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100 Clásicos de la Literatura

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Y sin embargo, ¿no es necesario que tales objetos sean concebidos, ya que son el lujo y la flor y el sentido de tu civilización? Y ya que precisamente el objeto que vale y que es digno del hombre es ése que ha costado mucho tiempo. Y éste es el sentido del diamante, que representa un año de trabajo transformado en una lágrima grande como una uña. O el de la gota de perfume extraída del cáliz de las flores. ¿Y qué me importa el destino de la lágrima, o de la gota de perfume puesto que sé por adelantado que no son distribuibles a todos, y sé igualmente que una civilización reposa no sobre el destino del objeto, sino sobre su nacimiento?

Yo, el señor, robo el pan y las vestiduras a los trabajadores para dárselos a mis soldados, a mis mujeres, y a mis viejos.

¿Por qué habría de turbarme robar el pan y las vestiduras para dárselas a mis escultores y a los pulidores de diamantes; y a los poetas que, aunque escriben sus poemas, deben alimentarse?

De otra manera no habrá más diamante, ni palacio, ni nada deseable.

Y lo que enriquece poco a mi pueblo: se enriquece al agregar a las otras actividades sus actividades de civilización que, por cierto, cuestan mucho tiempo a los que se ocupan de ellas; pero que ocupan a pocos hombres en la ciudad, como me lo mostraron mis encuentra.

Y por otra parte reflexionaba que si el destinatario del objeto no tenía importancia, ya que de todas maneras ese objeto no era distribuible a todos y que, por consiguiente, no podía pretender que robara a los otros, se me hacía evidente que la urdimbre de los destinatarios es cosa muy delicada de tocar y que demanda muchas precauciones pues son la trama de una civilización. Y poco importa su calidad o las justificaciones morales.

Ciertamente, hay aquí un problema moral. Pero es un problema exactamente opuesto. Y si pienso con palabras que excluyen contradicciones extingo en mí toda luz.

116

Los bereberes refugiados que no quieren trabajar se acuestan. Acción imposible.

Mas yo impongo estructuras, y no actos. Y diferencio los días. Y jerarquizo a los hombres, y creo habitaciones más o menos bellas para atraer la envidia. Y creo reglas más o menos justas para provocar movimientos dispares. Y no puedo interesarme en la justicia, pues aquí ella consiste en dejar podrir este charco absolutamente muerto. Y los obligo a tomar bien en cuenta mi lenguaje, puesto que mi lenguaje tiene un sentido para ellos. Y no hay ahí más que un sistema de convenciones con ayuda de los cuales quiero alcanzar, como a través de un ciego-sordomudo, al hombre que está enteramente dormido en ellos. Así, el ciego-sordomudo tú lo quemas y le dices, fuego. Y eres injusto con ese individuo, puesto que lo quemas. Mas eres justo con el hombre, ya que al enseñarle el fuego lo iluminas. Y llegará el día en que le digas fuego, sin quemarlo, y él retirará presto su mano. Y ése será el signo de que ha nacido.

Helos, pues, atados a pesar de ellos mismos, en lo absoluto de una red que no pueden juzgar; porque ella existe simplemente. Las moradas «son» diferentes. Las comidas «son» diferentes. (E introduzco también la fiesta que es tender hacia un día y desde entonces existir, «y los someteré a torsiones y tensiones y figuras. Y ciertamente toda tensión es injusticia, pues no es justo que ese día difiera de los otros»). Y la fiesta los hace alejarse o aproximarse a algo. Y las cosas más o menos bellas, ganar o perder. Y entrar y salir. Y dibujaré líneas blancas a través del campo para que sean zonas peligrosas, y haya otras zonas de seguridad. E introduciré el lugar prohibido, donde se es condenado a muerte, para orientarlos en el espacio. Y de esta manera se le crearán vértebras a la medusa. Y ella comenzará a caminar, lo cual es admirable.

