Homo sapiens

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

La idea de Locke goza de gran popularidad entre las feministas más radicales, aquellas que piensan con el deseo de una perfecta igualdad entre los dos sexos. Para el feminismo militante extremo, las fuerzas del ambiente social son invencibles y a ellas debemos nuestros comportamientos femenino y masculino. Por tanto, “masculino” y “femenino” son dos etiquetas sociales que basta redefinir apropiadamente para que de allí se obtenga la perfecta igualdad sexual. Lo biológico o natural queda excluido de un plumazo. En otros términos, nuestro destino sexual en el mundo es consecuencia simple del rótulo social que nos impongan: masculino o femenino. Hace treinta años esas teorías sonaban bien, pero ahora, después de todas las investigaciones llevadas a cabo por sicólogos, neurólogos, endocrinólogos y biólogos evolucionistas, suenan más que inocentes. Porque estas investigaciones han demostrado, sin la menor duda, que los factores biológicos sí son muy importantes en el momento de hablar de naturaleza humana y sexualidad, pasando por encima de los rótulos que nos impongan.

Para el marxismo, la pizarra vacía era una idea conveniente; de allí que Marx, aunque no creyera literalmente en ella, sí pensara que no se podía hablar de la “naturaleza humana” sin tener en cuenta su interacción siempre cambiante con el medio ambiente social. Y ¿por qué esa rara preferencia por una idea tan vacía? Steven Pinker contesta (2002): “Cualquier afirmación acerca de que la mente tiene una organización innata choca a la gente, no como una hipótesis que puede ser incorrecta, sino como algo que no debe ser siquiera pensado. Como Rousseau, asocian vacío con virtud, más bien que con nada”.

El temor a las terribles consecuencias que pueden surgir al descubrir diferencias innatas en inclinaciones y talentos, ha conducido a muchos intelectuales a insistir que tales diferencias no existen, y aun a que la naturaleza humana no existe, porque, de existir, las diferencias innatas serían posibles. Pero las diferencias de talento en todas las actividades humanas son como las diferencias de peso y estatura: inevitables, y se amplifican hasta tomar valores desmesurados.

La gente está dispuesta a pagar más por oír cantar a Pavarotti que a mí. La única manera para que esto no sucediera sería que el Estado controlara todo de manera milimétrica, o que no existieran talentos naturales, que todos fuésemos al nacer tabula rasa. Si todos, con suficiente estímulo, fuésemos como Richard Feynman o Tiger Woods (Pinker, 2000).

¿Por qué es falsa la concepción de la mente humana como una pizarra vacía? Mirándola con lógica de primaria, según puntualiza Pinker (2002),

las tabulas rasas no hacen nada, simplemente existen, en cambio, los seres humanos sí hacen cosas. Por ejemplo, le encuentran sentido a su medio ambiente, adquieren un lenguaje, interactúan unos con otros, usan el razonamiento para hacer lo que desean. Aun si uno reconoce que el aprendizaje, la socialización y la cultura son aspectos indispensables del comportamiento humano, es preciso admitir que uno no puede tener cultura a menos que posea circuitos neuronales innatos que puedan inventar y adquirir la cultura como primera medida.

Ahora, ¿qué evidencias tenemos a favor de una organización innata del cerebro? Estas son múltiples y cada día que pasa se descubren más. El neurólogo Rodolfo Llinás (2003) defiende la existencia de cierto cableado en el cerebro, independientemente de las experiencias del sujeto: “Si, durante el desarrollo, el aprendizaje modificara sustancialmente la conectividad central, la neurología como tal sería imposible”. No hay duda de que las distintas partes del cerebro se alambran desde temprano y automáticamente para las funciones que les habrán de corresponder, sin que el ambiente pueda comunicarles cuáles son sus metas y propósitos. En todas las personas normales, el lenguaje se instala en zonas diseñadas específicamente para ello, prueba concluyente de que la pizarra no viene tan vacía. Por eso, en los sordos de nacimiento, el lenguaje por signos se organiza en el cerebro de la misma forma como lo hace el lenguaje hablado. Eso demuestra que las áreas implicadas están especializadas para manejar el lenguaje, no el habla propiamente dicha. Y las lesiones en dichas áreas producen en los sordos trastornos similares a los de los hablantes; esto es, las afasias de los hablantes guardan un paralelo perfecto con los trastornos del lenguaje de signos de los sordomudos.

