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100 Clásicos de la Literatura

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”Toma ese salvaje -decía mi padre. Puedes aumentar su vocabulario y se cambiará en inagotable charlatán. Puedes llenarle el cerebro con la totalidad de tus conocimientos, ese charlatán se convertirá en oropel y pretensión. No podrás detenerlo. Y se embriagará de verborragias vacías. Y tú, ciego, te dirás: ¿cómo puede ser que mi cultura, lejos de elevarlo haya bastardeado a este salvaje y haya logrado no el sabio que esperaba, sino un detrito con el cual no sé qué hacer? ¡Cómo reconozco ahora que era grande y noble y puro, en su ignorancia!

”Porque había sólo un regalo para hacerle, que poco a poco olvidas. Y era el uso de un estilo. Porque en lugar de jugar con los objetos de sus conocimientos como con balones de colores, de divertirse con el sonido que producen, y de embriagarse con su juglaría, helo aquí de pronto que, empleando quizá menos objetos, va a orientarse hacia esas diligencias del espíritu que son ascensiones del hombre. Y he aquí que se volverá reservado y silencioso como el niño que habiendo recibido de ti un juguete ha, en un principio, hecho ruido. Pero he aquí que le enseñas que puede lograr conjuntos. Lo ves entonces volverse pensativo y callarse. Encerrarse en su rincón de la pieza, arrugar la frente y comenzar a nacer al estado de hombre.

”Así, pues, enseña primero a tu bruto la gramática y el uso de los verbos. Y de los complementos. Enséñale a actuar antes de confiarle sobre qué actuar. Y a aquéllos que hacen demasiado ruido, remueven, como tú dices, demasiadas ideas y te fatigan, los observarás que descubrirán el silencio.

”El cual es único signo de la calidad.

150

Así, sucede con la verdad, cuando se hace a mi uso.

Y te asombras. Pero no te asombras, que yo sepa, de que el agua que bebes, el pan que comes, se hagan luz de los ojos. Ni cuando el sol se convierte en ramajes, y fruto y grano. Y, por cierto nada encontrarás en el fruto que se parezca al sol.

Simplemente, nada en el cedro que se parezca a la semilla del cedro.

Porque nacido de él, no significa que se le asemeje.

O mejor, llamo «semejanza» a algo que no pertenece ni a tus ojos ni a tu inteligencia, sino a tu espíritu. Y esto es lo que quiero expresar cuando digo que la creación semeja a Dios, el fruto al sol, el poema al objeto del poema y el hombre que he hecho brotar en ti al ceremonial del imperio.

Y esto es muy importante, porque incapaz de reconocer por los ojos una filiación que no tiene sentido sino para el espíritu, rehúsas las condiciones de tu grandeza. Eres semejante al árbol que al no hallar los signos del sol en el fruto rehusara el sol. O mejor, como el profesor que al no hallar en la obra el movimiento informulable del que ella es resultado, la estudia, descubre su plan, desglosa si puede hallarles leyes internas, y te fabrica a continuación una obra que las aplica, y te obliga a huir para no escucharlas.

Es en esto donde el pastor, el carpintero o el mendigo tienen más genio que todos los lógicos, historiadores y críticos de mi imperio. Pues les desagrada que su camino en hondonada pierda sus contornos. ¿Por qué?, les preguntas. Porque aman. Y ese amor es la vía misteriosa por la que son amamantados. Y preciso es, puesto que aman, que reciban algo. Poco importa si no sabes formularlo. Sólo los lógicos, los historiadores y los críticos aceptan del mundo únicamente lo que pueden decir en frases. Porque pienso yo que tú, hombrecito, comienzas a aprender un lenguaje y tanteas y te ejerces en él y no coges todavía sino una delgada película del mundo. Porque es pesado de transportar.

Pero aquéllos creen únicamente en el magro contenido de su pequeño bazar de ideas…

Si rehúsas mi templo, mi ceremonial y mi humilde camino de campiña, a causa de que no sabes enunciar el objeto o el sentido del acarreo, te hundiré la nariz en tu propia grasa. Porque donde no hay palabras con las que puedas asombrarme por su ruido, o imágenes propuestas que puedas agitarme como pruebas palpables, aceptas, sin embargo, recibir una visita de la que no sabes decir el nombre. ¿Escuchaste música alguna vez? ¿Por qué la escuchas?

Aceptas, comúnmente, como bella la ceremonia de la puesta del sol sobre el mar. ¿Quieres decirme por qué?

