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100 Clásicos de la Literatura

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Envío a mis prisioneros a romper piedras. Y las rompen y están vacías. Pero si construyes tu casa, ¿crees romper las mismas piedras? Tú construyes el muro de una casa y tus gestos son, no un castigo, sino un cántico.

Pues basta para ver claro cambiar de perspectiva. Por cierto, hallas enriquecido al que en el instante de la muerte es salvado y vive un poco más. Pero si cambias de montaña y consideras su destino hecho, y ya anudado como una gavilla, lo hallarás más dichoso con una muerte que haya tenido un sentido.

Así, aun de los que he hecho coger una noche de guerra a fin que me denunciaran los proyectos de mi enemigo.

—Soy el jefe entre los míos -me dijo-, y tus verdugos nada pueden contra esto…

Hubiera podido aplastarlo bajo una muela sin hacer brotar el aceite del secreto; porque era de su imperio.

—Pobre eres -le decía yo- y estás a mi merced.

Pero reía de oírme llamarle pobre. Porque no podía separar de él el bien que poseía.

He aquí pues el sentido del aprendizaje. Porque tus riquezas verdaderas no son objetos, que valdrían cuando los usas, como tu asno cuando la cabalgas o tus cubiertos cuando comes, pero que no tienen sentido una vez alineados. Ni cuando la fuerza de las cosas te separa, como la mujer que te limitas a desear sin amar.

Porque, ciertamente, el animal solamente puede acceder al objeto. Y no al color del objeto según un lenguaje. Pero eres hombre y te alimentas del sentido de las cosas y no de las cosas.

Y a ti, yo te construyo y te educo. Y te muestro en la piedra lo que no es piedra, sino movimiento del corazón del escultor y majestad del guerrero muerto. Y eres rico porque existe en alguna parte el guerrero de piedra. Y te he educado al construirte un dominio con los carneros, las cabras, las moradas y las montañas. Y si nada del dominio te sirve en el instante, sin embargo te sientes colmado. Te enriquezco al tomar las palabras vulgares y anudarlas en un poema. Te exalto cuando tomo los ríos y las montañas y anudo mi imperio. Y, los días de victoria, los cancerosos sobre sus camastros, los prisioneros en sus prisiones, los perseguidos por deudas entre sus ujieres, resplandecerán de orgullo, pues no hay muro, ni hospital, ni prisión que te impidan recibir; porque he extraído de ese material dispar un dios que ríe de sus muros y es más fuerte que los suplicios.

Y por esto, te lo he dicho ya, derribo los muros, arranco los barrotes y liberto al hombre que construyo. Porque he construido al que comunica y se ríe de las murallas. Y de los carceleros. Y de los hierros de los verdugos, que no pueden reducirlo.

Pues, ciertamente, no te comunicas de uno a otro. Sino de uno al imperio y del otro al imperio que es para vosotros dos significaciones. Y si me preguntas: «¿Cómo reunirme con aquélla que amo cuando los moros o los mares o la muerte nos separan?», te responderé que inútil es gritar hacia ella por ella, sino que te basta acariciar eso de lo que ningún muro te separa, el rostro de la casa, de la bandeja de té y del hornillo y de la alfombra de alta lana; de los que es piedra angular la esposa que duerme, puesto que puedes amarla, aunque ausente y dormida.

Por esto digo que importa primero, en la construcción del hombre, no instruirlo, lo que es banal si sólo se logra un libro que camina, sino educarlo y conducirlo a las etapas donde ya no existen cosas, sino rostros nacidos del nudo divino que anuda las cosas. Porque nada hay que esperar de las cosas si no resuenan unas en otras, única música para el corazón.

Así de tu trabajo, si es pan de los niños o cambio de ti en algo más vasto. Así, de tu amor si es otra cosa más alta que búsqueda de un cuerpo para asir, porque encerrada en él está la alegría que te da.

Y por eso hablaré primero de la calidad de las criaturas. Cuando en la tristeza de las noches cálidas, de retorno de las arenas, visitas el distrito reservado y escoges una mujer para olvidar el amor, y la acaricias y escuchas que te habla y responde, sucede que una vez consumado el amor y aunque sea bella, vuelves a partir despojado de ti mismo y sin haber formado un recuerdo.

