Za darmo

100 Clásicos de la Literatura

Tekst
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

CELESTINA.- ¿Quién llama?



SEMPRONIO.- Abre, que son tus hijos.



CELESTINA.- No tengo yo hijos que anden a tal hora.



SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno y Sempronio, que nos venimos acá almorzar contigo.



CELESTINA.- ¡Oh locos traviesos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanece? ¿Qué habéis hecho? ¿Qué os ha pasado? ¿Despidiose la esperanza de Calisto o vive todavía con ella, o cómo queda?



SEMPRONIO.- ¿Cómo, madre? Si por nosotros no fuera ya anduviera su alma buscando posada para siempre. Que, si estimarse pudiese a lo que de allí nos queda obligado, no sería su hacienda bastante a cumplir la deuda, si verdad es lo que dicen que la vida y persona es más digna y de más valor que otra cosa ninguna.



CELESTINA.- ¡Jesú! ¿Que en tanta afrenta os habéis visto? Cuéntamelo, por Dios.



SEMPRONIO.- Mira qué tanta que, por mi vida, la sangre me hierve en el cuerpo en tornarlo a pensar.



CELESTINA.- Reposa, por Dios, y dímelo.



PÁRMENO.- Cosa larga le pides, según venimos alterados y cansados del enojo que habemos habido. Harías mejor en aparejarnos a él y a mí de almorzar; quizá nos amansaría algo la alteración que traemos. Que cierto te digo que no querría ya topar hombre que paz quisiese. Mi gloria sería ahora hallar en quién vengar la ira que no pude en los que nos la causaron, por su mucho huir.



CELESTINA.- ¡Landre me mate si no me espanto en verte tan fiero! Creo que burlas. Dímelo ahora, Sempronio, tú, por mi vida: ¿qué os ha pasado?



SEMPRONIO.- Por Dios, sin seso vengo, desesperado; aunque para contigo por demás es no templar la ira y todo enojo, y mostrar otro semblante que con los hombres. Jamás me mostré poder mucho con los que poco pueden. Traigo, señora, todas las armas despedazadas, el broquel sin aro, la espada como sierra, el casquete abollado en la capilla. Que no tengo con que salir un paso con mi amo cuando menester me haya, que quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el huerto. Pues, ¿comprarlo de nuevo? ¡No mandó un maravedí en que caiga muerto!



CELESTINA.- Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró. Pues sabes que es persona que luego lo cumplirá, que no es de los que dicen «vive conmigo y busca quien te mantenga». Él es tan franco que te dará para eso y para más.



SEMPRONIO.- ¡Ja! Trae también Pármeno perdidas las suyas; a este cuento en armas se le irá su hacienda. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle más de lo que él de su propio grado hace, pues es harto? No digan por mí que, dándome un palmo, pido cuatro. Dionos las cien monedas, dionos después la cadena. A tres tales aguijones no tendrá cera en el oído. Caro le costaría este negocio. Contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho abarca poco suele apretar.



