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100 Clásicos de la Literatura

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Pesa sobre mi corazón el peso de todos aquéllos que no saben encontrar un hombro. Rechazados y separados de los suyos. O como aquél que sobre su camastro vuelve y revuelve un cuerpo más inútil en lo sucesivo que un carro roto, y que llama a la muerte pero que es rechazado por la muerte. Y grita: «¡Para qué, Señor! ¡Para qué!».

Son los soldados de un ejército derrotado. Pero yo los reuniré y los conduciré hacia la victoria. Porque hay victorias para todos los ejércitos, aunque sean diferentes entre sí. Porque he aquí que ellos son, entre los otros, un paso de la vida. La flor que se marchita deja su semilla, la semilla que se pudre funda su tallo, y de toda crisálida que se rompe, salen las alas.

¡Ah! ¡Sois mantillo y alimentos y vehículo para la soberbia ascensión a Dios!

47

—No os avergoncéis -les dije-, de vuestros odios, de vuestras divisiones, de vuestras cóleras. No extendáis el puño por causa de la sangre vertida ayer; pues si salís renovados de la aventura, como el niño del seno desgarrado, o el animal, alado y embellecido, de las desgarraduras de su crisálida, ¿qué cogeréis, del ayer, en nombre de verdades que se han vaciado de su sustancia? Porque a los que se baten y se desgarran, los he comparado, instruido por la experiencia, a la prueba sangrante del amor. Y el fruto que nacerá no es de uno ni de otro, sino de ambos. Y domina a los dos. Y se reconcilian en él, hasta el día en que ellos mismos, en la nueva generación, sean la prueba sangrante del amor.

”Sufren, por cierto, los horrores del parto. Pero pasado el horror llega la hora de la fiesta. Y se reencuentran en el recién nacido. Y ved, cuando la noche os toma y os adormece, que sois en todo semejante los unos a los otros. Y lo he dicho de aquellos mismos que en las prisiones llevan sus collares de condenados a muerte: no difieren de los otros. Importa solamente que se reencuentren en su amor. Perdonaré a todos haber dado muerte porque rehúso distinguir según los artificios del lenguaje. Éste ha dado muerte por amor de los suyos, porque no se juega la vida sino por amor. Y el otro también mató por amor a los suyos. Sabed reconocerlo y renunciad a llamar error a lo contrario de vuestras verdades, y verdad al contrario del error. Porque sabed que la evidencia que os aprisiona y os obliga a escalar vuestra montaña es la misma que aprisionó al otro que escala igualmente su montaña. Y que está gobernado por la misma evidencia que os hizo levantaros en la noche. Quizá no la misma; pero fuerte del mismo modo.

”Sólo sabéis de ese hombre lo que niega al hombre que sois. Y él, lo mismo, lee en vosotros únicamente lo que lo niega. Y cada uno sabe bien que en el interior de sí mismo es diferente a una negación glacial, o rencorosa, si no descubrimiento de un rostro tan evidente, simple y puro, que os hace aceptar la muerte por él. De tal modo que os odiáis mutuamente por inventar un adversario mentiroso y vacío. Mas yo, que os domino, yo os digo que amáis el mismo rostro, aunque mal reconocido y mal descubierto.

”Lavaos pues de vuestra sangre: nada se construye con la esclavitud sino las revueltas de esclavos. Nada se logra con el rigor si no hay pendientes hacia la conversión. Si la fe ofrecida nada vale y si las pendientes vierten la conversión, entonces ¿para qué el rigor?

”¿Para qué usaréis vuestras armas al llegar el día? ¿Qué ganaréis con esos degollamientos en los que ignoráis a quién matáis? Desprecio la fe rudimentaria que sólo concilia a los carceleros.

Te desaconsejo, pues, la polémica. Porque no conduce a nada. Y al juzgar los que se equivocan rehusando tus verdades en nombre de sus propias evidencias, considera, en nombre de tu propia evidencia, que si polemizas contra ellos, rehúsas sus verdades.

Acéptalos. Tómalos por la mano y guíalos. Diles: «Tenéis razón, escalemos sin embargo la montaña»; y estableces el orden en la montaña, y respiran sobre la extensión que han conquistado.