El hombre disponía de un lenguaje vacío. Mas el lenguaje obrará nuevamente sobre él como un freno. Y habrá palabras crueles que podrán hacerle llorar. Y habrá palabras encantadoras que le iluminarán el corazón.

«Yo os facilito las cosas…», y todo está perdido. No a causa de las riquezas, sino porque ellas no son más un trampolín para lograr algo, sino provisiones ganadas. Te has equivocado, no al dar de más, sino al exigir menos. Si das más, debes exigir más.

La justicia y la igualdad. Y he ahí la muerte. Pero la fraternidad no se encuentra más que en el árbol. Pues no debes confundir alianza y comunidad, la cual no es más que promiscuidad sin dioses que dominen, ni irrigación, ni musculatura y, por consiguiente, sólo podredumbre.

Pues ellos se han disuelto por vivir en la igualdad, la justicia y la comunidad total. Esto es reposo de bolos mezclados.

Échales la semilla que se absorbe en la injusticia del árbol.

117

En lo que concierne al don de mi vecino, he observado que no era fecundo examinar los hechos, los estados de cosa, las instituciones, los objetos de su imperio, sino exclusivamente las pendientes. Pues si examinamos mi imperio irás a ver a los herreros y los hallarás forjando clavos y apasionándose por los clavos y cantándote los cánticos de la tienda de clavos. Luego te irás a ver a los leñadores y los encontrarás abatiendo árboles y apasionándose por el abatimiento de los árboles, y colmándose de un intenso júbilo a la hora de la fiesta del leñador que es cuando se oye el primer crujido, cuando la majestad del árbol comienza a prosternarse. Y si vas a ves a los astrónomos, los verás apasionándose por las estrellas, y no escuchando otra cosa que su silencio. Y en efecto, cada uno se imagina ser así. Ahora, si yo pregunto: «¿Qué ocurre en mi imperio? ¿Qué nacerá en mi dominio mañana?», tú me dirás: «Se forjarán clavos, se derribarán árboles, se observarán las estrellas, y habrá entonces reservas de clavos, de maderas, y de observaciones de estrellas». Pues miope, y sin ver más allá de tu nariz, no has reconocido la construcción de un navío.

Y en verdad, ninguno de entre ellos habrá sabido decirte: «Mañana estaremos embarcados sobre el mar». Cada uno creía servir a su dios y disponía de un lenguaje insuficiente para cantarle a ese dios de dioses que es el navío. Pues la fecundidad del navío consiste en que se transforma en amor de los clavos para el que los vende.

Y en cuanto a la previsión del porvenir, lo hubieras hecho mejor si hubieras dominado todo ese conjunto disímil, y hubieras tenido conciencia de aquello con lo que he aumentado el alma de mi pueblo y que es la pendiente hacia el mar. Entonces habrías visto al velero, conjunto de clavos, de tablas de troncos de árbol, y gobernado por las estrellas, modelarse lentamente en el silencio, y juntarse a la manera del cedro que drena los surcos y las sales de la rocalla para establecerlos en la luz.

Y tú reconocerás la pendiente que va hacia el mañana por sus efectos irresistibles. Pues no puedes equivocarte: en todo lo que se puede mostrar, ella se muestra. Y yo reconozco la pendiente hacia la tierra en que no puedo soltar, por muy corto que sea el instante, la piedra que tengo en la mano, sin que en el mismo instante se caiga.

Y si veo un hombre que se pasea y se dirige hacia el Este, no preveo su porvenir. Porque es posible que haga cien pasos y en el instante en que lo imagino ubicado en su viaje, me desoriente con una media vuelta. Pero preveo el porvenir de mi perro, si cada vez que aflojo la cuerda, por poco que sea, es hacia el Este que me hace dar un paso, y que me tira. El Este significa, pues, olor de caza, y sé bien hacia dónde correrá mi perro si lo suelto. Una pulgada de cuerda me ha enseñado más que mil pasos.

