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100 Clásicos de la Literatura

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Ya os contaremos de estas regiones, porque están demasiado alejadas y no hemos llegado a ellas. Ni el Gran Khan tiene nada que ver allí, ni le pagan tributo alguno. De modo que volvamos a Çaiton y a nuestro libro.

CLXIII

De la región de Ciamba

Partiendo de Çaiton y navegando hacia Poniente, en dirección al garbí, a unas 1500 millas, se llega a una región llamada Ciamba, que es muy rica y de tierra muy fecunda. Tienen un rey, idioma propio y son idólatras. Han cerrado un pacto con el Gran Khan, comprometiéndose a entregarle cada año elefantes, y os diré de qué manera empezó el rey a pagar este tributo.

En el año 1272 de la Encarnación de Cristo envió el Gran Khan a uno de sus barones, llamado Sogatu, con escolta numerosa y a caballo y a pie, contra este rey Ciamba, y se desató una gran guerra en el reino. El rey, que era muy anciano y no tenía bastantes fuerzas armadas, no pudo defenderse en una batalla cerrada, pero se parapetó en los castillos y ciudades altas y fortalezas, de modo que no tenía cuidado y estaba al amparo de los enemigos. Empero éstos devastaban y destruían todo en el llano. Y cuando vio que éstos le diezmaban la población y arruinaban a su reino, cayó en profunda postración. Entonces mandó a toda prisa a un mensajero al Gran Khan, que le dijo: «Mi señor el rey saluda a su soberano, y le hace saber que siendo muy anciano ha logrado que reine siempre la paz en su señorío. Quisiera ser vuestro vasallo y daros cada año en tributo sus mejores elefantes; os pide dulcemente y os conjura a que hagáis salir de sus tierras a vuestras huestes y barones, que destruyen, pillan y saquean a nuestro desgraciado reino». El mensajero calló y no agregó palabra. Cuando el Gran Khan oyó lo que el anciano rey pedía, tuvo compasión de él. Ordenó a sus barones que en seguida se retiraran del reino y prosiguieran más lejos sus conquistas. De modo que acataron la voluntad de su señor y evacuaron el país. Y desde entonces paga este rey cada año como tributo al Gran Khan 20 elefantes, entre los mejores que encuentra en su reino. Y de esta suerte se sometió al Gran Khan. Dejemos esto para describir su tierra.

Sabed que en este reino ninguna mujer se puede casar sin que antes la vea el rey, y si le gusta la toma por mujer, y si no, le da una dote para que pueda casarse con otro barón. En el año 1285, en que estuve yo, Marco Polo, el rey tenía 326 hijos de los dos sexos, de los cuales 150 eran hombres que podían manejar las armas.

En este reino hay elefantes en cantidad; hay madera de áloe. Tienen muchos bosques y una especie de madera de manzanillo, que es muy negra y de la cual se hacen los escálamos.

No hay va nada notable que mencionar, y nos iremos a la gran isla llamada Java.

CLXIV

De la isla de Java

Cuando se parte de Ciamba, entre Mediodía y Sudoeste, a 1500 millas se llega a una isla llamada Java. Según los navegantes, es la isla mayor que hay en el mundo, y tiene más de tres millas de costa. Pertenece a un gran rey y los habitantes son idólatras y no pagan tributo a nadie. Esta isla es de mucha riqueza. Tienen pimienta, nuez moscada y galanga, azufaifas y clavos y toda clase de especias, muy raras. A ella vienen de todas partes un sinnúmero de naves y mercaderes, que compran toda clase de mercancías y hacen grandes negocios. Hay, por tanto, grandes tesoros en ella. Y os digo que el Gran Khan no pudo tomarla, por la travesía peligrosa y el largo camino que lleva a ella.

Ya os conté de esta isla lo que sabía, y abrevio, para volver sobre el particular más adelante.

CLXV

De la isla de Sondur y de la de Condur

Partiendo de la isla de Java y navegando entre el Mediodía y el Sudeste, a 700 millas se encuentran dos islas, una grande y otra más pequeña, que se llaman Sondur y Condur.