Pero si sucede que la misma en apariencia, con los mismos gestos, con la misma gracia, con las mismas palabras, era esa princesa proveniente de una isla por el hilo de lentas caravanas, bañada quince años en la música, en el poema y en la sabiduría, y permanente y sabiendo arder de cólera ante la afrenta, y arder de felicidad ante las pruebas, y rica por poseer una parte irreductible, llena de dioses que no sabría traicionar, y capaz de ofrecer al verdugo su gracia extrema por una sola palabra exigida de ella, que ella desdeñará decir, tan bien fundada en su nobleza que su último paso será más patético que una danza, si sucede que es aquélla que, cuando entras en la sala de luna con lajas relucientes donde te aguarda, abre para ti sus jóvenes brazos, y pronuncia las mismas palabras, pero que serán ahora expresión de un alma perfecta, entonces yo te digo: volverás a partir al amanecer hacia tus arenas y tus zarzas, no ya el mismo, sino convertido en cántico de acción de gracias. Porque no pesa el individuo con su pobre corteza y su bazar de ideas sino que ante todo cuenta el alma más o menos vasta, con sus climas, sus montañas, sus desiertos de silencio, sus fuentes de nieves, sus vertientes de flores, sus aguas durmientes, toda una caución invisible y monumental. Y es de ella donde extraes tu dicha. Y ya no puedes evadirte de ella. Porque no es lo mismo navegar sobre el magro río, aunque cierres los ojos para gustar tu balanceo, que viajar sobre el espesor de los mares. Porque no te produce el mismo placer, aunque el objeto sea semejante, el falso diamante que el diamante puro. Y la que calla delante de ti, no es igual a la otra en la profundidad de su silencio.

Y no te equivocas.

Y por esto te impido que consigas fácilmente lo que necesitas y, puesto que las mujeres son dulces a tu corazón, te prohíbo que te facilites su captura vaciándolas de su consigna, de su rechazo y de su nobleza; pues yo habría destruido por eso mismo lo que pretenderías coger.

Y si he aquí que se prostituyen, no obtendrás de ellas más que el poder de olvidar el amor; mientras que la sola acción que salvo es la que enriquece para la acción próxima, como al empujarte en tu ascensión a vencer la montaña, te preparo a vencer otra aún más alta, como al proponerte, a fin de fundar tu amor, escalar el alma inaccesible.

95

El diamante es fruto del sudor de un pueblo; pero cuando un pueblo ha sudado así, ha surgido un diamante que no es consumible ni divisible, y no sirve a cada uno de los trabajadores. ¿Debo renunciar a la captura del diamante que es estrella despertada de la tierra? Del barrio de mis cinceladores, si extirpo los cinceladores que cincelan los jarrones en oro, los que no son tampoco divisibles, puesto que cada uno cuesta una vida y que en tanto que aquél cincela es preciso que yo lo alimente con un trigo candeal cultivado en otra parte (si a su turno los envío a trabajar la tierra, no habrá ya jarro de oro, sino una carga mayor de trigo candeal que distribuir) ¿vas a pretenderme que no corresponde a la nobleza del hombre extraer el diamante o cincelar el objeto de oro? ¿De qué deduces que el hombre se enriquezca con esto? ¿Qué me importa el destino del diamante? Aceptaría el rigor, para satisfacer los celos de la multitud, de quemar una vez al año todos aquéllos que hubiera recolectado; porque así se beneficiarían con un día de fiesta, o aún, inventaría una reina que cargaría con sus relumbres y así poseerían una reina endiamantada. Y así el relumbre de la reina o el calor de la fiesta, como retribución, se extenderá sobre ellos, Pero ¿dónde ves que sean más ricos si encierran esos diamantes en sus museos? Allí tampoco en el instante servirán de nada a nadie, salvo a algunos ociosos estúpidos, y ennoblecerán solamente a un guardián grosero y pesado.

Porque deberás admitir que sólo vale lo que ha costado tiempo a los hombres, como el templo. Y que la gloria de mi imperio, de la que cada uno recibirá su parte, emana del diamante que les obligo a extraer y de la reina que haya ornado con él.

Porque sólo conozco la libertad que es ejercicio del alma. Y no la otra que es risible, pues he aquí que te hallas obligado a buscar la puerta para franquear los muros y no eres libre de ser joven, ni de gustar del sol por la noche. Si te obligo a escoger esta puerta antes que la otra, te quejarás de mi novatada cuando no te has percatado, si hay sólo una puerta, que sufrirías la misma sujeción. Y si te rehúso el derecho de desposar a la que te parece bella, te quejarás de mi tiranía, cuando no has observado, por no haber conocido otra, que en tu pueblo todas eran bizcas.

