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100 Clásicos de la Literatura

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Pero no transporto nada que no sepas. Y mi lenguaje en su esencia no está hecho para conducir a los ya realizados, ni para pintar la flor cuando es rosa, sino para construir con la ayuda de palabras muy simples, operaciones que te liguen, y no decir de una que es bella, sino que ella hacía el silencio en el corazón como un surtidor en la siesta.

Y debes insistir en las operaciones que hacen posibles el genio de tu pueblo y que lo anudan según su genio, lo mismo que la trama de las canastas de mimbre o de las redes del mar. Pero si mezclas los lenguajes, en vez de enriquecer al hombre, lo vacías, pues en lugar de expresar la vida en sus operaciones no le propones más que operaciones ya hechas y gastadas, y en lugar de confiarme el descubrimiento que significa para ti ese cierto verde, y como te alimenta y cambia la vista del centeno joven cuando vuelves de tu desierto, he aquí que te sirves de una palabra ofrecida antes como provisión y que, permitiéndote designar, te impide asir.

Porque vana era tu pretensión de nombrarme todos los colores apoderándote de los nombres con que se los designa, y todos los sentimientos tomando sus nombres del lugar donde se los siente y donde una palabra resume la experiencia sufrida por generaciones; y de nombrarme todas las actitudes internas, como el gusto de la tarde, tomándolas donde el azar las ha hecho enunciarse. Creyendo enriquecer al hombre con la posesión de ese dialecto universal. Cuando la verdadera riqueza y divinidad del hombre no es ese derecho a la referencia del diccionario, sino el sacar de sí, en su esencia, eso que precisamente no hay palabra para decirlo, pues de lo contrario no me enseñarás nada o necesitarías más palabras que granos de arena hay a lo largo de los mares.

¿Qué son, en comparación de las que podrías decir, las palabras que hayas robado y que pudrirán tu lenguaje?

Porque aún están por nombrarse esas cimas de montañas distinguidas de las otras, que te hacen un mundo más claro. Y puede ser que al crear, yo te aporte algunas verdades nuevas cuyos nombres, una vez formulados, serán como el nombre de alguna nueva divinidad en tu corazón. Pues una divinidad expresa una cierta relación entre calidades cuyos elementos no son nuevos, sino que lo son una vez que los ha incorporado a ella.

Porque he concebido. Y es bueno que marque con fuego en tu corazón la cifra que pueda aumentarse. Por temor a que al punto te extravíes.

Pero sabe que fuera de las piedras angulares que me han descubierto otros distintos a ti, nada puedes designar con las palabras que sea de tu esencia y de tu vida. Y si me pintas el cielo rojo y el mar azul rehúso sorprenderme porque sería demasiado fácil conmoverse.

Para conmoverme es preciso anudarme con los lazos de tu lenguaje; porque el estilo es operación divina. Me impones entonces tu estructura y los movimientos mismos de tu vida, los cuales no tienen igual en el mundo. Porque si todos han hablado de las estrellas y de la fuente y de la montaña, ninguno te ha invitado a escalar la montaña para beber en la fuente de las estrellas su leche pura.

Pero si existe, por acaso, un lenguaje donde esa palabra sea, es que entonces no he inventado nada y nada aporto que sea viviente. No te cargues con una palabra que te sirva cada día. Porque son falsos dioses los que no sirven para las plegarias de cada tarde.

Pero si la imagen te ilumina, entonces es cima de montaña desde la cual el paisaje se ordena. Y regalo de Dios. Dale un nombre para recordarla.

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Me sobrevino el imperecedero deseo de edificar las almas. Y me nació el odio a los adoradores de lo usual. Porque al fin de cuentas si sirves la realidad hallarás sólo alimento para ofrecer al hombre, el cual cambia poco de gusto según la civilización. (¡Y hasta he hablado del agua que se transforma en cántico!).

Pues el placer de ser gobernador de provincia lo debes a mi arquitectura, que de nada te sirve en el instante, sino que solamente te exalta según la imagen que he fundado de mi dominio. Y los placeres, aun los de vanidad, no se deben a los objetos ponderables, que de nada te sirven en el instante y de los cuales sólo consideras el color que tienen en la claridad de mi imperio.

¿Y me dirás que la que se ha bañado quince años en los aromas y los óleos, a la que enseñaron la poesía, la gracia y el silencio acogedor, y que bajo la frente lisa es patria de fuentes, porque otro cuerpo se parezca al suyo, compone para tus noches el mismo brebaje que la prostituta que pagas?