Ese prisionero que observo está sentado o acostado, como deshecho y despojado de todo deseo. Pero tiende hacia la libertad. Y yo reconocería su pendiente en el hecho de que me bastaría mostrarle un agujero en el muro para que se estremezca y vuelva a ser musculatura y atención. Y si la brecha da sobre el campo ¡muéstrame al que ha dejado de verla!

Si razonas con la inteligencia, olvidarás ese otro agujero, o aún, mirándolo, como piensas en otra cosa no lo verás. O viéndolo y encadenando silogismos para saber si es hábil usarlo, llegarás a decidirte demasiado tarde, pues los albañiles lo habrán borrado del muro. Pero muéstrame, en ese depósito de agua, ¿qué fisura puede olvidarse?

Por eso, digo que la pendiente, aun cuando sea informulable a causa del lenguaje, es más poderosa que la razón y único gobierno. Y por eso digo que la razón no es más que el sirviente del espíritu, que primero transforma la pendiente y hace demostraciones y máximas, lo cual te permite luego creer que tu bazar de ideas te ha gobernado. Cuando lo que yo digo es que has sido gobernado nada más que por los dioses que son templo, dominio, imperio, pendiente hacia el mar o necesidad de libertad.

Así, no observaré los actos de mi vecino que reina del otro lado de la montaña. Pues no sé reconocer por el vuelo de la paloma si vuela hacia el palomar o si simplemente llena sus alas de viento; como no sé reconocer por el paso del hombre si va hacia su casa cediendo al deseo de la mujer, o al hastío de su deber, y si su paso construye el divorcio o el amor. Mas aquél que tengo prisionero en su celda, si no echa a perder sus oportunidades y pone el pie sobre la llave que olvido, o tantea los barrotes para saber si alguno está flojo, o si mide con su mirada a los carceleros, yo lo adivino ya deambulando por la libertad de los campos.

Quiero conocer a mi vecino, no lo que hace, sino lo que jamás olvida hacer. Pues entonces conozco qué Dios lo domina, aun cuando él mismo lo ignore; y la dirección de su porvenir.

118

Me acordé de ese profeta de mirada dura que, para colmo, era bizco. Me vino a ver, y la cólera lo poseía. Una cólera sombría.

—Conviene -me dijo- exterminarlos.

 

Y yo comprendí que tenía el gusto de la perfección. Pues sólo es perfecta la muerte.

—Pecan -dijo.

Yo callaba. Veía claramente bajo mis ojos su alma tallada como una espada. Pero pensaba:

«Existe por el mal. No existe más que para el mal. ¿Qué sería de él, pues, sin el mal?».

—¿Qué deseas -le pregunté- para ser venturoso?

—El triunfo del bien.

Y comprendí que mentía. Pues llamaba ventura al desuso y la herrumbre de su espada.

Y se me presentaba poco a poco esta verdad deslumbrante: que quien ama el bien es indulgente con el mal. Que quien ama la fuerza es indulgente con la debilidad. Pues si las palabras se sacan la lengua, el bien y el mal, sin embargo, se mezclan, y los malos escultores son abono para los buenos escultores; y la tiranía forja contra ella las almas altivas, y el hambre provoca la repartición del pan, el cual es más dulce que el pan. Y los que urdían conspiraciones contra mí, prendidos por mis gendarmes, privados de luz en sus celdas, parientes de una muerte próxima, sacrificados a otros que no son ellos mismos, por aceptar el riesgo, la miseria y la injusticia por amor a la libertad y a la justicia me han parecido siempre de una belleza deslumbrante, que ardía como un incendio en el lugar del suplicio; razón por la cual nunca les he frustrado su muerte. ¿Qué es un diamante si no existe la ganga dura para excavar, y que lo oculta? ¿Qué es una espada, si no existe el enemigo? ¿Qué es un retorno si no existe la ausencia? ¿Qué es la fidelidad, si no existe la tentación? El triunfo del bien es el triunfo del rebaño prudente sobre su pesebre. Y no cuento con los sedentarios y los repletos.