Pero como he constreñido a la que desposarás a llegar a ser, y como a ti también te he forjado un alma, usaréis ambos de la sola libertad que tiene un sentido y que es ejercicio del espíritu.

Pues la licencia te borra; y, según las palabras de mi padre, no es ser libre no ser.

96

Porque te hablaré un día de la necesidad, o de lo absoluto, que es nudo divino que anuda las cosas.

Porque es imposible jugar patéticamente al juego de dados, si los dados nada significan. Y en aquél al que ordeno partir al mar cuando éste se muestra tempestuoso, según lo aprecia antes de embarcarse con una amplia mirada, y cuando las nubes le pesan como adversarios y mide la marejada y respira la inflexión del viento, resonarán todas estas cosas y, por el imperio de mi orden sin respuesta, no serán para él ya espectáculo dispar de feria, sino basílica construida, y yo como la piedra angular para establecer su permanencia. Así, aquél será magnífico cuando se embarque, delegando a su vez sus órdenes en el ceremonial del navío.

 

Pero tal otro, fuera de mí, si pretende visitar el mar como paseante, y errar por él como lo desee y revolverse según su propia inclinación a una media vuelta, no tiene acceso a la basílica, y esas nubes pesadas no le significan prueba, sino nada más importante que una tela pintada, y ese viento que refresca no es transformación del mundo, sino débil caricia sobre la carne.

Y por ello es que yo llamaría deber, nudo divino que anuda las cosas, no te construirá tu imperio, tu templo, o tu dominio sino cuando se muestre a ti como absoluta necesidad y no como juego cuyas reglas serían cambiantes.

«Tú reconocerás un deber -decía mi padre-, en que, ante todo, no eres tú quien lo escoge».

Por esto se equivocan los que buscan gustar. Y para agradar se hacen maleables y dúctiles. Y responde por anticipado a los deseos. Y traicionan todo a fin de ser como se los desea. Pero ¿qué tengo que hacer con esas medusas que no tienen ni huesos ni forma? Las vomito y las devuelvo a su nebulosa: venid a verme cuando estéis construidas.

Del mismo modo, las mujeres se cansan del que las ama cuando, para mostrarles su amor, acepta hacerse eco y espejo; porque nadie tiene necesidad de su propia imagen. Sino que tengo necesidad de ti, que has sido construido como una fortaleza con tu núcleo que yo encuentro. Siéntate allí puesto que existes.

Aquél que es de un imperio, la mujer lo despoja y se hace su sirviente.

97

Se me ocurrieron estas observaciones sobre la libertad.

Cuando mi padre muerto se volvió montaña y limitó el horizonte de los hombres, se despertaron los lógicos, los historiadores y los críticos, inflados con el viento de las palabras que les había hecho tragar una vez, y descubrieron que el hombre era bello.

Era bello, puesto que mi padre lo había fundado.

«Puesto que el hombre es bello -meditaban-, conviene libertarlo. Y se extenderá con toda libertad, y toda acción suya será maravillosa. Porque se daña su esplendor».

Y yo que voy por la tarde a mis plantaciones de naranjos donde se enderezan los troncos y se cortan las ramas, podría decir: «Mis naranjos son bellos y cargados de naranjas. Entonces ¿para qué cortar las ramas que hubiesen dado fruto? Conviene librar al árbol. Y se desarrollará con toda libertad. Porque sucede que se daña su esplendor».

Así, pues, libraron al hombre. Y el hombre se mantuvo derecho pues había sido tallado derecho. Y cuando se presentaron los gendarmes que se esforzaron, no por respeto a la matriz irremplazable, sino por necesidad vulgar de dominación en volverlos a su sujeción, esos hombres dañados en su esplendor se sublevaron. Y el gusto de la libertad los abrazó de un extremo al otro del territorio, como un incendio. Se trataba para ellos de la libertad de ser ellos. Y cuando morían por la libertad, morían por su propia belleza, y su muerte era bella.

Y la palabra libertad sonaba más pura que el clarín.

Pero yo me acordaba de las palabras de mi padre:

«Su libertad es la libertad de no ser».

