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100 Clásicos de la Literatura

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Cedric hubiera querido saber los pormenores del designio que Ulrica anunciaba de un modo tan enfático y terrible; pero en aquel momento se oyó la formidable voz de Reginaldo "Frente de buey".

—¿Dónde diablos se oculta ese fraile? ¡Por mi vida, que no le valdrá ser fraile si viene a sembrar traición entre mis gentes!

—¡Qué buen profeta —dijo Ulrica— es una mala conciencia! No te detengas: sal como puedas de sus manos y vuelve a tus sajones. Que canten el himno de guerra, y que no tarden en venir a consumar el sacrificio.

Dijo, y se escapó por una puerta oculta, al mismo tiempo que "Frente de buey" entró en el aposento. Cedric, aunque con repugnancia, hizo una profunda reverencia al altanero Barón, a la cual respondió éste inclinando ligeramente la cabeza.

—Tus penitentes, padre, han hecho una larga confesión; y a fe que lo aciertan, puesto que es la última que han de hacer en su vida. ¿Están dispuestos a morir?

—Aguardan lo peor —dijo Cedric, explicándose en francés lo menos mal que podía—. Saben que estando en tus manos, no tienen que esperar misericordia.

—Conozco en tu acento —dijo "Frente de buey"— que eres sajón.

—Soy —dijo Cedric— del convento de San Witholdo de Burton.

—Mejor fuera y más me convendría que fueras normando —dijo el Barón—; pero la necesidad no tiene ley. Tu convento es un nido de pájaros dañinos; pero día llegará en que ni la capucha baste para proteger a la canalla sajona.

—¡Hágase la voluntad de Dios! —dijo Cedric temblando de cólera, aunque "Frente de buey" lo atribuyó a miedo.

—Ya se te figura —dijo el Barón— que ves entrar a mis alabarderos por las puertas del refectorio; pero si desempeñas el encargo que voy a darte, puedes estar seguro y dormir tan tranquilo en tu celda como el caracol en su concha.

—Manda lo que gustes —dijo Cedric comprimiendo su agitación.

—Sígueme —dijo el Barón— por este pasadizo, y saldrás del castillo por la poterna.

"Frente de buey" echó a andar delante de Cedric, instruyéndole al mismo tiempo en el encargo que intentaba confiarle.

—Ya ves, fraile —le decía—, esa bandada de marranos sajones que se han atrevido a presentarse delante de mis almenas; diles lo que has visto de las fuerzas de estos muros, y no creo que después de oírte se detengan mucho tiempo en tan inútil empresa. Toma este papel; pero antes de todo, ¿sabes leer?

—Nada, respetable señor —respondió Cedric.

—¡Mejor que mejor! Lleva este papel al castillo de Felipe de Malvoisin: dile que va de mi parte, que lo ha escrito Brian de Bois-Guilbert, y que le ruego que lo envíe a York, aunque sea reventando un caballo. Asegúrale al mismo tiempo que nos encontrará firmes detrás de nuestras almenas. ¿No sería una vergüenza que nos intimidara ese puñado de vagabundos, que tiemblan cuando ven tremolar mis pendones y oyen relinchar mis caballos? Mucho me alegraría de que, echando mano de algún artificio, los redujeses a permanecer enfrente del castillo hasta la venida de nuestras lanzas. Mi venganza está despierta y es como el halcón, que no duerme hasta tener lleno el buche.

—¡Por el santo de mi nombre —dijo Cedric con la energía propia de su carácter —y por todos los santos del calendario, que serán obedecidas vuestras órdenes! ¡Ni un sajón se ha de apartar de estas cercanías si yo puedo ejercer algún influjo en ellos!

—¡Hola! —dijo el Barón—. ¿Parece que mudas de tono y que hablas como quien no gusta mucho de esa gente? ¿No eres tú también del mismo ganado?

Cedric no era muy práctico en las artes del disimulo, y algo hubiera dado en aquel momento por tener a su disposición alguna de las ingeniosas ocurrencias de Wamba; pero la necesidad aguza el entendimiento, y para justificar su enojo echó mano del odio que debían de inspirar a todo religioso aquellos malsines descomulgados.