Se sabe que aquellos bebés que sufren daños en algunas regiones específicas del cerebro muestran más tarde un déficit permanente en ciertas facultades mentales, de lo que se infiere que algunas variaciones en el plan general del cerebro producen variaciones bien definidas en el trabajo de la mente. En particular, el gen LIM-kinase 1 codifica una proteína hallada en las neuronas en crecimiento, que ayuda a desarrollar la capacidad espacial. Cuando se modifica el gen, la persona alcanza una inteligencia normal, pero no puede ensamblar objetos, armar bloques o copiar formas.

Cuando se produce cierta lesión en una parte específica de los lóbulos temporales, el sujeto es incapaz de reconocer rostros, aunque sí puede reconocer herramientas, muebles y otros objetos. Una niña que contrajo meningitis justo al nacer sufrió lesiones en dichas áreas. Un examen que se le practicó a los 16 años encontró que, si bien tenía una visión que en los demás aspectos era normal, no podía reconocer las caras de las personas que vivían con ella. En consecuencia, si después de dieciséis años de estar viendo caras no pudo aprender a reconocerlas, lo que para el resto de los mortales es tan sencillo, es porque las áreas afectadas deben tener al nacer una preprogramación muy específica. Contundente.

Y si de áreas bien específicas se trata, nada más diciente que el caso de algunas personas que, debido a lesiones causadas por accidentes o tumores cerebrales que comprometen el lóbulo prefrontal, pueden llegar a perder la capacidad de establecer juicios morales. El neurólogo Antonio Damasio (2003) y sus colaboradores han demostrado que esas lesiones pueden alterar la capacidad de sentir emociones ante los estímulos correspondientes, por lo cual las personas no tienen los sentimientos de vergüenza o culpa. La razón es que las lesiones rompen las conexiones naturales que existen entre las zonas que registran estos sentimientos y los actos que los producen; de allí que las personas caigan repetidamente en las mismas acciones desafortunadas. Se pierde el sentido de lo que es apropiado y por eso los sujetos son inmanejables, roban sin restricciones y son incapaces de hacer amigos. Violan sin reatos las reglas sociales y éticas. Para ellos, el premio y el castigo pierden toda efectividad.

Las ilusiones ópticas ocurren en todas las personas normales y no son consecuencia de ningún tipo de aprendizaje: vienen escritas en la pizarra que constituye nuestra mente. Más aún, son insensibles a todo aprendizaje en contra, como si correspondieran a rutinas cognitivas preformadas al nacer, en espera solo de la maduración cerebral para manifestarse. Por su forma de operar, más que fallas son éxitos del sistema visual, pues están diseñadas para llevar a cabo una correcta interpretación del mundo, aunque se equivoquen al interpretar dibujos y fotografías, elementos artificiales, inexistentes en el mundo en que la evolución las diseñó.


Figura 5.1 Mondrian corrugado de Adelson

La figura 5.1 es un dibujo elaborado por el neurocientífico Edward Adelson

para mostrarnos algunas de las preprogramaciones del cerebro. Las casillas de la figura de la izquierda, ocupantes de las posiciones A y B indicadas en la de la derecha, son igualmente oscuras. Como uno se niega rotundamente a creerlo, basta tapar las filas restantes y la verdad se nos revela (un fotómetro también lo puede confirmar). Se propone una explicación: A es la casilla más clara de su columna, mientras que B es la más oscura.

El complejo genes-ambiente

La solución del enigma genes-ambiente es clara y definitiva: la conducta humana, como también las características anatómicas y fisiológicas, es consecuencia de un proceso de desarrollo u ontogénesis dirigido en su mayor parte por el genoma, expresado este en el medio ambiente que le corresponda. Ante la avalancha de variables ambientales caracterizadas por su aleatoriedad, el fenotipo varía de una manera que no podemos predecir en sus múltiples detalles, por lo cual nos vemos obligados a hablar de “deriva ontogénica”. Se sabe, además, que los comandos genéticos son inseparables, en cierto sentido, de las variables o los parámetros que representan el ambiente. El zoólogo y periodista científico Matt Ridley (2003) lo explica: “El descubrimiento de cómo los genes influyen en el comportamiento humano, y de cómo el comportamiento influencia los genes, ha cambiado por completo la perspectiva del problema de naturaleza versus crianza. Ya no es la primera contra la segunda, sino la primera por la vía de la segunda. La crianza refuerza la naturaleza, no se opone a ella”.

