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100 Clásicos de la Literatura

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Así, pues, puedo ir y sentarme a la mesa del más humilde de mis súbditos. Y él limpia la mesa, pone el hornillo sobre las brasas, iluminado por mi presencia. ¿Y qué piedra del edificio reprochará a la piedra angular ser piedra angular? ¿Y cómo podría despreciar la piedra angular alguna de las otras piedras? Henos sentados uno frente al otro en un pie de igualdad. La única igualdad que tiene un significado. Porque si lo interrogo sobre su campo no es para conciliármelo bajamente poniendo en juego su vanidad -no tengo necesidad de su sufragio-, sino para instruirme. Porque cuando el que pregunta no se interesa en el asunto, es que desprecia. Y si el otro se percata, tantea su cuchillo contra su flanco. Pero yo quería saber el peso de las aceitunas de un olivo, y se lo he preguntado para recibir.

Porque he efectuado una visita al hombre. Y he gustado su acogida. Y el hombre también ha recibido de mí y mostrará a sus biznietos el lugar donde estoy sentado.

Y puedo expresar más hondamente mi reconocimiento, pues mi poder no está en juicio, y no tengo que frenar o acelerar mis pasos por móviles sin grandeza. Y si me sonríe y me honra y asa el carnero para recibirme, recibo algo que viene del hombre, algo igual a lo que recibirá de mí. Los dones disparados como flechas pueden alcanzar mi corazón. De este modo la imagen de Dios recibe tus más humildes pensamientos y tus actos más fugitivos, como la plegaria del mediodía del simple mendigo en el desierto, en tanto que si quieres honrar al pequeño príncipe discutible, precisas inventar un regalo enorme, porque en la enormidad de tu regalo medirá su gloria.

Pero, en cambio, el que vuelve el manubrio chirriante para alzar el balde del fondo del pozo, después lo balancea sobre el brocal, riendo de su humilde victoria, después, inclinado, lo acarrea hasta mí por el sol hasta la sombra del muro donde aguardo y llena mi vaso con esta reserva de frescura, me baña con su amor.

63

Se me ocurre el gran ejemplo de las cortesanas y del amor. Porque te engañas si crees en los bienes materiales, por ellos mismos. Pues lo mismo que el paisaje entrevisto desde lo alto de la montaña no existe sino lo que construiste con el esfuerzo de tu ascensión, igual pasa con el amor. Porque nada tiene sentido en sí, sino que la estructura es el sentido verdadero de las cosas. Y tu rostro de mármol no es suma de una nariz, de una oreja, de un mentón y de otra oreja, sino musculatura que los une. Puño cerrado que retiene algo. Y la imagen del poema no reside ni en la estrella, ni en la cifra siete, ni en la fuente, sino solamente en el nudo que fabrico al obligar a mis siete estrellas a bañarse en la fuente. Y, por cierto, preciso es que varios objetos se unan para que la ligazón se muestre. Pero su poder no reside en los objetos. No es ni en el hilo, ni en el soporte, ni en ninguna de sus partes donde reside la trampa para zorros, sino en el conjunto que es creación; y el zorro grita porque está prisionero. Así yo, el cantor, o el escultor, o el danzarín, sabré atraparte en mis lazos.

Y así pasa con el amor. ¿Qué esperas de la cortesana sino el reposo de la carne después de la conquista del oasis? Porque nada exige de ti y no te obliga a ser. Y si agradeces el amor, cuando deseas volar en socorro de tu amada, es porque ha despertado el arcángel que dormía en ti.

No es la facilidad lo que hace la diferencia; te basta abrir los brazos para recibir a la que amas, si te ama. La diferencia reside en el don. No es posible el don a la cortesana, puesto que considera tu aporte, de antemano, como un tributo.

