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100 Clásicos de la Literatura

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Locos aquellos que pretendía arrancar los cinceladores a la religión de la cinceladura, y acorralándolos en un oficio que ya no es alimento para su corazón pretenden hacerlos acceder al estado de hombre suministrándoles cinceladuras fabricadas en otra parte, como si se cubriera con una cultura como con un manto. Como si se tratara de cinceladores y fabricantes de cultura.

Digo que para los cinceladores sólo hay una forma de cultura y es la cultura de los cinceladores. Y que no puede ser otra que el cumplimiento de su trabajo, la expresión de las penas, de las alegrías, de los sufrimientos, de los temores, de las grandezas y miserias de su trabajo.

Porque sólo es importante, y puede nutrir poemas verdaderos, la porción de vida que te compromete, que compromete tu hambre y tu sed, el pan de tus niños y la justicia que te será hecha o no. De otro modo es sólo un juego, y caricatura de la vida, y caricatura de la cultura.

Porque no llegas a ser sino contra lo que se te resiste. Y puesto que el ocio nada exige de ti y que podrías emplearlo tanto en dormir bajo un árbol como en los brazos de fáciles amores, puesto que no hay injusticia que te haga sufrir, amenaza que te atormente, ¿qué harías para existir sino reinventar por ti mismo el trabajo?

Pero no te equivoques, el juego no vale nada porque no hay ninguna sanción que te obligue a existir como jugador de ese juego. Y me niego a confundir al que se acuesta para la siesta en su habitación, aunque esté vacía y protegida de la luz para descanso de los ojos, con ese otro condenado y murado hasta el fin de los días en su celda, a pesar de que los dos estén tendidos del mismo modo, a pesar de que las dos celdas estén igualmente vacías, a pesar de que la misma luz se difunda en una y otra. Y a pesar también de que el primero pretenda representar al condenado que está encerrado para toda su vida. Ve a interrogarlos a la caída del primer día. El primero reirá de una representación pintoresca, pero descubrirás que los cabellos del otro han encanecido. Y no sabrá contarle la aventura que acaba de vivir, tanto le faltarán las palabras para decirla, semejante al que habiendo escalado la montaña y descubierto desde la cima un mundo desconocido cuyo clima lo ha cambiado para siempre, no puede transportarte a ti.

Solamente los niños plantan un palo en el suelo, lo cambian en reina y le tienen amor. Pero si yo deseo por tales medios engrandecer a los hombres y enriquecerlos con lo que sienten es preciso hacer de ese palo un ídolo, imponerlo a los hombres, y exigirles ofrendas que los cargarán de sacrificios.

Entonces el juego dejará de ser juego. El palo será fértil. El hombre será cántico de amor o temor. Así como la habitación de la misma siesta tibia, si se convierte en celda para toda la vida, extrae del hombre una aparición que se ignoraba y le quema la raíz de los cabellos.

El trabajo te obliga a desposar el mundo. El que labra encuentra piedras, desconfía de las aguas del cielo o las anhela, y así se comunica; se agranda y se ilumina. Y cada uno de sus pasos se hace resonancia. Lo mismo con la plegaria y las reglas de un culto que te obliga a pasar por allí y a ser fiel o a trampear, a gustar de la paz o del remordimiento. Tal el palacio de mi padre, que obligaba a los hombres a ser ellos y no ya un ganado informe cuyos pasos no tuvieran sentido.

70

Era bella por cierto esa bailarina que la policía de mi imperio había apresado. Bella y misteriosamente habitada. Me pareció que conociéndola conocería reservas de territorio, llanuras serenas, noches de montaña y travesía por el desierto a pleno viento.

«Ella existe», me decía. Mas la sabía de costumbres lejanas y trabajando aquí por una causa enemiga. Sin embargo, cuando intentaron forzar su silencio, mis hombres arrancaron solamente una sonrisa melancólica a su impenetrable candor.

