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100 Clásicos de la Literatura

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Las naves traen también oro, plata y cobre; traen cosas de su país y se llevan otras. En este país no hay corsarios; viven de su trabajo, son industriosos y buena gente.

No hay nada que contaros de ellos, y nos iremos al reino de Semenat.

CLXXXVIII

Del reino de Semenat

Semenat es un gran reino hacia Poniente. Son idólatras y tiene un rey y un idioma propios y no pagan tributo a nadie. No hay corsarios, y viven de la industria y el comercio como la gente honrada.

Pero, eso sí, son grandes comerciantes, y aquí acuden mercaderes de todos los continentes. Venden las mercaderías y, en cambio, compran de lo que carecen. Lo que sí son es crueles y feroces idólatras.

No hay nada más digno de mención, y pasaremos a contaros del reino de Kesmacoran.

CLXXXIX

En donde se habla del reino de Kesmacoran

Kesmacoran es un reino que tiene un soberano y lengua propia; vive del comercio y de la industria. Tiene arroz; se alimentan de carne, arroz y leche. También aquí el tráfico es incesante. No hay más cosas dignas de contarse, y pasemos al reino de la última provincia de la India, entre Poniente y maestral, pues de Maabar hasta esta provincia —es decir, todas las provincias y reinos que acabamos de recorrer— está la espléndida y portentosa India. Hemos contado los puertos del litoral, porque si nos internásemos en el país, sería muy largo de contar. Por eso nos alejaremos de esta provincia, y os contaremos de unas islas llamadas Varón y Mujer.

CXC

En donde se habla de las islas llamada Varón y Mujer

La que se llama Varón está en alta mar, a 500 millas hacia el Mediodía, cuando se parte de Kesmacoran. Son cristianos y bautizados en la fe de Cristo y conocen sobre todo el Antiguo Testamento, pues cuando la mujer está encinta no la tocan hasta que haya dado a luz y hasta cuarenta días después. Luego ya vuelven a su vida marital. Pero en esta isla no viven las mujeres, ninguna, ni las casadas ni las solteras, sino que habitan en otra isla llamada la Mujer. Desde esta isla se van los maridos por tres meses: marzo, abril y mayo, para vivir con sus mujeres a la isla de la Mujer, y allí gozan de ellas. Y al cabo de os tres meses vuelven a esta isla y quedan trabajando los nueve meses restantes.

En esta isla se encuentra el ámbar transparente y de la mejor calidad. Viven de arroz, leche y carne. Son buenos pescadores, pues sabed que en esta isla se cogen magníficos peces, que ellos salan y hacen secar en gran cantidad, de modo que luego tienen para todo el año. Y también los venden a otras gentes. No tienen más jefe que a un obispo, que está sometido a su vez al arzobispo de Scotra. Tienen también idioma propio. De esta isla a la que habitan sus mujeres hay por lo menos 30 millas. Y por eso no viven con ellas todo el año, porque dicen que si hubieran de pasarlo todo el año con ellas, se morirían. La madre amamanta en verano al hijo que nace durante el año. Pero en cuanto tienen catorce años los mandan por mar a la isla de sus padres, y ésta es la costumbre de las dos islas, como lo oís. Las mujeres no hacen más que criar a sus hijos y recogen las frutas que hay en la isla.

Hemos contado esta extrema materia, y ya no hay nada digno de mención, y hablaremos de la isla de Scotra (Socotora).

