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100 Clásicos de la Literatura

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Mismo día, por la noche. Hemos pasado el día muy contentas. El aire estaba claro, el sol brillante y había una fresca brisa. Llevamos nuestro almuerzo a los bosques de Mulgrave; la señora Westenra conduciendo por el camino, Lucy y yo caminando por el sendero del desfiladero y encontrándonos con ella en la entrada. Yo me sentí un poco triste, pues pude darme cuenta de cómo hubiera sido absolutamente feliz si hubiera tenido a Jonathan a mi lado. Pero, ¡vaya! Sólo debo ser paciente. Por la noche dimos una caminata hasta el casino Terraza, y escuchamos alguna buena música por Spohr y Mackenzie, y nos acostamos muy temprano. Lucy parece estar más tranquila de lo que había estado en los últimos tiempos, y yo me dormí de inmediato. Aseguraré la puerta y guardaré la llave de la misma manera que antes, pues no creo que esta noche haya ningún problema.

12 de agosto. Mis predicciones fueron erróneas, pues dos veces durante la noche fui despertada por Lucy, que estaba tratando de salir. Parecía, incluso dormida, estar un poco impaciente por encontrar la puerta cerrada con llave, y se volvió a acostar profiriendo quejidos de protesta. Desperté al amanecer y oí los pájaros piando fuera de la ventana. Lucy despertó también, y yo me alegré de ver que estaba incluso mejor que ayer por la mañana. Toda su antigua alegría parece haber vuelto, y se pasó a mi cama apretujándose a mi lado para contarme todo lo de Arthur. Yo le dije a ella cómo estaba ansiosa por Jonathan, y entonces, trató de consolarme. Bueno, en alguna medida lo consiguió, ya que aunque la conmiseración no puede alterar los hechos, sí puede contribuir a hacerlos más soportables.

13 de agosto. Otro día tranquilo, y me fui a cama con la llave en mi muñeca como antes. Otra vez desperté por la noche y encontré a Lucy sentada en su cama, todavía dormida, señalando hacia la ventana. Me levanté sigilosamente, y apartando la persiana, miré hacia afuera. La luna brillaba esplendorosamente, y el suave efecto de la luz sobre el mar y el cielo, confundidos en un solo misterio grande y silencioso, era de una belleza indescriptible. Entre yo y la luz de la luna aleteaba un gran murciélago, que iba y venía describiendo grandes círculos. En un par de ocasiones se acercó bastante, pero supongo que, asustándose al verme, voló de regreso, alejándose en dirección al puerto y a la abadía. Cuando regresé de la ventana, Lucy se había acostado de nuevo y dormía pacíficamente. No volvió a moverse en toda la noche.

14 de agosto. He estado en East Cliff, leyendo y escribiendo todo el día. Lucy parece haberse enamorado tanto de este lugar como yo, y es muy difícil arrancarla de aquí cuando llega la hora de regresar a casa para comer, tomar el té, o cenar. Esta tarde hizo un comentario muy extraño. Veníamos de camino a casa para la cena, y habíamos llegado hasta las gradas superiores del puente Oeste, deteniéndonos para mirar el paisaje como siempre lo hacemos. El sol poniente, muy bajo en el horizonte, se estaba ocultando detrás de Kettleness; la luz roja caía sobre East Cliff y la vieja abadía, y parecía bañarlo todo con un bello resplandor color de rosa. Estuvimos unos momentos en silencio, y de pronto Lucy murmuró como para sí misma:

—¡Otra vez sus ojos rojos! Son exactamente los mismos.

Aquella fue una expresión tan rara, sin venir a colación, que me dejó perpleja.

Me aparté un poco, lo suficiente para ver a Lucy bien sin parecer estar mirándola, y vi que estaba en un estado de duermevela, con una expresión tan rara en el rostro, que no pude descifrar; por eso no dije nada, pero seguí sus ojos. Parecía estar mirando nuestro propio asiento, donde en aquellos instantes estaba sentada una oscura y solitaria figura.