—Luchas contra el mal -le dije-, y toda lucha es una danza. Y obtienes tu placer del placer de la danza, luego del mal. Yo preferiría que danzaras por amor.

”Pues si te fundo un imperio donde nos exaltemos por causa de los poemas, vendrá la hora de los lógicos que razonarán sobre esto y te descubrirán en los contrarios a los poemas los peligros que amenazan a los poemas; como si existiera el contrario de alguna cosa en el mundo. Y te nacerán entonces los policías, que confundiendo el amor del poema con el odio al contrario del poema, se ocuparán, no ya de amar, sino de odiar. Como si se equivaliera el amor del cedro con la destrucción del olivo. Y enviarán a la cárcel ya sea al músico, ya al escultor, ya al astrónomo, según el azar de razonamientos que serán estúpido viento de palabras y débil temblor de aire. Y mi imperio perecerá entonces, porque vivificar el cedro no es destruir el olivo ni rechazar el aroma de las rosas. Planta en el corazón de un pueblo el amor por el velero y te drenará todos los fervores de su territorio para cambiarlos en velas. Mas tú quieres, en persona, presidir los nacimientos de las velas persiguiendo y denunciando y exterminando a los heréticos. Pero ocurre que todo lo que no es velero puede ser denominado contrario del velero; porque la lógica puede ser llevada adonde tú quieras. Y de depuración en depuración exterminarás a tu pueblo; pues ocurre que cada uno ama también otra cosa. Aún más, exterminarás al velero; porque el cántico del velero se había transformado para el que hace los clavos en el canto de la herrería. Lo meterás en prisión. Y no habrá más clavos para el navío.

”También aquél cree favorecer a los grandes escultores exterminando a los malos escultores, a los que en su estúpido viento de palabras llama contrarios a los primeros. Y yo te digo que tú prohibirás a tu hijo un oficio que ofrece tan pocas oportunidades de vivir.

—Si te he entendido bien -se enfureció el profeta bizco- ¡yo debería tolerar el vicio!

—No. No has entendido nada -le respondí.

119

Pues si no quiero hacer la guerra y mi reumatismo me afecta la pierna, probablemente, lo convertiré en objeción contra la guerra; mientras que si yo fuera partidario de la guerra pensaría en curarlo por la acción. Mi simple deseo de paz se ha vestido de reumatismo, o de amor, tal vez, a la casa, o de respeto a mi enemigo, o de cualquier otra cosa. Y si quieres comprender a los hombres comienza por no escucharlos jamás. Pues el que hace clavos te habla de sus clavos. El astrónomo de sus estrellas. Y todos olvidan al mar.

120

Porque me pareció muy importante que no te bastara mirar para ver. Pues desde lo alto de mi terraza, yo les mostraba mi dominio y les exponía sus contornos y ellos inclinaban la cabeza diciendo: «Sí, sí…». O bien les hacía abrir el monasterio y les explicaba sus reglas, y ellos bostezaban con discreción. O bien les mostraba la arquitectura del templo nuevo o la escultura, o la pintura de un escultor y de un pintor que había aportado algo no habitual hasta entonces. Y ellos apenas si miraban. Todo lo que a otro hubiera conmovido el corazón, los dejaba indiferentes.