Porque no se trata de decir: esta ciudad es de treinta mil habitantes, a lo que otro te respondería: «Tiene sólo veinticinco mil», porque, en efecto, todos concordaréis en un número. Y habría pues uno que se equivocaría. Mas esta ciudad es operación de arquitecto y establo. Navío que lleva a los hombres. Y otro diría: «Esta ciudad es cántico de hombres en un mismo trabajo…».

Porque se trata de decir: «Es fértil la libertad que permite el nacimiento del hombre y las contradicciones nutritivas». O: «La libertad pudre; pero la sujeción es fértil, pues es necesidad interior y principio del cedro». Y vierten su sangre uno contra otro. No lo lamentes, pues he aquí dolor de parto y torsión contra sí mismo y llamado a Dios. Di a cada uno: «Tienes razón». Porque tiene razón. Pero condúcelos más alto en su montaña; pues el esfuerzo de escalar, que rehusarían por ellos mismos, exige tanto de los músculos y del corazón, que su sufrimiento los obliga y les da el coraje para escalar. Porque huyes por lo alto si los gavilanes te amenazan. Porque buscas en lo alto al sol si eres árbol. Y tus enemigos colaboran contigo porque no hay enemigo en el mundo. El enemigo te limita: te da tu forma y te funda. Y les dices: «Libertad y sujeción son dos aspectos de la misma necesidad de ser uno y no otro». Libre de ser uno, no libre de ser otro. Libre en un lenguaje. Pero no libre de mezclarle otro. Libre en las reglas de tal juego de dados. Pero no libre de corromperlo alterando sus reglas con las de otro juego. Libre de construir pero no de saquear y destruir por un uso inadecuado la reserva misma de tus bienes, como aquél que escribe mal y extrae sus efectos de sus licencias, destruyendo así su propio poder de expresión; pues nadie sentirá nada al oírlo cuando haya destruido el sentido del estilo entre los hombres. Así pasa con el asno que yo comparo al rey, que hace reír en tanto que el rey es respetable y respetado. Después llega el día en que se identifica con el asno. Y no formulo sino una evidencia.

Y todos lo saben, porque los que reclaman la libertad reclaman la moral interior a fin de que el hombre sea gobernado a pesar de todo. Y el gendarme, se dicen, está adelante. Y los que reclaman la sujeción te afirman que es libertad de espíritu, porque eres libre en tu casa de atravesar las antecámaras, de medir las salas, de un extremo a otro, de empujar las puertas o de subir o bajar las escaleras. Y tu libertad crece según el número de paredes y de trabas y de cerrojos. Y tienes tantos actos posibles que se te proponen, y entre los que puedes escoger, como obligaciones te ha impuesto la dureza la piedra. Y en la sala común donde acampas en el desorden, ya no hay libertad, sino disolución.

A fin de cuentas, todos sueñan con una misma ciudad. Pero uno reclama para el hombre, tal como es, el derecho de obrar. El otro el derecho de modelar al hombre para que sea y pueda obrar. Y todos celebran al mismo hombre.

Pero ambos también se equivocan. El primero lo cree eterno y existente en sí. Sin saber que veinte años de enseñanzas, de sujeciones y de ejercicios han fundado éste en él y no otro. Y que tus facultades de amor provienen del ejercicio de la plegaria y no de tu libertad interior. De este modo sucede con el instrumento de música si no has aprendido a tocar, o con el poema, si no conoces ningún lenguaje. Y el segundo se equivoca también, porque cree en los muros y no en el hombre. De este modo se dirige al templo, no a la plegaria. Porque, de las piedras del templo, lo único que cuenta es el silencio que las domina. Y ese mismo silencio en el alma de los hombres. Y el alma de los hombres donde existe ese silencio. He aquí el templo delante del cual me prosterno. Pero el otro hace un ídolo de piedra y se prosterna delante de la piedra que es sólo piedra…

Lo mismo pasa con el imperio. Y no convertí en dios al imperio para que esclavice a los hombres. No sacrifico los hombres al imperio. Sino que fundo el imperio para que los hombres se llenen de él y él los anime: el hombre para mí es más importante que el imperio. Para fundar los hombres los he sometido al imperio. No es para fundar el imperio que he esclavizado a los hombres. Pero abandona ya ese lenguaje que no lleva a nada y distingue la causa del efecto y al señor del servidor. Porque sólo hay relaciones y estructuras y dependencias internas. Yo, que reino, no estoy más sometido a mi pueblo de lo que cualquiera de mis súbditos lo está a mí. Yo, que subo a mi terraza y recibo sus quejas nocturnas y sus balbuceos y sus gritos de sufrimiento y el tumulto de sus alegrías para hacer de ellos un cántico a Dios, me conduzco, pues, como su servidor. Soy yo el mensajero que los reúne y los transportas Soy yo el esclavo cargado con sus literas. Soy yo su traductor.