CXCI

De la isla de Socotora

Partiendo de estas dos islas, a 500 millas más o menos de distancia hacia Mediodía se encuentra la isla de Scotra. Tienen magníficas telas de algodón. Grandes y exquisitos pescados, que ellos salan. Viven de arroz, carne y leche, pues no tienen trigo. Van completamente desnudos, según las costumbres de los indios idólatras. Vienen a esta isla muchos mercaderes a llevarse las mercaderías. Tienen ámbar magnífico. Todas las naves que van a Aden hacen escala en esta isla. El arzobispo de esta isla no tiene nada que ver con el Papa de Roma, pero obedece a un arzobispo que vive en Baudac. Éste de Baudac manda a este arzobispo y a otros en varias partes del mundo, como el Papa de Roma. Y todos estos sacerdotes y prelados no obedecen a la Iglesia de Roma, sino a este gran prelado de Baudac, que tienen por Papa. En esta isla viven también los corsarios y hacen escala para vender cuanto han robado. Y lo venden a muy altos precios, por la razón de que los cristianos no ignoran que estas cosas son hurtadas a los sarracenos y no a los cristianos. Cuando el arzobispo muere, conviene que en seguida envíen otro de Baudac. Estos cristianos son, sin embargo, supersticiosos y muy entendidos en encantamientos.

El arzobispo les amonesta y les castiga y no quiere que se ocupen de sortilegios, pero no sirve de nada, porque dicen que sus antepasados lo hicieron antiguamente y ellos no quieren ser menos. Y el arzobispo tiene que conformarse porque no los puede enmendar.

Y os hablaré de estos sortilegios. Se sirven de ellos para apaciguar el viento cuando es contrario. Mandan al mar la bonanza o la tempestad y el viento. Hacen otros encantamientos, pero son de tal naturaleza que es mejor no lo contemos en este libro, porque os extrañarían y quizá os escandalizarían mucho, y por ello nos callaremos. Partiendo de esta isla, nos dirigimos a la de Mogdasio.

CXCII

De la isla de Mogdasio (Madagascar)

Mogdasio es una isla hacia el Mediodía, alejada 1000 millas de Scotra. Los habitantes son sarracenos y adoran a Mahoma. Tienen cuatro obispos, es decir, cuatro ancianos, y estos cuatro ancianos tienen la soberanía de la isla. Ésta es de las más importantes del estuario, y tiene casi 4000 millas alrededor. Viven del arte y de la industria. En esta provincia nacen más elefantes que en ninguna otra parte, y tampoco en ningún lugar, a excepción de Canghibar (Zanzíbar), hay tan gran mercado de colmillos de elefante. En ella no se come más que la carne de camello. Y matan tan gran cantidad, que no hay manera de creerlo si no se ve. Ellos pretenden que la carne de camello es la más sana que puede caber. Y la comen en todo tiempo. En esta isla hay árboles de sándalo rojo del tamaño de los nuestros. Y aquí queman estos árboles como la leña en nuestros países. Tienen mucho ámbar, porque en este mar hay ballenas en cantidad, y como las pescan, se procuran el ámbar, pues de ellas lo extraen. Tienen leopardos, leones y linces, ciervos y gamos y venados cuantos quieren. Mucha caza y muchas aves. También tienen avestruces muy grandes. Pájaros diferentes de los nuestros, pero que son una maravilla. Aquí también llegan los mercaderes con telas de oro, bayetas de seda y caprichosas para vender y cambiar por otras baratijas. Y ellos hacen pingües negocios.

Ya no tienen los navegantes al Sur más isla que la de Zanzíbar, y no pueden ir más lejos, porque la corriente los arrastraría hacia Mediodía y no podrían volver; y por eso se guardan de ir más allá. Cuando vienen los bajeles de Maabar a esta isla tardan veinte días, y cuando vuelven tres meses, por la corriente que los empuja hacia atrás y les impide navegar más pronto.

Habéis de saber que en todas estas islas, que están hacia Mediodía en tan gran cantidad, en donde las naves no van ya por la corriente, dicen que hay grifos. Y estos pájaros aparecen en ciertas épocas del año; pero no son como los imagina la gente, con la cabeza de león y el cuerpo de águila. Los que les han visto dicen que en realidad son como inmensas águilas. Y cuentan que son tan fuertes, que se llevan en el aire a un elefante y le dejan caer desde lo alto, de modo que se revienta al llegar al suelo. Entonces el grifo baja a comer y a saciarse en él. Dicen que con las alas abiertas mide 30 pasos, y las alas son de 12 pasos de largo y gordas en proporción. Y lo que yo he visto os lo diré en otra página, porque conviene para el orden de este libro.

