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100 Clásicos de la Literatura

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Así, aunque tu propósito no te evite, por el hecho mismo de su grandeza, barrer una vez más tu cuarto al amanecer, o sembrar ese puñado de cebada después de tantos otros, o rehacer tal gesto de trabajo, o instruir a tu hijo con una palabra más o con una plegaria -lo mismo que el conocimiento del velero debe hacerte querer y no desdeñar tus tablas y tus clavos-, así te deseo, sabedor de que no se trata ni de tu comida, ni de tu plegaria, ni de tu labor, ni de tu niño, ni de tu fiesta entre los tuyos, ni del objeto con el cual honras tu casa; pues no son sino condición, vía y pasaje. Sabiendo que, al advertírtelo, lejos de despreciarlos te haré honrar mejor los unos y los otros, lo mismo que el camino y sus desvíos, y el olor de sus rosales silvestres y de sus surcos y de sus pendientes en el perfil de las colinas, serán para ti más queridos y los conocerás mejor si él es, no meandro estéril donde te fastidias, sino ruta hacia el mar.

Y no te permito decir: ¿de qué me sirven ese barrido, ese fardo que arrastrar, ese niño que nutrir, ese libro por conocer? Pues si está bien que te duermas y, a la manera del centinela sueñes con la sopa y no con el imperio, es bueno que estés alerta para la visita, la cual no se anuncia, pero te aclara por un instante el ojo y la oreja, y cambia tu barrido triste en servicio de un culto que no puede ser contenido en palabras.

Así, cada latido de tu corazón, cada sufrimiento, cada deseo, cada melancolía del atardecer, cada comida, cada esfuerzo de trabajo, cada sonrisa, cada laxitud en el hilo de los días, cada despertar, cada dulzura de adormecerte, tienen el sentido del dios que se ata a través de ellos.

Nada hallaréis si os cambiáis en sedentarios, creyendo ser provisión hecha, vosotros mismos, entre las provisiones. Pues no hay provisiones, y quien deja de crecer, muere.

193

Porque te arruina tu igualdad. Dices: «Que se comparta esta perla entre todos. Cada uno de los buceadores pudo hallarla».

Y el mar no es más maravilloso, fuente de alegría y milagro del destino. Y la zambullida de tal o cual no es ya ceremonial de un milagro y maravillosa como una aventura de leyenda, por causa de la perla negra hallada el otro año por algún otro.

Pues lo mismo que te deseo economizando todo el año y reduciéndote y privándote a fin de apartar para la fiesta única cuyo sentido no reside en el estado de fiesta, porque la fiesta es sólo un segundo -la fiesta es nacimiento, victoria, visita de un príncipe-, mas en la que el sentido es perfumar todo el año con el gusto del deseo y del recuerdo de la recompensa, pues el camino es bello cuando va al mar. Y preparas el nido con vistas al nacimiento que no es esencia del nido. Y penas en el combate con vistas a una victoria que no es ausencia del combate. Y preparas durante todo el año tu casa para el príncipe. Por esto mismo te deseo que no iguales al uno con el otro en nombre de una vana justicia, pues nunca igualarás al que es viejo con el que es joven, y tu igualdad será siempre trivial. Y tu partición de la perla no dará nada a ninguno. Te deseo despojándote de tu pequeña parte para que quien halló la perla entera, regrese a su casa radiante con su sonrisa y, pues su mujer le interroga, diciendo: «¡adivina!», y dejando ver su puño cerrado, porque quiere molestar la curiosidad y regocijarte en sí de la dicha que tiene el poder de desparramar tan sólo con abrir los dedos…

Y todos se enriquecen. Pues es prueba que la exploración del mar es otra cosa que una simple labor de miseria. Así, los recitados de amor, que te cantan mis narradores, te enseñan el gusto del amor. Y la belleza que celebran embellece a todas las mujeres. Pues si hay una que vale que se muera por la dulzura de su captura, es por el amor por el que vale morir a través de ella; y toda mujer está como encantada y embellecida, pues cada una, acaso, oculta en su secreto el tesoro particular de una perla maravillosa, como el mar.