—Tienes razón —dijo "Frente de buey"—; lo mismo despachan a un padre prior que a un villano.

—¡Hombres desalmados! —dijo Cedric.

"Frente de buey" llegó a la poterna, y pasando el foso por una tabla llegó a una pequeña barbacana que comunicaba con el campo por medio de un portalón fuerte y bien defendido.

—Despáchate —dijo el Barón—; y si ejecutas bien mi encargo y vuelves aquí dentro de pocos días, hallarás la carne sajona más barata que la de jabalí en el mercado de Sheffield. Parece que eres hombre de buen humor. Déjame despachar a estos bellacos, y ven a verme después que te recompensaré largamente.

—¡Yo te prometo que hemos de vernos, y pronto! —dijo Cedric.

—Vaya eso por ahora —dijo "Frente de buey" poniendo a Cedric una pieza de oro en la mano. Abrió la poterna, y dejó salir al fingido fraile, diciéndole—¡Cuenta con cumplir la palabra que me ha dado!

—¡Licencia te doy para que me arranques el pellejo si cuando vuelva a verte no merezco algo más que el cumplimiento de tu amenaza!

Esto dijo Cedric echando a correr por el campo; y volviéndose de pronto hacia el castillo arrojó la moneda de oro a la puerta exclamando:

—¡Traidor, impío! ¡Satanás cargue contigo y con tu dinero!

"Frente de buey" oyó, aunque imperfectamente, estas últimas palabras y pareciéndole sospechosa la acción, gritó a los ballesteros de las almenas que disparasen algunas flechas al fraile. Arrepintióse Enseguida y revocó la orden, creyendo que el fraile no se atrevería a desobedecerle.

—En todo caso —dijo—, más vale tratar del rescate de estos berracos sajones. ¡Hola! ¿Dónde está Gil el carcelero? ¡Que traiga a mi presencia a Cedric y a Athelstane, o como se llame, que hasta los nombres de esa gente saben a tocino y ensucian los labios de un normando! ¡Quiero lavar los míos con vino, como dice el príncipe Juan! ¡Poned un jarro en la mesa de la armería, y conducid allí a los cautivos!

Los mandatos del Barón fueron inmediatamente obedecidos; y al entrar en aquel gótico aposento, de cuyos muros pendían los despojos ganados por el valor de su padre y por el suyo, vio el jarro de vino en la enorme mesa de madera de encina, y a los dos sajones que acababan de entrar custodiados por cuatro alabarderos. "Frente de buey" empezó por refrescarse el paladar con un buen trago, y Enseguida dirigió la palabra a los prisioneros. No echó de ver desde luego la transformación de Cedric en su bufón, porque éste se había calado hasta las cejas el gorro de su amo y porque la pieza estaba algo oscura. Además de que el Barón no había examinado nunca atentamente las facciones de Cedric, creyendo que se degradaría su dignidad si fijaba la vista en el rostro de un sajón; así es que al principio de la entrevista no concibió la menor sospecha de la fuga de su principal enemigo.

—¡Valientes paladines! —dijo "Frente de buey"—, ¿Qué tal os sienta el aire de este castillo? ¿Os acordáis de la insolencia y de la altanería con que os portasteis en el banquete de un príncipe de la Casa de Anjou? ¿Cuándo merecisteis vosotros sentaros a la mesa del príncipe Juan? ¡Por Dios y por San Dionisio, que si no estrujáis la bolsa hasta el último bezante, habéis de estar colgados por los pies a las rejas del castillo hasta que os hayan comido los cuervos! ¡Vamos, explicaos! ¿Cuánto dais por vuestro indigno pellejo? ¿Qué dices tú, viejo de Rotherwood?

—Yo no doy media blanca por mi persona —dijo Wamba—; y en cuanto a colgarme por los pies, has de saber que desde que me pusieron el primer capillo en la cabeza tengo, según dicen, trastornados los cascos, y puede ser que con la colgadura vuelvan a su sitio natural.