CELESTINA.- ¡Gracioso es el asno! Por mi vejez, que, si sobre comer fuera, que dijera que habíamos todos cargado demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hacer tu galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Soy yo obligada a soldar vuestras armas, a cumplir vuestras faltas? A osadas, que me maten si no te has asido a una palabrilla que te dije el otro día viniendo por la calle, que cuanto yo tenía era tuyo y que, en cuanto pudiese con mis pocas fuerzas, jamás te faltaría. Y que, si Dios me diese buena manderecha con tu amo, que tú no perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos ofrecimientos, estas palabras de buen amor, no obligan. No ha de ser oro cuanto reluce, si no, más barato valdría. Dime, ¿estoy en tu corazón, Sempronio? Verás, si aunque soy vieja, si acierto lo que tú puedes pensar. Tengo, hijo, en buena fe, más pesar, que se me quiere salir esta alma de enojo. Di a esta loca de Elicia, como vine de tu casa, la cadenilla que traje para que se holgase con ella, y no se puede acordar dónde la puso, que en toda esta noche ella ni yo no habemos dormido sueño de pesar. No por su valor de la cadena, que no era mucho, pero por su mal cobro de ella y de mi mala dicha. Entraron unos conocidos y familiares míos en aquella sazón aquí. Temo no la hayan llevado diciendo «si te vi, burleme, etc.». Así que, hijos, ahora que quiero hablar con entrambos, si algo vuestro amo a mí me dio, debéis mirar que es mío; que de tu jubón de brocado no te pedí yo parte ni la quiero. Sirvamos todos, que a todos dará según viere que lo merecen. Que si me ha dado algo, dos veces he puesto por él mi vida al tablero. Más herramienta se me ha embotado en su servicio que a vosotros. Más materiales he gastado, pues habéis de pensar, hijos, que todo me cuesta dinero, aun mi saber, que no lo he alcanzado holgando, de lo cual fuera buen testigo su madre de Pármeno, Dios haya su alma. Esto trabajé yo; a vosotros se os debe esotro. Esto tengo yo por oficio y trabajo; vosotros, por recreación y deleite. Pues así, no habéis vosotros de haber igual galardón de holgar que yo de penar. Pero, aun con todo lo que he dicho, no os despidáis, si mi cadena parece, de sendos pares de calzas de grana, que es el hábito que mejor en los mancebos parece. Y si no, recibid la voluntad, que yo me callaré con mi pérdida. Y todo esto de buen amor, porque holgasteis que hubiese yo antes el provecho de estos pasos que no otra. Y si no os contentarais, de vuestro daño haréis.



SEMPRONIO.- No es ésta la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos reina este vicio de codicia. Cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta. Así que adquiriendo crece la codicia y la pobreza codiciando, y ninguna cosa hace pobre al avariento sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo crece la necesidad con la abundancia! ¿Quién la oyó esta vieja decir que me llevase yo todo el provecho, si quisiese, de este negocio, pensando que sería poco? Ahora que lo ve crecido no quiere dar nada, por cumplir el refrán de los niños, que dicen «de lo poco, poco; de lo mucho, nada».



PÁRMENO.- Dete lo que prometió o tomémosselo todo. Harto te decía yo quién era esta vieja, si tú me creyeras.



CELESTINA.- Si mucho enojo traéis con vosotros, o con vuestro amo o armas, no lo quebréis en mí, que bien sé dónde nace esto. Bien sé y barrunto de qué pie coxqueáis; no cierto de la necesidad que tenéis de lo que pedís, ni aun por la mucha codicia que lo tenéis, sino pensando que os he de tener toda vuestra vida atados y cautivos con Elicia y Areúsa, sin quereros buscar otras. Movéisme estas amenazas de dinero, ponéisme estos temores de la partición. Pues callad, que quien éstas os supo acarrear, os dará otras diez ahora que hay más conocimiento, y más razón, y más merecido de vuestra parte. Y si sé cumplir lo que se promete en este caso, dígalo Pármeno. ¡Dilo, di, no hayas empacho de contar cómo nos pasó cuando a la otra dolía la madre!



SEMPRONIO.- Yo dígole que se vaya y abájase las bragas; no ando por lo que piensas. No entremetas burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres. Déjate conmigo de razones. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las dos partes por cuenta de cuanto de Calisto has recibido; no quieras que se descubra quién tú eres. ¡A los otros, a los otros con esos halagos, vieja!



CELESTINA.- ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no lo busco; de mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos y a todos es igual. Tan bien seré oída, aunque mujer, como vosotros muy peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú, Pármeno, no pienses que soy tu cautiva por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre. Aun así me trataba ella cuando Dios quería.



PÁRMENO.- ¡No me hinches las narices con esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas quejar!