Y yo honro antes que nada a lo que en el hombre resiste al fuego. Humanidad de pacotilla, ebria de vanidad y vanidad tú misma, te consideras con amor como si alguien te habitara. Pero te basta un verdugo y una brasa agitada para hacerte vomitar; por que nada hay en ti que al momento no funde. Ese opulento ministro que me desagradó por su altanería y que por otra parte había conspirado contra mí, no supo resistir a las amenazas, me vendió los conjurados, confesó sudando de miedo todas sus conspiraciones, sus creencias, sus amores, expuso delante de mí su bandullo; porque hay quienes no ocultan nada tras sus falsas murallas. A ése, pues, cuando escupió bien sobre sus cómplices y abjuró, le pregunté:

—¿Quién te ha construido? ¿Por qué esta opulencia de vientre y esta cabeza altanera y ese pliegue de labios tan solemne? ¿Por qué esta fortaleza si no hay nada que defender en el interior? ¡El hombre es quien lleva en sí algo más grande que él mismo, y salvas como esenciales tu carne fláccida, tus dientes castañeantes, tu vientre pesado, vendiéndome a los que pudieron servir y en los que pretendías creer! Eres un odre lleno del viento de palabras vulgares…

Aquél, cuando el verdugo le rompió los huesos, fue desagradable de ver y de oír. Pero aquélla otra, cuando la amenacé, esbozó delante de mí una reverencia ligera:

—Lo siento, Señor…

La observé, sin agregar nada más, y tuvo miedo. Pálida ya y con una reverencia más lenta:

—Lo siento, Señor…

Porque pensaba que debería sufrir.

—Piensa -le dije- que soy dueño de tu vida.

—Honro, Señor, tu poder….

Se mostraba grave porque llevaba en ella un mensaje secreto y porque arriesgaba morir por fidelidad a él.

Y he aquí que se transformaba a mis ojos en tabernáculo de un diamante, Pero yo me debía a mi imperio:

—Tus actos merecen la muerte.

—¡Ah, Señor!… (estaba más pálida aún que en el momento del amor)… Sin duda será justo…

Y comprendí, conociendo a los hombres, el fondo de un pensamiento que ella no hubiera sabido expresar: «Es justo, no quizá que yo muera, sino que se salve lo que yo llevo…».

—¿Es, pues, para ti -le pregunté- más importante que tu carne joven y que tus ojos llenos de luz? Crees proteger algo en ti, y sin embargo, nada será cuando mueras…

Se turbó superficialmente a causa de que le faltaban las palabras para responderme:

—Quizá, Señor, tengas razón…

Pero sentía que me daba la razón únicamente por el imperio de las palabras, no sabiendo cómo defenderse.

—Así pues, te inclinas.

—Excúsame: sí, me inclino, pero no puedo hablar, Señor…

Desprecio a cualquiera que cede ante los argumentos; porque las palabras deben expresar y no conducir. Designan sin contener nada. Mas esta alma no era de las que un viento de palabras abre de par en par:

—No puedo hablar, Señor; pero me inclino…

Respeto al que a través de las palabras, aunque se contradigan, permanece permanente como la roda de un navío que a pesar de la demencia del mar retorna inexorable a su estrella. Porque así, sé adónde va. Pero los que se encierran en su lógica, siguen sus propias palabras, y giran en redondo como las orugas.

La contemplé largamente:

—¿Quién te ha forjado? ¿De dónde vienes? -le pregunté.

Sonrió sin responder.

—¿Quieres danzar?

Y ella danzó.

Su danza fue admirable, lo que no me sorprendía puesto que alguien la habitaba.

¿Has considerado el río desde lo alto de las montañas? Encontró aquí una roca, y no pudiendo herirla desposó sus contornos. Viró más allá para aprovechar una pendiente favorable. En esta llanura se contuvo en sinuosidades a causa del reposo de las fuerzas que lo atraían hacia el mar. Más lejos, se durmió en un lago. Después, empujó esta rama blanca hacia adelante, rectilínea, para depositarla sobre la llanura, como un guante.

Así, me gusta que la bailarina encuentre líneas de fuerza. Que su gesto se frene aquí y se desligue allá. Que su sonrisa que hace un momento era fácil se esfuerce por durar como una llama en un gran viento, que ahora se deslice con facilidad como sobre una invisible pendiente, pero que luego se haga más lenta, porque los pasos le son difíciles como si tratara de escalar algo. Me gusta que ella rebote en algo. O triunfe. O muera. Me gusta que esté en un paisaje construido contra ella, y que tenga pensamientos permitidos y que otros le estén prohibidos. Miradas posibles, e imposibles. Resistencias, adhesiones y rechazos. No me agrada que como una helada, sea semejante en todas las direcciones. Antes bien, estructura dirigida como el árbol viviente que no es libre de crecer, sino que se va diversificando según el humor de cada semilla.

