Lucha política y crisis social en el Perú Republicano 1821-2021

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Otra comunicación dirigida al contralmirante Montero muestra las razones de fondo de Bolognesi. En ella, sostiene que todo el Perú estaba en vilo observando el comportamiento de la guarnición de Arica y que su deber era sostenerse hasta el final. Así, Bolognesi habría decidido intervenir en la formación del carácter nacional, reforzando el prototipo del héroe peruano. Grau había marcado la pauta y Bolognesi dejó claro que los guerreros peruanos estaban decididos a dar batalla incluso en situación desesperada.

En opinión de Manuel González Prada, la generación del guano estaría condenada por haber despilfarrado sus riquezas por sensualidad, egoísmo e irresponsabilidad. Pero dos de sus integrantes, Grau y Bolognesi, salvaron al Perú, porque rescataron su autoestima, le dieron sentido y justificaron su existencia. De acuerdo con González Prada, el Perú no tendría derecho a llamarse nación, sino fuera por la multitud de peruanos y peruanas que, a la hora de la guerra con Chile, supieron sacrificar todo por valores colectivos que definieron la comunidad nacional25.

Después de las batallas de Tacna y Arica, la derrota del ejército regular peruano se consumó en la defensa de Lima, el 13 y 15 de enero de 1881. El plan de operaciones peruano fue un absurdo. Piérola carecía de formación militar y, sin embargo, dirigió personalmente el dispositivo. En San Juan, la línea peruana era muy extensa y poco profunda. Por ello, el ejército de Chile pudo cortar esta línea en múltiples puntos y envolver a sus defensores. Además, los reductos de Miraflores eran un error porque inducían a la retirada de toda aquella unidad estacionada en San Juan que se sentía rodeada. Además, estaban muy lejos, pues, de lo contrario, ambas líneas podrían haber entrado en combate el mismo día y se hubieran reforzado mutuamente.

Después de una lucha tenaz, el morro de Chorrillos cayó a las dos de la tarde. Los chilenos estaban comandados por el almirante Patricio Lynch y, según su reporte, perdieron noventa oficiales y 1900 soldados en el asalto al morro26. Al respecto, el historiador chileno Vicuña Mackenna dijo: «Increíble i nunca visto hasta aquel momento era el arrojo i encarnizamiento con que se batían los peruanos [en Chorrillos]» (Vicuña MacKenna, 1881, p. 1005). El parte peruano consigna cuatro mil muertos y dos mil prisioneros. Después de su victoria, unidades chilenas saquearon los palacetes de la oligarquía peruana. Unos 350 soldados chilenos y más de un oficial perecieron en el desorden. Asimismo, estas indisciplinadas tropas chilenas fusilaron a once bomberos italianos que estaban apagando los fuegos. El incendio ardió tres días hasta que consumió todo Chorrillos.

Según las memorias de Cáceres, junto con el coronel César Canevaro, planteó atacar por sorpresa durante esa misma noche, pues le parecía que los chilenos estaban en total desorden. Pero esa petición habría sido denegada por Piérola, quien no veía posibilidades de triunfo. Después de la derrota en San Juan y Chorrillos, se iniciaron conversaciones relativas a la rendición y se estableció una tregua. Mientras tanto, las tropas chilenas prendieron fuego a Barranco. Esas negociaciones fueron conducidas por el cuerpo diplomático acreditado en el Perú y por el almirante francés Bergasse du Petit Thouars, quien las respaldaba con la fuerza de la armada extranjera anclada en Lima.

Al mediodía del 15 de enero, el comandante en jefe del ejército de Chile inició un reconocimiento de sus posiciones en el mismo frente de batalla. Cuando estaba en la quebrada de Armendáriz, soldados peruanos empezaron a disparar y se generalizó el combate de forma inesperada. Parte de los combatientes peruanos de Miraflores eran civiles organizados en la «reserva», quienes ocupaban los tres reductos que entraron en combate. Junto con ellos, había algunas unidades del Ejército de Línea y de la Marina de Guerra transformada en Infantería, bajo el mando del comandante Juan Fanning, quien murió en combate. En Miraflores, también estuvieron los civiles del Callao organizados en el batallón Guardia Chalaca. Esta sección de las fuerzas peruanas estaba bajo mando de Cáceres, quien condujo dos cargas exitosas que recapturaron una parte de Barranco.

