Za darmo

100 Clásicos de la Literatura

Tekst
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Te hablaré según tus costumbres y las líneas que inclinan tu corazón. Y mis dones serán significación de cosas y camino leído a través de ellas, y sed que asalta en el camino. Y yo, el rey, te haré don del único rosal que podrás aumentar; pues te exigiré la rosa que florezca. Desde entonces estará construida para ti la escalera de tu liberación. Serás en un principio cavador y removerás la tierra con la azada y te levantarás por la mañana para regarla. Y vigilarás tu obra y la protegerás contra gusanos y orugas. Después será patética la yema que se abrirá y vendrá la fiesta, la rosa abierta, que te corresponderá coger. Y habiéndola cogido, tendérmela. Y la recibiré de tus manos y aguardarás. Nada podías hacer con una rosa. La has cambiado por mi sonrisa…, y he aquí que regresas a tu casa asoleado por la sonrisa de tu rey.

186

Algunos carecen de sentido del tiempo. Quieren coger flores que no se han formado: y no hay flores. O bien hallan alguna abierta en otra parte, la cual no significa para ellos término del ceremonial del rosal, sino ni más ni menos que objeto de bazar. ¿Y qué placer les procurará?

Yo me encamino hacia el jardín. Deja en el viento el rastro de un navío cargado con limones dulces, o de una caravana de mandarinas, o aun, de la isla por ganar que embalsama el mar.

He recibido no una provisión, sino una promesa. La hay del jardín, como de la colonia por conquistar, o de la esposa no poseída aún, pero que cede en los brazos. El jardín se me ofrece. Hay, detrás del pequeño muro, una patria de mandarinos y de limoneros donde mi paseo será bienvenido. Sin embargo, ninguno habita permanentemente el olor de los limoneros, ni el de los mandarinos, ni la sonrisa. Para mí, que sé, todo conserva una significación. Aguarda la hora del jardín o de la esposa.

Ésos no saben esperar y no comprenderán ningún poema; pues consideran enemigo al tiempo que repara el deseo, viste la flor o madura el fruto. Buscan extraer su placer de los objetos, cuando sólo se logra del camino que se lee a través de ellos. Yo ando, ando, ando. Y cuando me veo en el jardín, que es patria de olores, me siento en el banco, Miro. Hay hojas que se vuelan y flores que se marchitan. Siento que todo muere y se recompone. No siento duelo. Soy vigilancia, como en alta mar. No paciencia, porque no se trata de un fin, ya que el placer es andar. Vamos, mi jardín y yo, de las flores a los frutos. Mas a través de los frutos, a las semillas. Y a través de las semillas a las flores del año próximo. No me equivoco acerca de los objetos. Son siempre objetos de un culto. Toco los instrumentos del ceremonial y los hallo color de plegaria. Pero aquéllos que lo ignoran chocan con el tiempo. El niño mismo se convierte para ellos en un objeto que no sabrían captar en su perfección; pues es camino para un Dios que no retendrían. Querrían fijarlo en su gracia infantil como si fuera una provisión. Pero si yo me cruzo con un niño, veo que tienta una sonrisa y que enrojece y busca huir. Conozco lo que lo desgarra. Y poso la mano sobre su frente, como para calmar el mar.

Ésos te dicen: «Soy éste, Tal o cual. Poseo esto o aquello». No te dicen: «Soy aserrador de tablas, soy pasaje del árbol en vías de transformarse en esposo para la mar. Estoy en marcha de una fiesta a otra. Padre realizado y por realizarse, pues es fecunda mi esposa. Soy jardinero para la primera, pues me emplea, y gasta mi azada y mi rastrillo. Soy el que marcha hacia algo». Porque ésos no van a parte alguna. Y la muerte no será puerto para su navío.