Y si no las distingues pretextando enriquecerte al facilitar tus conquistas, pues te costará menos esfuerzos construir una prostituta que fundar una princesa, te empobrecerás.

Puede suceder que no sepas gustar de la princesa, pues el poema mismo no es ni regalo ni provisión, sino superación de ti mismo; puede suceder que no te sientas ligado por la gracia del gesto, lo mismo que hay música a las cuales no accederás, falto de esfuerzo; pero no es porque ella nada valga, sino simplemente porque tú no existes.

En el silencio de mi amor he oído hablar a los hombres. Los he escuchado conmoverse. He visto lucir el acero de los cuchillos en las disputas. Tan sórdidos como fuesen y como fuesen sus pocilgas no he hallado nunca que se animasen por bienes que tuvieran un sentido fuera del lenguaje que hablan, excepto por el apetito del alimento. Porque la mujer por la cual deseas matar es siempre algo más que un simple cuerpo; es tal patria particular fuera de la cual te sientes desterrado y sin significación. Porque el hornillo donde se prepara el té de la tarde te falta bruscamente si se pierde el sentido que lo trasciende.

Pero si en la diligencia de tu estupidez te equivocas, y al ver a los hombres adorar el hornillo de la tarde, lo honras por él mismo, y esclavizas al hombre al hogar, entonces no habrá hombres para amarlo y arruinarás al uno y al otro.

Así sucede si divides un rostro al reconocer en él la dulzura de los niños y la piedad de un lecho de enfermo y el silencio como alrededor de un altar y la grave maternidad. Entonces construirás, para favorecer el número, caballerizas y establos; y acorralarás allí a tus rebaños de mujeres para que paran.

Y perderás para siempre lo que pretendías favorecer; porque poco te importan las fluctuaciones de un ganado, si se trata de bestias para engordar.

Yo construyo el alma del hombre y le erijo fronteras y límites y le dibujo jardines; y para que sea el culto del niño, y adquiera un sentido en el corazón, puede ser que en apariencia favorezca menos el número; porque no creo en su lógica, sino en la pendiente del amor.

Si eres, construyes tu árbol; y si invento y fundo el árbol, lo único que te propongo es una semilla. Las flores y los frutos duermen en potencia en el lecho de ese poder. Si te desarrollas, te desarrollas según mis líneas no preconcebidas, pues no me he preocupado de ello, Y al ser, puedes realizar. Y tu amor se convierte en hijo de ese amor.

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Y tropezaba con una pared; pues hay épocas en las que el lenguaje nada puede asir ni nada prever. Aquéllos me oponen el mundo como un jeroglífico y exigen que se lo explique. Pero no existe una explicación y el mundo no tiene sentido.

«¿Debemos someternos o luchar?». Es preciso someterse para sobrevivir y luchar para continuar siendo. Deja hacer a la vida. Porque tal es la miseria del día que la verdad única de la vida se expresará por medio de formas contradictorias. Pero no te forjes ilusiones: tal como eres, estás muerto. Y tus contradicciones son las de la muda, lo mismo que tus desgarramientos y tus miserias. Crujes y te desgarras. Y tu silencio es el del grano de trigo en la tierra donde se pudre para llegar a ser. Y tu esterilidad es esterilidad de tu crisálida. Pues renacerás embellecido por árboles.

Te dirás desde lo alto de la montaña donde se resuelven tus problemas. «¿Cómo no comprendí en un principio?». Como si en un principio hubiera habido algo por comprender.

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No recibirás ningún signo, pues el silencio es la característica de la divinidad de la cual esperas recibirlo. Y las piedras nada saben del templo que componen y nada pueden saber. Ni el pedazo de corteza, del árbol que compone con otro. Ni el árbol mismo, o tal morada, del dominio que componen con otros. Ni tú de Dios; porque se precisaría que el templo apareciera a la piedra o el árbol a la corteza, lo que no tiene sentido pues no existe para la piedra un lenguaje donde recibirlo. El lenguaje es la escala del árbol.

Éste fue mi descubrimiento después de ese viaje hacia Dios.

Siempre solo, encerrado en mí, cara a mí. Y no espero salir por mí mismo de mi soledad. La piedra no tiene esperanza de ser algo distinto a una piedra. Pero al colaborar, se une y se transforma en templo.

