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100 Clásicos de la Literatura

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20 de febrero

¡Que Dios os bendiga, queridos amigos, y os dé todos los días buenos que a mí me quita!

Te agradezco que me hayas engañado, Albert: esperaba la noticia de cuándo sería vuestra boda y me había propuesto descolgar la silueta de Lotte de la pared con la mayor ceremonia y enterrarla entre otros papeles. ¡Ahora sois una pareja y su silueta sigue aquí! ¡Pues así se quedará! ¿Y por qué no? Sé que yo también estoy con vosotros, permanezco indemne en el corazón de Lotte, ocupo; sí, ocupo el segundo lugar en su interior y debo mantener este puesto. Oh, me pondría furioso si la pudiera olvidar… Albert, la sola idea es un suplicio. Albert, sé feliz. ¡Sé feliz, ángel celestial! ¡Sé feliz, Lotte!

15 de marzo

He sufrido una contrariedad que me sacará de aquí. ¡Me rechinan los dientes! ¡Demonios! No hay nada que hacer y es sólo culpa vuestra, de los que me espoleabais y me empujabais y me torturabais para que ocupara un puesto que no se amoldaba a mi espíritu. ¡Ahora ya lo tenéis! ¡Ya lo tenéis! Y para que no digas otra vez que mis extravagantes ideas lo estropean todo, te presento, querido señor, una narración simple y llana, tal como la reflejaría un cronista.

El conde de C*** me tiene cariño, me prefiere, eso es algo conocido y ya te lo he contado cientos de veces. Ayer estaba sentado a la mesa con él, precisamente el día en el que lo más granado de la sociedad se reúne en su casa y yo no había pensado ni me había dado cuenta de que nosotros, los subalternos, no formamos parte de ese grupo. Bien. Ceno con el conde y después nos ponemos a pasear por la gran sala, hablo con él, con el coronel B***, que se une a nosotros, y así llega la hora de la tertulia. Dios sabe que no pensaba nada en particular. Entonces entra la piadosísima dama de S*** con su señor esposo y ese gansito bien empollado que es su hija, de pecho plano y encantador cuerpo de alambre, dan una pasada con sus muy nobles ojos y orificios nasales que han tenido a bien traer consigo; y como a mí la alta alcurnia me resulta profundamente desagradable, tengo la intención de despedirme y espero simplemente a que el conde se libere de sus molestos desatinos cuando entra mi señorita B***. Como el corazón siempre se me acelera un poco cuando la veo, me quedo, me pongo tras su silla y después de algún tiempo noto que habla conmigo con menor franqueza que normalmente, con cierto incómodo. Entonces caí en la cuenta. Pensé: ¿es como el resto de la gente? Y me sentí herido en mi orgullo y me planteé irme, aunque al final me quedé porque me hubiera gustado disculparla y no me lo creía y esperaba que pronunciara alguna palabra amable y… piensa lo que quieras. Mientras tanto el grupo aumenta. El barón de F*** llega con todo el guardarropa de la época de la coronación de Francisco I; el consejero áulico R***, que en este caso es tratado como señor de R***, con su sorda esposa, etc., sin olvidar al desarrapado J***, que remienda los agujeros de su vestuario de viejo francón con trapos de última moda. Todo esto viene a aumentar el grupo y yo hablo con algunos de mis conocidos y todos se muestran muy lacónicos. Pensaba en mi B*** y sólo me fijaba en ella, por lo que no noté que las mujeres al final de la sala se susurraban al oído algo que comenzó a circular por entre los hombres, y que la señora de S*** habló con el conde (todo esto me lo ha contado después la señorita B***) hasta que al final el conde se dirigió a mí y me llevó junto a una ventana. «Usted conoce —me dice— lo singular de nuestras relaciones sociales; tengo la impresión de que el grupo está descontento por tenerle aquí. Por nada del mundo querría…». «Excelencia —atajé—, le pido mil perdones; debí haberme dado cuenta antes y sé que me disculpará esta inconsciencia. Antes ya tenía intención de despedirme, pero un genio perverso me ha retenido», añadí sonriendo al tiempo que le hacía una reverencia. El conde apretó mi mano con un sentimiento que lo decía todo. Me fui retirando poco a poco de tan distinguido grupo, me marché, me senté en un cabriolé y fui a M*** para ver la puesta de sol desde una colina que hay allí y leer mientras en mi Homero aquel magnífico canto en el que el Ulises es servido por aquel honrado porquero. Entonces sentí que todo estaba bien.

