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100 Clásicos de la Literatura

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Algunos se asombraban de su indulgencia aparente ante licencias abominables. Pero sabía bien que no había indulgencia en él. Sino que decía: «Señor, no estoy aquí como juez. Hay épocas para juzgar y hombres, y yo mismo puedo ser llamado para representar ese papel entre los otros. Pero no he recogido a ésta, que tenía miedo, para castigarla con rigor. ¿Se ha visto alguna vez al salvador, juzgando indigno a su obligado, arrojarlo al mar? Lo salvas desde un principio plenamente, pues no es a él a quien salvas, sino a Dios a través de él. Una vez salvado, entonces puedes castigar. Así, curas al condenado a muerte si está enfermo, pues te está permitido castigar a un hombre en su cuerpo; pero no despreciar el cuerpo de un hombre».

Y los que dirán: «¿Con qué propósitos obras puesto que hay tan poca esperanza de salvarla?». Responderé que una civilización no reposa en el uso de sus invenciones, sino en el fervor de inventar. Y que no solicitas a tu médico justificar su intervención por la calidad de su enfermo. Su diligencia cuenta antes que nada porque los fines son apariencias y etapas arbitrarias y no sabes adónde vas. Y más allá de esta cumbre hay otra cima de montaña. Y más allá de este individuo hay otra cosa que salvas, aun cuando sólo se tratara de la religión del salvamento. Y si actúas por una recompensa, y si la reclamas que te pague como por un contrato, eres un mercader y no un hombre.

Puedes no conocer nada de las etapas que son invención del lenguaje. Solamente la dirección tiene un sentido. Lo que importa es ir hacia algo, y no llegar porque nunca se llega a parte alguna sino a la muerte.

Así, pues, he perfilado su licencia como angustia y como desesperación. Pues si abandonas lo que posees es porque has renunciado a asir. Y la licencia es renunciamiento a ser. Y te desesperas por esos tesoros que, uno tras otro, mueren por uso. Porque la flor se marchita y se transforma en semilla para ti, y tú, que no creías a la flor cosa diferente a un lugar de paso, te desesperas. Porque te lo aseguro: el sedentario no es el que ama con amor a la jovencita, después desposa a la mujer, después instruye al hijo del hombre, después, viejo, desparrama su sabiduría, y siempre así en marcha hacia adelante, sino aquél que quisiera detenerse en la mujer y gozar de ella como de un poema único o de una provisión hecha, y aquél que descubre pronto la vanidad, pues nada sobre la tierra es receptáculo agotable y el paisaje entrevisto desde lo alto de las montañas es sólo construcción de tu victoria.

Entonces repudia a la mujer, o la mujer cambia de amante, al ser decepcionada. Pero sólo era responsable la vanidad de su diligencia. Porque únicamente es posible amar a través de la mujer y no a la mujer. A través del poema y no al poema. A través del paisaje entrevisto desde lo alto de las montañas. Y la licencia nace de la angustia de no lograr ser. De este modo pasa con el que roe el insomnio, se vuelve y se revuelve en su lecho, en busca del apoyo fresco de la cama. Mas apenas lo ha tocado, cuando se vuelve tibio y lo rechaza. Y busca en otra parte una fuente durable de frescura. Pero no la hay, pues apenas toca la provisión ésta se gasta.

Así, con aquélla o aquél que no veía sino el vacío de los seres; porque están vacíos si no son ventanas y claraboyas hacia Dios. Por esto en el amor vulgar amas lo que te huye; pues si no, estarías saciado y asqueado de tu satisfacción. Y lo saben bien las bailarinas que vienen a representar el amor.

Así, pues, me hubiera gustado integrar a aquélla que pillaba el mundo y se alimentaba de cardones, pues el fruto verdadero no se halla sino a través de algo y ningún ser puede tocarte una vez que conoces su fuego, en la medida en que se lo demandas.

No te toca sino cuando has dejado de esperar de él. O no es sino imagen, oveja extraviada, niño débil, o es, si no, ese zorro asustado que te muerde el dedo cuando lo alimentas; ¿y vas a desearle estar encerrado en su terror y en su odio? ¿Considerarías afrentosos tal gesto o tal palabra cuando te basta con olvidar las palabras y el sentido vano que acarrean para reencontrar a Dios a través de él?