Y de estas islas se tuerce hacia Sudeste y Oriente; a unas 500 millas se encuentra una provincia llamada Locac, que es grande y rica. Tienen un rey y lengua propia. Los habitantes son idólatras. Están libres de tributos y no dependen de nadie, pues nadie puede ir a estas tierras para conquistarlas, que si fuera fácil empresa, el Gran Khan ya las habría conquistado y sometido a su vasallaje. En esta provincia nace el «berçi» doméstico en gran cantidad. Tiene oro en gran abundancia. Tantísimo, que nadie puede creerlo sin verlo. Tienen elefantes y caza. De este reino provienen todas las conchas que se expenden en todas las provincias, como os he dicho. No hay nada más que mencionar. Hay aquí lugares tan salvajes y recónditos, que nadie ha puesto jamás el pie en ellos. Y el rey mismo no quiere que nadie los frecuente, para que no sepan en dónde tiene su tesoro.

Y nos iremos de aquí y os contaremos otra cosa.

CLXVI

De la isla de Pentan

Partiendo de Locac y yendo a 500 millas hacia Mediodía se encuentra una isla llamada Pentan, que es muy salvaje. Está cubierta de selvas, con plantas aromáticas, árboles de maderas olorosas y de gran utilidad.

De aquí nos internamos entre dos islas, a 60 millas. El agua en este estuario es bajita y no tiene más que cuatro pasos de profundidad, así que conviene que las galeotas y naves alcen el timón, porque no desplazan allí más que cuatro pies. Yendo a Sudeste estas 40 millas, torciendo otras 30, se encuentra una isla y reino que se llama Malaiur. Tienen idioma propio. La ciudad es grande y noble y muy comercial. El tráfico de las especias es su mayor riqueza.

Otra cosa no hay digna de mencionar, y por eso nos llegaremos a la pequeña Java, de la cual os contaremos.

CLXVII

Aquí se menciona la isla de Java la menor

Partiendo de la isla de Pentan y torciendo a Sudeste, a 100 millas se encuentra la isla de Java la Menor. Pero sabed que, aunque pequeña, mide dos millas de costa, y os haremos el relato de lo que sabemos de ella.

En esta isla hay ocho reinos y ocho reyes coronados. Son idólatras y tienen idioma propio. Es abundante en productos de toda clase: madera de áloe o zábila, espicanardo y otras especies que jamás se ven en otros países. Os contaré las costumbres de estos habitantes, que son muy independientes. Primeramente os contaré una cosa que os parecerá extraña. Esta isla se halla situada tan al Mediodía, que en ella no se ve la estrella del Norte. Pero volvamos a las costumbres de los hombres, y os contaremos del reino de Ferlec.

Hubo en este reino de Ferlec unos negociantes sarracenos, que vinieron con sus naves y convirtieron a los indígenas a la ley de Mahoma (los de la ciudad, que los de los montes son como animales). Son antropófagos y comen toda clase de carnes, buenas y malas. Adoran varias cosas. Cuando madrugan, la primera cosa que ven al levantarse la adoran. Después de Ferlec os contaré del reino de Basman.

Saliendo de este reino de Ferlec se entra en el reino de Basman. Es un reino independiente, de idioma propio. Son gente completamente salvaje, sin ley como las bestias. Se dicen súbditos del Gran Khan, pero no le pagan ningún tributo, porque estando tan separados del mundo, nadie puede llegar hasta ellos; pero a veces le envían presentes de cosas curiosísimas. Tienen elefantes salvajes y rinocerontes tan grandes como los elefantes, con el pelo de búfalo y las patas como ellos; un cuerno en medio de la frente, gordo y negro. Pero no es con el cuerno con el que hieren, sino con la lengua; sobre ella tienen un aguijón muy largo, de modo que el daño lo producen con la lengua. La cabeza parece la de un jabalí salvaje; la lleva inclinada hacia la tierra. Es un animal muy feo. No es verdad que se dejen tomar por una doncella virgen, pues son temibles y lo contrario de lo que cuentan. Aquí hay cisnes de toda especie de variado plumaje. Tienen gavilanes negros como el carbón; son muy grandes y cetrean muy bien.