Ya no tengo esperanza de pretender la aparición del arcángel, pues o bien es indivisible, o bien no existe. Y los que esperan un signo de Dios se convierten en reflejo de espejo y no descubrirán nada más que a ellos mismos. Pero me invade, al desposar a mi pueblo, el calor que me transfigura. Y esto es señal de Dios. Pues una vez hecho el silencio, es verdadero para todas las piedras.

Fuera de todas las comunidades, nada importo y nada me satisfaría.

Así pues, dejaos ser grano de trigo para el invierno en el granero; y dormid allí.

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Ese rechazo a ser trascendidos:

—Yo… -dicen.

Y se golpean el vientre. Como si hubiera alguien en ellos, para ellos. Lo mismo que si las piedras del templo dijeran: «Yo, yo, yo…».

Así, con los que condenaba a extraer los diamantes. El sudor, las fatigas, el embrutecimiento, se transformaban en diamantes y luz. Y existían por el diamante que era su significado. Pero llegó el día en que se sublevaron. «¡Yo, yo, yo!», decían. He aquí que rehusaban someterse al diamante. Y no querían ya llegar a ser. Sino sentirse honrados por ellos mismos. Eran feos porque son bellos en el diamante. Porque las piedras son bellas en el templo. Porque el árbol es bello en el dominio. Porque el río es bello en el imperio. Y se canta al río: tú, el que nutres nuestros rebaños, tú, sangre lenta de nuestras llanuras, tú, el conductor de nuestros navíos…

 

Pero ellos se estimaban como mira y como fin. Y es interesaban únicamente en lo que les servía, no en servir a algo más alto que ellos mismos.

Y por eso asesinaron a los príncipes, redujeron a polvo los diamantes para repartirlos entre todos, metieron en los calabozos a los que, buscadores de la verdad, hubieran podido dominarlos un día. «Es tiempo -decían- de que el templo sirva a las piedras». Y todos se marchaban enriquecidos, pensaban ellos, con su pedazo de templo, ¡pero desposeídos de su parte divina y transformados en simples cascotes!

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Y sin embargo, interrogas:

¿Dónde comienza la esclavitud, dónde termina, dónde comienza lo universal, dónde concluye? Y los derechos del hombre, ¿dónde comienzan? Pues conozco los derechos del templo, que es sentido de las piedras y los derechos del imperio, que es sentido de los hombres y los derechos del poema, que es sentido de las palabras. Mas no reconozco los derechos de las piedras en contra del templo ni los derechos de las palabras en contra del poema, ni los derechos del hombre en contra del imperio.

No hay en ellos verdadero egoísmo, sino mutilación. Y el que marcha solitario, diciendo: «Yo, yo, yo…», está como ausente del reino. Lo mismo que la piedra fuera del templo o la palabra seca fuera del poema o tal fragmento de carne que no forma parte de un cuerpo.

—Pero -le dijeron-, puedo suprimir los imperios y unir los hombres en un solo templo, y he aquí que recibirán su sentido de un templo más vasto….

—Porque no comprendes nada -respondió mi padre. Pues primero ves que esas piedras componen un brazo y reciben su sentido de él. Otras una garganta o un ala. Pero en conjunto componen un ángel de piedra. Y otras, reunidas, componen una ojiva. Y otras en conjunto una columna. Y luego, si tomas esos ángeles de piedra, esas ojivas y esas columnas, todas juntas componen un templo. Y luego, si tomas todos los templos, componen la ciudad santa que gobierna tu marcha en el desierto. Y pretendes que en lugar de someter las piedras al brazo, a la garganta, o al ala de una estatua y después, el brazo, la garganta o el ala a la estatua y después las estatuas al templo, después a través de éstos, los templos a la ciudad santa, te sea más provechoso someter el conjunto a la ciudad santa, haciendo un gran montón uniforme, como si el esplendor de la ciudad santa, que es uno, no naciera de esa diversidad. Como si el esplendor de la columna, que es uno, no naciera del capitel, del fuste y del basamento, que son diversos. Pues cuanto más alta es la verdad, más alto debes observar para aprehenderla. La vida es una, lo mismo que la pendiente hacia el mar, y sin embargo, de etapa en etapa, se diversifica, delegando su poder de Ser en Ser, como de escalón en escalón. Porque ese velero es el bien que resulta de un conjunto diverso. Pues si te acercas, descubres las velas, los mástiles, una proa, un casco, una roda. Y más de cerca, ves que cada parte tiene cuerdas, duelas, tablas y clavos. Y cada conjunto, mirado desde más lejos, se descompone.