Porque he aquí que de consecuencia en consecuencia, se tornaron baraúnda de plaza pública. Pues si decides según tú mismo y si tu vecino decide, los actos, al sumarse, se destruyen. Si cada uno pinta el mismo objeto, según su gusto, el uno estucado en rojo, el otro en azul, el otro en ocre, el objeto no tiene ya color, Si la procesión se organiza y cada uno elige su dirección, la locura sopla el polvo y ya no hay procesión. Si divides tu poder y lo distribuyes entre todos, no lo retiras reforzado, sino que logras la disolución de ese poder. Y si cada uno escoge el emplazamiento del templo y aporta su piedra donde quiere, entonces encontrarás una llanura pedregosa en lugar de un templo. Porque la creación es una y tu árbol es explosión de una sola semilla. Y, ciertamente, ese árbol es injusto porque los otros granos no germinaron.

Porque juzgo al poder, si es amor por la dominación, ambición estúpida. Pero si es acto de creador y ejercicio de la creación, si va contra la inclinación natural que tiende a que se mezclen materiales, se fundan los glaciares en charca, se esterilicen los templos por el tiempo, se disperse en blanda tibieza el calor del sol, se mezclen cuando el uso les deshaga las páginas del libro, se confundan y bastardeen los lenguajes, se igualen los poderes, se equilibren los esfuerzos ya que toda construcción nacida del nudo divino que anuda las cosas se rompa en suma incoherente, celebro al poder. Porque es como el cedro que aspira la rocalla del desierto, hunde sus raíces en el suelo donde los surcos no tienen sabor, captura con sus ramas un sol que se irá a mezclar al hielo y a podrirse con él y que, en el desierto en adelante inmutable, donde todo poco a poco se ha distribuido, aplanado y equilibrado, comience a construir la injusticia del árbol que trasciende roca y rocalla, desarrolla al sol un templo, canta en el viento como un arpa y restablece el movimiento en lo inmóvil.

Porque la vida es estructura, línea de fuerza e injusticia. ¿Qué haces tú si hay niños que se aburren sino imponerles tus sujeciones, que son reglas de un juego, después de lo cual los ves correr?

Así, pues, llegó el tiempo en que la libertad, falta de objetos para libertar, fue solamente reparto de provisiones en una igualdad odiosa.

Porque con tu libertad molestas a tu vecino y él te molesta. Y el estado de reposo que encuentras es el estado de las bolas del billar mezcladas cuando han cesado de moverse. La libertad, así, conduce a la igualdad y la igualdad conduce al equilibrio, que es la muerte. ¿No es preferible que la vida te gobierne y que te opongas como obstáculo a las líneas de fuerza del árbol que crece? Porque la sola sujeción que te daña y que importa que odies se muestra en el enfado de tu vecino, en la envidia de tu igual, en la igualdad con el bruto. Te engullirán en la turba muerta; pero tan estúpido es el viento de las palabras que habláis de tiranía cuando sois ascensión de un árbol.

Así pues vinieron los tiempos en que la libertad no fue más libertad de la belleza del hombre, sino expresión de la masa, el hombre necesariamente se había fundido en ella, que no era libre porque no tiene dirección, sino que pesa simplemente y permanece sentada. Lo que no impedía que se denominara libertad a esta libertad de estancarse y justicia a ese estancamiento.

Llegó el tiempo en que la palabra libertad, que remedaba aún el llamado del clarín, se vació de su patetismo, los hombres soñaron confusamente con un clarín nuevo que los despertara y los constriñera a construir.

Porque sólo es bello el canto del clarín que te arranca del sueño.

La sujeción valedera es la que te somete al templo según tu significación, pues las piedras no son libres de ir adonde mejor les parezca, ya que entonces nada tienen para dar ni de nada reciben un significado. Que existe cuando te sometes al clarín si se alza y hace surgir en ti algo más grande que tú mismo. Y los que morían por la libertad cuando era rostro de ellos mismos, más grandes que ellos, y diligencia en favor de su propia belleza, se habían sometido a esa belleza, aceptaban las sujeciones, y se alzaban en la noche al llamado del clarín, no libres de continuar durmiendo ni de acariciar sus mujeres, sino gobernados; y poco me importa conocer, puesto que te veo obligado, si el gendarme está dentro o fuera.

Y si está afuera, sé que estuvo antes dentro, lo mismo que tu sentido del honor proviene de que el rigor de tu padre te ha hecho crecer según el honor.