Quiero desmentiros lo que dicen los pigmeos de las Indias. Hay, en realidad, en la isla una especie de monos muy pequeños, con la cara como los hombres. Los hombres los cogen y les arrancan todo el pelo y sólo les dejan los pelos en la barba y en el posterior; luego los hacen secar y los adoban con alcanfor o con otras especias, de modo que tienen semblanza de hombres. Pero es que al adobarlos y cocharlos y enviarlos a vender han hecho creer que son hombres. Pero en la India nunca se ha visto un hombre, por pequeño que sea, de este tamaño inverosímil.

No diremos más de este reino, pues ya no hay nada notable que apuntar y seguiremos al reino llamado Sumatra.

CLXVIII

En donde se habla del reino de Sumatra

En las proximidades de Basman se encuentra el reino de Sumatra, que pertenece a este grupo de islas, en donde yo mismo, Marco Polo, he vivido cinco meses, en la época en que no nos dejaron continuar nuestro viaje. La estrella del Norte sigue sin parecer. Aquí tienen un rey muy rico y poderoso. Son salvajes y se dicen súbditos del Gran Khan. Por esta razón nos quedamos cinco meses aquí. Pusimos pie en tierra y nos construimos una casa de maderos y ramas y nos quedamos en ella por miedo a los malos hombres y a las bestias. Aquí se pescan los mejores peces del mundo. No hay trigo, pero viven de arroz. No tienen tampoco vino, pero se procuran una bebida del modo siguiente: tienen una especie de árbol, al cual le cortan una rama y le arriman a la herida un puchero y en la noche se llena de líquido. Estos árboles se parecen a una pequeña datilera, y tronchando una palma de las cuatro que suelen tener se obtiene cuanto vino se desea. Y hay más: cuando la hendedura no segrega más jugo se le echa agua a la raíz y al poco tiempo destila otra vez el zumo. Y hay una especie blanca y otra roja. Tienen muchos cocos de India, gordos y sabrosos. Los indígenas comen toda clase de carnes, buenas y malas.

 

Pues os hemos contado de este reino, lo dejaremos para contaros del reino de Dagroian.

CLXIX

Del reino de Dagroian

Dagroian es un reino independiente, que tiene lengua propia; pertenece al estuario de la isla de Java. Tienen un rey. Las gentes son muy salvajes y se dicen sujetos del Gran Khan; son idólatras, y os contaré sus costumbres.

Sabed en verdad, que si uno de entre ellos cae enfermo, los parientes mandan a buscar a los magos y les preguntan si el enfermo podrá sanar. Y estos magos, por sus hechizos o por medio de los ídolos, saben si sanarán o si están condenados a morir. Cuando dicen que van a morir, los parientes del enfermo llaman a ciertos hombres encargados de matarlo, puesto que están perdidos. Y estos hombres vienen y le amordazan de forma que lo ahogan. Y cuando se mueren lo hacen cocer y toda la familia viene a comerlo. Y se comen hasta los tuétanos, porque no quieren que quede sustancia alguna que críe gusanos, los cuales, ya no teniendo que comer, se morirían, y pretenden que con ello el difunto se perjudicaría y moriría en pecado. Luego recogen los huesos, los ponen en una bonita arqueta y se los llevan a unas cavernas, tan altas, en la montaña, que ningún cuervo o animal las puede alcanzar.

Y también si pueden cogen a un hombre que no sea de la región le matan para comérselo en seguida y ésta es una costumbre horrenda.

Dejemos a este triste reino e internémonos en Lambri.

CLXX

Donde se habla de Lambri

Lambri es un reino cuyo rey se dice súbdito del Gran Khan. Son idólatras. Hay berçis en gran abundancia y alcanfor y otras especias, muy finas y caras. Y el berçi crece en pequeños tallos, y cuando está crecido en esta forma lo arrancan y lo plantan en otro lugar y allí le dejan tres años y luego lo desentierran con toda la raíz. Llevamos esta simiente a Venecia y la sembramos, pero no creció absolutamente nada, y esto creo que fue por el frío.

