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100 Clásicos de la Literatura

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Noche en que se sienten crujir las vértebras. Noche en la que siempre he oído crujir las vértebras como el ángel ignorado que siento disperso en mi pueblo y que se trata un día de libertar…

Noche de las simientes recibidas.

Noche de la paciencia de Dios.

162

Y te he vuelto a encontrar con tus ilusiones, cuando me hablabas de aquéllos que vivían humildemente sin pedir nada, practicando sus virtudes familiares, celebrando simplemente sus fiestas, educando piadosamente a sus hijos.

—Ciertamente -he respondido. Pero ¿cuáles son sus virtudes? ¿Y cuáles sus fiestas? ¿Y cuáles sus dioses? Helos ya particulares, como tal árbol que, a su manera, drena la arena y no a la manera de otro. Si no, ¿dónde los hallarías?

—Piden solamente, me dices, vivir en paz… Ciertamente. Sin embargo, están en guerra. En nombre de su permanencia, puesto que exigen durar contra todo lo que es posible y en lo cual podrían fundirse. El árbol también es guerra, en su simiente…

—Sin embargo, una vez adquirida, su alma puede durar. Una vez fundada su moral…

—¡Claro! Una vez concluida la historia de un pueblo, puede durar. Esa novia que has conocido ha muerto joven. Sonreía. Ya no envejecerá, bella y sonriente por la eternidad… Pero tu pueblo, o bien conquista el mundo o bien se empapa en los fermentos mismos de su destrucción. Es mortal al ser viviente.

”Pero tú deseas la duración de la imagen, como el recuerdo de tu amada.

Pero vuelves a contradecirme:

—Si la forma que la regía se ha vuelto ahora tradición y religión y ritos aceptados, durará al transportar su código a través de las generaciones. Y solamente la conocerás dichosa, con esa luz en los ojos de sus hijos…

—Es cierto -le respondo-, cuando has hecho tus provisiones puedes vivir un tiempo de tu miel. Quien ha hecho la ascensión de la montaña puede vivir un tiempo del paisaje que es ascensión vencida. Recuerda las piedras escaladas. Pero el recuerdo muere pronto. Entonces el paisaje mismo se vacía.

”Ciertamente tus fiestas te hacen rehacer la creación de tu ciudad o de tu religión, pues son recuerdos de etapas y de esfuerzos y de sacrificios. Pero muere poco a poco su poder, pues te proporcionan un gusto caduco o inútil. Te crees tal necesariamente. Tu pueblo dichoso se hace sedentario y cesa de vivir. Si crees en el paisaje permaneces en él y pronto te aburres y cesas de ser.

”La esencia de tu religión es el acto de adquirir. Has creído que era un regalo. Pero pronto no sabes qué hacer con un regalo, y lo relegas al granero, una vez gastado el poder que era placer del regalo y objeto del cual disponer.

—¿No tengo pues esperanza de reposo?

—Allí donde sirven las provisiones. En la sola paz de la muerte, cuando Dios entroja el grano.

163

Pues hay estaciones de la vida que retornan para todos los hombres. Tus amigos se fatigan de ti necesariamente. Van a otras casas a quejarse de ti. Cuando se han distendido bien, vuelven, después de perdonarte y te aman de nuevo, de nuevo prontos a arriesgar su vida por tu vida.

Pero si te enteras por un tercero, que viene inoportunamente a informarte de lo que te no estaba destinado, de lo que fue saciedad de ti y lo sitúa fuera de ti, rehusarás a aquéllos que te aman, que retornan amándote de nuevo.

Desde luego, si no lo hubieras amado una primera vez, estarías dichoso con esta conversión en tu favor, la hubieses solicitado tú mismo y les harías fiesta.

¿Y por qué no quieres tú que haya muchas estaciones en la vida del hombre, cuando, en la misma jornada, hay en ti muchas estaciones frente de tus alimentos más aceptados, deseados, indiferentemente objetos de disgusto según el apetito?

Y no tengo el poder de emplear siempre el mismo paisaje.

164

Es tiempo, en efecto, que te instruya sobre el hombre.

