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100 Clásicos de la Literatura

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Él observó con vergüenza la violenta agitación que la dominaba: «¿Por qué la he arrancado de su paz para traerla hasta aquí?», pensó sin querer. Pero ahora ya no había marcha atrás.

—Ven —dijo él, empujándola suavemente.

Ella se desprendió del curioso cartel y, sin mostrarle su rostro, le precedió por la escalera, subiendo lenta, trabajosamente, con pasos pesados. «Casi como una anciana», pensó sin querer.

Lo había pensado sólo un segundo, mientras ella, con la mano en la barandilla, se esforzaba por subir aquellos pocos escalones. Había rechazado en el acto una idea tan repugnante, pero algo frío y doloroso quedó en el lugar de esa sensación violentamente rechazada.

Por fin se vieron arriba, en el pasillo; aquellos dos minutos de silencio habían sido una eternidad. Había una puerta abierta, era su habitación. La doncella todavía andaba dentro con el trapo y la escoba.

—Un instante, enseguida acabo —se disculpó—; tengo que terminar de recoger la habitación, pero los señores ya pueden entrar, sólo me falta traer ropa de cama limpia.

Ellos entraron. La estancia cerrada albergaba un aire enrarecido, denso y dulzón, olía a jabón de olivas y humo de tabaco, en alguna parte aún se agazapaba la huella informe de gente extraña.

Descarada y tal vez guardando todavía el calor de los últimos huéspedes, la cama doble se alzaba revuelta en medio de la habitación declarando el sentido y el fin del alojamiento. Él sintió asco ante esta evidencia. Sin querer, huyó hacia la ventana y la abrió de golpe: el aire suave, húmedo, mezclado con el ruido nebuloso de la calle entró lentamente, pasando de largo ante las cortinas que se retiraron temblorosas. Se quedó junto a la ventana abierta y miró tenso los tejados de fuera ya oscurecidos. ¡Qué fea era aquella habitación, qué vergonzoso era estar allí, qué decepcionante después de años de añoranza y de separación! Ni él ni ella habrían deseado algo tan vergonzosamente descarnado. Durante tres, cuatro, cinco bocanadas de aire —él las contó— estuvo mirando fuera, temeroso de decir la primera palabra; luego no, ya no importaba, se forzó a darse la vuelta. Y exactamente como había presentido, como había temido, la encontró allí petrificada, con la mirada perdida, su guardapolvo gris, los brazos colgando, abatida en medio de la habitación como algo que no pertenecía a este lugar y que sólo había acabado en esta repulsiva estancia por una fatal casualidad, por descuido. Se había quitado los guantes con la evidente intención de posarlos, pero debía de haberle dado asco dejarlos en cualquier parte de aquella habitación, de modo que se bamboleaban como bolsas vacías (vacías de ella) en sus manos. Sus ojos estaban paralizados, velados por la estupefacción: entonces, cuando se volvió, lo asaltaron suplicantes. Él comprendió.

—¿No estaría bien —la voz avanzaba a trompicones buscando aliento—, no estaría bien ir a dar un paseo…? ¡Todo esto resulta tan vulgar…!

—Sí…, sí…

Se sentía liberada y las palabras le salieron en tromba… ahuyentando el miedo que la atenazaba. Echó mano del picaporte de la puerta y él la siguió más lentamente, viendo que los hombros de ella temblaban como los de un animal que hubiera escapado de la mortal presa de unas garras.

La calle esperaba cálida y abarrotada de gente que se movía con paso inquieto, tempestuoso, aún en la estela del solemne desfile…, así que giraron a un lado por callejuelas más tranquilas, hacia el camino del bosque, el mismo por el que habían subido hacía una década hasta el castillo un domingo de excursión.