Porque la danza es destino y marcha a través de la vida. Pero deseo verte fundar y dirigirte hacia algo, para conmoverme por tus pasos. Pues danzas cuando quieres franquear el torrente y el torrente se opone a tu marcha. Pues bailas cuando quieres correr al amor y el rival se opone a tu marcha. Y hay danza de espadas si quieres matar. Y hay danza del velero bajo su pabellón, si precisa gastarse para ganar el puerto hacia el que se dirige, y escoger en el viento invisible rodeos.

Precisas del enemigo para danzar; pero ¿qué enemigo te honrará con la danza de su espada si nadie habita en ti?

Mientras tanto la bailarina se había tomado el rostro entre las manos y se mostró patética a mi corazón. Y vi una máscara. Porque hay rostros falsamente atormentados en el desfile de los sedentarios; pero son tapas de cajas vacías. Porque nada hay en ti si nada has recibido. Pero a aquélla la reconocía como depositaria de una herencia. Había en ella ese carozo duro que resiste al verdugo mismo, ya que la presión de una muela no hará brotar el aceite del secreto. Esa caución por la cual se muere y que hace que se sepa danzar. Porque no es hombre sino aquél que el cántico ha embellecido, o el poema, o la plegaria, y que está construido en el interior. Su rostro se graba en ti con claridad porque es el de un hombre habitado. Y si tomas el molde de un rostro se transforma en máscara dura del imperio de un hombre. Y conoces algo de aquél que tiene un gobierno y que danzará contra el enemigo. Mas ¿qué sabrás de la bailarina si es un país vacío? Porque no hay danza del sedentario. Pero donde la tierra es avara, donde la carreta se atasca en las piedras, donde el verano demasiado duro seca las cosechas, donde el hombre resiste a los bárbaros, donde el bárbaro aplasta al débil, nace la danza a causa del sentido de cada uno de los pasos. Porque la danza es lucha contra el ángel. La danza es guerra, seducción, asesinato y arrepentimiento. ¿Y qué danza lograrás de tu ganado demasiado bien alimentado?

 

71

Prohíbo a los mercaderes alabar demasiado sus mercaderías. Porque se convierten pronto en pedagogos y te enseñan como fin lo que por esencia es un medio, y al engañarte así cerca del camino que seguir te degradan; porque si su música es vulgar te fabrican, para vendértela, un alma vulgar. Así pues, está bien que los objetos sean fundados para servir a los hombres; sería monstruoso que los hombres fueran fundados para servir de caja de residuos a los objetos.

72

Mi padre decía:

—Es preciso crear. Si posees el poder no te preocupes de organizar. Nacerán cien mil servidores que servirán a tu creación, a la que se apegarán como gusanos en la carne. Si fundas tu religión, no te preocupes del dogma. Nacerán cien mil comentadores que se encargarán de fundarlo. Crear, es crear al ser, y toda creación es inexpresable. Si bajo una tarde a ese barrio de la ciudad que es cloaca hacia el mar, no me corresponde inventar la cloaca, los campos de desagüe y los servicios de policía municipal. Aporto el amor del suelo lustrado, y nacen alrededor de este amor los limpiadores de corredores, las ordenanzas de policía y los recolectores de basura. No inventes un universo, donde, por la magia de tus ordenanzas, el trabajo en lugar de embrutecer a los hombres, los engrandece, donde la cultura nace del trabajo y no del tiempo libre. No vayas contra el peso de las cosas. Es el peso de las cosas el que hay que cambiar. Así pues, este acto es poema, o modelado del escultor, o cántico. Y si cantas lo suficientemente fuerte el cántico del trabajo noble que es sentido de la existencia, contra el cántico del ocio que relega el trabajo a la categoría del impuesto y parte la vida en trabajo de esclavo y ocio vacío, no te preocupes de las razones y de la lógica y de las ordenanzas particulares. Vendrán los comentadores a explicar por qué tu rostro es bello y cómo está construido. Tenderán en una dirección y sabrán argumentar para demostrarte que es la única. Y esa tendencia hará que tus ordenanzas se cumplan y que tu verdad sea.