Y os contaremos otra cosa, que es extraordinaria: En este reino hay hombres que tienen una cola larga un palmo. Y no tienen pelo y son muchos. No viven en la ciudad, sino en la montaña. Y las colas son gordas como las de un perro. Tienen rinocerontes y caza en cantidad.

De Lambri iremos a Fansur.

CLXXI

Del reino de Fansur

Fansur es un reino independiente. Tiene rey y son idólatras y vasallos del Gran Khan. Son de la misma isla de los arriba mentados. Y en esta isla crece el mejor alcanfor del mundo, llamado canfora-fansuri, que vale más que ninguno. Se vende a peso de oro, y no tiene, por lo demás, ni trigo, ni cereales; se alimentan de arroz y de leche. Tiene vino de palmera, como os conté anteriormente. Y otra cosa os referiré, que es maravillosa: En esta provincia tienen harina, que sacan de los árboles, de una especie de árboles magníficos y esbeltos; estos producen una sustancia harinosa. Tienen una corteza fina, y entre ésta y el tronco se halla un polvillo de harina. Hacen con ella muchas pastas, muy ricas; nosotros mismos las catamos y las comimos varias veces.

Hemos hablado de este reino, que forma parte de la isla; del lado opuesto no contaremos nada, porque lo desconocemos, no habiendo llegado a él. Dejaremos estas cosas para dirigirnos a una pequeña isla llamada Ganenispola.

CLXXII

De la isla de Necuveran

Partiendo de Java y del reino de Lambri, yendo por tramontana cerca de 150 millas, hay un trozo de tierra de 25 millas, que llaman Necuveran. No hay nadie que rija a estos hombres, completamente salvajes, que andan desnudos y no cubren absolutamente sus cuerpos. Son idólatras. Sus inmensos bosques y selvas están poblados de árboles gigantescos, de las más ricas maderas. Allí el sándalo bermejo, las nueces de Indias, el clavo, el bergi, y otras especias. Pero nada notable hay que apuntar en sus costumbres. Así que pasaremos de largo y hablaremos de otra isla llamada Angaman.

CLXXIII

De la isla de Angaman

Angaman es una isla muy grande, sin ley ni rey. Son idólatras, viven como los animales salvajes. Y tenemos que apuntar en el libro una extraña visión de estas gentes. En esta isla los hombres tienen cabeza y dientes de perro, y en su fisonomía parecen enormes mastines. Son muy crueles y antropófagos y se comen cuantos hombres prenden que no sean de sus gentes. Tienen especias variadas en abundancia. Se alimentan de arroz, leche y toda clase de carnes. Las frutas que comen son muy diferentes a las nuestras.

CLXXIV

De la isla de Seilán (Ceilán)

A mil millas, más o menos de distancia (partiendo de Angaman) hacia Poniente se encuentra la isla de Seilán, que es en realidad de una gran hermosura. Es muy extensa, y trataré de demostrarlo con cifras. Mide cerca de 2400 millas, según los apuntes en los mapas y la cartografía de estos mares. Pero el viento que sopla de tramontana es tan fuerte que ha sumergido parte de la isla en el mar, y por eso ya no tiene esas dimensiones de antaño.

Haremos, pues, la descripción de la isla: Tiene por rey un sujeto llamado Sendemain. Son idólatras. No pagan tributo a nadie. Van completamente desnudos, salvo en las partes naturales. No tienen trigo, pero sí arroz y unas especies de cinamomos, de los que sacan el aceite. Viven de leche y carne. Beben aquel vino de palmera del que os he hablado ya. Tienen berçis en gran abundancia y exquisitos. Y apuntaremos la cosa más preciada que poseen, que son los más bellos rubíes del mundo y zafiros, topacios, amatistas y criptofacios y otras piedras finas. El rey de esta isla posee el más preciado rubí y el mayor que he visto en mi vida, ni veré. Os diré el tamaño de esta piedra: es ancha un palmo y gorda como el brazo de un hombre; es la joya más hermosa que ver se pueda, sin ninguna mancha, roja como el fuego, de un valor tan incalculable que no habría dinero que lo pagara. El Gran Khan mandó decir al rey que si se la cedía le daría en cambio el valor de una ciudad entera. El rey contestó que no la daría por nada del mundo, porque la había heredado de sus antepasados, y por estas razones el Gran Khan no la pudo obtener. La raza aquí no es gallarda, sino raquítica y miserable. Pero si necesitan defenderse, toman hombres de otras regiones, especialmente sarracenos, que emplean como mercenarios.