Yo misma me sentí un poco inquieta, pues por unos momentos pareció que aquel desconocido tenía grandes ojos como llamas fulgurantes; pero una segunda mirada disipó la ilusión. La roja luz del sol estaba brillando sobre las ventanas de la iglesia de Santa María, situada detrás de nuestro asiento, y al ponerse el sol había justamente suficiente cambio en la refracción y reflexión de la luz como para dar la apariencia de que la luz se movía. Llamé la atención de Lucy hacia ese efecto peculiar, y ella pareció volver en sí con un sobresalto, aunque al mismo tiempo pareció muy triste. Es posible que estuviera pensando en la terrible noche que había pasado allá arriba. Nunca hablamos de ella; por eso no dije nada, y nos fuimos a casa a cenar. Lucy tenía dolor de cabeza y se acostó temprano. Cuando la vi dormida, salí a dar un pequeño paseo yo sola; caminé a lo largo de los acantilados situados al oeste, y estaba llena de una dulce tristeza, pues pensaba en Jonathan. Al regresar a casa (la luz de la luna brillaba intensamente; tan intensamente que, aunque el frente de nuestra parte de la Creciente estaba en la sombra, todo podía verse distintamente) eché una mirada a nuestra ventana y vi la cabeza de Lucy reclinándose hacia fuera. Pensé que quizá estaba en espera de mi regreso, por lo que abrí mi pañuelo y lo agité. Sin embargo, ella no lo notó, no hizo ningún movimiento. En esos momentos, la luz de la luna se arrastró alrededor de un ángulo del edificio, y sus rayos cayeron sobre la ventana. Allí estaba Lucy, con la cabeza reclinada contra el lado del antepecho de la ventana, y con los ojos cerrados.

Estaba profundamente dormida, y a su lado, posado en el antepecho de la ventana, había algo que parecía ser un pájaro de regular tamaño. Sentí temor de que pudiera resfriarse, por lo que corrí escaleras arriba, pero cuando llegué al cuarto ella ya iba de regreso a su cama, profundamente dormida y respirando pesadamente; se llevaba la mano al cuello, como si lo protegiera del frío.

No la desperté, sino que la arropé lo mejor que pude; comprobé que la puerta estuviera bien cerrada, y la ventana también. ¡Es tan dulce cuando duerme! Pero está más pálida que de costumbre, y en sus ojos hay una mirada cansada, macilenta, que no me agrada. Temo que esté inquieta por algo. Desearía averiguar qué es.

15 de agosto. Me levanté más tarde que de costumbre. Lucy está lánguida y cansada, y durmió hasta después de que habíamos sido llamadas. En el desayuno tuvimos una grata sorpresa. El padre de Arthur está mejorado, y quiere que el casamiento se efectúe lo más pronto posible. Lucy está llena de callado regocijo, y su madre está a la vez alegre y triste. Más tarde me dijo la causa. Está melancólica por tener que perder a Lucy, pero le alegra que pronto ella vaya a tener alguien que la proteja. ¡Pobre señora, tan querida y dulce! Me hizo la confidencia de que ya pronto morirá. No le ha dicho nada a Lucy, y me hizo prometer guardar el secreto; su médico le ha dicho que dentro de unos meses, a lo sumo, va a morir, pues su corazón se está debilitando. En cualquier momento, incluso ahora, una impresión repentina le produciría casi seguramente la muerte. ¡Ah! Hicimos bien en no contarle lo ocurrido aquella terrible noche de sonambulismo de Lucy.

