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100 Clásicos de la Literatura

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Más tarde. Por amabilidad del inspector del Ministerio de Comercio, se me ha permitido que eche una mirada al cuaderno de bitácora del Demetrio, que está en orden hasta hace tres días, pero que no contenía nada de especial interés, excepto lo relativo a los hechos de hombres desaparecidos. El mayor interés, sin embargo, se centra respecto al papel encontrado en la botella, que fue presentado hoy durante las averiguaciones; y puedo asegurar que un cuento más extraño como el que parece deducirse de ambas cosas, nunca se había atravesado en mi camino.

Como no hay motivos para guardar secreto, se me permite que los use y le envíe a usted un relato detallado, omitiendo simplemente detalles técnicos de marinería y de sobrecargo. Casi parece como si el capitán hubiese sido sobrecogido por una especie de manía antes de que hubiesen llegado mar adentro, y que ésta se continuara desarrollando persistentemente a través del viaje. Por supuesto, mi aseveración debe ser tomada cum grano, porque estoy escribiendo según lo dictado por un empleado del cónsul ruso, quien amablemente traduce para mí, ya que hay poco tiempo.

CUADERNO DE BITÁCORA DEL "DEMETRIO"

De Verna a Whitby

Escrito el 18 de julio. Pasan cosas tan extrañas, de las que mantendré de aquí en adelante una detallada información hasta que lleguemos a tierra.

El 6 de julio terminamos de embarcar el cargamento, arena de plata y cajas con tierra. Por la tarde zarpamos. Viento del este, fresco. Tripulación, cinco manos..., dos oficiales, cocinero y yo (capitán).

El 11 de julio al amanecer entramos al Bósforo. Subieron a bordo empleados turcos de la aduana. Propinas. Todo correcto. Reanudamos viaje a las 4 p. m.

12 de julio a través de los Dardanelos. Más empleados de aduana y barco insignia del escuadrón de guardia. Otra vez propinas. El trabajo de los oficiales detallado, pero rápido. Querían deshacerse de nosotros con prontitud. Al anochecer pasamos al archipiélago.

El 13 de julio pasamos cabo Matapán. La tripulación se encuentra insatisfecha por algo. Parece asustada, pero no dice por qué.

El 14 de julio estuve un tanto ansioso por la tripulación. Todos los hombres son de confianza y han navegado conmigo otras veces. El piloto tampoco pudo averiguar lo que sucede; sólo le dijeron que había algo, y se persignaron. El piloto perdió los estribos con uno de ellos ese día y le dio un puñetazo. Esperaba una pelea feroz, pero todo está tranquilo.

El 16 de julio el piloto informó en la mañana que uno de la tripulación, Petrovsky, ha desaparecido. No pudo dar más datos. Tomó guardia a babor a las ocho campanas, anoche; fue relevado por Abramov, pero no fue a acostarse a su litera. Los hombres, muy deprimidos, dijeron todos que ya esperaban algo parecido, pero no dijeron más sino que había algo a bordo. El piloto se está poniendo muy impaciente con ellos; temo más incidentes enojosos más tarde.

El 17 de julio, ayer, uno de los hombres, Olgaren, llegó a mi cabina y de una manera confidencial y temerosa me dijo que él pensaba que había un hombre extraño a bordo del barco. Me narró que en su guardia había estado escondido detrás de la cámara de cubierta, pues había lluvia de tormenta, cuando vio a un hombre alto, delgado, que no se parecía a ninguno de la tripulación, subiendo la escalera de la cámara y caminando hacia adelante sobre cubierta, para luego desaparecer. Lo siguió cautelosamente, pero cuando llegó cerca de la proa no encontró a nadie, y todas las escotillas estaban cerradas. Le entró un miedo pánico supersticioso, y temo que ese pánico pueda contagiarse a los demás. Adelantándome, hoy haré que registren todo el barco cuidadosamente, de proa a popa.

Más tarde ese mismo día reuní a toda la tripulación y les dije que, como ellos evidentemente pensaban que había alguien en el barco, lo registraríamos de proa a popa.