Os he dicho lo que cuentan los que han visto los grifos. El Gran Khan envió a unos emisarios a estas islas para que se enteraran de lo que eran. Estos hombres contaron cosas fabulosas. Trajeron dientes de jabalí salvaje, exageradamente grandes. Y el gran señor hizo pesar uno de ellos, cuyo peso era de 14 libras. Os podéis imaginar el tamaño que tendría el jabalí dueño de tal diente. Hay, es cierto, jabalíes que son como búfalos; jirafas en gran número y pollinos salvajes. Tienen pájaros muy diferentes a los nuestros, muy variados y muy curiosos. Y volvamos al grifo. Los de la isla lo llaman «roc», y no le dan otro apelativo; pero confutando sus descripciones, coincide con lo que llamamos grifo. Ya os hemos contado de esta isla sus costumbres y usos; otra cosa no nos queda por contar, y nos iremos para llegar a la isla de Çanghibar (Zanzíbar).

CXCIII

De la isla de Zanzíbar

Zanzíbar es una isla grande y bella. Tiene 1000 millas alrededor. Obedecen a un rey y tienen idioma propio. No dependen de nadie y no pagan tributos.

Los naturales son fornidos y altos. Pero su complexión es más gruesa que de elevada estatura, pues tienen los miembros tan abultados, que parecen gigantes, y tan fuertes, que pueden llevar la carga de cuatro hombres. Son negros y van desnudos, excepto las partes naturales. Tienen el pelo tan crespo, que no podían desrizarlo ni metiéndolo en agua. La boca es tan grande y la nariz tan achatada, los labios y los ojos tan abultados, que son horribles. Si se os aparecieran en otro país creeríais ver al diablo.

Hay elefantes. Hacen gran tráfico del marfil. Tienen leones, tigres, leopardos y linces. Los animales aquí también son diferentes de los del resto del mundo. Los carneros y corderos tienen el cuerpo blanco y la cabeza negra, y así en toda la isla. Nacen en ella jirafas que son ejemplares muy bellos, y os los describiré: Tienen el cuerpo corto y las piernas traseras más cortas también, pero las de adelante son larguísimas, así como el cuello, de modo que la cabeza la llevan muy alta, lo menos a trece pies del suelo. La cabeza es chiquita. Es un animal inofensivo. Es de color cobrizo y blanco rayado y es en conjunto un animal bonito. Y ahora os hablaré del elefante. Cuando el elefante quiere cubrir a una hembra le cava un gran hoyo en la tierra y allí la tumba hasta ponerla patas arriba, porque tiene el sexo colocado en el bajo vientre, como la mujer, y la monta como un hombre. Las mujeres de esta isla son muy feas, porque tienen unas bocazas enormes, la nariz aplastada y gorda, los ojos abultados y saltones y grandes pechos, cuatro veces mayores que los de las otras mujeres. Son feísimas en verdad. Viven de arroz, de carne y de dátiles. No tienen vino de uvas, sino de arroz, de azúcar y especias, pero con esto componen una bebida deliciosa. Son muy comerciantes; aquí acuden también todos los mercaderes y se llevan marfil y ámbar en cantidad. Y abundan en estos mares las ballenas.

 

Los hombres de esta isla son guerreros y se baten muy bien, pues son valientes y esforzados y no les importa morir. No tienen caballos y combaten encima de camellos y elefantes. Encaraman en éstos unos pabellones bien cubiertos y defendidos y en cada uno de estos castilletes montan de 16 a 20 hombres con lanzas y adargas, espadas y piedras. Y la batalla encima de los elefantes es cosa grande. No tienen más armas que las rodelas de cuero y la lanza y la espada, pero con eso ya se diezman bien. Y os diré otra cosa: cuando quieren llevar los elefantes a la refriega les dan de beber el mosto de arroz, es decir, el vino que ellos toman, porque así que lo han bebido se vuelven más feroces y fieros y valen más para librar la batalla.