Así yo, su piedra angular, soy el nudo que los reúne y los ata en forma de templo. ¿Cómo me querrán? ¿Algunas piedras se estimarán lesionadas por tener que sostener su piedra angular?

No aceptes discusiones sobre tales asuntos, porque son vanas.

Ni tampoco discusiones sobre los hombres. Porque siempre confundes los efectos con las causas. ¿Cómo quieres que sepan lo que pasa a través de ellos si no existe un lenguaje que pueda captarlo? ¿Cómo reconocerá la gota de agua su calidad de río? Y sin embargo, el río fluye. ¿Cómo reconocerá cada célula que es árbol? Y sin embargo, el árbol crece. ¿Cómo tendrá cada piedra conciencia del templo? Y sin embargo, ese templo encierra su silencio como un granero.

¿Cómo conocerán los hombres sus actos si no han escalado trabajosamente la montaña, en soledad, para transmutarse en silencio? Y aunque Dios solamente puede conocer la forma del árbol, ellos saben que uno tira hacia la izquierda y el otro a la derecha. Y cada uno quiere matar al que lo molesta y se mofa de él, sin que ninguno sepa adónde va. Del mismo modo son enemigos los árboles del trópico. Porque se aplastan entre sí y se roban su parte de sol. Y sin embargo, la selva crece y cubre la montaña con una piel negra que distribuye sus pájaros en el alba. ¿Crees que el lenguaje de cada uno captará la vida?

 

Cada año nacen chantres que te dicen que las guerras son imposibles, puesto que nadie desea sufrir, dejar su mujer y sus niños, ganar un territorio del cual no disfrutará para sí, y morir después al sol por mano enemiga, con piedras cosidas en el vientre… Y, por cierto, preguntas a cada uno su elección. Y cada uno rehúsa. Y sin embargo, al año siguiente, nuevamente el imperio toma las armas, y todos los que rehusaban la guerra, que era inaceptable en las operaciones de su magro lenguaje, se reúnen en una moral informulable para un paso que no tenía sentido para ninguno de ellos. Se ignora al árbol que se funda. Y sólo lo reconoce aquél que se hace profeta en la montaña.

Lo que se funda y lo que efectivamente muere siendo más grande que ellos, puesto que se trata de hombres, pasa a través de los hombres sin que sepan formularlo: pero su desesperación es signo. Y si muere un imperio descubrirás esta muerte en que tal o cual pierde su fe en el imperio y falsamente lo harás responsable de la muerte del imperio: porque no hacía más que mostrar el mal. Pero ¿cómo distinguirás entre los efectos y las causas? Y si la moral se pudre leerás los signos en la malversación de tus ministros. Pero puedes cortarles la cabeza: eran los frutos de la podredumbre. No luchas contra la muerte enterrando los cadáveres.

Mas ciertamente es preciso enterrarlos; y los entierras. Separo a los que están podridos. Pero prohíbo por dignidad que se polemice respecto al hombre. Me disgustan los ciegos cuando se injurian a propósito de sus deformidades. ¿Y cómo perdería mi tiempo escuchándolos proferir esas injurias? Mi ejército pierde pie, el general lo acusa y él acusa a su general. Y el conjunto acusa a los malos ejércitos. Y el ejército acusa a los mercaderes. Y los mercaderes acusan al ejército. Y todos aún acusan a otros. Y yo respondo: «Es preciso cortar las ramas muertas pues llevan el signo de la muerte». Mas es absurdo acusarlas de la muerte del árbol. Es el árbol el que muere cuando mueren sus ramas. Y la rama muerta era sólo un signo.

Así pues, cuando los veo podrir los corto sin ocuparme de ellos; pero miro hacia otro lado. No son hombres que se pudren. Es un hombre que se pudrió en ellos. Y estudio atentamente la enfermedad del arcángel…

Y sé bien que el único remedio está en los cánticos y no en las explicaciones. ¿Alguna vez resucitaron la vida las explicaciones de los médicos? Porque ellos dicen: «He aquí por qué ha muerto…». Y, por cierto, ha muerto por una causa conocible y por un desarreglo de sus vísceras. Pero la vida era otra cosa diferente a un arreglo de las vísceras. Y cuando has arreglado todo con tu lógica, el conjunto semeja una lámpara de aceite que has forjado y enjoyado y que no da luz si primero no la enciendes.

