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100 Clásicos de la Literatura

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Condeno tu vanidad, pero no tu orgullo; porque si danzas mejor que otra, ¿por qué te denigraría humillándote delante de quien baila mal? Hay una forma de orgullo que es amor por la danza bien danzada.

Pero el amor de la danza no es amor por ti que danzas. Extraes tu sentido de tu obra, no es la obra que se prevalece a ti. Y no la acabarás jamás, sino en la muerte. Sólo la vanidosa se satisface, interrumpe su marcha para contemplarse y se absorbe en la adoración de sí misma. Nada tiene que recibir de ti, sino tus aplausos. Nosotros despreciamos tales apetitos, nosotros, eternos nómades de la marcha hacia Dios, pues nada de nosotros puede satisfacernos.

La vanidosa ha hecho alto en sí misma, creyendo que se logra un rostro antes de la hora de la muerte. Por esto no sabría recibir nada ni nada dar, precisamente a la manera de los muertos.

La humildad del corazón no exige que te humilles, sino que te abras.

Es la llave de las transmutaciones. Solamente entonces puedes dar y recibir. Y no sé distinguir lo uno de lo otro, esas dos palabras para un mismo camino. La humildad no es sumisión a los hombres, sino a Dios. Así, con la piedra sometida no a las piedras, sino al templo. Cuando sirves, sirves a la creación. La madre es humilde delante del niño y el jardinero delante de la rosa.

Yo, el rey, iría a someterme sin embarazo a la enseñanza del labrador. Porque sabe más que un rey sobre la labranza y sabiéndolo dispuesto a instruirme, se lo agradeceré sin creerme menguado. Pues es natural que la ciencia de la labranza vaya del labrador al rey. Pero, desdeñando toda vanidad no solicitaré que me admire. Porque el juicio va del rey al labrador.

Has hallado en el curso de tu vida a aquélla que se ha considerado un ídolo. ¿Qué recibía del amor? Todo hasta tu alegría al encontrarla se le transforma en homenaje. Y cuanto más costoso es el homenaje, más vale: le agradaría más tu desesperación.

Devora sin nutrirse. Se apodera de ti para quemarte en su honor. Es semejante a un horno crematorio. Se enriquece, en su avaricia, con vanas capturas creyendo que encontrará su alegría en ese apilamiento. Mas no apila sino cenizas. Porque el uso verdadero de tus dones era camino del uno al otro, y no captura.

Puesto que ve en esto un salario, se guardará concedértelo en retorno. Falta de ímpetus para colmar, su falsa reserva te pretenderá que la comunión dispensa de los signos. Es marca de impotencia para amar, no elevación del amor. El escultor si desprecia la arcilla, modela el viento. Si tu amor desprecia los signos del amor, con el pretexto de alcanzar la esencia, es sólo vocabulario. Te quiero deseos y presentes y testimonios. ¿Podrías amar el dominio si excluyeras de él sucesivamente, considerándolos superfluos porque son demasiado particulares, el molino, el rebaño, la casa? ¿Cómo construir el amor que es rostro leído a través de la trama, si no hay trama sobre la cual inscribirlo?

Porque no hay catedral sin ceremonial de las piedras.

Y no hay amor sin ceremonial con vistas al amor.

No alcanzo la esencia del árbol si lentamente no ha amasado la tierra según el ceremonial de las raíces, del tronco y de las ramas. Que es uno. Tal árbol y no otro.

Pero aquélla desdeña los cambios de los que nacería. Busca en el amor un objeto capturable. Y ese amor no tiene significado.

Cree que el amor es regalo que puede encerrar en sí. Si la amas, es porque te ha ganado. Te encierras en ella, creyendo enriquecerte. El amor no es tesoro por coger, sino obligación de una y otra parte. Sino fruto de un ceremonial aceptado. Sino rostro de los caminos de la transmutación.