Y yo me decía:

«Aquellos que a través de las cosas saben tocar los lazos divinos que las atan, no disponen de ese poder permanentemente. El alma está plena de sueño. El alma no ejercitada lo está más aún. ¿Cómo esperar de éstos que sean golpeados con la revelación como por el rayo? Porque sólo encuentran el rayo quienes reciben de él su solución, quienes aguardaban ese rostro porque estaban construidos para ser abrasados. Igual ocurre con aquél que he desligado del amor, ejercitándolo en la plegaria. Lo he fundado tan bien que hay sonrisas que serían para él como espadas. Pero los otros no conocerán sino el deseo. Si te he acunado con leyendas del Norte donde pasaban cisnes y vuelos grises de patos silvestres y los llamados que llena la extensión -pues el Norte durante los hielos se llena de un solo grito como un templo de mármol negro-, entonces estarás presto para los ojos grises y la sonrisa que arde por dentro como la lumbre en un albergue misterioso en la nieve. Y los veré tocados en el corazón. Pero aquéllos que remontan los desiertos ardientes no se estremecen con esa forma de sonreír.

”Entonces, si te he construido semejante a los otros en la infancia, descubrirás los mismos rostros que tu pueblo, experimentarás los mismos amores y sabréis comunicaros. Porque os comunicáis, no el uno con el otro, sino por la vía de los lazos diversos que atan las cosas, e importa que sean semejantes para todos.

”Y cuando te digo semejante, no digo que se trate de crear ese orden que no es más que ausencia y muerte, el de las piedras alineadas o el de los soldados que marchan al mismo paso. Yo digo que os he ejercitado en conocer los mismos rostros, y así experimentar los mismos amores.

”Pues ahora sé que amar es reconocer, y es conocer el rostro leído a través de las cosas. El amor no es más que conocimiento de los dioses.

”Cuando el dominio, la escultura, el poema, el imperio, la mujer, o Dios a través de la piedad de los hombres, te son dados por un instante en su unidad, a esa ventana abierta en ti, llamo yo amor. Y la llamo muerte de tu amor, si para ti no es más que un conjunto. Y sin embargo, lo que te es dado a través de tus sentidos no ha cambiado.

”Por eso digo también que los que han renunciado a los dioses no pueden comunicarse si no es como el animal, con vistas a lo usual únicamente: rebaño vuelto a guardar».

Por eso importa convertir a aquéllos que llegan a mí mirando sin ver. Porque sólo entonces se iluminarán y serán vastos. Y sólo entonces estarán desnudos. Pues fuera de la búsqueda de satisfacciones de tu vientre ¿qué desearás y adónde irás y de dónde nacerá el fuego de tu placer?

Convertir es volverse hacia los dioses para que ellos se muestren.

Y yo no tengo una pasarela que me permita explicarme ante ti. Si tú miras el campo y con mi bastón tendido yo te dibujo mi dominio, no puedo traspasarte mi amor con un movimiento cualquiera, porque sería demasiado fácil para ti emocionarte. Y los días de hastío, irías sobre las montañas a hacer movimientos con el bastón para exaltarte.

Sólo puedo ensayar en ti mi dominio. Y por esto creo en los actos. Pues los que distinguen el pensamiento de la acción me han parecido siempre pueriles y ciegos. Distinguen las ideas que son pensamientos cambiados en objetos de bazar.

Te confiaré, pues, una carreta de bueyes, o una trilladora para los granos. O la vigilancia de los poceros. O la cosecha de los olivos. O la celebración de los matrimonios. O cualquier cosa que te haga entrar en la invisible construcción y te someta a sus líneas de fuerza y esas líneas de fuerza te harán fácil tal gesto y difícil tal otro.

Encontrarás, pues, obligaciones y prohibiciones. Pues ese campo es impropio para labrar, mas no ese otro. Ese pozo salvará a la ciudad, y el otra la enfermará. Esa muchacha se casa, y su aldea se transforma en cántico. Pero la otra aldea llora su muerto. Y cuando tiras de una punta todo el dibujo aparece. Pues el labrador bebe. Y el pocero casa a su hija. Y la desposada come el pan del primero y bebe el agua del segundo, y todos celebran las mismas fiestas, oran a los mismos dioses, lloran los mismos duelos. Y tú te transformas en lo que uno se transforma en esa aldea. Luego me dirás quién acaba de nacer en ti. Y si no te place, sólo entonces renegarás de mi aldea.