Y si por sujeción entiendo lo contrario de la licencia, la cual es hacer trampas, no deseo que sea el efecto de mi policía, porque he observado, paseándome en el silencio de mi amor, a esos niños de los cuales hablaba, sometidos a las reglas del juego, y trampeando con vergüenza. Y era porque conocían el rostro del juego. Y llamo rostro a lo que nace de un juego. Su fervor, su placer de los problemas desarrollados, su joven audacia, un conjunto cuyo gusto es de ese juego y no de ningún otro, un cierto dios que de este modo los hace realizarse, pues ningún juego te amasa, lo mismo que no cambias de juego para cambiarte. Pero he aquí que si te observas grande y noble en ese juego, descubres, si llegas a hacer trampas, que precisamente destruyes aquello por lo que jugabas. Esa grandeza y esa nobleza. Y he aquí que te ves constreñido por el amor a un rostro.

Porque lo que el gendarme funda es tu semejanza con el otro. ¿Cómo podrías ver más alto? El orden para él es el orden del museo donde se coloca. Pero no fundo la unidad del imperio en que te parezcas a tu vecino. Sino en que tu vecino y tú mismo, como la columna y la estatua en el templo, se fundan en el imperio, el cual es sólo uno.

Mi sujeción es ceremonial del amor.

98

Si tu amor no espera ser acogido debes callarte. Puede alentar en ti si es silencio. Porque crea una dirección en el mundo y toda dirección te aumenta cuando te permite aproximarte, alejarte, entrar, salir, hallar, perder. Porque eres el que debe vivir. Y la vida no existe si un dios no ha creado para ti líneas de fuerza.

Si tu amor no es acogido y se transforma en vana súplica en recompensa de tu fidelidad y no tienes la fuerza de alma para callarte, entonces, si hay un médico hazte curar. Porque es preciso no confundir el amor con la esclavitud del corazón. El amor que solicita es bello; pero aquél que suplica es propio de un criado.

Si tu amor choca con el absoluto de las cosas como si tuviera que franquear el impenetrable muro de un monasterio o del destierro, agradece a Dios si ella te corresponde, aunque en apariencia sea sorda y ciega. Porque hay una lámpara encendida para ti en el mundo. Y poco me importa que puedas o no servirte de ella. Porque aquél que muere en el desierto es rico gracias a una casa lejana, aunque muera.

Porque si construyo grandes almas y eligiera la más perfecta para murarla en el silencio te parece que nadie recibe nada. Y sin embargo, ennoblece todo mi imperio. Quienquiera pase a lo lejos se prosterna. Y nacen los signos y los milagros.

Entonces, si existe un amor hacia ti, aunque inútil, y correspondes a ese amor, marcharás en la luz. Pues grande es la plegaria a la que sólo responde el silencio, si sucede que existe el dios.

Pero si tu amor es acogido y los brazos se abren para ti, entonces pide a Dios que salve ese amor de podrir; pues temo por los corazones colmados.

99

Y sin embargo, cuánto amé la libertad que volvió sonoro mi corazón, y cómo hubiera derramado mi sangre para conquistarla; y cuán luminosa observé la mirada de los hombres que luchaban por esta conquista (como, por otra parte, he visto a siniestros y bestiales como un ganado, y a vulgares de corazón en su relación con las provisiones a aquéllos a los cuales se suspendía la ración en el establo, y que, con el hocico alzado se transformaban en puercos alrededor del comedero).

Como también vi a la llama de la libertad hacer resplandecer a los hombres, y a la tiranía embrutecerlos.

Y como no corresponde a mi diligencia abandonar nada que me pertenezca y como desprecio los bazares de ideas, sabiendo que si las palabras no informan de la vida, son las palabras las que se debe cambiar, y que si te equivocas, bloqueado por una contradicción sin salida, es la frase lo que se debe romper, y que precisas descubrir la montaña desde donde la llanura se mostrará clara.

Descubriendo aquí a la vez que sólo son grandes las almas que fueron fundadas y forjadas, y construidas como fortalezas por la sujeción y por el culto y por el ceremonial, que es a la vez tradición y plegaria y obligación no discutida.

Y que únicamente les pertenecen las almas orgullosas que no aceptan doblegarse, mantienen a los hombres derechos en los suplicios, libres de sí y de abjurar, por lo tanto independientes para escoger y decidir y desposar a aquélla que aman contra el rumor de la multitud o la pérdida del favor del rey.

