Ultimatum extrasolar

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3 Estallido global de terror

De pronto se oyó una incisiva pregunta desde el Consejo de Seguridad:

―Pero: ¿Estos Diez Insólitos: están con nosotros o contra nosotros?

El mundo entero la escuchó con pavor: ¿Íbamos a desconfiar precisamente de los que, aun insólitos eran ciertamente congéneres nuestros? Pero: el mensaje que nos han dado: ¿no viene acaso de las estrellas?: Se pensó.

―El ultimátum que nos han dado los Diez Insólitos―se oyó ahora reconociéndose esta vez hablar el Presidente de los Estados Unidos―: No proviene de ellos: Hemos de entender que ellos son mensajeros de los … alienígenas… estelares.

Se recibieron estas palabras como un alivio de la angustia provocada por las anteriores. Pues era posible que los Diez Insólitos, aun habiendo transmitido ese ultimátum, no lo compartieran… del todo… ¿O acaso no les afectaría también a ellos… personalmente o a sus familias?... ¿O no?

Pero: ¿dónde estaban ahora los Diez Insólitos?

―¿Y… hemos recibido ciertamente un ultimátum?―: preguntó una voz desconcertada.

―¡Por supuesto!

―Bien saben los Extrasolares que no podemos cumplir cuanto se nos pide sin la tecnología robótica, si las amenazas volcánica y asteroidal* son próximas, como nuestros científicos en vulcanología y astronomía nos advierten.

Y a poco de estos comentarios de certidumbres apocalípticas oídas de los miembros del Consejo de Seguridad, tras la suspensión general, en breves minutos comenzaron a oírse voces humanas de indignación aumentante, lo mismo contra los extrasolares, sus diez voceros humanos como contra las autoridades de sus respectivos Estados y vecinos transfronterizos, que fueron transmitiéndose de la Asamblea al exterior, de país a país¸ pasando a todos los idiomas; pero acusando con progresividad mayoritariamente a sus autoridades, no importando sus ideologías, de haber llevado a esta situación de amenaza apocalíptica a la Humanidad por sus ciegas políticas de enfrentamientos, militarización, armamento nuclear, explotación de recursos naturales y humanos, tecnologías agresivas, contaminación perversa de la naturaleza, acumulación de riquezas indebidas, empobrecimiento de masas, industrias robóticas y un etcétera que fue aumentándose en el ideario crítico conforme la indignación y el terror se extendían con la rapidez electrónica de los medios audiovisuales y redes sociales emisores de toda especie, según se entendió del mensaje extrasolar recibido, provocando conatos de estallidos revolucionarios que se propagaban por todo el orbe terráqueo*, en los que influían tanto los ecologistas y organizaciones de izquierda y antisistema acusando al capitalismo y los poderes fácticos, como los movimientos de derechas y los más inclinados a la religión, incluso en los países más represivos donde comenzaron los amagos de rebelión. Y a todo lo que se sumó la caída de todas las bolsas con bajadas abismales, cierre de bancos y empresas y millones de empleados que de pronto sentíanse sin su puesto de trabajo, con las puertas de su lugar de empleo cerradas.

Movimientos de todas clases: económicos, industriales, laborales, políticos, sociales, intelectuales, científicos, audiovisuales, de orden, etcétera, etcétera, etcétera: que empezaron estallando primero y principalmente en las grandes urbes occidentales, comenzando por Europa y Norteamérica, para seguidamente, con la rapidez electrotécnica de los medios susodichos difundirse por el resto del planeta; sumándose prontamente a ese principio la agitación entre protestataria y revolucionaria, tratando de avivar los ánimos antisistémicos terrestres que el anuncio del ultimátum paralizaba, o porque todavía creían en la buena intención extraterrícola, o en la suficiente inteligencia humana de sus propios dirigentes y tecnocientíficos para convencer a los alienígenas extrasolares de un inmediato plan humano de reorganización planética geobiológica que los salvara por intermediación de los Insólitos; o en que todo aquello era una pesadilla, o que esos extraterrestres eran ángeles enviados por Dios para, a través de los Diez Insólitos como sus profetas, anunciar el fin de los tiempos, contra lo que no había nada que hacer. Estaban todos, pues, alucinando y no en colores. Alucinación no sólo entre los mayores, que también entre los jóvenes y niños a su alrededor observándolos.