Ésa no nacerá jamás; porque solamente naces de una red de lazos. Permanecerá semilla abortada y con un poder sin empleo, sea de alma y de corazón. Envejecerá, fúnebre, en la vanidad de su captura.

Porque no puedes atribuirte nada. No eres un cofre. Eres el nudo de tu diversidad. Así con el templo, el cual es sentido de las piedras.

Apártate de ella. No tienes esperanza ni de embellecerla ni de enriquecerla. Tu diamante será transformado en cetro, corona y marca de dominación. Para admirar, aunque sea una alhaja, es preciso la humildad de corazón. Ella no admiraba: envidiaba. La admiración prepara el amor; mas la envidia prepara el desprecio. Despreciará, en nombre del que por fin detenta, todos los otros diamantes de la tierra. Y la habrás arrancado prematuramente del mundo.

La habrás arrancado de ti mismo, no siendo ese diamante camino de ti hacia ella, ni de ella hacia ti, sino tributo de tu esclavitud.

Es precisamente por esto que cada homenaje la volverá más dura y más solitaria.

Dile:

«Ciertamente, me he apresurado por llegar a ti, en la alegría de encontrarte. Te he enviado mensajes. Te he colmado. Para mí, la dulzura del amor era esa opción a desearte en mí mismo. Te concedía derechos a fin de sentirme ligado. Tengo necesidad de raíces y de ramas. Me proponía para asistirse. Al igual que con el rosal que cultivo. Me someto al rosal. Nada da mi dignidad se ofende por los compromisos que contraigo. Y así me debo a mi amor.

”No tengo temor a comprometerme y he representado el papel de solicitante. He avanzado libremente; pues nadie en el mundo puede detenerme. Pero te engañabas acerca de mi llamada, porque has creído leer una dependencia en mi llamada: no dependía. Era generoso.

”Has contado mis pasos hacia ti, no nutriéndote de mi amor, sino del homenaje de mi amor. Has tenido desprecio por el significado de mi solicitud. Me apartaré, pues, de ti para honrar solamente a aquélla que es humilde y que iluminará mi amor. Ayudaré a engrandecerse solamente a aquélla que mi amor agrandará. Lo mismo que cuidaría al enfermo para curarlo, no para halagarlo: tengo necesidad de un camino, no de un muro.

”No pretendías el amor, sino un culto. Has bloqueado mi camino. Te has alzado en mi camino como un ídolo. Nada me importa este encuentro. Iba a otra parte.

”No soy un ídolo a quien se sirva, ni un esclavo que sirve. Repudiaré a quienquiera me reivindique. No soy un objeto dejado en prenda, y nadie tiene crédito sobre mí. Del mismo modo, sobre nadie tengo crédito: de la que amo, recibo perpetuamente.

”¿A quién, pues, me has comprado para reivindicar esta propiedad? No soy tu asno. Debo a Dios, quizá, permanecerte fiel. Pero no a ti».

Así con el imperio, cuando un soldado le debe la vida. No es crédito del imperio, sino crédito de Dios. Ordena que el hombre tenga un sentido. El sentido de ese hombre es ser soldado del imperio.

Así con los centinelas que me deben honores. Los exijo pero nada retengo para mí mismo. A través de mí, los centinelas tienen deberes. Soy el nudo del deber de los centinelas.

Así, en el amor.

Pero si encuentro a aquélla que enrojece y que balbucea, y que tiene necesidad de presentes para aprender y sonreír, pues significan para ella viento del mar y no captura, entonces me convertiré en camino para liberarla.

No iré a humillarme ni a humillarla en el amor. Seré alrededor de ella como el espacio, y en ella, como el tiempo. Le diré: «No te apresures a conocerme, nada hay en mí que puedas asir. Soy espacio y tiempo donde llegar a ser».

Si ella tiene necesidad de mí, como la semilla de la tierra para hacerse árbol, no la asfixiaré con mi suficiencia.

Tampoco la honraré por ella misma. La apresaré firmemente con las garras del amor. Mi amor será para ella águila de alas poderosas. Y no es a mí a quien descubrirá, sino, por mí, los valles, las montañas, las estrellas, los dioses.

