia social, estaremos ante una nueva fase de la biopolítica devenida ahora en data- política, que de la gestión disciplinaria de la vida en fábricas, centros de reclusión y sistemas de salud pública pasa al control algorítmico de la totalidad de los actos de vida, comenzando por la historia de sus desplazamientos, de sus relaciones, de sus elecciones personales, de sus gustos, de sus pensamientos y hasta de sus probables acciones futuras, convertido ahora en datos de algún algoritmo que “mide” la “peligrosidad” de las personas; hoy peligrosidad médica; mañana peligrosidad cultural; pasado mañana peligrosidad política.”

Hay un cierto contacto entre estas preocupaciones de García Linera, lo que él llama “la data-política” como nueva variante de la biopolítica y lo que sostiene Byung-Chul Han del predominio del modelo “oriental” como salida tecno- autoritaria también fundada en la expansión del Big Data y del algoritmo como mecanismos de control social. Lo cierto es que el día después contiene diversas posibilidades y abre interrogantes muy difíciles de anticipar sin caer en miradas pesimistas o, al contrario, en cierta perspectiva bucólica e ingenua que supone que estamos ante una extraordinaria oportunidad para cambiar radical y dramáticamente de formas de vida y de organización de la producción, del trabajo y del consumo mientras pierde de vista la capacidad del sistema para adaptarse y sobrevivir, incluso a golpes muy duros como el que está sufriendo. Es obvio, suponer lo contrario sería una ilusión peligrosa, que el poder real intentará apropiarse de esta crisis. Pero, y esto está a la orden del día y no debemos subestimarlas, hay corrientes nuevas y profundas en las sociedades que también se agitan y buscarán impedir que la lógica brutal del capitalismo haga lo que sabe hacer: crecer y expandirse aprovechando el sufrimiento de las grandes mayorías y el colapso de la economía. El peligro de ir hacia una sociedad cada vez más panoptizada es más que evidente; del mismo modo que el aislamiento social redefine las relaciones corporales hasta un punto inédito. Nuestros cuerpos hoy se dejan atravesar, para alcanzar cierto contacto con los otros, por las tecnologías digitales y las distintas plataformas de comunicación que reemplazan la imposibilidad de la cercanía corporal. Sus consecuencias están por verse, aunque la generalización en nuestras cotidianidades enclaustradas de la virtualidad tecnológica augura mutaciones insospechadas. Lo que ya era una tendencia global a la colonización de nuestras prácticas por los soportes tecno-digitales hoy se ha convertido en nuestra fuente absoluta de intercambios y de “contactos” con esos otros cuyos cuerpos se sustraen por temor al contagio o, mejor todavía, por la proliferación de protocolos de seguridad pública que impiden la cercanía corporal. No hace falta citar a Foucault para comprender que una pandemia como la que estamos sufriendo guarda dentro suyo una radical transformación de usos y costumbres que redefinirán los modos de ser de la sociabilidad, de la circulación del poder y de las prácticas emergentes. Lo que en todo caso está anticipando con preocupación García Linera es la apropiación, por parte del sistema, de esas tecnologías algorítmicas capaces de ampliar los mecanismos de vigilancia –y punición– hasta niveles nunca antes alcanzados. Pero también, junto con esa mirada crítica, aparece, en su visión, la fuerza del común para encontrar caminos alternativos y en condición de antagonizar con el poder real.