Todo eso sucedía con rapidez de vértigo, mientras a la vez, suspendidas en su terror las autoridades humanas, permanecían inmóviles ante el temblor sísmico de las multitudes. De éstas, los más religiosos se recogían en la oración o acudían a sus templos a orar en comunión de fe, si es que no estaban ya en ellos por haber ido con espíritu religioso a escuchar el mensaje; lo mismo creyentes cristianos, que musulmanes, judíos, budistas, hinduístas, sintoístas, taoístas, confucianistas y de otras religiones menores por su número de adeptos, incluyendo los seguidores del ocultismo, la hechicería, el animismo, el chamanismo y hasta el satanismo, todo en un etcétera indeterminado.

Era en esos momentos primeros un movimiento espontáneo y principiante de temor, y fe en creyentes que espontáneamente tomaban esa decisión. Pero ya desde el principio hubo grupos religiosos que por sus creencias se tomaron seriamente el ultimátum como el anuncio final de la puesta en marcha por Dios del fin del mundo anunciado en el Apocalipsis, no en vano los extrasolares venían del Cielo ―y entre los que más lo anunciaban los testigos de Jehová por un lado y los islamistas por otro―, no importaba que en vez de la apariencia de ángeles la tuvieran de extraterrestres, pues en verdad podían ser ángeles enmascarados de extraterrestres los que hicieron el milagro de los Diez Insólitos con el propósito de convencer a una Humanidad mayormente descreída o de poca fe religiosa, y que ahora anunciaban el fin. Creían en éste también los seguidores de Shiva*, y en el Japón los seguidores de Amaterasu*, que como los cristianos soñaban con un nuevo mundo a la medida de sus creencias, tras la destrucción de éste.

En el breve espacio temporal que todo esto sucedía, en el gran auditorio de la Asamblea General de las Naciones Unidas los líderes mundiales allí presentes contemplaban perplejos y acobardados, en las dos grandes pantallas audiovisuales que flanqueaban el frontis de la gran sala tras la tribuna de oradores, mas en otras menores alrededor de toda ella y en las personales ante sus asientos, el revuelo mundial que se iba produciendo con la amenaza de ir a mayores y contra todos los gobernantes y poderes fácticos mundiales, que desde todos los puntos del orbe terráqueo se iban retransmitiendo, incomprensibles de que el furor humano que se levantaba fuera contra ellos y no contra los extraterrestres que les amenazaban a todos. Solamente parecían más templadas, asumiendo la situación temida, aquellas sociedades y grupos sociales religiosos que tras el fin esperaban una renovación feliz, destacando, entre todos, por su número humano los islamistas y tras éstos algunos cristianos, y de éstos la minoría de los testigos de Jehová, que llevaban anunciando el fin del sistema de cosas en la Tierra desde hacía más de un siglo.

Así, pues, como los arroyos que se forman a poco de una lluvia torrencial aumentan de inmediato considerablemente el caudal fluvial al que afluyen con su masa acuosa, así la masa humana colérica en creciente aumento levantaba en el océano de las gentes un oleaje inundador, cualquiera fuesen sus creencias, que ya se iba llevando a las primeras víctimas mortales, tanto caídas en los disturbios, como en suicidios por terror incontenible.

Al grito de pavor, furia y venganza crecientes de las multitudes en alza que calificaban de culpables a los poderosos por sus gestiones de ruina natural planética señalada por los extrasolares, ya fueran políticos o magnates del sistema económico mundial, se incrementó el estado de suspensión anímica del primer momento en todos los gobernantes mundiales y representantes de todas las instituciones creadas para el control y dominio de las masas y posesión de las riquezas, cuando ya parecía que iban a reaccionar ante el ultimátum. Y no menos suspensos de lo que quedaron con el colofón amenazador del mensaje estaban ahora con la explosión de las masas humanas los representantes de los medios informativos. Admirados de que una amenaza tan apocalíptica venida de seres procedentes del espacio extrasolar revertiera en culpabilizarnos en general apuntando a las cabezas dirigentes del planeta humano amenazado. Y suspendidos en ese estado anímico, aunque deseaban cortar las emisiones televisivas, eran incapaces de hacerlo, aunque algunos más importantes representantes políticos de las primeras potencias les mandaban mensajes para hacerlo.