17 de agosto. No he escrito nada durante dos días seguidos. No he tenido ganas de hacerlo. Una especie de oscuro sino parece estarse cerniendo sobre nuestra felicidad. Ninguna noticia de Jonathan, y Lucy parece estar cada vez más débil, mientras las horas de su madre se están acercando al desenlace final. No comprendo cómo Lucy se está apagando como lo hace. Come bien y duerme bien, y goza del aire fresco; pero todo el tiempo las rosas en sus mejillas están marchitándose y día a día se vuelve más débil y más lánguida; por las noches la escucho boqueando como si le faltara el aire. Siempre tengo la llave de la puerta atada a mi puño durante la noche, pero ella se levanta y camina de un lado a otro del cuarto, y se sienta ante la abierta ventana. Anoche la encontré reclinándose hacia afuera, y cuando traté de despertarla no pude; estaba desmayada. Cuando conseguí hacer que volviera en sí estaba sumamente débil y lloraba quedamente entre largos y dolorosos esfuerzos por aspirar aire.

Cuando le pregunté como había podido ir hacia la ventana, sacudió la cabeza y la volvió hacia el otro lado de la almohada. Espero que su enfermedad no se deba a ese malhadado piquete de alfiler. Observé su garganta una vez que se hubo dormido, y las punturas no parecían haber sanado. Todavía están abiertas las cicatrices, e incluso más anchas que antes; sus bordes aparecen blanquecinos, como pequeñas manchas blancas con centros rojos. A menos que sanen en uno o dos días, insistiré en que las vea el médico.

Carta de Samuel F. Billington e hijo, procuradores, en Whitby, a los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres

17 de agosto

"Estimados señores:

"Anexas a la presente les enviamos las mercancías enviadas por el Gran Ferrocarril del Norte. Las mismas han de ser entregadas en Carfax, cerca de Purfleet, inmediatamente después de recibirse las mercancías en la estación de King's Cross. Actualmente la casa está vacía, pero les enviamos también las llaves, todas ellas rotuladas.

"Sírvanse depositar las cajas, cincuenta en total, las cuales constituyen el envío, en el edificio parcialmente derruido que forma parte de la casa, y que está marcado con 'A' en el plano esquemático que les enviamos. Su agente reconocerá fácilmente el lugar, ya que es la antigua capilla de la mansión. Las mercancías, salen por tren a las 9:30 de la noche; llegarán a King's Cross mañana por la tarde a las 4:30. Como nuestro cliente desea que la entrega se haga lo más rápidamente posible, mucho les agradeceríamos que tuvieran preparada alguna gente en King's Cross a la hora indicada, para efectuar el traslado de la mercancía a su destino. Para evitar cualquier demora posible debida a trámites de rutina, tales como pagos en sus departamentos, les enviamos anexo cheque por diez libras (£ 10), cuyo recibo le agradeceríamos nos remitieran. Si los gastos son inferiores a esta cantidad, pueden devolver el saldo; si son más, les enviaremos de inmediato un cheque por la diferencia al tener noticias de ustedes. Al terminar la entrega, sírvanse dejar las llaves en el corredor principal de la casa, donde el propietario pueda recogerlas al entrar en la casa mediante la llave que él posee.

 

"Por favor no piensen que nos excedemos en los límites de la cortesía mercantil, al insistir por todos los medios en que efectúen este trabajo con la mayor rapidez posible.

"Quedamos de ustedes, estimados señores, sus Attos. y Ss. Ss.

SAMUEL F. BILLINGTON E HIJO "

Carta de los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres, a los señores

Billington e Hijo, en Whitby

21 de agosto

“Estimados señores:

"Acusamos recibo de £ 10 y les enviamos por £ 1 17s. 9d, excedente, tal como lo muestran los recibos incluidos. La mercancía ha sido entregada según sus instrucciones, y las llaves quedaron en un paquete en el corredor principal, tal como se nos pidió.

"Quedamos de ustedes, estimados señores, con todo respeto,

CARTER, PATERSON Y CÍA."