Pero el contraataque de Chile se dirigió contra el tercer reducto, para envolver a la avanzada peruana en Barranco y lo logró gracias a la inacción del resto de las tropas peruanas. Manuel González Prada estuvo entre los reservistas que no entraron en combate. Sus jefes observaron atónitos y cruzaron los brazos. Luego, escribió unas amargas memorias donde se queja por la pasividad e indisciplina, que fueron a su juicio las causas de la derrota peruana en Lima.

El parte peruano informa de pérdidas de tres mil hombres en Miraflores. Los chilenos reportan que sufrieron dos mil bajas, el 25% de sus soldados participantes en la batalla. No obstante ejercer la jefatura militar, Piérola careció de ideas para conducir la batalla. Cabe mencionar en su defensa, que el ejército de San Juan y Miraflores fue hechura suya. Si no fuera por su tesón y la amplitud de sus redes políticas, la capital no hubiera contado con defensores. Al consumarse la derrota, Piérola abandonó el campo de batalla y subió a la sierra para iniciar la resistencia nacional.

Pero el Perú se dividió a continuación, porque los notables de Lima eligieron a Francisco García Calderón como presidente. Se iniciaron negociaciones de rendición que fracasaron, porque García Calderón se negó a firmar una paz con cesión territorial. Los chilenos querían que el Perú entregue Tarapacá, Tacna y Arica, mientras que el gobernante peruano les ofreció solamente una compensación económica. El gobierno de Chile montó en furia porque había pensado que sería un títere. Fue detenido y enviado preso a Chile. Acompañado por su esposa pasó mil penurias durante tres años de cautiverio (García Calderón, 2013).

La ocupación de Lima ha sido estudiada por Margarita Guerra, quien se preguntó por cómo había sido la vida cotidiana durante el periodo. Su conclusión es que siguió adelante a pesar del desmoronamiento del Estado nacional. En su análisis queda evidente cómo las fuentes de riqueza habían sido quebradas por la expedición Lynch, que destruyó haciendas, puertos y ferrocarriles, y luego por los estragos de la ocupación. La élite perdió sus capitales y la pobreza se generalizó. En ese momento, el capital extranjero reforzó su control de la esfera económica y comercial. Las firmas extranjeras ya presentes en la vida económica nacional, como Field o Backus, ampliaron sus actividades y se volvieron más importantes que nunca. Por su parte, la sociedad peruana buscó alejarse de los actos administrativos que implicaran subordinación a las autoridades chilenas. Así, nadie ocupó las municipalidades, ni la justicia; tampoco hubo clases en la universidad, sino en casa de los profesores.

Los jefes peruanos de la resistencia aceptaron a García Calderón y desconocieron a Piérola, quien se retiró al extranjero. Por ello, al producirse la detención del presidente y su traslado como prisionero a Chile, el Perú pasó a ser comandado por el contralmirante Lizardo Montero, quien había sido elegido vicepresidente. Montero se estableció en Arequipa e intentó continuar la lucha reactivando la alianza con Bolivia para afrontar en mejores condiciones las negociaciones de paz. Mientras tanto, la lucha militar se había centrado en la sierra central (Parodi Revoredo, 2001).

Cáceres había resultado herido en Miraflores. Luego de su convalecencia, durante la cual permaneció escondido en Lima, subió a la sierra para encabezar la resistencia. Supo organizar a sus tropas, ganar apoyo del campesinado indígena y, al menos temporalmente, también de las élites regionales. En este lapso, derrotó dos expediciones chilenas y obtuvo victorias en Pucará, Marcavalle y Concepción. Eran guerrillas que luchaban en inferioridad estratégica, pero buscando la superioridad táctica al atacar en montón (Manrique, 1981).

A pesar de la tenacidad de Cáceres, el Perú se dividió otra vez, y una facción dirigida por Miguel Iglesias pactó la paz con Chile aceptando la amputación territorial. Luego, Cáceres fue derrotado en Huamachucho y perdió su último ejército. Con ello todo estaba consumado: tropas chilenas entraron sin lucha a Arequipa y avanzaron hasta Puno. Así concluyó el más funesto episodio en la historia del Perú independiente.

