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100 Clásicos de la Literatura

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–¿Qué entiende por el extremo correcto de su razón?

–Y, señor presidente, la razón tiene dos extremos: el bueno y el malo. Hay uno sobre el cual nos podemos apoyar con solidez: ese es el correcto. Se lo reconoce por que nada puede resquebrajarlo, haga lo que uno haga, diga lo que diga. A la mañana siguiente de la "galería inexplicable", cuando me sentía como el último de los últimos miserables que no pueden servirse de su razón porque no saben por dónde empuñarla, estaba inclinado sobre la tierra y sobre las falaces huellas materiales; de pronto me levanté, apoyándome sobre el extremo correcto de mi razón, y subí a la galería.

Allí me di cuenta de que el asesino que habíamos perseguido esta vez no había podido, ni normal ni anormalmente, dejar la galería. Entonces, con el extremo correcto de mi razón, tracé un círculo en el cual encerré el problema y, alrededor del círculo, deposité mentalmente estas letras resplandecientes: "Dado que el asesino no puede estar fuera del círculo, ¡está adentro!". ¿A quién vi, entonces, en ese círculo? El extremo correcto de mi razón me muestra, además del asesino que necesariamente debe encontrarse allí, al tío Jacques, al señor Stangerson, a Frédéric Larsan y a mí. Eso debía, en consecuencia, sumar, con el asesino, cinco personajes. Pero, cuando busco en el círculo o, si prefiere, en la galería, para hablar materialmente, no encuentro sino cuatro personajes. Y está demostrado que el quinto no pudo huir, no pudo salir del círculo. ¡Entonces, en ese círculo, tengo un personaje que es dos, es decir, que es, además de su personaje, el personaje del asesino!... ¿Por qué no me había dado cuenta ya? Simplemente porque el fenómeno de la duplicación del personaje no había pasado ante mis ojos. Con lo cual, de las cuatro personas encerradas en el círculo, ¿con quién pudo duplicarse el asesino sin que yo lo percibiera? Por cierto, no con las que vi, en algún momento, desdobladas del asesino. Así, vi, al mismo tiempo, en la galería, al señor Stangerson y al asesino, al tío Jacques y al asesino, a mí y al asesino. El asesino no podía haber sido, en consecuencia, ni el señor Stangerson, ni el tío Jacques, ni yo. Y sin embargo, si yo fuera el asesino, bien que lo sabría, ¿no es cierto, señor presidente?... ¿Pero vi, al mismo tiempo, a Frédéric Larsan y al asesino? ¡No!... ¡No! Habían pasado dos segundos durante los cuales había perdido de vista al asesino, pues este había llegado, como por otra parte lo señalé en mis papeles, dos segundos antes que el señor Stangerson, el tío Jacques y yo, al cruce de las dos galerías. ¡Eso le había bastado a Larsan para tomar el recodo de la galería, sacarse su falsa barba de un manotazo, volver y tropezar con nosotros, como si persiguiera al asesino!... Ballmeyer había hecho muchas de estas jugadas y aciertan si piensan que era un simple juego para él maquillarse de forma tal, que a veces se presentaba con su barba roja ante la señorita Stangerson, a veces ante un empleado de correos con una barba castaña que lo hacía parecido al señor Darzac, cuya perdición había jurado. Sí, el extremo correcto de mi razón acercaba a esos dos personajes, o más bien a esas dos mitades de personaje que no había visto al mismo tiempo: Frédéric Larsan y el desconocido al que perseguía..., para convertirlas en el ser misterioso y formidable que buscaba: "el asesino".

Esta revelación me trastornó. Traté de tranquilizarme, ocupándome un poco de las huellas materiales, de los signos exteriores que hasta entonces me habían despistado y que, normalmente, era preciso hacer entrar en el círculo trazado por el extremo correcto de mi razón.

¿Cuáles eran, ante todo, los principales signos exteriores que, esa noche, me habían alejado de la idea de un Frédéric Larsan asesino?