Del diario de Mina Murray

18 de agosto. Hoy estoy muy contenta, y escribo sentada en el asiento del cementerio de la iglesia. Lucy está mucho mejor. Anoche durmió bien toda la noche, y no me molestó ni una vez. Parece que ya las rosas regresan a sus mejillas, aunque todavía está tristemente pálida y descolorida. Yo entendería su situación si estuviera anémica, pero no es el caso. Está de muy buen humor, y llena de vida y alegría. Toda aquella mórbida reticencia parece haberla abandonado, y hace justamente un momento me recordó, como si yo necesitara que me la recordaran, aquella noche, y lo que sucedió aquí, en este mismo asiento, donde la encontré dormida. Al tiempo que me hablaba taconeaba juguetonamente con el tacón de su bota sobre la lápida, y dijo:

—¡Mis pobres pies no hacían mucho ruido entonces! Me atrevo a decir que el pobre señor Swales me habría dicho que era porque yo no quería despertar a Geordie.

Como estaba tan comunicativa, le pregunté si había tenido algún sueño esa noche. Antes de responderme, esa su mirada tan dulce y traviesa asomó a su cara, la cual dice Arthur (lo llamo Arthur por costumbre de ella) que ama; y, de hecho, no me extraña que así sea. Entonces, continuó de una manera ensoñadora, como si estuviera tratando de recordar lo sucedido.

—No soñé propiamente, pero todo parecía ser muy real. Sólo quería estar aquí en este lugar, sin saber por qué, pues tenía miedo de algo, no sé de qué. Aunque supongo que estaba dormida, recuerdo haber pasado por las calles y sobre el puente. Al tiempo que pasaba saltó un pez, yo me incliné para verlo y escuché muchos perros aullando; tantos, que todo el pueblo parecía estar lleno de perros que aullaban al mismo tiempo, mientras yo subía las gradas. Luego tuve una vaga sensación de algo largo y oscuro con ojos rojos, semejante a lo que vimos en aquella puesta de sol, y de pronto me rodeó algo muy dulce y muy amargo a la vez; entonces me pareció que me hundía en agua verde y profunda, y escuché un zumbido tal como he oído decir que sienten los que se están ahogando; y luego todo pareció evaporarse y alejarse de mí; mi alma pareció salir de mi cuerpo y flotar en el aire. Me parece recordar que en una ocasión el faro del oeste estaba justamente debajo de mí, y luego hubo una especie de dolor, como si me encontrara en un terremoto, y volviera a mí, y descubrí que me estabas sacudiendo. Te vi haciéndolo antes de que te pudiera sentir.

Entonces comenzó a reírse. A mí me pareció todo aquello pavoroso, y escuché sin aliento. Aquello era sospechoso, y pensé que sería mejor que su mente no se detuviera más en el tema, por lo que nos pusimos a hablar de otras cosas, y Lucy estaba como en sus buenos tiempos. Cuando regresamos a casa, la fresca brisa la había vigorizado, y sus pálidas mejillas estaban realmente más sonrosadas. Su madre se regocijó al verla así, y todas pasamos muy contentas una velada juntas.

19 de agosto. ¡Alegría, alegría, alegría! Aunque no todo es alegría. Finalmente noticias de Jonathan. El pobrecito ha estado enfermo, y por eso no había escrito. Ya no tengo miedo de pensarlo o decirlo, ahora que lo sé. El señor Hawkins me entregó la carta, y me escribió él mismo. ¡Oh! ¡Qué amable! Voy a salir mañana por la mañana e iré donde Jonathan, para cuidarlo si es necesario y traerlo a casa. El señor Hawkins dice que no estaría mal si nos pudiéramos casar allá. He llorado sobre la carta de la buena hermana, al grado que puedo sentirla húmeda contra mi pecho, donde la guardo. Es sobre Jonathan, y debe estar cerca de mi corazón, ya que él está en mi corazón. He proyectado y previsto mi viaje, y mi equipaje está preparado. Sólo me llevaré una muda de ropa; Lucy se llevará mi baúl a Londres y lo guardará hasta que yo envíe por él, pues puede ser que... Ya no debo escribir. Debo guardármelo todo para decírselo a Jonathan, mi marido. La carta que él ha visto y tocado debe confortarme hasta que nos encontremos.