Ésos, en el hambre, te dirán: «No como. Mi vientre se fatiga. Y al oír a mis mismos vecinos hablar las fatigas de su vientre, el alma también se me fatiga». Pues sólo saben del sufrimiento, que es marcha hacia la curación, o desprendimiento de los muertos o signo de una mudanza necesaria, o llamada patética hacia la solución de un litigio. No hay para ellos ni mudanza, ni solución, ni promesa de curación, ni duelo. Sino la incomodidad del instante de sufrimiento. Lo mismo que cuando hay alegría, la magra alegría que extraes del instante, para satisfacer tus apetitos o tu deseo, es la única que sabes gustar; y no aquélla que vale para el hombre, la cual viene cuando se la reconoce de pronto como camino, vehículo y acarreo para el conductor de los conductores.

La significación de la caravana no se lee en los pasos monótonos que, unos tras otros, se asemejan. Sino cuando tiras de la cuerda para apretar tal nudo que se desanuda, exhortas a los rezagados, preparas el campamento nocturno, das a beber a las bestias. He aquí que entras en los ritos del ceremonial del amor, lo mismo que más lejos, al penetrar en el palmeral cuando la corona del oasis haya cerrado tu viaje; lo mismo que al deambular en la ciudad, de la cual primero te aparecerán los muros bajos de los barrios pobres, radiantes ya por pertenecer a la ciudad donde reina tu dios.

Porque no hay distancia en la que tu dios se fatigue de reinar. Y antes que nada, lo reconoces en los pedernales y en las zarzas. Son objetos de culto y materiales de tu elevación. Ni más ni menos que los escalones de una escalera que conduce a la cámara de la esposa. Ni más ni menos que algunas palabras para el poema. Son ingredientes de tu magia, pues, al sudar o al lastimarte las rodillas, preparas la aparición de la ciudad. Hallas que se le asemejan, de la manera en que el fruto se parece al sol, las impresiones de la arcilla al movimiento del corazón del escultor que la ha modelado. Sabes ya que a los treinta días tus pedernales libertarán su mármol, tus cardones sus rosas, tu aridez sus fuentes. ¿Cómo podrías cansarte de tu creación, puesto que sabes que, paso a paso, construyes tu ciudad? Yo siempre he dicho a mis camelleros, cuando parecían cansados, que construyeran una ciudad con cisternas azules y que plantaran mandarinos con mandarinas, ni más ni menos que los acarreadores de piedra o los jardineros. Les decía: «Hacéis gestos de ceremonias. Comenzáis a despertar a la ciudad ausente. A través de vuestros materiales esculpís las gracias de las muchachas tiernas. Es por esto que vuestros pedernales y vuestras zarzas tienen ya perfume de carne amada».

Pero los otros leen lo usual. Miopes y con la nariz pegada a él, no ven del navío, sino ese clavo en la madera. De la caravana en el desierto no ven más que ese paso y ese paso y ese paso. Y toda mujer se les prostituye, pues se la conceden como regalo y significación del instante, cuando se la debe alcanzar por la vía de los pedernales y de las zarzas, por la cercanía de los palmerales, por el gesto del dedo que empuja dulcemente la puerta. El cual, si se llega de tan lejos, es milagro como para despertar a un muerto.

¡Ah! Entonces solamente brotarán y te reanimarás del polvo del tiempo, extraído lentamente de tus noches solitarias, perfume que llega a liberarse, juventud del mundo una vez más reanudada para ti. Y comenzará para vosotros el amor. Los otros apenas han recibido alguna recompensa de las gacelas que han aprisionado lentamente.

Odio su inteligencia que solamente era para lo contable. Y que nada observaba aparte del balance miserable de las cosas agotadas en el instante. Si avanzas a lo largo de las murallas también ves una piedra, y otra, y otra. Pero hay quienes tienen el sentido del tiempo. No chocan contra esta piedra ni contra esta otra. No extrañan tal piedra, ni esperan recibir su débito de tal piedra próxima entre las otras. Avanzan, simplemente, alrededor de la ciudad.