Recordemos que el proceso de ontogénesis está variando de manera permanente desde el momento de la fecundación hasta un poco después de la muerte, ya que aun después de haberse detenido el reloj de la vida, algunas células se empeñan en seguir viviendo. Es así como el ambiente sigue actuando por un corto tiempo sobre el fenotipo, ya sin vida. Luego la corriente natural de la entropía se encarga de destruir el orden almacenado con tanto trabajo y sufrimientos, y los elementos químicos reciclan para crear más vida. Porque esta no es más que un efímero retroceso en el flujo inexorable de la entropía. Para algunos, un gran desperdicio de tiempo.

 

El genoma puede asimilarse al programa o software de un computador; los genes serían las subrutinas del programa y el ambiente estaría representado por los parámetros que se le suministran al programa. O, para ser más exactos, el programa genético es un monstruo de billones de cabezas, una por cada copia del genoma presente en cada célula, y el proceso ocurre en paralelo. Son

billones de programas que se están ejecutando simultáneamente, en cada célula una copia con algunas variaciones del genoma original, danzando al compás del reloj y rodeado por las variables suministradas permanentemente por el ambiente, tanto externo como interno. Desde el instante de la fecundación hasta el de la muerte, segundo a segundo, sin descanso hasta el descanso final.

Al variar los parámetros ambientales, por lo regular varía también el individuo. Y se dan algunos casos especiales en que ciertos parámetros son capaces de modificar el software genético. En efecto, se sabe hoy que ciertos factores del ambiente son capaces de producir modificaciones en los genes, como es el caso de algunas infecciones con retrovirus, microorganismos que tienen la capacidad de insertar adn en el genoma del sujeto para terminar modificándolo de manera permanente. Por eso, y por guardar la información de cada especie, el adn puede mirarse como una memoria en la que van quedando grabadas las incidencias evolutivas de cada colectivo biológico. El paralelismo con el software es perfecto: hay programas de computador que tienen la capacidad de dejarse modificar por medio de la información suministrada para su ejecución, con el fin de aprender o sacar partido de los resultados pasados; es decir, hay programas inteligentes que aprenden de la experiencia. Por eso, estamos autorizados a decir que el genoma es inteligente.

Los genes otorgan muchas libertades a la ontogenia en unos aspectos, pero nada en otros; de ahí que el organismo goce de amplias posibilidades de desarrollo, pero no de libertad absoluta, de libertinaje. En realidad, la ontogénesis está canalizada entre ciertos límites —a veces no muy amplios—, pues la expresión del genoma debe contar con las propiedades fisicoquímicas de las proteínas, con las leyes físicas y químicas del mundo, y aun con las sinleyes del azar. Y debido a la gran variedad de conjuntos de parámetros ambientales a los que podría estar sometido cada genoma, los genotipos posibles también forman un amplio conjunto. Es decir, un solo genoma puede dar lugar a miríadas de individuos diferentes. Pero esto no nos debe conducir a extremos: así como es posible un número astronómico de posibilidades para el individuo resultante de la interacción entre los genes y el ambiente, también existe un número alto de “invariantes”; esto es, de características que, si los parámetros no toman improbables valores extremos, se conservarán casi sin cambio, invariantes o cuasiinvariantes. De allí que de chimpancés nazcan siempre chimpancés, no gorilas, y que los gemelos idénticos, portadores de genomas idénticos, posean siempre una amplia variedad de rasgos anatómicos, fisiológicos y sicológicos de notable parecido.