¿Por qué perdió el Perú? Hay muchas respuestas. Basadre sostuvo que se debió a dos razones: el Estado estaba organizado en forma empírica y un abismo separaba a los integrantes de la sociedad. Como consecuencia, el Perú carecía de coherencia y solidaridad (Basadre, 1969, VIII, pp. 60-61). En la década anterior a la guerra, la política habría sido especialmente incoherente. Según Basadre, los gobiernos del Perú adoptaron una política económica agresiva. Primero, estancaron y luego estatizaron el salitre. Es decir, el Estado peruano estaba a la ofensiva y, obviamente, entraría en contradicción con los intereses de la compañía salitrera, de capitales chilenos y británicos, asentada en Antofagasta. Pero si en ese terreno estaba a la ofensiva, los gobernantes peruanos no reaccionaron ante la llegada de los blindados chilenos al Pacífico. Pasivos en lo militar y dinámicos en lo económico, los gobiernos peruanos carecieron de consistencia (pp. 59-64).

La segunda causa fue la falta de solidaridad entre los habitantes del Perú. Mientras unos hablaban castellano y miraban a Europa, la mayoría nacional era indígena y no había sido integrada a la república. Entre ambas partes del Perú no había tradiciones compartidas ni vínculos institucionales. En contraste, Chile era un país más compacto en términos sociales. La distancia entre la élite y los sectores populares no era tan pronunciada y su ejército, al menos, hablaba el mismo idioma. Ello no sucedía en el lado peruano, donde muchas veces las tropas y los oficiales estaban incomunicados por hablar lenguas distintas. Así, la extrema desigualdad del Perú impidió que formara un frente unido contra un enemigo que entró a la lucha con mayor cohesión social.

 

Gran Bretaña y Estados Unidos frente a la Guerra del Pacífico

Los intereses foráneos jugaron un rol en el estallido y en el curso de la guerra. Sin embargo, no fueron el factor desencadenante ni la fuerza motriz del proceso. Así, por ejemplo, según Basadre, fue evidente que los intereses capitalistas británicos apoyaron a Chile en contra del Perú, lo que, no obstante, no debería llevar a «olvidar que las batallas de la invasión y la ocupación […] las hicieron los chilenos» (Basadre, 1969, VIII, p. 31). Heraclio Bonilla incidió en este punto al señalar que no creía en la «tesis conspiratoria», según la cual Perú, Bolivia y Chile habrían actuado manipulados «magistralmente desde afuera», así como tampoco en la historia del efecto desencadenante de los diez centavos.

Los intereses europeos en el Pacífico Sur estaban anudados alrededor de dos recursos: el guano y el salitre (St. John, 1999, p. 105). Entre los capitalistas europeos destacaban nítidamente los británicos, que dominaban el comercio exterior de los tres países latinoamericanos involucrados en el conflicto. Los ingleses tenían sus agencias principales en Valparaíso, obtenían grandes beneficios y eran esenciales para la actividad salitrera, pues otorgaban adelantos y proveían suministros y equipos (Miller, 2011, p. 42). De hecho, Gibbs & Sons, que había sido anteriormente el primer consignatario guanero del gobierno peruano, aceptó, en 1876, ser consignatario salitrero bajo la dirección de los bancos limeños (pp. 49, 51). Así, los británicos operaban desde Chile, pero estaban en todos los países sudamericanos: su divisa era el libre comercio.

De hecho, la extensión de su dominio dio pie a la tesis del imperialismo informal, que ha sido uno de los temas del debate entre historiadores de América Latina. En un último libro, Natalia Sobrevilla (2019) ha resumido esta polémica para contextualizar su apreciación sobre la relación del capital británico con el Perú. Sobrevilla sostiene que la participación británica en la economía peruana fue un asunto privado, basado fundamentalmente en las finanzas. De acuerdo a su argumento, el monopolio del guano le dio fuerza al Estado peruano para realizar sus proyectos, pero llevarlos a la práctica obligó al endeudamiento permanente. Esa dependencia con la City de Londres generó una situación desigual que subordinó al Estado peruano a las finanzas británicas27.