Por la noche volví a cenar; aún quedaban algunos en la posada; estaban jugando a los dados en un rincón y habían quitado el mantel. Entonces llega el sincero Adelin, se quita su sombrero mientras me mira, se acerca a mí y me dice en voz baja: «¿Estás enfadado?». «¿Yo?», respondo. «El conde te ha echado de la tertulia». «¡Que el demonio se la lleve! —respondo—, me alegré de poder salir al aire libre». «Bien —dice él—, mejor tomárselo así. Sólo me molesta que el cuento esté ahora en boca de todos». Entonces el asunto comienza a molestarme. Todos los que vienen a la mesa y te observan, pensaba, te están mirando por ese motivo. Esto me pudría la sangre.

E incluso hoy, vaya donde vaya, la gente me compadece, y los que me envidian se sienten triunfantes y dicen: aquí se ve a dónde lleva el creerse más de lo que se es; a dónde van los orgullosos que asoman un poco la cabeza y creen que por eso ya están por encima de las relaciones sociales y chismorreos del mismo palo. Entonces deseo atravesarme el corazón con un cuchillo, porque uno puede decir lo que quiera sobre el autocontrol, pero me gustaría verlo soportar cómo unos villanos hablan sobre él cuando tienen argumentos en su contra; cuando las murmuraciones son vanas, entonces es fácil ignorarlas.

16 de marzo

Todo me persigue. Hoy me he encontrado con la señorita B*** en el paseo y no pude evitar dirigirme a ella y mostrarle, en cuanto estuvimos algo alejados de la concurrencia, mi parecer respecto de su reciente comportamiento. «Oh, Werther —me dijo en un tono ferviente—, conocéis mi corazón, así que, ¿podréis perdonar mi confusión? ¡Cuánto he sufrido por vuestra causa desde el instante en el que entré en la sala! Sabía qué iba a pasar, estuve a punto de decíroslo cientos de veces. Sabía que las señoras de S*** y de T*** preferirían abandonar la tertulia con sus maridos antes de permanecer en vuestra compañía; sabía que el conde no quería disgustaros… ¡Y todo este escándalo!». «¿Qué quiere decir, señorita?», dije ocultando mi espanto, porque en esos instantes todo lo que Adelin me había dicho anteayer corría por mis venas como agua hirviente. «¿Cuánto me habrá costado ya?», dijo esa dulce criatura mientras las lágrimas asomaban a sus ojos. Yo ya no podía controlarme, estaba a punto de arrojarme a sus pies. «Explíquese», exclamé. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Yo estaba fuera de mí. Ella se las secaba sin intentar ocultarlas. «Usted conoce a mi tía —comenzó—; ella estaba presente y os ha… ¡Ay, con qué ojos os miraba! Werther, ayer por la noche y esta mañana he aguantado un sermón sobre mi relación con vos y he tenido que oír cómo os vilipendiaba y humillaba, y sólo podía defenderos a medias».

Cada palabra que pronunciaba era como una espada que me atravesaba el corazón. No se daba cuenta de lo misericordioso que hubiera sido ocultarme todo aquello, y aún añadió lo que se estuvo cotilleando después, explicándome qué tipo de gente se sentiría triunfante con aquello. Cómo algunos se alegraban y se sentían aún más porque consideraban esto un castigo a mi orgullo y al desprecio hacia otros. Escuchar todo esto de ella, Wilhelm, con una voz que delataba compartir sinceramente mi dolor… Estaba destrozado, y aún siento la ira dentro de mí. Deseaba que alguno se atreviera a reprochármelo para atravesarle el cuerpo con una espada; a la vista de la sangre me sentiría mejor. Ay, cogí cien veces un cuchillo para aliviar la presión de este oprimido corazón. Cuentan que una raza noble de caballos, cuando se sienten horriblemente acalorados y agotados, por instinto se muerden ellos mismos una vena para respirar mejor. A mí también me sucede lo mismo a menudo, me gustaría abrirme una vena para lograr la libertad eterna.