1.° Había visto al desconocido en el cuarto de la señorita Stangerson y, al correr a la habitación de Frédéric Larsan, había encontrado a Frédéric Larsan durmiendo a pierna suelta.

2.° La escalera.

3.° Había ubicado a Frédéric Larsan en el extremo del recodo de la galería diciéndole que iba a saltar al cuarto de la señorita Stangerson para tratar de prender al asesino. Después, había vuelto al cuarto de la señorita Stangerson donde había encontrado a mi desconocido.

El primer signo exterior no me preocupaba en absoluto. Es probable que, cuando descendía de la escalera, después de haber visto al desconocido en el cuarto de la señorita Stangerson, este ya hubiera terminado lo que había ido a hacer. Entonces, mientras volvía a entrar en el castillo, él lo hacía en el cuarto de Frédéric Larsan, se desvestía en un abrir y cerrar de ojos y, cuando fui a golpear su puerta, mostraba el rostro de un Frédéric Larsan que había dormido a pierna suelta...

El segundo signo, la escalera, tampoco me molestaba. Era evidente que, si el asesino era Larsan, no tenía necesidad de la escalera para introducirse en el castillo, porque Larsan dormía a mi lado; pero esta escalera debía hacer creer que el asesino venía del exterior, algo necesario para el sistema de Larsan porque, aquella noche, el señor Darzac no estaba en el castillo. Por fin, esa escalera, en todo caso, podía facilitar la huida de Larsan.

Pero el tercer signo exterior me desorientaba por completo. Al haber ubicado a Larsan en el extremo del recodo de la galería, no podía explicar que hubiera aprovechado el momento en que yo iba al ala izquierda del castillo a buscar al señor Stangerson y el tío Jacques, ¡para volver al cuarto de la señorita Stangerson! ¡Este era un gesto muy peligroso! Se arriesgaba a hacerse arrestar... Y lo sabía... Y estuvo a punto de hacerse arrestar..., al no tener tiempo de recuperar su puesto, como sin duda lo había esperado... Era preciso que tuviera, para volver al cuarto, un motivo muy imperioso que se le presentó de golpe, tras mi partida, pues de no ser así, no me hubiera prestado su revólver. En cuanto a mí, cuando envié al tío Jacques al extremo de la galería derecha, naturalmente creía que Larsan seguía en su puesto, en el extremo del recodo de la galería, y el propio tío Jacques, a quien, por otra parte, no le había dado esos detalles, al volver a su puesto no miró, cuando pasó por la intersección de las dos galerías, si Larsan estaba en el suyo. El tío Jacques, en ese momento, no pensaba sino en ejecutar mis órdenes rápidamente. ¿Cuál era, entonces, ese motivo imprevisto que había llevado a Larsan por segunda vez al cuarto? ¿Cuál era?... Pensé que sólo podía ser una huella material de su paso que lo denunciaba. ¡Había olvidado alguna cosa muy importante en el cuarto! ¿Qué?... ¿La había encontrado?... Me acordé de la bujía sobre el parqué y del hombre agachado... Le rogué a la señora Bernier, que arreglaba la habitación, que buscara... Y encontró unos quevedos... ¡Estos quevedos, señor presidente!

Y Rouletabille sacó de su paquetito los quevedos que ya conocemos...

–Cuando vi estos quevedos, me espanté... Jamás había visto a Larsan con quevedos... Si no mentía, quería decir que no le hacían falta... Y menos falta le harían ahora, en un momento en que la libertad de movimientos le era tan preciosa... ¿Qué significaban esos quevedos?... No entraba en mi círculo. "¡A menos que fueran los de un présbite!" exclamé de pronto... En efecto, jamás había visto escribir a Larsan, jamás lo había visto leer. Es decir que podía ser présbite. Por cierto, en la Sûreté sabrían que era présbite, si lo era... Sin duda conocerían sus quevedos... Los quevedos del présbite Larsan, encontrados en el cuarto de la señorita Stangerson, tras el misterio de la "galería inexplicable", eran algo terrible para Larsan. Así se explicaba que regresara a la habitación... Y, en efecto, Larsan–Ballmeyer es présbite, y esos quevedos, que tal vez reconozcan en la Sûreté, son, sin duda, suyos...