Y no te aproximas ya a ellas sin que te lata un poco más el corazón, como a los buceadores del golfo de coral, cuando desposan el mar.

Eres injusto con los días ordinarios cuando preparas la fiesta; pero la fiesta por venir embalsamará los días ordinarios, y eres más rico porque ella lo es. Eres injusto contigo mismo si no compartes de la perla del vecino; pero la perla que le toca en suerte iluminará tus zambullidas futuras, lo mismo que la fuente de la que te hablaba, la cual corre en el corazón del oasis lejano, encanta el desierto.

¡Ah! Tu justicia exige que los días se asemejen a los días y que los hombres se asemejen a los hombres. Si tu mujer grita, puedes repudiarla para elegir otra que no grite. Pues eres armario de regalos y no has recibido el tuyo. Mas yo deseo perpetuar el amor. Hay amor únicamente donde la elección es irrevocable, porque importa estar limitado para realizarse. Y el placer de la emboscada y de la caza y de la captura es distinto al del amor. Porque tu significación, entonces, es cazar. De la mujer, ser objeto de tu captura. Por esto una vez capturada, ya no sirve, pues ha servido. ¿Qué importa al poeta el poema escrito? Su significación es crear más lejos. Pero si he cerrado la puerta tras la pareja de tu casa, es preciso que vayas un poco más lejos. Tu significación es ser esposo. Y el de la mujer, esposa. Lleno la palabra con un sentido más denso y dices «mi esposa…» con la seriedad en el corazón. Pero descubres otras alegrías. Y otros sufrimientos, por cierto. Mas son condición de tus alegrías. Puedes morir por ésa, porque ella te pertenece como tú le perteneces. No mueres por tu captura. Y tu fidelidad es fidelidad de creyente y no de cazador fatigado. La cual fidelidad es otra, y desparrama el tedio, no la luz.

Y ciertamente hay buceadores que no encontrarán la perla. Hay hombres que hallarán sólo amargura en el lecho que escojan. Pero la miseria de los primeros es condición de la radiación del mar. La cual vale para todos y también para los que nada han hallado. Y la miseria de los segundos es condición del esplendor del amor, el cual vale para todos, y también para los que son desdichados. Pues el deseo, el pesar, la melancolía por causa del amor, valen más que la paz de un ganado al que el amor es extranjero. Lo mismo que, en el fondo del desierto donde penas por la sed y las zarzas, prefieres el pesar al olvido de las fuentes.

Pues ése es el misterio que me ha sido permitido entender. Lo mismo que fundas aquello de lo cual te ocupas, que luchas por él o contra de él -y es porque combates mal si combates por simple odio del dios de tu enemigo y precisas, para aceptar la muerte, combatir primero por el amor del tuyo-, lo mismo estás iluminado, amamantado y aumentado por eso mismo que lamentas, deseas o lloras, tanto como por tu captura. Y la madre de rostro arrugado en quien el duelo, tomando su sentido, se hace sonrisa, vive del recuerdo del niño muerto.

Si arruino las condiciones del amor autorizándote a no sufrir, ¿qué te habré dado? Un desierto sin fuente ¿es más dulce a los que han perdido la pista y mueren de sed?

Yo digo que la fuente si ha sido cantada y bien construida en tu corazón, te vierte, cuando te ves maridado con la arena y pronto a desvestirte de tu corteza, un agua tranquila que no es de las cosas sino del sentido de las cosas; y podría aún lograr que sonrieras diciéndote la dulzura del canto de las fuentes.

¿Cómo dejarías de seguirme? Soy tu significación. Con un pesar encanto tu arena. Te abro al amor. Con un perfume hago un imperio.