—¿Te acuerdas? Era un domingo —dijo sin querer en voz alta y ella, que evidentemente daba vueltas en su interior al mismo recuerdo, respondió en voz baja:

—No he olvidado nada de lo que hice contigo. Otto iba con un compañero de colegio, corrían por delante desbocados…, casi los habíamos perdido en el bosque. Yo lo llamé a voces una y otra vez y él no volvía, pero lo hice de mala gana, porque sentía el impulso de estar contigo a solas, aunque entonces todavía fuéramos unos extraños el uno para el otro.

—Y hoy —añadió él, intentando bromear, pero ella permaneció muda. «No habría debido decirlo —pensó sordamente—¿qué me impulsa a comparar constantemente el hoy con el ayer? ¿Por qué no le agrada nada de lo que le digo hoy? Siempre se entrometen aquellos días, el pasado».

Iban ascendiendo en silencio. Las casas, pegadas unas a otras, se inclinaban ante sus ojos iluminadas por una pálida luz, el río serpenteante se arqueaba cada vez con más claridad en el crepúsculo del valle, mientras los árboles susurraban y dejaban caer la oscuridad sobre ellos. No se cruzaron con nadie, sólo sus calladas sombras se arrastraban por delante de ellos y siempre que una farola iluminaba sus figuras perpendicularmente, las sombras se fundían una con otra, como si se abrazasen, se ensanchaban ansiando unirse cuerpo con cuerpo en una sola figura, luego se apartaban una vez más, para volver a abrazarse, mientras ellos caminaban cansados, respirando profundamente. Él observaba hechizado ese curioso juego, el cogerse y alejarse y volverse a coger de aquellas figuras sin alma, cuerpos de sombra, que, sin embargo, no eran sino reflejo de los suyos propios; con mórbida curiosidad veía el huir y el entrelazarse de esas figuras sin ser, y casi se olvidaba de la mujer viva que tenía a su lado por su negra imagen fluida, fugitiva. No pensaba en nada determinado y, sin embargo, sentía que, de alguna manera, este tímido juego le advertía de algo, de algo que yacía en lo más hondo de su ser como una fuente agitada a punto de rebosar, como si el caudal de sus recuerdos creciera y se acercara a él inquietante y amenazador. Pero ¿qué era…? Aguzó todos sus sentidos. ¿Qué le evocaba ese paseo entre las sombras del bosque dormido? Debían de ser palabras, una situación, algo vivido, oído, sentido, algo envuelto en una melodía, algo enterrado en lo más profundo, que no había tocado en años y años.

Y, de repente, se abrió una grieta centelleante en la oscuridad del olvido: eran palabras, un poema que ella le había leído una vez en su habitación al caer la tarde. Un poema, sí, en francés, evocó las palabras que, como traídas por un viento cálido que las arrancaba del pasado, subieron de golpe hasta sus labios y así escuchó, después de una década, los versos olvidados de un poema en una lengua extranjera recitados por su voz:

Dans le vieux parc solitaire et glacé

Deux Spectres cherchent le passé.

Y en cuanto su memoria se iluminó con esos versos, acabó de completar la imagen: la lámpara ardiendo con su luz dorada en el salón oscuro donde ella le había leído a la caída de la tarde este poema de Verlaine. La veía entre las sombras de la lámpara tal y como estaba sentada aquella noche, cerca y lejos a un tiempo, amada e inalcanzable; sintió de repente su mismo corazón de entonces palpitando de excitación, oyó la voz de ella columpiándose sobre la sonora onda de los versos; en el poema —aunque sólo en el poema— podía oír cómo pronunciaba la palabra «nostalgia» y la palabra «amor», en una lengua extranjera, es cierto, y dirigidas a un extraño, pero oírlas al fin y al cabo con el tono embriagador de esta voz, de su voz. ¿Cómo había podido olvidar durante tantos años ese poema, esa velada en la que solos en la casa, confusos por ello, huyeron de la embarazosa conversación buscando un punto de encuentro más amable en los libros, donde, detrás de las palabras y de la melodía, de vez en cuando brilla el relámpago que nos permite reconocer un sentimiento íntimo, como la luz que atraviesa la fronda de arbustos, chispeante, intangible, y sin embargo llenándonos de una dicha inefable? ¿Cómo había podido olvidarlo durante tanto tiempo? ¿Y cómo había recuperado, también de repente, ese poema perdido? Sin darse cuenta, tradujo para sí aquellos versos:

En el viejo parque gélido y nevado,

dos sombras buscan su pasado.