187

Soy el que habita. Os tomo sobre la tierra fría. Oh pueblo desolado, extraviado en la noche, moho de las hendiduras de la corteza que retiene todavía un poco de agua en la vertiente de las montañas que cae hacia el desierto.

Yo os digo: «He aquí a Orión y la Osa Mayor y la Estrella Polar». Y habéis reconocido vuestras estrellas; os decís uno a otro: «He aquí la Osa Mayor, he aquí a Orión y la Estrella Polar», y al poder decir: «He hecho siete jornadas de marcha en dirección a la Osa Mayor» y al comprenderos mutuamente, he aquí que habitáis en alguna parte.

Así, con el palacio de mi padre. «Corre -se me decía cuando era muy niño- a buscar las frutas en la despensa…». Y se me despertaba, nada más que pronunciando esa palabra, el olor. Y partía hacia la patria de los higos maduros.

Y si te digo «Estrella Polar», viras entero, en ti mismo, como orientado, y oyes el entrechocar de las armas de las tribus del Norte.

Si he escogido la meseta calcárea del Este para la fiesta, y la salida del Sur para los suplicios -y si de ese lote de palmeras he hecho reposo y albergue para las caravanas-, entonces he aquí que te reconoces como en tu casa.

Querías reducir esos pozos a su uso, el cual es procurar el agua. Mas el agua no es nada que no sea ausencia del agua. Y no es lo mismo no existir todavía que morir de sed.

Habitará mejor aquél que, falto de agua, se seca en el desierto soñando con un pozo que conoce, del que oye en su delirio rechinar la polea y crujir la cuerda, que aquél que al no sentir la sed ignora, simplemente, que hay pozos tiernos hacia donde conducen las estrellas.

No honro tu sed porque enriqueces tu agua con una importancia carnal, sino porque te obliga a leer en las estrellas, y en el viento, y en las huellas de tu enemigo sobre la arena. Por eso es esencial que comprendas que sería caricatura de la vida, para animarte, rehusarte el derecho a beber; pues entonces simplemente exaltaría tu vientre con el deseo del agua, pero importa simplemente que te someta, si deseas abrevar, al ceremonial de la marcha bajo las estrellas y de la manivela enmohecida, que es cántico que da a tu acto significado de plegaria, a fin que el alimento de tu vientre se haga alimento de tu corazón.

No eres ganado en el establo. Cambias el establo por otro: el pesebre es igual, la misma pajaza. Y el ganado se encuentra allí ni mejor ni peor. Pero en cuanto a ti, si tu comida es para tu vientre, lo es también para tu corazón. Y si mueres de hambre y el amigo abre su puerta y te empuja a su mesa y llena para ti la jarra de leche y parte el pan, es la sonrisa lo que bebes, pues la comida tiene virtud de ceremonial. Te sacias, pero al mismo tiempo se expande tu gratitud por la buena voluntad de los hombres.

 

Quiero que el pan sea de tu amigo, y la leche de la maternidad, de tu tribu. Quiero que la harina de cebada sea de la fiesta de las cosechas. Y el agua un canto de polea o una dirección bajo las estrellas.

Lo he observado en mis soldados, a los que me gusta ver amantes y vivientes como el fiel de hierro sobre los navíos. Y no es para desposeerlos de los bienes del mundo que los prefiero ligados a la esposa y de castidad moderada; pues su carne entonces los lleva hacia ella y reconocen el norte del sur y el oeste del este, y hay una estrella que es dirección amada.

Mas si la tierra es para ellos como un gran barrio reservado donde se llama a la puerta del azar para extinguir el gusto del amor, si todo es complacencia por no distinguir un camino y por verse instalados sin dirección sobre la corteza desnuda de la tierra, no habitan en parte alguna.

Así, mi padre, después de saciar, abrevar y nutrir de muchachas a sus bereberes, los transformó en ganado desesperado.