Y si te imponen el tributo discutirás esa carga. Porque tal es el sentido de la danza que se baila. Y el ejército que se distribuye por la tarde en el barrio reservado de la ciudad, con su pobre soldada en el bolsillo, a la que es preciso hacer durar, merca y compra el amor, como un alimento. Y lo mismo que el alimento le ha puesto en condición para una nueva marcha por el desierto, el amor comprado le ha hecho una carne disponible para la soledad. Pero se han transmutado en boticarios y no sienten fervor.

Porque para dar a la cortesana precisarás ser más rico que un rey, pues se agradece a sí misma tu aporte, y se envanece de su éxito, y se honra a sí misma de ser tan hábil y tan bella que te ha sacado ese rescate. Y en esos pozos sin fondo puedes verter el cargamento de mil caravanas de oro sin haber comenzado a dar. Porque es necesario alguien para recibir.

Por esto es que mis guerreros, por la noche, acarician con sus manos el reverso de las orejas de los zorros de las arenas y sienten vagamente el amor, alimentando la ilusión de dar al animalito salvaje; y el reconocimiento los embriaga, si busca acurrucarse contra sus corazones.

Pero búscame en el barrio reservado una cortesana que por necesidad de ti se apriete contra tu hombro…

Sin embargo, sucede que uno de mis hombres ni más ni menos rico que otro, considera su oro como esas semillas que el árbol desea arrojar al viento; pues a fuer de soldado desprecia las provisiones.

Y ése se pasea por la noche alrededor de las pocilgas con el esplendor de su magnificencia. Como aquél que va a sembrar cebada marcha seguro hacia la tierra escarlata que es digna de recibir.

Y mi soldado dilapida sus riquezas, por no tener deseo de guardarlas, y es el único en conocer el amor. Y tal vez lo despertará en ellas, pues baila una danza distinta, y en esta danza ellas reciben.

Te lo afirmo: el gran error es ignorar que recibir es algo muy distinto a aceptar. Recibir es antes que nada un don, el de sí mismo. Avaro, no el que no se arruina dando presentes, sino aquél que no ofrece la luz de su propio rostro a cambio de tu ofrenda. Avara la tierra, que no se embellece cuando has arrojado tus semillas.

Cortesanas y guerreros ebrios dan, algunas veces, luz.

64

Entonces los pillastres se instalaron en mi imperio. Porque nadie creía ya en el hombre. Y el rostro patético ya no era máscara, sino tapa de una caja vacía.

Porque han ido de destrucción del Ser en destrucción del Ser. Y no veo en ellos, en adelante, nada que merezca que se muera por ellos. O que se viva. Pues aceptas morir únicamente por aquello que necesitas para vivir. Consumían las viejas construcciones, alegrándose del ruido de la caída de los templos. Y sin embargo, esos templos que se desplomaban no les dejaban nada en cambio. Destruían, pues, su propio poder de expresión. Y destruían al hombre.

O bien alguno se equivocaba acerca de la alegría. Porque primero había dicho: «La ciudad». Y sus resistencias y sus costumbres y sus ritos obligatorios. Había nacido un pueblo ferviente. Después de lo cual lo confundió. Y pretendió extraer su alegría, no de una estructura realizada y lentamente amasada, sino de la instalación en alguna cosa que fue provisión, como en el poema. Y la esperanza es vana.

De este modo, los que habían mirado al hombre considerándolo grande, deseaban para él la libertad. Porque vieron que las sujeciones se burlaban del hombre fuerte. Y, por cierto, el enemigo que te funda al mismo tiempo te limita. Mas suprime al enemigo y ni siquiera podrás nacer.

Aquél también ha creído que la alegría era causada por las provisiones. Simple gustador de la primavera. Pero el sabor de la primavera es débil si te haces vegetal para sufrirlo. Como el sabor del amor, si esperas que un rostro te colme. Porque la obra que te trae algo es antes que nada sufrimiento. ¿Y cómo resonaría en ti el canto de los galeotes y de la ausencia, si no construiste la ausencia en ti, con mil desgarramientos y las galeras, con lo inexorable del destino?