—¡Santa Genoveva! —exclamó "Frente de buey"—. ¿Quién es este que habla?

Y al decir esto quitó el gorro de Cedric de la cabeza de Wamba, y descubrió en el cuello la argolla de plata que indicaba su condición de siervo.

—¡Gil, Clemente, perros vasallos! —exclamó furioso el normando—. ¿Quién es éste que me habéis traído?

—Yo os lo diré —respondió Bracy, que entró a la sazón—. Este es el bufón de Cedric, que pegó tan terrible chasco a Isaac de York en el torneo.

—¡No importa! —respondió "Frente de buey"—. ¡Los dos, colgarán de la misma cuerda, a menos que Cedric y este marrano de Coningsburgh paguen cuanto se les ha dejado poseer hasta ahora! Y no solo esto, sino que han de quitarnos de enfrente ese enjambre de malvados, y han de firmar una renuncia formal de sus privilegios, obligándose a vivir desde hoy más como nuestros siervos y vasallos. Id— dijo a dos de los guardias que estaban a la puerta,— traedme al verdadero Cedric, y os perdono por esta vez vuestra equivocación: además, que no hay mucha diferencia entre un loco y un hidalgo sajón.

—Cierto es —respondió Wamba—; pero vuestra sabiduría ignora que han quedado más locos que hidalgos en el castillo.

—¿Qué dice ese majadero? —Dijo el Barón a los guardias, los cuales en sus miradas daban a entender que si aquel no era el verdadero Cedric, no había quedado otro en el aposento que le había servido de prisión.

—¿Qué quieres apostar —dijo Bracy— que Cedric ha tomado las de Villadiego con la túnica del fraile?

—¡Bestia de mí! —dijo "Frente de buey"—. ¡Yo mismo le abrí la poterna y le di libertad con mis manos! ¡Bien está, señor bufón! Tu locura ha podido más que la vigilancia de estos animales que me sirven; pero, una vez que te gusta el estado religioso; ¡yo te daré las órdenes sagradas y te pondré como nuevo! ¡Hola, arrancad a ese tunante el pellejo de la cabeza, y echadle de las almenas abajo! Tu oficio es chancear. ¿Tienes ganas de chancear ahora?

—Digo —respondió Wamba, sin que turbara su buen humor el aspecto de la muerte— digo que tus hechos valen más que tus palabras, pues en lugar de hacerme simple religioso me das el birrete encarnado, que es distintivo de cardenal.

—Ya veo —dijo Bracy— que quiere morir en su oficio. ¡Dejadle vivir, "Frente de buey"! Más vale que se venga conmigo y sirva de diversión a mis lanceros. ¿Qué dices a esto, bufón?

 

—Digo —respondió Wamba— que tengo una argolla al cuello, y que no puedo quitármela sin permiso de mi amo.

—La lima normanda —dijo "Frente de buey"— sabe romper las argollas sajonas.

—Y aun por eso —dijo Wamba— queremos tan sinceramente nosotros los sajones a vosotros los normandos. Vuestras sierras cortan nuestras encinas, vuestro yugo oprime nuestro cuello, vuestras cucharas agotan nuestro potaje. ¿Cuándo querrá Dios que salgamos de una vez de vuestras uñas?

—Bien haces, Bracy, en divertirte con los dislates de este necio cuando estamos amenazados por todas partes. ¿No ves que se han burlado de nosotros, y que nuestra proyectada comunicación con nuestros amigos ha sido frustrada por este mismo a quien quieres proteger? ¿Qué podemos aguardar, sino un ataque general pronto?

—Vamos, pues, a las murallas —dijo Bracy—. ¿Me has visto alguna vez detenerme cuando llega la ocasión de dar y recibir golpes? Venga también el templario, y que pelee por su vida como ha peleado antes por su Orden. Haz tú lo que puedas con tu gente, y yo os ayudaré en cuanto esté a mi alcance; y aseguro que tan fácilmente escalarán los sajones este castillo como las nubes. Si queremos tratar con los bandidos, ¿por qué no emplearemos la mediación de este buen hidalgo, que con tan devota atención está contemplando el jarro de vino? ¡Vamos, sajón —dijo a Athelstane presentándole una copa de vino—; refréscate el gaznate con este soberano licor, y dinos qué es lo que puedes hacer para conseguir tu libertad!