Y yo te digo que si has cabalgado tu asno a lo largo del camino de campiña del que te he hablado, has cambiado. Y poco me importa que no sepas aún decirme por qué.

Y es porque todos los ritos, todos los sacrificios, todos los ceremoniales, todos los caminos no son igualmente buenos. Hay malos, como hay música vulgar. Pero no sé separarlos mediante la razón. Para ello sólo quiero un signo, que eres tú.

Si quiero juzgar el camino, el ceremonial o el poema, miro al hombre que se aproxima por ellos. O bien escucho latir su corazón.

151

Es como si los forjadores de clavos y los aserradores de maderas pretextaran que el navío es conjunto de tablas sostenidas por clavos y pretendieran presidir su construcción o su gobierno en el mar.

Siendo siempre el mismo error y consistiendo en equivocar la diligencia. No es el navío el que nace de la forja de los clavos y del aserramiento de las tablas. Es la forja de los clavos y el aserramiento de las tablas los que nacen de la inclinación hacia el mar y del crecimiento del navío. El navío llega a ser a través de ellos y los drena, como el cedro drena la rocalla.

Los aserradores de tablas y los forjadores de clavos deben mirar por las tablas y los clavos. Deben conocer las tablas y los clavos. El amor del navío en su lenguaje debe transformarse en amor por las tablas y los clavos. Y no iría a interrogarlos sobre el navío.

Así, con aquéllos que he encargado de percibir los impuestos. No iría a interrogarlos acerca de la evolución de una civilización. Que me obedezcan prudentemente.

Porque si invento un velero más rápido y cambio la forma de las tablas y el largo de los clavos mis técnicos murmuran, y se sublevan. He destruido según ellos la esencia del navío, que ante todo reposaba en las maderas y en sus clavos.

Pero reposaba sobre mi deseo.

Y si cambio alguna cosa en las finanzas y por consiguiente en la recolección de impuestos se rebelan porque arruino al imperio que reposaba sobre su rutina.

Que se callen todos.

Pero, en desquite, los respetaré. No iría, una vez descendido el dios hasta ellos, a aconsejarlos en la forja de los clavos o en el aserramiento de las tablas. No quiero saber nada de eso. El constructor de catedrales, de escalón en escalón, anima al escultor al comunicarle su entusiasmo. Pero no se entremete para aconsejarlo respecto a la moda de una cierta sonrisa. Porque se trata allí de utopía y de construcción del mundo a la inversa. Ocuparse de los clavos, es inventar un mundo futuro. Lo que es absurdo. O someter a la disciplina lo que no es resorte de la disciplina. Allí es donde se muestra el orden del profesor, que no es el orden de la vida. Vendrá a su hora el tiempo de las tablas y de los clavos. Porque si antes que de ellos me preocupo por los escalones, me fatigaré sobre un mundo que no nacerá. Pues la forma de los clavos y de las tablas se desprenderán de su uso en las realidades de la vida, que solamente se mostrarán a los forjadores de clavos y a los aserradores de tablas.

Y más mi sujeción será poderosa, la cual es pendiente hacia el mar dada a los hombres, menos se mostrará mi tiranía. Porque no hay tiranía en el árbol. La tiranía se muestra, si quieres, con la ayuda de jugos, al construir el árbol. No si el árbol drena los jugos.

Te lo he afirmado siempre: Fundar el porvenir es primero y exclusivamente pensar el presente. Lo mismo que crear el navío es exclusivamente fundar la pendiente hacia el mar.

Porque no hay -y jamás habrá- un lenguaje lógico para pasar de los materiales a lo que cuenta para ti y domina a los materiales, como para explicar el imperio a partir de los árboles, de las montañas, de las ciudades, de los ríos y de los hombres o la melancolía de tu rostro de mármol a partir de las líneas y de los volúmenes respectivos de la nariz, del mentón y de las orejas, o el recogimiento de tu catedral a partir de las piedras, o el dominio a partir de los elementos del dominio, o más simplemente, el árbol a partir de los jugos minerales. (Y la tiranía proviene de que, al pretender realizar una operación imposible, te irritas contra tus fracasos, los reprochas a los otros, y te vuelves cruel).

No hay un lenguaje lógico pues tampoco hay filiaciones lógicas. No haces nacer el árbol a partir de los jugos minerales, sino de las semillas.