En cuanto al comportamiento, cada segundo que pasa, el patrón de genes expresados en el cerebro cambia en respuesta, directa o indirectamente, a los eventos que están ocurriendo en el cuerpo y fuera de él. Y así aprendemos cosas del medio. Por eso los genes son, de cierto modo, mecanismos de adquisición de conocimientos o de asimilación de experiencias por medio de un cerebro que ellos mismos ayudan a configurar. Mirados de cierta manera, los genes son instrumentos para sacarle información al medio y almacenarla en el organismo. Pero mirados desde otra perspectiva, los genes son condicionales perfectos: responden de manera exquisita a la lógica “si… entonces”: si algo se da en el ambiente, entonces ellos responden de manera apropiada.

Relieve epigenético

La influencia genética o biológica se manifiesta de variadísimas maneras en la elaboración u ontogenia de las características del comportamiento. Puede, por ejemplo, determinar los rangos de reacción, los umbrales de respuesta y los periodos sensibles, o simplemente crear las apetencias o los estímulos emocionales apropiados para que se dé el aprendizaje. Puede intervenir directamente, determinando el orden cronológico de aparición de algunos rasgos, o participar únicamente en la orientación general del proceso.


Figura 5.2 Metáfora geométrica del desarrollo ontogénico

El concepto de “relieve ontogénico o epigenético”, ideado por el biólogo C. H. Waddington y presentado por él como una simple metáfora, proporciona una manera sencilla de entender la forma como se lleva a cabo la interacción entre genes y ambiente. Dado un rasgo cualquiera, es posible explicar la influencia del genoma asimilándola a un campo de fuerzas que guía y controla el desarrollo, la maduración y el aprendizaje. En términos geométricos (figura 5.2), se puede describir y pensar este campo de fuerzas como un relieve topográfico por donde ha de correr —desarrollarse— la característica en mención. El relieve puede contener uno o varios surcos que corresponden a trayectorias ontogénicas naturales, entendiéndose por “naturales” aquellas por las cuales la característica tiende a desarrollarse si no se crean presiones poco usuales del ambiente o, también, trayectorias “fáciles”. El punto final donde termine la trayectoria ontogénica seguida por la característica determinará su valor resultante o valor fenotípico.

Durante el desarrollo, la característica seguirá una trayectoria determinada por la resultante de las fuerzas del entorno, que en algunos casos proporciona la energía requerida para su aparición y desarrollo, sumadas a las fuerzas creadas por los surcos del relieve. Los biólogos llaman a este fenómeno “canalización”. Mientras más pronunciado sea el relieve o canal, es decir, mientras más fuerte sea la influencia genética o biológica, mayor presión exterior será necesaria para desviar la trayectoria de su ruta o cauce.

La velocidad de desarrollo o progreso de una característica dada va a depender estrechamente de la trayectoria seguida: si se elige la trayectoria natural, la velocidad logra su máximo valor. Si se desvía o se sale de la ruta natural, se incurre en un costo, tanto en energía y tiempo como en eficacia y potencialidad de la característica. Puede postularse un principio ontogénico: para obtener el máximo resultado, en el menor tiempo posible y con un costo mínimo, es necesario conducir el desarrollo por una ruta natural. De allí la dificultad, insalvable la mayor parte de las veces, de interesar a las niñas en los juegos masculinos y viceversa.

Debe anotarse que la construcción del relieve puede estar influenciada a su vez por las fuerzas del entorno. Así, la identidad sexual de un individuo, que va a ser determinante del relieve epigenético correspondiente al sexo, puede modificarse sensiblemente por medio de tratamiento hormonal en estado fetal o por una educación traumática. Pero también es verdad que a medida que se va completando el desarrollo y, por tanto, madurando la característica, los cambios de trayectoria se van haciendo cada vez más difíciles; es decir, las trayectorias tienden a ser estables y, por consiguiente, menos lábiles ante las presiones del medio exterior.

Puede explicarse lo anterior admitiendo que los relieves no son receptáculos inmutables, sino que se modifican con el transcurrir del tiempo, de tal modo que las trayectorias seguidas, aunque no sean las naturales, van ahondando ellas mismas sus surcos (“se hace camino al andar”, cantaba el poeta Antonio Machado), lo que les da estabilidad y hacen que el gasto de energía exterior no tenga que mantenerse en un nivel muy alto (esto se debe a la infinita maleabilidad de las estructuras inmaduras). Así, al principio puede ser muy exigente forzar a un niño zurdo a escribir con su mano derecha, pero, con el paso del tiempo y a medida que se completa la ontogenia, el gasto de esfuerzo educativo para mantenerlo en esta trayectoria artificial es cada vez menor. Al final, puede ser más difícil, o aun imposible, desviar la trayectoria artificial y hacerla coincidir con la natural. Es como enderezar un árbol ya maduro. El costo de salirse de la trayectoria natural se traduce, para los educadores, en un mayor esfuerzo docente; para el sujeto, en una gran pérdida en habilidad y realizaciones.