Carta de la hermana Agatha, Hospital de San José y Santa María, en Budapest, a la señorita Willhelmina Murray

12 de agosto

“Estimada señorita:

"Le escribo por deseos del señor Jonathan Harker, ya que él mismo no está lo suficientemente fuerte para escribir, aunque va mejorando gracias a Dios, a San José y a la Virgen María. Ha estado bajo nuestro cuidado desde hace casi seis semanas, pues sufre de una violenta fiebre cerebral. Le envía a usted su amor, y me ruega que le diga que por este mismo correo le escribo al señor Peter Hawkins, en Exéter, para decirle, con el más profundo respeto, que está muy afligido por su retraso, y que todo su trabajo ha sido completamente terminado. El señor Harker tendrá que permanecer todavía unas semanas descansando en nuestro hospital en las montañas, pero luego regresará. Desea que yo diga que no tiene suficiente dinero consigo, y que le gustaría pagar su estancia aquí, para que otros que necesiten no se queden sin recibir ayuda.

"Considéreme usted siempre a sus órdenes, con mi afecto y bendiciones,

HERMANA AGATHA. "P. D. Estando mi paciente dormido, abro esta para ponerla al tanto de los acontecimientos. El señor Harker me lo ha contado todo respecto a usted, y que dentro de pronto usted será su esposa. ¡Todas las bendiciones para ustedes dos! Él ha sufrido una terrible impresión, así dice nuestro médico, y en sus delirios sus desvaríos han sido terribles; de lobos, veneno y sangre, de fantasmas y demonios, y temo decir de qué más.

Tenga siempre mucho cuidado con él para que en lo futuro no haya nada parecido a estas cosas que puedan excitarlo; las huellas de una enfermedad como la que ha tenido no se borran tan fácilmente. Hubiéramos escrito desde hace mucho tiempo, pero no sabíamos nada de sus amigos, y él no decía nada que pudiéramos entenderle. Llegó en el tren de Klausenburgo y el guardia fue avisado por el jefe de estación de aquel lugar, que entró corriendo en la estación pidiendo a gritos un billete para regresar a casa. Viendo por sus violentos gestos que se trataba de un inglés, le dieron un billete para la estación más lejana en esta dirección, a la que llega el tren.

"Esté usted segura de que cuidamos bien de él. Se ha ganado todos nuestros corazones por su dulzura y suavidad. Verdaderamente está mejorando, y no tengo ya ninguna duda de que dentro de pocas semanas estará completamente repuesto. Pero por amor a la seguridad cuide bien de él. Seguramente que hay, así le pido a Dios y a San José y a Santa María, muchos, muchos felices años para ustedes dos."

Del diario del doctor Seward

19 de agosto. Extraños y repentinos cambios en Renfield anoche. Cerca de las ocho comenzó a ponerse inquieto y a olfatear por todos lados, como un perro cuando anda de caza. Mi ayudante se quedó asombrado por su comportamiento, y conociendo mi interés por él lo animó para que hablara. Generalmente es muy respetuoso con mi ayudante, y a veces hasta servil; pero anoche, me ha dicho el hombre, se comportó en forma bastante arrogante. Por nada de este mundo quiso condescender a hablar con él.

Todo lo que dijo fue:

—No quiero hablar con usted: usted ya no cuenta ahora; el patrón está cerca. Mi ayudante cree que es alguna repentina forma de manía religiosa la que se ha apoderado de él. Si es así, debemos de estar alerta ante borrascas, pues un hombre fuerte con manías homicidas y religiosas al mismo tiempo puede ser peligroso. A las nueve de la noche yo mismo lo visité. Su actitud conmigo fue la misma que con mi ayudante; en su extremo repliegue sobre sí mismo, la diferencia entre mi persona y la de mi ayudante le parece nula. Me parece que es una manía religiosa; dentro de muy poco pensará que es el propio Dios. Las infinitesimales distinciones entre un hombre y otro hombre son demasiado mezquinas para un ser omnipotente. ¡Cómo pueden llegar a exaltarse estos locos! El verdadero Dios pone atención hasta cuando se cae un gorrión; pero el Dios creado por la vanidad humana no ve diferencia alguna entre un águila y un gorrión. ¡Oh, si los hombres por lo menos supieran!