Y al recitarlos los entendió, la llave luminosa y pesada que descubría su secreto cayó en sus manos, desde la sima donde dormía se alzó una asociación clara, aguda, arrancada de sus recuerdos: las sombras de las que se hablaba allí estaban sobre el camino, sus sombras habían removido y despertado aquellas palabras, sí, pero todavía había más. Estremeciéndose de miedo descubrió de repente una segunda interpretación que lo aterró; habían sido unas palabras proféticas, cargadas de sentido. ¿Acaso no eran ellos mismos esas sombras que buscaban su pasado dirigiendo absurdas preguntas a un entonces que ya no era real? Sombras, sombras que querían convertirse en algo vivo y que no lo lograban. Ni ella ni él eran los mismos y, sin embargo, seguían buscándose afanosamente, siempre en vano, huyendo y reteniéndose, esforzándose denodadamente, cuando carecían de ser y de fuerzas para lograrlo, como los negros fantasmas que tenían ante sus pies.

Sin ser consciente de lo que hacía, debió de soltar un gemido, porque ella se volvió:

—¿Qué te pasa, Ludwig? ¿En qué piensas?

Pero él se limitó a rehuir la pregunta.

—¡En nada! ¡En nada!

Y ya sólo se concentró en escuchar en lo más hondo de su ser, volviendo a aquel entonces, por si aquella voz profética, la intérprete de sus recuerdos, quería volver a hablarle desvelándole el presente a través de su pasado.

Parte II

  El Arte de la Guerra by Sun Tzu

  Drácula by Bram Stoker

  La Guerra de los Mundos by H. G. Wells

  Ética a Nicómaco by Aristoteles

 