El que por largo tiempo, sin esperanza, ha remado hacia el alba, siente el canto de las galeras, y el que ha tenido sed entre las arenas siente el canto de la ausencia. Pero nada se te puede dar si no has sufrido, pues nadie te habita.

Y el poblado no es ese poema en el cual te puedes instalar muy simplemente, cuando humea la sopa de la tarde y fraternizan los hombres, y despide buen olor el ganado recogido y te regocijas del calor de la alegría en la plaza con motivo de la fiesta; porque ¿quién anudará la fiesta en ti si no resuena en alguna otra cosa? Si no es recuerdo de la liberación después de la esclavitud, amor después del odio, o milagro en la desesperación. No serás ni más ni menos dichoso que uno de tus bueyes. Pero el poblado se ha construido lentamente en ti y para lograr lo que es ahora, has escalado lentamente una montaña. Pues te he modelado según mis ritos y mis costumbres, y por medio de tus renunciamientos y tus deberes y tus cóleras obligatorias, y tus perdones y tus tradiciones frente a otras. Y no es ese fantasma de poblado lo que te hace cantar el corazón esa tarde -sería demasiado fácil ser hombre-, es una música lentamente aprendida y contra la cual luchaste en un principio.

Mas te diriges al poblado y a sus costumbres y si los gozas los saqueas, porque no son diversión y juegos; y si te divierten ninguno creerá más en ellos. Y nada quedará. Ni para ellos ni para ti…

65

—Yo fundo el orden, —decía mi padre. Pero no según la simplicidad y la economía. Porque no se trata de ganarle al tiempo. Qué me importa saber si los hombres serán más gordos si construyen graneros en vez de templos y acueductos en vez de instrumentos de música; porque al despreciar una humanidad mezquina y vanidosa aunque sea opulenta, me importa conocer primero de qué hombre se tratará. Y aquél que me interese será el que se haya bañado largamente en el tiempo perdido del templo, y contemplado ociosamente la vía láctea que ensancha, y haya ejercitado su corazón en el amor por el ejercicio de la plegaria que no tuvo respuesta (porque si la respuesta pagara la plegaria el hombre sería aún más mezquino) y en quien haya resonado a menudo el poema.

 

”Porque el tiempo que economizo en la construcción del templo, que es navío que se dirige a algún lado, o en el embellecimiento del poema que hace resonar el corazón de los hombres, será preciso que lo emplee en ennoblecer antes que en engordar la especie humana. Y, por consiguiente, inventaré los poemas y los templos.

”De este modo, sabiendo el tiempo que se pierde en funerales, porque los hombres cavan la tierra para encerrar en ella los despojos del muerto, y hubieran podido consumir ese tiempo en arar y cosechar, prohibiré sin embargo las hogueras donde se queman los cadáveres; pues poco me importa el tiempo ganado si pierdo con él el amor por los muertos. Porque no he encontrado una imagen más bella para servirles que la tumba, donde los allegados van buscando a paso lento su piedra entre las piedras, y sabiéndolo devuelto a la tierra como una vendimia y hecho otra vez pasta natural sabiendo, sin embargo, que queda de él algo, una reliquia en su osario, la forma de una mano que ha acariciado, el hueso del cráneo, ese cofre de tesoros, vacío sin duda, pero que estuvo lleno de tantas maravillas. Y ordené que se construya, cuando sea posible, aún más costosa e inútil, una casa para cada muerto; para que se pueda despertar en ella los días de fiesta y comprender, no con su sola razón, sino con todos los movimientos del alma y del cuerpo, que muertos y vivos están unidos y no forman sino un solo árbol que crece. Teniendo por costumbre ver el mismo poema, la misma curva de carena, la misma columna que atraviesa las generaciones embelleciéndose y purificándose, porque ciertamente, el hombre es perecedero si miramos de frente, como miopes que se acercan demasiado, no la sombra que proyecta sino el reflejo que queda de él. Y si economizo el tiempo perdido en amortajar cadáveres y en construirles una morada, y deseo que ese tiempo perdido sirva para anudar la cadena de las generaciones, para que a través de ella la creación suba derecho hacia el sol como un árbol, si decreto que esta ascensión es más digna del hombre que el desarrollo del volumen del vientre, entonces luego de haber pesado bien su utilidad, haré que el tiempo ganado de que dispongo sirva para amortajar a los muertos.