Amas porque amas. No hay motivo para amar. No hay remedio, sino creación, porque construirás su unidad con el solo movimiento de sus corazones. Y su razón profunda al obrar será ese canto con el que os cargarás.

Y, es cierto, mañana se convertirá en razón, motivo, móvil y dogma. Porque se inclinarán los lógicos sobre tu estatua para desentrañar las razones que tiene para ser bella. ¿Cómo podrían equivocarse puesto que es bella? Es lo que conocen por otras vías distintas a la lógica.

48

Porque os traigo el gran consuelo; a saber: que nada hay que lamentar. Ni arrojar. Así decía mi padre:

—Usas de tu pasado como del paisaje flanqueado aquí por su montaña, allí por su río, y dispones con libertad de las ciudades por venir, teniendo presente lo que es. Y si lo que es no era, inventarás ciudades de sueño que son fáciles, porque nadie resiste a los sueños; pero al mismo tiempo que fáciles, perdidas y disueltas en lo arbitrario. No te quejes de tu cimiento que es éste y no otro; porque la virtud de un cimiento en primer lugar es ser. Así digo respecto a mi palacio, a mis puertas, a mis muros.

”¿Y qué conquistador ha lamentado jamás, al tomar posesión de un territorio, que allá se apoyara la montaña, que aquí se desenvolviera el río? Tengo necesidad de una trama para bordar, de reglas para cantar, o para bailar, y de un hombre fundado para actuar.

”Si te lamentas de la herida sufrida, podrás lamentarte también por no ser o por no haber nacido en otra época. Porque tu pasado entero es sólo nacimiento de hoy. Es así y esto es todo. Tómalo como es y no desplaces las montañas. Son como son.

49

Sólo importa la diligencia. Porque ella es la que dura y no el fin que es ilusión del viajero, cuando marcha cresta en cresta como si el fin perseguido tuviera sentido. De igual modo, no hay progreso sin aceptación de lo que es. Porque si el litigio desgarra a alguno, no le conviene buscar una paz precaria y de mala calidad por la aceptación ciega de uno de los dos elementos del litigio. ¿De dónde deduces que el cedro ganaría al evitar el viento? El viento lo desgarra pero lo funda. Mal sabio el que separa el bien del mal. Buscas un sentido a la vida, cuando ese sentido es, en primer lugar, llegar a ser en uno mismo, y no ganar esa paz miserable que tiende hacia el olvido de los litigios. Si algo se opone a ti y te desgarra, déjalo crecer, que así afianzas raíces y te renuevas. ¡Bienvenido el desgarramiento que te impulsa al parto de ti mismo! Pues ninguna verdad se demuestra y se consigue con la evidencia. Y las que te proponen son arreglos cómodos y semejantes a drogas para dormir.

Porque desprecio a los que se aturden para olvidar o que, simplificándose, ahogan, para vivir en paz, una de las aspiraciones de su corazón. Pues sabe que toda contradicción sin solución, todo irreparable litigio te obliga a agrandarte para absorberlo. Y, en el nudo de tus raíces, tomas la tierra sin rostro, y sus pedernales y su humus, construyes un cedro para la gloria de Dios. La columna del templo ha llegado a la gloria después de veinte generaciones de usufructuar de los hombres. Y tú mismo, si quieres agrandarte, empléate contra tus litigios: conducen hacia Dios. Es la sola ruta que existe en el mundo. Y de esto proviene que el sufrimiento te engrandezca, cuando lo aceptas.

Pero hay árboles de la ciudad que el viento de arena no amasa. Hay hombres débiles que no pueden superarse. Hacen su felicidad con una felicidad mediocre, luego de haber suicidado la parte noble. Se detienen en una posada para toda la vida. Han abortado de sí mismos. Y poco me importan qué es de ellos o cómo viven. Renuncian a escuchar la voz de Dios que es necesidad, búsqueda y sed inexpresable. No buscan el sol como lo buscan en el espesor de la selva esos árboles que jamás lo lograrán como provisión o reserva porque la sombra de los otros ahoga cada árbol, persiguiéndolo en su ascensión, modelados como columnas, gloriosos y lisos, brotados del suelo y transformados en potencia por la persecución de su dios. Dios no se alcanza; pero basta que se proponga, para que el hombre se construya en el espacio como un ramaje.