Os hemos contado en parte todo lo concerniente a esta isla y sus habitantes, animales y productos. No hay ya nada que contar, y por eso la dejaremos y os contaremos de la gran provincia de Abasce. Pero antes de proseguirnos queda aún algo que deciros sobre la India. Realmente, sólo os describimos las más importantes islas y provincias de la India, porque tan sólo nosotros podemos hacerlo conociéndolas bien. Pero hay infinidad de otras que callamos porque son insignificantes. En este mar de Indias hay 12.700 islas entre las habitadas y desiertas, según la cartografía y lo que muestra el compás y escrituras de sabios navegantes que la emplean en estos mares. La India Mayor llega desde Maabar hasta Kesmacoran y cuenta 13 grandes reinos, de los que describimos 10. La India Menor llega de Ciamba hasta Mutfili y comprende ocho reinos.

Ahora os contaré de la India central, que se llama Abasce.

CXCIV

Aquí empieza la descripción de Abasce, que pertenece a la India Central

Sabed que Abasce es una gran provincia de la India central. El más poderoso de los reyes de esta provincia es cristiano y los demás reyes están bajo su jurisdicción, y éstos son en número de seis: tres cristianos y tres sarracenos.

Los cristianos de esta provincia tienen tres señales o cicatrices en medio de la cara. Una desde la frente hasta la nariz y las otras dos en cada mejilla, y están marcadas con hierro candente y son señales de su bautismo. Y hay también hebreos, y éstos tienen dos señales en cada mejilla. Los sarracenos, en cambio, no tienen más que una señal desde la frente hasta la mitad de la nariz. Y el rey vive en el centro de la provincia. Los sarracenos, hacia Aden. En esta provincia predicó Santo Tomás, y después de haberles convertido se fue a Maabar, en donde murió y guardan su cuerpo, como os describí en mi libro anteriormente. En esta provincia de Abasce hay buenos hombres de armas y excelentes jinetes. Tienen bastantes caballos. Y esto es menester, porque están continuamente en guerra con el sultán de Aden y con el de Nubia. Escuchad una historia famosa acaecida en el año 1288 de la Encarnación de Cristo. El rey de la provincia, que es cristiano, dijo que querría ir en peregrinación a adorar el sepulcro de Cristo en Jerusalén. Sus barones le advirtieron que correría gran peligro en esta expedición y más valiera que enviara a un obispo o algún prelado en su lugar. El rey escuchó sus consejos. Envió entonces a un obispo, que era un santo varón, para que fuera en su lugar a Jerusalén. Éste obedeció a su señor. El rey mandó hiciera sus preparativos y se fuera lo antes posible.

Partió el obispo. Se despidió de su rey y se puso en marcha como buen peregrino. Tanto anduvo por tierra y por mar hasta que llegó a Jerusalén, y allí se fue derecho al Santo Sepulcro a adorarlo y rendirle pleito homenaje, como debía hacer con cosa tan noble y elevada.

También dejó los presentes que traía de parte de su rey. Hecho esto, el santo hombre se volvió a poner en camino y regresó esta vez por Aden, pero sabed que en este reino odian a los cristianos como a enemigos mortales.

Cuando el sultán de Aden supo que este obispo que llegaba a sus tierras era cristiano y que era un enviado del rey de Abasce, lo hizo secuestrar e interrogar, preguntándole si era cristiano, y el obispo contestó que era cristiano. A lo cual replicó el rey que si no se convertía a la ley de Mahoma le haría gran escarnio. Éste dijo que antes moriría que dejar de ser cristiano. Cuando el sultán oyó la respuesta del obispo se llenó de ira; lo hizo coger por varios hombres y señalar a la manera de los sarracenos. Hecho esto, le dijo el sultán que lo había mandado ejecutar para avergonzarle y vilipendiarle y para ofender a su rey.