”El orden que fundo, decía mi padre, es el de la vida. Porque digo que un árbol está en orden, a pesar de que sea a la vez raíces y tronco y ramas y hojas y frutos; y digo que un hombre está en orden, a pesar de que tenga un espíritu y un corazón, y no esté reducido a una sola función, como sería la de arar o la de perpetuar la especie, sino que a la vez ara y reza, ama y resiste al amor y trabajo y descansa y escucha las canciones de la noche.

”Pero algunos reconocieron que los imperios gloriosos estaban en orden. Y la estupidez de los lógicos, de los historiadores y los críticos les hizo creer que el orden de los imperios era madre de su gloria, mientras yo afirmo que tanto su orden como su gloria eran fruto de su solo fervor. Para crear el orden creo un rostro que amar. Pero ellos se proponen el orden como un fin en sí, y tal orden, cuando se lo discute y se lo perfecciona, se transforma ante todo en economía y simplicidad Y se elude lo que es difícil de enunciar; pues nada de lo que importa verdaderamente puede enunciarse; no he encontrado aún un profesor que supiera decirme simplemente por qué amaba yo el viento en el desierto bajo las estrellas. Y están de acuerdo sobre lo usual porque es cómodo el lenguaje que expresa lo usual. Y se puede decir, sin temer un desmentido, que valen más tres sacos de cebada que uno. Si bien pienso que aporto más a los hombres cuando los obligo simplemente, a beber ese brebaje que dilata cuando a veces se marcha de noche bajo las estrellas, en el desierto.

”El orden es el signo de la existencia y no su causa. Lo mismo que el plan del poema es signo de que está acabado y marca de su perfección. No trabajas en nombre de un plan, sino que trabajas para obtenerlo. Pero ellos dicen a sus alumnos: ved esta gran obra y el orden que muestra. Fabricadme primero un orden, así vuestra obra será grande; cuando en ese caso la obra será esqueleto sin vida y detritus de museo.

”Fundo el amor del dominio, y todo queda ordenado: la jerarquía de los colonos, de los pastores y de los cosechadores con el padre a la cabeza. Como se ordenan las piedras alrededor del templo cuando les impones que sirvan para glorificar a Dios. Entonces el orden nacerá de la pasión de los arquitectos.

”No tropieces, pues, en tu lenguaje. Si impones la vida fundas el orden, y si impones el orden impones la muerte. El orden por el orden es caricatura de la vida.

66

Entretanto se me planteó el problema del sabor de las cosas. Y los de un campamento fabricaban alfarerías muy bellas. Y los del otro, feas. Y comprendí evidentemente que no existía ley formulable para embellecer las alfarerías. Ni con gasto para el aprendizaje, ni mediante concursos y honores. E incluso observé que los que trabajan en nombre de otra ambición que la de la calidad del objeto, aunque consagran la noche a su trabajo, obtenían objetos ostentosos y vulgares y complicados. Porque en realidad, concedían sus noches de vigilia a su venalidad, o a su lujuria, o a su vanidad, es decir a ellos mismos, y ya no se cambiaban en Dios al cambiarse en un objeto hecho fuente de sacrificio e imagen de Dios, donde van a confundirse las arrugas y los suspiros y los párpados pesados y las manos temblorosas de tanto modelar, y las satisfacciones de la noche después del trabajo y el desgaste del fervor. Porque no conozco sino un acto fértil que es la plegaria; pero sé también que todo acto es plegaria si es don de sí para llegar a ser. Eres como el pájaro que construye su nido, y el nido es tibio, como la abeja que hace su miel, y la miel es dulce, como el hombre que modeló su urna por amor a la urna, es decir por amor, o por plegaria. ¿Crees en el poema que fue escrito para ser vendido? Si el poema es objeto de comercio, ya no es poema. Si la urna es objeto de concurso, ya no es urna e imagen de Dios. Sino imagen de tu vanidad o de tus apetitos vulgares.