CELESTINA.- ¡Elicia, Elicia, levántate de esa cama! ¡Daca mi manto, presto!, que, por los santos de Dios, para aquella justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¡Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza, con una gallina atada, con una vieja de sesenta años! ¡Allá, allá con los hombres como vosotros! ¡Contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi flaca rueca! Señal es de gran cobardía acometer a los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino los bueyes magros y flacos. Los gozques ladradores a los pobres peregrinos aquejan con mayor ímpetu. Si aquella que allí está en aquella cama me hubiese a mí creído, jamás quedaría esta casa de noche sin varón, ni dormiríamos a lumbre de pajas; pero, por aguardarte, por serte fiel, padecemos esta soledad. Y como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías, lo cual, si hombre sintieseis en la posada, no haríais, que, como dicen, «el duro adversario entibia las iras y sañas».



SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia parte de lo ganado?



CELESTINA.- ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue la vecindad. No me hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y vuestras.



SEMPRONIO.- Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste o cumplirás hoy tus días.



ELICIA.- Mete, por Dios, el espada. Tenlo, Pármeno, tenlo, no la mate ese desvariado.



CELESTINA.- ¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!



SEMPRONIO.- ¿Rufianes o qué? Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas.



CELESTINA.- ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay, confesión, confesión!

 



PÁRMENO.- Dale, dale. Acábala, pues comenzaste, que nos sentirán. ¡Muera, muera! De los enemigos, los menos.



CELESTINA.- ¡Confesión!



ELICIA.- ¡Oh crueles enemigos! ¡En mal poder os veáis! ¿Y para quién tuvisteis manos? Muerta es mi madre y mi bien todo.



SEMPRONIO.- ¡Huye, huye, Pármeno, que carga mucha gente! ¡Guarte, guarte, que viene el alguacil!



PÁRMENO.- ¡Oh pecador de mí, que no hay por dó nos vamos, que está tomada la puerta!



SEMPRONIO.- ¡Saltemos de estas ventanas; no muramos en poder de justicia!



PÁRMENO.- ¡Salta, que yo tras ti voy!





ACTO XIII





ARGUMENTO DEL DECIMOTERCER ACTO



Despertado Calisto de dormir, está hablando consigo mismo. De aquí a un poco está llamando a Tristán y a otros sus criados. Torna a dormir Calisto. Pónese Tristán a la puerta. Viene Sosia llorando. Preguntado de Tristán, Sosia cuéntale la muerte de Sempronio y Pármeno. Van a decir las nuevas a Calisto, el cual, sabiendo la verdad, hace gran lamentación.



CALISTO, TRISTÁN, SOSIA.



CALISTO.- ¡Oh cómo he dormido tan a mi placer después de aquel azucarado rato, después de aquel angélico razonamiento! Gran reposo he tenido. El sosiego y descanso, ¿procede de mi alegría, o lo causó el trabajo corporal mi mucho dormir, o la gloria y placer del ánimo? Y no me maravillo que lo uno y lo otro se juntasen a cerrar los candados de mis ojos, pues trabajé con el cuerpo y persona y holgué con el espíritu y sentido la pasada noche. Muy cierto es que la tristeza acarrea pensamiento, y el mucho pensar impide el sueño, como a mí estos días es acaecido con la desconfianza que tenía de la mayor gloria, que ya poseo. ¡Oh señora y amor mío, Melibea! ¿Qué piensas ahora? ¿Si duermes o estás despierta? ¿Si piensas en mí o en otro? ¿Si estás levantada o acostada? ¡Oh dichoso y bienandante Calisto, si verdad es que no ha sido sueño lo pasado! ¿Soñelo o no? ¿Fue fantaseado o pasó en verdad? Pues no estuve solo; mis criados me acompañaron. Dos eran. Si ellos dicen que pasó, en verdad creerlo he, según derecho. Quiero mandarlos llamar para más confirmar mi gozo. ¡Tristanico, mozos! ¡Tristanico, levántate de ahí!



TRISTÁN.- Señor, levantado estoy.



CALISTO.- Corre, llámame a Sempronio y a Pármeno.



TRISTÁN.- Ya voy, señor.