”Porque sólo importan la dirección y la inclinación y la tendencia a algo. Porque sólo es fuerza de mareas la que, poco a poco, sin inteligencia de lógicos, disuelve los diques y funda más lejos el imperio del mar. Te lo aseguro: toda imagen fuerte llega a ser. No te preocupes de los cálculos, los textos de leyes y las invenciones. No inventes una ciudad futura porque la que nacerá no va a asemejársele. Funda el amor de las torres que dominan las arenas. Y los esclavos de tus arquitectos descubrirán cómo seguir empujando la carreta de piedra. Igual que el agua descubre, porque tiende hacia lo bajo, cómo engañar la vigilancia de las cisternas.

”Por esto -me explicaba mi padre- es que la creación permanece invisible, como el amor que en la diversidad de las cosas exalta un dominio. Es estéril golpear o demostrar. Porque te erizas de asombro contra quien te asombra, y a toda demostración opones otra más bella. ¿Y cómo demostrarás el dominio? Si lo tocas para hablar de él, será sólo conjunto. Si para explicar la sombra y el silencio del templo tocas el templo y desmontas las piedras, tu obra es vana, porque apenas lo toques, habrá únicamente piedras en desorden y no silencio.

”Pero yo te tomaré de la mano y caminaremos juntos. Y al azar de los pasos escalaremos la colina. Allí hablaré sobre la moda de un modo cualquiera y diré evidencias que creerás haber pensado tú mismo. Pues la colina que he escogido crea este orden y no otro. La gran imagen no se distingue como imagen. Es. O más exactamente: te encuentras en ella. ¿Y cómo podrías combatirla? Si te instalo en la casa, habitas simplemente la casa y partes de este origen para juzgar las cosas. Si te instalo en el ángulo donde la mujer es más bella y exalta el amor, sientes simplemente el amor. ¿Cómo rechazarías ese amor en nombre de lo arbitrario que te tiene aquí en este momento y no en otro sitio? ¡Preciso es que estés en alguna parte! Y mi creación es elección del día y de la hora que no se discute, pero que es. Y te burlas de este azar. ¿Has oído al prisionero del amor evadirse del amor pretextando que tal encuentro fue casual, y que la mujer que lo desgarra hubiera podido estar muerta o no haber nacido o hallarse entonces en otra parte? He creado tu amor escogiendo la hora y el lugar; y, sospeches o no mi acción, eso no te ayuda a defenderte y he aquí que eres mi prisionero.

”Si deseo fundar en ti al montañero que marcha en la noche hacia la cima de estrellas, fundo la imagen que evidencia tu necesidad de abrevar esa leche de estrellas sobre la cima. Y no seré para ti más que un azar que te habrá hecho descubrir en ti esa necesidad; porque ésta es un bien tuyo, como la emoción debida al poema. Y, sospeches o no mi acción, ¿a qué título eso te impedirá marchar? Una vez que has empujado la puerta y ves relucir el diamante en la sombra ¿disminuirá tu deseo de cogerlo a causa de que es fruto de una puerta empujada que hubiera podido conducirte a otra parte?

”Si te acuesto en un lecho y tomas un somnífero, el somnífero es verdadero y es sueño. Crear, es situar al otro en el lugar donde el mundo es como lo desea, y no proponerle un mundo nuevo.

”Si te invento un mundo y te sitúo para mostrártelo, no lo ves. Y tienes razón. Porque desde tu punto de vista es falso y defiendes con razón tu verdad. Así, soy ineficaz cuando me muestro brillante, pintoresco o paradojal, porque solamente es brillante o pintoresco o paradojal lo que mirado desde un punto de vista estaba hecho para ser mirado de otro. Me admiras pero no creo; soy juglar y saltimbanqui y falso profeta.

”Mas si en mi diligencia, que no es ni verdadera ni falsa (no podrás negar ningún paso puesto que existen), te arrastro al lugar donde la verdad es nueva, entonces no me miras como creador y no soy para ti ni pintoresco ni brillante ni paradojal, los pasos eran simples y se sucedían simplemente, y no soy causa criticable de que, vista desde aquí la extensión aumente tu corazón, o de que la mujer sea bella; puesto que es verdad que vista desde aquí esa mujer es más perturbadora, como la llanura es más vasta. Mi acto domina y no se inscribe en las huellas, en los reflejos, ni en los signos y, al no hallarlos, no puedes luchar contra mí. Solamente entonces soy creador y verdadero poeta. Pues el creador o el poeta no es el que inventa o demuestra, sino aquél que impulsa a realizarse.