Durante media hora o más, Renfield se estuvo poniendo cada vez más excitado. Aparenté no estar observándolo, pero mantuve una estricta vigilancia sobre todo lo que hacía. De pronto apareció en sus ojos esa turbia mirada que siempre vemos cuando un loco ha captado una idea, y con ella ese movimiento sesgado de la cabeza y la espalda que los médicos llegan a conocer tan bien. Se volvió bastante calmado, y fue y se sentó en la orilla de su cama resignadamente, mirando al espacio vacío con los ojos opacos.

Pensé que averiguaría si su apatía era real o sólo fingida, y traté de llevarlo a una conversación acerca de sus animales, tema que nunca había dejado de llamarle la atención. Al principio no me respondió, pero finalmente dijo, con visible mal humor:

—¿Quién se preocupa por ellos? ¡Me importan un comino!

—¿Cómo? —dije yo—. ¿Acaso ya no le interesan las arañas?

(Las arañas son de momento su mayor entretenimiento, y su libreta se está llenando con columnas de pequeños números.)

A esto me respondió enigmáticamente:

—Las madrinas de la boda regocijan sus ojos, que esperan la llegada de la novia; pero cuando la novia se va a acostar, entonces las madrinas no relucen a los ojos que están llenos.

No quiso dar ninguna explicación de lo dicho sino que permaneció obstinadamente sentado en la cama todo el tiempo que estuve con él.

Esta noche estoy bastante cansado y desanimado. No puedo dejar de pensar en Lucy, y de cómo hubiesen sido las cosas diferentes, Si no duermo de inmediato, cloral, el moderno Morfeo: CHCl3CHO. Debo tener mucho cuidado para no habituarme a él. ¡No, no tomaré nada esta noche! He pensado en Lucy, y no la deshonraré a ella mezclándola con lo otro. Si así tiene que ser, pasaré la noche en vela...

Más tarde. Estoy contento de haber tomado esa resolución; más contento aún de haberla realizado. Había estado dando vueltas en la cama durante algún tiempo; y sólo había escuchado al reloj dar dos veces la hora, cuando el guardia de turno vino a verme, enviado por mi asistente, para decirme que Renfield se había escapado. Me vestí y bajé corriendo inmediatamente; mi paciente es una persona demasiado peligrosa como para que ande suelta. Esas ideas que tiene pueden trabajar peligrosamente frente a extraños.

El asistente me estaba esperando. Me dijo que lo había visto hacía menos de diez minutos, aparentemente dormido sobre su cama, cuando miró a través de la rendija de observación en la puerta. Luego su atención fue atraída por el ruido de una ventana que estaba siendo desencajada. Corrió de regreso y vio que sus pies desaparecían a través de la ventana, y entonces envió rápidamente al guardia a que me llamara. Renfield estaba sólo con su ropa de noche, por lo que no debía andar muy lejos. El asistente pensó que sería más útil mirar hacia donde iba que perseguirlo, ya que podía perderlo de vista mientras daba vuelta para salir por la puerta del edificio.

Era un hombre corpulento, y no podía salir por la ventana. Yo soy delgado, así es que con su ayuda, salí, pero con los pies primero, y como sólo nos encontrábamos a unos cuantos pies sobre la tierra, caí sin lastimarme. El asistente me dijo que el paciente había corrido hacia la izquierda y había desaparecido en línea recta. Por lo que yo me apresuré en la misma dirección lo más velozmente que pude; al tiempo que atravesaba el cinturón de árboles vi una figura blanca escalando el alto muro que separa nuestros terrenos de los de la casa desierta.