67

Vinieron aquéllos aún más estúpidos con sus razones, y sus móviles, y sus lindos argumentos. Pero yo, que sé que el lenguaje designa pero no aprisiona y que los discursos muestran la marcha del pensamiento mas no la contradicen ni lo apuntalan, me reía de ellos.

—Tal general -me explicaba uno- no ha escuchado mis consejos. Sin embargo, le he mostrado el porvenir…

Por cierto, sucedió que aquel día el viento de las palabras arrastró imágenes a las cuales el porvenir se dignó parecerse; como sin duda otro día también en él, el viento de las palabras arrastró imágenes contrarias; porque cada uno lo ha dicho todo. Pero si un general que ha dispuesto sus ejércitos, pesado sus probabilidades, observado el viento, escuchado dormir al enemigo, medido la importancia del despertar de los hombres, cambia sus planes, remueve sus capitanes, desvía la marcha del ejército e improvisa sus batallas porque un transeúnte ocioso ha levantado durante cinco minutos un ridículo viento de palabras que se ordenaba en silogismos, destituyo a ese general, lo encierro en un calabozo y no me tomo la molestia inútil de alimentarlo.

Porque amo al que viene con los gestos del que hace el pan y me dice:

—Siento que allí están dispuestos a ceder si lo exiges. Pero prontos a cobrar ánimo si usas la charanga de esas palabras. Porque son de oído sensible. Los he oído dormir y su sueño no me ha gustado. Los he visto despertarse y alimentarse…

Amo al que conoce la danza, y danza. Porque sólo allí está la verdad. Porque para seducir es preciso desposar. Y es preciso desposar para asesinar con éxito. Apoyas tu espada contra la espada y el acero danza contra el acero. Mas ¿has visto razonar alguna vez al que combate? ¿Acaso hay tiempo para razonar? ¿Y al escultor? Observa sus dedos que danzan en la arcilla porque ha golpeado con el pulgar para corregir la marca del índice. Para contradecir en apariencia pero sólo en apariencia, porque la palabra sola significa algo; pero no hay contradicciones fuera de las palabras. La vida no es ni simple ni compleja, ni clara ni obscura, ni contradictoria ni coherente. Es. El lenguaje sólo la complica o la ordena, la aclara o la obscurece, la diversifica o la reúne. Y si has dado un golpe a la derecha y un golpe a la izquierda no es preciso deducir dos verdades contrarias, sino una verdad del encuentro. Y solamente la danza desposa la vida.

Los que se ofrecen con razones coherentes y no con su riqueza de corazón, y discuten para actuar según la razón, no actuarán; porque otro más hábil opondrá a sus silogismos argumentos mejores, a los que a su vez opondrán, tras alguna reflexión, mejores argumentos todavía. Y así de abogado hábil en abogado más hábil hasta la eternidad. Porque las únicas verdades que se demuestran son las del pasado, evidentes, puesto que son. Y si quieres explicar con la razón por qué tal obra es grande, lo lograrás. Porque sabrás de antemano lo que deseas demostrar. Pero la creación no pertenece a ese dominio. Entrégale piedras a tu contador y no construirá el templo.