194

Quiero abrirte los ojos pues te equivocas sobre el ceremonial. Lo crees arreglo gratuito o adorno suplementario. A aquél que siente el amor lo juzgas dañado por las reglas como si provinieran de un dios un poco fantástico y que no las editaría a lo mejor, sino para favorecerte aquí cercenando allá, como si se tratara de una vida eterna que exigiera amputar en el sentimiento, mientras las reglas te hacen ser éste o aquél y te fundan al mismo tiempo que te dañan; porque encuentras esos límites cuando eres, y el árbol está dibujado según las líneas de fuerza de su semilla. Pero te lo he dicho de la imagen cuando es bella. Es punto de vista y gusto de las cosas. Y de tal punto de vista piensas de otra manera acerca de la comida, del reposo, de la plegaria, del juego y del amor. No conozco compartimiento pues no eres suma de pedazos, sino uno que domina, y no divisible. Y de ese rostro de piedra que ha esculpido mi escultor, si cambio la nariz, preciso también cambiar la oreja o, más exactamente, he cambiado todo su poder y la acción también de la oreja. Así pues, si te impongo una vez al año prosternarte de faz al desierto para honrar al oasis cantante que oculta en sus pliegues, volverás a hallar su misterio en la mujer, o en el trabajo o en la casa. Así, al darte un cielo de estrellas, he cambiado tus relaciones con el esclavo, con el rey, con el muerto. Eres raíz madre del follaje y, si te cambio en la raíz, cambio el follaje. Y no he visto que los hombres se transformaran por los argumentos de los lógicos, ni los he visto convertirse hondamente bajo el énfasis de un profeta bizco. Mas, al haberme dirigido a ellos en la esencia, por el juego de un ceremonial, los he abierto a mi luz.

Reclamas el amor contra las reglas que lo prohíben. Y esas reglas han fundado el amor. Y la melancolía de no sentir el amor, la cual debes a las reglas, es ya amor.

El deseo del amor es el amor. Porque no sabrías desear lo que no has concebido todavía. Y donde los hermanos no se quieren, por error de la estructura o la costumbre, que dan un sentido al papel de hermano (¿y cómo amarías a causa de una simple promiscuidad en la mesa?) nunca observé que nadie lamentara no amar mejor a su hermano. Lamentas el amor concebido y la mujer que se marcha, mas ninguna pasajera indiferente te incita a decir con desesperación: «Sería dichoso si la amara…».

 

Cuando lloras el amor es que ha nacido el amor. Y, por cierto, las reglas te hacen ver, si fundan el amor, que lloras al amor y crees que el amor podrá exaltarte fuera de las reglas, mientras que simplemente, fundando el amor, te ofrecen sus alegrías y sus suplicios; lo mismo que la existencia de una fuente en el palmar te hace cruel la arena árida y que, ciertamente, la esencia de la fuente es hermana para ti de la existencia de las fuentes. Pues no lloras lo que no sabes concebir. Construyendo fuentes construyo también su ausencia. Y ofreciéndote diamantes fundo la pobreza en diamantes. Y la perla negra de los mares, recolectada una vez al año, funda tus zambullidas inútiles. Y el don de la perla negra te parece violación, y rapto e injusticia, y destruyes su poder al dividirla. Mientras que solamente necesitabas comprender; pues eres más rico de lo que ella sea, aun para otros que con el vacío uniforme de los mares.

Ellos fundaron su miseria al desear la igualdad del pesebre en su establo. Y que se los sirva. Y si en ellos honras la multitud, fundas la multitud en ello. Pero si en cada uno honras al hombre, fundas al hombre, y helos ahí en la senda de los dioses.

Me atormenta que hayan derrumbado su verdad al negarse a la evidencia, lo cual es que la condición del nacimiento del navío, el mar, dañe al navío, y que la condición del amor dañe al amor y que la condición de tu ascensión dañe tu ascensión. Porque no hay ascensión sin peso.

Pero dicen aquéllos: «¡Se ha dañado nuestra ascensión!…». Te destruyen sus trabas, y su espacio ya no tiene pendientes. Y los verás baraúnda de feria, después de haber arruinado el palacio de mi padre donde todos los pasos tenían un sentido.