24 de marzo

He presentado mi renuncia a la corte y espero que me la admitan, y supongo que me disculparéis que no os haya pedido permiso antes. Tenía que irme y lo que vos me pudierais decir para convencerme de que me quedara ya lo sé, y así… Explicádselo a mi madre de manera suave; yo no encuentro ayuda para mí mismo y supongo que aceptará que tampoco pueda proporcionarle ayuda a ella. Seguro que le hará daño. ¡Ver cómo se detiene la hermosa carrera que su hijo acababa de iniciar camino del consejo privado y de la embajada y contemplar cómo retrocede hasta el inicio! Explicadlo como queráis y combinad todas las posibilidades bajo las que hubiera podido y debido quedarme; es suficiente, me voy, y para que sepáis a dónde, el príncipe *** está aquí y le agrada mucho mi compañía; como oyó que me marchaba me ha pedido ir a sus posesiones y pasar allí la hermosa primavera. Me ha prometido que me dejarán hacer lo que quiera, y como hasta cierto punto nos entendemos, quiero probar fortuna e ir con él.

POSDATA

19 de abril

Gracias por las dos cartas. No respondí porque quería dejar en suspenso esta hoja hasta que en la corte aceptaran mi dimisión; temía que mi madre se dirigiera al ministro y dificultara mi propósito. Pero ya ha sucedido, mi cese está aquí. No hace falta que te diga lo poco que les ha gustado tener que dármela. El ministro me avisa que pese a todo sufriré nuevos lamentos. El príncipe heredero me ha enviado veinticinco ducados en su despedida con unas palabras que me han emocionado hasta hacerme llorar. Por tanto no necesito el dinero que le pedí a mi madre hace poco.

5 de mayo

Mañana me marcho de aquí y como mi lugar de nacimiento sólo dista seis millas de mi camino, tengo la intención de verlo de nuevo; quiero recordar los viejos tiempos felices que transcurrieron como en un sueño. Quiero entrar precisamente por las puertas por las que salió mi madre conmigo cuando abandonó aquel lugar conocido y querido tras la muerte de mi padre para encerrarse en su insoportable ciudad. Adiós, Wilhelm, ya sabrás de mis pasos.

 

9 de mayo

He finalizado la visita a mi lugar natal con todo el recogimiento de un peregrino y algunas sensaciones inesperadas han hecho presa en mí. Ordené que nos detuviéramos junto al gran tilo que se encuentra a un cuarto de hora de la ciudad en dirección a S***, me apeé y ordené al postillón que continuara el viaje para disfrutar a pie de cada recuerdo como si fuera algo completamente nuevo y vivo, siguiendo los impulsos de mi corazón. Allí estaba yo, bajo el tilo que antaño, cuando era un niño, había sido el destino y la frontera de mis paseos. ¡Qué distinto es todo ahora! Entonces ansiaba salir de allí en mi feliz ignorancia y llegar al mundo desconocido, donde mi corazón esperaba encontrar tanto alimento, tantos placeres, ansiando llenar y satisfacer mi esforzado pecho, en el que tantas expectativas residían. Ahora vuelvo del ancho mundo… ¡Ay, amigo mío, con cuántas esperanzas fallidas, con cuántos planes destruidos! Veía ante mí las montañas que habían sido objeto de mis deseos miles de veces. Podía permanecer allí sentado durante horas y anhelar ir más allá, perderme con ferviente espíritu en los bosques, en los valles en los que, a mis ojos, se producirían los más alegres amaneceres. Y cuando debía volver a la hora señalada, ¡con cuánto disgusto abandonaba aquel querido lugar! Me acerqué a la ciudad, saludé los pabellones de los jardines que conocía de antiguo, mientras que los nuevos me resultaban repulsivos, como el resto de los cambios que se habían llevado a cabo. Traspasé la puerta y me sentí exactamente igual que entonces. Querido amigo, no puedo entrar en detalles; por fascinante que me pareciera entonces, la narración lo convertiría en algo banal. Decidí alojarme en la plaza del mercado, justo al lado de nuestra antigua casa. Mientras me dirigía hacia allí, percibí que la escuela donde una maravillosa anciana había domeñado nuestra infancia se había convertido en una tienda de baratijas. Recordé la intranquilidad, las lágrimas, la falta de agudeza, el miedo mortal que había soportado en aquel agujero. No daba un paso que no resultara singular. Un peregrino en Tierra Santa no se encuentra con tantos lugares que conmemoran acontecimientos religiosos y su espíritu difícilmente está tan lleno de sagrada emoción. Déjame mencionarte uno más de entre miles. Descendí siguiendo el río hasta cierto patio; este había sido también el camino que seguía y el lugar donde entrenábamos de niños para lograr que los cantos lisos dieran el mayor número de saltos posibles sobre el agua. Recordaba vivamente que a veces me quedaba allí de pie y seguía el agua con la mirada. ¡Con qué maravillosos presagios la perseguía, qué descabelladas eran las ideas que se me ocurrían sobre la región hacia donde fluía y cómo mi fantasía encontraba allí sus fronteras! Y sin embargo debía continuar avanzando, siempre avanzando, hasta que me perdía por completo en la contemplación de una lejanía invisible. ¡Fíjate, querido amigo, así de limitados y así de felices eran los gloriosos padres de la antigüedad! ¡Sus sentimientos, su poesía, eran así de infantiles! Cuando Ulises habla del insondable mar y de la infinita tierra, resulta tan cierto, tan humano, íntimo, concreto y misterioso. ¿Qué me aporta poder repetir con cada niño de escuela que es redonda? El ser humano precisa de poco terreno para ser feliz sobre la tierra y mucho menos para yacer debajo.