Luego lo dejaron en libertad. Cuando el buen obispo se vio objeto de tal escarnio, se consoló pensando que eso le había sido inferido en honor y sacrificio a la ley cristiana y que Dios nuestro Señor se lo tendría en cuenta para la salvación de su alma en la otra vida.

Sanó el obispo de sus heridas y pudiendo ya cabalgar tomó el camino de regreso y llegó a Abasce, en donde hallábase el rey su señor. Éste lo recibió con gran pompa y con las demostraciones del mayor afecto y deferencia.

Le hizo referir su visita al Santo Sepulcro, y el buen obispo le contó todo con santa exaltación. Le refirió luego la afrenta que le había hecho el sultán de Aden. Cuando el rey oyó al santo varón de la manera que había sido deshonrado y maltrecho, entró en gran cólera, y poco faltó que muriera de dolor. Dijo muy alto, para que todos los que estaban presentes lo oyeran, que no quería llevar más su corona, ni tener tierras ni señorío hasta no tomar venganza de un hecho tan vil, de tal modo que el mundo entero supiera lo que había hecho para escarmiento de los malvados.

Hizo entonces el rey sus preparativos de guerra y armó gran número de elefantes con sus castilletes, en los cuales iban 20 hombres por lo menos. Y cuando estuvo bien aparejado con toda su gente, se puso en camino hasta llegar al reino de Aden. Y el rey de la provincia de Aden vino a su encuentro con gran multitud de sarracenos a caballo y a pie para defender sus tierras y que los enemigos no pudiesen entrar en ella.

Y aconteció que llegaron a un desfiladero en donde los de Aden se apostaron.

Y se armó una cruel refriega; empero, los reyes de los sarracenos, que eran tres, no pudieron resistir la furia bélica del de Abasce, porque sus huestes eran numerosas y temibles y valían más que las de los sarracenos. Éstos, pues, se echaron atrás, y el rey de los cristianos entró en el reino de Aden.

En este desfiladero murieron infinidad de moros, y entrando ya en el reino encontró el de Abasce muchas plazas fortificadas; pero esto no le arredraba y seguía adelante vencedor.

El rey de los cristianos quedó más de un mes en tierra enemiga, arrasándolo todo y haciendo gran mies de sarracenos. Hecho esto, dijo que ya había vengado la honra de su obispo, y se volvió a su tierra.

Habéis oído cómo fue vengado el obispo, y esto debería sucederles a todos los sarracenos que humillan a los cristianos.

Y volvamos a la provincia de Abasce. Hay en esta provincia abundancia de mantenimiento: arroz, carne, leche. Tienen elefantes; no es que se críen en esta isla, pero sí en una isla cercana, de la que los traen. Las jirafas nacen, en cambio, en abundancia; también se crían leones, leopardos y linces y tantas otras fieras diferentes en todo a los animales de nuestras tierras. Los avestruces son del tamaño de los pollinos. Y hay monos y loros de los más extravagantes. Gatos monteses y gatos pardos, que tienen caras parecidas a las de los hombres.

Y de aquí nos iremos a Aden; pero antes tenemos aún que señalar que los de Abasce hacen lindísimos bocacís y tejen excelentes telas de algodón, y ahora hagamos punto y prosigamos.

CXCV

En donde se habla de la provincia de Aden

En esta provincia hay un señor llamado el sultán de Aden; todos son sarracenos y adoran a Mahoma y detestan furiosamente a los cristianos. Hay numerosas ciudades, castillos y plazas fuertes.

Aden es un puerto de mar en donde atracan todas las naves de las Indias con sus mercaderías. Y en esta ciudad los mercaderes descargan sus bajeles en embarcaciones menores, que remontan el río hasta siete jornadas de distancia. Al cabo de estas siete jornadas, las retiran de los esquifes y las cargan sobre camellos y en ellos las llevan a treinta jornadas de distancia. Al cabo de estas treinta jornadas encuentran el río de Alejandría y por él cargan las mercaderías que son destinadas a la ciudad de Alejandría. Y de esta manera los moros de Alejandría tienen las especias y otras materias precisas, pues no hay otro modo de hacerlas llegar.