El primer oficial se enojó; dijo que era una tontería, y que ceder ante tan tontas ideas desmoralizaría más a los hombres; dijo que él se comprometía a mantenerlos en orden a punta de garrote. Lo dejé a él encargado del timón, mientras el resto comenzaba a buscar, manteniéndonos todos unos al lado de otros, con linternas; no dejamos una esquina sin registrar. Como todo lo que había eran unas grandes cajas de madera, no había posibles resquicios donde un hombre se pudiera esconder. Los hombres estaban mucho más aliviados cuando terminamos el registro, y se dedicaron a sus faenas con alegría. El primer oficial refunfuñó, pero no dijo nada más.

22 de julio. Los últimos tres días, tiempo malo, y todas las manos ocupadas en las velas: no hay tiempo para estar asustados. Los hombres parecen haber olvidado sus temores. El piloto, alegre otra vez, y todo marcha muy bien. Elogié a los hombres por su magnífica labor durante el mal tiempo. Pasamos Gibraltar y salimos de los estrechos.

Todo bien.

24 de julio. Parece que pesa una maldición sobre este barco. Ya teníamos una mano menos, y al entrar en la bahía de Vizcaya con un tiempo de los diablos, otro hombre ha desaparecido anoche, sin dejar rastro. Como el primero, dejó su guardia y no se lo volvió a ver. Todos los hombres tienen un miedo pánico; envié una orden aceptando su solicitud de que se hagan guardias dobles, pues tienen miedo de estar solos. El piloto, furioso. Temo que podamos tener algunos problemas, ya que o él o los hombres pueden emplear la violencia.

28 de julio. Cuatro días de infierno, bamboleándonos en una especie de tifón, y con vientos tempestuosos. Nadie ha podido dormir. Todos los hombres están cansados. Apenas sé cómo montar una guardia, ya que ninguno está en condiciones de seguir adelante. El segundo oficial se ofreció voluntariamente a timonear y hacer guardia, permitiendo así que los hombres pudieran dormir un par de horas. El viento está amainando; el mar todavía terrorífico, pero se siente menos, ya que el barco ha ganado estabilidad.

29 de julio. Otra tragedia. Esta noche tuvimos guardia sencilla, ya que la tripulación está muy cansada para hacerla doble. Cuando la guardia de la mañana subió a cubierta no pudo encontrar a nadie a excepción del piloto. Comenzó a gritar y todos subieron a cubierta. Minucioso registro, pero no se encontró a nadie. Ahora estamos sin segundo oficial, y con la tripulación en gran pánico. El piloto y yo acordamos ir siempre armados de ahora en adelante, y acechar cualquier señal de la causa.

30 de julio. Noche. Todos regocijados pues nos acercamos a Inglaterra. Tiempo magnífico, todas las velas desplegadas. Me retiré por agotamiento; dormí profundamente; fui despertado por el oficial diciéndome que ambos hombres, el de guardia y el piloto, habían desaparecido. Sólo quedamos dos tripulantes, el primer oficial y yo, para gobernar el barco.

1 de agosto. Dos días de niebla y sin avistar una vela. Había esperado que en Canal de la Mancha podríamos hacer señales pidiendo auxilio o llegar a

algún lado. No teniendo fuerzas para trabajar las velas, tenemos que navegar con el viento. No nos atrevemos a arriarlas, porque no podríamos izarlas otra vez. Parece que se nos arrastra hacia un terrible desenlace. El primer oficial está ahora más desmoralizado que cualquiera de los hombres. Su naturaleza más fuerte parece que ha trabajado en su interior inversamente en contra de él. Los hombres están más allá del miedo, trabajando fuerte y pacientemente, con sus mentes preparadas para lo peor. Son rusos; él es rumano.