Las imágenes y sonidos de ese prematuro estallido de las multitudes aparecieron entrecruzándose sin control en todos los medios audiovisuales, sorprendidos sus transmitentes encargados de difundir al mundo el acontecimiento, estupefactos y sin valor a retirarlos, sino más bien incentivándose por transmitir tan inéditos hechos a nivel mundial, alternándolos y superponiéndolos con la conmoción primera reflejada en los líderes mundiales reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y las primeras reacciones de algunos de ellos siempre con el pánico reflejado en sus rostros y actitudes.

Hasta que en medio de ese fragor primario, por fin los líderes humanos más responsables ―los gobernantes de las Seis Grandes Potencias permanentes en el Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Federación Rusa, China, Reino Unido, Francia e India*)―, sobreponiéndose, intentando alejar el convencimiento de la amenaza de los alienígenas, tras removerse temerosos sus espíritus por el mensaje de los Diez Insólitos con su implícito ultimátum extrasolar primero y el conato de explosión humana mundial consecuente, sondeándose unos a otros con la mirada para en seguida dirigirse unas palabras, se levantaron en disposición activa, dispuestos a tomar las primeras decisiones humanas que entendieron pertinentes. De inmediato acudió a ellos el Secretario General de las Naciones Unidas, descompuesto el rostro y el gesto interrogante.

 

―¿Qué hacemos? ¿Por qué no nos reunimos solos en el departamento reservado a los miembros de este Consejo de Seguridad?

Su pregunta en inglés norteamericano recibió la respuesta del estadounidense:

―Me parece lo más inteligente―dijo esperando la aceptación general de los miembros del Consejo, pero especialmente la de los otros cinco gobernantes decisivos en el Consejo de Seguridad―. Habrá que tomar una decisión que nos afecte a todos.

El Secretario General, observando estar de acuerdo con lo dicho los seis permanentes del Consejo de Seguridad, asintió con un movimiento de cabeza, y dijo:

―Si se prefieren dialogarlo primero los Seis, o todo el Consejo, en privado, vayamos, pues, al despacho a propósito…

―Perfecto.

El mundo entero los contemplaba en suspenso, sus almas y oídos y ojos en ellos puestos con un hálito de esperanza en muchos; los que entendían que iban a debatir tomar una decisión de importancia vital.

4 Desalojo en la Asamblea General

Pero la primera decisión, dada al oído del Secretario General de las Naciones Unidas, que la tomó de inmediato, fue ordenar el desalojo de todos los periodistas y sus medios audiovisuales, ordenando la entrada masiva de agentes policiales y de vigilancia para obligar a tal desalojo, que empezó a llevarse a cabo con cierta brusquedad de los agentes a causa de la rebeldía que opusieron muchos de los expulsados, algunos de los cuales lograban sortear la expulsión en el revuelo que se formó, no sólo de periodistas sino también de parte de los políticos y eminencias intelectuales invitadas, escondiéndose a tiempo entre los recovecos de la estancia o camuflándose entre la multitud de gobernantes y sus séquitos, que alterados se levantaban ocupando gradas y pasillos.

Como también se alteraban por este proceder los aumentantes millares de millones de televidentes e internautas (éstos ante sus ordenadores e inteléfonos), que aún podían ver lo que sucedía en la gran sala de la Asamblea General, dada la valentía de algunos camerógrafos retransmitiendo el suceso.

―No quieren que escuchemos lo que van a decir nuestros políticos y pedirán a los Diez Insólitos― fue el resumen de los comentarios más extendidos que se iban haciendo en la calle, en la vivienda, en el trabajo o donde quiera que hubiesen televidentes, internautas o movidentes* atentos a esas imágenes, los cuales iban de continuo aumentando.