Y he aquí que tus técnicos inteligentes discuten sus golpes como en el ajedrez. Y quiero admitir, al fin de cuentas, que jugarán el golpe seguro aunque desconfíe todavía porque juegas al ajedrez con elementos simples, pero los dilemas de la vida no se pesan. Cuando el hombre es mezquino y vanidoso, ¿van a decirme por medio del cálculo, si por alguna razón sus defectos entran en conflicto, cuál de ellos triunfará, la vanidad o la mezquindad? Quizá pues jueguen el golpe más seguro. Pero han olvidado la vida. Porque en el juego de ajedrez tu adversario espera para empujar su pieza a que te hayas dignado empujar la tuya. Y todo pasa, pues, fuera del tiempo, que ya no alimenta un árbol que crece. El juego de ajedrez está como arrojado fuera del tiempo. Pero hay en la vida un organismo que evoluciona. Un organismo y no una sucesión de causas y de efectos; aun cuando luego, para asombrar a tus alumnos, se los descubras. Porque causa y efecto no son sino reflejos de otro poder: la creación que se va a dominar. Y en la vida tu adversario no espera. Ha jugado veinte piezas antes que hayas movido la tuya. Y tu golpe ahora es absurdo. ¿Y por qué había de esperar él? ¿Has visto esperar al bailarín? Está ligado a su adversario y así reina sobre él. Los que juegan a la inteligencia sé muy bien que llegarán demasiado tarde. Por eso convido al gobierno de mi imperio al que, si entra a mi casa, me muestra por sus gestos, que se corrigen unos a otros, que trata una pasta que se cuajará entre sus dedos.

Reconozco que éstos permanecen, mientras que al otro, la vida lo obliga a construirse una lógica a cada instante.

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Me pareció deslumbrante esta otra verdad del hombre, a saber: que la dicha no significa nada para él, y que tampoco el interés significa nada. Porque el solo interés que los mueve es el de ser permanente y durar. Y para el rico enriquecerse, y para el marino navegar, y para el merodeador de hacer la ronda bajo las estrellas. Pero he visto a todos desdeñar la dicha fácilmente cuando era ausencia de preocupaciones y seguridad. En aquella ciudad negruzca, en ese sumidero que corría hacia el mar. Sucedió que a mi padre le conmovió la suerte de las prostitutas. Se pudrían como una grasa blancuzca y pudrían a los viajeros. Envió a sus hombres de armas para apoderarse de algunas de entre ellas como se capturan insectos para estudiar sus costumbres. Y la patrulla deambuló entre los muros rezumantes de la ciudad podrida. A veces en un puesto ambulante y sórdido del que emanaba, como de una materia viscosa, un relente rancio de cocina, los hombres divisaban, sentada en su taburete bajo la lámpara que la señalaba, pálida y triste como una linterna bajo la lluvia, con su pesada máscara de buey marcada con una sonrisa semejante a una herida, a la mujer que aguardaba. Era costumbre entre ellas cantar un canto monocorde para atraer la atención de los que pasaban a la manera de las blandas medusas que disponen la liga de sus trampas. Así, subían a lo largo de las callejuelas esas letanías desesperadas. Y cuando el hombre se dejaba tomar, la puerta se cerraba tras él por algunos instantes y el amor se consumaba en el menoscabo más amargo, la letanía se suspendía por un momento, reemplazada por el aliento breve del monstruo pálido y el silencio duro del soldado, que compraba a ese fantasma el derecho de no pensar más en el amor. Venía a apagar sus sueños crueles; porque era, acaso, de una patria con palmas y muchachas sonrientes. Y poco a poco, en el curso de expediciones lejanas, las imágenes de sus palmares habían desarrollado en su corazón un ramaje de peso intolerable. El arroyo se había hecho música cruel, y las sonrisas de las muchachas y sus pechos tibios bajo la tela y las sombras de sus cuerpos adivinados y la gracia que enlazaba sus gestos; todo se había hecho para él quemadura del corazón cada vez más devoradora. Por esto venía a gastar su magra soldada, para pedir al barrio reservado que lo vaciara de un sueño. Y cuando la puerta se abría, volvía a encontrarse en la tierra, cerrado de nuevo en sí, duro y despreciativo, por haber durante algunas horas descolorado su único tesoro, cuya luz ya no soportaba más.