2 de agosto, medianoche. Me desperté después de pocos minutos de dormir escuchando un grito, que parecía dado al lado de mi puerta. No podía ver nada por la neblina. Corrí a cubierta y choqué contra el primer oficial. Me dice que escuchó el grito y corrió, pero no había señales del hombre que estaba de guardia. Otro menos. ¡Señor, ayúdanos! El primer oficial dice que ya debemos haber pasado el estrecho de Dover, pues en un momento en que se aclaró la niebla alcanzó a ver North Foreland, en el mismo instante en que escuchó el grito del hombre. Si es así, estamos ahora en el Mar del Norte, y sólo Dios puede guiarnos en esta niebla, que parece moverse con nosotros; y Dios parece que nos ha abandonado.

3 de agosto. A medianoche fui a relevar al hombre en el timón y cuando llegué no encontré a nadie ahí. El viento era firme, y como navegamos hacia donde nos lleve, no había ningún movimiento. No me atreví a dejar solo el timón, por lo que le grité al oficial. Después de unos segundos subió corriendo a cubierta en sus franelas. Traía los ojos desorbitados y el rostro macilento, por lo que temo mucho que haya perdido la razón. Se acercó a mí y me susurró con voz ronca, colocando su boca cerca de mi oído, como si temiese que el mismo aire escuchara: "Está aquí; ahora lo sé. Al hacer guardia anoche lo vi, un hombre alto y delgado y sepulcralmente pálido. Estaba cerca de la proa, mirando hacia afuera. Me acerqué a él a rastras y le hundí mi cuchillo; pero éste lo atravesó, vacío como el aire." Al tiempo que hablaba sacó su cuchillo y empezó a moverlo salvajemente en el espacio. Luego, continuó: "Pero como está aquí, lo encontraré. Está en la bodega, quizá en una de esas cajas. Las destornillaré una por una y veré. Usted, sujete el timón." Y, con una mirada de advertencia, poniéndose el dedo sobre los labios, se dirigió hacia abajo. Se estaba alzando un viento peligroso, y yo no podía dejar el timón. Lo vi salir otra vez a cubierta con una caja de herramientas y una linterna y descender por la escotilla delantera. Está loco; completamente delirante de locura, y no tiene sentido que trate de detenerlo. No puede hacer daño a esas grandes cajas: están detalladas como "arcilla", y que las arrastre de un lado a otro no tiene ninguna importancia. Así es que aquí me quedo, cuido del timón y escribo estas notas.

Sólo puedo confiar en Dios y esperar a que la niebla se aclare. Entonces, si puedo pilotear la nave hacia cualquier puerto con el viento que haya, arriaré las velas y me quedaré descansando, haciendo señales, pidiendo auxilio...

 

Ya casi todo ha terminado. Justamente cuando estaba comenzando a pensar que el primer oficial podría regresar más calmado, pues lo escuché martillando algo en la bodega, y trabajar le hace bien, subió por la escotilla un grito repentino que me heló la sangre; y apareció él sobre cubierta como disparado por un arma, completamente loco, con los ojos girando y el rostro convulso por el miedo. "¡Sálvame, sálvame!", gritó, y luego miró a su alrededor al manto de neblina. Su horror se volvió desesperación, y con voz tranquila dijo: "Sería mejor que usted también viniera, capitán, antes de que sea demasiado tarde. Está aquí. Ahora conozco el secreto. ¡El mar me salvará de él, y es todo lo que queda!" Antes de que yo pudiera decir una palabra, o pudiera adelantarme para detenerlo, saltó a la amura, y deliberadamente se lanzó al mar. Supongo que ahora yo también conozco el secreto. Fue este loco el que despachó a los hombres uno a uno y ahora él mismo los ha seguido. ¡Dios me ayude! ¿Cómo voy a poder dar parte de todos estos horrores cuando llegue a puerto? ¡Cuando llegue a puerto! ¿Y cuándo será eso?