Por esto debes despreciar los juicios de la multitud. Porque te vuelven a ti y te impiden engrandecerte. Llaman error a lo contrario de la verdad y tus litigios les parecen simples, y rechazan como inaceptables, puesto que son frutos del error, los fermentos de tu ascensión. Te desean, pues, encerrado en tus provisiones, parásito, saqueador de ti mismo y acabado. ¿Y qué necesidad te impulsará entonces hacia Dios, a fabricar tu cántico y a subir aún para alinear bajo tus pies el paisaje de la montaña en desorden, o salvar en ti el sol que no se gana una vez por todas, sino que es persecución de todos los días?

Déjalos hablar. Sus consejos parten de un corazón fácil que te desea dichoso. Quieren darte demasiado pronto esa paz que sólo ofrece la muerte cuando por fin uses tus provisiones. Pues no son provisiones para la vida, sino miel de abeja para el invierno de la eternidad.

Y si me preguntas: ¿debo despertar a éste o dejarlo dormir para que sea feliz? Te responderé que nada sé de la felicidad. Pero si hay una aurora boreal, ¿dejarías dormir a tu amigo? Ninguno debe dormir si puede conocerla. Y, por cierto, ése ama su sueño y se envuelve en él: y sin embargo, arráncalo a su dicha y arrójalo fuera para que llegue a ser.

50

La mujer te despoja para su casa. Y, por cierto, deseable es el amor que es aroma de la casa y canto del surtidor y música de los jarros silenciosos y bendición de los niños cuando llegan uno después de otro, con los ojos llenos del silencio de la tarde.

Pero no intentes desequilibrar ni preferir según las fórmulas, el centelleo del guerrero en la arena y los beneficios de su amor. Porque ésta es sólo una división del lenguaje. No hay otro amor que el del guerrero pleno de las extensiones de su desierto, y no hay otra ofrenda a la vida, en la emboscada alrededor de los pozos, que la del amante que supo amar; pues de lo contrario, la carne ofrecida no es sacrificio ni don del amor. Porque si el que combate no es hombre, sino autómata y máquina de segar, ¿dónde está, pues, la grandeza del guerrero? No veo allí más que obra monstruosa de insecto. Y si aquél que acaricia a la mujer es sólo humilde ganado en su litera, ¿dónde está la grandeza del amor?

Nada conozco más grande que el guerrero que depone sus armas y acuna al hijo, o que el esposo que hace la guerra.

No se trata de un balanceo de una verdad a otra, de una cosa valedera un tiempo después de otro. Y de dos verdades que no tienen un sentido que las una. Es como guerrero que haces el amor y como amante que haces la guerra.

Pero aquélla que te ha ganado para sus noches, al conocer la dulzura de tu lecho, se dirige a ti, su maravilla, y te dice: «Mis besos, ¿no son dulces? Nuestra casa, ¿no es fresca? Nuestras veladas, ¿no son dichosas?». Y tú asientes con tu sonrisa. «Entonces -dice ella permanece cerca de mí para apoyarme. Cuando llegue el deseo no tendrás más que tender la mano y me doblaré hacia ti bajo tu simple peso como el naranjo joven cargado de naranjas. Porque llevas a lo lejos una vida avara y que no enseña caricias. Y a los movimientos de tu corazón, como el agua de un pozo, le faltan las praderas donde realizarse».

Y, en efecto, has conocido alrededor de tus noches solitarias esos impulsos desesperados hacia tal o cual cuya imagen evocabas; porque todas se embellecen en el silencio.

Y crees que la soledad de la guerra te ha hecho perder la ocasión maravillosa. Y sin embargo, aprendizaje del amor se hace en las vacaciones del amor. Y el aprendizaje del paisaje azul de tus montañas lo haces entre las rocas que conducen a la cima, y el aprendizaje de Dios lo haces ejercitándote con plegarias a las que no ha respondido. Porque sólo eso te colmará sin temor al desgaste; lo que se te concederá cuando fuera del deslizarse de los días del tiempo para ti hayan concluido y cuando te sea permitido ser, por haber acabado de transformarte.