No se trata de mí. Soy únicamente el que transporta. No se trata de ti; eres únicamente sendero hacia las praderas al despertarse el día. No se trata de nosotros: somos en conjunto pasaje para Dios que toma por un momento nuestra generación, y la gasta.

171

No es odio por la injusticia; porque es instante de pasaje y llega a ser justa.

No es odio por la desigualdad; porque es jerarquía visible o invisible.

No es odio por el desprecio de la vida; porque si te sometes a otro más grande que tú, el don de tu vida se transforma en cambio.

Sino odio por lo arbitrario permanente; porque arruina el sentido mismo de la vida, el cual es duración en el objeto mismo de tu cambio.

172

Leerás en el presente el ser en el cual te transformas. Lo enunciarás. Darás su sentido a los hombres y a los actos de los hombres. Nada exigirá de ellos en el presente, sino lo que dan y lo que daban ayer. No más coraje, ni menos coraje, ni más sacrificios, ni menos sacrificios. No se trata de predicarles, ni de marchitar no importa qué en ellos. Ni, en un principio, cambiar nada de ellos mismos. Se trata solamente de enunciarlos. Porque de sus mismos pedazos puedes construir alguna construcción que desees. Y desean ese enunciado, no sabiendo qué hacer con sus pedazos.

Pero eres dueño de quienesquiera enuncies. Porque gobiernas a aquél que buscaba su objeto cuando no ha hallado su camino o su solución. Pues el hombre está dominado por el espíritu.

Los consideras, no como un juez, sino como un dios que gobierna. Los sitúas y los haces transformarse. El resto se seguirá por sí mismo. Porque has fundado el ser. En adelante se nutrirá y cambiará en sí al resto del mundo.

173

Solamente había una barca perdida, a lo lejos, en la calma del mar. Hay, Señor, sin duda, otra escala desde la cual ese pescador allá lejos, en su barca, me parecerá llama de fervor o nudo de cólera, extrayendo de sus aguas el pan del amor por causa de la mujer y de los niños, o del salario de hambre, o bien se mostraría a mí el mal del que quizás muere y que lo llena y que lo quema.

 

¿Pequeñez del hombre? ¿En qué ves que sea pequeño? No tomas la medida del hombre con una cadena de agrimensor. Por el contrario, cuando entro en la barca es cuando todo se vuelve inmenso.

Te basta, Señor, para que me conozcas, plantar en mí el ancla del dolor. Tiras de la cuerda y me despierto.

¿Sufre alguna injusticia el hombre de la barca? Nada difiere en el espectáculo. La misma barca. La misma calma sobre las aguas. El mismo ocio del día.

¿Qué podría recibir de los hombres si no me vuelvo humilde para ellos?

Señor, vuelve a atarme al árbol al que pertenezco. No tengo ya sentido si estoy solo. Que se apoyen sobre mí. Que me apoye sobre el otro. Que tus jerarquías me constriñan. Estoy aquí derrotado y provisorio.

Tengo necesidad de ser.

174

Te he hablado del panadero que te amasa la pasta del pan, y en tanto que ésta cede, es que nada llega. Pero he aquí la hora en que la pasta se liga, como ellos dicen. Y a través de la masa informe las manos descubren líneas de fuerzas y tensiones y resistencias. Se desarrolla en la pasta del pan una musculatura de raíces. El pan se apodera de la pasta como un árbol de la tierra.

Rumias tus problemas y nada se muestra. Vas de una solución a otra, pues ninguna te satisface. Eres desdichado, falto de acción, porque solamente la marcha es exultante. Y he aquí que te hallas disgustado por estar disperso y dividido. Te vuelves a mí para que yo corte tus litigios. Y, en verdad, puedo suprimirlos escogiendo una solución frente a la otra. Si te vuelves cautivo de tu vencedor, me sería permitido decirte: si te hallas simplificado por la elección de una parte en contra de otra, ciertamente te hallas pronto para la acción; pero hallas la paz de un fanático, o de una termita o la paz de un cobarde. Pues el coraje no consiste en marchar golpeando a los portadores de otras verdades.