Hay en los mares del norte hielos flotantes que tienen el espesor de montañas; pero del macizo emerge sólo una cresta minúscula en la luz del sol. El resto duerme. Así del hombre, del que has esclarecido solamente una parte miserable con la magia de tu lenguaje. Porque la sabiduría de los siglos ha forjado claves para apoderarse de él. Y conceptos para aclararlo. Y de tiempo en tiempo, llega aquél que lleva a tu conciencia una parte aún no formulada, con la ayuda de una clave nueva, la cual es una palabra, como «envidia», de la que te he hablado, y que expresa en conjunto una cierta red de relaciones que, si la refieres al deseo de la mujer, te aclararán la muerte por la sed, y muchas otras cosas. Y me aprisionas en mis diligencias, mientras que no hubieras sabido explicarme, por qué la sed me atormenta más que la peste. Pero la palabra que obra no es la que se dirige a la débil parte esclarecida, sino que expresa la parte todavía oscura y que no tiene aún lenguaje. Y es por esto que los pueblos van hacia donde el lenguaje del hombre enriquece la parte enunciable. Porque ignoras el objeto de tu inmenso afán de alimento. Pero yo te lo aporto y lo comes. Y el lógico habla de locura; porque su lógica de ayer no le permite comprender.

Mi muralla es el poder que organiza sus provisiones subterráneas y las trae a la conciencia. Porque tus necesidades son oscuras e incoherentes y contradictorias. Buscas la paz y la guerra, las reglas del juego para gozar del juego y la libertad para gozar de ti mismo. La opulencia para satisfacerte con ella y el sacrificio para hallarte en él. La conquista de las provisiones para la conquista y el disfrute de las provisiones para las provisiones. La salud para claridad de tu espíritu y las victorias de la carne para el lujo de tu inteligencia y de tus sentidos. El fervor de tu hogar y el fervor en la evasión. La caridad en consideración a las heridas, y la herida del individuo en consideración al hombre. El amor construido en la fidelidad impuesta, y el descubrimiento del amor fuera de la fidelidad. La igualdad en la justicia, y la desigualdad en la ascensión. Pero a todas esas necesidades en desorden como la rocalla dispersa, ¿qué árbol fundarás capaz de absorberlas y ordenarlas, y de ti logre un hombre? ¿Qué basílica construirás que use esas piedras?

Mi muralla es la semilla antes que te la proponga. Y la forma del tronco y las ramas. Tanto más durable el árbol, pues organizará mejor los jugos de la tierra. Tanto más durable que tu imperio que absorberá mejor lo que de ti se propone. Y vanas son las murallas de piedra cuando son tan sólo escamas de un muerto.

165

—Hallan las cosas -me decía mi padre-, como los puercos hallan las trufas. Porque hay cosas por encontrar. Pero de nada te sirven; porque tú vives del sentido de las cosas.

”Mas no hallan el sentido de las cosas, pues no se halla, sino que se crea.

”Por eso te hablo.

¿Qué contienen esos acontecimientos? -decían a mi padre.

—Contienen -respondía mi padre- el rostro que con ellos amaso.

Porque siempre olvidas el tiempo. Luego, el tiempo durante el cual hayas creído en alguna falsa nueva, te habrá determinado grandemente, pues será trabajo de semilla y crecimiento de ramas. Y de pronto, aun cuando te hayas desengañado, habrás llegado a ser de otra manera. Y si te afirmo esto o aquello descubrirás allí todos los signos, todas las recompensas, todas las pruebas. Así, con tu mujer, si te afirma que te engaña. La descubrirás coqueta, lo que es cierto. Y que sale a todas horas, lo que también es cierto, pero de lo que tú no te habías percatado. Si al punto reparo en mi mentira, queda siempre algo, porque era punto de vista para descubrir verdades que son.

Y si digo que los jorobados contagian la peste, te espantarás del número de jorobados. Pues no los habías notado. Y más largo tiempo me hayas creído, mejor los habrás despistado. Queda, a continuación, que conoces su número. Y es lo que yo quería.

166

—Yo -decía mi padre- soy responsable de todos los actos de todos los hombres.

—Sin embargo, -le dijeron-, unos se conducen como cobardes y otros traicionan. ¿Dónde estaría tu falta?

—Si alguno se convierte en cobarde, soy yo. Y si alguno traiciona, soy yo que me traiciono a mí mismo.

—¿Cómo puedes traicionarte a ti mismo?