La sola diligencia que tiene un sentido, pero que no es expresable en palabras porque es creación pura o resonancia, es aquélla que te transporta de Dios a los objetos que han recibido de él su sentido, un color o un movimiento. Porque el imperio carga con un poder secreto los árboles, montañas, ríos, rebaños y barrancas y moradas del imperio. El fervor del escultor carga con un poder secreto la arcilla o el mármol, la catedral da su sentido a las piedras y les convierte en receptáculos de silencio, y el árbol drena los jugos minerales para establecerlos en la luz.

Y conozco una clase de hombres que me hablan de un nuevo imperio por fundar. Aquél que es lógico y construido por la inteligencia. Y llamo utopía a su acto. Nada nacerá porque nada hay en él. Lo mismo de ese rostro amasado por el profesor de escultura. Porque si el creador puede ser inteligente, la creación no está hecha de inteligencia. Y ese hombre necesariamente se mudará en tirano estéril.

Y a otro anima una evidencia fuerte a la cual no sabría dar un nombre. Y ése puede ser como el pastor o el carpintero sin inteligencia, porque la creación no está hecha de inteligencia. Y soba la arcilla sin saber bien lo que saldrá. No está satisfecho: da con el pulgar a la derecha. Después un golpe de dedo hacia abajo. Y su rostro de más en más satisface algo que no tiene nombre, pero que pesa en él. Su rostro de más en más se parece a algo que no tiene rostro. Y no sé ni lo que aquí significa parecer. Y ese rostro modelado, con un parecido informulable, puede acarrear a ti lo que anima al escultor. Y estás ligado como él lo estuvo.

 

Porque no actuó con la inteligencia, sino con el espíritu. Y por esto te sostendré que el espíritu conduce al mundo y no la inteligencia.

152

Te he dicho: «No se trata de esclavos ciegos, todas las opiniones están en todos los hombres. No porque los hombres sean versátiles, sino porque su verdad interior es verdad que no se halla en las palabras, vestiduras a su medida. Y precisas un poco de esto, un poco de aquello…».

Porque has simplificado por medio de la libertad y la sujeción. Y oscilas entre uno y otro porque la verdad no está en cada uno, ni entre los dos, sino fuera de ambos. Pero ¿qué azar te permitiría asir en una sola palabra tu libertad interior? Las palabras son como cajas estériles. ¿Y cómo lo que te engrandece podría caber en una caja estéril?

Pero para que seas libre, con la libertad del cantor que improvisa en el instrumento de cuerdas, es preciso que primero yo te ejercite los dedos y te enseñe el arte del cantor. Lo que es guerra, sujeción y paciencia.

Y para que seas libre, con la libertad del montañés, ¿no es preciso que hayas ejercitado tus músculos, lo que es guerra, sujeción y paciencia?

Y para que seas libre, con la libertad del poeta, ¿no es preciso que hayas ejercitado tu cerebro y forjado tu estilo, lo que es guerra, sujeción y paciencia?

¿No recuerdas que las condiciones de la dicha no son jamás búsqueda de la dicha? Te detendrás no sabiendo adónde acudir. Cuando has creado, la dicha se te otorga como recompensa. Y las condiciones de la dicha son guerra, sujeción y paciencia.

¿No te acuerdas que las condiciones de la belleza no son jamás búsqueda de la belleza? Te detendrás, no sabiendo adónde acudir. Cuando tu obra está cumplida, la belleza te es otorgada para recompensarte. Y las condiciones de la belleza son guerra, sujeción y paciencia.

Esto mismo, con las condiciones de tu libertad. No son un regalo de la libertad. Te detendrás no sabiendo adónde acudir. La libertad, cuando se ha logrado un hombre de ti, es recompensa por este hombre, el cual dispone de un imperio donde ejercitarse. Y las condiciones de tu libertad son guerra, sujeción y paciencia.