Y mientras en el gran auditorio se iba a proceder al desalojo de los considerados en ese momento crucial oyentes inconvenientes, se levantaban los miembros del Consejo de Seguridad, no sólo los jefes de gobierno de los seis permanentes, sino también los demás miembros no permanentes, cuyo número últimamente ascendía a 19, y recordemos eran: con promesa de más adelante conseguir la permanencia: Alemania, Japón, Irán y Brasil; prometidos a cinco años más otros tantos: Israel, España, Bolivia, República Sudafricana e Indonesia; con cuatro más otros cuatro años Arabia Saudí, y por solamente dos años: Islas Salomón, Turquía, Egipto, Perú, Méjico, Chile, Canadá, Australia y Tailandia. Aumento de miembros dadas las circunstancias especiales a raíz de la invasión cosmonáutica alienígena, intentándose acoger todas las corrientes políticas, demográficas, ideológicas y religiosas importantes del momento histórico y supervivencial humano que se vivía, de ahí acoger cinco países musulmanes, entre los que sólo Indonesia lo fue, además de por su demografía, por ser la patria de uno de los Diez Insólitos; como por esta sola razón lo fueron Islas Salomón, Bolivia, España y República Sudafricana; e Israel e Irán por poseer la bomba atómica y cohetes intercontinentales y capaces de alunizar. No pudo entrar en ese escogido grupo Corea del Norte* pese a su arma nuclear por estar ocupado militarmente, lo que se había hecho por su actitud belicista independiente y la desconfianza a su política y al presumible entendimiento que se le sospechó pudiera intentarlo con los alienígenas.

No obstante los Seis permanentes de las Grandes Potencias, al observar levantarse a los 19 y seguirles, tras mirarse entre sí no fueron capaces de oponerse a su presencia, consideréndola algunos conveniente, en especial porque entre ellos estaban el ayatolá gobernante de Irán y el chiísmo, doctrina integrista islámica, y el rey de Arabia que presidía otro integrismo musulmán, el sunní, y había otras dos poderosas naciones musulmanas: Turquía y Egipto, además de Indonesia; y si se las dejaba a ellas pasar no se podía evitar la entrada a Israel. A todo lo que el Secretario General de las Naciones Unidas parecía estar de acuerdo, llegando a pensar todos ellos que así la decisión que tomasen sería mejor acogida por la Asamblea General y el total o la mayor parte de los países; de modo que los 25 fueron a reunirse en el despacho al que iban convencidos de tomar en él una decisión general, que había de incumbir a toda la especie humana. Visto esto se levantó de su asiento el Pontífice del Vaticano y seguido de su séquito cardenalicio se dirigió todo decidido a entrar también en esa reunión donde se iba a debatir sobre una decisión que concernía a toda la Humanidad y en la que no podía estar solamente los cabezas religiosas del islamismo. Viéndolo otros líderes religiosos quisieron seguirle pero no llegaron a tiempo.

Entre tanto que en la gran sala de la Asamblea General, procediéndose a la expulsión de los periodistas, sucedió que algunos políticos y miembros de sus séquitos, de ciertos países irrelevantes, se entremezclaron con ellos para fugarse llenos de angustia, sin conciencia clara de lo que hacían, pensando en el regreso a sus patrias y hogares a esperar los acontecimientos o a morir con los suyos, convencidos de que su presencia en la ONU era prescindible oído el ultimátum, cuya certidumbre de realización les parecía evidente. Este movimiento desertor producido en el revuelo de esa expulsión fue aprovechado por algunos reporteros valientes para ocupar inmediata y clandestinamente sus lugares, y desde ellos, como otros desde sus escondites hallados, mantener la información de cuanto allí ocurría, superando el terror que inevitablemente les acometía como a los que no se habían resistido a la expulsión.

Cuando ya se creyó desalojada de informadores la gran sala de la Asamblea General, lo que llevó un tiempo impreciso de minutos, durante los que desaparecieron de ella los 25 miembros del Consejo de Seguridad, el Secretario General de la ONU y el Papa, a renglón seguido se ordenó a los agentes, cuyo número continuó aumentando, tomar el lugar de alrededor del que ocuparon los Diez Insólitos y los Diez Gigantes Extrasolares, como si allí se mantuvieran invisibles, evitando tocarlos como si realmente estuvieran, ni amenazarlos aun en la supuesta presencia invisible ―que todo se podía creer de ellos―, sólo impedir que abandonasen la plataforma donde presuponían permanecían en pie y desde la que observaban cuanto se producía ante ellos, sin movimiento alguno que les delatase otro interés. Tal era el choque psicológico que la visión de los Diez Insólitos más los Diez Alienígenas de presencia humana gigantesca, y cuanto se decía de todos ellos les provocó perturbando sus mentes, creyendo de los mismos cualquier inimaginable capacidad.