Pero soy aquél que habito, y no tocarás a tu mujer sino cuando se hayan celebrado las bodas, a fin de que tu lecho sea victorioso. Y, ciertamente, los hay que morirán de amor al no poder unirse; mas los muertos por el amor serán condición del amor, y al condolerme de los que se aman los favorezco para que soporten los diques y las murallas y el ceremonial que funda el rostro del amor; no es el amor lo que les otorgo, sino el derecho a olvidar el amor.

No seré menos loco que si, con el pretexto que no todos pueden esperar poseer el diamante, ordenara que todos los diamantes fueran arrojados en el horno, a fin de salvar al hombre de la crueldad de su deseo.

Si desean una mujer a quien amar, preciso me es salvarles el amor.

Soy el que habita. Soy el polo imantado. Soy la semilla del árbol y la línea de fuerza en el silencio a fin que sean un tronco, raíces y ramas y tales flores y frutos y no otros, tal imperio y no otro, tal amor y no otro, no por rechazo o desprecio de los otros sino porque el amor no es una esencia hallada como objeto entre los objetos, sino coronamiento de un ceremonial como lo es la esencia del árbol, el cual domina su esencial diversidad. Soy la significación de los materiales. Soy basílica y sentido de las piedras.

188

Nada tengo que esperar si te ciega esta luz que no es de las cosas, sino sentido de las cosas.

—¿Qué haces?

Y no sabes, y te quejas de la vida.

—La vida no me aporta nada. Duerme mi mujer, mi asno reposa, madura mi trigo. Soy una espera estúpida y me aburro.

Niño sin juego que ya no sabe leer a través de las cosas. Me siento cerca de ti y te enseño. Te bañas en el tiempo perdido. Y te asalta la angustia de no llegar a ser.

Pues otros dicen: «Preciso es un fin». Es bella la natación pues te crea una ribera lentamente desenterrada del mar. Y la polea chirriante te ha creado el agua para beber. Así, del trigo dorado que es ribera de la obscura labor. Así, de la sonrisa del niño que es ribera del amor doméstico. Así, de la vestidura de filigrana de oro lentamente cosida para la fiesta. Y que se transforma en ti si vuelves la manivela por el solo ruido de la polea, si coses la vestimenta por la vestimenta, si haces el amor por el amor. Rápido se agotan, pues nada tienen que darte.

Pero yo te lo he afirmado de mi presidio donde encierro a aquéllos que no tienen calidad de hombre. Y su golpe de azadón vale para el azadón. Y te dan ese golpe de azadón después de ese golpe de azadón. Y nada cambia de su sustancia. Natación sin ribera que gira en redondo. Y no hay creación, no son ruta y acarreo hacia alguna luz. Mas, ya sea el mismo sol la misma ruta dura, el mismo sudor, si te es dado extraer una vez al año el diamante puro, te volverás religioso en tu luz. Porque tu golpe de azadón tiene sentido de diamante, que no es de la misma naturaleza. Y he aquí que te incorporas a la paz del árbol y al sentido de la vida, el cual consiste en elevarte de etapa en etapa hasta la gloria de Dios.

Trabajas para el trigo y coses para la fiesta y rompes la ganga para el diamante. Y aquéllos que te parecen dichosos, ¿qué poseen más que tú sino el conocimiento del nudo divino que anuda las cosas?

No encontrarás la paz si no transformas nada según tú mismo. Si no te haces vehículo, vía y acarreo. Entonces solamente circula la sangre en el imperio. Pero te quieres considerado y honrado por ti mismo. Y pretendes arrancar al mundo algo que pueda tomarse y sea para ti. Y nada encontrarás pues nada eres. Y arrojas tus objetos en desorden en la fosa de los desperdicios.