Pues no hay ningún paseante ocioso a quien le sea dado ver. Lo único que se le muestra es un montón de cosas, el cual no es nada; ¿y cómo podrías de primera intención alcanzar al dios, si no es otra cosa que ejercicio de tu corazón?

Y llamo verdad sólo a aquello que te exalta. Pues nada se demuestra en pro o en contra. Pero tú no dudas de la belleza si vibras ante tal rostro. Me dirás entonces que en verdad es bello. Lo mismo ocurre con el dominio o con el imperio, si te sientes obligado a aceptar, una vez que los has descubierto, morir por ellos. ¿Cómo es que son verdaderas las piedras y no el templo?

¿Y cómo lo rechazarías en el ámbito del monasterio, donde te abrazo con el más grande de los rostros, luego de haberte edificado para que se muestre a ti? ¿Cómo puedes decirme que es verdadera la belleza en el rostro, y no Dios en el mundo?

¿Es que crees que es natural la belleza de los rostros? Yo te digo que ella es fruto sólo de tu aprendizaje. Pues no he conocido a ningún ciego de nacimiento, que una vez curado, fuera conmovido por una sonrisa. Le será necesario aprender también la sonrisa. Pero sabes desde la infancia que una cierta sonrisa prepara tus alegrías; pues es el signo de una sorpresa que aún te ocultan. O que un cierto fruncimiento de cejas prepara tus penas, o que un cierto temblor de labios anuncia las lágrimas, o que un cierto brillo de los ojos anuncia el proyecto que seduce, y que una inclinación anuncia la paz y la confianza en sus brazos.

Y de tus cien mil experiencias construyes una imagen de la patria perfecta, que te puede recibir en tu integridad, y colmarte y vivificarte. Y he ahí que la reconocerías entre una multitud, y que antes de perderla, prefieres morir.

El rayo te ha golpeado en el corazón; pero tu corazón estaba preparado para el rayo.

No es tampoco el amor, del cual te digo que tarde en nacer, porque puede ser revelación del pan del cual te he enseñado a tener hambre. Así he preparado en ti los ecos que van a vibrar en el poema. Y el poema que a ti te ilumina, dejaría a otro indiferente. He preparado un hambre que se ignora y un deseo que aún no tiene nombre para ti. Es reunión de caminos, y estructura y arquitectura. El dios que existe para él lo despertará de un toque en su conjunto, y todas esas vías se tornarán luz. Y, por cierto, tú ignoras todo: pues si lo conocieras y lo buscaras, tendría ya un nombre. Y ello significaría que ya lo habrías encontrado.

121

(Por una falsa álgebra, esos imbéciles han creído que existían contrarios. Y el contrario de la demagogia es la crueldad. Cuando la red de relaciones en la vida es tal que si aniquilas uno de los dos contrarios, mueres.

Pues yo digo que lo contrario de cualquier cosa es sólo la muerte.

Así, ése que persigue lo contrario de la perfección. Y de tachadura, en tachadura, quema todo el texto. Pues no existe nada perfecto. Pero el que ama la perfección, la embellece siempre.

Lo mismo ocurre con quien persigue a lo contrario de la nobleza. Y quema a todos los hombres, pues ninguno es perfecto.

Lo mismo ocurre con el que aniquila a su enemigo. Y vivía de él. Luego, al aniquilarlo, muere. Lo contrario del navío es el mar. Pero él ha diseñado y aguzado la roda y la carena. Y lo contrario del fuego es la ceniza; pero ella vela por el fuego.

Lo mismo ocurre con el que lucha contra la esclavitud, haciendo un llamamiento al odio, en lugar de luchar por la libertad recurriendo al amor. Y como en todas partes, en todas las jerarquías, hay huellas de esclavitud, y como también puedes llamar esclavitud a la función de los cimientos del templo sobre el que se apoyan las piedras nobles que se alzan solas hacia el cielo, te verás obligado, de consecuencia en consecuencia, a aniquilar el templo.