  Pigmalión by George Bernard Shaw

  Quo Vadis by Henryk Sienkiewicz

  Fábulas en Verso by Concepción Arenal

  La Abadía de Northanger by Jane Austen

  Emma by Jane Austen

  Shirley (Español) by Charlotte Brontë

  EL QUIJOTE. I PARTE by Miguel de Cervantes

  EL QUIJOTE. II PARTE by Miguel de Cervantes

  El Hombre que Sabía Demasiado by G. K. Chesterton

  La Máscara Robada by Wilkie Collins

  Las Aventuras de Robinson Crusoe by Daniel Defoe

  Historias de Fantasmas by Charles Dickens

  Los Hermanos Karamazov by Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky

  La Liga de los Pelirrojos by Arthur Conan Doyle

  El Tulipán Negro by Alexandre Dumas

  El Caballero de Harmental by Alexandre Dumas

  Napoleón by Alexandre Dumas

  La Interpretación de los Sueños by Sigmund Freud

  Las Minas del Rey Salomón by H. Rider Haggard

  La Ilíada by Homero

  Poesía Completa by James Joyce

  Fundamentación de la metafísica de las costumbres by Immanuel Kant

  El Hombre que Pudo Reinar by Rudyard Kipling

  El Color que Cayó del Cielo by H. P. Lovecraft

  El Misántropo by Molière

  Ana la de Avonlea by Lucy Maud Montgomery

  Ana la de Álamos Ventosos by Lucy Maud Montgomery

  Cómo Se Filosofa a Martillazos by Friedrich Nietzsche

  La Celestina by Fernando de Rojas

  Edipo Rey by Sófocles

  La Feria de las Vanidades by William Makepeace Thackeray

  Katia by León Tolstói

  Tom Sawyer en el Extranjero by Mark Twain

  LA PRINCESA DE BABILONIA by Voltaire

  Sonata de Invierno by Ramón María del Valle-Inclán

  Sonata de Primavera by Ramón María del Valle-Inclán

  Los Amotinados de la Bounty by Julio Verne

  De la Tierra a la Luna by Julio Verne

  Los Primeros Hombres en la Luna by H. G. Wells

  Francia Combatiente by Edith Wharton

  Salomé by Oscar Wilde

  El Secreto de la Vida by Oscar Wilde

  El Príncipe Feliz by Oscar Wilde

  Cuentos Completos by Oscar Wilde

  Vindicación de los Derechos de la Mujer by Mary Wollstonecraft

  Una Habitación Propia by Virginia Woolf

  Fin de Viaje by Virginia Woolf

El Arte de la Guerra

Por

Sun Tzu

Capítulo 1

Sobre la evaluación

Sun Tzu dice: la guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio: es forzoso manejarla bien. No reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o pérdida de lo que nos es más querido; y ello no debe ocurrir entre nosotros.

Hay que valorarla en términos de cinco factores fundamentales y hacer comparaciones entre diversas condiciones de los bandos rivales con vistas a determinar el resultado de la guerra. El primero de estos factores es la doctrina; el segundo, el tiempo; el tercero, el terreno; el cuarto, el mando; y el quinto, la disciplina.

La doctrina significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su gobernante, de modo que le siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier peligro.

El tiempo significa el Ying y el Yang, la noche y el día, el frío y el calor, días despejados o lluviosos, y el cambio de las estaciones.

El terreno implica las distancias y hace referencia a dónde es fácil o difícil desplazarse y si es campo abierto o lugares estrechos, y esto influencia las posibilidades de supervivencia.

El mando ha de tener como cualidades: sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y disciplina.

Por último, la disciplina ha de ser comprendida como la organización del ejército, las graduaciones y rangos entre los oficiales, la regulación de las rutas de suministros y la provisión de material militar al ejército.

Estos cinco factores fundamentales han de ser conocidos por cada general. Aquel que los domina, vence; aquel que no, sale derrotado. Por lo tanto, al trazar los planes, han de compararse los siguiente siete factores, valorando cada uno con el mayor cuidado:

¿Qué dirigente es más sabio y capaz?

¿Qué comandante posee el mayor talento?

¿Qué ejército obtiene ventajas de la naturaleza y el terreno?

¿En qué ejército se observan mejor las regulaciones y las instrucciones?

¿Qué tropas son más fuertes?

¿Qué ejército tiene oficiales y tropas mejor entrenadas?

¿Qué ejército administra recompensas y castigos de forma más justa?

Mediante el estudio de estos siete factores seré capaz de adivinar cuál de los dos bandos saldrá victorioso y cuál será derrotado.

El general que siga mi consejo, es seguro que vencerá. Ese general ha de ser mantenido al mando. Aquel que ignore mi consejo, ciertamente será derrotado. Ese debe ser destituido.

Tras prestar atención a mi consejo y planes, el general debe crear una situación que contribuya a su cumplimiento. Por situación quiero decir que debe tomar en consideración la situación del campo y actuar de acuerdo con lo que le es ventajoso.

El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si está lejos, aparentar que se está cerca. Poner cebos para atraer al enemigo.

Golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está seguro en todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo.

Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado y aparece cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria para el estratega.

Ahora, si las estimaciones realizadas antes de la batalla indican victoria, es porque los cálculos cuidadosamente realizados muestran que tus condiciones son más favorables que las condiciones del enemigo; si indican derrota, es porque muestran que las condiciones favorables para la batalla son menores. Con una evaluación cuidadosa, uno puede vencer; sin ella, no puede. Muchas menos oportunidades de victoria tendrá aquel que no realiza cálculos en absoluto.

Gracias a este método, se puede examinar la situación y el resultado aparece claramente.

Capítulo 2

Sobre la iniciación de las acciones

Una vez comenzada la batalla, aunque estés ganando, de continuar por mucho tiempo, desanimará a tus tropas y embotará tu espada. Si estás sitiando una ciudad, agotarás tus fuerzas. Si mantienes a tu ejército durante mucho tiempo en campaña, tus suministros se agotarán.