Te esperabas la aparición venida de afuera, como un arcángel que se te hubiera reunido. ¿Y en qué hubieras aprovechado su visita más que la del vecino? Pero, al observar que no son los mismos el que marcha hacia el niño enfermo, el que marcha hacia la bien amada, el que marcha hacia la casa vacía, aunque en el instante parezcan semejantes, me hago cita u orilla, a través de las cosas que son, y todo cambia. Me hago trigo más allá del trabajo, hombre más allá del niño, fuente más allá del desierto, diamante más allá del sudor.

Te constriño a construir en ti una casa.

Hecha la casa, llegará el habitante que queme tu corazón.

189

Me sobrevino el litigio de mi pueblo amado cuando reposaba sobre la montaña, que era como un manto de piedra. Incendio lento del que solamente me llegaba la humareda y la luz. «¿Hacia dónde van? ¿Adónde debo conducirlos, Señor? Si administro, se parecerán a sí mismos. No conozco gestión, Señor, que no endurezca el objeto de su gerencia. ¿Y qué haré de una semilla si no va hacia el árbol? ¿Y qué haré de un río si no va hacia el mar? ¿Y de una sonrisa, Señor, si no va hacia el amor?

”Pero ¿de mi pueblo?

”¡Ah Señor!, se han amado de generación en generación, han compuesto sus poemas. Se han construido casas, las han vestido con sus alfombras de lana alta. Se han perpetuado. Han educado sus pequeños y depositado las generaciones gastadas en las cestas de tus vendimias. Se han reunido los días de fiesta. Han orado. Han cantado. Han corrido. Han descansado de haber corrido. Les han salido callos en las palmas. Sus ojos han visto, se han maravillado, luego se han llenado de tinieblas. Igualmente, se han odiado. Se han separado los unos de los otros. Se han desganado. Han lapidado a los príncipes nacidos de ellos mismos. Después han tomado su lugar y se han lapidado mutuamente. ¡Oh Señor! Tan semejantes sus odios, sus condenaciones, sus suplicios a una sorda y fúnebre ceremonia. ¡Oh Señor! No me asustaban en mi altura, semejante como era ésta a los gemidos y crujidos del navío. O al dolor del parto. Señor, así los árboles que se empujan unos a otros, se aplastan y asfixian en persecución del sol. Sin embargo, del sol se puede decir que extrae la primavera del suelo y se hace celebrar por los árboles. Y el bosque está compuesto de árboles, aunque todos sean enemigos. ¡Y el viento extrae su alabanza de esta arpa! ¡Ah Señor! Miope y con la nariz pegada a ellos, ¿qué sabré de sus diversidades? Mas he aquí que reposan. Reservadas para la noche las palabras engañadoras, dormidos los apetitos y los cálculos. Distendidos los celos. ¡Ah Señor! Heme aquí paseando mi mirada sobre los trabajos que han dejado incultos, y confundido como en el umbral de la verdad por una significación que no se me ha revelado aún, y que importa que descubra, a fin que ella sea.

”Señor, ¿qué saben de mi pintor, si pinta, los dedos, la oreja, o la cabellera? ¿Y el tobillo o la cadera o el brazo? Nada. La obra que llega drena sus movimientos y nace, ardiente, de tantas aspiraciones contradictorias. Pero miope y con la nariz pegada a ella, nadie ve más que movimientos incoherentes, rayones de pincel o manchas de colores. ¿Y qué saben los fabricantes de clavos o los aserradores de tablas de la majestad del navío? Así, con mi pueblo si lo divido. ¿Qué conocen el avaro y el opulento de pesado vientre, y el ministro, y el verdugo y el pastor? Sin duda, si hay alguno que vea más claro, es aquél que conduce las bestias al abrevadero o aquélla que pare o ese otro que muere, sin saberlo. Y no el sabio, o el desmirriado de dedos con tinta, que desconocen la lentitud. Y nada sirven de esencial, mientras que aquél que cepilla su tabla, la ve transformarse y se engrandece.