—Acepto una imagen de los acontecimientos según la cual ellos me hacen un flaco servicio -dijo mi padre. Y soy responsable de esto porque la impongo. Y se transforma en verdad. Es, pues, la verdad de mi enemigo a la que sirvo.

—¿Y por qué serías cobarde?

—Llamo cobarde -respondió mi padre- a aquél que habiendo renunciado a moverse, se descubre desnudo. Cobarde aquél que dice: «El río me arrastra», pues de otra manera, teniendo músculos, nadaría.

Y mi padre resumió:

—Llamo cobarde y traidor a quien se queje de las faltas de los otros y de la fuerza de su enemigo.

Mas ninguno comprendía.

—Hay, sin embargo, evidencias de las que no somos responsables…

—¡No! -dijo mi padre.

Tomó a uno de sus convidados y lo empujó a la ventana:

—¿Qué forma dibuja aquella nube?

El otro observó largamente:

—Un león echado -murmuró por fin.

—Muéstralo a éstos.

Y mi padre, habiendo dividido en dos partes la asamblea, empujó a los primeros a la ventana. Y todos vieron el león echado que les hizo reconocer el primer testigo trazándolo con el dedo.

Después mi padre los colocó a un lado y empujó a otro convidado hacia la ventana:

—¿Qué forma dibuja esa nube?

El otro observó largamente:

—Un rostro sonriente -dijo al fin.

—Muéstralo a éstos.

Y todos vieron el rostro sonriente que les hizo reconocer el segundo testigo trazándolo con el dedo.

 

Después mi padre apartó a la asamblea lejos de las ventanas.

—Esforzaos por poneros de acuerdo en la imagen que configura la nube -les dijo.

Mas se injuriaron sin provecho; el rostro sonriente era demasiado evidente para los unos y el león echado para los otros.

—Los acontecimientos -les dijo mi padre- carecen igualmente de forma. Tienen la que el creador les acordará. Y todas las formas son verdad.

—Lo comprendemos respecto a la nube -le objetaron-; pero en cuanto a la vida… Porque si se alza el alba del combate y tu ejército es despreciable en comparación con la potencia de tu adversario, no tienes poder para actuar sobre el resultado del combate.

—Ciertamente -dijo mi padre. Como la nube se extiende en el espacio los acontecimientos se extienden en el tiempo. Si quiero amasar mi rostro tengo necesidad de tiempo. No cambiaría nada de lo que esta tarde debe concluirse; pero el árbol de mañana saldrá de mi semilla. Y ella es hoy. Crear no es descubrir para tu victoria de hoy una astucia que el azar te hubiera ocultado. Quedaría sin mañana. Ni una droga que te enmascare la enfermedad; porque la causa subsistiría. Crear es volver la victoria o la curación tan necesarias como el crecimiento del árbol.

Pero aún no comprendían:

—La lógica de los acontecimientos…

Entonces fue cuando mi padre los insultó con cólera:

—¡Imbéciles! -les dijo. ¡Ganado castrado! ¡Historiadores, lógicos y críticos, sois el gusano de los muertos y jamás cogeréis nada de la vida!

Se volvió hacia el primer ministro:

—El rey, mi vecino, quiere declararnos la guerra. Desde luego, no estamos preparados. La creación no consiste en modelar en la jornada ejércitos que no existen. Lo que es infantil. Sino en modelar un rey, mi vecino, que tenga necesidad de nuestro amor.

—Pero no está en mí el poder modelarlo…

—Conozco una cantante -le respondió mi padre-, en quien pensaría si me fatigo de ti. Nos cantó la otra tarde la desesperación de un pretendiente fiel y pobre que no osa confesar su amor. He visto llorar al general en jefe. A pesar de que es rico, revienta de orgullo y viola a las muchachas. Ella nos lo había cambiado en diez minutos en ese ángel de candor del que experimentaba todos los escrúpulos y todas las penas.

No sé cantar -murmuró el primer ministro.

167

Porque si polemizas te forjas del hombre una idea simplista. Ese pueblo rodea a su rey. El rey lo conduce hacia un fin que juzgas indigno del hombre. Y polemizas contra el rey.