Y soy el primero en cortar una cabeza cuando mi justicia lo ha decidido, cuando es a mí a quien se injuria. Pero domino desde muy lejos a ese zorro que sufre el lazo, no para perdonarlo, pues nada hay que perdonar en esta altura donde me condeno a estar solo, sino para no oír los gritos de desorden a través de su simple desesperación.

Por esto la más bella, la más acabada, la más generosa, te muestra, sin embargo, a Dios menos cerca. Nada tiene en ella que calmar, reunir, juntar. Y si te pide ocuparte de ella por entero y encerrarte en su amor, te solicita solamente ser egoísmo doble: al que, falsamente, se llama luz del amor cuando es únicamente incendio estéril y pillaje de los graneros.

No he hecho mis provisiones para encerrarlas en una mujer y complacerme de ello.

Por esto aquélla, que con su deslealtad y su mentira, y sus extravíos, solicitaba más de mí, más de la fuente del corazón, al obligarme a vivir en el silencio, que es signo del amor verdadero, me transmitía el gusto a la eternidad.

Porque hay un tiempo para juzgar. Pero hay un tiempo para llegar a ser… Te hablaré, pues, del auditorio. Si abres tu puerta al caminante y si él se sienta, no le reproches no ser otro. No lo juzgues. Pues tenía hambre de hallarse en alguna parte, en casa de alguno con su pesadez, su bagaje de recuerdos, su respiración difícil y su vara apoyada en un rincón. Tenía hambre de estar allí, en el calor y la paz de tu rostro, justo con todo su pasado que no está en discusión, y con todas sus lacras como desnudadas. Con su muleta que ya no siente porque no le pides que baile. Y entonces se tranquiliza, y bebe la leche que le viertes, y come el pan que partes y la sonrisa que le concedes es manto tibio como el sol para un ciego.

¿Y por qué sería mezquino con el pretexto de que es indigno sonreírle?

¿Y en qué le socorres, si no le das lo esencial que es la audiencia, esa misma que puede tornar tan noble tus relaciones con tu enemigo más encarnizado? ¿Qué recompensa descuentas sacar de él con el fardo de tus presentes? No podrá sino odiarte si se marcha de tu casa cargado de deudas.

55

No confundas el amor con el delirio de la posesión, que aporta los peores sufrimientos. Porque, por el contrario, según la opinión común, el amor no hace sufrir. Pero el instinto de propiedad hace sufrir, lo que es contrario al amor. Pues si amo a Dios me iré por los caminos cojeando duramente para llevarlo a los otros hombres. Y no reduzco mi Dios a la esclavitud. Y me nutro con lo que da a los otros. Y sé reconocer al que ama verdaderamente en que no puede ser lesionado. Se puede hablar de la ingratitud de tal o cual, pero ¿quién te hablaría de la ingratitud del imperio? El imperio está construido con tus dones; ¿y que aritmética sórdida introduces si te preocupas de un homenaje rendido por él? El que ha dado su vida por el templo y qué se ha mudado en templo, ése amaba verdaderamente, pero ¿en qué forma se podría sentir lesionado por el templo? El amor verdadero comienza cuando no espera nada en retorno. Y si el ejercicio de la plegaria es tan importante para enseñar al hombre el amor de los hombres, es, en primer lugar, porque no recibe respuesta.

Vuestro amor es a base de odio porque os detenéis en la mujer o en el hombre, de los cuales hacéis vuestras provisiones, y comenzáis a odiar semejantes a perros cuando saltan alrededor de la escudilla y alguno mira vuestra comida. Llamáis amor al egoísmo de la comida. Apenas se os ha concedido el amor, cuando lo mismo que con vuestras falsas amistades hacéis una servidumbre y una esclavitud de ese don libre y comenzáis desde el minuto en que os aman a descubriros lesionados. Y a infligir, para servir mejor, el espectáculo de vuestro sufrimiento. Y, por cierto, sufrís. Y este sufrimiento mismo me desagrada. ¿Y qué podría admirar en él?

Ciertamente, cuando era joven he marchado de un extremo a otro de mi terraza bajo las estrellas ardientes, por causa de alguna esclava huida en la que leía mi cura. Hubiera llevado ejércitos para reconquistarla. Y para poseerla hubiera arrojado provincias a sus pies; pero Dios me es testigo de que no he confundido el sentido de las cosas y nunca califiqué amor, aun si ponía en juego mi vida, esa búsqueda de mi botín.

Reconozco la amistad en que no puede ser decepcionada, y reconozco el amor verdadero en que no puede ser lesionado.