4 de agosto. Todavía niebla, que el sol no puede atravesar. Sé que el sol ha ascendido porque soy marinero, pero no sé por qué otros motivos. No me atrevo a ir abajo; no me atrevo a abandonar el timón; así es que pasé aquí toda la noche, y en la velada oscuridad de la noche lo vi, ¡a él! Dios me perdone, pero el oficial tuvo razón al saltar por la borda. Era mejor morir como un hombre; la muerte de un marinero en las azules aguas del mar no puede ser objetada por nadie. Pero yo soy el capitán, y no puedo abandonar mi barco. Pero yo frustraré a este enemigo o monstruo, pues cuando las fuerzas comiencen a fallarme ataré mis manos al timón, y junto con ellas ataré eso a lo cual esto —¡él! no se atreve a tocar; y entonces, venga buen viento o mal viento, salvaré mi alma y mi honor de capitán. Me estoy debilitando, y la noche se acerca. Si puede verme otra vez a la cara pudiera ser que no tuviese tiempo de actuar... Si naufragamos, tal vez se encuentre esta botella, y aquellos que me encuentren comprenderán; si no...

Bien, entonces todos los hombres sabrán que he sido fiel a mi juramento. Dios y la Virgen Santísima y los santos ayuden a una pobre alma ignorante que trata de cumplir con su deber...

Por supuesto, el veredicto fue de absolución. No hay evidencia que aducir; y si fue el hombre mismo quien cometió los asesinatos, o no fue él, es algo que nadie puede atestiguar. El pueblo aquí sostiene casi universalmente que el capitán es simplemente un héroe, y se le va a enterrar con todos los honores. Ya está arreglado que su cuerpo debe ser llevado con un tren de botes por un trecho a lo largo del Esk, y luego será traído de regreso hasta el muelle de Tate Hill y subido por la escalinata hasta la abadía; pues se ha dispuesto que sea enterrado en el cementerio de la iglesia, sobre el acantilado. Los propietarios de más de cien barcazas ya han dado sus nombres, señalando que desean seguir el cortejo fúnebre del capitán.

No se han encontrado rastros del inmenso perro; por esto hay mucha tristeza, ya que, con la opinión pública en su presente estado, el animal hubiera sido, creo yo, adoptado por el pueblo. Mañana será el funeral, y así terminará este nuevo "misterio del mar".

Del diario de Mina Murray

8 de agosto. Lucy pasó toda la noche muy intranquila, y yo tampoco pude dormir. La tormenta fue terrible, y mientras retumbaba fuertemente entre los tiestos de la chimenea, me hizo temblar. Al llegar una fuerte ráfaga de viento, parecía el disparo de un cañón distante. Cosa bastante rara, Lucy no se despertó; pero se levantó dos veces y se vistió. Por fortuna, en cada ocasión me desperté a tiempo y me las arreglé para desvestirla sin despertarla, metiéndola otra vez en cama. Es cosa muy rara este su sonambulismo, pues tan pronto como su voluntad es frustrada de cualquier manera física, su intención, si es que la tiene, desaparece, y se entrega casi exactamente a la rutina de su vida.

Temprano esta mañana nos levantamos las dos y bajamos hasta el puerto para ver si había sucedido algo durante la noche. Había muy poca gente en los alrededores, y aunque el sol estaba brillando y el aire estaba claro y fresco, las grandes olas amenazantes, que parecían más oscuras de lo que eran debido a que la espuma las coronaba con penachos de nieve, se abrían paso a través de la estrecha boca del puerto, como un hombre que camina a codazos entre una multitud. Sin razón aparente me sentí contenta de que Jonathan no hubiera estado en el mar, sino en tierra. Pero, ¡oh!, ¿está en tierra o en mar? ¿Dónde está él, y cómo? Me estoy poniendo verdaderamente ansiosa por su paradero. ¡Si sólo supiera lo que debo hacer, y si pudiera hacer algo!