Ya no hay nada digno de mención, y seguiremos a Maabar (Malabar).

CLXXV

De la provincia de Maabar (Malabar)

Abandonando Seilán, a 60 millas hacia Poniente, se encuentra la gran provincia de Maabar, que llaman la Gran India, y es, en efecto, la más importante de las regiones. Esto ya es tierra firme. En esta isla hay cinco reyes, que son hermanos carnales; los iremos estudiando uno por uno.

En la capital de la provincia reina uno de estos hermanos, que tiene por nombre Sender Bandi Devar. Es el reino de las perlas. Os contaré cómo se hallan y se pescan. Hay en este mar un arrecife entre una isla y tierra firme. En todo él no hay ni 10 pies de agua; en otros 12, y en otro tan sólo 2. Aquí se recogen las perlas. Arman pequeñas embarcaciones y van al arrecife desde el mes de abril a mitad de mayo, en un lugar que se llama Bettalar. Se alejan en el mar unas 60 millas, y allí echan las anclas, y en pequeñas embarcaciones se acercan a los criaderos de perlas. Hay para esto varios mercaderes que explotan el negocio y forman compañías, que contratan a un número determinado de hombres, desde abril a mitad de mayo, mientras dura la pesca. Y los mercaderes dan el porcentaje que os diré: al rey, ante todo, una décima parte; al «encantador de peces» (para que éstos no causen perjuicio a los que se zambullen en el mar), otra décima parte; para la pesca de las perlas, la vigésima parte. Estos encantadores de peces son los abrayamanes que hechizan a los peces, pero de día solamente, pues de noche no tienen ningún poder, y están libres de hacer el mal. Estos abrayamanes encantan no sólo a los peces, sino a los pájaros también. Cuando llegan las almadías, los hombres que están en pequeñas embarcaciones, pagados por los mercaderes para este oficio, se zambullen en el agua: éste a una profundidad de cuatro pasas, aquél de cinco y hasta de doce, aguantan debajo del agua cuanto pueden. Cuando están en el fondo del mar recogen unas conchas, que llaman ostras de mar, y en estas ostras se encuentran perlas, pequeñas y grandes, de todas formas, pues las perlas se contienen en la pulpa de estas conchas.

Y de este modo pescan las perlas en cantidades enormes. Las perlas que aquí se hallan se venden luego por el mundo entero. El rey de esta comarca las tiene a granel, lo que constituye para él un gran tesoro.

Después de la mitad del mes de mayo ya no se encuentran conchas que contengan perlas; pero las hay 300 millas más lejos desde septiembre a la mitad de octubre. En esta provincia de Malabar no hacen falta ni sastres ni zapateros para cortar paños y cueros, porque todo el mundo va desnudo en toda estación. Sólo se cubren sus partes naturales con un lienzo.

El rey, como los demás, va todo desnudo, salvo que cubre su virilidad con un paño más rico que los demás y lleva un collar o más bien una franja de piedras preciosas. También lleva colgado del cuello un cordón con 104 perlas grandísimas y rubíes de gran valor. ¿Por qué 104 perlas y piedras? Porque está obligado cada mañana y cada noche a decir 104 plegarias o invocaciones a sus ídolos. Es lo que les manda la fe y sus costumbres; así lo hicieron sus antepasados, y así lo hacen ellos, y por eso el rey lleva sus 104 perlas al cuello. En tres partes del brazo lleva además brazaletes de oro cuajados de piedras gordas y de gran precio. En las piernas lleva otros aros de oro con piedras finas también. En los dedos de los pies lleva anillos con piedras muy gruesas. Lleva, en fin, un tal tesoro en pedrerías, que vale lo que una ciudad entera. Y nadie podría estimar lo que aquello vale, y no es maravilla, pues todo eso se encuentra en su reino en cantidad.