Si vienen a decirte: «Aparta a aquélla porque te lesiona…». Escúchales con indulgencia; pero no cambies tu comportamiento, pues ¿quién tiene el poder de lesionarte?

Y si vienen a decirte: «Apártala, pues tus cuidados son inútiles…». Escúchalos con indulgencia, pero no cambies tu comportamiento, porque has elegido una vez. Y si pueden robarte lo que recibes, ¿quién detenta el poder de robarte lo que das?

Y si vienen a decirte: «Aquí, tiene deudas. Aquí, no las tienes. Aquí, se reconocen tus dones. Aquí, se los mofa». Tapónate las orejas para la aritmética.

A todos responderás: «Amarme, ante todo, es colaborar conmigo». Así sucede con el templo en el que sólo el amigo entra, pero innumerable.

56

Y es el secreto mismo lo que te enseño. Tu pasado entero es un nacimiento al igual que, hasta hoy, los sucesos del imperio. Y si lamentas algo eres tan absurdo como el que lamentaba no haber nacido en otra época, en otro país o ser pequeño cuando era grande, y que empujaba en sus absurdas ensoñaciones su desesperanza de cada instante. Loco aquél que se roe los dientes contra el pasado, que es bloque de granito y cosa concluida. Acepta este día como te es ofrecido en lugar de chocar contra lo irreparable. Irreparable no tiene significado porque es la marca de todo pasado. Y como no hay fin logrado, ni ciclo concluido, ni época acabada sino para los historiadores que te inventarán esas divisiones, ¿cómo sabrás que se debe lamentar la diligencia que no ha resultado aún y que no resultará jamás?; porque el sentido de las cosas no reside en la provisión hecha que consumen los sedentarios, sino en el calor de la transformación, de la marcha, o del deseo. Y a aquél que acaba de ser vencido y bajo el talón de su vencedor se recompone, lo llamo más victorioso en su diligencia que aquél que goza de su victoria de ayer, como un sedentario de sus provisiones y que se encamina ya hacia la muerte.

 

Entonces, me dirás: «¿Hacia qué debo tender? Puesto que los fines no tienen significado». Y te responderé ese gran secreto que se oculta tras palabras vulgares y simples y que poco a poco me ha enseñado la sabiduría a lo largo de la vida; a saber: que preparar el porvenir es fundar el presente. Y que aquéllos se gastan en la utopía y en las diligencias, en sueños que persiguen imágenes lejanas, frutos de su invención. Porque la única invención verdadera es descifrar el presente bajo sus aspectos incoherentes y su lenguaje contradictorio. Pero si te dejas llevar por las chácharas que son tus sueños vacíos concernientes al porvenir, eres semejante al que cree poder inventar su columna y construir templos nuevos con la libertad de su pluma. Porque, ¿cómo encontrará a su enemigo?; y no encontrando enemigo, ¿por quién estaría fundado? ¿De qué modelaría su columna? La columna se funda al desgastarse en la vida a través de las generaciones. Aunque sólo fuera una forma, no la inventas, sino que la pules con el uso. Y así nacen las grandes obras y los imperios.

Sólo hay presente para poner en orden. ¿Para qué entonces discutir esa herencia? El porvenir no debe preverlo, sino permitirlo.

Y, por cierto, tienes trabajo cuando el presente se te suministra como material. Y yo, de este conjunto de carneros, cabras, campos de cebada, moradas, montañas que son, en el instante que los llamo, dominio o imperio, extraigo algo que no estaba antes y que llamo uno y simple, pues quien lo alcance con la inteligencia lo destruirá sin haberlo conocido; y así fundo el presente, lo mismo que el esfuerzo de mis músculos cuando llego a la cima organiza el paisaje y me hace asistir a esa dulzura blanca en la que las ciudades son como huevos en los nidos de las campiñas, lo que no es más verdadero o más falso que las ciudades vistas como navíos o como templos, sino otra cosa. Y está en mis manos hacer de la suerte de los hombres un alimento para mi serenidad.