—Lo que un hombre puede hacer —respondió Athelstane—, con tal que no sea lo que pueda deshonrarle. Dejadme ir libre con mis compañeros, y pagaré un rescate de mil marcos.

—Y, además —dijo "Frente de buey"—, has de asegurarnos la retirada de esa vil canalla que asedia el castillo contra todas las leyes divinas y humanas.

—Haré cuanto pueda —repuso Athelstane—, y creo que lo conseguiré; además que Cedric me ayudará en la empresa.

—Estamos de acuerdo —dijo "Frente de buey"—; tú y los tuyos quedaréis en libertad, y habrá paz entre nosotros por esos mil marcos de plata. Esto es una friolera, sajón, y bien puedes agradecer la moderación de la demanda. Pero cuenta que el judío no entra en el trato.

—Ni la judía tampoco —dijo Brian de Bois-Guilbert—, que a la sazón entraba en el aposento.

—Ninguno de los dos —dijo "Frente de buey"— son de la comitiva de los dos sajones.

—Además —dijo Athelstane—, que yo sería indigno del nombre cristiano si tuviera roce alguno con un perro de esa secta.

—Ni tampoco —dijo el Barón— se incluye en el trato a ese bufón, a quien guardo en mi poder para que sirva de ejemplo a todos los que quieran usar de chanzas pesadas conmigo.

—Ni el rescate comprende tampoco a lady Rowena —dijo Bracy—, que es la parte que me toca en el botín, y no estoy de humor de dejarla ir tan fácilmente de entre las manos.

—Lady Rowena —dijo Athelstane con noble arrogancia— es la prometida esposa de Athelstane de Coningsburgh; y Athelstane de Coningsburgh antes se dejará tirar por cuatro caballos furiosos que salir de este castillo sin esta ilustre dama. El siervo Wamba ha salvado hoy la vida de Cedric, a quien miro como padre, y yo quiero perder la vida antes que se le toque a un cabello.

—¿Tu prometida esposa? ¿Lady Rowena esposa de un esclavo? —exclamó Bracy— ¡Sajón, tú has soñado que estás todavía en los tiempos de San Eduardo el confesor! Dígote, si no lo sabes, que los príncipes de la Casa de Anjou no dan esa clase de pupilas a hombres de tu alcurnia.

—Mi alcurnia, altivo normando —respondió Athelstane—, proviene de un manantial algo más puro y antiguo que la de un vagabundo francés que sólo vive vendiendo la sangre de los ladrones que se alistan bajo el trapo de su pendón. Reyes fueron mis antepasados, fuertes en campaña y sabios en consejo, y festejaban en sus salones a tantos centenares de magnates cuantos tú puedes contar derrotados lanceros en tu escuadrón: reyes cuyos nombres han sido encomiados por los poetas, cuyas leyes han sido conservadas por los doctos; reyes cuyos huesos fueron enterrados en medio de las oraciones de los santos, y sobre cuya tumba se han edificado monasterios.

—¡Bravo, Bracy! —dijo "Frente de buey", que veía con satisfacción el bochorno del aventurero—. ¡El sajón no se muerde la lengua!

—Justo es —dijo Bracy— que tenga la lengua suelta quien tiene los brazos atados. Diga lo que quiera: no por eso conseguirá la libertad de lady Rowena.

Athelstane, que acababa de pronunciar uno de los más largos discursos que habían salido de sus labios en toda su vida, no replicó a las nuevas injurias del normando; pero la conversación fue interrumpida por la llegada de un criado con el aviso de que un fraile estaba en la poterna y pedía entrada en el castillo.

—¡Por San Benito! —dijo "Frente de buey"—, ¿Tendremos aquí otro impostor, o un fraile real y verdadero? Registradle antes de abrirle la puerta; pero si introducís aquí otro disfrazado, juro por los cielos que he de mandar sacaros los ojos y que habéis de morir con la planta de los pies en un brasero encendido.