 

Corrí inmediatamente de regreso, y le dije al guardia que trajera tres o cuatro hombres y me siguieran a los terrenos de Carfax, en caso de que nuestro amigo fuese a comportarse peligrosamente. Yo mismo conseguí una escalera, y salvando el muro, salté hacia el otro lado. Pude ver la figura de Renfield que desaparecía detrás del ángulo de la casa, por lo que corrí tras él. En el otro extremo de la casa lo encontré reclinado fuertemente contra la vieja puerta de roble, enmarcada en hierro, de la capilla. Estaba hablando, aparentemente a alguien, pero tuve miedo de acercarme demasiado a escuchar lo que decía, pues podía asustarlo y echaría de nuevo a correr. ¡Correr detrás de un errante enjambre de abejas no es nada comparado con seguir a un lunático desnudo, cuando se le ha metido en la cabeza que debe escapar! Sin embargo, después de unos minutos pude ver que él no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor, y me atreví a acercármele más, y con mayor razón ya que mis hombres habían saltado el muro y se acercaban a él. Le oí decir:

—Estoy aquí para cumplir tus órdenes, amo. Soy tu esclavo, y tú me recompensaras, pues seré fiel. Te he adorado desde hace tiempo y desde lejos. Ahora que estás cerca, espero tus órdenes, y tú no me olvidarás, ¿verdad, mi querido amo?, en tu distribución de las buenas cosas.

De todas maneras es un viejo y egoísta pordiosero. Piensa en el pan y los pescados aun cuando cree que está en una presencia real. Sus manías hacen una combinación asombrosa. Cuando le caímos encima peleó como un tigre; es muy fuerte, y se comportó más como una bestia salvaje que como un hombre. Yo nunca había visto a un lunático en un paroxismo de furia semejante; y espero no volverlo a ver. Es una buena cosa que hayamos averiguado sus intenciones y su fuerza a tiempo. Con una fuerza y una determinación como las de él, podría haber hecho muchas barbaridades antes de ser enjaulado. En todo caso, está en lugar seguro. Ni el mismo Jack Sheppard habría podido librarse de la camisa de fuerza que lo retiene, y además está encadenado a la pared en la celda de seguridad. Sus gritos a veces son horribles, pero los silencios que siguen son todavía más mortales, pues en cada vuelta y movimiento manifiesta sus deseos de asesinar.

Hace unos momentos dijo estas primeras palabras coherentes:

—Tendré paciencia, amo. ¡Está llegando..., llegando..., llegando!

De tal manera que yo tomé su insinuación, y también llegué. Estaba demasiado excitado para dormir, pero este diario me ha tranquilizado y siento que esta noche dormiré algo.

IX.— CARTA DE MINA HARKER A LUCY WESTENRA

Budapest, 24 de agosto

"Mi queridísima Lucy:

"Sé que estarás muy ansiosa de saber todo lo que ha sucedido desde que nos separamos en la estación del ferrocarril en Whitby. Bien, querida, llegué sin contratiempos a Hull, y tomé el barco para Hamburgo, y luego allí el tren. Siento que apenas puedo recordar lo que pasó durante el viaje, excepto que sabía que iba de camino hacia Jonathan, y que, como seguramente tendría que servir de enfermera, lo mejor era que durmiera lo que pudiera... Encontré a mi amado muy delgado, pálido y débil. Toda la fuerza ha escapado de sus queridos ojos, y aquella tranquila dignidad que te he dicho siempre mostraba en su rostro, ha desaparecido. Sólo es una sombra de lo que era, y no recuerda nada de lo que le ha sucedido en los últimos tiempos. Por lo menos, eso desea que yo crea, y por lo tanto nunca se lo preguntaré. Ha tenido una experiencia terrible, y temo que su pobre cerebro pagará las consecuencias si trata de recordar. La hermana Agatha, que es una magnífica monja y una enfermera nata, me dice que desvariaba sobre cosas horribles mientras tenía la cabeza trastornada. Quise que ella me dijese de qué se trataba, pero sólo se persignó y me dijo que nunca diría nada; que los desvaríos de los enfermos eran secretos de Dios, y que si una enfermera a través de su vocación los llegaba a escuchar, debía respetar sus votos. Es un alma dulce, buena; y al día siguiente, cuando vio que yo estaba muy afligida, ella misma suscitó de nuevo el tema, y después de decir que jamás mencionaría sobre lo que desvariaba mi pobre enfermo, agregó: 'Le puedo decir esto, querida: que no era acerca de nada malo que él mismo hubiera hecho; y usted, que será su esposa, no tiene nada por qué preocuparse. No la ha olvidado a usted ni lo que le debe. Sus temores eran acerca de cosas grandes y terribles, sobre las que ningún mortal debe hablar. Yo creo que la dulce hermana pensó que yo podría estar celosa, con el temor de que mi amado se hubiera enamorado de otra mujer.