”Y siempre se trata, si se crea, de absorber las contradicciones. Porque nada es claro ni oscuro, ni incoherente ni coherente, ni complejo ni simple, fuera del hombre. Todo es, simplemente. Y cuando quieras desenvolverte con tu torpe lenguaje y pensar tu acto por venir, entonces todo lo que coges se te presentará contradictorio. Pero vengo con mi poder que nada te demuestra según tu lenguaje (ya que son sin salida las contradicciones que te desgarran), no a mostrarte la falsedad de tu lenguaje, pues es incómodo más que falso, sino simplemente a llevarte de paseo donde los pasos se siguen unos a otros, a sentarte en la montaña donde se resuelven tus litigios y a dejarte alcanzar tu verdad por ti mismo.

73

Me invadió el gusto de la muerte:

«Dame la paz de los establos -dije a Dios-, de las cosas ordenadas, de las cosechas hechas. Déjame ser, pues he acabado de transformarme. Estoy fatigado de los duelos de mi corazón. Estoy demasiado viejo para recomenzar todas mis ramas. He perdido, uno tras otro, mis amigos y mis enemigos y se ha hecho una luz en mi ruta de ocios tristes. Me he alejado, he retornado, he observado: he vuelto a encontrar a los hombres alrededor del buey de oro, no interesados, sino estúpidos. Y los niños que nacen hoy me son más extranjeros que los jóvenes bárbaros sin religión. Me pesan los tesoros inútiles como una música que jamás será comprendida.

”Comencé mi obra con mi hacha de leñador en la selva, ebrio del cántico de los árboles. Así pues, es preciso encerrarse en una torre para ser justo. Pero ahora, que he visto a los hombres demasiado cerca, estoy cansado.

”Aparéceme, Señor, pues todo es duro cuando se pierde el gusto de Dios».

Me vino un sueño después del gran entusiasmo.

Porque había entrado vencedor en la ciudad, y la multitud se extendía en un sembrado de oriflamas, gritando y cantando a mi paso. Y las flores se volvían lecho para nuestra gloria. Pero Dios me invadió con un sentimiento amargo. Era prisionero, me parecía, de un pueblo débil.

¡Pues esa multitud que te glorifica te deja tan solo! Lo que recibes se separa de ti; porque no hay pasarela de ti a otro, sino por el camino de Dios. Y mis verdaderos compañeros, son los que se prosternan conmigo en la plegaria. Confundidos en la misma medida y granos de la misma espiga en vista del pan. Pero aquéllos me adoraban y hacían en mí el desierto; pues no sé respetar al que se equivoca y no podía consentir en esta adoración de mí mismo. No sé recibir el incienso porque no me juzgaría según los otros, y estoy fatigado de mí, que soy pesado de llevar y tengo necesidad, para entrar a Dios, de desvestirme de mí mismo. Así, pues, los que me inciensaban me volvían triste y desierto como un pozo vacío cuando el pueblo tiene sed y se inclina. No tenían nada que dar que valiera la pena y, puesto que se prosternaban ante mí, tampoco tenían ya nada que recibir.

Porque en primer lugar necesito de aquél que es ventana abierta sobre el mar y no espejo donde me aburro.

Y de esta multitud sólo me parecieron dignos los muertos, a los que no agitaban las vanidades.

Entonces me vino este sueño, habiéndome cansado las aclamaciones como un ruido vacío que ya no podía instruirme.

Un camino escarpado y resbaladizo caía a plomo sobre el mar. La tormenta había reventado y la noche fluía como un odre lleno. Obstinado, subía hacia Dios para preguntarle la razón de las cosas, y hacerme explicar adónde conducía el cambio que se me había pretendido imponer.

Pero en la cima de la montaña sólo descubrí un bloque pesado de granito negro: el cual era Dios.

Por supuesto es Él, me decía, inmutable e incorruptible; porque todavía esperaba no volver a hundirme en la soledad.

«Señor -le dije-, instrúyeme. He aquí que mis amigos, mis compañeros y mis súbditos sólo son para mí como fantoches sonoros. Los tengo en las manos y los manejo a mi agrado. Y no me atormento porque me obedecen; porque es bueno que mi sabiduría descienda a ellos. Sino porque se han convertido en ese reflejo de espejo que me deja más solitario que un leproso. Si río, ríen. Si me callo, se ensombrecen. Y mi palabra, que conozco, los llena como el viento a los árboles. Y estoy solo para colmarlos. Y ya no hay cambio para mí, pues en este auditorio desmesurado no escucho más que mi propia voz que me devuelven como los ecos helados de un templo. ¿Por qué me espanta el amor y qué tengo que esperar de este amor que es multiplicación de mí mismo?».