—Descargad sobre mí toda vuestra cólera —dijo Gil el carcelero— si éste no es un verdadero religioso. Vuestro escudero Jocelyn le conoce, y yo aseguro que es fray Ambrosio, lego asistente de Jorvaulx.

—Que entre al instante —dijo "Frente de buey"—, pues, sin duda, nos trae noticias interesantes. ¡El Diablo anda suelto estos días por todos estos alrededores! Llevaos estos prisioneros; y tú sajón piensa en lo dicho.

—Reclamo —dijo— un cautiverio honroso con la debida asistencia, cual corresponde a mi jerarquía y al que está tratando de su rescate. Además, requiero al mejor de entre vosotros que me responda, cuerpo a cuerpo y con las armas en la mano, por esta agresión contra mi libertad. Ya te he enviado este desafió por tu maestresala, y no he recibido respuesta. Aquí está mi guante.

—Yo no respondo —dijo Frente de buey— al desafío de un prisionero, ni tú debes aceptarle tampoco, Bracy. Gil, cuelga el guante de este sajón de una escarpia del castillo: allí quedará hasta que sea hombre libre. Si le pide antes o si quiere alegar que ha sido hecho prisionero villanamente o a traición, se las entenderá conmigo, que no soy hombre que se niega a pelear a pie ni a caballo, mucho menos con él, aunque traiga en pos a todos los vasallos sajones de sus Estados.

Los guardias se llevaron a los prisioneros, y al mismo tiempo entró fray Ambrosio, cuyo aspecto denotaba la mayor turbación.

—¡Este es el verdadero Pax vobiscum! —dijo Wamba al pasar junto al fraile—. Todos los demás han sido moneda falsa.

—¡Dios mío de mi alma! —dijo fray Ambrosio al verse en presencia de los dos normandos—. ¿Estoy al fin entre cristianos?

—Estás seguro —dijo Bracy—. Aquí tienes a Reginaldo Frente de buey que nada aborrece tanto como a un judío, y al caballero Brian de Bois-Guilbert, que tiene por oficio matar agarenos. Si éstas no son buenas señales, digo que no sé dónde las hallarás mejores.

—Ya veo que estoy entre amigos y aliados de nuestro reverendo padre Aymer, prior de Jorvaulx —dijo el fraile, sin hacer caso del tono burlón con que le había hablado Bracy. — Como tales, le debéis asistencia de caballeros y caridad de cristianos.

—Dejémonos de preámbulos —dijo "Frente de buey"—, y dinos lo que tengas que decir; y que sea pronto, porque no estamos ahora para perder el tiempo.

—¡María Santísima! —dijo fray Ambrosio—. ¡Cuán pronto se enciende la cólera en estos seglares! Sabed, pues, que unos bandidos desalmados, sin temor a Dios y sin respeto a nuestra religión...

—Fraile —dijo "Frente de buey"—, dinos en plata si el Prior está en manos de los bandoleros, o qué le ha sucedido.

—Seguramente —dijo fray Ambrosio—, está en manos de esos hombres de Belial que infestan los bosques de estas cercanías.

—¡Tú que no puedes, llévame a cuestas! —dijo Frente de buey, volviéndose a sus compañeros.—¡Conque en lugar de darnos socorro el Prior, nos lo pide! ¡Buenos estamos para sacar de apuros a su reverencia! Y en dos palabras: ¿qué es lo que el Prior quiere de nosotros?

—Con vuestro perdón —dijo fray Ambrosio—; habiendo sido impuestas manos violentas en mi reverendo prelado, y habiéndose atrevido esos hombres de Belial a despojarle de sus ropas y alhajas y de doscientos marcos de oro fino y puro, y exigido además mayor cantidad por su rescate, el reverendo padre espera que vosotros, como sus leales amigos, facilitéis esta suma o acudáis a libertarle con vuestras armas, según mejor os dicte vuestra prudencia.