Y, es cierto, puedes engañarte y condolerte de la que lanza su llamada en la noche vana, y cree que el tiempo corre inútil robándole sus tesoros. Si te inquieta esta sed de amor sin amor, es porque olvidaste que el amor es por esencia sed de amor; como lo saben los bailarines y las bailarinas, que antes de unirse trazan el poema de su aproximación.

Y yo te lo afirmo: la ocasión fallida es la que cuenta. La ternura a través de los muros de la prisión acaso sea la gran ternura. La plegaria es fértil mientras Dios no responde. Y los pedernales y las zarzas nutren el amor.

No confundas el fervor con el uso de las provisiones. El fervor que exige para sí no es fervor. El fervor del árbol va en los frutos que nada le devuelven en cambio. Así sucede conmigo, frente a frente con mi pueblo. Porque mi fervor fluye hacia huertos plantados de frutales de los que nada espero.

Así, pues, no te encierres tampoco en la mujer. Para buscar en ella lo que ya has encontrado. No harás sino volver a ganarla de cuando en cuando, como aquél que habita en la montaña y desciende a veces hasta el mar.

51

Injusto era el que decía de su minúscula casa:

—La construí para que contenga a todos mis verdaderos amigos…

Pues ¿qué pensaba de los hombres ese gotoso? Yo, si quisiera construir una casa para mis verdaderos amigos, no sabría construirla lo bastante grande; porque no conozco un hombre en el mundo del que una parte no sea mi amiga, por pequeña que sea, o fugitiva; y qué bien podría separar esa parte de aquél mismo que mandé decapitar si pudiéramos desempatar a los hombres. Y aun del que en apariencia me odia y me haría cortar la cabeza si pudiera. Y no creas que se trata de enternecimiento fácil, ni de indulgencia, ni de aspiración vulgar, de simpatía vulgar; pues permanezco rígido, inflexible y silencioso. Pero ¡cuán numerosos son mis amigos esparcidos, y cómo llenarían mi morada si les enseñara a andar!

 

Mas el otro llama amigo verdadero a aquél que podría confiar su dinero sin correr el riesgo de ser robado, y la amistad entonces es lealtad de doméstico, o al que podría solicitar y obtener un servicio -y la amistad es aprovechamiento de los hombres- o que en la necesidad tomaría su defensa. Y la amistad es homenaje tributado. Y desprecio la aritmética y llamo amigo al que he visto en él, que duerme hundido en su ganga; pero que, faz a mí, comienza a libertarse, al reconocerme y me sonríe, aun cuando deba traicionarme más adelante.

Pero el otro, ya lo ves, denomina amigos a los que beberían la cicuta en su lugar. ¿Cómo quieres que todos se regocijen de ello?

Aquél, que se decía bello, no comprendía la amistad. Mi padre, que era cruel, tenía amigos y sabía amarlos, siendo insensible a la decepción, que es avaricia frustrada. La decepción es bajeza, porque lo que primero has amado en un hombre ¿en qué se ha destruido si hay en él otra cosa que no amas? Pero tú transformas inmediatamente en esclavo al que amas o que te ama, y si no asume las cargas de esa esclavitud lo condenas.

Entonces el otro, porque un amigo le ofrendaba su amor, ha cambiado ese regalo en deber. Y el don del amor se convertía en deber de beber la cicuta y en esclavitud, El amigo no quería a la cicuta. El otro, pues, se juzgó decepcionado, lo que es innoble. No hay aquí más decepción, en efecto, que la que nos enfrenta con un esclavo que nos ha servido mal.

52

Pero te hablaré del fervor. Porque precisarás superar muchos reproches. La mujer, por ejemplo, te reprochará siempre que des a los otros y no exclusivamente a ella. Porque según el hombre, lo que se da en una parte se roba en otra. Así nos han vuelto el olvido de Dios y el uso de las mercaderías. Pues lo que das, en realidad no te disminuye, sino que, bien por el contrario, aumenta tus riquezas por distribuir. De este modo, el que ama a todos los hombres a través de Dios, ama infinitamente más a cada uno de los hombres que el que ama a uno solo y extiende simplemente a su cómplice el campo miserable de su persona. Lo mismo que el que a lo lejos afronta los peligros del alma, da más a la amada de lo que ella supone; porque le da a alguien que es, que no le da el que noche y día la acuna, pero que no existe.

No hagas economía aquí. Porque no son mercaderías las que se ahorran cuando se trata de movimientos del corazón. Porque dar es arrojar un puente sobre el abismo de tu soledad.