”Dormidas sus pasiones, estrechas, veo el patrimonio fundado por el avaro. Y el que nada vale y pilla para sí las riquezas del otro, ministro prevaricador, las desembolsa a su vez en las manos de aquéllos que cincelan los objetos de marfil o de oro. Y se cincela y se esculpe el oro y el marfil. Y aquél que condena injustamente, funda el áspero amor a la verdad y a la justicia. Y el que roba los materiales del templo se esfuerza con más fuerza, en erigir ese templo.

”He visto alzarse templos, despreciando lo usual, a través de las riñas de los hombres. He visto a los esclavos acarrear las piedras, azotados por los guardias de presidio. He visto al jefe del equipo robar en los salarios. ¡Ah Señor!! Miope y con la nariz pegada a ellos, solamente he visto cobardía, estupidez y lucro. Pero desde la montaña donde me sentaba contemplaba la ascensión de un templo en la luz».

190

Me sobrevino el conocimiento de que no tienen igual esencia la aceptación del riesgo de muerte y la aceptación de la muerte. Y conocí a muchos jóvenes que soberbiamente desafiaban la muerte. Y, era, en general, porque había mujeres para aplaudirlos. Vuelves de la guerra y te agrada el cántico que te cantan sus ojos. Y aceptas la prueba de hierro donde se pone en juego tu virilidad; pues es lo único que puedes ofrecer o que arriesgas perder. Y lo saben bien los jugadores que arriesgan su fortuna a los dados; porque nada de su fortuna les sirve en el instante, sino que se convierte en caución de un dado y en algo patético en la mano, y lanzas sobre la mesa grosera tus cubos de oro que se transforman en llanuras, pasturaje y cosechas de tu dominio.

El hombre, pues, regresa ambulando en la luz de su victoria, el hombre cansado por el peso de las armas conquistadas y acaso florecidas de sangre. Y brilla por un tiempo, solamente; mas por un tiempo. Porque no puedes vivir de tu victoria.

Así, pues, la aceptación del riesgo de muerte es la aceptación de la vida. Y el amor del peligro es el amor a la vida. Lo mismo que tu victoria era tu riesgo de derrota sobrepasado por tu creación, y jamás viste al hombre, reinando sin riesgo sobre los animales domésticos, vanagloriarse de ser vencedor.

Pero exijo más de ti, si te quiero soldado fértil para el imperio. Aunque haya aquí un umbral difícil de franquear; pues una cosa es aceptar el riesgo de muerte y otra cosa aceptar la muerte.

Te quiero de un árbol y sometido al árbol. Quiero que tu orgullo se aloje en el árbol. Y tu vida, a fin que tome sentido.

La aceptación del riesgo es regalo para ti mismo. Te agrada respirar libremente y dominar a las muchachas por tu brillo. Y esta aceptación del riesgo que tienes necesidad de contar, es mercadería para el cambio. Del mismo modo se jactan mis cabos. Pero sólo se honran a sí mismos.

Una cosa es si pierdes tu fortuna a los dados por haberla querido sentir y bloquear toda en tu mano, por haber querido sentirla en tu mano, concreta y sustancial, y toda presente en el instante mismo, con el peso de sus rastrojos, y de especias almacenadas, y de bestias en su pastoreo, y de poblados con respiración de humareda ligera, que son signo de la vida del hombre, y otra cosa despojarte de esos mismos graneros, de tus bestias, tus poblados, para vivir más lejos. Una cosa agudizar tu fortuna y volverla ardiente en el instante del riesgo, y otra renunciarla como quien se despoja, una a una, de sus vestimentas, y desdeñosamente se descorteza de sus sandalias sobre la playa, a fin de desposar, desnudo, el mar.

Precisas morir para desposar.

Precisas sobrevivir a la manera de las viejas que se gastan los ojos en la costura de paños de iglesia con los que visten a su Dios. Se hacen vestimenta de Dios. Y el tallo del lino, por el milagro de sus dedos, se hace plegaria.