Pero muchos viven del rey, porque son de tu parecer. No han pensado al rey bajo esa luz, porque hay otras razones para amar o tolerar al rey. Y he aquí que los alzas contra ellos mismos y contra el pan de sus hijos.

El tercio, pues, te seguirá con esfuerzo, renegando del rey, y conocerá una mala conciencia, porque había otras razones para amar o tolerar al rey; pues también era deber de ésos alimentar a sus hijos y, entre dos deberes, no hay balanza que te ponga en paz. Así, pues, si quieres animar al hombre cuando se atasca en la duda y no sabe actuar, conviene liberarlo. Y liberarlo es expresarlo. Y expresarlo es descubrirle el lenguaje que sea piedra angular de sus aspiraciones contradictorias. Te detienes, en las contradicciones, esperando que pasen, y así mueres. O si aumentas esas contradicciones, se irá a acostar con disgusto.

Otro tercio no te seguirá. Pero lo obligas a justificarse a sus propios ojos; pues tus argumentos han surtido efecto. Y los obligas a construir argumentos igualmente sólidos y que arruinan los tuyos. Siempre hay, pues la razón va adonde quieres. El espíritu sólo domina. Así, pues, ahora que se ha definido, expresado, y reforzado con un caparazón de pruebas, no podrás ya acogerte a él.

En cuanto al rey que meditaba débilmente alzar su pueblo contra ti, lo constriñes a actuar. Y he aquí que llama a los chantres, historiadores, lógicos, profesores, casuistas y comentadores de su imperio. Y se fabrica de ti una imagen bisoja, y esto es siempre posible. Y se demuestra tu bajeza, y esto es siempre posible. Y el tercer tercio que te había leído sin saber determinarse, el cual está lleno de buena voluntad, halla su fe en ese monumento de lógica que has obligado a construir. Y su bisajería lo impulsó a vomitar y se coloca cerca de su rey. Reconfortado por fin por ese puro rostro de una verdad.

Cuando precisabas luchar no contra, sino por. Pues el hombre no es simple como creías. Y el mismo rey es de tu opinión.

168

Dices: «Puedo emplear a aquél, que es mi partidario. Mas a éste que se opone a mí, lo coloco por comodidad en el otro campo, y no pretendo obrar sobre él, salvo en la guerra».

Con lo que al decir esto, forjas y endureces a tu adversario.

Y yo digo que amigo o enemigo son palabras de tu fabricación. Y que, por cierto, especifican algo, como definirte lo que pasará si os encontráis en el campo de batalla; pero un hombre no está regido por una única palabra y conozco enemigos con los que estoy más unido que con mis amigos, otros que son más útiles, otros que me respetan mejor. Y mis facultades de acción sobre el hombre no están ligadas a su posición verbal. Diré hasta que actúo mejor sobre mi enemigo que sobre mi amigo porque aquél que marcha en la misma dirección que yo me ofrece menos ocasión de encuentro y en cambio aquél que va contra mí, y no deja escapar ni un gesto mío, porque depende de él, ni una palabra.

Mas, ciertamente, no ejerceré un mismo género de acción sobre uno que sobre el otro; pues he recibido mi pasado en herencia y no tengo poder para cambiar nada en él. Y si ocupo esta comarca ornada de un río, de una montaña, y me veo obligado a guerrear en ella, absurdo sería que deplorara la posición de la montaña o la dirección del río. Y de ningún conquistador sano de espíritu has recibido esas lamentaciones. Mas usaré del río como un río y de la montaña como de una montaña. Y quizá situada aquí, me servirá menos de lo que me hubiera servido situada en otra parte, lo mismo que el adversario, si es poderoso, te favorecerá, por cierto, menos que un aliado. Mas lo mismo sería lamentar no haber nacido en otra época, o como jefe de otro imperio, lo que es de la podredumbre del sueño. Pero siendo dado lo que es y de lo cual debo tener cuenta, que dispongan del mismo poder de acción sobre mi adversario que sobre mi amigo. Que esta acción sea en un sentido, más o menos favorable y en el otro, más o menos desfavorable. Pues si se trata de actuar sobre el fiel de una balanza, es decir, de manifestarte por una acción, o por una fuerza, equivalentes son las operaciones que consisten sea en levantar un peso del platillo de la derecha, sea en agregar un peso al platillo de la izquierda.