—¿Quién ha dicho a tu amo —dijo Frente de buey— que un barón normando arroja la bolsa para rescatar a un fraile? ¿Y cómo podemos emplear nuestras armas en su defensa, cuando a cada instante estamos aguardando que nos asalten esos forajidos?

—De eso iba a hablar —dijo fray Ambrosio—; pero vuestra precipitación me ha cortado el hilo. Además, que soy viejo, y este lance me ha trastornado el sentido. Os diré, pues, que ya se acercan a vuestras murallas.

—¡A las almenas —dijo Bracy—, y veamos qué es toque intentan!

Y al decir esto abrió una ventana que daba a la fortaleza exterior, y llamó inmediatamente a sus dos compañeros:

—¡Por San Dionisio, que el anciano tiene razón! ¡Manteletes traen y paveses, y los flecheros que se divisan en el bosque forman una nube densa que amenaza borrasca!

Reginaldo "Frente de buey" miró también por la ventana, y Enseguida tocó la trompeta y mandó congregar toda su gente.

—Bracy —dijo—, cuida de la parte de Oriente. Noble Brian, tú entiendes el ataque y la defensa, y estarás mejor en la parte opuesta; yo tomo a mi cargo la barbacana. Pero no nos fijemos en un punto solo: acudamos adonde sea mayor la necesidad, y con nuestra presencia excitemos el valor de los nuestros dondequiera que sea más fuerte el ataque. Somos pocos; pero la actividad y el valor suplirán al número, puesto que los que atacan son villanos sin jefe y sin disciplina.

—Pero, nobles caballeros —exclamó fray Ambrosio en medio del alboroto y confusión que ocasionaban aquellos preparativos de defensa—, ¿no habrá ninguno entre vosotros que quiera oír el mensaje del reverendo padre Aymer, prior de Jorvaulx? ¡Oídme por Dios, noble sir Reginaldo!

—Dirigid vuestras plegarias al Cielo —repuso "Frente de buey",—que en la Tierra poco tiempo tenernos de escucharos. ¡Anselmo, pronto; aceite y pez hirviendo para bautizar a los primeros que se acerquen! ¡Que no pierdan tiro los ballesteros! ¡Enarbolad mi bandera sobre la puerta! ¡Pronto sabrán esos infames que tienen que habérselas conmigo!

—¡Pero, noble señor —continuó el fraile, perseverando en su intento de que le prestasen atención—, considerad mi voto de obediencia, y que a la hora ésta no he desempeñado el encargo de mi superior!

—¡Dejadme en paz —dijo "Frente de buey"—, y retiraos cuanto antes!

El templario había estado observando los movimientos de los sitiadores con alguna más atención que sus insensatos compañeros.

—¡Por la Orden que profeso —dijo—, que estos hombres se acercan con más disciplina que yo aguardaba! Mirad cómo saben aprovechar las desigualdades del terreno y ponerse a cubierto de los tiros de las ballestas. No distingo bandera ni pendón, y, sin embargo, apuesto mi cadena de oro a que los dirige algún noble caballero u otro guerrero diestro en esta clase de ataques.

—Si no me engaño —dijo Bracy—, se columbra entre la turba un crestón de caballero y el resplandor de una armadura. ¡No veis a un hombre alto y con armas negras, que parece ocupado en distribuir la gente y arreglarla? ¡Por San Dionisio, que es el Negro Ocioso, que echó al suelo a "Frente de buey" en el torneo de Ashby!

—¡Tanto mejor —dijo el Barón— pues viene a que le dé el desquite! Algún pájaro de cuenta debe de ser, puesto que no se atrevió a reclamar el premio que logró por acaso. ¡Parece que no es hombre que guste de acompañarse con gente de calidad, y por Dios que me alegro de verle entre tan miserables combatientes!

Las demostraciones de inmediato ataque que por todas partes hacía el enemigo obligaron a los caballeros a poner término a la conversación.

Cada uno de ellos acudió al puesto que se le había designado a la cabeza de las fuerzas de que podían disponer; y aún que éstas no bastaban para la defensa de la fortificación, los caudillos aguardaron con serenidad el asalto que les amenazaba.