Tu sufrimiento, por cierto, te obliga a salir de las condiciones de tu sufrimiento. Mas es preciso aceptar tu sufrimiento para que te sientas empujado hacia tu ascensión. Así, con el simple sufrimiento causado por un miembro enfermo. Te obliga a cuidarte y a rehusar tu podredumbre.

Pero a aquél que sufre en sus miembros y se los amputa antes que acudir al remedio, no lo llamo falto de coraje, sino loco o cobarde. No deseo amputar al hombre, sino curarlo.

Por esto, en la montaña desde donde dominaba la ciudad, dirigí a Dios esta plegaria:

«Están allí, Señor, solicitando de mí su significado. Aguardan su verdad de mí, Señor; pero aún no está forjada. Aclárame. Me ocupo en amasar la pasta para que se manifiesten las raíces. Mas nada se liga todavía y conozco la mala conciencia de las noches en vela. Mas conozco también la ociosidad del fruto. Pues toda creación en un principio se empapa en el tiempo donde llegará a ser.

”Me traen, en desorden, sus deseos, sus aspiraciones, sus necesidades. Los apilan en mi bodega como si fueran materiales para crear un conjunto, a fin de que los absorba en el tiempo o en el navío.

”Mas no sacrificaría las necesidades de uno a las necesidades de los otros, la grandeza de unos a la grandeza de los otros. La paz de uno a la paz de los otros. Los sometería, mutuamente, los unos a los otros, a fin de que se transformaran en templo o navío.

”Pues me ha parecido que someterse era recibir y colocar. Someto la piedra al templo y ella ya no permanece en desorden en la bodega. Y no hay clavo en el cual no sirva al navío.

”No oiría a la mayoría; porque no ve al navío que está por encima de ella. Si estuvieran en mayoría los forjadores de clavos, someterían a los aserraderos de tablas a la verdad de los forjadores de clavos y no nacería el navío.

”No crearé la paz del hormiguero por una elección vacía, y verdugos, y prisiones, a pesar de que inmediatamente llegará la paz porque creado por el hormiguero, el hombre sería para el hormiguero. Mas poco me importa perpetuar la especie si no transporta sus enseres. El vaso, ciertamente, es lo más urgente; pero el licor es lo que le da precio.

”Tampoco conciliaré. Pues conciliar es satisfacerse en la ignominia de una mezcla tibia donde se han conciliado bebidas heladas y calientes. Quiero salvar a los hombres con su sabor. Pues todo lo que buscan es deseable, sus verdades son todas evidentes. A mí corresponde crear la imagen que los absorba. Porque la medida común a la verdad de los aserradores de tablas y a la verdad de los forjadores de clavos, es el navío.

”Pero llegará la hora, Señor, en que tendrás piedad de mi desgarramiento, del que nada he rehusado. Porque intrigo para alcanzar la serenidad que esplende sobre los litigios absorbidos y no la paz del partidario, que se compone, mitad de amor, mitad de odio.

”Cuando me indigno, Señor es porque aún no he comprendido. Cuando aprisiono o ejecuto es que no sé aún abrir. Porque el que se fabrica una verdad frágil, como la de preferir la libertad a la sujeción, o la sujeción a la libertad, al faltarle el dominio de un lenguaje en el que las palabras se tiran de la lengua, aquél se siente bullir de cólera cuando se lo pretende contradecir. Si gritas fuerte, es que tu lenguaje es insuficiente y buscas cubrir las voces de los otros. ¿Pero de qué, Señor, me indignaría, si he subido a tu montaña y he visto realizarse el trabajo a través de las palabras provisorias? Acogeré a quien me llegue. Comprenderé en su error a aquél que se agitará en contra de mí y le hablaré dulcemente a fin de que se rectifique. Y nada de ese dolor será concesión, adulación o solicitud del sufragio, sino que pertenecerá a lo patético de su deseo, que yo leeré a través de él. Haciéndolo mío, pues también a él he absorbido. La cólera no ciega: nace de ser ciego. Te indignas contra aquélla que muestra encono. Mas perdonas si al abrirte sus ropas ves un cáncer. ¿Por qué irritarse contra la desesperación?