 

Volvieron, pues, los hombres de armas con sus madréporas cegadas por la luz dura del puesto de guardia. Y mi padre me las mostró:

—Voy a enseñarte -me dijo- lo que primero nos gobierna.

Las hizo vestir con telas nuevas, e instaló a cada una en una casa fresca, adornada con un surtidor y les hizo enviar para sus labores finos bordados de encajes. Y les hizo pagar de manera que ganasen dos veces más de lo que habían ganado. Después prohibió que se las vigilase.

—Por cierto, he aquí dichoso a este moho triste de la marea. Y limpias y tranquilas y confiadas…

Y sin embargo, desaparecieron una tras otra y volvieron a la cloaca.

—Porque -me dijo mi padre- es su miseria lo que han llorado. No por preferencia estúpida de la miseria a la dicha, sino porque el hombre tiende a su propia densidad. Y sucede que la casa dorada y el encaje y los frutos frescos son recreación y juego y ocio. Pero que ellas no podían hacer de ello su existencia; y se aburrían. Porque largo es el aprendizaje de la luz, de la limpieza y del encaje, si ha de cesar de ser espectáculo refrescante para transformarse en red de lazos y en obligación y en exigencia. Recibían, pero no daban nada. Y han añorado, no porque eran amargas, sino a pesar de ser amargas, las horas pesadas de la espera y la mirada puesta en el marco negro de la puerta, donde de tiempo en tiempo se encuadraba un regalo de la noche, obstinado y lleno de odio. Añoraron el vértigo ligero que las llenaba con un vago veneno, cuando el soldado, luego de empujar la puerta, las miraba, como se mira a la bestia señalada, fijando los ojos en el pecho. Pues sucedía que alguno de ellos traspasaba a alguna de ellas como un odre, con un puñal que hace el silencio, para desenterrar, bajo algunos ladrillos, o algunas tejas, las monedas de plata de su capital.

”Echaban de menos la pocilga sombría donde se reunían, a la hora en que el barrio reservado se cierra por fin, según la disposición de las ordenanzas y donde, bebiendo su té o calculando su ganancia, se injuriaban unas a otras y se hacían predecir el porvenir en el hueco de sus manos obscenas. Y quizá les predecían esta misma casa y aquellas flores trepadoras, habitadas entonces por otras más dignas que ellas. Y lo maravilloso de semejante casa construida en sueño es que abriga, en lugar del yo, a un yo transfigurado. Como el viaje que te debe transmutar. Pero si te encierro en este palacio, eres tú quien arrastra tus viejos deseos, tus viejos rencores, tus viejos disgustos; eres tú quien cojea si cojeabas, porque no hay una fórmula mágica para transfigurarte. No puedo sino lentamente, a fuerza de violencias y sufrimientos, obligarte a mudar para obligarte a ser. Pero no ha mudado aquélla que despierta en ese marco simple y puro y que bosteza y que, no estando ya amenazada por los golpes, esconde sin motivo la cabeza entre los hombres cuando se llama a la puerta y que, si se vuelve a llamar, espera igualmente sin objeto porque no hay ya regalos de la noche. Como no están cansadas de sus noches fétidas, no disfrutan ya del alivio del amanecer. Su destino puede ser en adelante deseable; pero han perdido la posesión, según el azar de sus predicciones, de un destino para cada noche, viviendo así en el porvenir una vida más maravillosa que la que se les ofreció. Y no saben ya qué hacer con sus bruscas cóleras, frutos de una vida sórdida y malsana, pero que vuelven a pesar de ellas, como a esos animales retirados de las orillas, las contracciones que los cierran largo tiempo todavía en sí mismos a la hora de las mareas. Cuando esas cóleras sobrevienen ya no hay injusticia contra la cual gritar y helas ahí de pronto semejantes a esas madres de un niño muerto en las que sube una leche que de nada servirá.

«Porque el hombre, te aseguro, busca su propia densidad y no su dicha».