Ve, señor, cuál es mi sistema –prosiguió Rouletabille–, no les pido a los signos exteriores que me muestren la verdad; les pido simplemente que no vayan contra la verdad que me ha indicado el extremo correcto de mi razón...

Para estar totalmente seguro de la verdad sobre Larsan, pues Larsan asesino era una excepción que requería que uno se rodease de alguna garantía, cometí el error de querer ver su rostro. ¡Cómo fui castigado! Creo que el extremo correcto de mi razón es el que se vengó R, de que, a partir de la "galería inexplicable", no me apoyara sólida, definitivamente y con total confianza en ella..., descuidando olímpicamente encontrar otras pruebas de la culpabilidad de Larsan que la de mi razón. Entonces, la señorita Stangerson fue atacada...

Rouletabille se detiene..., se suena la nariz..., vivamente emocionado.

***

–Pero, ¿qué iba a hacer Larsan –preguntó el presidente– en ese cuarto? ¿Por qué intentó asesinar dos veces a la señorita Stangerson? – Porque la adoraba, señor presidente...–Sin duda es un motivo...

–Sí, señor, un motivo perentorio. Estaba loco de amor..., y por esa causa y también por otras muchas cosas, era capaz de todos los crímenes.

–¿Lo sabía la señorita Stangerson?

–Sí, señor, pero naturalmente ignoraba que el individuo que la perseguía era también Frédéric Larsan..., pues si no fuera así, Frédéric Larsan no hubiera venido a instalarse en el castillo y, la noche de la "galería inexplicable", tampoco hubiera entrado con nosotros a los aposentos de la señorita Stangerson, después de lo sucedido. He señalado, por lo demás, que se quedó en la oscuridad y que continuamente mantuvo el rostro hacia abajo... Sus ojos debían buscar los quevedos perdidos... La señorita Stangerson tuvo que sufrir el acoso y los ataques de Larsan bajo un nombre y un disfraz que ignoramos, pero que ella ya podía conocer.

–¿Y usted, señor Darzac? – preguntó el presidente. ¿Tal vez recibió las confidencias de la señorita Stangerson en relación con esto?... ¿Cómo es posible que la señorita Stangerson no le haya hablado de eso a nadie?... Hubiera podido poner a la justicia tras las huellas del asesino... Y si usted es inocente, se habría ahorrado el dolor de ser acusado.

 

–La señorita Stangerson no me dijo nada –dijo el señor Darzac.

–¿Lo que dice el joven le parece posible? – le volvió a preguntar el presidente.

Imperturbablemente, Robert Darzac respondió:

–La señorita Stangerson no me dijo nada...

–¿Cómo explica que, la noche del asesinato del guardabosque –prosiguió el presidente, volviéndose hacia Rouletabille–, el asesino haya devuelto los papeles robados al señor Stangerson?... ¿Cómo explica que el asesino se haya introducido en el cuarto cerrado de la señorita Stangerson?

–¡Oh! En cuanto a la última pregunta, creo que es fácil de responder. Un hombre como Larsan–Ballmeyer debía saber dónde duplicar sin dificultad las llaves que le fueran necesarias... En cuanto al robo de los documentos, creo que Larsan, de entrada, no había pensado en hacerlo. Espiando por todas partes a la señorita Stangerson, decidido a impedir su matrimonio con Robert Darzac, fi un día sigue a la señorita y a Robert Darzac a las grandes tiendas de la Louve, se apodera del bolso de la señorita Stangerson, que ella pierde o se deja quitar. En ese bolso, hay una llave con cabeza de cobre. Él no sabe la importancia de esa llave. Le es revelada por el anuncio que pone la señorita Stangerson en los diarios. Escribe al poste restante de la señorita, como lo solicita el anuncio. Pide sin duda una cita, haciéndole saber que quien tiene el bolso y la llave es el que desde hace un tiempo la requiere de amores. No recibe respuesta. Va a la oficina 40 a cerciorarse de que la carta no está más allí. Cuando lo hace, adopta el aspecto y, dentro de lo posible, viste las mismas ropas que el señor Darzac pues, decidido a todo para tener a la señorita Stangerson, ha preparado las cosas para que, pase lo que pase, el señor Darzac, amado por la señorita Stangerson, a quien él detesta y a quien 4 quiere perder, sea considerado culpable.