Mellizos y heredabilidad

Los experimentos con seres humanos tienen restricciones éticas que impiden averiguar directamente lo que ocurriría en situaciones especiales. Pero a veces natura viene en nuestra ayuda y suministra los conejillos que de otra manera sería inmoral procurarnos. En el caso del estudio de la influencia de los genes en la personalidad, la misma naturaleza, por medio de los mellizos, le ha dado al sicólogo la muestra que necesitaba. Y en esta clase de elementos de investigación sicológica, la naturaleza ha sido pródiga, pues el fenómeno de los nacimientos múltiples es más común de lo que uno se imagina: 3,5 por cada mil nacimientos.

Por otro lado, la sociedad humana ha colaborado también con el investigador, porque nos ha permitido saber qué ocurre con los mellizos idénticos, poseedores de genomas también idénticos, al criarlos por separado; en otras palabras, qué ocurre cuando dos genomas iguales se desarrollan en ambientes diferentes. Aclaremos que la separación de mellizos se ha debido a factores económicos, a la muerte de la madre o al hecho de ser hijos naturales. En algunos países, como Japón, los aldeanos separaban a los mellizos pues creían que portaban un estigma para la familia. Y en la década de 1960 se puso de moda separar a los mellizos recién nacidos, con fines de adopción, algunas veces con el propósito oculto de probar la tesis de que la educación y el entorno eran los factores determinantes de la personalidad (para su mala fortuna, el bumerán se devolvió).

Gracias a los caprichos de la cultura y de las circunstancias, los sicólogos disponen hoy para su estudio de una muestra bastante amplia de parejas de niños en la cual hay mellizos idénticos, criados en el mismo medio y en medios diferentes; parejas de mellizos fraternos, esto es, de mellizos que comparten solo la mitad del genoma, y también, como en el caso anterior, criados en el mismo medio o en medios diferentes; finalmente, parejas de niños sin parentesco alguno que, por adopción, han compartido desde temprana edad el mismo ambiente. Recordemos que los mellizos idénticos o monocigóticos resultan de un accidente que le ocurre al huevo recién fecundado o cigoto: en un momento dado, después de algunas divisiones, el paquete de células se separa en dos mitades, y de cada una se produce un individuo completo; de ahí que los dos individuos resultantes sean portadores del mismo material genético. Los mellizos fraternos, en cambio, resultan de la fecundación simultánea de dos óvulos distintos, por espermatozoides también distintos. Dos mellizos fraternos son en realidad dos hermanos que cumplen los mismos años en las mismas fechas y sus parecidos genético y físico no van más allá de lo que se observa entre dos hermanos corrientes.

El problema es averiguar el efecto o la participación del genoma en rasgos variados de la personalidad. Se ha observado, en todo el mundo y en todas las épocas, que los hermanos, y asimismo los gemelos fraternos, guardan un parecido notable en una amplia variedad de rasgos. También se ha observado que los mellizos idénticos, sin ser perfectamente idénticos en su morfología, sí lo son hasta un punto tal que a veces cuesta trabajo distinguirlos (un dato curioso: los dientes, por lo general, son muy diferentes, pero las orejas son muy parecidas). Johann Christoph y Johann Ambrosius, padre este último de Johann Sebastian Bach, eran gemelos. Dicen los historiadores que su forma de tocar el violín y de escribir la música eran idénticas (Pérez, 2004). De igual forma, los músicos que los acompañaban nunca estaban seguros de la identidad de quien acudía a tocar el violín en los servicios religiosos en Erfurt.