10 de agosto. Los funerales del pobre capitán, hoy, fueron de lo más conmovedor. Todos los botes del puerto parecían estar ahí, y el féretro fue llevado en hombros por capitanes todo el camino, desde el muelle de Tate Hill hasta el cementerio de la iglesia. Lucy vino conmigo, y nos fuimos muy temprano a nuestro viejo asiento, mientras el cortejo de botes remontó el río hasta el viaducto y luego descendió nuevamente. Tuvimos una vista magnífica, y vimos la procesión casi durante todo el viaje. Al pobre hombre lo pusieron a descansar cerca de nuestro asiento, de tal manera que nosotras nos paramos y, cuando llegó la hora, pudimos verlo todo. La pobre Lucy parecía estar muy nerviosa. Estuvo todo el tiempo inquieta y alterada, y no puedo sino pensar que sus sueños de la noche le están afectando. Hay algo muy extraño: no quiere admitirme a mí que hay alguna causa para su desasosiego; o si hay alguna causa, ella misma no la comprende. Hay un motivo adicional en el hecho de que el pobre anciano, el señor Swales, fue encontrado muerto esta mañana en nuestro asiento, con la nuca quebrada. Evidentemente, como dijo el médico, cayó de espaldas sobre el asiento, presa de miedo, pues en su rostro había una mirada de temor y horror, que los hombres decían los hacía temblar. ¡Pobre querido anciano! ¡Quizá ha visto a la muerte con sus ojos moribundos! Lucy es tan dulce y siente las influencias más agudamente que otra gente.

Ahora mismo está muy excitada por un pequeño detalle al que yo no le presté mucha atención, aunque yo misma quiero mucho a los animales. Uno de los hombres que siempre subía aquí para mirar los botes era seguido por su perro. El perro siempre estaba con él. Los dos son muy tranquilos, y yo nunca vi al hombre enojado, ni escuché que el perro ladrara. Durante el servicio el perro no quiso acercarse a su dueño, que estaba sobre el asiento con nosotras, sino que se mantuvo a unos cuantos metros de distancia y ladrando y aullando. Su dueño le habló primero suavemente, luego en tono más áspero, y finalmente muy enojado; pero el animal no quiso acercarse ni cesó de hacer ruido. Estaba poseído como por una especie de rabia, con sus ojos brillándole salvajemente, y todos los pelos erizados como la cola de un gato cuando se está preparando para la pelea. Finalmente, también el hombre se enojó, y saltando del asiento le dio puntapiés al perro, y luego, tomándolo por el pescuezo, lo arrastró y lo tiró sobre la lápida en la cual está montado el asiento. En el momento en que tocó la lápida la pobre criatura recobró su actitud pacífica, pero comenzó a temblar desesperadamente. No trató de irse, sino que se enroscó, temblando y agachándose, y se encontraba en tal estado de terror que yo traté de calmarlo, aunque sin efecto, Lucy también sintió compasión, pero no intentó tocar al perro sino que sólo lo miró con lástima. Temo mucho que tenga una naturaleza demasiado sensible como para que pueda andar por el mundo sin problemas. Estoy segura de que esta misma noche soñará con todo lo que ha sucedido. Toda la acumulación de hechos extraños (el barco piloteado hasta el puerto por un hombre muerto; su actitud, atado al timón con un crucifijo y rosarios; el emotivo funeral; el perro, unas veces furioso y otras aterrorizado) le dará abundante material para sus sueños.

Creo que para ella lo mejor sería retirarse a su cama, cansada físicamente, por lo que la llevaré a dar una larga caminata por los acantilados de la bahía de Robin Hood, y luego de regreso. No creo que después le queden muchas inclinaciones para caminar dormida.

VIII.— DEL DIARIO DE MINA MURRAY

Mismo día, 11 p. m. ¡Oh, cómo estoy cansada! Si no fuera porque he tomado como un deber escribir en mi diario todas las noches, hoy no lo abriría. Tuvimos un paseo encantador. Después de un rato, Lucy estaba de mejor humor, debido, creo, a unas pacíficas vacas que llegaron a olfatearnos en el campo cerca del faro, y nos sacaron completamente de quicio. Creo que lo olvidamos todo, excepto, por supuesto, el temor personal, y esto pareció borrarlo todo y damos la oportunidad de comenzar de nuevo.