Medité que ni sujeción ni libertad tenían sentido. Pues ninguno de mis movimientos está hecho para rehusar, aunque las palabras que lo significan se sacan la lengua.

100

Si sigues una idea preconcebida para enviar los hombres a prisión, aprisionas demasiados (y podrías encerrarlos a todos, porque todos acarrean una parte que condenas; si encarcelaras a los que sienten deseos legítimos, los santos mismos irían a prisión), es que tu idea preconcebida es un mal punto de vista para juzgar a los hombres, montaña prohibida y sangrienta que reparte mal y te fuerza a actuar contra el hombre mismo. Porque en aquél que condenas, su parte buena podría ser grande. Y de este modo lo aplastas.

 

Y si tus gendarmes, que necesariamente son estúpidos y agentes ciegos de tus órdenes por su función, a la cual no pides intuición, sino que, por el contrario, le rechazas ese derecho porque su deber no es aprehender ni juzgar, sino distinguir según tus signos, si tus gendarmes reciben por consigna clasificar en negro y no en blanco (porque sólo existen para ellos dos colores), al que canturrea cuando está solo o duda a veces de Dios o bosteza del trabajo de la tierra o que de alguna manera piensa, actúa, ama, odia, admira o desprecia lo que sea, entonces se abre el siglo abominable donde en primer lugar te ves hundido en un pueblo traidor del que no lograrías cortar suficientes cabezas, y tu multitud sería una multitud de sospechosos, y tu pueblo de espías, pues has elegido una manera de reparto que actúa no fuera de los hombres, lo que te permitiría alinear los unos a la derecha y los otros a la izquierda, operando así obra de claridad, sino a través del hombre mismo, dividiéndolo de sí mismo, haciéndolo espía de sí, sospechoso de sí, traidor a sí mismo, pues es de cada uno dudar de Dios en las noches cálidas. Pues es de cada uno canturrear en la soledad o bostezar por el trabajo de la tierra, o a ciertas horas, pensar, amar, odiar, admirar o despreciar lo que sea en el mundo. Porque el hombre vive. Y solamente te parecería santo, salvado y deseable aquél cuyas ideas fueran las de un ridículo bazar y no movimientos de su corazón.

Y cuando pidas a tus gendarmes que despisten en el hombre lo que es el hombre mismo y no tal o cual, pondrán en ello todo su celo, lo descubrirán de cada uno, puesto que se halla en ellos, se espantarán del progreso del mal, te espantarán por sus informes, te harán participar su fe en la urgencia de la represión y, cuando te hayan convertido, te harán construir calabozos para encerrar en ellos a tu pueblo entero. Hasta el día en que estés obligado, puesto que también ellos son hombres, a encerrarlos también.

Y si quieres un día que los campesinos trabajen tus tierras bajo la bonanza del sol, que los escultores esculpan sus piedras, que los geómetras fundan sus figuras, precisarás cambiar de montaña. Y según la montaña escogida, tus presidiarios se volverán santos, y levantarás estatuas al que condenabas a romper piedras.

101

Me vino, pues, la noción del pillaje, en la que había pensado siempre, sin que Dios me aclarara sobre ella. Y, por cierto, sabía que es pillastre el que rompe la profundidad del estilo para lograr efectos que le sirven, efectos laudables en sí, pues es del estilo permitírtelos, el cual ha sido fundado para que los hombres puedan acarrear con él sus movimientos interiores. Pero de esta manera rompes tu vehículo con el pretexto de conducir, a semejanza de aquél que mata su asno con cargas que no podría soportar. Mientras que con cargas medidas lo ejercitas en el trabajo y trabajará mucho mejor de lo que ya trabaja. Así, pues, al que escribe contra las reglas, lo expulso. Que se maneje para desempeñarse según las reglas, pues solamente entonces funda las reglas.

Por consiguiente, sucede que el ejercicio de la libertad, cuando es libertad de la belleza de los hombres, es pillaje, como de una reserva. Y ciertamente, de nada sirve una reserva que duerme y una belleza debida a la cantidad de la matriz; pero que nunca sacarás del molde para exponerla a la luz. Es bello fundar graneros donde se guardan los granos. Tienen sentido, sin embargo, a condición de que pongas allí los granos para distribuirlos en el invierno. Y el sentido del granero es lo contrario del granero, que es ese lugar en el que haces entrar. Se convierte en el lugar de donde haces salir. Pero en lenguaje desdichado es la única causa de la contradicción, pues entrar o salir son palabras que se tiran de la lengua cuando se trata simplemente de decir no: «Este granero es el lugar en el que hago entrar», a lo que otro lógico te responderá con razón: «Es el lugar de donde hago salir», cuando dominabas su viento de palabras, absorbías sus contradicciones y fundabas la significación del granero llamándolo escala de las semillas.