 

XXII

Ya habrán adivinado los más discretos que cuando el caballero de Ivanhoe cayó desmayado a los pies de lady Rowena y parecía abandonado de todo el mundo, obtuvo socorro y asistencia de la hermosa judía Rebeca.

Ivanhoe fue llevado por orden suya a la casa que Isaac había tomado a las puertas de Ashby, y ella misma examinó y curó las heridas del caballero.

Tomó la bebida que le administró, y como era narcótica y calmante le proporcionó una noche tranquila y sueños agradables. A la mañana siguiente, Rebeca le encontró libre de todo síntoma de calentura y capaz de soportar las fatigas del viaje.

Ivanhoe fue colocado en la misma litera en que salió del torneo, y no se omitió ninguna de las precauciones necesarias a su comodidad. Lo único que no pudieron conseguir las instancias de Rebeca fue que se caminara despacio, como lo juzgaba indispensable para la conveniencia del herido; porque Isaac, semejante al viajero rico de que habla Juvenal en su sátira décima, temía siempre ver aparecer una cuadrilla de salteadores, sabiendo que tanto los nobles normandos como los bandidos sajones tendrían la mayor satisfacción en despojarle. Por tanto caminó a paso acelerado, haciendo cortas paradas y más cortas comidas, de modo que se adelantó a Cedric y Athelstane, que habían salido muchas horas antes que él, pero que se habían detenido largo tiempo a la mesa del abad de San Whitoldo. Sin embargo, gracias a la eficaz virtud del bálsamo de Miriam y a la robusta constitución de Ivanhoe, no tuvo de aquella precipitada marcha las malas consecuencias que Rebeca auguraba.

Con todo, desde otro punto vista, la prisa de Isaac las produjo fatales, porque de resultas de ella se suscitaron grandes disensiones entre él y los hombres que había tomado para que le sirviesen de escolta. Eran sajones y no estaban exentos de la afición a los pecados que los normandos les echaban en cara: pereza y glotonería. Habían aceptado la proposición del judío con la esperanza de que éste haría una opípara provisión para la marcha; mas la precipitación de ésta frustró todas sus esperanzas. También se quejaban del daño que sufrían los caballos, que iban siempre al trote y que sólo descansaban algunos minutos; por último, la cantidad de vino y de cerveza que había de consumirse en cada comida fue otro gran motivo de reconvenciones y disputas entre Isaac y su escolta. De todo esto resultó que cuando llegó la hora del peligro y sobrevino a Isaac la calamidad que con tanta razón temía, se vio abandonado por aquellos en cuya defensa confiaba, porque nada había hecho para granjearse su afecto.

Así fue como Cedric y los suyos encontraron al judío, a su hija y al herido, y así fue como todos ellos cayeron en manos de Bracy y de sus confederados. Al principio nadie hizo alto en la litera, y quizás nadie hubiera sabido lo que contenía, si no fuera porque Bracy quiso examinarla, creyendo que iba dentro lady Rowena, la cual no se había alzado el velo que la cubría. No fue poca la admiración del aventurero cuando descubrió un herido, el cual, creyéndose en manos de bandidos sajones que conocían y respetaban su nombre, confesó francamente ser Wilfrido de Ivanhoe.

Las ideas del honor caballeresco, que no habían abandonado enteramente a Bracy a pesar de su maldad y ligereza, no le permitieron vender 'a un hombre herido e indefenso, porque sabía que Frente de buey no tendría el menor escrúpulo en dar muerte inmediatamente al que iba a disputarle el feudo de Ivanhoe. Por otra parte, dar libertad a un rival favorecido por lady Rowena, como los denotaba lo ocurrido en el torneo, y como lo aseguraba la voz pública, que atribuía a estos amores el destierro de Wilfrido de la casa paterna, era un esfuerzo demasiado superior a la generosidad del normando. Adoptó en estas circunstancias un término medio entre los dos que se le ofrecían, y fue mandar a dos de sus escuderos que no se apartasen de la litera ni permitieran que nadie se acercase a ella. Si alguien preguntaba quién iba dentro de la litera, debían responder que era un escudero de Bracy que había sido herido en el primer encuentro. Al llegar al castillo, mientras "Frente de buey" y el Templario se ocupaban en llevar adelante sus planes, el uno contra la bolsa del hebreo y el otro contra su hija, los escuderos llevaron a Ivanhoe, continuando la ficción de hacerlo aparecer cono uno de sus compañeros, a un aposento distante. Y está misma explicación dieron a "Frente de buey" cuando éste les preguntó por qué no acudían a la defensa de las murallas.