Digo pase lo que pase, pero creo que Larsan no pensaba todavía que se vería obligado al asesinato. En todo caso, toma precauciones para comprometer a la señorita Stangerson bajo el disfraz de Darzac. Larsan, por otra parte, tiene más o menos la misma altura de Darzac y casi el mismo pie. No le será difícil, si es necesario, tras haber dibujado la huella del pie del señor Darzac, mandar a hacer, a partir de ese diseño, los zapatos que calzará. Es un juego de niños para Larsan Ballmeyer.

Así pues, no hay ninguna respuesta a su carta, ninguna cita, y sigue teniendo la preciosa llavecita en su bolsillo. Y bueno, ¡ya que la señorita Stangerson no va a él, él irá a ella! Su plan está concebido desde hace tiempo. Se ha documentado sobre el Glandier y el pabellón. Una tarde, cuando el señor y la señorita Stangerson acababan de salir a pasear y el propio tío Jacques ha partido, se introduce en el pabellón por la ventana del vestíbulo. Está solo por el momento, tiene tiempo... Mira los muebles. Uno de ellos, muy curioso, parece una caja fuerte y tiene una cerradura muy pequeña... ¡Vaya! ¡Vaya! Eso le interesa... Como lleva la llavecita de cobre..., piensa en ella..., asocia ideas. Prueba la llave en la cerradura; la puerta se abre... ¡Papeles! Sin duda esos papeles son preciosos para que los hayan guardado en un mueble tan particular..., para que le den tanto valor a la llave que abre ese mueble... ¡Ajá! ¡Ajá!, eso siempre puede servir... Un pequeño chantaje..., eso lo ayudará tal vez en sus designios amorosos... Rápido, hace un paquete con esos papelotes y los deposita en el lavabo del vestíbulo. Entre la expedición al pabellón y la noche del asesinato del guardabosque, Larsan tuvo tiempo de ver de qué se trataban esos papeles. ¿Qué hará con ellos? Son más bien comprometedores... Aquella noche, los volvió a llevar al castillo... Tal vez esperó que la devolución de esos papeles, que representaban veinte años de trabajo, despertara la gratitud de la señorita Stangerson... ¡Todo es posible en un cerebro como ese!... En fin, sea cual fuera el motivo, devolvió los papeles, sacándose un peso de encima.

Rouletabille tosió y yo comprendí qué significaba esa tos. En ese punto de sus explicaciones, evidentemente se hallaba en un aprieto, por su voluntad de no revelar el verdadero motivo de la horrenda actitud de Larsan hacia la señorita Stangerson. Su razonamiento era demasiado incompleto para satisfacer a todo el mundo y el presidente, sin duda, le hubiera hecho esa observación si, astuto como un zorro, Rouletabille no hubiera gritado:

–¡Ahora llegamos a la explicación del misterio del "cuarto amarillo"!

***

En la sala se movieron sillas, hubo ligeros empujones, ¡shh! enérgicos. La curiosidad había llegado al colmo.

–Pero –dijo el presidente–, me parece, según su hipótesis, señor Rouletabille, que el misterio del "cuarto amarillo" está completamente explicado. Y el propio Frédéric Larsan fue quien nos lo explicó al contentarse con engañarnos respecto del personaje, poniendo al señor Robert Darzac en su propio lugar. Es evidente que la puerta del "cuarto amarillo" se abrió cuando el señor Stangerson estaba solo y que el profesor dejó pasar al hombre que salía del cuarto de su hija sin detenerlo, tal vez incluso por pedido de su hija, para evitar un escándalo...