En particular, los mellizos idénticos exhiben rasgos de personalidad que asombran por su parecido, observación que invita a preguntarnos si por debajo de las similitudes está el efecto de haber recibido crianzas muy similares o la razón es que sus genomas son idénticos. Un artículo reciente de la revista Science se refiere al caso de Oskar y Jack Yufe, dos mellizos idénticos separados en el momento de nacer. Para colaborar con el estudio de mellizos, los Yufe viajaron a la Universidad de Minnesota, ya cuarentones. Oskar fue criado como católico en Alemania, mientras que Jack fue criado por judíos en Trinidad. A pesar de la separación, los dos mellizos mostraron múltiples rasgos en común, incluyendo gustos particulares, temperamentos impetuosos, un especial sentido del humor (ambos disfrutaban sorprendiendo a la gente al estornudar en los ascensores), el gusto por mojar el pan untado de mantequilla en el café, la costumbre de usar una banda de caucho en la muñeca a manera de pulsera y el infaltable mostacho. Pero lo más sorprendente de todo fue la costumbre insólita, compartida por ambos, de vaciar el sanitario antes y después de usarlo.

 

Se sabe que autismo, dislexia, retraso del lenguaje, deficiencias específicas en el lenguaje, problemas de aprendizaje, zurdera, depresión severa, enfermedad bipolar, desórdenes obsesivo-compulsivos y orientación sexual, entre otros rasgos, son más concordantes en los mellizos idénticos que en los fraternos, y no muestran ninguna concordancia especial entre hermanos adoptivos. En Dinamarca, un estudio de niños adoptados y con antecedentes penales demostró que hay una fuerte correlación entre la conducta antisocial y los antecedentes de los padres biológicos, y solo una correlación muy débil con los de los padres adoptivos.

Los mellizos idénticos piensan tan parecido a veces, que mucha gente ha sospechado que poseen telepatía. Aclaremos que dos tercios de los mellizos idénticos son monocoriónicos, es decir, dentro del útero comparten la misma membrana (corion), el líquido amniótico y la placenta. Esos mellizos poseen simetría especular, de tal modo que las huellas dactilares de uno son la imagen especular de las del otro, e igual cosa sucede con el remolino en el pelo de la cabeza y con la posición de los lunares; más aún, si uno de ellos es diestro, el otro es zurdo.

En este punto del análisis de los mellizos la estadística viene en nuestra ayuda, con el fin de darle solidez y confiabilidad a las observaciones. El análisis de la varianza es una técnica que permite inferir, a partir del estudio de una población, en este caso la formada por las parejas de mellizos de toda clase, sumada a las de niños adoptivos y propios, qué parte de la varianza observada es atribuible a los factores genéticos, parte llamada “heredabilidad”, qué parte a los factores ambientales o culturales, y qué parte a otros factores, entre los cuales está el ubicuo azar.

No sobra aclarar la diferencia entre lo “heredado” y lo “heredable”. Todos los rasgos que dependen de los genes son heredados, pero el término “heredable” es más restrictivo (y desafortunado), pues se refiere a la proporción de diferencias individuales en el rasgo que se estudia, atribuible a diferencias genéticas entre los individuos. La heredabilidad no se aplica a individuos; solo se utiliza para poblaciones. Por ejemplo, es erróneo decir que la capacidad atlética de un ciclista se debe en un 30% a sus genes y en un 70% a su ambiente. En cambio, en un ejemplo imaginario, tendría sentido una afirmación como “El 60% de la variación en el rendimiento de los maratonistas kenianos se debe a su herencia, y el 40% a su ambiente”.

La pentadactilia es un buen ejemplo de una característica heredada y a la cual no se le aplica el concepto de “heredabilidad”, salvo casos muy raros y accidentales, pues lo normal es que no haya diferencias entre individuos. Si una característica humana evolucionó para una función específica, se espera que muestre pequeñas diferencias entre las personas, pues la selección natural debió haber eliminado las variaciones que no se adaptaron. Este es el caso también de la arquitectura ósea del Homo sapiens, universal que permite que existan los ortopedistas. E igual ocurre con la arquitectura cognitiva, otro universal que nos autoriza a hablar de la unidad síquica de la humanidad y que permite que subsistan los sicólogos.