Lo mismo sucede con Aden; de aquí levantan el ancla las naves para a su vez llevar mercaderías a la India.

Y de estos puertos se llevan a la India hermosos corceles árabes de gran valor, y con este tráfico se hacen un patrimonio, pues habéis de saber que un buen caballo se paga en la India 100 Marco de plata o más. El sultán de Aden tiene pingües rentas y el tesoro engrosa cada día más con las alcabalas que pagan los mercaderes por sus naves y los derechos de flete; con esto y el ir y venir de las galeras se puede considerar el sultán de Aden como uno de los más ricos del mundo.

Este sultán causó gran daño a los cristianos. Habiendo tomado el sultán de Babilonia la ciudad de Acre, este soberano envió sus huestes en ayuda, y eran bien 30.000 hombres entre caballeros y peones y hasta 40.000 en camellos. Con esta poderosa ayuda los moros destrozaron a las huestes cristianas. Y esto lo hizo más por odio a los cristianos que por amor al sultán de Babilonia.

Dejaremos Aden y os contaremos de una ciudad importante, cercana a Aden, y de un reyezuelo que gobierna a esta ciudad, llamada Escier.

CXCVI

De la ciudad de Escier

Escier es una grandísima ciudad a cuatro millas hacia maestral del puerto de Aden. Esta ciudad presta obediencia un conde que mantiene a su tierra en gran justicia. Tiene además varios castillos y ciudades bajo su jurisdicción. No obstante, es vasallo a su vez del sultán de Aden. La población es sarracena y adora a Mahoma. También esta ciudad tiene un magnífico puerto y en ella van y vienen las naves de las Indias y, como Aden, exporta caballos de los mejores y más apreciados.

En esta ciudad crece una cantidad de incienso del mejor y más blanco. Y dátiles en gran cantidad. No tiene trigo, sino arroz; pero el trigo lo traen de otras regiones y se consume mucho. Tienen pescado en abundancia, especialmente el atún, y éste se vende dos por un grueso veneciano. No tienen vino de uva, sino de arroz, de palmera y de caña.

Hay aquí unos carneros que no tienen ni orejas ni oídos y en lugar de las orejas tienen una especie de cuernecito. Son animales pequeños, pero muy graciosos. Y os contaré algo que os ha de extrañar. Los animales —bueyes, carneros, camellos y rocines— comen pescado por todo alimento, porque en esta comarca no crece la hierba, por ser la región más seca del mundo. Y se alimentan de pescaditos muy pequeños en los meses de marzo, abril y mayo, y éstos en gran número. A estos pescaditos los secan y guardan en sus despensas y así tienen para alimentar al ganado durante todo el año. Pero en verano las bestias se los comen vivos, tal cual salen del agua.

También hacen una especie de torta de pescado: cogen a los pescados grandes y los cortan en rajas y luego los ponen a secar al sol y con ellos amasan una especie de torta, que luego les dura todo el año.

El incienso o benjuí que os he dicho que recogen lo tienen en tal abundancia, que el señor lo compra por 10 bizancios de oro y lo revende en 40, y ya veis qué beneficio recaba de ello.

Ya no hay nada digno de mención en esta ciudad, y os hablaremos de la ciudad de Dufar.

 

CXCVII

De la ciudad de Dufar

Dufar es una bella y noble ciudad que se encuentra a unas 200 millas de Escier un poco hacia la dirección adonde sopla el maestral. Son moros y adoran a Mahoma. Su jefe es un conde y depende del sultán de Aden.

Esta ciudad pertenece también a la provincia de Aden. Está en la costa y tiene un bonísimo puerto, en donde descargan cantidad de mercaderías. Traen caballos árabes para mercar. De esta ciudad dependen varias otras villas y castillos. Aquí también nace el incienso excelente; y os diré cómo lo recogen: El árbol que lo produce es una especie de pequeño pino al cual le dan unos cortes, y por esas heridas destila una resina en días de gran calor, que es la que llamamos incienso o benjuí.