Por eso los oyes interrogarse sobre los alimentos espirituales que es conveniente proporcionar a los hombres para vivificar su espíritu y ennoblecer su corazón. Te han distribuido los hombres a granel, los alimentaron en el pesebre, o los transformaron en ganado sedentario, y, como actuaron ya por amor del hombre, para liberarlo en su nobleza y su claridad y su grandeza, ahora les es preciso horrorizarse de que se espesen el espíritu y el corazón. Pero ¿qué harán con tu baraúnda? Les cantarán cantos de galeras para conmoverlos, despertarán en ellos tenues fantasmas que olvidaron las galeras, pero inclinan aún vagamente el hombro por temor a los golpes. Así vagamente, transportas a ellos las palabras del poema. Pero su poder disminuirá. Pronto escucharán el canto de las galeras sin sentir los olvidados golpes, y la paz del establo no será ya turbada porque vaciaste al mar de su poder. Te asaltará entonces frente a los que rumiarán su pienso, la angustia por el sentido de la vida y el misterio de las exaltaciones del espíritu, el cual estará muerto. Y buscarás tu objeto perdido como si fuese objeto entre otros. E inventarás algún canto del alimento, que se desgañite repitiendo: «Yo como…», sin agregar nada al gusto del pan. Sin comprender que no se trata de un objeto que distinguir entre otros objetos, ni que celebrar entre otros, porque no se oculta en ningún lugar del árbol la esencia del árbol, y quien quiera pintar esencia, nada pintará.

No es sorprendente que te agotes buscando una cultura sedentaria, porque no la hay.

«Hacer don de la cultura -decía mi padre- es donar la sed. Lo demás vendrá solo». Pero tú abasteces con brebaje de confección vientres ahítos.

El amor es atracción hacia el amor. Así la cultura. Reside en la sed misma. Pero ¿cómo cultivar la sed?

Tú reclamas sólo las condiciones de tu permanencia. El que fundó el alcohol reclama el alcohol. No que el alcohol le sea provechoso, porque lo mata. El que fundó tu civilización reclama tu civilización. Sólo hay instinto de la permanencia. Ese instinto domina el instinto de vivir.

Porque he visto a muchos que preferían la muerte a la vida fuera de su pueblo. Y lo has visto aun con las gacelas o los pájaros, los cuales, si los capturas, se dejan morir.

Y si te arrancan tu mujer, tus hijos, tus costumbres y te apagan en el mundo la luz de la cual vivías -porque irradia hasta el hueco de un monasterio-, puede que entonces mueras.

Si entonces quiero salvarte de la muerte basta con que te invente un imperio espiritual donde tu amada está como en reserva para acogerte. Entonces sigues viviendo porque tu paciencia es infinita. La casa de la cual eres te sirve en tu desierto, aunque lejana. La amada te sirve aun lejana y dormida.

Pero no soportas que un nudo se suelte, y disperse sus objetos a granel. Y mueres y tus dioses mueren. Porque de ellos vives. Y sólo de aquello de que puedes morir puedes vivir.

Si te despierto a algún sentimiento patético lo transportarás de generación en generación. Enseñarás a tus hijos a leer ese rostro a través de las cosas, como el dominio a través de los materiales del dominio, que es único en amar.

Porque tú no morirás por los materiales. Ellos se deben no a ti, pues eres sólo senda y pasaje, sino al dominio. Y tú se los sometes. Pero si un dominio se ha transmutado, entonces morirás para salvar su integridad.

Morirás por el sentido del libro, no por la tinta ni el papel.

Porque eres nudo de relaciones y tu identidad no reposa en este rostro, esta carne, esta propiedad, esta sonrisa, sino en tal construcción que, a través de ti se construyó, sino en tal rostro aparecido que es tuyo y te funda. Su unidad se anuda a través de ti; pero en cambio tú eres suyo.