Pero el bloque de granito que rezumaba una lluvia brillante, permanecía impenetrable.

«Señor -le dije (porque había un cuervo negro sobre una rama vecina)-, comprendo bien que sea señal de Tu majestad callarte. Sin embargo, tengo necesidad de un signo. Cuando termine mi plegaria, ordena volar a ese cuervo. Eso será como el parpadeo de otro distinto a mí y no estaré solo en el mundo. Estaré ligado a ti por una confidencia, aunque sea oscura. No pido nada sino que me sea significado que hay, quizá, algo por comprender».

Y observaba al cuervo. Pero se mantuvo inmóvil. Entonces me incliné hacia el muro.

«Señor -le dije. Sin duda tienes razón. No corresponde a Tu majestad someterte a mis consignas. Si el cuervo se hubiera volado, me hubiese entristecido más hondamente. Porque un signo tan sólo lo hubiera podido recibir de un igual; por lo tanto, de mí mismo, reflejo todavía de mi deseo. Y nuevamente hubiera encontrado mi soledad».

 

Así pues, luego de prosternarme, volví sobre mis pasos.

Mas sucedió que mi desesperación cedía a una serenidad inesperada y singular. Me hundía en el fango del camino, me arañaba en las zarzas, luchaba contra el látigo de las ráfagas, y sin embargo, se hacía en mí una especie de claridad. Porque nada sabía que hubiera podido conocer con repugnancia. Porque no había tocado a Dios; pues un dios que se deja tocar no es ya un dios. Ni tampoco si obedece a la plegaria. Y por primera vez adiviné que la grandeza de la plegaria estriba en que no tiene respuesta y que no entra en ese cambio la fealdad del comercio. Y que el aprendizaje es el aprendizaje del silencio. Y que el amor comienza donde no hay ya don que esperar. El amor ante todo es ejercicio de la plegaria y la plegaria ejercicio del silencio.

Y volví a mi pueblo, encerrándolo por primera vez en el silencio de mi amor. Y provocando así sus dones hasta la muerte. Estaban ebrios de mis labios cerrados. Era pastor, tabernáculo de sus cánticos y depositario de sus destinos, señor de sus bienes y de sus vidas, y sin embargo, más pobre que ellos, y más humilde en mi orgullo que no se dejaba doblegar. Sabiendo bien que nada recibiría. Simplemente, llegaban a ser en mí y su cántico se fundaba en mi silencio. Y para mí, ellos y yo sólo éramos plegaria que se fundaba en el silencio de Dios.

74

Porque les he visto amasar su greda. Sus mujeres vienen, les tocan en el hombro, es la hora de la comida. Pero las reenvían a sus ollas, tan apegados están a su obra. Después llega la noche, y en la palidez de las lámparas de aceite los vuelves a hallar buscando en la pasta una forma que no podrían expresar en palabras. Y pocos se alejan, si son fervientes, pues se les pega como un fruto al árbol. Y son troncos de savia para nutrirla. No abandonarán su obra hasta que no se desprenda de sí misma como un fruto que ha llegado a ser. ¿Dónde has visto, cuando se agotan, que les importe el dinero ganado o los honores o el destino final de su objeto? No trabajan jamás, en el instante del trabajo, ni para los mercaderes ni para ellos mismos, sino para la urna de tierra y la curvatura de su asa. Velan por esa figura que satisface lentamente su corazón, lo mismo que a la mujer le viene el amor maternal a medida que el niño formado se le remueve en el vientre.

Pero si os reúno para someteros todos juntos a la gran urna que construyo en el corazón de las ciudades, para que sea un granero del silencio del templo, entonces es bueno que en su ascensión extraiga de vosotros algo, y que lo podáis amar. Es bueno que yo os constriña a construir el casco, los puentes y la arboladura de un velero que irá al mar y después, que en día de bodas, os lo haga vestir de velas y ofrecer al mar.

Entonces el ruido de vuestros martillos será cántico, vuestro sudor y vuestros jaleos serán fervor. Y la botadura de navíos será hecho milagroso porque habréis florecido las aguas.

75

Por esto es que desarrollo la unidad del amor en columnas diversas y en cúpulas, y en esculturas patéticas. Porque al expresar la unidad, la diversifico hasta lo infinito. Y tienes derecho a escandalizarte.