Te diré así, a riesgo de escandalizarte, que las condiciones de tu fraternidad no son tu igualdad, porque ella es recompensa, y la igualdad se hace en Dios. Así del árbol, que es jerarquía, pero ¿cuándo ves que una parte domina la otra? Así con el templo, que es jerarquía. Si reposa en su cimiento se anuda a su piedra angular. ¿Y cómo sabrías cuál de ambos es más importante que el otro? ¿Qué es un general sin ejército? ¿Qué es un ejército sin general? Una igualdad es igualdad en el imperio y la fraternidad es su recompensa. Porque la fraternidad no es el derecho al tuteo o a la injuria. Y yo digo que tu fraternidad es recompensa de tu jerarquía y del templo que construís el uno para el otro. Pues lo he descubierto en los hogares donde el padre es respetado y donde el hijo mayor protege al más joven. Y donde el más joven se confiaba al mayor. Cuando cálidas eran sus veladas, sus fiestas y sus regresos. Mas si son materiales en desorden, si ninguno depende ya del otro, si simplemente se codean y se mezclan como bolas de billar, ¿en qué ves su fraternidad? Cuando uno de ellos muere, se lo reemplaza, pues no era necesario. Quiero conocer dónde estás y quién eres para amarte.

Y si te he retirado de las olas del mar te amaré mejor; pues soy responsable de tu vida. O si te he velado y curado cuando sufrías, o si eres mi viejo servidor que me ha asistido como una lámpara, o el guardián de mis rebaños. E iré a beber a tu casa tu leche de cabra. Y recibiré de ti y tú darás. Y tú recibirás y yo daré. Pero nada tengo que decir al que se proclama mi igual con enojo y no quiere ni depender de mí en algo ni que yo dependa de él. Amo sólo a aquél cuya muerte me desgarraría.

153

Aquella noche, en el silencio de mi amor, quería escalar la montaña para observar la ciudad una vez más, después de silenciarla y privarla de sus movimientos al ascender; pero hice alto a mitad de camino retenido por mi piedad: pues de las llanuras oía subir las quejas y deseé comprenderlas.

Se alzaban del ganado en los establos. Y de las bestias del campo y de las bestias del cielo y de las bestias del borde de las aguas. Porque sólo ellas testimonian en la caravana de la vida, pues el vegetal carece de lengua; y aunque el hombre la posee, viviendo a medias la vida del espíritu, comienza a emplear el silencio. Porque, aquél que el cáncer trabaja, lo ves morderse los labios y callar su sufrimiento cambiándose, al superar su carne removida, en árbol espiritual que extiende sus ramas y sus raíces en un imperio que no es de las cosas, sino del sentido de las cosas. Por esto te angustia más el sufrimiento que calla que el sufrimiento que grita. El que se calla llena la cámara. Llena la ciudad. Y no hay distancia para escaparle. La amada que sufre lejos de ti, si tú la amas, te domina donde estés por su sufrimiento.

Así, pues, escuchaba las quejas de la vida. Porque la vida se perpetuaba en los establos, en los campos y al borde de las aguas. Porque mugían las becerras parturientas en los establos. Porque escuchaba también las voces del amor subidas de las ciénagas ebrias de sus ranas. Escuchaba también las voces de la carnada, porque piaba el gallo en el matorral donde se había cazado al zorro, balaba la cabra que sacrificabas para tu comida. Y sucedió a veces que una fiera hizo callar la comarca con un solo rugido, tallándose de un golpe un imperio de silencio donde toda vida sudaba miedo. Porque las fieras se guían por el olor agrio de la angustia, que carga el viento. Apenas había rugido, cuando todas sus víctimas brillaban para él como un pueblo de luces.

Después se deshelaban de su estupor las bestias de la tierra y del cielo y del borde de las aguas, y reanudaban la queja de parto, de amor y carnada.

«¡Ah! -me dije-, ésos son los ruidos del acarreo, porque la vida se delega de generación en generación, y esta marcha a través del tiempo es como la del carro pesado cuyo eje grita…».

Entonces me fue dado comprender algo de la angustia de los hombres; pues también ellos se delegan, emigrando fuera de ellos mismos, de generación en generación. Y las divisiones se persiguen día y noche, inexorables, a través de ciudades y campiñas, como un tejido de carne que se desgarra y se repara; y sentí en mí, como si hubiese sentido una herida, el trabajo de una muda lenta y perpetua.

«Pero esos hombres -me decía- viven no de las cosas, sino del sentido de las cosas y es absolutamente preciso que se deleguen el santo y seña.

”Por esto los veo, apenas el niño les ha nacido, aclararle el uso de su lenguaje, como sobre el uso de un código secreto; pues es la llave de su tesoro. Para transportarle ese lote de maravillas abren en él laboriosamente los caminos de acarreo. Porque difíciles de formular y graves y sutiles son las cosechas que se trata de pasar de una generación a la otra.

