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100 Clásicos de la Literatura

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”Los que primero volvieron dijeron: “El pozo de El Ksour es una ventana sobre la vida”. Tus ángeles estaban prontos a recoger a mi ejército en sus grandes canastas y a vertértelo en tu eternidad como una corteza de madera muerta. Les hemos huido por este agujero de aguja. No sé ya reconocerme. En adelante, si considero un simple campo de cebada bajo el sol, en equilibrio entre el barro y la luz y capaz de nutrir a un hombre veré en él un vehículo o pasaje secreto, aunque ignore aquello de lo que es acarreo o camino. He visto surgir ciudades, templos, murallas y grandes jardines colgantes del pozo de El Ksour.

”Mis hombres beben y meditan acerca de sus vientres. Nada hay en ellos sino placer del vientre. Están apretados alrededor de un agujero de aguja. Ya nada hay en el agujero de aguja sino cabrilleo de un agua negra cuando el morro de un recipiente la atormenta. Pero al ser vertida sobre la semilla seca, que no conoce nada de sí sino su placer del agua, despierta un poder ignorado que es de ciudades, de templos, de murallas y de grandes jardines colgantes.

”No sé ya reconocerme si tú no eres piedra angular y común medida y significado de los unos y de los otros. El campo de cebada y el pozo de El Ksour y mi ejército serían para mí materiales en desorden si tu presencia a través de ellos no me permitiera descifrar alguna ciudad almenada que se construyó bajo las estrellas».

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Estuvimos pronto a la vista de la ciudad. Pero nada descubrimos sino murallas rojas de una altura inusitada y que mostraban al desierto una especie de reverso desdeñoso, despojadas de ornamentos, de salidas, de almenas, y concebidas con toda evidencia para no ser miradas desde afuera.

Cuando miras a una ciudad ella te mira. Levanta contra ti sus torres. Te observa detrás de sus almenas. Te abre o te cierra las puertas. O bien desea ser amada o sonreírte y vuelve en tu dirección los adornos de su rostro. Siempre que tomábamos una ciudad nos parecía, tan bien construidas estaban en vista al visitante, que se nos entregaba. Puertas monumentales y avenidas reales, ya seas caminante o conquistador, eres siempre recibido como un príncipe.

Pero el malestar se apoderó de mis hombres cuando las murallas, poco a poco aumentadas al aproximarnos, nos parecieron tan visiblemente volvernos la espalda con una calma de acantilado; como si nada existiese fuera de la ciudad.

Empleamos la primera jornada en rodearla, lentamente, buscando alguna brecha, alguna falla, o al menos alguna salida murada. Caminábamos a tiro de fusil; pero ninguna respuesta rompía el silencio, aunque sucedía que algunos de mis hombres, en los que el malestar se agravaba, tirasen ellos mismos salvas de desafío. Había algo en esta ciudad detrás de sus murallas semejante al caimán bajo su caparazón que desdeña hasta interrumpir su sueño por ti.

Desde una eminencia lejana que, sin sobrepasar las murallas permitía una mirada al ras, observamos una verdura apretada como berros. Mientras que en el exterior de las murallas no se pudo descubrir una brizna de hierba. Sólo había, hasta el infinito, arena y rocalla gastadas por el sol, de tal modo las fuentes de los oasis habían sido pacientemente avenadas para el solo uso interior. Esas murallas retenían la vegetación como el casco una cabellera. Deambulábamos estúpidos, a algunos pasos de un paraíso demasiado denso, de una erupción de árboles, de pájaros, de flores, estrangulado por la cintura de las murallas como por el basalto de un cráter.

Cuando los hombres se convencieron que el muro no tenía fisura, una parte de ellos fue asaltada por el miedo. Porque esta ciudad jamás, en la memoria de ningún hombre, había ni rechazado ni acogido una caravana. Ningún viajero había aportado con su equipaje la infección de costumbres lejanas. Ningún comerciante había introducido el uso de un objeto en otra parte familiar. Parecía a mis hombres palpar la corteza de un monstruo informulable que no poseía nada en común con los pueblos de la tierra. Porque a las islas más perdidas, los naufragios de los navíos las habían alguna vez bastardeado, y hallas siempre algo para establecer tu parentesco de hombre y forzar la sonrisa. Mas ese monstruo, si se mostraba, no mostraría aún un rostro.