—¡Un compañero herido! —exclamó furioso el Barón— ¡No es extraño que los villanos y los bandidos asedien los castillos de los nobles y que los bufones y los porquerizos los desafíen, puesto que los lanceros de Bracy se están a la cabecera de un enfermo mientras estamos aguardando de un momento a otro que nos asalten! ¡A las almenas, cobardes, a las almenas, si no queréis que convierta vuestros huesos en astillas!

Los escuderos respondieron que de buena gana acudirían a la defensa de la fortaleza, con tal que los relevasen del encargo que su amo les había dado de cuidar aquel moribundo.

—¿Moribundo nada menos? —dijo el Barón—. ¡Yo os aseguro que todos nos veríamos en la misma situación si nos estuviéramos aquí mano sobre mano! Yo pondré una persona que cuide del enfermo ¡Urfrida, vieja de los Infiernos, ven acá con tus huesos, asiste a este hombre, ya que hemos de tener este nuevo engorro en medio de tantos embarazos! ¡Y vosotros, escuderos, aquí tenéis ballestas y bodoques! ¡A la barbacana, y que no quede sajón con vida!

Los escuderos, que, como todos los partidarios de Bracy, no gustaban de la inacción, sino de la vida guerrera y de las empresas aventuradas a que estaban acostumbrados, se dirigieron alegremente al punto que les había señalado Frente de buey. Ivanhoe quedó confiado a Urfrida; mas ésta, que sólo pensaba en llevar a cabo sus proyectos de venganza, dejó al enfermo en manos de Rebeca.

XXIII

Los momentos de peligro suelen ser también momentos de franqueza, en que el cariño se muestra sin disfraz: la agitación general de los sentimientos rompe los lazos del disimulo ' descubre lo que la prudencia oculta en tiempos más tranquilos. Al hallarse de nuevo junto a Ivanhoe, Rebeca observó con extrañeza el placer que experimentaba en medio de tantas escenas de males y peligros. Cuando le tomó el pulso y le preguntó por su salud, sus movimientos y palabras indicaban un interés mucho más vivo que el que ella hubiera querido manifestar abiertamente. Sintióse agitada por un temblor extraordinario.

—¿Eres tú, hermosa doncella? —le dijo indiferente Ivanhoe. Esta pregunta la hizo volver en sí recordándole que el sentimiento que abrigaba en su corazón no podía ni debía ser correspondido.

Escapósele un suspiro en que Ivanhoe no hizo alto, y las preguntas que le dirigió acerca de su salud fueron hechas en el tono de la amistad. Ivanhoe le respondió en pocas palabras que su salud se hallaba lo menos mal que podía hallarse en aquellas circunstancias.

—Y eso —añadió— gracias a tu habilidad, querida Rebeca.

—Me llama querida —se decía a sí misma Rebeca—; ¡pero con cuanto desdén y con cuánta indiferencia! ¡Su caballo y sus podencos son más preciosos a sus ojos que la pobre y humillada judía!

—Mi espíritu —continuó Ivanhoe— está más enfermo de ansiedad que mi cuerpo de la dolencia que le aqueja. Por lo que he oído a esos hombres que me han custodiado hasta ahora, he venido en conocimiento de que estoy privado de libertad; y, si no me engaña la voz áspera y terrible que los ha echado de aquí, mi prisión es el castillo de "Frente de buey". Si es así, ¿cómo acabará todo esto y cómo podré proteger a lady Rowena y a mi padre?