–No, señor presidente –protestó con energía el joven. –Olvida usted que la señorita Stangerson, medio muerta, no podía pedir nada, que no podía volver a cerrar la puerta con llave ni echar el cerrojo... Olvida también que el señor Stangerson juró, por su hija agonizante, que la puerta no se abrió.

–¡Sin embargo, señor, es la única forma de explicar las cosas! El "cuarto amarillo" estaba cerrado como una caja fuerte. Para servirme de sus expresiones, era imposible para el asesino escaparse de él de manera normal o anormal. Cuando entraron en el cuarto, no lo encontraron. ¡Es preciso entonces que haya escapado!...

–Es totalmente inútil, señor presidente...

–¿Qué dice?

–¡No tenía necesidad de escaparse si no estaba allí! Rumores en la sala...

–¿Cómo que no estaba allí?

–¡Evidentemente no! ¡Si no podía estar, es que no estaba! ¡Señor presidente, hay que apoyarse siempre sobre el extremo correcto de la razón!

–¿Y todas las huellas de su paso? – protestó el presidente.

–Ese, señor presidente, es el lado malo de la razón... El lado bueno nos indica esto: desde el momento en que la señorita Stangerson se encerró en el cuarto hasta el momento en que se echó abajo la puerta, es imposible que el asesino se haya escapado de ese cuarto, y si no lo encontraron allí es porque, desde el momento en que se cerró la puerta hasta que la echaron abajo, el asesino no estaba en el cuarto.

–¡Y las huellas!

–¡Ah, señor presidente!... Una vez más se trata de huellas materiales..., las huellas materiales con las que se cometen tantos errores judiciales porque nos hacen decir lo que ellas quieren. No hay que servirse de ellas para razonar, se lo repito. ¡Hay que razonar primero y luego ver si las huellas materiales pueden entran en el círculo del propio razonamiento!... Tengo un pequeño círculo de verdad indiscutible: el asesino no estaba en el "cuarto amarillo". ¿Por qué creímos que estaba allí? ¡Debido a las huellas de su paso! Pero puede haber pasado antes. Qué digo: debe haber pasado antes. La razón me dice que es preciso que haya pasado antes por allí. Examinemos las marcas y lo que sabemos del caso, y veamos si esas marcas van en contra de que haya pasado antes..., antes de que la señorita Stangerson se encierre en su cuarto, delante de su padre y del tío Jacques.

Después de la publicación del artículo de Le Matin y de una conversación que tuve con el juez de instrucción en el trayecto de París a Épinay–sur–Orge, me pareció demostrado que el "cuarto amarillo" estaba matemáticamente cerrado y que, en consecuencia, el asesino había desaparecido antes de la entrada de la señorita Stangerson en su cuarto, a medianoche.

Las marcas exteriores, entonces, se hallaban terriblemente en contra de mi razón. La señorita Stangerson no se había asesinado sola, y las marcas atestiguaban que no se trataba de suicidio. El asesino, entonces, había venido antes. ¿Pero cómo es que la señorita Stangerson había sido asesinada después, o más bien, parecía haber sido asesinada después? Naturalmente, tenía que reconstruir el caso en dos fases, dos fases separadas una de la otra por varias horas: la primera fase, durante la cual realmente habían intentado asesinar a la señorita Stangerson, tentativa que ella había disimulado; la segunda fase, durante la cual, a consecuencia de una pesadilla que ella había tenido, los que estaban en el laboratorio creyeron que la asesinaban.