Hubo otros entre los hombres que, muy por el contrario, fueron atormentados por un amor informulable y singular. Porque solamente eres conmovido por aquélla que es permanente y está bien fundada, no mestizada la pasta de su carne ni podrida en el lenguaje de su religión o en su costumbre, y que no surge de esa colada de los pueblos en la que todo está mezclado y es glaciar fundido en ciénaga. ¡Qué bella era esta amada tan celosamente cultivada en sus aromas y sus jardines y sus costumbres!

Pero los unos como los otros y yo mismo, una vez franqueado el desierto, chocábamos con lo impenetrable. Pues, quien se opone a ti, te abre el camino de su corazón, como a tu espada el de su carne y puedes esperar vencerlo, amarlo o morir; pero ¿qué puedes contra quien te ignora? Y fue cuando me sobrevino este tormento que precisamente descubrimos alrededor del muro sordo y ciego: que la arena mostraba una zona más blanca al ser rica en osamentas que sin duda testimoniaban la suerte de las delegaciones lejanas, semejante como era a la franja de espuma donde se resuelve, a lo largo de un acantilado, la marejada que ola por ola delega el mar.

Pero cuando, llegada la noche, consideraba desde el umbral de mi tienda ese monumento impenetrable que duraba en medio de nosotros, meditaba y me parecía que antes que la ciudad por tomar éramos nosotros quienes sufríamos un sitio. Si incrustas una semilla dura y cerrada en la tierra fértil, no es la tierra la que, al rodearla, sitia a tu semilla. Porque cuando tu semilla reviente su simiente establecerá su reinado sobre tu tierra. Si hay, por ejemplo, detrás de los muros, me decía, tal o cual instrumento de música ignorado por nosotros y si se extraen de él melodías ásperas o melancólicas, la experiencia me enseña que una vez forzada esta reserva misteriosa y desparramados mis hombres entre sus bienes los hallaré después, en los atardeceres de mi campamento, ejercitándose en arrancar de esos instrumentos poco usuales tal melodía de un gusto nuevo para sus corazones. Y sus corazones serán cambiados.

«Vencedores o vencidos, me decía, ¡cómo podría distinguirlos! Considera ese hombre mudo entre la multitud. Ella lo rodea y lo presiona y lo fuerza. Si es comarca vacía, lo aplasta. Mas si es un hombre habitado y construido en el interior, como la bailarina que yo hice danzar, y si él habla, entonces al hablar ha echado raíces en tu multitud, preparado su celada, establecido su poder, y he aquí que tu multitud, si él se pone en marcha, se pone en marcha detrás de él multiplicando su potencia.

”Basta que este territorio abrigue en algún lado a un sabio bien protegido por su silencio, y llegado al corazón de sus meditaciones, para que equilibre el peso de tus armas; pues es semejante a una semilla. ¿Y cómo lo distinguirías para decapitarlo? Se muestra solamente por su poder y en la sola medida en que su obra está hecha. Porque así sucede con la vida, que está siempre en equilibrio con el mundo. Y no puedes luchar sino contra el loco que se propone utopías pero no contra aquél que piensa y construye el presente, puesto que el presente es tal cual lo muestra. Así con toda la creación, pues el creador nunca aparecerá. Si de la montaña donde te he conducido ves resueltos de este modo tus problemas y no de otra manera, ¿cómo te defenderías contra mí? Es necesario que estés en alguna parte.

”Así con ese bárbaro, que habiendo reventado las murallas y forzado el palacio real irrumpió frente a la reina. Desde luego, la reina no disponía de ningún poder, todos sus hombres de arma habían muerto.

”Cuando cometes un error en el juego que jugabas por simple gusto del juego, enrojeces, humillado y deseoso de reparar tu falta. Sin embargo, no hay un juez que te deshonre, sino ese personaje que tal juego deja en libertad en ti y que protesta. Y te guardas de los falsos pasos en la danza aunque ningún otro bailarín ni persona tenga calidad para reprochártelos. Así, para hacerte mi prisionero, no iría a mostrarte mi poder, sino a trasmitirte el gusto por mi danza. Y vendrías donde yo quisiera.

”Por esto la reina, volviéndose hacia el rey bárbaro cuando reventó la puerta y surgió como un soldadote con el hacha en la mano y todo humeante de su poder, y lleno de un enorme deseo de asombrar, porque era vanidoso y jactancioso, tuvo una sonrisa triste, como de decepción secreta, y de indulgencia un poco gastada. Porque nada la asombraba sino la perfección del silencio. Y no se dignaba a escuchar todo ese ruido al igual que tú ignoras los trabajos groseros de los poceros aunque los aceptes como necesarios.