Sábelo, pues: toda creación verdadera no es prejuzgar sobre el porvenir, persecución de quimeras y utopías, sino rostro nuevo leído en el presente, reserva de los materiales en desorden recibidos en herencia, y de los cuales no debes ni regocijarte ni quejarte, pues simplemente, como tú, son por haber nacido. Deja, pues, el porvenir desenvolver uno a uno sus ramajes. De presente en presente habrá crecido y entrará concluido en su muerte. No te inquietes por mi imperio. Después que los hombres hayan reconocido ese rostro en la disparidad de las cosas, después que haya hecho obra de escultor en la piedra, habré dado con la majestad de mi creación un golpe de palanca a sus destinos. Y desde entonces irán de victoria en victoria, y desde entonces mis cantores tendrán algo que cantar, pues en vez de glorificar dioses muertos celebrarán simplemente la vida.

Observa mis jardines donde los jardineros van en el alba a crear la primavera, no discuten sobre los pistilos ni las corolas: siembran las semillas.

Os lo aseguro a vosotros, los descorazonados, los desdichados y los vencidos: ¡sois el ejército de la victoria! Porque comenzáis en este instante y es bello ser tan joven.

Mas no creo que pensar el presente sea simple. Porque entonces te resiste la materia misma de la que debes hacer uso, mientras que nunca te resistirán tus invenciones sobre el porvenir. Y aquél que se acuesta sobre la arena en los alrededores de un pozo agotado, y que comienza a evaporarse por el sol ¡qué bien marcha en su sueño! Y cuán fáciles se le presentan las grandes zancadas hacia su liberación. Cómodo es beber en sueños; puesto que tus pasos te traen el agua como esclavos bien aceitados y no hay zarzas para retenerte.

Pero ese porvenir que carece de enemigos no llega a ser, y agonizas, y la arena rechina en tus dientes, y el palmeral y el río denso y los cantos de las lavanderas zozobran lentamente en la muerte.

Mas quien marcha verdaderamente se lastima los tobillos en las rocas, lucha contra las zarzas y se sangra las uñas en los restos del naufragio. Porque se le suministran todos los escalones de su escala, de los que debe triunfar uno a uno. Y crea lentamente el agua con su carne, con sus músculos, con las ampollas de sus palmas, con las heridas de sus pies. Para tramar las realidades contradictorias extrae agua de su desierto de piedras a fuerza de puños, como el panadero que trabaja la masa, siente poco a poco que se endurece, se aumenta con una musculatura que lo resiste, se liga en nudos que debe romper, y es porque comienza a crear el pan. Así pasaba con aquel poeta o aquel escultor que en un principio trabaja el poema o la piedra en una libertad en la cual se perdía, libre de hacer sonreír o llorar su rostro, de inclinarlo a derecha o a izquierda y, en semejante libertad, no lograba realizarse. Pero llega la hora en que el pez muerde y la línea resiste. Llega la hora en que aquello que querías decir no lo has dicho por causa de otra palabra que querías guardar, porque también ésa querías decir, y que sucede que dos verdades se resisten. Y comienzas a tachar como comienzas a amasar en tu greda una sonrisa que al principio te desafía. No escoges una u otra en nombre de una lógica verbal, sino que buscas la piedra angular de tus verdades contradictorias; pues nada tienes que perder, y adivinas que tu poema se hace o que un rostro va a surgir de la piedra, porque de pronto, te hallas rodeado de amados enemigos.

De este modo, no escuches nunca a los que te quieren servir aconsejándote que renuncies a alguna de tus aspiraciones. Conoces lo que tu vocación pesa en ti. Y si la traicionas es a ti a quien desfiguras; pero sabe que tu verdad se hará lentamente porque es nacimiento de árbol y no hallazgo de una fórmula; porque ante todo el tiempo desempeña un papel ya que se trata de transmutarte en otro y de escalar una montaña difícil. Porque el ser nuevo que es unidad desprendida de la disparidad de las cosas no se impone a ti como una solución de jeroglífico, sino como un apaciguamiento de litigios y una cura de heridas. Y su poder, no lo conocerás sino una vez que haya llegado a ser. Por ello es que antes que nada he honrado para el hombre, como a dioses olvidados, el silencio y la lentitud.

57

Porque es bello ser tan jóvenes, vosotros, los desheredados, los desdichados y los vencidos que no sabéis leer en vuestra herencia más que la parte de la mala jornada de ayer. Pero si construyo un templo y venís a componer la multitud de los creyentes. Si he arrojado en vosotros mis semillas y os he reunido en la majestad del silencio a fin de que seáis cosecha lenta y milagrosa, ¿dónde veis ocasión para desesperaros? Vosotros habéis conocido las auroras de victoria en las que los moribundos sobre sus camastros y los cancerosos en su pestilencia y los rengos sobre sus muletas y los endeudados entre sus ujieres y los prisioneros entre sus gendarmes, todos, con sus divisiones y sus dolores, se reencontraban en la victoria como en una piedra angular, traída a su comunidad; y esas mañanas la multitud dispar se transformaba en basílica para el cántico de la victoria.