Puedes difícilmente hablar de eso: no hay palabras para transportarlo a otro. Así con tu amada. Si me dices su nombre, esas sílabas no tienen el poder de transportar a mí el amor. Es preciso mostrármela. Lo que es del imperio de los actos. No de las palabras.

Pero conoces el cedro. Y si te digo «cedro», transporto a ti su majestad. Porque se te ha despertado al cedro, el cual está más allá del tronco, de las ramas, de las raíces y del follaje.

No conozco otro medio para fundar el amor que hacerte sacrificar al amor. Pero ellos reciben su pienso en su litera, ¿cuáles son sus dioses?

Tú pretendes aumentarlos al cebarlos con presentes, pero mueren. Sólo puedes vivir de lo que transformas, y de lo cual mueres un poco cada día, puesto que en ello te cambias.

Lo saben bien mis viejas que se gastan los ojos en el manejo de agujas. Les dices que salven sus ojos. Y sus ojos ya no les sirven. Has arruinado su trueque.

Pero ¿con qué truecan ellos, los que pretendes saciar?

Puedes fundar la sed de la posesión, pero la posesión no es cambio. Puedes fundar la sed del apilamiento de telas bordadas. Pero fundas tan sólo el alma del depósito. ¿Cómo fundarás la sed de gastar los ojos en el manejo de agujas? Porque sólo ésa es sed de vida verdadera.

Yo, en el silencio de mi amor, observé bien a mis jardineros y a mis hilanderas de lana. Noté que se les daba poco y se les pedía mucho.

Como si reposase sobre ellos, o en ellas, la suerte del mundo.

Quiero a cada centinela responsable de todo el imperio. Y a aquél, igualmente, por las orugas, en el umbral del jardín.

Y aquélla que cose con oro la casulla vierte acaso una tenue luz, pero florece a su Dios; y un Dios más florido que en la víspera fulge a su vez sobre ella.

No sé qué significa educar al hombre si no se trata de enseñarle a leer los rostros a través de las cosas. Yo perpetúo los dioses. Así con el placer del ajedrez. Lo salvo al salvar las reglas; pero tú quieres proporcionarles esclavos que les ganen las partidas de ajedrez.

Quieres obsequiar cartas de amor, porque observaste que algunos lloraban si no las recibían, y te sorprende no arrancarles lágrimas.

No basta dar. Es preciso construir a quien recibe. Para el placer del ajedrez hubiese sido preciso construir al jugador. Para el amor hubiese sido preciso construir la sed de amor. Así, en primer lugar el altar para recibir el dios. Yo construí el imperio en el corazón de mis centinelas obligándolos a andar los cien pasos sobre las murallas.

195

Un poema perfecto que residiese en los actos y que exigiese todo de ti mismo, hasta tus músculos. Tal es mi ceremonial.

Tenues ecos, esbozos de movimiento, que anudo a ti con las palabras dotadas de poder. Invento el juego de las galeras. Tú quieres participar e inclinar un poco los hombros.

Pero las reglas, pero los ritos, pero las obligaciones, y la construcción del templo, pero el ceremonial de los días, ciertamente he ahí otra acción.

La escritura ha sido convertirte a ellos haciendo que te conocieses poco así transformado, y esperar.

Y ciertamente, así como puedes leerme distraído y no sentir, puedes experimentar el ceremonial sin crecer. Y tu avaricia puede morar cómodamente en la generosidad del ritual.

Pero no pretendo regirte en cada hora, así como no pretendo que mi centinela sea ferviente cada hora al imperio. Me basta con que uno, entre otros, lo sea. Y aquél, no pretendo que sea ferviente en cada instante, sino que, si sueña comúnmente con la hora de la sopa, le aparezcan, como relámpagos, las iluminaciones del centinela; pues sé demasiado bien que el espíritu duerme y no sabe ver en lo permanente, si no esa luz quemaría los ojos; pero el mar tiene sentido de la perla negra hallada antaño, el año sentido de la fiesta única, y la vida sentido de la realización en la muerte.