Tomamos un magnífico "té a la inglesa" en una pequeña y simpática posada, de antiguo estilo, en la bahía de Robin Hood, con una ventana arqueada que daba a las rocas cubiertas de algas marinas en la playa. Creo que hubiéramos asustado a la "Nueva Mujer" con nuestros apetitos. ¡Los hombres son más tolerantes, benditos sean! Luego, emprendimos la caminata de regreso a casa, haciendo alguna o más bien muchas paradas para descansar, y con nuestros corazones en constante temor por los toros salvajes. Lucy estaba verdaderamente cansada, y teníamos la intención de escabullirnos a cama tan pronto como pudiéramos. Sin embargo, llegó el joven cura, y la señora Westenra le pidió que se quedara a cenar. Lucy y yo, ambas, tuvimos una pelea por ello con el molendero; yo sé que de mi parte fue una pelea muy dura, y soy bastante heroica.

Creo que algún día los obispos deben reunirse y ver cómo crían una nueva clase de curas, que no acepten a quedarse a cenar, sin importar cuánto se insista, y que sepan cuándo las muchachas están cansadas. Lucy está dormida y respira suavemente. Tiene más color en las mejillas que otras veces, ¡y su aspecto es tan dulce! Si el Señor Holmwood se enamoró de ella viéndola solamente en la sala, me pregunto qué diría si pudiera verla ahora. Algunas de las escritoras de la "Nueva Mujer" pondrían en práctica algún día la idea de que los hombres y las mujeres deben poder verse primero durmiendo antes de hacer proposiciones o aceptar. Pero yo supongo que la "Nueva Mujer" no condescenderá en el futuro a aceptar; ella misma hará la propuesta por su cuenta. ¡Y bonito va a ser el trabajo que tendrá! En esto hay alguna consolación.

Esta noche estoy muy contenta porque mi querida Lucy parece estar bastante mejor.

Realmente creo que ya ha doblado la esquina, y que los problemas motivados por su sonambulismo han sido superados. Estaría completamente feliz con sólo tener noticias de Jonathan... Dios lo bendiga y lo guarde.

11 de agosto, 3 a. m. No tengo sueño, por lo que mejor será que escriba. Estoy demasiado agitada para poder dormir. Hemos tenido una aventura extraordinaria; una experiencia muy dolorosa. Me quedé dormida tan pronto como cerré mi diario...