”La paz que medito se gana a través del sufrimiento. Acepto la crueldad de las noches en vela pues estoy en marcha hacia ti que eres enunciado, olvido de preguntas y silencio. Soy árbol lento, pero soy árbol. Y gracias a ti drenaré los jugos de la tierra.

”¡Ah, bien he comprendido que el espíritu, Señor, domina la inteligencia! Porque la inteligencia examina los materiales, pero solamente el espíritu ve el navío. Y si he fundado el navío, me prestarán sus inteligencias para vestir, esculpir, endurecer, demostrar el rostro que haya creado.

”¿Por qué me rechazarían? Nada he aportado que les dañe mas los he liberado, cada uno con su amor.

”¿Por qué el aserrador de tablas aserraría menos si la tabla es tabla para el navío?

”He aquí que los indiferentes mismos, que no habían tenido lugar, se convertirán en mar. Porque todo ser busca convertir y absorber en sí lo que está alrededor.

”¿Y quién prevería a los hombres si no sabe asistir al navío? Pues los materiales no enseñan nada acerca de la diligencia. No han nacido si no han nacido en un ser. Pero es una vez reunidas cuando las piedras pueden actuar sobre el corazón del hombre por la plena mar del silencio. Cuando la tierra es avenada por la semilla del cedro, sé prever el comportamiento de la tierra. Y si he conocido al arquitecto y tales materiales de la bodega, conozco hacia qué se inclinan, y que abordarán islas lejanas».

175

Te deseo permanente y bien fundado. Te deseo fiel. Porque antes que nada, fiel es ser uno mismo. Nada debes esperar de la traición; pues tardarás mucho en anudar los nudos que te regirán, te animarán, suministrarán tu sentido y tu luz. Así, con las piedras del templo. No las desparramo en desorden, cada día, para tantear en procura de templos mejores. Si vendes tu dominio por otro quizá mejor en apariencia, pierdes algo de ti que no recobrarás nunca. ¿Y por qué te fastidias en tu casa nueva? Más cómoda, favoreciendo mejor lo que aspirabas en tu miseria de la otra. Tu pozo te fatigaba los brazos y soñabas con una fuente. He aquí tu fuente. Pero te falta el canto de la polea y el agua extraída del vientre de la tierra que reverberaba una vez al sol.

Y no es porque no desee que escales la montaña y te eleves. Y que no te forme y no desee que adelantes cada hora. Mas otra cosa es la fuente con la que embelleces tu casa -y que es victoria de tus manos- a tu instalación en una cáscara de otros. Pues una cosa son los logros sucesivos en una misma dirección, como es la de enriquecer el templo, los cuales logros son crecimiento del árbol que se desarrolla según su genio, y otra tu mudanza de casa sin amor.

Desconfío de ti cuando cortas; porque arriesgas en ello tu bien, más precioso, el cual no pertenece a las cosas, sino al sentido de las cosas.

Siempre he conocido triste a los emigrados.

Te pido abrir tu espíritu, pues arriesgas ser víctima de las palabras. Tal ha hecho su sentido del viaje. Va de una escala a otra escala y no te digo que se empobrezca. Su continuidad es el viaje. Mas el otro ama su casa. Su continuidad es la casa. Y si se cambia cada día, no será jamás dichoso. Si te hablo del sedentario, no hablo de aquél que antes que nada ama su casa. Te hablo de aquél que ya no la ama ni la ve. Pues también tu casa es perpetua victoria, como bien lo sabe tu mujer, que la reconstruye al despuntar el día.