Y cuando das, no te inquietes de saber a quién. Porque se te vendrá a decir: «¡Tal no merece ese don!». Como si se tratara de una mercancía. Aquel mismo que no te serviría para los dones que le pidieras, puede servirte por los dones que le concederás, porque por su intermedio servirás a Dios. Y lo saben bien aquellos que no experimentan piedad mezquina por los chancros de los lacayos, sino que exponen claramente la vida y se imponen, sin prórroga, cien días de marcha a través de rocas, con el solo fin de curar un chancro al mucamo de ese mucamo. Y sólo se muestran mezquinos y se someten al servilismo del mucamo quienes esperaban algún movimiento de reconocimiento; porque él no tiene bastante carne para arrancarse y pagarte una mirada tuya, pero, a través del depositario, has dado a Dios, y eres tú quien debe prosternarse pues se ha dignado recibir.

53

He aguardado yo mismo en mi juventud la llegada de aquella amada que me traían para esposa en el hilo de una caravana partida de fronteras tan lejanas que había envejecido en camino. ¿Has visto alguna vez envejecer una caravana? Los que se presentaron a los centinelas de mi imperio no habían conocido su propia patria. Porque habían muerto en el transcurso del viaje los que hubieran podido contar sus recuerdos de ella. Y a lo largo del camino habían sido sepultados uno tras otro. Y los que llegaron tenían en patrimonio recuerdo de recuerdos. Y las canciones que habían aprendido de sus mayores eran leyendas de leyendas. ¿Has visto milagro más milagroso que la llegada de un navío que se ha construido y aparejado en el mar? Y la jovencita que desembarcaron de una caja de oro y plata y que, sabiendo hablar, podía decir la palabra «fuente», sabía bien que de una fuente se había hablado en el pasado, en los días felices, y decía esa palabra como una plegaria para la cual no hay respuesta; pues de este modo oras a Dios, por causa del recuerdo de los hombres. Más sorprendente era que supiera bailar, y esta danza le había sido enseñada entre el pedernal y las rocas, y sabía bien que una danza era una plegaria con la que se puede seducir a los reyes; mas para la cual, en la vida del desierto, no hay respuesta. Así sucede con tu plegaria hasta la muerte, que es una danza que danzas para conmover un dios. Pero lo más sorprendente era que traía todo cuanto debía servirle. Y sus pechos tibios como palomas para la lactancia. Y su vientre liso para servir hijos al imperio. Había venido pronta, como una semilla alada a través del mar, y tan heñida, tan bien formada, tan puramente encantada por provisiones que nunca le habían servido, como tú de tus méritos, de tus actos, y de tus lecciones aprendidas que te servirán sólo en la hora de la muerte, cuando por fin seas. Había tan poco usado, no solamente del vientre y de los pechos, que eran vírgenes, sino de las danzas para seducir reyes, de las fuentes para bañar los labios, y de la ciencia de los ramilletes cuando aún no había visto flores, que al llegar a mí en su perfección total, no podía menos que morir.

54

Te he dicho de la plegaria que es ejercicio del amor, gracias al silencio de Dios. Si hubieras hallado a Dios te fundarías en él, ya realizado definitivamente. ¿Y para qué te engrandecerías para llegar a ser? Así pues, cuando aquél se inclinaba sobre ella, murada en su orgullo como en medio de triples murallas, y absolutamente imposible de salvar, se lamentaba desesperadamente de la suerte de los hombres: «Señor -decía-, comprendo y espero las lágrimas. Son lluvia donde se funde el peligro de la tormenta, disparador del orgullo y perdón permitido. Que ella se desanude y llore y yo perdone. Pero, como un animal salvaje que se defiende con dientes y uñas contra la injusticia de tu creación, ella no sabe sino mentir».

Y la recriminaba por tener tanto miedo. Y decía a Dios, hablando de los hombres: «Los has hecho miedosos de una vez para siempre con tus dientes, espinas, uñas, venenos, escamas puntiagudas, y las zarzas de tu creación. Se precisa mucho tiempo para tranquilizarlos y para que vuelvan sobre sus pasos». ¡Y sabía bien que aquélla que mentía estaba tan lejana, tan perdida, que tendría que marchar largo tiempo para lograr aproximarse!

Y recriminaba a los hombres por existir en ellos esas distancias considerables que no sabía cómo reconocer.