Ahora me encuentro aquí, en el pabellón de caza del príncipe. La vida con su majestad es muy agradable; es sincero y sencillo. A su alrededor hay gente extraña a la que no comprendo. No parecen bribones y sin embargo tampoco tienen el aspecto de personas honestas. A veces me parecen honrados y no obstante no puedo confiar en ellos. Lo que aún me apena es que el señor a menudo habla de cosas que sólo ha oído o leído y las comenta desde el punto de vista que el otro le ha presentado.

También valora mi inteligencia y mi talento por encima de este corazón que es mi único motivo de orgullo, ya que es la fuente de todo, de todas mis fuerzas, toda felicidad y toda nobleza. Ay, lo que yo sé lo puede saber cualquiera, pero mi corazón me pertenece sólo a mí.

25 de mayo

Tenía algo rondándome la cabeza acerca de lo cual no quería comentaros nada hasta que fuese cosa hecha; ahora que sé que no sucederá, también puedo contároslo. Quería ir a la guerra; es algo que llevaba en el corazón desde hacía tiempo. Esta ha sido la razón principal para que siguiera al príncipe hasta aquí, ya que ostenta el cargo de general en el servicio de ***. Durante un paseo le revelé mi propósito; me aconsejó no hacerlo, y mi decisión debería haber sido más fruto de la pasión que del capricho para poder oponerme a sus razones.

11 de junio

Di lo que quieras, ya no puedo quedarme. ¿Qué pinto aquí? El tiempo se me hace largo. El príncipe me trata todo lo bien que se puede tratar a alguien y sin embargo no me siento a gusto. En realidad no tenemos nada en común. Es un hombre razonable, pero de una razón muy común; su trato ya no me divierte más que un libro bien escrito. Me quedaré otros ocho días y después volveré a vagabundear sin rumbo fijo. Lo mejor que he hecho aquí son mis dibujos. El príncipe tiene sensibilidad artística y tendría más si no la limitara con desagradables observaciones científicas y con la terminología habitual. A veces me pone furioso cuando viajo con ardiente imaginación por la naturaleza y el arte y él, con la mejor intención, entra como un elefante en una cristalería con algún término artístico manido.

16 de junio

¡Por supuesto que sólo soy un vagabundo, un peregrino por el mundo! ¿Acaso sois vos algo más?