”Y mi imperio no tiene significación ni vida verdadera, ni los desfiles de los soldados de la guardia para vosotros, como la ciudad simple si es sólo piedras bien alineadas. Pero primero es tu hogar. Después de los hogares, una familia. Después de la familia, una tribu. Después de las tribus, una provincia. Después de las provincias, mi imperio. Y a este imperio lo ves ferviente y animado del Este al Oeste, del Norte al Sur, lo mismo que un velero en alta mar, que se nutre del viento y lo organiza hacia un fin que no varía, aunque el viento varíe y aunque el velero sea conjunto.

”Y ahora puedes continuar tu trabajo de elevación, y tomar los imperios para hacer un navío más vasto que absorba en sí los navíos y los lleve en una dirección que será una, nutrida por vientos diversos y variables, sin que varíe la proa de la roda en las estrellas. Unificar, es anudar mejor las diversidades particulares, no borrarlas para un orden vano.

(Pero no hay etapas en sí. Has nombrado algunas. Hubieras podido nombrar otras que hubiesen coincidido con las primeras. Pero no es seguro).

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Y te inquietas, pues has visto al mal tirano aplastar a los hombres. Y al usurero tenerlos bajo su esclavitud. Y algunas veces al constructor de templos no servir a Dios sino servirse a sí mismo y aprovechar para sí el sudor de los hombres. Y no te ha parecido que los hombres se engrandecieran con ello.

Es que mala era la diligencia. Porque no se trata de ascender y formar un brazo utilizando al azar las piedras que lo componen. Formando al azar de los miembros, el ángel de piedra. Al azar, los ángeles y las columnas o las ojivas del templo. Pues eres libre así de detenerte en la etapa que desees. No es mejor someter los hombres al templo que al simple brazo de la estatua. Porque ni el tirano, ni el usurero, ni el brazo, ni el templo, tienen calidad para absorber al hombre y enriquecerlo en pago de su propio enriquecimiento.

No son los materiales de la tierra los que se organizan al azar y ascienden en el árbol. Para crear el árbol, has arrojado primero la semilla en el lugar donde dormía. Ha venido de lo alto y no de abajo.

Tu pirámide no tiene sentido si no acaba en Dios. Porque Él se expande sobre los hombres después de haberlos transfigurado. Puedes sacrificarte al príncipe si se prosterna ante Dios. Porque entonces, tu bien vuelve a ti habiendo cambiado su esencia y su gusto. Y el usurero no podría lograrlo, ni el brazo solo, ni el templo solo, ni la estatua. Porque, ¿de dónde vendría ese brazo si no hubiera nacido de un cuerpo? El cuerpo no es reunión de miembros. Pero lo mismo que el velero no es al azar de su conjunto un efecto de elementos diversos, sino que al contrario fluye de diversidades y contradicciones aparentes, de la sola inclinación hacia el mar, la cual es una, lo mismo el cuerpo se diversifica en miembros, pero no es una suma, pues no se pasa de los materiales al conjunto, sino como te lo dirá todo creador, todo jardinero y todo poeta, del conjunto a los materiales. Y me basta inflamar a los hombres con el amor de las torres que dominan las arenas para que los esclavos de los esclavos de mis arquitectos inventen la carreta de piedras y muchas otras cosas.

91

El gran error es no reconocer que la ley es significación de las cosas, no ritmo más o menos estéril en ocasión de estas cosas. De legislar sobre el amor he hecho nacer tal forma de amor. Mi amor está dibujado por las mismas sujeciones que le impongo. La ley puede, pues, ser costumbre lo mismo que gendarme.

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Es por esto que esta noche desde lo alto de las murallas donde guardo a la ciudad en mi potencia, donde mis guarniciones guardan las ciudades del imperio y se comunican unas con otras con la ayuda de fuegos sobre las montañas; lo mismo que a veces se llaman unos a otros los centinelas que se pasean por lo alto de las murallas. Y cada uno se aburre. (Pero, sin embargo, advertirá más adelante que extraía su sentido de ese paseo, porque no hay lenguaje ofrecido al centinela para que sus pasos sean sonoros en su corazón, y no sabe lo que hace, y cada uno cree aburrirse y esperar la hora de la cena. Mas sé bien que nada de interés hay en otorgar un lenguaje a los hombres y que mis centinelas que sueñan con la sopa y bostezan por la obligación de la guardia, se equivocan. Porque inmediatamente, a la hora de la comida, es un centinela que se nutre y lanza un golpe a su vecino -y que es vasto-; pues si los bloqueara alrededor de su comedero no tendría más que ganado).