En ese entonces, yo todavía no había entrado en el "cuarto amarillo". ¿Qué heridas tenía la señorita Stangerson? Marcas de estrangulación y un golpe formidable en la sien... Las marcas de estrangulación no me molestaban. Podían habérselas hecho antes y la señorita Stangerson haberlas disimulado bajo una gorguera, una boa, cualquier cosa. Pues, desde que consideré necesario dividir el caso en dos fases, estaba obligado a considerar que la señorita Stangerson había ocultado todos los acontecimientos de la primera fase; sin duda, tenía motivos lo suficientemente poderosos para ello, puesto que no le había dicho nada a su padre y tuvo, naturalmente, que contarle al juez de instrucción la agresión del asesino, cuyo paso no podía negar, como si hubiera tenido lugar por la noche, durante la segunda fase. Se vio forzada a hacerlo, ya que si no su padre le hubiera dicho: "¿Qué nos ocultas? ¿Qué significa tu silencio después de semejante agresión?". Es decir que ella había ocultado las marcas de la mano del hombre en su cuello. Pero estaba el golpe formidable en la sien. ¡Eso no lo comprendía! Sobre todo, cuando me enteré de que habían encontrado en el cuarto un hueso de cordero, el arma del crimen... ¡Ella no podía haber disimulado que casi la habían matado y, sin embargo, parecía evidente que esa herida se la habían producido durante la primera fase, porque necesitaba la presencia del asesino! Imaginé que la herida de la sien era mucho menos grave de lo que decían (en lo que me equivocaba) y pensé que la señorita Stangerson la había ocultado bajo un peinado en bandós.

En cuanto a la marca en la pared de la mano del asesino herido por el revólver de la señorita Stangerson, evidentemente la habían dejado antes, y el asesino necesariamente había sido herido durante la primera fase, es decir, mientras estaba allí. Naturalmente, todas las huellas del paso del asesino habían sido dejadas durante la primera fase: el hueso de cordero, los pasos negros, la boina, el pañuelo, la sangre en la pared, en la puerta y en el suelo... A todas luces, si las huellas todavía estaban allí, se debía a que la señorita Stangerson, quien deseaba que no se supiera nada e hizo lo necesario para que no se supiera nada del asunto, todavía no había tenido tiempo de hacerlas desaparecer. Eso me llevó a buscar la primera fase del caso en un momento muy cercano a la segunda. Si, después de la primera fase, es decir, después de que el asesino se escapara, después de que ella misma volviera de prisa al laboratorio, donde su padre la encontró trabajando, hubiera podido entrar de nuevo un instante en el cuarto, al menos habría hecho desaparecer, de inmediato, el hueso de cordero, la boina y el pañuelo, que estaban en el suelo. Pero no lo intentó porque su padre no la dejó sola un minuto. Entonces, después de esta primera fase, ella sólo entró en su cuarto a medianoche. Alguien entró a las diez: el tío Jacques, que cumplió su tarea de todas las noches: cerró los postigos y encendió la mariposa. En su estado de aturdimiento, mientras fingía trabajar en el escritorio del laboratorio, la señorita Stangerson, probablemente, había olvidado que el tío Jacques iba a entrar en su cuarto. Sin embargo, intentó cubrirse: le pidió al tío Jacques que no se molestara, que no entrara en su cuarto. Esto está con todas las letras en el artículo de Le Matin. El tío Jacques entra igual y no se da cuenta de nada, a tal punto es oscuro el "cuarto amarillo"... ¡La señorita Stangerson debió de pasar dos minutos espantosos en ese, momento! Sin embargo, creo que ignoraba que había tantas marcas del paso del asesino en su cuarto. Probablemente sólo había tenido tiempo, después de la primera fase, para disimular las marcas de los dedos del hombre en su cuello y salir de su cuarto... Si hubiera sabido que el hueso, la boina y el pañuelo estaban en el suelo, los hubiera escondido cuando volvió a entrar a medianoche en su cuarto... No los vio, se desvistió a la luz dudosa de la mariposa... Se acostó, destrozada por tantas emociones y por el terror, el terror que la llevó a volver a ese cuarto lo más tarde posible...

 

Así, me veía obligado a llegar de esta manera a la segunda fase del drama, con la señorita Stangerson sola en su cuarto, ya que no se encontró al asesino en el cuarto... Así, naturalmente debía hacer entrar en el círculo de mi razonamiento las marcas exteriores.