18 de junio

¿A dónde quiero ir? Te lo puedo confesar en confianza. Tengo que quedarme aquí otros catorce días y después he manifestado mi deseo de visitar las minas en ***; pero la verdad es que no es cierto: quiero volver a acercarme a Lotte. Y me río de mi propio corazón… y cumplo todos sus deseos.

29 de julio

¡No, está bien! ¡Todo está bien! Yo… ¡Su marido! Oh, Dios, tú que me creaste, si me hubieras concedido esta ventura, toda mi vida sería una continua oración. ¡No quiero discutir y perdóname estas lágrimas, perdóname mis perversos deseos! ¡Ella mi esposa! ¡Si hubiese estrechado entre mis brazos a la criatura más adorable sobre la faz de la tierra! Un escalofrío me recorre el cuerpo, Wilhelm, cuando Albert la agarra por su esbelta cintura.

Y, ¿puedo decirlo? ¿Por qué no, Wilhelm? ¡Conmigo ella hubiese sido más feliz que con él! Ay, él no es la persona que pueda cumplir todos los deseos de ese corazón. Cierta falta de sensibilidad, una falta… tómalo como quieras; que su corazón no late al mismo ritmo en algún pasaje de un libro querido en el que mi corazón y el de Lotte se encuentran; en cientos de casos distintos, cuando expresamos nuestras sensaciones acerca de las acciones de un tercero. Querido Wilhelm, es cierto que la ama con toda su alma y es un amor tal… Pero ¡qué no se merece ella!

Una persona insoportable me ha interrumpido. Mis lágrimas se han secado. Estoy distraído. ¡Adiós, querido amigo!

4 de agosto

No soy el único que se siente así. Todas las personas ven sus esperanzas decepcionadas, se les engaña en sus expectativas. Visité a mi buena mujer bajo el tilo. El mayor de los niños corrió hacia mí, su grito de alegría atrajo a la madre, que parecía muy abatida. Sus primeras palabras fueron: «¡Señor, se me ha muerto mi Hans!». Era el más joven de sus hijos. Yo me quedé callado. «Y mi marido —continuó— ha regresado de Suiza y no ha traído nada, y de no ser por algunas buenas personas se hubiera visto obligado a mendigar para regresar; cogió las fiebres cuando se dirigía allí». No pude decir nada y le regalé algo al pequeño; ella me pidió que aceptara algunas manzanas, lo hice, y abandoné ese lugar de triste recuerdo.

21 de agosto

En un abrir y cerrar de ojos cambia mi situación. A veces una mirada alegre de la vida despierta una nueva luz, pero, ¡ay!, ¡sólo durante un instante! Cuando me pierdo en sueños no puedo evitar pensar qué sucedería si Albert muriera. Serías… ¡Sí, ella sería…! y entonces persigo esta locura mental hasta que me conduce al abismo ante el cual vuelvo en mí con un estremecimiento.

Cuando salgo por la puerta y sigo el camino que recorrí por primera vez para llevar a Lotte al baile, ¡qué diferente era todo! ¡Todo, todo ha terminado! No queda ni rastro de aquel mundo, ningún latido que recuerde mis sentimientos de entonces. Me siento como debe de sentirse un espectro que regresa al castillo incendiado y destruido que levantó y dotó de toda clase de maravillas cuando era un poderoso señor y que, en su lecho de muerte, legó a su amado hijo poniendo en él todas sus esperanzas.

3 de septiembre

¡A veces no comprendo cómo puede tenerle cariño a otro, cómo es lícito que le tenga cariño a otro amándola yo tan fervientemente, con tanta plenitud, sólo a ella, y no conozco, ni sé, ni tengo nada que no sea ella!

4 de septiembre

Sí, así es. Así como la naturaleza tiende hacia el otoño, también llega el otoño en mi interior y a mi alrededor. Mis hojas se tornan amarillas y las de los árboles vecinos ya han caído. ¿No te escribí en una ocasión, justo después de llegar aquí, acerca de un joven campesino? Pregunté por él de nuevo en Wahlheim; cuentan que lo echaron del servicio y nadie quiere saber nada más de él. Ayer me lo encontré por casualidad de camino hacia otro pueblo, me dirigí a él y me contó su historia, que me ha conmovido hasta lo más profundo, como comprenderás fácilmente cuanto te la transmita. Sin embargo, ¿por qué hago todo esto? ¿Por qué no me guardo para mí lo que me atemoriza y me molesta? ¿Por qué te entristezco también a ti? ¿Por qué siempre te doy ocasión para que me compadezcas y me reprendas? Pues que así sea; ¡puede que esto también forme parte de mi destino!