CALISTO



Duerme y descansa, penado,



desde ahora,



pues te ama tu señora



de su grado.



Venza placer al cuidado



y no le vea,



pues te ha hecho su privado



Melibea.



TRISTÁN.- Señor, no hay ningún mozo en casa.



CALISTO.- Pues abre esas ventanas; verás qué hora es.



TRISTÁN.- Señor, bien de día.



CALISTO.- Pues tórnalas a cerrar y déjame dormir hasta que sea hora de comer.



TRISTÁN.- Quiero bajarme a la puerta por que duerma mi amo sin que ninguno le impida, y a cuantos le buscaren se le negaré. ¡Oh qué grita suena en el mercado! ¿Qué es esto? Alguna justicia se hace o madrugaron a correr toros. No sé qué me diga de tan grandes voces como se dan. De allá viene Sosia, el mozo de espuelas; él me dirá qué es esto. Desgreñado viene el bellaco; en alguna taberna se debe haber revolcado. Y si mi amo le cae en el rastro, mandarle ha dar dos mil palos, que, aunque es algo loco, la pena le hará cuerdo. Parece que viene llorando. ¿Qué es esto, Sosia? ¿Por qué lloras? ¿De dó vienes?



SOSIA.- ¡Oh malaventurado yo! ¡Oh qué pérdida tan grande! ¡Oh deshonra de la casa de mi amo! ¡Oh qué mal día amaneció éste! ¡Oh desdichados mancebos!



TRISTÁN.- ¿Qué es? ¿Qué has? ¿Por qué te matas? ¿Qué mal es éste?



SOSIA.- Sempronio y Pármeno…



TRISTÁN.- ¿Qué dices, Sempronio y Pármeno? ¿Qué es esto, loco? ¡Aclárate más, que me turbas!



SOSIA.- Nuestros compañeros, nuestros hermanos…



TRISTÁN.- O tú estás borracho, o has perdido el seso, o traes alguna mala nueva. ¿No me dices qué es eso que dices de esos mozos?



SOSIA.- Que quedan degollados en la plaza.



TRISTÁN.- ¡Oh mala fortuna la nuestra si es verdad! ¿Vístelos cierto o habláronte?



SOSIA.- Ya sin sentido iban, pero el uno, con harta dificultad, como me sintió que con lloro le miraba, hincó los ojos en mí, alzando las manos al cielo, cuasi dando gracias a Dios y como preguntando si me sentía de su morir. Y en señal de triste despedida abajó su cabeza con lágrimas en los ojos, dando bien a entender que no me había de ver más hasta el día del gran Juicio.



TRISTÁN.- No sentiste bien, que sería preguntarte si estaba presente Calisto. Y pues tan claras señas traes de este cruel dolor, vamos presto con las tristes nuevas a nuestro amo.



SOSIA.- ¡Señor, señor!



CALISTO.- ¿Qué es eso, locos? ¿No os mandé que no me recordaseis?



SOSIA.- Recuerda y levanta, que si tú no vuelves por los tuyos, de caída vamos. Sempronio y Pármeno quedan descabezados en la plaza como públicos malhechores, con pregones que manifestaban su delito.



CALISTO.- ¡Oh válgame Dios! ¿Y qué es esto que me dices? No sé si te crea tan acelerada y triste nueva. ¿Vístelos tú?



SOSIA.- Yo los vi.



CALISTO.- Cata, mira qué dices, que esta noche han estado conmigo.



SOSIA.- Pues madrugaron a morir.



CALISTO.- ¡Oh mis leales criados! ¡Oh mis grandes servidores! ¡Oh mis fieles secretarios y consejeros! ¿Puede ser tal cosa verdad? ¡Oh amenguado Calisto, deshonrado quedas para toda tu vida! ¿Qué será de ti, muertos tal par de criados? Dime, por Dios, Sosia, ¿qué fue la causa? ¿Qué decía el pregón? ¿Dónde los tomaron? ¿Qué justicia lo hizo?