 

Pues el cedro no es rechazo y odio de todo lo que no es cedro, sino rocalla drenada por el cedro y transformada en árbol.

Contra cualquier cosa que luches, el mundo entero se te tornará sospechoso; porque todo puede ser posible abrigo, y reserva posible, y alimento posible para tu enemigo. Si luchas, contra cualquier cosa que sea, debes aniquilarte a ti mismo, pues hay en ti una parte de ella, por muy débil que sea.

Porque la única injusticia que yo concibo es la de la creación. Y tú no has destruido los jugos que hubieron podido alimentar a la zarza, sino que has edificado un cedro que los ha tomado para sí, y la zarza no podrá nacer.

Si te transformas en este árbol, no puedes transformarte en aquel otro. Y has sido injusto con los otros).

Cuando tu fervor se ha extinguido haces perdurar el imperio con tus gendarmes. Pero si únicamente lo pueden salvar los gendarmes, quiere decir que el imperio está muerto. Pues mi sujeción es la del poder del cedro que ata en sus lazos los jugos de la tierra, no la estéril exterminación de las zarzas y de los jugos que ciertamente se ofrecían a las zarzas, pero que lo mismo se hubieran ofrecido a los cedros.

¿Cuándo has visto que se haga la guerra contra cualquier cosa? El cedro que prospera y aniquila la maleza se burla de la maleza. Ni siquiera conoce su existencia. Hace la guerra para el cedro y transforma en cedro la maleza.

¿Quieres que mueran por algo? ¿Quién querrá morir? Se desea matar; pero no morir. La aceptación de la guerra es la aceptación de la muerte. Y la aceptación de la muerte no es posible más que si tú cambias en otra cosa. Luego, en el amor.

Aquéllos odian a otros. Y si tienen prisiones, amontonan allí los prisioneros. Pero así construyes tu enemigo, pues las prisiones son más radiantes que los monasterios.

El que encarcela o ejecuta, ante todo duda de sí mismo. Extermina los testigos y los jueces. Pero para engrandecerte, no basta con exterminar a los que te veían bajo.

El que encarcela y ejecuta es también el que echa sus faltas sobre otro. Luego, es débil. Pues cuanto más fuerte eres, más faltas cargarás sobre ti. Ellas se tornan para ti enseñanzas para tu victoria. A uno de sus generales que se excusaba por haber sido derrotado, lo interrumpió mi padre: «No seas presumido hasta el punto de vanagloriarte de haber cometido una falta. Cuando monto un asno y éste se pierde, no es el asno el que se equivoca. Soy yo.

”La excusa de los traidores -decía otra vez mi padre- es ante todo, que han podido traicionar».

122

Cuando las verdades son evidentes y absolutamente contradictorias, nada puedes sino cambiar tu lenguaje.

La lógica no te ayuda para hacerte pasar de un nivel a otro. No prevés el recogimiento a partir de las piedras. Y si hablas del recogimiento con el lenguaje de las piedras, fracasas. Te hará falta inventar una palabra nueva para dar cuenta de una determinada arquitectura de tus piedras. Pues ha nacido un ser nuevo, no divisible, ni explicable; pues explicar es desmontar. Y entonces, lo bautizas con un nombre.

¿Cómo razonarías sobre el recogimiento? ¿Cómo razonarías sobre el amor? ¿Cómo razonarías sobre el dominio? Ellos no son objetos, sino dioses.