Con una callada tristeza en la que creí percibir cierto retraimiento, al principio se limitó a responder a mis preguntas; pero pronto me confesó abiertamente sus errores y lamentó su desgracia, como si me hubiera reconocido de repente. ¡Amigo mío, si pudiera repetirte fielmente cada una de sus palabras! Lo admitió con una especie de placer y de felicidad por rememorar de nuevo lo sucedido; me contó que la pasión por su señora había ido aumentando en él día tras día, hasta que al final no sabía ni qué hacía ni dónde tenía la cabeza, como él mismo expresó. No podía ni comer, ni beber ni dormir; tenía un nudo en la garganta, hacía lo que no tenía que hacer, olvidaba lo que le encargaban, como si un espíritu burlón lo persiguiera, hasta que un día en el que sabía que ella estaba en uno de los aposentos superiores, la siguió, o mejor dicho, se sintió como si ella lo atrajera. Como no atendía a sus súplicas, quiso hacerla suya por la fuerza; no sabía cómo pudo suceder y tomaba a Dios por testigo de que sus intenciones con ella siempre habían sido honestas y que no había cosa que deseara más que casarse con ella y poder pasar la vida a su lado. Llevaba algún tiempo hablando cuando comenzó a interrumpirse como alguien que aún tiene algo que decir y que no se atreve a manifestar; al final me confesó también con timidez las pequeñas confianzas que ella le había permitido tomarse y la cercanía que le había concedido. Se interrumpió dos, tres veces, y repetía con las más vivas protestas que no decía eso para hacerla de menos, según sus propias palabras, que la amaba y que la tenía en la misma estima que antes, que nunca había dicho algo así y que sólo me lo había contado para convencerme de que no era ningún pervertido ni ningún loco. Y en este punto, querido amigo, retomo mi vieja canción, ésa que tendré que interpretar siempre: ¡si te pudiera representar a aquel hombre tal como estaba ante mí, como aún lo tengo ante mis ojos! Si pudiera transmitírtelo todo adecuadamente para que sintieses cómo participaba en su fatalidad, cómo me veía obligado a participar. Pero ya basta, tú también conoces mi destino, y me conoces a mí; demasiado bien sabes lo que me atrae de todos los infelices, lo que me atrae especialmente de este desdichado.

Ahora que releo la página, veo que he olvidado contarte el final de la historia, aunque es fácil de imaginar. Ella se defendió; se sumó su hermano, que hacía tiempo que lo odiaba y deseaba que abandonara la casa desde el principio porque temía que si su hermana se casaba de nuevo, sus hijos perderían la herencia en la que tantas esperanzas había puesto, ya que su hermana no tenía descendencia; éste lo echó de inmediato a la calle y causó tal revuelo con el asunto que la mujer no hubiera podido tomarlo de nuevo a su servicio incluso aunque hubiese querido. Ahora ha contratado a otro sirviente y se dice que también está enemistada con su hermano por él, y se da por cierto que se casará con éste, aunque su hermano está firmemente decidido a no permitirlo.

 

Lo que te cuento no es exagerado, no he embellecido nada. Incluso puedo decirte que mi narración ha sido débil, floja, y que la he envilecido al presentarla con nuestras decentes y rutinarias palabras.

Este amor, esta fidelidad, esta pasión no es, por tanto, ninguna invención poética. Vive, habita con su mayor pureza entre la clase de gente que nosotros consideramos iletrados y brutos. Nosotros los eruditos, que tenemos una formación que para nada sirve. Lee la historia con recogimiento, te lo ruego. Hoy me siento tranquilo mientras escribo; puedes verlo en mi mano, en que mi escritura no es tan tempestuosa ni tan llena de borrones como habitualmente. Lee, querido Wilhelm, y al hacerlo piensa que también es la historia de tu amigo. Sí, esto es lo que me ha pasado a mí y me acabará sucediendo lo mismo, y no soy ni la mitad de bueno ni la mitad de resuelto que este pobre desdichado con el que apenas me atrevo a compararme.