SOSIA.- Señor, la causa de su muerte publicaba el cruel verdugo a voces, diciendo: «Manda la justicia mueran los violentos matadores».



CALISTO.- ¿A quién mataron tan presto? ¿Qué puede ser esto? No ha cuatro horas que de mí se despidieron. ¿Cómo se llamaba el muerto?



SOSIA.- Señor, una mujer que se llamaba Celestina.



CALISTO.- ¿Qué me dices?



SOSIA.- Esto que oyes.



CALISTO.- Pues si eso es verdad, mata tú a mí, yo te perdono, que más mal hay que viste ni puedes pensar si Celestina, la de la cuchillada, es la muerta.



SOSIA.- Ella misma es. De más de treinta estocadas la vi llagada, tendida en su casa, llorándola una su criada.



CALISTO.- ¡Oh tristes mozos! ¿Cómo iban? ¿Viéronte? ¿Habláronte?



SOSIA.- ¡Oh señor, que si los vieras, quebraras el corazón de dolor! El uno llevaba todos los sesos de la cabeza fuera, sin ningún sentido. El otro, quebrados entrambos brazos y la cara magullada. Todos llenos de sangre, que saltaron de unas ventanas muy altas por huir del alguacil. Y así, cuasi muertos, les cortaron las cabezas, que creo que ya no sintieron nada.



CALISTO.- Pues yo bien siento mi honra. Pluguiera a Dios que fuera yo ellos y perdiera la vida y no la honra, y no la esperanza de conseguir mi comenzado propósito, que es lo que más, en este caso desastrado, siento.¡Oh mi triste nombre y fama, cómo andas al tablero de boca en boca! ¡Oh mis secretos más secretos, cuán públicos andaréis por las plazas y mercados! ¿Qué será de mí? ¿A dónde iré? Que salga allá, a los muertos no puedo ya remediar. Que me esté aquí, parecerá cobardía. ¿Qué consejo tomaré? Dime, Sosia, ¿qué era la causa por que la mataron?



SOSIA.- Señor, aquella su criada, dando voces, llorando su muerte la publicaba a cuantos la querían oír, diciendo que porque no quiso partir con ellos una cadena de oro que tú le diste.



CALISTO.- ¡Oh día de congoja, oh fuerte tribulación, y en que anda mi hacienda de mano en mano y mi nombre de lengua en lengua! Todo será público cuanto con ella y con ellos hablaba, cuanto de mí sabían, el negocio en que andaban. No osaré salir ante gentes. ¡Oh pecadores de mancebos, padecer por tan súbito desastre! ¡Oh mi gozo, cómo te vas disminuyendo! Proverbio es antiguo que de muy alto grandes caídas se dan. Mucho había anoche alcanzado; mucho tengo hoy perdido. Rara es la bonanza en el piélago. Yo estaba en título de alegre si mi ventura quisiera tener quedos los ondosos vientos de mi perdición. ¡Oh fortuna, cuánto y por cuántas partes me has combatido! Pues, por más que sigas mi morada y seas contraria a mi persona, las adversidades con igual ánimo se han de sufrir, y en ellas se prueba el corazón recio o flaco. No hay mejor toque para conocer qué quilates de virtud o esfuerzo tiene el hombre, pues por más mal y daño que me venga, no dejaré de cumplir el mandado de aquella por quien todo esto se ha causado, que más me va en conseguir la ganancia de la gloria que espero que en la pérdida de morir los que murieron. Ellos eran sobrados y esforzados, ahora o en otro tiempo de pagar habían. La vieja era mala y falsa, según parece, que hacía trato con ellos, y así que riñeron sobre la capa del justo. Permisión fue divina que así acabase en pago de muchos adulterios que por su intercesión o causa son cometidos. Quiero hacer aderezar a Sosia y a Tristanico. Irán conmigo este tan esperado camino; llevarán escalas, que son altas las paredes. Mañana haré que vengo de fuera, si pudiere vengar estas muertes; si no, pagaré mi inocencia con mi fingida ausencia o me fingiré loco, por mejor gozar de este sabroso deleite de mis amores, como hizo aquel gran capitán Ulises por evitar la batalla troyana y holgar con Penélope, su mujer.