”Ciertamente, es radiante ese pueblo. Por cierto, es patética esa casa del pueblo. Pero la nueva generación, si ocupa casas de las que nada sabe sino el uso, ¿qué hará en ese desierto? Porque lo mismo que para complacerlos con un instrumento de cuerdas, precisas enseñar a tus herederos el arte de la música, lo mismo precisas que sean hombres y experimenten los sentimientos de hombre, enseñarles a leer en la disparidad de las cosas el rostro de tu casa, de su dominio y de tu imperio.

”A falta de esto, la generación nueva acampará como bárbaros en la ciudad que te haya tomado. ¿Y qué alegría extraerían los bárbaros de tus tesoros? No saben servirse de ellos, no teniendo la clave de tu lenguaje.

”Para aquéllos que han emigrado a la muerte, esa ciudad era como un arpa, con la significación de los muros, de los árboles, de las fuentes y de las casas. Y cada árbol diferente por su historia. Y cada casa diferente por sus costumbres. Y cada muro diferente a causa de sus secretos. De este modo has compuesto tu paseo como una música, extrayendo el sonido que deseabas de cada uno de tus pasos. Pero el bárbaro que acampa no sabe hacer cantar a tu ciudad. Se aburre, y chocando con la prohibición de no penetrar en nada, derriba tus muros y dispersa tus objetos. Por venganza contra el instrumento del que no sabe servirse propaga el incendio que le paga, al menos, con un poco de luz. Después de lo cual se descorazona y bosteza. Porque es preciso conocer lo que se quema para que la luz sea bella. Así, con la de tu cirio delante de tu dios. Pero la llama de tu casa no hablará al bárbaro, al no ser llama de un sacrificio».

Así, pues, me frecuentaba la imagen de esta generación instalada como intrusa en la cáscara de otra. Y me parecían esenciales los ritos que en mi imperio obligan al hombre a delegar o recibir su herencia. Tengo necesidad de habitantes, no de ocupantes que no vienen de parte alguna.

Por esto te impondré como esenciales las largas ceremonias con las que recoseré las desgarraduras de mi pueblo, a fin de que nada de su herencia se pierda. Pues el árbol, por cierto, no se preocupa de sus semillas. Cuando el viento las arranca y las lleva, eso está bien. El insecto no se preocupa de sus huevos. El sol los educará. Todo lo que poseen se mantiene en su carne y se transmite con la carne.

Pero ¿qué sería de ti si nadie te tomase por la mano para mostrarte las provisiones de una miel que no es de las cosas, sino sentido de las cosas? Visibles, por cierto, son los caracteres del libro. Pero te debo atormentar para hacerte don de suplicar esas llaves del poema.

Así con los funerales, que quiero solemnes. Pues no se trata de colocar un cuerpo en tierra. Sino de recoger sin perder nada, como de una urna que se ha quebrado, el patrimonio del que tu muerto fue depositario. Es difícil saldar todo. Se tarda mucho en recoger a los muertos. Precisas largo tiempo para llorarlos y meditar su existencia y festejar sus aniversarios. Precisas volverte muchas veces para ver si no olvidas algo.

Así con los matrimonios, que preparan los crujidos del nacimiento. Porque la casa que os encierra se transforma en bodega, granero y almacén. ¿Quién puede decir lo que contiene? Precisaréis reunir vuestro arte de amar, vuestro arte de reír, vuestro arte de gustar el poema, vuestro arte de cincelar la plata, vuestro arte de llorar y de reflexionar, para delegarlos a vuestro turno. A vuestro amor lo quiero navío para una carga que debe franquear el abismo de una generación a otra y no concubinato para el reparto futuro de provisiones vanas.

Así con los ritos del nacimiento; pues se trata allí de esa desgarradura que importa reparar.

Por esto exijo ceremonias cuando te desposas, cuando pares, cuando mueres, cuando te separas, cuando vuelves, cuando comienzas a construir, cuando comienzas a habitar, cuando almacenas tus cosechas, cuando inauguras tus vendimias, cuando comienzan la guerra o la paz.

Y por esto exijo que eduques a tus hijos a fin de que se te parezcan. Porque no corresponde a un ayudante transmitirles una herencia, la cual no puede contenerse en su manual. Si otros fuera de ti pueden instruirlos con su acero de conocimientos como con tu pequeño bazar de ideas, perderán al serte cercenados todo lo que no es enunciable y no se contiene en el manual.