 

Pues no eres más que vía y pasaje y no puedes vivir sino de lo que transformas. El árbol, la tierra en ramas. La abeja, la flor en miel. Y tu labor, la tierra negra incendiada de trigo.

Me importa pues, en primer lugar, que tu Dios te sea más real que el pan donde hincas los dientes. Entonces te embriagarás hasta tu sacrificio, el cual será matrimonio en el amor.

Mas todo has destruido y todo dilapidado, al perder el sentido de la fiesta, y al creer enriquecerte al distribuir tus provisiones para gozar del día. Porque te equivocas sobre el sentido del tiempo. Vinieron tus historiadores, tus lógicos y tus críticos. Consideraron los materiales y, al no leer nada a través de ellos, te aconsejaron gozarlos. Y has rechazado el ayuno, que era condición de la comida de fiesta. Has rehusado la amputación de la parte de trigo, que al ser quemada para la fiesta, creaba la luz del trigo.

Y no concibes ya que haya un instante que valga la vida, cegado por tu miserable aritmética.

191

Me sucedió pues meditar sobre la aceptación de la muerte. Porque los lógicos, los historiadores y críticos han celebrado por ellos mismos los materiales que sirven a tus basílicas; y has creído que se trataba de ellos, cuando el asa del jarro de plata, si la curva es feliz, vale más que el jarro de oro todo entero y te acaricia más el espíritu y el corazón. He aquí, pues, que, mal guiado en la dirección de tus deseos, imaginas lograr tu dicha con la posesión y te sofocas apilando en montón las piedras que debieran ser en otra parte piedras de basílicas, y que conviertes en condición de tu dicha. Mientras que otro reconforta su espíritu y su corazón si talla en una piedra el rostro de Dios.

Eres semejante al jugador que al ignorar el juego de ajedrez, busca su placer en el apilamiento de piezas de oro y marfil, y no halla sino el tedio, mientras que el otro, que la divinidad de las reglas ha despertado al juego sutil, hallará su luz en las simples astillas de madera grosera. Pues el deseo de demostrarlo todo te liga a los materiales y no al rostro que componen y que importa antes que nada reconocer. Por esto se concluye necesariamente que tengas a la vida como un apilamiento de días, mientras que si el templo es puro de líneas, estarás loco si lamentas que no haya reunido más piedras.

No me cuentes pues, para sorprenderme, el número de las piedras de tu casa, los pasturajes de tu dominio, las bestias de tus rebaños. Poco me importan. Quiero conocer la calidad de la casa construida, el fervor de la religión de tu dominio, y si la comida se desenvuelve dichosa por la noche, una vez concluido el trabajo. Y qué amor has construido, y en qué, más durable que tú, se ha cambiado tu existencia. Te quiero realizado. Quiero que leas tu creación, no los materiales sin emplear de los que haces tu vana gloria.

Pero me planteas ese litigio del instinto. Pues la muerte te impulsa y has observado que todo animal busca vivir. La vocación de sobrevivir, me dirás, domina toda vocación. El presente de la vida es inestimable y debo salvar en mí la luz. Y combatirás con heroísmo por salvarte, por cierto. Mostrarás el coraje del sitio, o de la conquista, o del pillaje. Te embriagarás con la embriaguez del fuerte que acepta arrojar todo en la balanza a fin de medir su peso. Pero no irás a morir en silencio, en el secreto del don consentido.

Sin embargo, te mostraría al padre que ha caído en la vocación del remolino, a causa de que su hijo se debate en él y que su rostro aparece todavía por intervalos, más y más pálido, como la aparición de la luna en los desgarramientos de nube. Y te diría:

—El padre, pues, no está dominado por el instinto de vivir…

—Sí -dirás. Pero el instinto va más lejos. Vale para el padre y el hijo. Vale para la guarnición que delega sus miembros. El padre está ligado al hijo…

Y más deseable, y compleja, y cargada de palabras es tu respuesta. Pero yo te diría aún para instruirte:

—Por cierto, hay un instinto hacia la vida. Pero es un aspecto de un instinto más fuerte. El instinto esencial es el instinto de la permanencia. Y aquél que ha sido construido viviente de carne busca su permanencia en la permanencia de su carne. Y aquél construido en el amor del niño busca su permanencia en el salvamento del niño. Y aquél construido en el amor de Dios busca su permanencia en su ascenso a Dios. No buscas lo que ignoras, buscas salvar las condiciones de tu grandeza en la medida en que la sientes. Y puedo cambiarte la vida por algo más alto que ella, sin que nada te quite.