”Adiestrar un animal es enseñarlo a actuar en la única dirección eficaz para él. Cuando quieres salir de tu casa, sin reflexionar te diriges a la puerta. Cuando tu perro quiere ganar su hueso, hará las gracias que le pidas; pues ha observado poco a poco que son los caminos más cortos para su recompensa. Aunque en apariencia no tenga relación con el hueso. Esto se funda en el instinto mismo y no en el razonamiento. Así el bailarín conduce a la bailarina por las reglas del juego que ignoran ellos mismos. Que son lenguaje oculto como de ti a tu caballo. No sabrías decirme exactamente los movimientos que hacen obedecer a tu caballo.

”Así, pues, la debilidad del bárbaro era que quería primero asombrar a la reina, y su instinto le enseñó rápidamente que sólo había un camino, pues todos los otros la volvían más lejana, más indulgente y más decepcionada, y comenzó a actuar en silencio. Así comenzaba ella a cambiarlo a su manera, prefiriendo al ruido del hacha las reverencias ceremoniosas».

 

De este modo, me parecía que al rodear ese polo que nos forzaba a mirar hacia él, aunque cerraba los ojos deliberadamente, le hacíamos representar un papel peligroso, pues recibía de nuestra audiencia el poder de irradiación de un monasterio.

Por esto, luego de reunir a mis generales, les dije:

—Tomaré la ciudad por asombro. Importa que los de la ciudad nos interroguen sobre algo.

Mis generales, prudentes por anteriores experiencias, si bien nada comprendían de mis palabras, hicieron diversos ruidos de asentimiento.

Me acordaba igualmente de una réplica que opuso un padre a algunos que le objetaban que los hombres, en las grandes cosas, no cedían sino a las grandes fuerzas.

—Por cierto -les había respondido. Pero no arriesgáis contradeciros, pues decís que una fuerza es grande cuando hace ceder a los fuertes. Así, pues, he aquí a un mercader vigoroso, arrogante y avaro. Transporta una fortuna en diamantes, los cuales están cosidos en su cinturón. Y he aquí un jorobado miserable, pobre y prudente, que no es conocido del mercader, habla otra lengua distinta a la suya y desea, sin embargo, apropiarse de las piedras. ¿No ves dónde se aloja la fuerza de que dispone?

—No lo vemos -dijeron los otros.

—Sin embargo -prosiguió mi padre-, el miserable, luego de abordar al grande, lo invita, como hace calor, a compartir su té. Y nada arriesgas cuando llevas piedras cosidas en tu cinturón en compartir el té de un jorobado miserable.

—Ciertamente, nada -dijeron los otros.

—Y sin embargo, a la hora de separarse, el jorobado se lleva las piedras y el mercader revienta de rabia, amordazado hasta en sus puños por la danza que le ha danzado.

—¿Qué danza? -interrogaron los otros.

—La de los dados tallados en hueso -respondió mi padre.

Después les explico:

—Sucede que el juego es más fuerte que el objeto del juego. Tú, general, gobiernas diez mil soldados. Son todos solidarios unos con otros. Y sin embargo, los envías a arrojarse mutuamente en prisión. Porque no vives de las cosas, sino del sentido de las cosas. Cuando el sentido de los diamantes fue ser caución de los dados, se deslizaron en el bolsillo del jorobado.

Sin embargo, los generales que me rodean se enardecieron:

—Pero ¿cómo llegarás a los de la ciudad, si rehúsan escucharte?

—He aquí que tu amor de las palabras te hace hacer un ruido estéril. Si pueden a veces rehusarse a escuchar, ¿dónde ves que los hombres puedan rehusarse a oír?

—¡Aquél que busco ganar para mi causa puede hacerse sordo a la tentación de mis promesas si es lo suficiente sólido de corazón!