Te instruiré, pues, sobre la traición. Porque eres nudo de relaciones y nada más. Y existes por tus lazos. Tus lazos existen por ti. El templo existe por cada una de sus piedras. Sacas ésta: se desploma. Eres parte de un templo, de un dominio, de un imperio. Y son porque tú eres. Y no te corresponde juzgar como un juez venido de afuera, aquello a lo que perteneces. Cuando juzgas es a ti a quien juzgas. Es tu carga; pero es tu exaltación.

Pues desprecio a aquél que por haber pecado su hijo, denigra a su hijo. Su hijo es él. Importa que lo amoneste y lo condene -castigándose a sí mismo si lo ama- y le sane sus verdades; pero no que vaya a quejarse de casa en casa. Porque entonces se rompe su solidaridad con su hijo, no es ya un padre y gana ese reposo que consiste en ser menos y semeja al reposo de los muertos. Pobres he considerado siempre a aquéllos que ya no sabían de qué eran solidarios. He observado siempre que se buscaba una religión, un grupo, un sentido, y que interrogaban para ser acogidos. Mas encontraban un fantasma de acogimiento. El único acogimiento verdadero es el de las raíces. Porque solicitas estar bien plantado, bien lleno de deberes y derechos, y responsable. Mas asumes un cargo de hombre en la vida como un cargo de albañil en una cantería, bajo el compromiso de un capataz de esclavos. He aquí que te vacías si te vuelves tránsfuga.

Me place el padre que habiendo pecado su hijo, se atribuye a sí el deshonor, se instala en el duelo y hace penitencia. Porque su hijo es él. Pero como está ligado a su hijo y regido por él, lo regirá. Pues no conozco camino que tenga solamente una dirección. Si rehúsas ser responsable de las derrotas, no lo serás de las victorias.

Si amas a aquélla de la casa que es tu mujer y peca, no irás a mezclarte a la multitud para juzgarla. Ella te pertenece y te juzgarás primero, pues eres responsable de ella. ¿Tu país ha flaqueado? Exijo que te juzgues: eres parte de él.

Pues, en verdad, te llegarán testigos extranjeros delante de los cuales enrojecerás. Mas precisas algo con lo cual hacerte solidario. ¿Con aquéllos que han escupido tu casa? Tenían razón, dirás. Quizá. Pero te quiero de tu casa. Te apartarás de aquéllos que la escupen. No debes escupir tú también. Entrarás en tu casa para predicar: «Vergüenza -dirás-, ¿por qué soy tan feo en ti?». Porque si actúan sobre ti y te cubren de vergüenza y aceptas tu vergüenza, entonces puedes obrar sobre ellos y embellecerlos. Y es a ti a quien embelleces.

Tu negativa a escupir no es encubrimiento de faltas. Es repartir la falta para purgarla.

Aquellos que no se solidarizan y amotinan ellos mismos a los extranjeros: «Ved esa podredumbre, ella no me pertenece…». Mas nada hay con lo que sean solidarios. Te dirán que son solidarios con los hombres, o con la virtud o con Dios. Mas ésas son palabras vacías, si no significan nudos de ligazones. Y Dios desciende basta la casa para hacerse casa. Y para el humilde que enciende los cirios, Dios es deber de encender los cirios. Y para aquél que es solidario con los hombres, el hombre no es una simple palabra de su vocabulario; el hombre es aquello de lo que es responsable. Demasiado fácil evadirse y preferir a Dios a encender los cirios. Pero no conozco al hombre, sólo a los hombres. La libertad, sino hombres libres. La dicha, sino hombres dichosos. La belleza, sino cosas bellas. Dios, sino el fervor de los cirios. Y aquéllos que persiguen la esencia de otra manera que como nacimiento, muestran su vanidad y el vacío de su corazón. Y no vivirán ni morirán; pues no se muere ni se vive por palabras.