Sólo importa lo absoluto que proviene de la fe, del fervor o del deseo. Porque una es la marcha del navío hacia adelante; pero sucede que colabora aquél que aguza un cincel, lava con agua el musgo de las planchas del puente, trepa en el mástil o engrasa la duela.

Así, pues, este desorden os atormenta porque os parece que si los hombres se sometieran a los mismos gestos y tiraran en el mismo sentido, ganarían en poder. Pero yo respondo: la piedra angular, si se trata del hombre, no reside en las huellas visibles. Es preciso elevarse para descubrirla. Y lo mismo que no reprochas a mi escultor que para alcanzar y lograr la esencia haya simplificado hasta el extremo y empleado signos diversos tales como labios, ojos, arrugas, y la cabellera, porque le era necesaria la estructura de un filamento para asir su presa (filamento gracias al cual, si no permaneces miope y con la nariz encima, te volverá tan melancólico que te convertirás en otro). Por lo mismo, no me reproches no inquietarme por tal desorden en mi imperio. Pues para descubrir esta comunidad de hombres, ese nudo del tronco que desprende ramas diversas, esta unidad que deseo lograr y que es sentido de mi imperio, es preciso alejarte un poco; principalmente si te pierdes en la observación de los equipos que tiran de un modo diverso sus cordajes. Y verás el navío en marcha sobre el mar…

Por el contrario, si comunico a mis hombres el amor de la marcha sobre el mar, y si cada uno de ellos es pendiente del peso de su corazón, entonces los verás diversificarse según sus mil cualidades particulares. Uno tejerá telas, el otro, por el destello de su hacha, derribará el árbol en la selva. El otro, forjará clavos, y en alguna parte observarán las estrellas para aprender a gobernar. Y todos, sin embargo, serán uno. Crear el navío no es tejer las telas, forjar los clavos, leer los astros, sino más bien transmitir el gusto del mar que es uno, y a la luz del cual nada hay que sea contradictorio, sino que todo es comunidad en el amor.

Por esto, para que mis enemigos me aumenten, colaboro abriéndoles los brazos, sabiendo que hay una altura en la que el combate se asemejará al amor.

Crear el navío, no es preverlo en detalle. Pues si por mí mismo intento construirlo, nada que valga la pena lograré de su diversidad. Todo se modificará al salir a la luz del día, y otros distintos a mí pueden emplearse en esas invenciones. No me corresponde conocer cada clavo del navío. Sino aportar a los hombres la inclinación hacia el mar.

Y más crezco a la manera del árbol, más me anudo en la profundidad. Y mi catedral que es una, resulta de aquél que lleno de escrúpulos esculpe un rostro en el que se pintan los remordimientos, de que este otro que sabe regocijarse, se regocije y esculpa una sonrisa. De que aquél que es resistente me resista, de que aquél que es fiel permanezca fiel. Y no vayáis a reprocharme haber aceptado el desorden y la indisciplina; pues solamente conozco la disciplina del corazón que domina, y cuando entréis en mi templo os sobrecogerá su unidad y la majestad de su silencio, y cuando veáis de un lado y otro prosternarse al fiel y al refractario, al escultor y al pulidor de las columnas, al sabio y al simple, al alegre y al triste, no vayáis a decirme que son ejemplos de incoherencia, pues son uno por la raíz; y el templo se ha realizado, al hallar a través de ellos todos los caminos necesarios.

Pero se equivoca el que crea un orden de superficie, sin dominar desde una altura suficiente para descubrir el templo, el navío o el amor y, en lugar de un orden verdadero, funda una disciplina de gendarmes donde cada uno tira en el mismo sentido y adelanta el mismo paso. Porque si cada uno de tus súbditos semeja al otro, no has logrado la unidad; pues mil columnas idénticas no crean sino un estúpido efecto de espejos y no un templo. Y la perfección de tu diligencia sería, respecto a esos mil súbditos, exterminar a todos exceptuando uno.

El orden verdadero es el templo. Movimiento del corazón del arquitecto, que anuda como una raíz la diversidad de los materiales y que exige para ser uno, durable y potente, esa misma diversidad.

No se trata de ofuscarte porque uno difiera del otro, porque las aspiraciones de uno se opongan a las del otro, porque el lenguaje de uno no sea el lenguaje del otro; se trata de alegrarte de ello ya que si eres creador, construirás un templo de portada más alta, que será su común medida.