Así pues, esta noche en que el imperio se agrieta, en que pesada es la ausencia de algunos fuegos sobre las montañas porque la noche puede lograr extinguirlos, uno tras otros, lo que es derrumbamiento del imperio, el cual derrumbamiento amenazará hasta el gusto de la comida nocturna y hasta el sentido del beso que da la madre al niño. Pues otro es ese niño que no pertenece al imperio, si no se abraza ya a Dios a través de él.

Cuando el incendio amenaza se usa el contrafuego. He hecho de mis guerreros fieles un círculo de hierro y he aplastado todo lo que he encerrado allí. Generación transitoria, ¿qué importan las hogueras a las que te he reducido? Es preciso salvar el templo de la significación de las cosas. Porque me lo ha enseñado la vida: no hay tortura verdadera en la carne mutilada ni aun en la muerte. Sino que la resonancia aumenta según la envergadura del templo que da su sentido a los actos de los hombres. Y aquél que ha sido formado fiel al imperio, si lo mantienes fuera del imperio en la prisión de su destierro, lo ves desgarrarse en los barrotes y rehusarse beber, pues su lenguaje no tiene ya sentido. ¿Y quién, si no, lo desgarraría? Y sientes que el que ha sido forjado según la moral de la familia, si su hijo ha caído en el torrente y tú lo retienes sobre la ribera, se retuerce en tus brazos para escaparse y aúlla y quiere arrojarse en el remolino, pues su lenguaje no tiene sentido ya. Pero a ese primero, lo ves enorgullecido y majestuoso el día de la fiesta del imperio, y al segundo, lo ves resplandecer el día de la fiesta del hijo. Y lo que causa tus sufrimientos más graves es lo mismo que te aporta tus alegrías más altas. Porque sufrimientos y alegrías son frutos de tus lazos, y tus lazos estructuras que te he impuesto. Y yo quiero salvar a los hombres y obligarlos a existir, aun cuando los conmueva con lo que les hace sufrir, la prisión que los separa de su familia o el destierro que los separa del imperio; porque si me reprochas ese sufrimiento a causa de tu gusto por la familia o el imperio, te responderé que tu diligencia es absurda puesto que precisamente salvo lo que te hace ser.

Generación transitoria, depositaria de un temple que quizá no sabes ver, carente de perspectiva, pero que crea la extensión de tu corazón y el resonar de tus palabras y los grandes fuegos interiores de tus alegrías: a través de ti salvaré al templo. ¿Qué importa pues el círculo de guerreros de hierro?

Se me ha apodado el justo. Lo soy. Si he vertido sangre ha sido no para establecer mi dureza, sino mi clemencia. Porque al que ahora me besa de rodillas puedo bendecirlo. Y se enriquece con mi bendición Y se marcha en paz. Pero el que duda de mi fuerza ¿qué gana con ello? Si levanto los dedos sobre él, vertiendo la miel de mi sonrisa, no lo sabe para recibirla. Y se marcha pobre. Porque no lo enriquece en su soledad venidera gritar: «Yo, yo, yo…»; para lo que no hay respuesta. Si me arrojaran desde lo alto de las murallas, no sería yo lo que les faltaría en un principio, sino la dulzura de ser hijos. Sino el apaciguamiento de ser bendecidos. Sino al agua pura sobre el corazón al ser perdonados. Sino el refugio, sino la significación, sino el gran manto del pastor. Que se arrodillen para que pueda parecerles bello, que me honren en mi grandeza para que pueda engrandecerlos. ¿Quién habla aquí de mí?

No he puesto a los hombres al servicio de mi gloria, pues me humillo delante de Dios, y Dios, que es el único en recibirla, envuelve a todos en su gloria. No he empleado a los hombres en servicio del imperio. Sino que el imperio me ha servido para fundar a los hombres. Si he descontado como perteneciente a mi débito el fruto de su trabajo, fue para remitírselo a Dios, a fin de volverlo a esparcir sobre ellos como un beneficio. Y he aquí que de mis graneros mana un trigo que es recompensa. Así, al mismo tiempo que alimento, se hace luz, cántico y paz del corazón.