 

Así, pues, el que juzga y no es ya solidario con nada, juzga para sí. Das en el blanco de su vanidad como en un muro. Pues se trata de su imagen, no de su amor. No se trata de él como ligazón, sino como objeto mirado. Y esto no tiene sentido.

Así pues, si te avergüenzan los de tu casa, de tu dominio, de tu imperio, me pretenderás falsamente que te proclamas puro para purificarlos, puesto que eres parte de ellos. Mas ya no eres de ellos delante de los testigos, solamente te rehabilitas tú. Pues, se te dirá con razón: «Si son como tú ¿por qué no están contigo aquí, escupiendo…?». Los hundes nuevamente en su vergüenza y te nutres de su miseria.

Ciertamente, tal puede estar indignado por la bajeza, los vicios, la vergüenza de su casa, de su dominio, de su imperio, y evadirse para buscar el honor. Y es signo, puesto que es, del honor de los suyos. Lo delega algo viviente en el honor de los suyos. Es signo de que otros tientan subir a la luz. Mas he aquí una obra bien peligrosa; pues precisa más virtud que delante de la muerte. Hallará esos testigos prontos a decirle: «¡Tú eres de esa podredumbre!». Y si se considera, responderá: «Sí, pero he salido de ella». Y los jueces dirán: «¡Los que son limpios, salen! Los que quedan son podredumbre». Y te ensalzarán pero sólo a ti. Y no a los tuyos en ti. Harás tu gloria de la gloria de los otros. Pero estarás solo, como el vanidoso o como la muerte.

Detienes, si partes, un peligroso mensaje. Porque eres signo de su honor puesto que sufrías. He aquí que los distingues de ti.

Solamente puedes esperar ser fiel con el sacrificio de la vanidad de tu imagen. Dirás: «Pienso como ellos, sin distinguir». Y se te despreciará.

Pero poco te importará ese desprecio; pues eres parte de ese cuerpo. Y actuarás sobre ese cuerpo. Y lo cargarás con tu propia inclinación. Y recibirás tu honor de su honor. Pues nada más hay que esperar.

Si te avergüenzas con razón, no te muestres. No hables. Roe tu vergüenza. Es excelente esta digestión que te obligará a rehacerte en tu casa. Pues ella depende de ti. Pero aquél tiene los miembros enfermos: se corta pues los cuatro miembros. Es un loco. Puedes morir para hacer respetar a los tuyos en ti; pero no renegarlos, pues en primer lugar es de ti de quien reniegas.

Bueno y malo es tu árbol. No te gustan todos los frutos. Pero hay bellos. Demasiado fácil alabarte por los bellos y renegar de los otros. Pues son aspectos diversos de un mismo árbol. Demasiado fútil escoger las ramas. Y renegar de las otras ramas. Enorgullécete de lo que es bello. Y si lo malo no arrastra, cállate. A ti corresponde entrar en el tronco y decir: «¿Qué debo hacer para curar este tronco?».

A aquél que emigra en el corazón, el pueblo reniega de él y él mismo renegará de su pueblo. Es así necesariamente. Has aceptado otros jueces. Es pues, bueno que te conviertas en uno de los suyos. Pero como no son de tu tierra, morirás.

Es tu esencia la que hace el mal. Tu error es distinguir. Nada hay que puedas rehusar. Estás mal aquí. Pero esto te pertenece.

Reniego del que reniega de su mujer, o de su ciudad, o de su país. ¿Estás descontento de ellos? Formas parte de ellos. Eres entre ellos lo que tiende hacia el bien. Debes arrastrar al resto. No lo juzgues desde el exterior.

Pues hay dos juicios. Aquél que haces de ti, de tu parte, como juez. Y sobre ti.

Porque no se trata de construir un hormiguero. Reniegas de una casa, reniegas de todas. Si reniegas de una mujer, reniegas del amor. Abandonarás a esa mujer mas no hallarás el amor.

176

«Sin embargo, me dices, me voceas contra los objetos pero hay objetos que me aumentan. Y contra el gusto de los honores. Y hay honores que me engrandecen. ¿Y dónde está el secreto puesto que hay honores que me disminuyen?».