Repentinamente desperté del todo, y me senté, con una terrible sensación de miedo en todo el cuerpo; con un sentimiento de vacío alrededor de mí. El cuarto estaba a oscuras, por lo que no podía ver la cama de Lucy; me acerqué a ella y la busqué a tientas. La cama estaba vacía. Encendí un fósforo y descubrí que ella no estaba en el cuarto. La puerta estaba cerrada, pero no con llave como yo la había dejado. Temí despertar a su madre, que últimamente ha estado bastante enferma, por lo que me puse alguna ropa y me apresté a buscarla. En el instante en que dejaba el cuarto se me ocurrió que las ropas que ella llevara puestas me podrían dar alguna pista de sus sonámbulas intenciones. La bata significaría la casa; un vestido, la calle. Pero tanto la bata como sus vestidos estaban en su lugar. "Dios mío", me dije a mí misma, "no puede estar lejos, ya que sólo lleva su camisón de dormir." Bajé corriendo las escaleras y miré en la sala. ¡No estaba allí! Entonces busqué en los otros cuartos abiertos de la casa, con un frío temor siempre creciente en mi corazón. Finalmente llegué a la puerta del corredor y la encontré abierta. No estaba abierta del todo, pero el pestillo de la cerradura no estaba corrido. La gente de la casa siempre es muy cuidadosa al cerrar la puerta todas las noches, por lo que temí que Lucy se hubiera ido tal como andaba. No había tiempo para pensar en lo que pudiera ocurrir; un miedo vago, invencible, oscureció todos los detalles. Tomé un chal grande y pesado, y corrí hacia afuera. El reloj estaba dando la una cuando estaba en la Creciente, y no había ni un alma a la vista. Corrí a lo largo de la Terraza Norte, pero no pude ver señales de la blanca figura que esperaba encontrar. Al borde de West Cliff, sobre el muelle, miré a través del puerto hacia East Cliff, con la esperanza o el temor, no sé cuál, de ver a Lucy en nuestro asiento favorito. Había una luna llena, brillante, con rápidas nubes negras y pesadas, que daban a toda la escena una diorama de luz y sombra a medida que cruzaban navegando; por unos instantes no pude ver nada, pues la sombra de una nube oscurecía la iglesia de Santa María y todo su alrededor. Luego, al pasar la nube, pude ver las ruinas de la abadía que se hacían visibles; y cuando una estrecha franja de luz tan aguda como filo de espada pasó a lo largo, pude ver a la iglesia y el cementerio de la iglesia aparecer dentro del campo de luz. Cualquiera que haya sido mi expectación, no fue defraudada, pues allí, en nuestro asiento, la plateada luz de la luna iluminó una figura a medias reclinada, blanca como la nieve. La llegada de la nube fue demasiado rápida para mí, y no me permitió ver mucho, pues las sombras cayeron sobre la luz casi de inmediato; pero me pareció como si algo oscuro estuviera detrás del asiento donde brillaba la figura blanca, y se inclinaba sobre ella. Si era hombre o bestia, es algo que no puedo decir. No esperé a poder echar otra mirada, sino que descendí corriendo las gradas hasta el muelle y me apresuré a través del mercado de pescado hasta el puente, que era el único camino por el cual se podía llegar a East Cliff. El pueblo parecía muerto, pues no había un alma por todo el lugar. Me regocijó de que fuera así, ya que no deseaba ningún testigo de la pobre condición en que se encontraba Lucy. El tiempo y la distancia parecían infinitos, y mis rodillas temblaban y mi respiración se hizo fatigosa mientras subía afanosamente las interminables gradas de la abadía. Debo haber corrido rápido, y sin embargo, a mí me parecía que mis pies estaban cargados de plomo, y como si cada coyuntura de mi cuerpo estuviera enmohecida.

 

Cuando casi había llegado arriba pude ver el asiento y la blanca figura, pues ahora ya estaba lo suficientemente cerca como para distinguirla incluso a través del manto de sombras. Indudablemente había algo, largo y negro, inclinándose sobre la blanca figura medio reclinada. Llena de miedo, grité: "¡Lucy! ¡Lucy!", y algo levantó una cabeza, y desde donde estaba pude ver un rostro blanco de ojos rojos y relucientes. Lucy no me respondió y yo corrí hacia la entrada del cementerio de la iglesia. Al tiempo que entraba, la iglesia quedó situada entre yo y el asiento, y por un minuto la perdí de vista.

Cuando la divisé nuevamente, la nube ya había pasado, y la luz de la luna iluminaba el lugar tan brillantemente que pude ver a Lucy medio reclinada con su cabeza descansando sobre el respaldo del asiento. Estaba completamente sola, y por ningún lado se veían señales de seres vivientes.

Cuando me incliné sobre ella pude ver que todavía dormía. Sus labios estaban abiertos, y ella estaba respirando, pero no con la suavidad acostumbrada sino a grandes y pesadas boqueadas, como si tratara de llenar plenamente sus pulmones a cada respiro.