Esto mismo respecto a toda cosa que concierne a los hombres, pues esa alhaja tiene sentido de matrimonio, ese campamento sentido de la tribu, ese templo sentido de Dios y ese río sentido del imperio.

Si no, ¿qué poseerían?

No se construye el imperio con los materiales. Se absorben los materiales en el imperio.

93

Había los seres y la fidelidad. Llamo fidelidad al lazo a los seres, como el oficio, o el imperio, o el templo, o el jardín; grande es aquél fiel al jardín.

Llega entonces el que nada comprende de lo que en verdad importa y a causa de una ilusión de falsa ciencia, que es desmontar para conocer (conocer pero no contener, pues falta lo esencial, como en las letras del libro si las has mezclado; tu presencia. Si mezclas, borras al poeta. Y si el jardín es sólo una suma, borras al jardinero). Aquél, pues, descubre como arma la ironía, que es del cangrejo. Porque consiste en mezclar las letras sin leer el libro. Y te dice: «¿Por qué morir por un templo que solamente es suma de piedras?». Y nada puedes responderle. «¿Para qué morir por un jardín que es suma de árboles y de hierba?». Y nada puedes responderle. «¿Para qué morir por los caracteres del alfabeto?». ¿Y cómo aceptarías morir?

 

Pero en realidad, una a una, destruye tus riquezas. Y rehúsas morir, por lo tanto a amar, y llamas a ese rechazo ejercicio de la inteligencia cuando eres ignorante y te cansas deshaciendo lo que ha sido hecho, y en comer tu bien más precioso: el sentido de las cosas.

Y él se envanece con su obra, aunque sea sólo un pillastre, puesto que no construye con su acto, como construiría aquél que, al mismo tiempo que pule su frase, forja el estilo que le permitirá pulir más lejos. Obtiene un efecto de sorpresa rompiendo la estatua para distraerte con sus pedazos; pues creías a ese templo meditación y silencio, mas sólo es conjunto de cascotes y no merece que se lo habite.

Y cuando te ha enseñado esa operación que mata a los dioses, no te queda nada por lo cual respirar ni vivir. Pues lo que cuenta primero en el objeto es la luz con que lo colora la civilización de que hablas. Así pasa con la piedra del hogar, que es amor, con la estrella, que es del reino de Dios, y con el cargo que te confiero, que es dignidad real. Y con el escudo, que es de la dinastía. Pero ¿qué harás con una piedra, un cargo, una cifra, que no estén esclarecidos?

Entonces, de destrucción en destrucción, te deslizas hacia la vanidad; pues ella permanece cual única coloración posible cuando sólo hay residuos con los que no podrías alimentarte. Entonces, tu objeto, su sentido, hecho de otro sentido, es necesario que lo extraiga de ti mismo. Y he aquí que quedas solo para colorar las cosas con tu magra luz. Porque esa vestimenta nueva es tuya. Y ese rebaño es tuyo. Y esta morada más rica que ninguna es tuya. Y todo lo que es de otro distinto a ti, esa vestimenta, ese rebaño, esa morada, se transforma en tu enemigo. Porque hay contra ti un imperio, opuesto y semejante. He aquí que te ves obligado en tu desierto a mostrarte satisfecho de ti mismo, puesto que fuera de ti ya nada hay. Y hete aquí condenado a gritar en adelante: «Yo, yo, yo…» en el vacío; para lo que no hay respuesta.

Y no he conocido jardinero que fuera vanidoso si, simplemente, amaba a su jardín.

94

Que ella se marche y todas las cosas cambiarán. ¿De qué sirve el lucro de un día sino para embellecer al siguiente? Creías poderlo usar para asir y he aquí que nada hay por asir. ¿Qué significa tu jarro de plata pura si no es ceremonia delante de ella, antes del amor? ¿Qué significa la flauta de boj pendida en el muro si no hay qué cantar? ¿Qué significan las palmas de tus manos si no son para contener el peso del rostro cuando se duerme? He aquí que eres como una botica donde los objetos por vender no hubieran tenido lugar y, por lo tanto, en ti. Cada uno con su etiqueta espera vivir.