—Es que no hay objetos, ni honores, ni prebendas. Valen por la luminosidad de tu civilización. Forman, en primer lugar, parte de otra estructura. Y la enriquecen. Y si sucede que sirves a la misma, te enriqueces al ser más. Así, con el equipo, si es un equipo verdadero. Uno de los del equipo ha logrado un premio y cada uno del equipo se siente enriquecido en su corazón. Y aquél que ha logrado el premio se enorgullece por el equipo, y se presenta ruborizándose con el premio bajo el brazo; pero si no existe un equipo, sino una suma de miembros, el premio significará algo solamente para el que lo recibe. Y despreciará a los otros por no haberlo obtenido. Y cada uno de los otros envidiará y odiará al que ha recibido el premio. Pues cada uno ha sido frustrado. De este modo, los mismos premios son objetos de ennoblecimiento para los primeros, de envilecimiento para los segundos. Pues te favorece sólo aquello que funda los caminos de tus cambios.

Así sucede con mis jóvenes tenientes que sueñan morir por el imperio, si los asciendo a capitanes. Míralos en la gloria, ¿en qué ves que se disminuyan? Los he vuelto más eficaces, más sacrificados. Y al ennoblecerlos, ennoblezco algo más grande que ellos. Así, con el comandante que servirá mejor el navío. Y el día que lo he nombrado se embriaga y embriaga a sus capitanes. Así, con la mujer dichosa de ser bella a causa de que ella ilumina. Un diamante la embellece, Y embellece el amor.

Tal ama su casa. Es humilde. Pero ha penado y velado por ella. Falta sin embargo alguna alfombra de lana alta o el jarro de plata que pertenece al té junto a la amada antes del amor. Y he aquí que una tarde, habiendo penado, velado y sufrido, ha entrado en casa del comerciante y ha escogido la más bella alfombra, el jarro más bello, como se escoge el objeto de un culto. Y he aquí que retorna rojo de orgullo pues habitará esa noche una verdadera casa. E invita a todos sus amigos a beber para festejar el jarro. Y habla en el curso del banquete, él, el tímido y todo en ello me conmueve. Pues el hombre, por cierto, se ha engrandecido y sacrificará aún más a la casa, pues ella es ahora más bella.

Pero si no existe un imperio al que sirvas, si el homenaje o el objeto o el honor es para ti, entonces es como si se los arrojara en un pozo vacío. Pues engulles. Y hete aquí cada vez más ávido de ser cada vez menos saciado y abrevado: Y no comprender la amargura que te sobreviene por la noche por el vacío de las cosas que tanto has deseado. Vanidad de los bienes, dices, ¡vanidad!…

Y quienquiera grite de tal modo, es que ha buscado servirse a sí. Y, por cierto, no se ha hallado.

177

Pues te hablaré y recibirás de mí un signo. Te devolveré tus dioses. Algunos han creído en los ángeles, en los demonios, en los genios. Y bastaba que fuesen concebidos para actuar. Lo mismo que, desde el momento en que la has formulado, la caridad comienza a colonizar el corazón de los hombres. Tenías la fuente. No solamente esta piedra del brocal gastada por las generaciones, no solamente el agua cantante, no solamente la provisión ya amasada en la cisterna como los frutos en la canasta (y tus bueyes van al abrevadero a llenarse de agua ya recibida), no solamente el agua y el canto del agua y el silencio de la reserva de agua y la frescura del agua ágil en tus palmas, y no solamente la noche sobre el agua temblorosa de estrellas -y dulce en la garganta-, sino algún dios de la fuente que yo te devolveré para que la fuente sea una en él y, al distribuirla en esta piedra y en esta otra, en este brocal, y en esta conducción, y en esta zanja, y en esta procesión lenta de los bueyes, no la pierdas en materiales diversos. Pues importa que te regocijes de las fuentes.