Y me importa poco que mi ceremonial adquiera un sentido bastardo en los bastardos de corazón. Yo observé, en el curso de mis conquistas, las tribus negras y al brujo que las conoce, por apetito sórdido, abonar con sus presentes algún garrote de madera pintada de verde.

¡Qué me importa que el brujo menosprecie su misión! El pulgar del escultor crea la vida.

196

Aquél exige reconocimiento: hizo por ellos esto o lo otro… pero no hay tampoco don cosechado y provisión hecha. Tu don es circulación de uno a otro. Si no das más, nada diste. Me dirás: «Fui meritorio ayer y conservo el beneficio». Y contestaré: «¡No! Habrías muerto con ese mérito si hubieses muerto ayer, ciertamente; pero no has muerto ayer. Sólo cuenta en qué te has transmutado a la hora de la muerte. Del generoso que ayer eras, extrajiste de ti este mezquino de hoy. El que muera será mezquindad».

Eres raíz de un árbol que vive de ti. Estás ligado al árbol. Se ha tornado tu deber. Pero la raíz dice: «¡Demasiada savia expedí!». El árbol entonces muere. ¿Puede jactarse la raíz de merecer el reconocimiento del muerto?

Si el centinela se cansa de vigilar el horizonte y se duerme, la ciudad muere. No hay provisión de rondas ya cumplidas. No hay provisión de latidos reservados por tu corazón en algún lugar. Hasta tu granero no es provisión. Es escala. Y labras la tierra al mismo tiempo que la saqueas. Pero en todo te equivocas. Te imaginas descansar de la creación por el acopio de objetos creados en el museo. Apilas allí hasta a tu pueblo. Pero no hay objetos. Hay sentidos diversos de ese mismo objeto en distintas lenguas. No es una misma la piedra negra para el pescador, la cortesana o el mercader. El diamante vale cuando lo extraes, cuando lo vendes, cuando lo das, cuando lo pierdes, cuando lo encuentras, cuando adorna una frente para una fiesta. Nada sé del diamante común. El diamante de todos los días no es más que guijarro vacío. Y bien lo saben las que lo tienen. Ellas lo encierran en el más secreto cofre para que duerma. No lo sacan sino el día del cumpleaños del rey. Entonces se torna movimiento de orgullo. Ellas lo recibieron en la noche de la boda. Era movimiento de amor. Una vez fue milagro para quien rompió su ganga.

Las flores valen para los ojos. Pero las más hermosas son aquéllas con las cuales florecí el mar para honrar a los muertos. Y nadie las contemplará nunca.

Aquél habla en nombre de su pasado. Me dice: «Soy el que…». Acepto pues honrarlo a condición de que esté muerto. Pero, del único verdadero geómetra, mi amigo, nunca escuché que se vanagloriase de sus triángulos. Era servidor de triángulos y jardinero de un jardín de signos. Una noche en que le decía: «Estás orgulloso de tu trabajo, diste mucho a los hombres…». Se calló primeramente, luego me contestó:

—No se trata de dar, desprecio a quien da o recibe. ¡Cómo veneraría el insaciable apetito del príncipe que reivindica los presentes! Igual los que se dejan devorar. La grandeza del príncipe niega la de ellos. Hay que elegir entre una u otra. Pero desprecio al príncipe que me rebaja. Yo soy de su casa y se debe a sí mismo mi engrandecimiento. Y si soy grande engrandezco a mi príncipe.

 

”¿Qué di a los hombres? Soy uno de ellos. Soy su parte de meditación sobre los triángulos. Los hombres a través de mí meditaron sobre los triángulos. A través de ellos cada día comí yo mi pan. Y bebí la leche de sus cabras. Y me calcé con el cuero de sus bueyes.