Yo he conocido a aquél que quería morir porque había escuchado cantar la leyenda de un país del Norte y vagamente conocía que allí se anda una noche del año sobre la nieve, que es crujiente, bajo las estrellas, hacia iluminadas casas de madera. Y si entras en su luz tras tu camino, y adosas tu rostro a los cristales, descubres que esa claridad proviene de un árbol. Y te dicen que esa noche huele a juguetes de madera barnizada y a aroma de cera. Y de los rostros de esa noche te dicen que son extraordinarios. Pues contienen la espera de un milagro. Y ves a todos los viejos que retienen su aliento y fijan los ojos en los niños, y se preparan a grandes estremecimientos del corazón. Porque en los ojos de esos niños va a pasar algo inalcanzable, que no tiene precio. Porque, lo has construido durante todo el año por medio de la espera, y los cuentos, y las promesas, y sobre todo por tu aspecto de saber y tus alusiones secretas y la inmensidad de tu amor. Y ahora vas a separar del árbol algún humilde objeto de madera barnizada y a tenderlo al niño según la tradición de tu ceremonial. Y ése es el instante. Y ya nadie respira. Y el niño pestañea, porque ha sido arrancado del sueño. Y está sobre tus rodillas con ese aroma de niño fresco que acaban de sacar del sueño y que abraza tu cuello convirtiéndose en algo que es fuente para tu corazón de lo cual tiene sed. (Y es el gran cansancio de los niños ser saqueados de una fuente que está en ellos y que ellos no pueden conocer, a la cual se allegan a beber todos aquéllos cuyo corazón ha envejecido, para rejuvenecer). Pero los besos se han suspendido. Y el niño mira al árbol, y tú miras al niño. Pues se trata de escoger una sorpresa maravillosa como una flor rara que nace una vez al año en la nieve.

Y te sientes colmado por un determinado color de ojos que se vuelven oscuros. Pues el niño se curva sobre su tesoro para iluminarse por dentro del golpe, cuando el regalo lo ha tocado, igual que anémonas de mar. Y huiría si lo dejaras huir. Y ya no hay esperanza de alcanzarlo. No le hables, pues no te escucha.

No me dirás que no pesa ese cobre apenas cambiado, más ligero que el de una nube sobre la pradera. Porque aun cuando fuera la única recompensa de tu año y del sudor de tu trabajo, y de tu pierna perdida en la guerra, y de tus noches de meditación, y de las afrentas, y los padecimientos, soportados, sería para ti una recompensa y te maravillaría. Pues ganas con ese cambio.

Porque no hay razonamiento para razonar sobre el amor del dominio, sobre el silencio de un templo, ni sobre ese segundo extraordinario.

Así, mi soldado quería morir. Él, que no había vivido más que con el sol y la arena; él, que no conocía ningún árbol iluminado, que apenas sabía la dirección del Norte, quería morir porque le habían dicho que en alguna parte estaban amenazados por la conquista, ese cierto olor a cera y ese determinado color de ojos, que los poemas le habían traído ligeramente llevados por el viento, como los aromas. Y no conozco razón más valedera para morir.

Porque ocurre que únicamente te alimenta el lazo divino que anuda las cosas. El cual se ríe de los mares y los muros. Y así, en tu desierto estás colmado por lo que existe en alguna parte, en una dirección que ignoras, entre extranjeros de los que nada sabes, por la espera de la imagen de un pobre objeto de madera barnizada que se hunde en los ojos de un niño como una piedra en las aguas dormidas.

Y ocurre que el alimento que recibes de ello puede justificar tu muerte. Y que yo alzaría ejércitos, si lo deseara, para salvar en alguna parte del mundo, un olor a cera.

Pero no alzaré ningún ejército para defender las provisiones. Porque ellas están hechas, y no tienes nada que esperar, sino cambiarte en rebaño taciturno.

Por eso es que si se extinguen tus dioses, no querrás ya morir por ellos. Pero tampoco vivirás. Porque no existen los contrarios. Si la muerte y la vida son palabras que se sacan la lengua, ocurre sin embargo, que vives solamente de lo que te hace morir. Y quien rechaza la muerte, rechaza la vida.