Ya no hay nada digno de mención; seguiremos nuestro viaje hasta llegar al golfo de Calatu.

CXCVIII

De la ciudad de Calatu

Calatu es una hermosa ciudad, edificada en una gran bahía en el golfo del mismo nombre. Dista 600 millas de Dufar, siempre hacia maestral. Dependen del melic de Cormosa, y cada vez que éste mueve guerra a un vecino más poderoso y fuerte que él, se encierra en Cormosa, que es fuerte y bien defendida y situada, de modo que no hay peligro que la tomen. No tienen trigo, pero se lo llevan de otros países.

El puerto es grandísimo y las mercaderías se venden muy bien, porque con ellas abastecen al interior. También de aquí se llevan muchos caballos a la India y los mercaderes se hacen ricos.

Esta ciudad está situada a la entrega del golfo de Calatu, y no hay nave que entre y salga a su voluntad sin ser vista por ellos. El melic de esta ciudad, que es vasallo del sultán de Cherman, tiene varias veces que pleitear con él. Cuando el sultán impone algún tributo o aduana al melic de Cormosa o a otro de sus hermanos y que éstos se niegan a satisfacerle, les envía sus huestes para poner cerco a la ciudad; mas ellos se fortifican en esta ciudad de Calatu y no dejan pasar ni una sola nave, y con esto le tienen en jaque al sultán de Cherman. Por eso le conviene estar en paz con el melic de Cormosa y no ponerle muy altas alcabalas. Más allá tiene este melic otra fortaleza a orillas del mar que es inexpugnable aún.

Aquí también comen dátiles y se alimentan de esos pescados en salazón. Esto los villanos, que hay gente rica y gentileshombres que comen muy bien y muchas cosas exquisitas.

Y ya que hemos hablado, de Calatu y de su golfo y de sus negocios, iremos a Curmos, pues cuando se sale de la ciudad de Calatu, a las 300 millas entre maestral y tramontana, se encuentra la ciudad de Curmos; pero yendo entre maestral y Poniente, a 500 millas se pasa por Quis; mas dejaremos a un lado Quis para hablaros de Curmos.

CXCIX

De la ciudad de Curmos

Curmos es una bella y noble ciudad que está a orillas del mar. La rige un melic que tiene bajo su mando a otras ciudades y fortalezas. Son sarracenos y adoran a Mahoma. Hace en esta región un calor sofocante, y por eso ponen sus casas de manera que pueda darles el viento y las arreglan en tal forma que recojan todo el aire que puedan. Ya no hablaremos más de esta ciudad, que tiene los mismos productos que las demás; nos iremos de aquí hacia la gran Turquía, de la cual deseo hablaros sin tardar.

CC

En donde se habla de la Gran Turquía

La Gran Turquía tiene por soberano a un sobrino del Gran Khan, llamado Caidu, pues fue hijo del hijo de Ciagati, que era hermano carnal del Gran Khan. Tiene bajo su mando muchas ciudades y fuertes y es un señor de mucha consideración. Es tártaro y sus súbditos también son tártaros y hombres aguerridos y adiestrados en las armas. Caidu no ha oído hablar del Gran Khan más que por sus hechos de guerra.

La Gran Turquía está hacia maestral cuando se viene de Curmos, como os hemos dicho ya; se halla situada entre el río Jon y se prolonga hacia tramontana hasta el imperio del Gran Khan.

Este Caidu ha tenido que habérselas varias veces con las gentes del Gran Khan. Os hablaré de lo que sembró la discordia entre ellos. Caidu exigía al Gran Khan la parte de su botín, en la que entraba un trozo del Mangi y otro de la provincia de Catai. Y el Gran Khan le dijo que le daría su parte como a sus otros hijos, siempre que quisiera ir a su corte cuando celebraran los consejos y siempre que él se lo mandara, pues el Gran Khan quería que le prestara obediencia como sus hijos y demás barones.