Y os diré otra cosa: nadie puede, sin embargo, llevarse del reino ninguna piedra ni perla ni gruesa ni cara, que pese más de un medio «sazo» en adelante. El rey manda que cuantos tengan perlas y piedras finas las lleven a su corte y él se las compra a buen precio. La costumbre es que pague el doble de lo que le piden. De modo que los mercaderes prefieren venderlas a la corte porque allí se las pagan mejor que nadie. Y por eso este rey posee tantas riquezas y tantos tesoros.

Os he contado todo esto, pero me quedan aún muchas cosas maravillosas que deciros.

Sabed que este rey tiene 500 mujeres legítimas. En cuanto ve a una bella mujer o damisela la quiere para él. E hizo una vez lo que vais a oír: Uno de sus hermanos carnales tenía una mujer muy bella; al rey se le antojó y la cogió para él, y su hermano que lo supo lo sufrió con paciencia y no se rebeló contra él.

Os contaré de otra cosa asombrosa de este rey: sus súbditos son de una fidelidad y devoción sin igual, que no sólo perdura en este mundo, sino en el otro. Estos leales sirven al señor en su corte y cabalgan con el rey y le hacen compañía y tienen gran prestigio en todo el reino. Allí donde va el rey van ellos, gozando de gran poder ellos también.

Cuando el rey muere queman su cuerpo en un rogo o pira monumental; entonces sus barones, que nunca le abandonaron, se echan al fuego y se abrasan para ir a hacerle compañía al otro mundo. Y hay otra extraña costumbre en este país. Cuando el rey muere y deja un gran tesoro, sus hijos no le tocarían por nada del mundo, pues dicen: «Tengo el reino de mi padre y a todas sus gentes; puedo, pues, procurarme un tesoro como él se lo procuró». De modo que no tocan el tesoro y van acumulando otro suyo propio. Y por eso los tesoros son incalculables en este reino.

En esta región no se crían caballos, y toda la renta la emplean en gran parte en adquirirlos de la manera siguiente: los mercaderes de Curmos y de Cuisci y de Dufar y de Escer y de Adan —esta provincia tiene muchos caballos y corceles— compran caballos o los crían; los cargan luego sobre sus naves y se los llevan al rey y a sus cuatro hermanos. Les dan por cada caballo 500 «sazos» de oro, lo que es más de 100 Marco de plata. Todos mueren por lo general, porque no tienen almohazador para cuidarles y por falta de vigilancia. Y los mercaderes que se los venden se guardan muy bien de llevarles gente que los cuiden, porque cuantos más caballos mueren más provecho tienen.

Os referiré otra extraña costumbre. Cuando un hombre comete algún delito y le condenan a muerte, y el señor le tiene que hacer ejecutar, el que debe morir dice que quiere matarse a sí mismo en honor y amor a sus ídolos. Es costumbre que el rey se lo conceda. Entonces parientes y amigos se conciertan para procurarle cuchillos afilados, y le llevan por toda la ciudad en una silla de mano con los cuchillos colgando del cuello, pregonando: «Este valiente que aquí veis se quiere matar a sí mismo por amor a su ídolo». Y de esta manera le dan la vuelta a la ciudad. Llegados al lugar en donde se hace justicia, el condenado a muerte empuña un cuchillo y grita en alta voz: «Me mato por amor a tal ídolo». Después de pronunciar estas palabras, se hiere en un brazo; luego coge otro y se hiere en el otro brazo, y, por fin, toma un tercero y se da una cuchillada en el vientre. Y tanto se hiere, hasta caer exánime. Cuando ha muerto, sus parientes queman el cadáver en medio de las demostraciones de mayor júbilo.