Pero había que explicar otras marcas exteriores. Durante la segunda fase se habían disparado tiros de revólver. Se habían proferido gritos de "¡Socorro! ¡Al asesino!"... ¿Qué podía indicarme, en tal circunstancia, el extremo correcto de mi razón? En primer lugar y respecto de los gritos: como no hay asesino en el cuarto, forzosamente se trató de una pesadilla.

Se oyó un gran ruido de muebles caídos. Imagino... Aquí me veo obligado a imaginar. La señorita Stangerson se duerme, obsesionada por la abominable escena de la tarde... Sueña... La pesadilla precisa sus imágenes rojas... Vuelve a ver al asesino que se precipita sobre ella y grita: "¡Al asesino! ¡Socorro!" y, con un gesto descontrolado, busca el revólver que ha puesto sobre su mesa de luz antes de acostarse. Pero su mano tropieza con la mesa de luz con tal fuerza que la vuelca. El revólver cae al suelo, se dispara y el tiro va a alojarse en el cielo raso... Esta bala en el cielo raso, desde el principio, me pareció que debía de ser la bala del accidente... Revelaba la posibilidad del accidente y se adecuaba tan bien a mi hipótesis de la pesadilla, que fue uno de los motivos por los cuales empecé a no dudar de que el crimen había tenido lugar antes y que la señorita Stangerson, dotada de un carácter y una energía poco comunes, lo había ocultado... Pesadilla, disparo... La señorita Stangerson, en un estado moral espantoso, se despierta; intenta levantarse, cae al suelo, sin fuerzas, volcando los muebles, llega a gritar entrecortadamente "¡Socorro! ¡Al asesino!", y luego se desvanece...

Sin embargo, se hablaba de dos disparos por la noche, durante la segunda fase. A mí también, para mi tesis –pues ya no era más una hipótesis– me hacían falta dos, pero uno en cada una de las fases y no los dos en la última... Un disparo para herir al asesino, antes, y otro durante la pesadilla, después. Pero, ¿era seguro que por la noche se habían disparado dos tiros de revólver? El revólver se había oído en medio del estruendo de los muebles caídos. En un interrogatorio, el señor Stangerson habla de un tiro sordo primero y de un disparo estridente después. ¿Y si el ruido sordo había sido producido por la caída al suelo de la mesa de luz de mármol? Es necesario que esta explicación sea la válida. Estuve seguro de que era válida cuando supe que los caseros, Bernier y su mujer, que estaban cerca del pabellón, no habían oído sino un solo disparo de revólver. Así lo declararon ante el juez de instrucción.

De esta manera, casi había reconstruido las dos fases del drama cuando entré, por primera vez, en el "cuarto amarillo". Sin embargo, la gravedad de la herida de la sien no entraba en el círculo de mi razonamiento. Esta herida, en consecuencia, no se la había inferido el asesino con el hueso de cordero, durante la primera fase, porque era demasiado grave para que la señorita Stangerson hubiera podido disimularla y lo hubiera hecho bajo un peinado en bandós. Entonces, ¿esta herida no se había producido necesariamente durante la segunda fase, en el momento de la pesadilla? Es lo que fui a preguntarle al "cuarto amarillo", y el "cuarto amarillo" me respondió.

Rouletabille sacó, siempre de su paquetito, un pedazo de papel blanco doblado en cuatro y, de ese pedazo de papel blanco salió un objeto invisible, que tomó entre el pulgar y el índice, y le llevó al presidente:

–Esto, señor presidente, es un cabello, un cabello rubio manchado de sangre, un cabello de la señorita Stangerson... Lo encontré pegado en una de las puntas de mármol de la mesa de luz caída... Esa punta de mármol también estaba manchada de sangre. ¡Oh!, un insignificante cuadradito rojo, pero muy importante pues me indicó que, al levantarse aturdida de su lecho, la señorita Stangerson se había desplomado brutalmente contra esa punta de mármol que le había herido la sien y que había retenido ese cabello, que la señorita Stangerson sin duda tenía sobre la frente, pues no llevaba un peinado en bandós. Los médicos habían declarado que a la señorita Stangerson la habían atacado con un objeto contundente y, como el hueso de cordero estaba allí, el juez de instrucción inmediatamente lo había acusado, pero la punta de una mesa de luz de mármol también es un objeto contundente, en el que ni los médicos ni el juez de instrucción habían pensado y que ni yo mismo hubiese encontrado si el extremo correcto de mi razón no me lo hubiera indicado, no me lo hubiera hecho presentir.