Los construirás a tu imagen por temor a que más adelante se arrastren, sin alegría, en una patria que será para ellos campamento vacío, del cual al no conocer las llaves, dejarán podrir sus tesoros.

154

Me espantaban los funcionarios de mi imperio porque se mostraban optimistas:

—Eso es bueno -decían. La perfección está fuera del alcance.

Ciertamente, está fuera del alcance la perfección. No tiene otro sentido que el de estrella para guiar su marcha. Pero la marcha únicamente cuenta y no existen en ella provisiones en cuyo seno puedas detenerte. Pues entonces muere el campo de fuerza que te anima y he aquí que eres como un cadáver.

Y si alguno descuida la estrella, es que quiere detenerse y dormir. ¿Y dónde te asientas? ¿Y dónde duermes? No conozco lugar de reposo. Porque si tal lugar te exalta es porque es un objeto de tu victoria. Pero otro es el campo de batalla donde respiras la victoria nueva, otro ese camastro que te fabricas cuando pretendes vivir.

 

¿A qué obra testigo comparas la tuya para satisfacerte?

155

Porque te asombras del poder de mis ritos o de mi camino de campaña. Y al asombrarte te ciegas.

Observa al escultor: lleva en él algo irrenunciable. Porque nunca es enunciable lo que pertenece al hombre y no al esqueleto de un hombre pasado. Y el escultor modela para transportarlo a un rostro de arcilla.

Así pues, caminabas y has pasado delante de su obra y has mirado ese rostro quizá arrogante, quizá melancólico, después has continuado tu camino. Y ya no eras el mismo. Débilmente convertido, pero convertido, es decir: vuelto e inclinado en una nueva dirección, por corto tiempo quizá; pero por un tiempo.

Un hombre, pues, experimentaba un sentimiento informulable: dio algunos golpes con el pulgar en la arcilla. Colocó su arcilla en tu camino. Y he aquí que te cargas, si tomas esa ruta, con el mismo sentimiento informulable.

Y eso mismo si han transcurrido cien mil años entre su gesto y tu pasaje.

156

Se levantó un viento de arena que acarreó hasta nosotros los desperdicios de oasis lejanos, y el campamento se colmó de pájaros. Bajo cada tienda compartieron nuestra vida, mansos y buscando nuestro hombro. Sin embargo, faltos de alimentos, perecían cada día por millares, muy pronto secos y crujientes como una corteza de madera muerta. Como apestaban el aire, los hice recoger. Se llenaron grandes canastas y se vertió ese polvo en el mar.

Cuando conocimos por primera vez la sed, asistimos en la hora de los calores del sol a la edificación de un espejismo. La ciudad geométrica se reflejaba, pura de líneas, en las aguas calmas. Un hombre se volvió loco, profirió un grito y echó a correr en dirección a la ciudad. Como el grito del pato silvestre que emigra en todos los otros patos, comprendí que el grito del hombre había sacudido a los otros hombres. Estaban prontos, a continuación del inspirado, para oscilar entre ese espejismo y la nada. Una carabina bien apuntada lo derribó. Y fue sólo un cadáver, que por fin nos tranquilizó.

Uno de mis soldados lloraba.

—¿Qué tienes? -le pregunté.

Creía que lloraba al muerto.

Pero había descubierto a sus pies una de esas cortezas crujientes y lloraba un cielo desnudo de pájaros.

—Cuando el cielo pierde su plumón -me dijo-, existe una amenaza para la carne del hombre.

Subimos al obrero de las entrañas del pozo, se desvaneció; pero había podido notificarnos que el pozo estaba seco. Porque hay mareas subterráneas de agua dulce. Y el agua, durante algunos años se inclina hacia los pozos del norte. Los cuales se transforman en fuente de sangre. Pero este pozo nos sujetaba como un clavo en un ala.

Todos pensaban en las grandes canastas llenas de corteza de madera muerta.

Al día siguiente, por la tarde, nos concentramos en el pozo de El Bahar.

Al llegar la noche convoqué los guías:

—Os habéis equivocado acerca del estado de los pozos. El Bahar está vacío. ¿Qué haré con vosotros?

Lucían admirables estrellas en el fondo de una noche a la vez amarga y espléndida. Disponíamos de diamantes para nuestro alimento.

—¿Qué haré con vosotros? -decía a los guías.

Pero vana es la justicia de los hombres. ¿No nos habíamos cambiado en zarzas?