—Ciertamente, ¡porque te muestras! Pero es sensible a tal música y si la tocas, no es a ti a quien oirá, sino a la música. Y si se inclina sobre un problema que lo devora y si le muestras la solución, estará constreñido a recibirla. ¿Cómo quieres que finja, frente a sí mismo, por odio o desprecio contra ti, continuar buscando? Si al jugador de un juego le señalas el golpe que lo salva y que ha buscado sin descubrirlo, lo gobiernas, pues te obedecerá, aunque pretende ignorarte. Lo que buscas, si te lo dan, te lo atribuyes. Aquélla busca su anillo extraviado o la palabra de un jeroglífico. Le tiendo el anillo al hallarlo. O le soplo la palabra del jeroglífico. Puede, muy cierto, rehusar uno u otro de mí, por exceso de odio. Sin embargo, la gobierno porque la he mandado a sentarse. Tendría que ser muy loca para continuar buscando…

”Preciso es que los de la ciudad deseen, busquen, aspiren, protejan, cultiven algo. Si no, ¿alrededor de qué construirían murallas? Y las construyes alrededor de un pequeño pozo; y si afuera te creo un lago, tus murallas caen por sí mismas pues son ridículas. Si las construyes alrededor de un secreto, y mis soldados, alrededor de las murallas, te gritan tu secreto a voz en cuello, tus murallas caen también porque no tienen ya objeto. Si las construyes alrededor de un diamante, y yo los siembro afuera como guijarros, tus murallas caen porque favorecen tu pobreza. Y si las construyes alrededor de la perfección de una danza que danzo mejor que tú, las demolerás tú mismo para aprender de mí a danzar…

”Quiero primero, simplemente, que los de la ciudad me oigan. Prontamente me escucharán. Pero, por cierto, si toco el clarín bajo sus muros reposarán en paz sobre sus murallas y no oirán mis vanos resoplidos. Porque oyes lo que es para ti. Y te aumenta. O te reduce a uno de tus litigios.

”Obraré sobre ellos aunque finjan ignorarme. Porque la gran verdad es que no existes solo. No puedes quedarte permanente en un mundo que, alrededor, cambia. Puedo sin tocarte actuar sobre ti, pues, quieras o no, es tu sentido mismo el que cambia y no puedes soportarlo. Eras el poseedor de un secreto: ya no es secreto, tu sentido ha cambiado. Si aquél que danza y declama en la soledad lo rodeo en secreto de auditores burlones y levanto después el telón, lo interrumpo netamente en su danza.

”Si danza aún, es que está loco.

”Tu sentido está hecho del sentido de los otros, lo quieras o no. Tu gusto está hecho del gusto de los otros, lo quieras o no. Tu acto es movimiento de un juego. Paso de una danza. Cambio el juego o la danza y cambio tu acto en otro.

”Construyes tus murallas por causa de un juego, las destruirás tú mismo a causa de otro.

”Porque vives no de las cosas, sino del sentido de las cosas.

”Castigaré a los de la ciudad en su pretensión; pues confían en sus murallas.

”Mientras que tu única muralla es la potencia de la estructura que te amasa y que sirves. Porque la muralla del cedro es el poder mismo de su semilla, la cual permitirá establecerse contra la tempestad, la sequía o la rocalla. E inmediatamente podrás explicarlo muy bien por la corteza; pero la corteza en un principio era fruto de la semilla. Raíces, corteza y follaje son semilla que se ha expresado. Pero el germen del centeno es un débil poder, y el centeno opone una muralla débil a las embestidas del tiempo.

”Y aquél que es permanente y bien fundado está pronto a expandirse en un campo de fuerza según sus líneas de fuerza, primero invisibles. A éste llamo muralla admirable, pues el tiempo no lo gastará, sino que lo construirá. El tiempo está hecho para servirlo. Y poco importa si parece desnudo.

”El cuero del caimán no protege nada si la bestia está muerta.

Así, considerando la ciudad, enemiga embutida en su armadura de cemento, meditaba sobre su debilidad o su fuerza. «¿Es ella o yo quien conduce la danza?». Es peligroso, en un campo de trigo, arrojar una semilla tan sólo de cizaña, porque el ser de la cizaña domina al ser del trigo, y poco importan la apariencia y el número. Tu número está contenido en la semilla, precisas desenrollar el tiempo para contarlo.

158

Así, he meditado largo tiempo acerca de la muralla. La verdadera muralla está en ti. Y lo saben bien los soldados que hacen girar sus sables. Y no pasas. El león no tiene caparazón, pero su golpe de pata va como el relámpago. Y si salta sobre tu buey, te lo abre en dos como un armario.