¡La idea de que yo pudiera estar celosa de Jonathan! Y sin embargo, mi querida Lucy, déjame susurrarte que cuando supe que no era otra mujer la causa de todos los males, sentí una corriente de alegría por todo el cuerpo. Estoy sentada ahora al lado de su cama, desde donde le puedo ver la cara mientras duerme. ¡Está despertando...!

"Al despertar me pidió su abrigo, ya que quería sacar algo de su bolsillo; le pregunté a la hermana Agatha si podía hacerlo, y ella trajo todas sus cosas. Vi que entre ellas estaba su libreta de apuntes, e iba a pedirle que me dejara verla (pues yo sabía que en ella podría encontrar alguna pista de su mal), pero supongo que debe haber visto mi deseo en mis ojos, pues me dijo que me fuese a la ventana un momento, ya que deseaba estar solo un rato. Luego me llamó y me dijo muy solemnemente:

"Willhelmina (supe que deseaba hablarme con toda seriedad, pues nunca me había dicho mi nombre desde que me pidió que nos casáramos), tú conoces, querida, mis ideas sobre la confianza que tiene que haber entre marido y mujer: no debe haber entre ellos ningún secreto, ningún escondrijo. He sufrido una gran impresión, y cuando trato de pensar en lo que fue, siento que mi cabeza da vueltas, y no sé si todo fue real o si fueron los sueños de un loco. Tú sabes que he tenido una fiebre cerebral, y que eso es estar loco. El secreto está aquí, y yo no deseo saberlo. Quiero comenzar mi vida de nuevo en este momento, con nuestro matrimonio. (Pues, mi querida Lucy, hemos decidido casarnos tan pronto como se arreglen las formalidades.) ¿Deseas, Willhelmina, compartir mi ignorancia? Aquí está el libro. Tómalo y guárdalo, léelo si quieres, pero nunca menciones ante mí lo que contiene; a menos, claro está, que algún solemne deber caiga sobre mí y me obligue a regresar a las amargas horas registradas aquí, dormido o despierto, cuerdo o loco.

"Y al decir aquello se reclinó agotado, y yo puse el libro debajo de su almohada y lo besé. Le he pedido a la hermana Agatha que suplique a la superiora que nuestra boda pueda efectuarse esta tarde, y estoy esperando su respuesta...

"Ha regresado y me ha dicho que ya han ido a buscar al capellán de la iglesia de la Misión Inglesa. Nos casaremos dentro de una hora, o tan pronto como despierte Jonathan...

"Lucy, llegó la hora y se fue. Me siento muy solemne, pero muy, muy contenta. Jonathan despertó poco después de la hora, y todo estaba preparado; él se sentó en la cama, rodeado de almohadas. Respondió 'sí, la acepto' con firmeza y fuerza. Yo apenas podía hablar; mi corazón estaba tan lleno, que incluso esas palabras parecían ahogarme.

Las hermanas fueron todas finísimas. Nunca, nunca las olvidaré, ni las graves y dulces responsabilidades que han recaído sobre mí. Debo hablarte de mi regalo de bodas…