La sala, una vez más, estuvo a punto de estallar en aplausos, pero como Rouletabille reanudó enseguida su declaración, el silencio se restableció de inmediato.

–Me quedaba saber, además del nombre del asesino (que conocería sólo unos días más tarde), en qué momento había tenido lugar la primera fase del drama. El interrogatorio de la señorita Stangerson –aunque estaba preparado como para engañar al juez de instrucción y el del señor Stangerson me lo debían revelar. La señorita Stangerson explicó con exactitud cómo empleó su tiempo ese día. Hemos establecido que el asesino se introdujo entre las cinco y las seis en el pabellón; supongamos que fueran las seis y cuarto cuando el profesor y su hija volvieron a abocarse a su trabajo. Entonces hay que buscar entre las cinco y las seis y cuarto. ¡Qué digo a las cinco! A esa hora el profesor está con su hija... El drama sólo podría haber ocurrido lejos del profesor. Entonces, tengo que buscar en ese breve espacio de tiempo el momento en que el profesor y su hija estuvieron separados... Y bien, ese momento lo encuentro en el interrogatorio que tuvo lugar en el cuarto de la señorita Stangerson, en presencia del señor Stangerson. Allí se señala que el profesor y su hija vuelven hacia las seis al laboratorio. El señor Stangerson dice: "En ese momento, fui abordado por mi guardabosque, quien me retuvo un instante". Es decir que hay una conversación con el guardabosque. Este le habla al señor Stangerson de la tala de árboles o de la caza furtiva; la señorita Stangerson no está allí; ya ha llegado al laboratorio porque el profesor dice: "Dejé al guardabosque y me reuní con mi hija, que ya estaba trabajando".

Entonces, en esos breves minutos, se desarrolló el drama. ¡Es necesario! Veo muy bien a la señorita Stangerson entrando en el pabellón, penetrando en su cuarto para dejar su sombrero y encontrándose frente al bandido que la persigue. El bandido estaba allí, en el pabellón, desde hacía cierto tiempo. Debía de haber arreglado las cosas para que todo ocurriera por la noche. Entonces se había sacado los zapatos del tío Jacques, que le molestaban, en las circunstancias que le expuse al juez de instrucción, había robado los papeles, como se lo dije hace un momento, y se había deslizado luego bajo la cama cuando el tío Jacques había regresado para lavar el vestíbulo y el laboratorio... El tiempo le había parecido largo..., se había levantado después de la partida del tío Jacques, de nuevo había errado por el laboratorio, había ido al vestíbulo, mirado el jardín y visto venir, hacia el pabellón –pues, en ese momento, apenas anochecía– a la señorita Stangerson sola. Nunca se habría atrevido a atacarla a esa hora, si no hubiera estado seguro de que la señorita Stangerson estaba sola. Y para que la creyera sola, era preciso que la conversación entre el señor Stangerson y el guardabosque que lo retenía tuviera lugar en un rincón alejado del sendero, un sitio donde se encuentra un grupo de árboles que los ocultaba a los ojos del miserable. Entonces, su plan está listo. Va a estar más tranquilo, solo con la señorita Stangerson en ese pabellón, que si lo hubiera estado, en plena noche, con el tío Jacques durmiendo en el desván. Y sin duda cerró la ventana del vestíbulo, lo que también explica que ni el señor Stangerson, ni el guardabosque, por otra parte bastante alejados todavía del pabellón, hayan oído el disparo de revólver.