Ciertamente, me dirás, es frágil el recién nacido y el que más adelante cambió el mundo, en sus primeros días hubiera sido fácilmente soplado como un candil. Pero he visto morir al niño de Ibrahín. Cuya sonrisa era, en el tiempo de la salud, como un regalo. «Ven», le decían al niño de Ibrahín. Y venía hacia el anciano. Y le sonreía. Y el anciano se iluminaba. Palmoteaba la mejilla del niño y no sabía bien qué decirle; pues el niño era un espejo que daba un poco de vértigo. O una ventana. Porque siempre el niño intimida como si tuviera conocimientos. Y no te equivocas, pues su espíritu es fuerte antes que lo achaparres. Y de sus tres guijarros te hace una flota de guerra. Y, por cierto, si el anciano no reconoce en el niño al capitán de una flota de guerra, reconoce ese poder. Así, pues, el niño de Ibrahín era como una abeja que agota todo alrededor para hacer su miel. Todo se le transformaba en miel. Y te sonreía con sus dientes blancos. Y tú permanecías allí sin saber qué colegir a través de esa sonrisa. Porque no hay palabras para decirlo. Simplemente, maravillosamente disponibles, esos tesoros ignorados, como esos golpes de primavera sobre el mar, con un gran desgarramiento de sol. Y el marino se siente bruscamente mudado en plegaria. El navío por cinco minutos marcha en la gloria. Cruzas las manos sobre el pecho y recibes. Así, con el niño de Ibrahín cuya sonrisa pasaba como una ocasión maravillosa que no hubieras sabido en qué, cómo recoger. Como un reino demasiado corto sobre territorios asoleados y riquezas que no has tenido ni siquiera el tiempo de volver a censar. Así, pues, nada podrías decir. Entonces es aquél que abre y cierra sus párpados como ventanas sobre otra cosa. Y que, aunque poco hablador, te enseñaba. Porque la verdadera enseñanza no es hablarte, sino conducirte. Y a ti, viejo ganado, él te conducía como un joven pastor a las invisibles praderas de las que no hubieses sabido decir nada, sino que por un minuto te sentías como amamantado y tranquilizado y arreado. Así, pues, era aquél que era para ti signo de un sol desconocido, del que te informabas que iba a morir. Y toda la ciudad se cambiaba en vejez y en incubadora. Todas las viejas venían a ensayar sus tisanas y sus canciones. Los hombres se mantenían en la puerta para impedir que hubiera ruido en la calle. Y se lo arropaba y se lo mecía y se lo abanicaba. Y así era como se construía una muralla entre la muerte y el que hubiera podido parecer impenetrable; pues una ciudad entera lo rodeaba con soldados para sostener ese sitio contra la muerte. No vayas a decirme que una enfermedad de niño es sólo una lucha de débil carne en su débil vaina. Si existe un remedio lejos, se ha despachado caballeros. Y he aquí que tu enfermedad se representa también en el galope de tus caballeros en el desierto. Y en los altos para el relevo. Y en los grandes pilones donde se hace beber. Y en los golpes del talón en el vientre, porque es preciso ganar la carrera a la muerte. Y, ciertamente, sólo ves un rostro cerrado y liso de sudor. Y sin embargo, lo que se combate, se combate también a golpes de espuelas en el vientre.

¿Niño miserable? ¿En qué ves que lo sea? Miserable como el general que conduce un ejército…

Y yo he comprendido bien, mirándolo, y mirando a las viejas y a los viejos y a los más jóvenes, a todo el enjambre de abejas alrededor de la reina, a todos los mineros alrededor del filón de oro, a todos los soldados alrededor del capitán, que si formaban un poder tal, es que los había avenado, como la semilla una materia diversa para hacer árboles, torres y murallas, una sonrisa silenciosa y furtiva que había convocado para el combate. No había fragilidad en esta carne de niño tan vulnerable puesto que se aumentaba con esta colonia, naturalmente, sin conocerlo siquiera, por el solo efecto de esa llamada que te ordena alrededor de ti todas las reservas exteriores. Y una cantidad entera se convertía en servidor del niño. Así, de las sales minerales llamadas por la semilla, ordenadas por la semilla y que se transforman, en la dura corteza, en murallas de cedro. ¿Qué significa la fragilidad del germen si posee el poder de reunir a sus amigos y de someter a sus enemigos? ¿Crees en las apariencias, en los puños de ese gigante y en el clamor que puede producir? Eso es verdadero en el instante mismo. Pero olvidas el tiempo. El tiempo te construye raíces. Y no ves que el gigante está como agarrotado por una invisible estructura. Y no ves que el niño débil marcha a la cabeza de un ejército. En un instante el gigante te lo aplastará. Pero no lo aplastará. Pues el niño no es una amenaza. Mas verás al niño posar el pie sobre la cabeza del gigante y con un golpe de talón destruirlo.