Pero tú partes de un punto de vista moral que nada tiene que hacer en tu aventura, y a aquél que te ha vejado, injuriado o traicionado, lo condenas y lo arrojas y lo obligas a vejarte, injuriarte o traicionar más gravemente mañana. Yo utilizo como traidor a aquel mismo que me ha traicionado; porque es pieza de un tablero de ajedrez, y determinado, y puedo apoyarme en él para concebir y organizar mi victoria. Porque mi conocimiento del adversario ¿no es ya un arma? Y de inmediato usaré mi victoria para colgarlo.

169

Si diriges a tu mujer este reproche:

—No estabas allí cuando te esperaba.

Ella te responde:

—¡Cómo podía estar allí cuando me encontraba en casa de nuestra vecina!

Y es verdad que se hallaba en casa de tu vecina.

Si dices al médico:

—¿Por qué no estabas allá abajo, donde se intentaba revivir al niño ahogado…?

Te responde:

—¡Cómo podría haber estado allí cuando en otra parte cuidaba a ese viejo!

Y es verdad que cuidaba del viejo.

Si dices a alguno del imperio:

—¿Por qué no servías aquí al imperio?

Te responde:

—¿Cómo podría haber servido aquí al imperio cuando actuaba allá lejos…?

Y es verdad que actuaba allá lejos.

Pero sabe que si no ves subir el árbol a través de los actos de los hombres, es que no proviene de semilla; porque hubiera drenado en esta dirección necesaria la presencia de la mujer, el gesto del médico, el servicio del sirviente del templo. Y nació a través de ellos lo que pretendías hacer nacer. Porque para el hombre que forja de los clavos la religión de la forja de los clavos, el acto es el mismo para forjar uno u otro clavo. Pero puede suceder que se trate de clavos del navío. Y para ti, que retrocedes para ver mejor, es nacimiento y no desorden.

Porque el ser no tiene ni habilidad ni desfallecimiento y puede ser desconocido por cada uno que de él participa, falto de lenguaje. Aparece en cada uno según su lenguaje particular.

El ser no falta en las ocasiones. Se alimenta, se construye, convierte. Cada uno puede ignorarlo puesto que conoce solamente la lógica de su etapa. (La mujer, el empleo del tiempo, no el deseo de hallarse en la casa).

No hay desfallecimiento en sí. Pues todo acto es justificable. A la vez noble o no, según el punto de vista. Hay desfallecimiento en relación al ser o desfallecimiento del ser. Cada uno puede tener razones nobles para actuar en una cierta dirección. Nobles y lógicas. Y es que el ser no lo ha drenado suficientemente. Así, con aquél que en lugar de forjar clavos esculpe piedras. Traiciona el velero.

No iré a oírte las razones de tu comportamiento: careces de lenguaje.

O más exactamente: Hay un lenguaje del príncipe, otro de sus arquitectos, otro de sus capataces, otros de sus vendedores de clavos, otro de sus obreros.

Porque pagas al hombre por su obra. Le pagas para que te esté reconocido no tanto por los servicios materiales, como del homenaje tributado a su mérito; puesto que no hay precio para su escultura o para el riesgo de su vida que pueda juzgar exagerado. La escultura vale porque la compras.

Y he aquí que con tu dinero, no solamente has comprado la escultura, sino el alma del escultor.

Es sano que estimes loable lo que te hace vivir. Porque tal trabajo es el pan de los niños. Y no es tan bajo, puesto que se cambia en risas de niños. Así, aquél sirve al tirano, mas el tirano sirve a los niños. De este modo la confusión se introduce en el comportamiento del hombre y no puedes juzgarlo claramente.

Puedes juzgar sólo a aquél que traiciona el ser que hubiera podido drenar sus actos y hacerle escoger, entre pasos semejantes, el paso que era dirigido.

De este modo el hombre coloca una piedra sobre otra bajo el sol. Y su acto es tal. Pagado a tal precio. Costando tal fatiga. Y no ve en esto sino sacrificio con sentido para apilar las piedras. No tienes por qué reprocharles si no son piedras de un templo.

Has fundado el amor al templo para que sea drenado hacia el templo, el amor de las piedras empotradas.

Porque el ser tiende a alimentarse y a crecer.