De este modo has visto prender el amor, como se establecen las raíces, con resonancias súbitas de las almas, las unas sobre las otras, quizás hasta bajo los golpes de la desdicha, la que de pronto se hace estructura y piedra angular para sacar de todos la misma parte, la misma faz que colabora; y la alegría viene entonces de compartir su pan o de ofrecer un lugar cerca de su fuego. Te hacías el disgustado, como aquel gotoso, con tu casa minúscula que no hubieran llenado tus amigos, y de pronto se abre el templo donde sólo el amigo entra, pero innumerable.

¿En qué veis que haya ocasión de desesperanza? No hay sino perpetuo nacimiento. Y, por cierto, existe lo irreparable; pero nada hay en él que sea triste o alegre, es la esencia misma de lo que fue. Es irreparable mi nacimiento porque estoy aquí. Lo pasado es irreparable; pero se os suministra lo presente como materiales en desorden a los pies del constructor y os toca a vosotros forjar lo porvenir.

58

El amigo es en primer lugar el que no juzga. Lo he dicho, es el que abre su puerta al caminante, a su muleta, a su vara dejada en un rincón y que no le pide bailar para juzgar su danza. Y si el caminante habla de la primavera en la ruta de afuera, el amigo es el que recibe en sí la primavera. Y si cuenta el horror del hambre en el pueblo de donde viene, sufre el hambre con él. Porque te lo he dicho: el amigo en el hombre es la parte que es para ti y que abre para ti una puerta que no abre en otro lugar. Y tu amigo es sincero, y todo lo que dice es verdadero, y te ama aun cuando te odia en la otra casa. Y el amigo en el templo, aquél que, gracias a Dios, codeo y encuentro, es el que vuelve a mí un rostro igual al mío, iluminado por el mismo Dios; porque entonces la unidad está hecha, aun cuando en otra parte sea boticario cuando yo soy capitán, o jardinero cuando soy marino en el mar. Por encima de nuestras divisiones lo he encontrado y soy su amigo. Y puedo callarme cerca de él, es decir, no temer por mis jardines interiores y mis montañas y mis barrancas y mis desiertos, pues no paseará allí sus zapatos. Tú, mi amigo, recibes con amor lo que te doy, como al embajador de mi imperio interior. Y lo tratas bien, y lo haces sentar y lo escuchas. Y henos aquí felices. ¿Cuándo me has visto, cuando recibía embajadores, tenerlos apartados o rechazarlos porque en el fondo de su imperio, a mil días de marcha del mío, se alimentan de manjares que no me gustan o porque sus costumbres no son las mías? La amistad es ante todo tregua y gran circulación del espíritu por encima de detalles vulgares. Y nada aproximo a aquél que se da importancia en mi mesa.

Porque sabe que la hospitalidad y la cortesía y la amistad son encuentros del hombre en el hombre. ¿Qué iría yo a hacer en el templo de un dios que discutiera la talla o el vigor de sus fieles, a la casa de un amigo que no aceptara sus muletas y pretendiera hacerlos bailar para juzgarlos?

Encontrarás demasiados jueces en el mundo. Si se trata de modelarte en otra forma y de endurecerte, deja ese trabajo a tus enemigos. Ya se encargarán de hacerlo bien, como la tempestad que esculpe el cedro. Tu amigo está hecho para acogerte. Sabe, respecto a Dios, que cuando vienes a su templo no te juzga, sino que te recibe.

59

Si quieres fundar amistades donde sólo hay reparto de provisiones y divisiones de corazón que dimanan -porque si quieres que se odien arrójales algunos granos-, vuelve a hallar el respeto del hombre, y sabe que la tribu respira cuando ninguno critica al otro. Cuando piensas mal de tu amigo y se lo dices, es que no has encontrado en el piso donde están los hombres, el de la asamblea cuando se reúnen en el templo. Y no se trata entonces ni de indulgencia, ni de debilidad o blandura en la virtud. Tu rigor se sitúa en otra parte y en otra parte eres juez. Y cortarás las cabezas si hay necesidad, sin desfallecer. Pues, aun una vez, condenas a muerte, pero curas primero al condenado si está enfermo. No temas esas contradicciones que tu lenguaje insuficiente emplea para hablar acerca de los hombres. Porque nada hay contradictorio aparte del lenguaje que expresa. Y hay una parte del condenado que entregas al verdugo; mas hay una parte que puedes sentar a tu mesa y que no tienes derecho a juzgar. Porque te ha sido ordenado juzgar al hombre, pero también se te ha ordenado respetarlo. Y no se trata de juzgar a uno y respetar a otro, sino al mismo. Éste es un misterio de mi imperio, que sólo es debido a la incapacidad del lenguaje.