 

Hay en este reino otra costumbre: cuando muere un hombre y su cadáver se está consumiendo en el fuego, su viuda se echa en las llamas y se hace quemar con su marido. Y las mujeres que lo hacen son citadas como ejemplo y las ensalzan mucho. Y no creáis que son pocas, sino muchas las que lo hacen.

Y todos adoran a los ídolos: algunos adoran al buey porque dicen que es un animal muy bueno, y nadie mataría jamás a un buey ni comería de su carne. Pero hay una clase de hombres, llamados «gavi», que comen la carne de buey, pero no se atreven tampoco a matarle. Si un buey se muere de muerte natural, o violenta, entonces estos «gavis» se lo comen. Pero antes de esto untan sus casas con la medula del animal.

Otra costumbre de este pueblo es que el rey y sus barones y todos sin excepción que sientan en el suelo. Y cuando se les pregunta por qué no se sientan más dignamente en escabeles, contestan: «Que la tierra es una cosa honorable; que puesto que ellos están hechos de tierra y deben volver a ella, hay que respetarla y nadie debe atreverse a despreciarla». Los «gavis» (que son la categoría de gente que comen buey cuando murió de muerte natural) son los hombres cuyos antepasados mataron a Santo Tomás Apóstol. Y todos los llamados así no pueden entrar en el lugar donde está el cuerpo de micer Santo Tomás, pues 10 hombres no podrían sujetarle, ni 20 tampoco, en donde está el cuerpo del santo, porque hay una fuerza que los rechaza violentamente, y no pueden permanecer allí: esto en virtud del cuerpo del santo.

En este reino tienen arroz, pero no crece el trigo. Si un hermoso caballo cubre a una buena yegua, nace luego un caballito enclenque, con las patas torcidas y endebles, y no hay medio de montarle, pues no vale nada. Esta gente va a la batalla con lanzas y escudos y completamente desnudos. No son valientes ni arrojados; no matan ni a pájaros ni a ningún animal, y si quieren carne de carnero, se lo mandan matar a un sarraceno o a otros forasteros que no obedecen a su ley.

Los hombres y las mujeres se lavan diariamente todo el cuerpo, es decir, mañana y noche, y no comen ni beben sin hacer antes sus abluciones. Y el que no se lave dos veces al día es tenido por soez y grosero.

En este país se castigan muy severamente los homicidios y robos y otros delitos. Tampoco beben vino, y el que acostumbra a beberlo no lo escogen nunca para testigo y nadie garantiza por él, pero tampoco lo hacen con los navegantes, porque dicen que el que va sobre el mar está desesperado y por eso encuentran que no vale para testigo. Pero, en cambio, no tienen por pecado a ningún pecado de lujuria.

Hace en estos parajes un calor sofocante; por eso van desnudos. Jamás llueve, excepto en junio, julio y agosto. Y si no fuera por el agua que cae durante estos tres meses y que refresca el aire, se morirían de calor. Pero las lluvias mitigan el clima.

Hay entre ellos sabios de un arte que llaman fisionomía, es decir, conocer al hombre y a la mujer por la cara y decir sus cualidades buenas y malas. Y esto lo conocen a simple vista. Saben mucho de agüeros, de la significación del vuelo de los pájaros y de los encuentros de ciertos animales. Conocen los presagios mejor que nadie en el mundo y saben lo que es bueno y lo que es malo. Si un hombre que marcha por un sendero oye un ruido y le parece favorable, sigue su camino; si le parece adverso, se sienta y espera un rato para proseguir, o vuelve a su casa.

En cuanto nace un niño, varón o hembra, el padre o la madre le inscriben en un registro: dejan escrito el día del nacimiento, el mes, la luna y bajo qué signo y constelación ha nacido. Y esto lo hacen siempre obrando de acuerdo con los astrólogos y adivinos, que conocen los hechizos, las artes mágicas y la nigromancia, y también entre ellos hay quien entienda de astronomía.

En este reino tienen toda clase de pájaros, de una variedad increíble, pero no se parecen nada a los nuestros, salvo la codorniz, que es igual a la de nuestra tierra. También se ven murciélagos, pájaros volátiles con cuerpo de ratón, pero sin plumas, y que vuelan de noche. Éstos son grandes, como gavilanes. Los halcones que se ven por allí son enteramente negros como los cuervos, vuelan muy alto y cazan magníficamente. Os diré otra cosa digna de contarse: a sus caballos les dan de comer carne cocida con arroz y otros alimentos, cocidos también.