Durante la guerra, un actor fundamental fue el comité de tenedores de bonos de la deuda externa peruana. Como recordamos, a partir de enero de 1876 el Perú había entrado en moratoria de pagos y los acreedores extranjeros fueron reuniéndose en diversas asociaciones de tenedores de bonos que durante la guerra estuvieron completamente a favor de Chile (St. John, 1999, p. 103). Así, los intereses particulares fueron parte relevante en las relaciones entre las potencias europeas y los países beligerantes. Basadre remite a un estudio realizado por el profesor V.G. Kiernan publicado en la revista The Hispanic-American Historical Review, sustentando dos ideas principales. Por un lado, que Gran Bretaña en ningún momento intervino directamente en la guerra. Segundo, que era obvia la preferencia por la causa chilena de parte de los empresarios ingleses y también de los representantes de su majestad británica (Basadre, 1969. VIII, pp. 29-30). Por ello, el Perú se rehusó sistemáticamente a toda negociación mediada por el Reino Unido.

Por su parte, Bonilla considera «indiscutible» que Gran Bretaña no intervino militarmente en el conflicto, pero destaca la acción de los agentes privados ingleses durante la contienda, quienes entraron en negociaciones con el gobierno chileno una vez que se apoderó de los yacimientos salitreros en Antofagasta y Tarapacá, aunque las relaciones entre los acreedores ingleses del Perú y las autoridades chilenas no fueron necesariamente armoniosas. Aun así, la clase empresarial británica vio en Chile al único interlocutor válido que les garantizaba la posibilidad de expandir sus negocios. Chile era el libre cambio, mientras el Perú representaba el monopolio estatal (Bonilla, 1974, pp. 429-432).

Visto en su conjunto, el conflicto puede dividirse en dos grandes etapas: en la primera, los enfrentamientos militares tuvieron primacía, desde el estallido en abril de 1879 hasta enero de 1881, a lo largo de veintidós meses. A continuación, una segunda etapa, marcada por el protagonismo de la resistencia peruana de la Breña y las gestiones diplomáticas con el fin de pactar la paz. En este segundo periodo Estados Unidos cumplió un rol muy activo como mediador entre los países beligerantes, aunque sus esfuerzos fueron infructuosos y contraproducentes.

La intervención de la diplomacia estadounidense comenzó en 1880, cuando propició una reunión entre diplomáticos de los tres países para evaluar la posibilidad de firmar la paz. En ese momento, el Perú ya había perdido el mar y también Tarapacá, pero aún estaba en pie el ejército aliado peruano-boliviano estacionado en Tacna. Parodi sostiene que el interés de los Estados Unidos se debía a su preocupación por la expansión de Gran Bretaña de la mano de Chile y que para contrarrestarla sacó a relucir la doctrina Monroe, según la cual América era para los americanos (Parodi Revoredo, 2001). Así, en octubre de 1880 se reunieron a bordo de la corbeta norteamericana Lackawana, apostada a las afueras de Arica, los plenipotenciarios bolivianos, chilenos y peruanos junto con los representantes del país mediador. Se trató de un ejercicio de buenos oficios, en el que Estados Unidos se limitó a fomentar un espacio de acercamiento. Sus representantes solo actuaron como anfitriones y se mantuvieron en silencio. Sin embargo, este esfuerzo no logró ningún resultado, por el rechazo de los aliados a las demandas chilenas. La brecha entre la demanda chilena y la disposición del Perú era enorme. La reunión solo sirvió para que Chile y Bolivia exploren la posibilidad de un acuerdo por separado, que tampoco se concretó (Sater, 2016, p. 332).

La resistencia peruana a la paz con cesión territorial fue alimentada por la política exterior norteamericana adoptada por la administración de James Garfield y dirigida por su Secretario de Estado James Blaine. En 1881, luego de la caída de Lima, la diplomacia estadounidense reanudó esfuerzos de mediación con mayor ímpetu. Esta postura fue bien recibida en el Perú, que buscaba mitigar las pérdidas a través de un arbitraje diplomático que restringiera las aspiraciones chilenas. Por su parte, Estados Unidos apoyó al Perú buscando ventajas. Le interesaba avanzar sus negocios en la región haciendo del Perú su punto de partida. Como consecuencia, las instrucciones de los representantes norteamericanos reflejaron las líneas rojas del Perú, que rehusaba aceptar como base de las negociaciones la entrega de territorio. Así, por ejemplo, Stephen Hurbult, representante norteamericano en el Perú, recibió el siguiente mandato:

Los Estados Unidos no aprueban que se haga la guerra con miras al engrandecimiento territorial ni tampoco que se proceda a la desmembración violenta de una nación si no es como último recurso y en circunstancias extremas. Al Perú se le debe dar oportunidad para discutir las condiciones de paz y ofrecer la indemnización que se considere satisfactoria, pero sería contrario a los principios establecidos entre naciones cultas el exigir como condición sine que non para la paz la transferencia de territorio (Parodi Revoredo, 2001).