Los agentes cumplían lo ordenado: unos en la plataforma, otros abajo, y unos pocos ocupando los peldaños de la primera escalerilla que sube a esa primera plataforma desde donde los oradores se dirigen a la Asamblea General, como en la ocasión lo había hecho, por los rejuvenecidos insólitos septuagenarios Julio Grande Lobo como portavoz del grupo de los Diez Insólitos en nombre de los Diez Extrasolares*; temerosos los agentes ante la idea de enfrentarse a esos veinte gigantes de fuerza descomunal y protegidos por aquellos trajes que sabían tenían propiedades defensivas y se imaginaban llevar bajo los relucientes trajes talares que les vieron antes de desaparecer, pero indudablemente creyéndoles allí invisibles; pues de todos ellos creían lo más insólito, sabiendo todo lo sobre ellos conocido durante ese tiempo de poco más de un año espectacular y mágico, en el que desde insignificantes personas de la tercera edad los Diez Insólitos terrestres fueron transformados en jóvenes y saludables personajes heroicos y bienhechores.

Como cuanto allí sucedía seguía transmitiéndose y podía verse en las pantallas instaladas en la gran sala, lo que llevó de inmediato a la búsqueda de los reporteros camuflados, avisado y temeroso el controlador de las transmisiones apagó todas las pantallas de la Asamblea de manera irreversible desde su control, pero no de forma que no continuasen las retransmisiones audiovisionándose fuera de allí, en el planeta entero, dejando que automáticamente lo fuesen conforme era expulsado de su puesto, engañando así a los agentes que lo retiraron, a sus responsables jerárquicos y a los políticos de la Asamblea, al ver cortadas allí las emisiones de televisión e internet. Sólo algunos funcionarios de la ONU, ejerciendo en aquel recinto, entendieron que el apagón informativo ante la Asamblea podía no serlo en el exterior, como así lo fueron conociendo a través de sus inteléfonos y callando, con la complicidad de algunos agentes de vigilancia disconformes con aquella orden, en momentos tan cruciales para la Humanidad, como todos entendían.

Tan cruciales como tensos en los que pocos lograban estar a la altura requerida por las circunstancias, no sólo allí sino en todo el planeta. ¿Quiénes podían ser capaces de estarlo en esos graves minutos de tensión recibido el colofón amenazador del mensaje: el ultimátum?

Los que más y de inmediato se repusieron fueron altos mandos militares de las grandes potencias nacionales desde sus respectivos departamentos mayores, o desde los búnkeres internacionales recientes, que se habían construido diligentemente una vez convencidos sus Gobiernos de la presencia alienígena en la Tierra invadiéndola en cinco cosmonaves muy superiores en su tecnología a la humana; asistiendo así esos altos mandos militares pretendidamente en secreto al evento. Y en solitario algunos científicos, en especial los observadores del Universo.

En cuanto a los políticos, aparte de los pocos que abandonaron la Asamblea y el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York, con la intención de huir de esta ciudad como si la amenaza del ultimátum sólo fuera a destruir las grandes ciudades de los grandes países; aparte de ésos, que difícilmente llegarían al aeropuerto pretendido en su huida para estancarse en interminable cola automovilística en las vías neoyorquinas y aeropuertos de salida en vuelo; los demás, la mayoría asistente en aquella asamblea históricamente decisiva con peligro de ser la última, tras el revuelo antedicho y el apagón de las pantallas que les informaban, con el alma en vilo dirigieron sus expectantes miradas con la intención de ver a los miembros del Consejo de Seguridad que desaparecían de la gran sala, esperando que tomaran una decisión efectiva, después de la del desalojo de los reporteros con el apagón audiovisual consiguiente y la entrada de agentes policiales.