ACTO XIV





ARGUMENTO DEL DECIMOCUARTO ACTO



Está Melibea muy afligida hablando con Lucrecia sobre la tardanza de Calisto, el cual le había hecho voto de venir en aquella noche a visitarla, lo cual cumplió, y con él vinieron Sosia y Tristán. Y después que cumplió su voluntad, volvieron todos a la posada. Y Calisto se retrae en su palacio y quéjase por haber estado tan poca cuantidad de tiempo con Melibea. Y ruega a Febo que cierre sus rayos, para haber de restaurar su deseo.



MELIBEA, LUCRECIA,SOSIA, TRISTÁN, CALISTO.



MELIBEA.- Mucho se tarda aquel caballero que esperamos. ¿Qué crees tú o sospechas de su estada, Lucrecia?



LUCRECIA.- Señora, que tiene justo impedimento y que no es en su mano venir más presto.



MELIBEA.- Los ángeles sean en su guarda, su persona esté sin peligro, que su tardanza no me da pena. Mas, cuitada, pienso muchas cosas que desde su casa acá le podrían acaecer. ¿Quién sabe si él, con voluntad de venir al prometido plazo en la forma que los tales mancebos a las tales horas suelen andar, fue topado de los alguaciles nocturnos y, sin le conocer, le han acometido, el cual por se defender los ofendió o es de ellos ofendido? ¿O si, por caso, los ladradores perros con sus crueles dientes, que ninguna diferencia saben hacer ni acatamiento de personas, le hayan mordido? ¿O si ha caído en alguna calzada u hoyo, donde algún daño le viniese? Mas, ¡oh mezquina de mí!, ¿qué son estos inconvenientes que el concebido amor me pone delante y los atribulados imaginamientos me acarrean? No plega a Dios que ninguna de estas cosas sea, antes esté cuanto le placerá sin verme. Mas oye, oye, que pasos suenan en la calle y aun parece que hablan de esta otra parte del huerto.



SOSIA.- Arrima esa escalera, Tristán, que éste es el mejor lugar, aunque alto.



TRISTÁN.- Sube, señor. Yo iré contigo, porque no sabemos quién está dentro. Hablando están.



CALISTO.- Quedaos, locos, que yo entraré solo, que a mi señora oigo.



MELIBEA.- Es tu sierva, es tu cautiva, es la que más tu vida que la suya estima. ¡Oh mi señor!, no saltes de tan alto, que me moriré en verlo; baja, baja poco a poco por el escala; no vengas con tanta presura.



CALISTO.- ¡Oh angélica imagen! ¡Oh preciosa perla ante quien el mundo es feo! ¡Oh mi señora y mi gloria! En mis brazos te tengo y no lo creo. Mora en mi persona tanta turbación de placer que me hace no sentir todo el gozo que poseo.



MELIBEA.- Señor mío, pues me fié en tus manos, pues quise cumplir tu voluntad, no sea de peor condición por ser piadosa que si fuera esquiva y sin misericordia. No quieras perderme por tan breve deleite y en tan poco espacio, que las mal hechas cosas, después de cometidas, más presto se pueden reprehender que enmendar. Goza de lo que yo gozo, que es ver y llegar a tu persona; no pidas ni tomes aquello que, tomado, no será en tu mano volver. Guarte, señor, de dañar lo que con todos tesoros del mundo no se restaura.



CALISTO.- Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué sería, cuando me la diesen, desecharla? Ni tú, señora, me lo mandaras, ni yo lo podría acabar conmigo. No me pidas tal cobardía. No es hacer tal cosa de ninguno que hombre sea, mayormente amando como yo. Nadando por este fuego de tu deseo toda mi vida, ¿no quieres que me arrime al dulce puerto a descansar de mis pasados trabajos?