Sin embargo, los diplomáticos designados para Perú y Chile, Stephen Hurbult y Judson Kilpatrick, socavaron la mediación norteamericana, ya que adoptaron posiciones parcializadas en favor de los países a los que fueron enviados (St. John, 1999, p. 133). Uno apoyaba al Perú y el otro a Chile, haciendo incoherente la diplomacia estadounidense. Ante esta situación, el Secretario de Estado decidió cancelar sus nombramientos y reemplazarlos por un diplomático de experiencia, William H. Trescott, a quien se le asignó la responsabilidad de ofrecerse como mediador (Sater, 2016, pp. 335-336). Sus instrucciones seguían, en buena parte, los lineamientos anteriores, pues enfatizaban el repudio al derecho de conquista, calificaban de inadmisibles las demandas territoriales y manifestaban que las ganancias obtenidas por las actividades desarrolladas en Tarapacá equivalían, por sí mismas, a una compensación por los gastos de guerra (Basadre, 1969, VIII, 360-361).

Una circunstancia ajena a la disputa modificó radicalmente la postura norteamericana. En setiembre de 1881, el presidente Garfield fue asesinado. Lo sucedió Chester Arthur, quien modificó la política exterior norteamericana. En reemplazo de Blaine, fue elegido como Secretario de Estado Frederick Frelinghuysen, quien tuvo una posición favorable a Chile. Según Parodi, las nuevas directrices estipulaban que Chile debía recibir una recompensa por su victoria, siempre que no fuera excesiva (Parodi Revoredo, 2001).

Esta postura se concretó con el Protocolo de Viña del Mar, firmado el 11 de febrero de 1882 entre Trescott y el ministro chileno José Manuel Balmaceda. Según este acuerdo, Chile aceptó los buenos oficios de Estados Unidos a cambio de tres condiciones básicas: 1) la entrega definitiva de Tarapacá; 2) la ocupación de Tacna y Arica por un periodo de diez años, a lo que se sumaba la obligación del Perú de pagar veinte millones de pesos para su devolución; y 3) la ocupación de las islas de Lobos mientras todavía albergaran guano, cuyos beneficios se dividirían igualmente entre los acreedores del Perú y Chile (Basadre, 1969, VIII, p. 362). Sin embargo, este pacto había ido demasiado lejos y no fue ratificado por el gobierno norteamericano.

Trescott buscó rebajar las exigencias chilenas, consiguiendo cierta flexibilidad. Se acordó, entonces, que Chile ofrecería comprar Tacna y Arica a cambio de un desembolso de entre seis y nueve millones de pesos. En marzo de 1882, Trescott llegó al Perú para entrevistarse con Lizardo Montero y hacerle presente la propuesta que había discutido en Chile. Sin embargo, Montero rechazó categóricamente la oferta. Aunque el gobierno peruano había aceptado que perdería Tarapacá, aún se rehusaba a renunciar a las otras dos provincias. Finalmente, Trescott regresó a los Estados Unidos, dando por concluida su misión sin haber conseguido avances sustantivos (p. 396).

Así, los distintos intentos de Washington resultaron frustrantes e ineficaces, e incluso habrían tenido efectos contraproducentes, como prolongar el conflicto. Pero hay un punto favorable, las conversaciones propiciadas por los Estados Unidos contribuyeron a acercar posiciones que al comienzo estaban muy alejadas. Mientras que Chile, respaldado por su victoria militar, apenas rebajó sus pretensiones, el Perú fue aceptando progresivamente condiciones cada vez más duras: terminó derrotado en el terreno militar y aislado en el diplomático.