5 de septiembre

Ella le había escrito una nota a su marido, que se encuentra en el campo, donde le retienen los negocios. Comenzaba así: «Querido mío, amado, vuelve en cuanto puedas, te esperan mil alegrías». Vino un amigo con la noticia de que algunos inconvenientes le impedirían regresar pronto. La nota se quedó allí y por la tarde cayó en mis manos. La leí y sonreí; ella me preguntó la causa. «¡Qué divino regalo es la fantasía! —exclamé—, durante un instante me imaginé que iba dirigida a mí». Interrumpió la conversación, parecía haberse disgustado, y yo guardé silencio.

6 de septiembre

Me ha costado decidirme a abandonar el sencillo frac azul con el que bailé por primera vez con Lotte, pero se encontraba en muy mal estado. También he mandado que me hagan uno igual que el anterior, con el mismo cuello y solapas, y también otro chaleco amarillo y calzas a juego.

Sin embargo no tiene el mismo efecto que el anterior. No sé… Creo que con el tiempo éste me gustará más.

12 de septiembre

Ha estado de viaje algunos días para ir a buscar a Albert. Hoy entré en su cuarto, ella vino a mi encuentro y besé su mano con enorme alegría.

Un canario voló desde el espejo hasta su hombro. «Un nuevo amigo —dijo, y lo atrajo hacia su mano—, lo he traído para los pequeños. ¡Es de lo más cariñoso! ¡Fijaos! Cuando le doy pan agita sus alas y picotea con muy buena educación. También me besa, ¡mirad!». Se llevó el animalito a la boca y se acercó a sus dulces labios con tal ternura que parecía que pudiera sentir la felicidad de la que disfrutaba.

«También os tiene que besar a vos», dijo alcanzándome el pájaro. Su pequeño pico hizo el trayecto de su boca a la mía y aquel roce que picoteaba mis labios era como un hálito, un presentimiento de amorosos placeres.

«Su beso —dije— no está del todo libre de codicia, está buscando alimento y abandona insatisfecho los besos que no se lo proporcionan».

«También come de mi boca», dijo ella. Le ofreció algunas migas con sus labios, en los que sonreían voluptuosas las alegrías de un amor inocente y correspondido.

Volví el rostro. ¡No debería hacerlo! No debería excitar mi imaginación con estas imágenes de inocencia celestial y de felicidad y despertar a mi corazón del sueño en el que la indiferencia de la vida lo mece a veces… ¿Y por qué no? ¡Confía tanto en mí! ¡Sabe cuánto la amo!