Yo doy a los hombres; pero recibo todo de los hombres. ¿En qué reside la precedencia de uno sobre el otro? Si yo doy más, recibo más. Me hago de un imperio más noble. Bien lo ves con tus financieros más vulgares. No pueden vivir de sí mismos. Encomiendan a alguna cortesana su fortuna de esmeraldas. Ella reluce. Ellos están, entonces, en ese resplandor. Helos ahí satisfechos de relucir tanto. Y sin embargo, son pobres: sólo pertenecen a una cortesana. Aquel otro ha dado todo al rey: «¿De quién eres?». «Soy del rey». He aquí que verdaderamente resplandece.

197

Conocí un hombre que sólo era de sí mismo porque despreciaba hasta a las cortesanas. Te hablé ya de ese ministro, opulento de vientre y pesado de párpados que, después de traicionarme, perjuró y abjuró en la hora del suplicio, traicionándose a sí mismo. ¿Y cómo no habría traicionado a uno y otro? Si eres de una casa, de un dominio, de un dios, de un imperio, salvarás con tu sacrificio aquello a que perteneces. Así, con el avaro que es de un tesoro. Convirtió en su dios un diamante raro. Morirá oponiéndose a los ladrones. Pero no ocurre así con el de vientre opulento. Él se considera como ídolo. Sus diamantes son suyos y lo honran; pero en cambio él no es de ellos. Él es límite y muro, y no senda. Y si ahora lo dominas y lo amenazas, ¿en nombre de qué dios va a morir? Nada hay en él sino vientre.

El amor que se exhibe es amor vulgar. Quien ama contempla y se comunica en silencio con su dios. La rama encontró su raíz. El labio encontró su pecho. El corazón se consagra a la plegaria. Nada tengo que hacer con la opinión ajena. Así hasta el avaro oculta a todos su tesoro.

El amor se calla. Pero la opulencia recurre a los tambores. ¿Qué es una opulencia no expuesta? ¿Qué es un ídolo sin adoradores? Nada es la imagen de madera pintada que duerme, bajo los detritos, en el galpón.

Así, pues, mi ministro, opulento de vientre y pesado de párpados, solía decir: «Mi dominio, mis rebaños, mis palacios, mis candelabros de oro, mis mujeres». Era preciso que existiese. Él enriquecía al admirador que se prosternaba ante él. Así, el viento, que no tiene peso ni olor, sabe que existe al ahuecar los trigos. «Soy, piensa, puesto que doblo».

Así mi ministro no sólo gustaba la admiración, sino que gustaba igualmente el odio. Le subía a la nariz como una prueba de sí: «Soy, puesto que hago gritar». Por eso pasaba, sobre el vientre del pueblo, como un carro.

De este modo no había en él más que viento de palabras vulgares que hinchan un odre. Porque interesa, para que seas, que suba el árbol del cual eres. Tú eres tan sólo acarreo y senda y pasaje. Quiero ver a tu Dios para creer en ti. Y tu ministro sólo era foso para apilar materiales.

Por eso le dije así:

—Por haberte oído tanto decir: «Yo…, yo…, yo…», me volví, en mi bondad, hacia la invitación de tus tambores y te miré. Nada vi sino un depósito de mercancías. ¿De qué sirve poseer? Tú eres tienda o ropero, pero no más útil ni más real que un ropero o una tienda. Te gusta que se diga «el ropero está lleno», pero ¿qué es eso?

”Si te hago cortar la cabeza para distraerme de tu mueca, ¿qué habrá cambiado en el imperio? Tus cofres quedarán en su sitio. ¿Qué dabas a tus riquezas que pudiese faltarles?

El opulento de vientre no comprendía el asunto, pero empezaba a inquietarse y respiraba mal. Continué pues:

—No creas que me inquieto en nombre de una justicia difícil de fijar. Es hermoso el tesoro que pesa en tus sótanos y no me escandaliza. Ciertamente pillaste al imperio. Pero también la semilla saquea la tierra para construir el árbol. ¿Puedes mostrarme el árbol que construiste?