Pero Caidu, que no se fiaba de su tío, decía que no quería ir, sino que le rendiría pleitesía sin moverse de donde estaba, y esto porque tenía miedo de que le hiciera matar. He aquí el origen del resentimiento que había entre Caidu y el Gran Khan, que trajo consigo más tarde muchas contiendas y grandes batallas. Y el Gran Khan vigilaba mucho a Caidu, de modo que no pudiera hacer incursiones en sus tierras ni molestar a sus gentes. Pero Caidu entraba, sin embargo, en los dominios del Gran Khan.

Llegó un día en que Caidu, haciendo un esfuerzo, pudo perfectamente equipar y poner en pie de guerra a unos 10.000 hombres. A su servicio tenía a varios barones del linaje del emperador. Es decir, de Gengis Khan, que fue el fundador de la dinastía y del Imperio. De modo que diremos de cómo peleó repetidas veces el rey Caidu contra la gente del Gran Khan y cómo se aprestaba para la batalla y para combatir.

Cada hombre solía llevar 60 flechas en su goldre, 30 pequeñas y otras 30 mayores, que tienen el aspa grande y se tiran de cerca y son las que hieren en la cara y los brazos y sirven para partir las cuerdas de los arcos, desarmando a los hombres. Una vez que se quedan con el aljaba vacía después de lanzar estas flechas echan mano a la espada y a la maza y con ellas dan golpes formidables. Así se arman para la batalla.

En el año 1266 de la Encarnación de Cristo reunió el rey Caidu un gran ejército, en el cual estaban sus dos primos, uno de los cuales se llamaba Gesudar, para ir contra dos primos del Gran Khan, que también eran parientes suyos y que mandaban en tierras del Gran Khan. Uno se llamaba Cibai y Ciban. Eran hijos de Ciagatai, que fue bautizado y abrazó el cristianismo, hermano carnal del Gran Khan Cublai. Y, ¿qué os diré? Caidu y sus gentes combatieron a sus primos, que también iban bien provistos de arqueros, pues de una parte y otra habría unos 100.000 hombres a caballo. Pelearon muy duramente y hubo muchas muertes de una parte y de otra. Pero Caidu venció y los derrotó y sólo pudieron escapar los dos primos con vida, gracias a sus excelentes caballos.

De este modo les venció Caidu y se llenó de orgullo. Durante dos años volvió a su país y quedó en paz con el Gran Khan.

Al cabo de dos años reúne el rey Caidu un gran ejército con muchísimos hombres a caballo. Sabe que en Caracoron está el hijo del Gran Khan, que se llamaba Nomogan, y con él Jorge, el hijo del Preste Juan. Éstos también tenían consigo un gran ejército. Entonces mueve Caidu con sus gentes y se llega de su reino a Caracoron, sin novedad. Pero cuando le vieron llegar con todos esos hombres de armas, lejos de acoquinarse, se envalentonaron y se prepararon con todos sus hombres, que alcanzarían la cifra de 60.000 jinetes, a enfrentarse con él. Tanto anduvieron a su encuentro que, llegados a 10 millas de distancia, asentaron sus reales. Y el rey Caidu descansó igualmente para prepararse a la batalla. Al tercer día cada una de las partes se armó y se prepararon a combatir. Los dos tenían fuerzas iguales. Tomaron sus posiciones divididos en seis cuadros, cada uno de 10 hombres a caballo, al mando de un jefe. Y así esperaron la señal que debían dar las nácaras de los respectivos generales. Porque habéis de saber que ningún tártaro rompe a pelear sin haber oído la señal de las nácaras, y tienen costumbre de prepararse a la batalla con cánticos y música suave, que hacen con sus instrumentos, y así se divierten antes de entrar en la batalla. Era un encanto oír a estos poderosos ejércitos cantar y tocar esperando la señal para entrar en la refriega.