Y a mí no me dificultan esas divisiones para lógicos. Porque en aquél que combate en mi desierto y envuelvo en mi odio he encontrado el mejor ejercicio del alma. Caminamos, temibles, uno contra otro, con amor.

60

Se me ocurrieron reflexiones sobre la vanidad. Porque siempre se me presentó no como un vicio, sino como una enfermedad. Y en aquélla que he visto conmoverse por la opinión de la multitud, y corromperse en sus pasos y en su voz, a causa de que se transformaba en espectáculo, y le causaban satisfacciones extraordinarias las palabras pronunciadas a su respecto, en aquélla cuya mejilla se encendía porque se la miraba, veía una cosa diferente a la estupidez: enfermedad. Porque ¿cómo satisfacerse por causa de los otros si no es por amor o don a los otros? Y sin embargo, la satisfacción que le brinda su vanidad le parece más calurosa que la que logra de los bienes, pues pagaría por ese placer en detrimento de sus otros placeres.

 

Flaca alegría y desdichada como una lacra. Como el que se rasca si algo le pica y esto le satisface. La caricia, por el contrario, es abrigo y morada. Si acaricio a este niño es para protegerlo. Y recibe el signo en el rostro aterciopelado.

¡Pero tú, vanidosa, caricatura!

Ésos, los vanidosos, afirmo que han cesado de vivir. Porque ¿quién se muda en algo más grande si primero exigir recibir? Ése no crecerá más, desmirriado por la eternidad.

Sin embargo, si felicito al guerrero valeroso, he aquí que se conmueve y tiembla como el niño de mi caricia. Y no hay en esto vanidad.

¿Qué conmueve a uno y qué conmueve al otro? ¿Y en qué difieren?

La vanidosa, si duerme…

No conoceréis el movimiento de la flor que sacude en el viento las semillas, que no le serán devueltas.

No conoceréis el movimiento del árbol que entrega sus frutos, que no le serán devueltos.

No conoceréis el júbilo del hombre que da su obra que no le será devuelta.

Y lo mismo del guerrero que ofrece su vida. Y si lo felicito es porque ha construido su pasarela. Le informo que ha renunciado a sí en favor de todos los hombres. Y helo aquí contento no de sí, sino de todos los hombres.

Pero el vanidoso, caricatura. Y no pido modestia, porque amo el orgullo, que es existencia y permanencia. Si eres modesto, cedes al viento como la veleta. Puesto que el otro tiene más peso que tú mismo.

Te pido vivir no de los que recibes, sino de lo que das; porque sólo eso aumenta. Y esto no te ordena despreciar lo que das. Debes formar tu fruto. Y es el orgullo quien preside su permanencia. ¡Si no, lo cambiarás de color, de sabor y de olor, según el grado de los vientos!

Pero ¿qué es un fruto para ti? Tu fruto vale cuando no puede serte devuelto.

Aquélla, sobre su lecho de ostentación y que vive de las aclamaciones del populacho: «Doy mi belleza y mi gracia y la majestad de mi paso, y los hombres admiran mi pasaje, que es nave maravillosa del destino. Y me basta ser para dar».

La vanidad dimana del don de sí, falso y equivocado. Porque no puedes dar sino lo que transforma, como el árbol da los frutos que ha transformado de la tierra. La danzarina en que ha transformado su paso. Y el soldado su sangre que cambia en templo o imperio.

Pero la perra en celo nada es. A pesar de que los perros la rodean y la solicitan. Porque lo que da no lo ha transformado. Y su alegría ha sido robada de la creación. Se propaga sin esfuerzo en los deseos de los perros.

Y el que despierta la envidia y que siente su aroma es dichoso si es envidiado.