69

Se me presenta aún la imagen del tiempo ganado porque pregunto: «¿En nombre de qué?». Y alguien me responde: «En nombre de su cultura». Como si pudiera ser ejercicio vacío. Y si a la que amamanta sus niños, limpia su casa y cose su ropa, se la libra de esas servidumbres, y en adelante, sin que ella intervenga, sus niños son amamantados, su casa limpiada, su ropa cosida, será preciso llenar con algo ese tiempo ganado. Y le hago escuchar la canción de cuna y el amamantamiento se convierte en cántico, y el poema de la casa que hace pesar la casa sobre el corazón. Pero ella bosteza al oírlo porque no ha colaborado en ello. Y la montaña es para ti tu experiencia de zarzas, de piedras que ruedan y del viento de las cimas, y que no transporto nada en ti al pronunciar la palabra «montaña», si nunca has abandonado tu litera, nada le digo al hablarle de la casa, porque la casa no ha sido hecha con su tiempo ni con su fervor. No ha gustado el juego del polvo, cuando se abre la puerta al sol para barrer en el día naciente el polvo del desgastamiento de las cosas, no ha reinado sobre el desorden que ha hecho la vida, cuando llega la tarde: la huella de los tiernos pasajes y las escudillas en la bandeja y la brasa apagada en el hogar, hasta las mantillas sucias del niño dormido; porque la vida es humilde y maravillosa. No se ha levantado con el sol, para construirse cada día una nueva casa, como los pájaros que has observado en el árbol, y que rehacen con pico ágil sus lustradas plumas, no ha dispuesto de nuevo los objetos en su frágil perfección para que de nuevo la vida de la jornada y las comidas y la lactancia y los juegos de los niños y el retorno del hombre dejen una marca en la cera. No sabe que una casa es pasta en el alba para transformarse por la tarde en libro de recuerdos. Nunca ha preparado la página en blanco. ¿Y qué le dirás, al hablarle de la casa, que tenga sentido para ella?

Si quieres crearla viviente, empléala en lustrar un jarro de cobre empañado, para que algo que ella luzca durante el día en la penumbra y, para hacer de la mujer un cántico, inventarás poco a poco para ella una casa que reconstruir cada alborada…

Si no, el tiempo que ganes no tendrá sentido.

Loco el que pretende distinguir la cultura del trabajo. Porque el hombre se disgustará de un trabajo que será parte muerta de su vida, después de una cultura que no será más que juego sin caución, como la tontería de los dados que arrojas si no significan tu fortuna y no ruedan tus esperanzas. Porque no es juego de dados, sino juegos de tus rebaños, de tus pasos, o de tu oro. Así el niño que construye su torta de arena. No es un puñado de tierra, sino ciudadela, montaña o navío.

Por cierto, he visto al hombre tomar con placer el descanso. He visto al poeta dormir bajo las palmeras. He visto al guerrero beber su té en casa de las cortesanas. He visto al carpintero gustar en su porche de la suavidad de la tarde. Y por cierto, parecían llenos de alegría. Pero ya te lo he dicho: precisamente porque estaban cansados de los hombres. Es un guerrero que escuchaba los cantos y miraba las danzas. Un poeta que soñaba sobre la hierba. Un carpintero que respiraba el olor de la tarde. En otra parte es donde se habían transformado. La parte importante de la vida de cada uno seguía siendo la del trabajo. Porque lo que es verdadero para el arquitecto, que es un hombre y que se exalta, y adquiere su plena significación cuando gobierna la erección de su templo y no cuando se abandona al juego de dados, es verdadero para todos. El tiempo ganado al trabajo, si no es simple ocio, descanso de los músculos después del esfuerzo o sueño del espíritu después de la invención, no es sino tiempo muerto. Y haces de la vida dos partes inaceptables: un trabajo que es servicio obligado al que se rehúsa el don de sí mismo y un ocio que no es más que una ausencia.