”No me molesta que el vestido de lana o el pan de trigo se extraigan del sudor del pastor o del labrador para que un escultor se vista y coma. Su sudor se transforma, aunque ellos lo ignoren, en rostro de piedra. El poeta saquea los graneros, puesto que se alimenta con los granos del granero sin contribuir a la cosecha. Pero sirve a un poema. Yo utilizo la sangre de los hijos del imperio para construir mis victorias. Pero fundo un imperio del cual son hijos. ¿Escultura, árbol, poema, imperio? Muéstrame a quien sirves. Porque tan sólo eres vehículo, senda y acarreo…

”Aunque hubieses repetido durante mil años «Yo…, yo…, yo…», ¿qué habría aprendido sobre tu diligencia? ¿Qué se tornaron a través de tus dominios, pedrerías y reservas de oro? No creas que yo me atormente contra el glaciar en nombre de las charcas. No iré a reprochar a la semilla la glotonería de su pillaje. Ella sólo es fermento que se olvida y el árbol al cual libera, la saquea a su vez. Tú has pillado, pero ¿quién, a quien pertenezcas, te saquea?

”Era hermosa esa reina de un reino lejano. Y los diamantes sudados por su pueblo se tornaban diamantes de reina. Y los guías y los vagabundos de su territorio si desembarcaban en el extranjero se mofaban de los guías y vagabundos: «¡Vuestra reina -decían- no está adiamantada! La nuestra es de color de luna y de estrella…». Pero tus perlas, tus diamantes y tus dominios se anudan a ti sólo para celebrar la opulencia de un vientre pesado. Con esos materiales dispersos construyes un templo que es vulgar y no engrandece los materiales. Tú eres el lazo de su diversidad y ese lazo los lesiona. La perla que adorna tu dedo es menos bella que cuando era simple promesa del mar. Yo romperé el vínculo que me escandaliza y haré de tu edificio litera y fiemo para otros árboles. Y ¿qué haré contigo? ¿Qué haré con la simiente de árbol a través de la cual la tierra se afea como la carne a través del absceso?

Sin embargo, yo deseaba que no se confundiese con una pobre justicia la alta justicia a la que yo servía. «El azar de una baja diligencia, -me decía yo-, anudó un tesoro que, dividido, nada sería. Él engrandece a quien lo posee, pero interesa que quien lo posea lo engrandezca. Yo podría dividirlo, distribuirlo y convertirlo en pan para el pueblo; pero los de mi pueblo, pues son muchos, se aumentarán poco con este aumento de un día de alimento. Una vez construido el árbol, si es hermoso, quiero transformarlo en mástil de velero, no distribuirlo a todos en leños para fuego de una hora. Porque poco los engrandecerá una hora de fuego. Pero, plenamente, embellecerá a todos la botadura de un navío.

”Quiero extraer de este tesoro una imagen de la que puedan alegrarse los corazones. Quiero dar a los hombres el gusto del milagro, porque conviene que los pescadores de perlas que viven pobres, tan duro es arrancarlas del fondo de los mares, crean en la perla maravillosa. Más ricos son con una perla hallada por uno solo una vez al año y que transforma su destino, que con un mediano suplemento de comida, debido a la distribución equitativa de todas las perlas del mar, porque la que es única florece para todos el fondo de los mares».

198

Buscaba yo, en mi alta justicia, un empleo digno de las riquezas confiscadas, porque no me pronuncio por las piedras, contra el templo. Me importaba poco extender el glaciar en charca, dispersar el templo en materiales dispares y someter el tesoro al pillaje. Porque el único pillaje que honro es el de la tierra, en la que también la semilla se saquea a sí misma, porque muere en nombre del árbol. Me interesaba poco enriquecer a cada uno, pobremente, según su estado, aumentando en una joya a la cortesana, en un celemín de trigo al labrador, en una cabra al pastor, en una moneda de oro al avaro. Porque miserable es entonces el enriquecimiento. Me interesaba salvar la unidad del tesoro para que irradiase sobre todos como ocurre con la perla invisible. Porque ocurre que, si fundas un dios, lo das a todos, en su totalidad, sin reducirlo.