15 de septiembre

Me pone furioso que haya personas, Wilhelm, sin ningún sentido ni sensibilidad para las pocas cosas sobre la tierra que aún tienen valor. Conoces los nogales bajo los que nos sentamos Lotte y yo en la casa del honrado pastor de San ***. ¡Aquellos magníficos nogales! ¡Dios sabe cuánto placer espiritual me proporcionaban! Hacían el patio de la casa parroquial tan acogedor, tan fresco…, ¡y sus ramas eran tan magníficas! ¡Y el recuerdo de aquellos venerables religiosos que los plantaron hace tantos años! El maestro mencionaba a menudo el nombre de uno de ellos, que él conocía por su abuelo; y debió de ser un hombre realmente bueno, y lo recordábamos bajo los árboles con un respeto casi sagrado. Puedes creerte que el maestro tenía los ojos llenos de lágrimas cuando ayer hablamos de que los habían talado. ¡Talado! Creía volverme loco, hubiese podido matar a la bestia que les dio el primer hachazo. Yo, que sufriría si tuviera un par de árboles en mi patio y uno muriera de viejo, yo tengo que contemplar algo así. ¡Amigo, esto no es todo! ¡Lo que es la sensibilidad humana! Todo el pueblo murmura, y espero que la esposa del pastor perciba en la mantequilla, los huevos y en el resto de los presentes que le ofrecen los aldeanos cuán grande ha sido la herida que le ha asestado a este lugar. Porque ha sido ella quien ha causado esto, la esposa del nuevo pastor (el anciano también ha muerto), una criatura molesta y enfermiza y que no siente ninguna simpatía por el mundo porque nadie siente simpatía por ella. Una necia que aparenta ser culta, se mete a investigar cánones, trabaja mucho con la reforma crítico-moral del cristianismo que ahora está de moda y se encoge de hombros ante el lirismo de Lavater, un ser de salud débil que por eso es incapaz de encontrar placer alguno en toda la superficie de la tierra. Sólo una criatura así sería capaz de desgajar mis nogales. ¿Lo ves? ¡No soy capaz de calmarme! Imagínatelo: las hojas caídas le ensucian el patio y lo enmohecen, los árboles le quitan luz y cuando las nueces están maduras, los niños les tiran piedras y eso la pone nerviosa, la molesta durante sus profundas reflexiones en las que compara a Kennikor, Semler y Michaelis. Como he visto que la gente en el pueblo estaba muy descontenta, especialmente los ancianos, pregunté: «¿Por qué lo habéis permitido?». «Si el alcalde quiere —me dijeron—, ¿qué se le va a hacer?». Pero una cosa ha salido bien. El alcalde y el párroco, que también quería sacar algo de provecho de las chifladuras de su esposa, que sin él carece de peso alguno, decidieron repartirse las ganancias de la venta de los nogales; la cámara se enteró de esto y dijo: «¡Que los traigan aquí!», ya que tenía aún antiguos derechos sobre la parte del patio donde estaban los árboles, y los vendieron al mejor postor. ¡Yacen en el suelo! ¡Ay, si yo fuese príncipe! Cogería a la mujer del párroco, al alcalde y a la cámara y les… ¡Príncipe!… Sí, si yo fuera príncipe, ¡qué me importarían a mí los árboles de mis tierras!

10 de octubre

¡Sólo con ver sus negros ojos ya me siento bien! Ya ves. Y lo que me molesta es que Albert no parece ser tan afortunado como… Esperaba… Cuando yo… Creía ser… Cuando… No me gusta dejar puntos suspensivos en los pensamientos, pero en este caso no puedo expresarme de otra manera… Y me parece que estoy siendo suficientemente claro.

12 de octubre

Ossian ha ocupado el lugar de Homero en mi corazón. ¡A qué mundo me transporta este extraordinario escritor! Vagar sobre la landa con el viento de la tormenta silbando a tu alrededor, el viento que conduce a los espíritus de los antepasados a través de la densa niebla bajo la luz crepuscular de la luna. Oír desde las montañas los quejidos de los fantasmas desde sus cavernas, diluyéndose entre el estruendo del torrente del bosque y los gemidos de dolor de la doncella que grita mientras su vida se apaga junto a las cuatro piedras cubiertas de musgo y hierba del noble fallecido, su amado. Entonces, cuando encuentro al bardo gris errante que sigue sobre la amplia landa las pisadas de sus antepasados, y, ¡ay!, descubre sus lápidas y entonces, lamentándose, mira al adorado lucero vespertino que se oculta en el mar enrarecido, y la época del pasado cobra vida en el alma del héroe, una época en la que un rayo amable iluminaba los peligros que acechaban a los valientes y la luna alumbraba su barco que regresaba coronado con la victoria. Cuando leo las profundas preocupaciones en su frente, cuando veo al último ser extraordinario flaquear agotado ante la tumba, cuando recibe nuevas y dolorosas alegrías en la presencia exánime de las sombras de sus difuntos y baja la mirada hacia la fría tierra, hacia la alta hierba que agita el viento, y exclama: «El caminante vendrá, vendrá quien me conoció durante mi esplendor y preguntará: ¿dónde está el bardo, el noble hijo de Fingal? Camina sobre mi tumba y pregunta en vano por mí en la tierra». ¡Oh, amigo! Me gustaría ahora mismo sacar la espada como un noble escudero, librar de una vez por todas a mi señor de la espantosa tortura de una vida que se extingue lentamente y después enviar también mi alma tras el semidiós a quien he liberado.