El sol emergió triangular, recortado por la bruma de arena. Fue como un punzón para nuestra carne. Varios hombres cayeron golpeados en el cráneo. Los locos se declararon en gran número. Pero ya no había espejismos que los llamaran con sus ciudades limpias. No había ya ni espejismo ni horizonte puro, ni líneas estables. La arena nos envolvía con una luz tumultuosa de horno de ladrillos.

Cuando alcé la cabeza percibí, a través de las volutas, el tizón pálido que mantenía el incendio. «El hierro de Dios, meditaba, que nos marcaba como a bestias».

—¿Qué tienes? -dije a un hombre que titubeaba.

—Soy ciego.

Hice despanzurrar dos camellos de cada tres y bebimos el agua de sus vísceras. Cargamos a los supervivientes con la totalidad de los hombres vacíos y, gobernando esta caravana, envié hombres hacia el pozo de El Ksour, que se decía dudoso.

—Si El Ksour está agotado, moriréis allí lo mismo que aquí.

Pero volvieron después de dos días sin que los acontecimientos me costaran el tercio de mis hombres.

—El pozo de El Ksour -testimoniaron- es una ventana a la vida.

Bebimos y nos concentramos en El Ksour para beber todavía y rehacer las provisiones de agua.

El viento de arena se espesó y llegamos a El Ksour por la noche. Alrededor de los pozos había algunos espinos. Pero en lugar de esqueletos sin hojas divisamos esferas de tinta encajadas en delgados palos. No comprendimos la visión en el primer momento; pero cuando estuvimos en la proximidad de esos árboles estallaron una después de otra, con gran ruido de cólera. La migración de los cuervos, que los habían escogido como perchas, los despojaba de un solo golpe, como una carne que hubiera reventado alrededor del hueso. Su vuelo era tan denso que a pesar del deslumbrante plenilunio nos mantenía en la sombra. Porque los cuervos, en lugar de alejarse, agitaron largo tiempo sobre nuestras frentes el torbellino de su ceniza negra.

Matamos tres mil porque nos faltaba el alimento.

Fue una fiesta extraordinaria. Los hombres construyeron hornos de arena que llenaron con boñiga seca, la cual brillaba clara como el heno. La grasa de los cuervos perfumó el aire. El equipo de guardia alrededor del pozo maniobraba sin reposo una cuerda de ciento veinte metros que hacía parir a la tierra todas nuestras vidas. Otro equipo distribuía el agua a través del campo, como lo hubiera hecho para los naranjos en la sequía.

Iba así, con mis pasos lentos, mirando revivir a los hombres. Después me alejé de ellos y, una vez vuelto a mi soledad, dirigí a Dios esta plegaria:

«He visto, Señor, en el curso de un mismo día, secarse la carne de mi ejército, secarse y revivir después. Era ya semejante a una corteza de madera muerta, mientras que ahora hela aquí dispuesta y eficaz. Nuestros músculos refrescados nos llevarán adonde queramos. Y sin embargo hubiera bastado una hora de sol y hubiéramos sido borrados de la tierra, nosotros y la huella de nuestros pasos.

”He oído reír y cantar. El ejército que llevo conmigo es cargazón de recuerdos. Es llave de existencias lejanas. Reposan sobre él esperanzas, sufrimientos, desesperaciones y alegrías. No es autónomo, sino mil veces ligado. Y sin embargo hubiera bastado una hora de sol y hubiéramos sido borrados de la tierra, nosotros y la huella de nuestros pasos.

”Los conduzco hacia el oasis por conquistar. Serán simientes para la tierra bárbara. Llevarán nuestras costumbres a pueblos que las ignoran. Esos hombres que comen y beben y viven esta noche una vida elemental, apenas se muestren en las llanuras fértiles, todo cambiará, no solamente de costumbres y de lenguaje, sino en la arquitectura de las murallas y en el estilo de los templos. Están grávidos con un poder grave que actuará a lo largo de los siglos. Y sin embargo, hubiera bastado una hora de sol y hubiéramos sido borrados de la tierra, nosotros y la huella de nuestros pasos.

”No lo saben. Tenían sed, están satisfechos por sus vientres. Sin embargo, el agua del pozo de El Ksour salva poemas y ciudades, y a los grandes jardines colgantes; porque era mi decisión hacerlos construir. El agua del pozo de El Ksour cambia el mundo. Y sin embargo, una hora de sol lo hubiera podido agotar y nos hubiera borrado de la tierra, a nosotros y a la huella de nuestros pasos.