192

Porque nada has adivinado de la alegría si crees que el árbol mismo vive para el árbol que, encerrado en su vaina, es fuente de semillas aladas y se transforma y se embellece de generación en generación. Marcha, no a tu manera, sino como un incendio al capricho de los vientos. Plantas un cedro sobre la montaña, y tu selva, lentamente, a lo largo de los siglos, deambula.

¿Qué creería el árbol de sí mismo? Se creería raíces, tronco y follaje. Creería servirse plantando sus raíces; mas es vía y pasaje. A través de él la tierra se desposa con la miel del sol, da brotes, abre las flores, compone las semillas, y la semilla lleva la vida, como un fuego preparado pero invisible todavía.

Si siembro en el viento incendio la tierra. Mas tú miras de una manera más lenta. Ves ese follaje inmóvil, el peso de las ramas bien instaladas, y crees sedentario al árbol, viviendo de sí, murado en sí. Miope y con la nariz pegada a él, miras al revés. Te basta recular y acelerar el péndulo de los días para ver tu semilla producir la llama y la llama otras llamas y marchar así el incendio desvistiéndose de sus despojos de madera consumida, pues la selva arde en silencio. Y ya no ves este árbol ni el otro. Y comprendes, respecto las raíces, que no sirven ni al uno ni al otro, sino a ese fuego devorador al mismo tiempo que constructor, la masa de follaje umbrío que viste tu montaña es solamente tierra fecundada por el sol. Y se instalan las liebres en el claro, y en las ramas los pájaros Y ya no sabes decir de tus raíces a quién sirven en primer lugar. Hay sólo etapas y pasajes. ¿Y por qué creerías del árbol lo que no crees de la simiente? No te dices: «La simiente vive para sí. Está consumada. El tallo vive para sí. Está consumado. La flor en la que se cambia vive para sí. Está consumada. La simiente que ha compuesto vive para sí, está consumada». Y lo mismo una vez todavía del germen nuevo que empuja su talle tozudo entre las piedras. ¿Qué etapas escogerás para considerarla la última? Yo solamente conozco la ascensión de la tierra en el sol.

Así del hombre y de mi pueblo del que ignoro adónde va. Cerrados están los graneros y muradas las casas cuando llega la noche. Duermen los niños, duermen las viejas y los viejos, ¿qué podría decir yo de su camino? Tan difícil de desentrañar, tan imperfectamente precisado por la marcha de una estación, la cual agrega una arruga a la vieja, la cual agrega algunas palabras al lenguaje del niño, la cual apenas cambia la sonrisa. La cual nada cambia de la perfección o imperfección del hombre. Y sin embargo, pueblo mío, te veo, si abrazo a las generaciones, despertarte y reconocerte.

Mas, ciertamente, ninguno piensa fuera de sí. Y está bien que así sea. Importa que el cincelador cincele la plata sin distraerse. Que el geómetra medite geometría. Que el rey reine. Pues son condición de la marcha. Lo mismo que los forjadores de clavos cantan los cánticos de los forjadores de clavos, y los aserradores de tablas, los cánticos de los aserradores de tablas, aunque presidan el nacimiento del navío. Pero salvador les es el conocimiento del velero, por el poema. No amarán menos sus tablas y sus clavos, bien por el contrario, los que comprendan que se reencuentran y se acaban en ese largo cisne alado y nutrido con los vientos del mar.