Precisas ver muchos hombres para conocerlo. Y diversos. Así, con el navío a través de los clavos, los trapos y las tablas de un navío.

El ser no es accesible a la razón. Su sentido es ser, y tender. Se convierte en razón en la etapa de sus actos. Pero no en conjunto. Si no ningún niño subsistiría; porque es débil frente al mundo. Ni el cedro al desierto. El cedro nace en el desierto porque lo absorbe.

No apoyas tu comportamiento en la razón. Pones la razón a su servicio. No exiges de tu adversario que dé más pruebas de razón que tú. No es lógica sino tu obra realizada una vez extendida en el espacio y en el tiempo. Pero ¿por qué ese establecimiento es ése y no otro? ¿Por qué te ha guiado esa guía y no otra? No ha habido sino una acción al azar. Pero ¿cómo los azares, en lugar de dispersar el árbol en polvo, lo establecen contra la gravedad?

Das nacimiento a lo que consideras. Porque haces nacer al ser al definirlo. Y él busca alimentarse, perpetuarse y crecer. Trabaja en transformarse en sí lo que le es ajeno. Admiras la riqueza del hombre. Y he aquí que se considera como tal y, mientras que antes no reparaba en ellas, se absorberá en el crecimiento de sus riquezas. Porque se convierten en significación de sí mismo. No desea cambiar al individuo en algo distinto a lo que es en el presente. Pues sin duda poderosas razones, contra las cuales nada puedes, lo obligan a ser así y no de otro modo. Pero puedes cambiarlo; porque el hombre es de sustancia densa, es todo. Te toca a ti escoger de él lo que te gusta. Y trazar el dibujo para que parezca evidente a todos y a él mismo. Y habiéndolo visto lo aceptará, porque lo aceptaba también la víspera aunque sin pasión para apoyarlo. Y una vez transformado en él, al ser considerado y por haberse convertido en él, vivirá de la vida de los seres buscando perpetuarse y crecer.

 

Porque aquél da al dueño de esclavos una parte de su trabajo y le niega otra parte. Así es la vida, porque él hubiera podido, por cierto, trabajar más o trabajar menos. Si quieres ahora que una parte devore a la otra, que el trabajo devore a la negativa del trabajo, dirás al hombre: «Tú que aceptas ese trabajo a pesar de la amargura, porque solamente en ese trabajo hallas tu dignidad y el ejercicio de tu creación, tienes razón, pues debes crear donde puedas. Y de nada sirve lamentar que el dueño no sea otro. Es, como es la época en que has nacido. O la montaña de tu país».

No has pretendido de él que trabajara más, ni has avivado su conflicto con él mismo. Sino que le has ofrecido una verdad que ha conciliado sus dos partes en el ser que te interesaba. Marchará, crecerá y, el hombre irá hacia el trabajo.

O bien deseas ver cómo la parte que rechaza el trabajo devora la parte de trabajo. Y le dirás:

«Eres aquél que, a pesar del látigo y la extorsión del pan, otorga al trabajo solicitado la parte irreductible, falto de la cual morirías. Cuánto coraje en tu comportamiento. Y cuánta razón tienes, porque si quieres que el dueño sea vulnerable, no tienes otro medio que creerte vencedor por anticipado. Lo que no concedes en tu corazón está salvado. Y la lógica no gobierna las creaciones».

Y no has deseado que trabajara menos ni has avivado su litigio con él mismo. Sino que le has ofrecido una verdad que ha conciliado sus dos puntos de vista en el ser que te interesaba. Marchará, crecerá y el hombre irá hacia la revuelta.

Por esto no tengo enemigos. En el enemigo considero al amigo. Y se convierte en él.

Tomo todos los pedazos. No tengo que cambiar los pedazos. Sino que los anudo en otro lenguaje. Y el mismo ser marchará diferentemente.

Todo lo que me aportarás de tus materiales, lo diré verdadero. Y diré lamentable la imagen que componen. Y si mi imagen los absorbe mejor, y si va según mi deseo, serás mejor.

Por esto digo que tienes razón al construir tu muro alrededor de las fuentes. Pero he aquí otras fuentes que no están comprendidas por él. Y es de tu ser derribar tu muro para reconstruirlo. Mas lo reconstruyes sobre mí y me convierto en simiente en el interior de tus murallas.

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