Otra herramienta de estudio es la “correlación”, coeficiente que nos indica el grado de ligazón que existe entre dos variables. Un coeficiente cercano a la unidad significa que las dos variables están estrechamente relacionadas; cercano a cero, que las dos variables son muy independientes. Un alto grado de correlación nos permite, entonces, cada vez que la primera variable tome un valor notable, apostar a que la otra también lo va a hacer. Por ejemplo, si existe un alto grado de correlación entre el rendimiento atlético y las horas de práctica, entonces cada vez que sepamos que un atleta se ha preparado a consciencia podremos apostar, con buenas esperanzas de ganar, que su rendimiento será alto.

Con las herramientas descritas y otras brindadas por la estadística, los investigadores del comportamiento han llegado a un resultado más que sorprendente, que se puede enunciar por medio de tres leyes: 1) Todos los rasgos importantes del comportamiento humano son heredables; 2) El efecto de ser criado en la misma familia es mucho más pequeño que el efecto de los genes que portamos (mientras que este último se apropia del 50% de la varianza, el primero no llega al 10%); y 3) Una parte sustancial de la variación en los rasgos de comportamiento del hombre no guarda relación con los efectos de los genes ni de la crianza. Por ahora están en el limbo, o metidos en esa bolsa grande donde disimulamos nuestra ignorancia, llamada azar.

Las conclusiones generales son claras e inesperadas. En cuanto a los factores que definen la personalidad, los hereditarios o genéticos son notables, mientras que los de crianza son muy pequeños, salvo que la crianza se salga de todo lo normal; en otras palabras, en buena parte la personalidad es un rasgo heredado de nuestros padres y bien poco del medio cultural en que crecemos. Por eso alguien decía que los mellizos han probado que “nosotros no nos volvemos, sino que somos”. Ridley (2003) compara la crianza con la vitamina C: “Usted la requiere o se enferma, pero una vez que la consume, el exceso no lo hace más saludable”. El otro resultado notable es que una parte nada despreciable de la personalidad se debe a factores desconocidos, pero sospechamos que allí puede estar escondido el entrometido azar. Por último, mientras más igualitaria sea una sociedad, más parecidos serán los efectos ambientales y, por tanto, más influencia relativa tendrán los genes en la personalidad de los individuos.

Se sabe muy bien que en las familias numerosas los hermanos exhiben una amplia gama de personalidades, lo que no podría suceder si la crianza tuviera el papel unificador que defienden los ambientalistas. Más aún, si estos tuvieran razón, podríamos predecir las personalidades de los hijos. La verdad es que modelan más a los niños sus amigos que sus padres; el lenguaje y el acento, por ejemplo, se parecen más al de los compañeros que al de los padres. Es bien conocido que los niños de inmigrantes adquieren perfectamente el lenguaje de la tierra donde viven, siempre que compartan la vida con nativos. Y en algunos aspectos, como en la delincuencia o el hábito de fumar, la parte faltante de la varianza puede explicarse como una interacción entre los genes y los compañeros: adolescentes inclinados a la violencia tienden a volverse violentos solo en vecindarios violentos; aquellos que son vulnerables a la adicción al tabaco se convierten en fumadores si los compañeros lo son.

Un estudio riguroso realizado en la Universidad de Minnesota, con parejas de mellizos, arrojó los siguientes resultados: en intereses religiosos, actitudes y comportamiento, los factores genéticos representaron el 50% de la influencia; en extroversión, amabilidad y grado de consciencia, la heredabilidad fue del 41%; en constancia o tesón, fue de 65%; en autoritarismo, fue de 62%; mientras que en intereses ocupacionales fue nulo. En cuanto al coeficiente intelectual o ci, para los mellizos idénticos criados en hogares diferentes el coeficiente de correlación fue alto: 0,76; para mellizos idénticos, criados juntos, fue aun más alto: 0,86; para mellizos fraternos criados conjuntamente, fue de 0,55; para hermanos biológicos, fue de 0,47; para padres e hijos que vivían juntos, fue de 0,40; y de 0,31 para padres e hijos que vivían separados; para niños adoptados que se habían criado juntos fue nulo y también resultó nulo para personas sin parentesco y que se habían criado separadas. El estudio también mostró una notable incidencia de los genes en autismo, esquizofrenia, fobias y neurosis, lo que antes se creía consecuencia de traumas emocionales o de problemas durante la crianza.