Las armas son instrumentos de mala suerte; emplearlas por mucho tiempo producirá calamidades. Como se ha dicho: «Los que a hierro matan, a hierro mueren». Cuando tus tropas están desanimadas, tu espada embotada, agotadas tus fuerzas y tus suministros son escasos, hasta los tuyos se aprovecharán de tu debilidad para sublevarse. Entonces, aunque tengas consejeros sabios, al final no podrás hacer que las cosas salgan bien.

Por esta causa, he oído hablar de operaciones militares que han sido torpes y repentinas, pero nunca he visto a ningún experto en el arte de la guerra que mantuviese la campaña por mucho tiempo. Nunca es beneficioso para un país dejar que una operación militar se prolongue por mucho tiempo.

Como se dice comúnmente, sé rápido como el trueno que retumba antes de que hayas podido taparte los oídos, veloz como el relámpago que relumbra antes de haber podido pestañear.

Por lo tanto, los que no son totalmente conscientes de la desventaja de servirse de las armas no pueden ser totalmente conscientes de las ventajas de utilizarlas.

Los que utilizan los medios militares con pericia no activan a sus tropas dos veces, ni proporcionan alimentos en tres ocasiones, con un mismo objetivo.

Esto quiere decir que no se debe movilizar al pueblo más de una vez por campaña, y que inmediatamente después de alcanzar la victoria no se debe regresar al propio país para hacer una segunda movilización. Al principio esto significa proporcionar alimentos (para las propias tropas), pero después se quitan los alimentos al enemigo.

Si tomas los suministros de armas de tu propio país, pero quitas los alimentos al enemigo, puedes estar bien abastecido de armamento y de provisiones.

Cuando un país se empobrece a causa de las operaciones militares, se debe al transporte de provisiones desde un lugar distante. Si las transportas desde un lugar distante, el pueblo se empobrecerá.

Los que habitan cerca de donde está el ejército pueden vender sus cosechas a precios elevados, pero se acaba de este modo el bienestar de la mayoría de la población.

 

Cuando se transportan las provisiones muy lejos, la gente se arruina a causa del alto costo. En los mercados cercanos al ejército, los precios de las mercancías se aumentan. Por lo tanto, las largas campañas militares constituyen una lacra para el país.

Cuando se agotan los recursos, los impuestos se recaudan bajo presión. Cuando el poder y los recursos se han agotado, se arruina el propio país. Se priva al pueblo de gran parte de su presupuesto, mientras que los gastos del gobierno para armamentos se elevan.

Los habitantes constituyen la base de un país, los alimentos son la felicidad del pueblo. El príncipe debe respetar este hecho y ser sobrio y austero en sus gastos públicos.

En consecuencia, un general inteligente lucha por desproveer al enemigo de sus alimentos. Cada porción de alimentos tomados al enemigo equivale a veinte que te suministras a ti mismo.

Así pues, lo que arrasa al enemigo es la imprudencia y la motivación de los tuyos en asumir los beneficios de los adversarios.

Cuando recompenses a tus hombres con los beneficios que ostentaban los adversarios los harás luchar por propia iniciativa, y así podrás tomar el poder y la influencia que tenía el enemigo. Es por esto por lo que se dice que donde hay grandes recompensas hay hombres valientes.

Por consiguiente, en una batalla de carros, recompensa primero al que tome al menos diez carros.

Si recompensas a todo el mundo, no habrá suficiente para todos, así pues, ofrece una recompensa a un soldado para animar a todos los demás. Cambia sus colores (de los soldados enemigos hechos prisioneros), utilízalos mezclados con los tuyos. Trata bien a los soldados y préstales atención. Los soldados prisioneros deben ser bien tratados, para conseguir que en el futuro luchen para ti. A esto se llama vencer al adversario e incrementar por añadidura tus propias fuerzas.

Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas.

Así pues, lo más importante en una operación militar es la victoria y no la persistencia. Esta última no es beneficiosa. Un ejército es como el fuego: si no lo apagas, se consumirá por sí mismo.