Caricatura del don. Y se alza para hablar en los banquetes. Se inclina hacia los convidados como el árbol bajo el peso de sus frutos. Mas los convidados nada hallan que recoger.

Pero siempre hay los que creen recoger, pues son más tontos que el primero, y se estiman honrados por él. Y si lo sabe, el vanidoso cree que ha dado, porque el convidado ha recibido. Y se balancean uno delante del otro como dos árboles estériles.

La vanidad es ausencia de orgullo, sumisión al populacho, humildad innoble. Pues buscas al populacho para que te haga creer en tus frutos.

O aquél que ennoblece la sonrisa del rey: «Me conoce, pues», dirá. Pero si hubiera en él amor por el rey, enrojecería sin decir nada. Porque esa sonrisa del rey no tendría para él más que un sentido: «El rey acepta el sacrificio de mi vida…». Y de pronto, toda su vida se ha dado y cambiado en la majestad del rey. He contribuido, podría decir, a la belleza del rey, que es bello por ser el orgullo de un pueblo.

Pero el vanidoso envidia al rey. Y si el rey le ha sonreído, se drapea con esta sonrisa y se pasea como una caricatura para ser envidiado a su vez. El rey le ha prestado sus púrpuras. Porque sólo hay allí imitación y alma de simio.

61

Ésos nacieron de la moral que te enserian los mercaderes deseosos de colocar sus mercaderías. Crees que tu alegría proviene de recibir y de comprar, ¿cómo acordarte de lo contrario cuando se han hecho tantos esfuerzos para ligarte al objeto?

Y, ciertamente, el objeto es grande cuando te le entregas. Cuando has ensayado cambiar tu trabajo por la luz de la piedra. Porque ella puede ser religión. Y he conocido a una cortesana que cambiaba por perlas incorruptibles su carne perecedera. No desprecio tal culto. Pero el objeto es mezquino cuando te lo ofreces como un incensario. Porque en verdad nada hay en ti para incensar.

Sin embargo, doy un juguete al niño y huye con su tesoro ante el temor de que se lo quite. Pero es que se trata de un ídolo por el cual sangrará desde las primeras zarzas.

62

Y he meditado sobre lo absoluto y lo difícil. La pirámide no desciende de Dios hacia los hombres. Pues toma por ejemplo al jefe del imperio: si es absolutamente jefe, lo aceptas como necesidad natural, lo mismo que si quieres ir de la sala del consejo a la sala del descanso en la anchura del palacio de mi padre, tomas esta escalera y no otra cualquiera, empujas esta puerta y no otra; ¿y cómo lamentarías no elegir otro camino si ninguno se presenta a tu espíritu? Y por lo mismo que no hay sumisión, cobardía o bajeza en decidirte por ese circuito y que lo recorres en la libertad de tus pasos, de igual modo no hay sumisión, cobardía o bajeza en someterse a la autoridad del jefe del imperio, que es simplemente, fuera de lo arbitrario, como absoluta. Pero si ocupas cerca de él el primer lugar en el imperio, y si sucede que su poder sobre ti no es marco necesario, sino azar de la política, fruto de juicios particulares y discutibles, o triunfo hábil, entonces he aquí que lo envidiarás. Porque no es envidiado sino aquél que puede sustituirse. ¿Qué negro envidia al blanco? ¿Qué hombre verdaderamente envidia al pájaro con esta envidia del odio, que busca destruir para reemplazar? Y, por cierto, no critico tu ambición cuando puede manifestarse; pues puede estar marcada con el deseo de crear. Pero critico tu envidia. Porque intrigarás contra él y, absorbido por tus intrigas, descuidarás la creación que es, en primer término, colaboración maravillosa de uno a través de todos. Porque he aquí que una vez juzgado, lo despreciarás. Porque admites que otro podría fácilmente colocarlo por la fuerza encima de ti; pero ¿cómo admitirías que está allí por el juicio, o la equidad, o la nobleza de corazón? Y si lo desprecias, ¿quién te pagará tu trabajo con la manifestación de su estima? Es injuria la estima que viene de lo que desprecias. Y las relaciones entre los hombres te parecerán irrespirables.

Pero, ante todo, si te da una orden, te humilla; y él mismo pensará humillarte para asentar mejor su reino. Mientras que solamente puede comer su comida de igual a igual, interrogarte, admirar tu saber y regocijarte de tus virtudes, quien es señor como el muro es muro, sin que ni siquiera pueda regocijarse de ello, puesto que simplemente es.