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Siempre has visto lo que es fuerte aplastado por lo que es débil. Sin duda, esto es falso en el instante mismo, de lo que resultan las ilusiones de tu lenguaje. Porque olvidas el tiempo. Y, por cierto, el niño miserable si suscita la cólera del gigante, el gigante lo pisará. Pero no es del juego ni del sentido del niño miserable provocar esta cólera del gigante. Sino no ser observado. O ser amado. Y en la adolescencia, quizás ayudarlo a fin de que el gigante tenga necesidad de él. Después llega la edad de las invenciones, y el niño crecido forja un arma. O bien, muy simplemente, sobrepasa al otro en talla y en peso. O bien, más simplemente todavía, el niño habla y drena mil hombres alrededor de sí, que conducirá contra el gigante y que serán para él como una armadura. ¡Ve a tocarlo a su través!

 

Y el campo de trigo, si descubro una sola semilla de cizaña, lo reconozco vencido. Y el tirano y sus soldados y sus gendarmes, si hay en algún lugar en su pueblo un niño como el de Ibrahín que comienza a desarrollarse y a madurar la imagen nueva que ordenará al mundo como un justillo de hierro (porque descubro prontas las líneas de fuerza), lo veo ya desmantelado y arrojado a tierra como esos templos de los que una sola semilla ha llegado a su fin; porque era de un árbol gigante que ha desarrollado sus raíces con la paciencia del que se despierta y se estira y lentamente hincha los músculos de su brazo. Pero esta raíz hizo vacilar un contrafuerte, la otra derribó un casco. El tronco ha reventado la cúpula en su piedra angular, y la piedra angular se ha derrumbado. Y el árbol reina en adelante sobre los materiales en desorden transformados en polvo, del que extrae su jugo para nutrirse.

Pero a su turno, sabré derribar a este árbol gigante. Porque el templo se ha transformado en árbol. Pero el árbol se transformará en pueblo de bejucos. Me basta con una semilla alada al capricho de los vientos.

¿Qué muestras si el tiempo se desarrolla? Ciertamente, es invisible, en apariencia, esta ciudad dentro de su armadura. Pero sé leer. Y puesto que encierra en sus provisiones, es que acepta la muerte. Tengo miedo de aquéllos que van desnudos, subiendo hacia el norte de su desierto sin fortalezas. Deambulando casi sin armas. Pero semilla sin germinar aún y que no conoce su propio poder. Mi ejército ha brotado del agua profunda del pozo de El Ksour. Somos semillas salvadas por Dios. ¿Quién se opondrá a nuestra marcha? Me basta con hallar la falla en la armadura, para rajar ese templo con el despertar del árbol encerrado en su semilla. Me basta conocer la danza pura danzar. Para que te conviertas en hembra del macho, ciudad en adelante doméstica como la mujer cuando queda en la casa. Eres mía, como un pastel de miel, ciudad demasiado segura de ti. Deben dormir tus centinelas. Porque estás destrozada en el corazón.

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«Así, pues, me decía, no existen murallas. Las que acabo de construir si sirven a mi poder es porque son efectos de mi poder. Si sirven mi permanencia es que son efectos de mi permanencia. Pero no llamas muralla la vaina del caimán, si está muerto.

”Si oyes que una religión se queja de que los hombres no se dejan conquistar, limítate a reír. La religión debe absorber a los hombres, no los hombres sometérsele. No reprochas a la tierra no formar un cedro.