Por lo tanto, sabemos que el que está a la cabeza del ejército está a cargo de las vidas de los habitantes y de la seguridad de la nación.

Capítulo 3

Sobre las proposiciones de la victoria y la derrota

Como regla general, es mejor conservar a un enemigo intacto que destruirlo. Capturar a sus soldados para conquistarlos y dominar a sus jefes.

Un General decía: «Practica las artes marciales, calcula la fuerza de tus adversarios, haz que pierdan su ánimo y dirección, de manera que aunque el ejército enemigo esté intacto sea inservible: esto es ganar sin violencia. Si destruyes al ejército enemigo y matas a sus generales, asaltas sus defensas disparando, reúnes a una muchedumbre y usurpas un territorio, todo esto es ganar por la fuerza».

Por esto, los que ganan todas las batallas no son realmente profesionales; los que consiguen que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores maestros del Arte de la Guerra.

Los guerreros superiores atacan mientras los enemigos están proyectando sus planes. Luego deshacen sus alianzas.

Por eso, un gran emperador decía: «El que lucha por la victoria frente a espadas desnudas no es un buen general». La peor táctica es atacar a una ciudad. Asediar, acorralar a una ciudad sólo se lleva a cabo como último recurso.

Emplea no menos de tres meses en preparar tus artefactos y otros tres para coordinar los recursos para tu asedio. Nunca se debe atacar por cólera y con prisas. Es aconsejable tomarse tiempo en la planificación y coordinación del plan.

Por lo tanto, un verdadero maestro de las artes marciales vence a otras fuerzas enemigas sin batalla, conquista otras ciudades sin asediarlas y destruye a otros ejércitos sin emplear mucho tiempo.

Un maestro experto en las artes marciales deshace los planes de los enemigos, estropea sus relaciones y alianzas, le corta los suministros o bloquea su camino, venciendo mediante estas tácticas sin necesidad de luchar.

Es imprescindible luchar contra todas las facciones enemigas para obtener una victoria completa, de manera que su ejército no quede acuartelado y el beneficio sea total. Esta es la ley del asedio estratégico.

La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la destrucción no se prolonga durante mucho tiempo, y en cada caso el enemigo es vencido por el empleo de la estrategia.

Así pues, la regla de la utilización de la fuerza es la siguiente: si tus fuerzas son diez veces superiores a las del adversario, rodéalo; si son cinco veces superiores, atácalo; si son dos veces superiores, divídelo.

Si tus fuerzas son iguales en número, lucha si te es posible. Si tus fuerzas son inferiores, mantente continuamente en guardia, pues el más pequeño fallo te acarrearía las peores consecuencias. Trata de mantenerte al abrigo y evita en lo posible un enfrentamiento abierto con él; la prudencia y la firmeza de un pequeño número de personas pueden llegar a cansar y a dominar incluso a numerosos ejércitos.

Este consejo se aplica en los casos en que todos los factores son equivalentes. Si tus fuerzas están en orden mientras que las suyas están inmersas en el caos, si tú y tus fuerzas están con ánimo y ellos desmoralizados, entonces, aunque sean más numerosos, puedes entrar en batalla. Si tus soldados, tus fuerzas, tu estrategia y tu valor son menores que las de tu adversario, entonces debes retirarte y buscar una salida.

En consecuencia, si el bando más pequeño es obstinado, cae prisionero del bando más grande.

Esto quiere decir que si un pequeño ejército no hace una valoración adecuada de su poder y se atreve a enemistarse con una gran potencia, por mucho que su defensa sea firme, inevitablemente se convertirá en conquistado. «Si no puedes ser fuerte, pero tampoco sabes ser débil, serás derrotado». Los generales son servidores del Pueblo. Cuando su servicio es completo, el Pueblo es fuerte. Cuando su servicio es defectuoso, el Pueblo es débil.