 



MELIBEA.- Por mi vida, que aunque hable tu lengua cuanto quisiere, no obren las manos cuanto pueden. Está quedo, señor mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo exterior, de esto que es propio fruto de amadores; no me quieras robar el mayor don que la natura me ha dado. Cata que del buen pastor es propio tresquilar sus ovejas y ganado, pero no destruirlo y estragarlo.



CALISTO.- ¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi pasión? ¿Para penar de nuevo? ¿Para tornar el juego de comienzo? Perdona, señora, a mis desvergonzadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa con su indignidad y poco merecer. Ahora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y lindas y delicadas carnes.



MELIBEA.- Apártate allá, Lucrecia.



CALISTO.- ¿Por qué, mi señora? Bien me huelgo que estén semejantes testigos de mi gloria.



MELIBEA.- Yo no los quiero de mi yerro. Si pensara que tan desmesuradamente te habías de haber conmigo, no fiara mi persona de tu cruel conversación.



SOSIA.- Tristán, bien oyes lo que pasa. ¿En qué términos anda el negocio?



TRISTÁN.- Oigo tanto que juzgo a mi amo por el más bienaventurado hombre que nació, y por mi vida que, aunque soy muchacho, que diese tan buena cuenta como mi amo.



SOSIA.- Para con tal joya quienquiera se tendría manos, pero con su pan se la coma, que bien caro le cuesta: dos mozos entraron en la salsa de estos amores.



TRISTÁN.- Ya los tiene olvidados. ¡Dejaos morir sirviendo a ruines, haced locuras en confianza de su defensión! Viviendo con el Conde que no matase al hombre, me daba mi madre por consejo. Veslos a ellos alegres y abrazados, y sus servidores con harta mengua degollados.



MELIBEA.- ¡Oh mi vida y mi señor! ¿Cómo has querido que pierda el nombre y corona de virgen por tan breve deleite? ¡Oh pecadora de ti! Mi madre, si de tal cosa fueses sabedora, ¡cómo tomarías de grado tu muerte y me la darías a mí por fuerza! ¡Cómo serías cruel verdugo de tu propia sangre! ¡Cómo sería yo fin quejosa de tus días! ¡Oh mi padre honrado, cómo he dañado tu fama y dado causa y lugar a quebrantar tu casa! ¡Oh traidora de mí, cómo no miré primero el gran yerro que se seguía de tu entrada, el gran peligro que esperaba!



SOSIA.- ¡Antes quisiera yo oírte esos milagros! Todas sabéis esa oración después que no puede dejar de ser hecho. ¡Y el bobo de Calisto que se lo escucha!



CALISTO.- Ya quiere amanecer. ¿Qué es esto? No parece que ha una hora que estamos aquí y da el reloj las tres.



MELIBEA.- Señor, por Dios, pues ya todo queda por ti, pues soy tu dueña, pues ya no puedes negar mi amor, no me niegues tu vista, mas, las noches que ordenares sea tu venida por este secreto lugar, a la misma hora, por que siempre te espere apercibida del gozo con que quedo, esperando las venideras noches. Y por el presente, vete con Dios, que no serás visto, que hace muy oscuro, ni yo en casa sentida, que aún no amanece.



CALISTO.- Mozos, poned el escala.



SOSIA.- Señor, vesla aquí. Baja.



MELIBEA.- Lucrecia, vente acá, que estoy sola. Aquel señor mío es ido. Conmigo deja su corazón; consigo lleva el mío. ¿Hasnos oído?



LUCRECIA.- No, señora, que durmiendo he estado.



SOSIA.- Tristán, debemos ir muy callando, porque suelen levantarse a esta hora los ricos, los codiciosos de temporales bienes, los devotos de templos, monasterios e iglesias, los enamorados como nuestro amo, los trabajadores de los campos y labranzas, y los pastores, que en este tiempo traen las ovejas a estos apriscos a ordeñar, y podría ser que cogiesen de pasada alguna razón por do toda su honra y la de Melibea se turbase.