Del mismo modo, mi libertad es uso de los frutos de mi sujeción, que tiene el poder de fundar algo que merezca ser librado. Y a aquél que veo libre en los suplicios puesto que rehúsa abjurar, y puesto que resiste en sí mismo a las órdenes del tirano y sus verdugos, lo llamo libre, y también llamo libre al que resiste a las pasiones vulgares; pues no puedo juzgar como libre al que se hace esclavo de toda solicitud, aunque se llame libertad, libertad de hacerse esclavos.

Pues si fundo al hombre, libero de él las diligencias del hombre, si fundo al poeta, libero los poemas, y si hago de ti un arcángel, libero las palabras aladas y los pasos seguros como los de un bailarín.

102

Desconfío del que tiende a juzgar desde un punto de vista. Como de aquél que, viéndose embajador de una gran causa a la que se ha sometido, se ciega.

Se trata de despertar en él al hombre, cuando le hablo. Pero desconfío de su audiencia. Será en primer lugar habilidad, astucia de guerra, y digerirá mi verdad para someterla a su imperio. ¿Y cómo reprocharle esa diligencia cuando su grandeza nacía de la grandeza de su causa?

Aquél que me escucha y con el cual me comunico a pie llano y que no digiere mi verdad para hacerla suya y servirse de ella en contra de mí, aquél del que digo que está perfectamente aclarado, es en general el que no trabaja, no actúa, no lucha, y no resuelve ningún problema. Es en alguna parte lamparilla inútil que luce para sí misma y para el lujo, flor delicada del imperio, pero estéril por ser demasiado pura.

Entonces se plantea el problema de mis relaciones y comunicaciones y de la pasarela entre ese embajador de una causa extranjera a la mía y yo mismo. Y del sentido de nuestro lenguaje.

Pues la única comunicación es a través del dios que se muestra. Y lo mismo que me comunico con mi soldado solamente a través del rostro del imperio, que es significación para uno y otro. Lo mismo que el que ama y se comunica a través de los muros con la que está en su casa y que puede amar aunque esté ausente o dormida. Si se trata del embajador de una causa extranjera y si pretendo jugar con él algo más alto que un juego de ajedrez y hallar al hombre en esa etapa en que la bellaquería se halla dominada y en la que, aun cuando choquemos en la guerra, nos estimamos y respiramos en presencia el uno del otro, como aquel jefe que reinaba en el este del imperio y que fue el amado enemigo, no lo abordaré sino a través de la imagen nueva, la cual será nuestra común medida.

Y si cree en Dios, y yo lo mismo, y si somete su pueblo a Dios, y yo el mío, nos abordamos en igualdad de condiciones bajo la tienda de tregua en el desierto, manteniendo a lo lejos nuestras tropas de rodillas, y podemos, uniéndonos en Dios, orar juntos.

Pero si no hallas ningún dios que domine, no hay esperanza de comunicar pues los mismos materiales tienen sentido en su conjunto y sentido diferente en el tuyo, lo mismo que las piedras semejantes construyen, según la arquitectura, templos distintivos; ¿y cómo expresarte cuando victoria significa para ti su derrota y tu derrota significa para él su victoria?

Y he comprendido, sabiendo que nada enunciable importa, sino solamente la caución que está detrás, a la que el enunciado se afilia o de la cual transporta el peso, sabiendo que lo usual no provoca movimiento del alma ni del corazón y que el «préstame tu hornillo», si puede agitar al hombre es a causa de un rostro lesionado, como si, por ejemplo, el hornillo fuera de tu patria interior y significa el té cerca de ella después del amor, o si ella estaba afuera y significaba opulencia o fasto… Comprendo, pues, por qué nuestros refugiados bereberes reducidos a los materiales, sin nudo divino que anude las cosas, incapaces con estos materiales, aun suministrados con profusión, al construir la invisible basílica de la que no hubieran sido más que piedras visibles, descendían al rango de la bestia cuya sola diferencia es que ella no accede a la basílica y limita sus magras alegrías al magro disfrutar de los materiales.