Así de las horas del día que no son para esperar un paso ligero, una sonrisa en tu puerta, sonrisa que es el pastel de miel que el amor lejos de ti compone en el silencio y con el cual vas a saciarte. Que son horas de adiós cuando es preciso marcharse. Que no son ya horas de sueño donde reparas tu deseo.

No hay ya templo sino piedras amontonadas. Y ya no eres. Y cómo renunciarías, sabiendo, aun cuando olvides y construyas otro templo, pues la vida es así, que un día ella retomará ese jarro y esa alfombra de alta lana y esas horas de la mañana, del mediodía y de la tarde, y de nuevo dará un sentido a tus lucros y de nuevo dará un sentido a tus fatigas y de nuevo te mantendrá cerca o lejos, o aproximándote, o alejándote, o perdiendo, o reencontrando algo. Porque ahora que no te sirve de piedra angular no te aproximas, ni te alejas, ni pierdes, ni te reencuentras, ni prolongas, ni reculas lo que sea en el mundo.

Porque si crees comunicar con esas cosas y tomarlas y desgarrarlas y renunciarlas y esperarlas y romperlas y desparramarlas y conquistarlas, no te equivoques, pues no tomas, no retienes, no posees, no pierdes, ni reencuentras, ni esperas, ni deseas más que la luz que les es dada por su sol. Porque no hay pasarela entre las cosas y tú, sino entre tú y los rostros invisibles que son de Dios, o del imperio, o del amor. Y si te veo, marino sobre el mar, es a causa de un rostro que ha hecho de la ausencia un tesoro, a causa del retorno que te cuentan los cantos antiguos de las galeras, a causa de las historias de islas milagrosas y de los arrecifes de corales allá lejos. Porque te lo aseguro: el canto de las galeras guarda para ti el canto de las olas, aun cuando las galeras ya no existen, ni los arrecifes de corales; aun cuando tus velas jamás te conduzcan a ellos aumentan con su color de tus crepúsculos sobre las aguas. Y los naufragios de que te han hablado, aun cuando jamás naufragues, tocan en las llanuras del mar, a lo largo de los acantilados, su música de ceremonia, que consiste en amortajar los muertos. Si no, ¿qué harías tú fuera de bostezar tirando de los cordajes secos? Mientras que mírate ahora cruzados los brazos sobre tu pecho, grande como el mar. Porque no conozco nada que no sea primero rostro, o civilización, o templo construido por tu corazón.

Y es por esto por lo que no quieres renunciar a ti mismo cuando, habiendo vivido demasiado tiempo de un amor, no tienes otro sentido. Y por esto los muros de la prisión no pueden encerrar al que ama, pues es de un imperio que no pertenece a las cosas, sino sentido de las cosas, y se ríe de los muros. Y existe ella en alguna parte, aun cuando esté dormida, y por consiguiente como muerta, y aunque no le sirva de nada en el instante; y aun, si construyes esos muros de fortaleza entre ella y él, he aquí que en secreto, en el silencio de su espíritu, ella lo alimenta. Y no lograrías separarlos.

Así de toda aparición nacida del nudo divino que anuda las cosas. Porque no puedes recibir si estás privado de la única que deseas y que te exaspera en tu noche blanca, no recibes más que tu perro si tiene hambre de una imagen de carne; porque no ha nacido el dios del espíritu para franquear los muros. Pero te lo he dicho de aquél que es señor del dominio y se pasea al alba por la tierra mojada: Nada del dominio le sirve en el instante. No ve más que un camino en hondonada. Y sin embargo, no es igual a otro, sino grande de corazón. Así con aquél que es centinela del imperio del que solamente toca un camino de ronda que es granito bajo las estrellas. Va de largo en ancho amenazado en su carne. ¿Qué conoces más pobre que él, prisionero de una prisión de cien pasos? ¿Pasado por las armas, castigado con el calabozo si se sienta y de muerte si se duerme? ¿Helado por la helada, empapado por la lluvia, quemado por la arena y no teniendo que esperar de la sombra otra cosa que un fusil apostado y dirigido contra su corazón? ¿Qué conoces más desesperado? ¿Qué mendigo no es más rico en la libertad de sus pasos y el espectáculo del pueblo en el cual se embebe y el derecho que tiene de distraerse a derecha e izquierda?

Y sin embargo, mi centinela es del imperio. Y el imperio lo alimenta. Es más que el mendigo. Y su muerte será pagadera; porque entonces se cambiará en el imperio.