Al acercarme, subió la mano y tiró del cuello de su camisón de dormir, como si sintiera frío. Sin embargo, siguió dormida. Yo puse el caliente chal sobre sus hombros, amarrándole fuertemente las puntas alrededor del cuello, pues temía mucho que fuese a tomar un mortal resfrío del aire de la noche, así casi desnuda como estaba. Temí despertarla de golpe, por lo que, para poder tener mis manos libres para ayudarla, le sujeté el chal cerca de la garganta con un imperdible de gran tamaño; pero en mi ansiedad debo haber obrado torpemente y la pinché con él, porque al poco rato, cuando su respiración se hizo más regular, se llevó otra vez la mano a la garganta y gimió. Una vez que la hube envuelto cuidadosamente, puse mis zapatos en sus pies y comencé a despertarla con mucha suavidad. En un principio no respondía: pero gradualmente se volvió más y más inquieta en su sueño, gimiendo y suspirando ocasionalmente. Por fin, ya que el tiempo pasaba rápidamente y, por muchas otras razones, yo deseaba llevarla a casa de inmediato, la zarandeé con más fuerza, hasta que finalmente abrió los ojos y despertó. No pareció sorprendida de verme, ya que, por supuesto, no se dio cuenta de inmediato de en dónde nos encontrábamos. Lucy se despierta siempre con bella expresión, e incluso en aquellos momentos, en que su cuerpo debía estar traspasado por el frío y su mente espantada al saber que había caminado semidesnuda por el cementerio en la noche, no pareció perder su gracia. Tembló un poco y me abrazó fuertemente; cuando le dije que viniera de inmediato conmigo de regreso a casa, se levantó sin decir palabra y me obedeció como una niña. Al comenzar a caminar, la grava me lastimó los pies, y Lucy notó mi salto. Se detuvo y quería insistir en que me pusiera mis zapatos, pero yo me negué. Sin embargo, cuando salimos al sendero afuera del cementerio, donde había un charco de agua, remanente de la tormenta, me unté los pies con lodo usando cada vez un pie sobre el otro, para que al ir a casa, nadie, en caso de que encontráramos a alguien, pudiera notar mis pies descalzos.

La fortuna nos favoreció y llegamos a casa sin encontrar un alma. En una ocasión vimos a un hombre, que no parecía estar del todo sobrio, cruzándose por una calle enfrente de nosotros; pero nos escondimos detrás de una puerta hasta que desapareció por un campo abierto como los que abundan por aquí, pequeños atrios inclinados, o winds, como los llaman en Escocia. Durante todo este tiempo mi corazón palpitó tan fuertemente que por momentos pensé que me desmayaría. Estaba llena de ansiedad por Lucy, no tanto por su salud, a pesar de que podía afectarle el aire frío, sino por su reputación en caso de que la historia de lo sucedido se hiciera pública. Cuando entramos, y una vez que hubimos lavado nuestros pies y rezado juntas una oración de gracias, la metí en cama. Antes de quedarse dormida me pidió, me imploró, que no dijese una palabra a nadie, ni siquiera a su madre, de lo que había pasado aquella noche.

Al principio dudé de hacer la promesa; pero al pensar en el estado de salud de su madre, y cómo la excitaría la noticia de un acontecimiento como aquél, y pensando además cómo podía ser retorcida aquella historia (no, sería infaliblemente falsificada) en caso de que fuese conocida, pensé que era más cuerdo prometer lo que se me pedía. Espero que haya obrado bien. He cerrado la puerta y he atado la llave a mi muñeca, por lo que tal vez no vuelva a ser perturbada. Lucy está durmiendo profundamente; el reflejo de la aurora aparece alto y lejos sobre el mar...

Mismo día, por la tarde. Todo marcha bien. Lucy durmió hasta que yo la desperté y pareció que no había cambiado siquiera de lado. La aventura de la noche no parece haberle causado ningún daño; por el contrario, la ha beneficiado, pues está mucho mejor esta mañana que en las últimas semanas. Me sentí triste al notar que mi torpeza con el imperdible la había herido. De hecho, pudo haber sido algo serio, pues la piel de su garganta estaba agujereada. Debo haber agarrado un pedazo de piel con el imperdible, atravesándolo, pues hay dos pequeños puntos rojos como agujeritos de alfiler, y sobre el cuello de su camisón de noche había una gota de sangre. Cuando me disculpé y le mostré mi preocupación por ello, Lucy rio y me consoló, diciendo que ni siquiera lo había sentido. Afortunadamente, no le quedará cicatriz, ya que son orificios diminutos.