”¿Crees que todos aquéllos que van predicando una religión nueva, si la distribuyen por el mundo y alinean a los hombres en ellas, es a causa del ruido que hacen, de la habilidad de sus reclamos o el lujo de su alboroto? Pero he escuchado demasiado a los hombres para no comprender el sentido del lenguaje. Y que resulta de acarrear del otro a ti algo de fuerte que es punto de vista nuevo y que busca por sí mismo alimentarse. Hay palabras que arrojas como semillas, las cuales tienen el poder de drenar la tierra y organizarla en cedro. Y, ciertamente, hubieras podido sembrar el olivo y organizar en olivo. Y el uno o el otro prosperará, multiplicándose por sí mismo. Y, por cierto, en el cedro que crece oirás cantar al viento más y más fuerte. Y si la raza de hienas se multiplica oirás el grito de las hienas llenar más y más la noche. ¿Irás a decirme, sin embargo, que es el ruido del viento en las hojas del cedro el que llama a los jugos de la tierra, o la magia del grito de las hienas que cambia en hiena la carne de las gacelas salvajes? La carne de las hienas se recluta en la carne de las gacelas, la carne del cedro se recluta en los jugos de la rocalla. Los fieles de tu religión nueva se reclutan entre los infieles. Pero ninguno jamás es determinado por el lenguaje si el lenguaje no tiene el poder de absorber.

”Y absorbes cuando expresas. Y si te expreso eres mío. Te conviertes en mí necesariamente. Porque tu lenguaje en adelante soy yo. Y por eso digo del cedro que es lenguaje de la rocalla; pues ella se hace, a través de él, murmullo de los vientos.

”Pero ¿quién si no yo te propone un árbol dónde llegar a ser?».

Así, pues, cada vez que asistía a la acción de un hombre no buscaba explicarla por la algazara de su charanga -porque puede también odiarla o arrojarla- ni por la acción de sus gendarmes, porque pueden hacer sobrevivir a un pueblo que muere; pero no construir. Y te lo he dicho de los imperios fuertes que decapitan los centinelas dormidos, de lo que deduces falsamente que su fuerza les viene de su rigor. Porque el imperio débil, si decapita, allí donde todos duermen, es sólo un bufón sanguinario; pero el imperio fuerte llena sus miembros de su fuerza y no tolera el sueño. No busco ni siquiera explicar la acción del hombre, por las palabras enunciadas o los móviles o los argumentos inteligentes, sino por el poder informulable de las estructuras nuevas y fértiles como el que hay en ese rostro de piedra que has mirado y que te cambia.

161

Vino la noche y escalé la más alta curva de la comarca para mirar dormir la ciudad y extenderse alrededor, en la oscuridad universal, las manchas negras de mis campamentos en el desierto. Y esto con el propósito de sondar las cosas, conociendo a la vez que mi ejército era un poder en marcha y la ciudad un poder cerrado como un polvorín, y que a través de esta imagen de un ejército apretado alrededor de su polo, otra imagen estaba en marcha, y en construcción sus raíces, de las que nada podía conocer todavía, ligando diferentemente los mismos materiales; y buscaba leer en la noche los signos de esta gestación misteriosa, no con el fin de preverla, sino de gobernarla, pues todos, menos los centinelas, han ido a dormir. Y reposan los ejércitos. Pero he aquí que eres navío en el río del tiempo. Y ha pasado sobre ti esa luminosidad de la mañana, del mediodía y de la tarde como la hora de empollar, haciendo progresar un poco las cosas. Luego el ímpetu silencioso de la noche después del golpe del pulgar del sol. Noche bien aceitada y entregada a los sueños, pues sólo se perpetúan los trabajos que se hacen solos, como los de la carne que se repara, los jugos que se elaboran, el paso de rutina de los centinelas, noche entregada a los sirvientes porque el señor se ha ido a dormir. Noche para la reparación de las faltas, pues su efecto ha sido postergado hasta el día. Y yo, vencedor por la noche, remito a mañana mi victoria.

Noche de racimos que aguardan la vendimia, retenidos por la noche, noche de cosechas en prórroga. Noche de enemigos cercados a los que no cogeré hasta el día. Noche de los juegos hechos; pero el jugador ha ido a dormir. El mercader ha ido a dormir; mas ha dado las consignas al vigilante nocturno que marcha los cien pasos. El general ha ido a dormir; pero ha pasado la consigna a los centinelas. El principal se ha ido a dormir, pero ha pasado la consigna al timonel, y el timonel conduce a Orión, que se pasea en el mástil, allá donde sea necesario. Noche de consignas bien dadas y de creaciones suspendidas.

Pero noche también en que se puede trampear. Donde los merodeadores se apoderan de los frutos. Donde el incendio se apodera de los graneros. Donde el traidor se apodera de las ciudadelas. Noche de grandes gritos que resuenan. Noche del escollo para el navío. Noche de visitaciones y prodigios. Noche de los despertadores de Dios -el ladrón- pues al despertar ¡ya puedes buscar a la que amabas!