Migraciones extranjeras

La reorganización del país luego de la derrota en la guerra con Chile es el tema del siguiente capítulo, pero antes de cerrar el periodo previo al conflicto, debemos presentar a las migraciones extranjeras que influyeron en modificaciones sustantivas del perfil demográfico peruano. En efecto, después de la Independencia, el Estado peruano buscó atraer inmigrantes europeos, conceptuados como migrantes ideales porque eran vistos como modernos y dueños de una tecnología y cultura superior. Sin embargo, llegaron pocos europeos o norteamericanos, mientras que, por el contrario, se produjo una masiva migración oriental, primero china y luego japonesa. Las siguientes líneas buscan explicar por qué si el Perú de la primera centuria republicana quería europeos terminó siendo el hogar de una sólida comunidad asiática.

Giovanni Bonfiglio ha realizado numerosos estudios sobre europeos y específicamente sobre italianos en el Perú. Según su apreciación, aunque los gobiernos peruanos tuvieron una política migratoria favorable a su llegada, los europeos que efectivamente arribaron al Perú lo hicieron por cuenta propia y no gracias a facilidades gubernamentales. Para aquel entonces, operaban redes transnacionales que vinculaban regiones de migración europea con empleos y oportunidades en los países de destino. Los europeos que llegaron al Perú disponían de cierto capital y cultura; pertenecían a una pequeña burguesía antes que a sectores populares. La mayoría ingresó al mundo de los negocios y pocos se emplearon como trabajadores manuales, salvo en establecimientos de sus compatriotas. Empleados o dueños de empresas, los europeos en el Perú se integraron con facilidad a las clases medias y algunos vía matrimonio se incorporaron a la élite económica. Los europeos que analiza Bonfiglio formaron un núcleo homogéneo ubicado en los sectores modernos de la economía28.

 

De este modo, Bonfiglio sostiene que la contribución europea fue fundamental en el despertar del capitalismo peruano. No fueron los únicos burgueses empresarios del primer siglo republicano, pero sí fueron parte significativa de esta clase en formación y actuaron en forma coherente buscando ser parte de la élite económica nacional. La ausencia de trabajadores europeos en el Perú explica lo exiguo de las cifras de esta migración, cuando se compara con la que en forma paralela se estaba dirigiendo a Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Venezuela. El contraste es enorme. En todos los países mencionados, además de inmigrantes con algo de capital y relaciones personales llegaron muchos trabajadores manuales y fueron el factor trabajo de ese mismo proceso de modernización capitalista. Entonces, la pregunta específica del caso peruano es por qué fueron tan escasos los trabajadores manuales europeos.

Una primera respuesta remite al costo del pasaje. Debe tomarse en cuenta que aún no había canal de Panamá y que por lo tanto para llegar al Perú había que viajar hasta el extremo sur de Argentina y cruzar al océano Pacífico por Magallanes antes de poner proa al norte. Además, eran pocas las frecuencias para tan largo viaje y el resultado eran pasajes caros, difíciles de pagar para trabajadores. Al Perú solo llegaba quien tenía algo de dinero, mientras un pasaje al Brasil era tan barato que por temporadas hubo trabajo italiano estacional en las haciendas cafetaleras de Sao Paulo.

Sin embargo, un factor estructural guarda relación con la naturaleza del trabajo. Como hemos visto, durante la era colonial, el trabajo manual estaba basado en la esclavitud afroperuana o en la servidumbre indígena. Luego ya en época de la República y desde el guano en adelante, fueron apareciendo empresas capitalistas, pero en muchos casos ellas trabajaban con mano de obra semi servil y no con obreros asalariados. Tanto en las minas como en las haciendas modernas de la costa, el enganche era la forma más extendida de relaciones laborales y, como vimos, este sistema laboral implicaba la ausencia de un mercado libre de trabajo. Así, la propuesta del capital peruano era incapaz de atraer trabajadores europeos. Ellos viajaban a Latinoamérica buscando hacer dinero, ganar un salario respetable, poner una tienda o eventualmente regresar con plata a su terruño. Esas posibilidades se daban en países con mayor penetración del capitalismo, mientras que el Perú ofrecía condiciones que solo eran capaces de atraer trabajadores previamente subordinados: estos fueron los chinos.