En los monasterios veneran a ídolos de ambos sexos y consagran muchas jóvenes a estos dioses. Os diré cómo se celebran estas ceremonias, en que el padre y la madre ofrecen sus hijas a los ídolos de que son más devotos. Cuando las monjas de estos monasterios invitan a las mozas para que vengan al convento a honrar a los ídolos, éstas acuden presurosas y cantan y tocan y hacen gran jubileo. Y estas jóvenes se presentan en gran número, y más de una vez por semana y por mes llevan de comer a los ídolos. Preparan viandas y dulces y otros deliciosos manjares; suben al altar, le aparejan una mesa con todos los alimentos que han traído y en el centro colocan la pieza más importante. Mientras tanto cantan y tañen los instrumentos y bailan graciosamente. Y acabado el banquete, tal como pudieran ofrecérselo a un poderoso barón o a una persona de gran consideración, dicen que el ídolo ha comido la sustancia de la carne. Entonces se ponen ellas a la mesa y comen todas en compañía, con gran regocijo. Luego, cada cual vuelve a su casa. Y casi todas las mozas hacen lo mismo en este reino, hasta que se casan.

Describimos las costumbres de este gran reino y ahora os narraremos de otro llamado Mutfili.

CLXXVI

Del reino de Mutfili

Mutfili es un reino que se encuentra hacia tramontana a más de mil millas de Maabar, más o menos. En él gobierna una reina que es una gran mujer. Hace ya cuarenta años que su marido murió y ella le tenía gran amor; así, dijo a su muerte que como le quería más que así misma, no tomaría otro esposo, y por esa razón no volvió a casarse. Y en estos cuarenta años administró perfectamente la justicia en su reino, tan bien como lo hubiera hecho su marido. Y os aseguro que es más querida de sus súbditos que jamás lo fue ni dama ni señor.

En este reino son idólatras. Viven de arroz, de carne y de leche. En él se encuentran muchos diamantes, y os diré cómo los cogen.

Hay, como os digo, en el reino varias montañas en las cuales se encuentran diamantes. Cuando cesa la lluvia, que corre a torrentes por la montaña, por riscos y cavernas, los hombres buscan en los vados por donde ha pasado mucha agua los brillantes, y los encuentran en gran cantidad. En verano especialmente, cuando se secan los manantiales, es cuando más se encuentran. Pero hace tanto calor, que no hay quien lo resista. Además, en la montaña hay multitud de serpientes, tan grandes y ponzoñosas, que los hombres no pueden ir confiados. No obstante, ellos van como pueden y encuentran espléndidos diamantes. En cuanto a las serpientes, son venenosísimas y muy malas, y precisamente se esconden en las cavernas en donde esos hombres arriesgados van a buscar los diamantes. Pero también los obtienen de otra manera. Hay un despeñadero profundo y abrupto, a cuyo fondo es imposible llegar; pero los hombres hacen lo siguiente: toman pedazos de carne que lanzan con fuerza al abismo en donde se encuentran los diamantes en gran abundancia; al llegar al fondo del precipicio se clavan en ellos. En estas montañas habitan muchas águilas blancas y buitres, que se alimentan precisamente de serpientes. Cuando estas águilas ven la carne en el fondo del precipicio, se abalanzan sobre ella y se la llevan a sus nidos entre los riscos. Los hombres miran con atención en dónde se ha refugiado el águila, y con la mayor presteza gatean hacia aquel sitio. El águila, espantada al verles aparecer, alza el vuelo, abandonando la carne, en la cual hay siempre clavados unos cuantos diamantes. Hay un tercer modo de procurarse los diamantes: las águilas que devoran la carne no paran en mientes y se tragan los diamantes también, que luego vuelven a desechar en los excrementos, y entre este guano también suelen los hombres encontrar los diamantes.