Así pues, existen tres maneras en las que un Príncipe lleva al ejército al desastre. Cuando un Príncipe, ignorando los hechos, ordena avanzar a sus ejércitos o retirarse cuando no deben hacerlo; a esto se le llama inmovilizar al ejército. Cuando un Príncipe ignora los asuntos militares, pero comparte en pie de igualdad el mando del ejército, los soldados acaban confusos. Cuando el Príncipe ignora cómo llevar a cabo las maniobras militares, pero comparte por igual su dirección, los soldados están vacilantes. Una vez que los ejércitos están confusos y vacilantes, empiezan los problemas procedentes de los adversarios. A esto se le llama perder la victoria por trastornar el aspecto militar.

Si intentas utilizar los métodos de un gobierno civil para dirigir una operación militar, la operación será confusa.

Triunfan aquellos que:

Saben cuándo luchar y cuándo no.

Saben discernir cuándo utilizar muchas o pocas tropas.

Tienen tropas cuyos rangos superiores e inferiores tienen el mismo objetivo.

Se enfrentan con preparativos a enemigos desprevenidos.

Tienen generales competentes y no limitados por sus gobiernos civiles.

Estas cinco son las maneras de conocer al futuro vencedor.

Hablar de que el Príncipe sea el que da las órdenes en todo es como si el General le solicitase permiso al Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea autorizado, ya no quedan sino cenizas.

Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.

Capítulo 4

Sobre la medida en la disposición de los medios

Antiguamente, los guerreros expertos se hacían a sí mismos invencibles en primer lugar y después aguardaban para descubrir la vulnerabilidad de sus adversarios.

Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; aguardar para descubrir la vulnerabilidad del adversario significa conocer a los demás.

La invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario.

Por esto, los guerreros expertos pueden ser invencibles, pero no pueden hacer que sus adversarios sean vulnerables.

Si los adversarios no tienen orden de batalla sobre el que informarse, ni negligencias o fallos de los que aprovecharse, ¿cómo puedes vencerlos aunque estén bien pertrechados? Por esto es por lo que se dice que la victoria puede ser percibida, pero no fabricada.

La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque.

Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden de batalla de los adversarios, oculta tu propia formación de ataque y prepárate para ser invencible, con la finalidad de preservarte. Cuando los adversarios tienen órdenes de batalla vulnerables, es el momento de salir a atacarlos.

La defensa es para tiempos de escasez, el ataque para tiempos de abundancia.

Los expertos en defensa se esconden en las profundidades de la tierra; los expertos en maniobras de ataque se esconden en las más elevadas alturas del cielo. De esta manera pueden protegerse y lograr la victoria total.

En situaciones de defensa, acalláis las voces y borráis las huellas, escondidos como fantasmas y espíritus bajo tierra, invisibles para todo el mundo. En situaciones de ataque, vuestro movimiento es rápido y vuestro grito fulgurante, veloz como el trueno y el relámpago, para los que no se puede uno preparar, aunque vengan del cielo.

Prever la victoria cuando cualquiera la puede conocer no constituye verdadera destreza. Todo el mundo elogia la victoria ganada en batalla, pero esa victoria no es realmente tan buena.

Todo el mundo elogia la victoria en la batalla, pero lo verdaderamente deseable es poder ver el mundo de lo sutil y darte cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz de alcanzar la victoria donde no existe forma.

No se requiere mucha fuerza para levantar un cabello, no es necesario tener una vista aguda para ver el sol y la luna, ni se necesita tener mucho oído para escuchar el retumbar del trueno.

Lo que todo el mundo conoce no se llama sabiduría; la victoria sobre los demás obtenida por medio de la batalla no se considera una buena victoria.

En la antigüedad, los que eran conocidos como buenos guerreros vencían cuando era fácil vencer.

Si sólo eres capaz de asegurar la victoria tras enfrentarte a un adversario en un conflicto armado, esa victoria es una dura victoria. Si eres capaz de ver lo sutil y de darte cuenta de lo oculto, irrumpiendo antes del orden de batalla, la victoria así obtenida es una victoria fácil.