Los colonos chinos habían comenzado a llegar en 1849 y durante veinticinco años se produjo una primera inmigración que alcanzó cien mil personas. Estos primeros trabajadores chinos fueron llamados culíes y eran parte de una migración masiva hacia América. Era consecuencia de las guerras llamadas «del opio», en las cuales se impuso Gran Bretaña derrotando al Imperio chino, gobernado por la dinastía de los Qing. Estos conflictos por el opio abrieron los puertos chinos al comercio mundial y desordenaron la sociedad tradicional. A continuación, se desataron rebeliones y hubo grandes desplazamientos internos de población, que había crecido en forma significativa. La explosión demográfica impulsó la migración al exterior (Lovell, 2014).

El tráfico humano fue organizado por casas de emigración formales con sede en Macao, entonces bajo soberanía portuguesa. Estas compañías trabajaban con reclutadores, quienes disponían de redes que se extendían hasta las aldeas campesinas y eran especialmente activas en las ciudades costeras, empezando por Cantón. El antropólogo Humberto Rodríguez Pastor ha analizado el proceso de reclutamiento de los culíes, resaltando la compleja organización del tráfico humano dentro de China29. Los colonos eran raptados o comprados, muchos estaban obligados por deudas de juego, otros eran soldados derrotados en la rebelión del Taiping, que eran entregados por las autoridades para deshacerse de ellos; algunos eran niños y adolescentes vendidos por sus familias. El 87% tenía entre 11 y 30 años, y su edad promedio era 21 años. Más del 96% eran varones. La mayoría de estos primeros migrantes pertenecían a dos subgrupos étnicos presentes en Guangdong (Cantón): hakka y puntí. Los últimos eran originarios, mientras que los primeros eran recién llegados y se los consideraba alojados. Los hakka habían llegado a Cantón después de migrar desde el norte de China en un viaje que había tardado muchas generaciones a lo largo de cientos de años, mientras que los Puntí se sentían auténticos cantoneses. Entre ambos grupos se daban muchas rivalidades que progresivamente fueron disminuyendo una vez en el Perú30.

Los colonos chinos firmaban un contrato antes de embarcarse. En términos legales, ese documento expresaba la voluntad libre y personal de emigrar, pero hubo muchas trampas. Los contratos eran firmados por cualquier persona y no necesariamente por el colono; además, muchos eran engañados respecto a los términos, aunque normalmente los culíes conservaron cuidadosamente sus contratos, porque ahí se hallaba la base legal para acceder a la libertad. Los primeros contratos fueron por cinco años, pero poco tiempo después pasaron a ocho, lo cual se mantuvo casi invariable hasta el final del tráfico (Lausent-Herrera, 2015).

La travesía hasta el Perú era muy dura y el porcentaje de fallecidos osciló entre el 10 y el 15% de los migrantes. El viaje se iniciaba cuando el reclutador reunía su carga humana en Macao. Ahí pasaba el control de las autoridades y los colonos subían a un barco que los transportaba a América. Hubo algunos motines y rebeliones durante la travesía, demostrando que los culíes estaban desesperados por el trato y esperaban lo peor. La mayoría de quienes viajaron al Perú cruzaron el Pacífico saliendo de China en dirección este, empleando de tres a cuatro meses en la travesía. Era una ruta bastante solitaria, durante semanas solo aparecía el mar, sin islas a la vista para detenerse a renovar provisiones. Un porcentaje menor siguió otra ruta, aún más larga, puesto que emprendió viaje en dirección oeste, cruzando el Océano Índico y luego el Atlántico para arribar al Pacífico por Magallanes y luego poner proa al norte, hacia el Perú.

El grueso de colonos chinos llegó para trabajar en la costa, aunque pronto se los encuentra en todas las regiones del país, incluyendo la selva, donde los localizó una investigación de Isabel Lausent-Herrera (1996). La mayoría de los chinos trabajaron en haciendas azucareras y algodoneras como peones agrícolas. Destacaron por su carácter metódico y sus conocimientos como agricultores. Fueron la mano de obra de modernas plantaciones y participaron del primer boom agroexportador republicano. Asimismo, los colonos chinos trabajaron en la construcción de ferrocarriles, ya que el tendido de redes fue una de sus especialidades. Por su parte, Cecilia Méndez ha estudiado a los culíes que extraían el guano en las islas Chincha (1987).