TRISTÁN.- ¡Oh simple rascacaballos, dices que callemos y nombras su nombre de ella! ¡Bueno eres para adalid o para regir gente en tierra de moros de noche! Así que, prohibiendo, permites; encubriendo, descubres; asegurando, ofendes; callando, voceas y pregonas; preguntando, respondes. Pues tan sutil y discreto eres, ¿no me dirás en qué mes cae Santa María de agosto, por que sepamos si hay harta paja en casa que comas hogaño?



CALISTO.- Mis cuidados y los de vosotros no son todos unos. Entrad callando, no nos sientan en casa. Cerrad esa puerta y vamos a reposar, que yo me quiero subir solo a mi cámara. Yo me desarmaré. Id vosotros a vuestras camas.



CALISTO.- ¡Oh mezquino yo, cuánto me es agradable de mi natural la solicitud y silencio y oscuridad! No sé si lo causa que me vino a la memoria la traición que hice en me despartir de aquella señora que tanto amo hasta que más fuera de día, o el dolor de mi deshonra. ¡Ay, ay!, que esto es, esta herida es la que siento, ahora que se ha resfriado, ahora que está helada la sangre que ayer hervía, ahora que veo la mengua de mi casa, la falta de mi servicio, la perdición de mi patrimonio, la infamia que tiene mi persona, de la muerte de mis criados se ha seguido. ¿Qué hice? ¿En qué me detuve? ¿Cómo me pude sufrir que no me mostré luego presente como hombre injuriado, vengador, soberbio y acelerado de la manifiesta injusticia que me fue hecha? ¡Oh mísera suavidad de esta brevísima vida!, ¿quién es de ti tan codicioso que no quiera más morir luego que gozar un año de vida denostado y prorrogarle con deshonra, corrompiendo la buena fama de los pasados? Mayormente que no hay hora cierta ni limitada, ni aun un solo momento. Deudores somos sin tiempo, contino estamos obligados a pagar luego. ¿Por qué no salí a inquirir siquiera la verdad de la secreta causa de mi manifiesta perdición? ¡Oh breve deleite mundano, cómo duran poco y cuestan mucho tus dulzores! No se compra tan caro el arrepentir. ¡Oh triste yo!, ¿cuándo se restaurará tan grande pérdida? ¿Qué haré? ¿Qué consejo tomaré? ¿A quién descubriré mi mengua? ¿Por qué lo celo a los otros mis servidores y parientes? Tresquílanme en consejo y no lo saben en mi casa. Salir quiero, pero, si salgo para decir que he estado presente, es tarde; si ausente, es temprano. Y para proveer amigos y criados antiguos, parientes y allegados, es menester tiempo, y para buscar armas y otros aparejos de venganza. ¡Oh cruel juez, y qué mal pago me has dado del pan que de mi padre comiste! Yo pensaba que pudiera con tu favor matar mil hombres sin temor de castigo, ¡inicuo falsario, perseguidor de verdad, hombre de bajo suelo! Bien dirán por ti que te hizo alcalde mengua de hombres buenos. Miraras que tú y los que mataste en servir a mis pasados y a mí erais compañeros. Mas, cuando el vil está rico, no tiene pariente ni amigo. ¡Quién pensara que tú me habías de destruir! No hay, cierto, cosa más empecible que el incogitado enemigo. ¿Por qué quisiste que dijesen «del monte sale con que se arde» y «que crié cuervo que me sacase el ojo»? Tú eres público delincuente y mataste a los que son privados. Y pues sabe que menor delito es el privado que el público, menor su utilidad, según las leyes de Atenas disponen, las cuales no son escritas con sangre; antes muestran que es menor yerro no condenar los malhechores que punir los inocentes. ¡Oh cuán peligroso es seguir justa causa delante injusto juez! Cuánto más este exceso de mis criados, que no carecía de culpa. Pues mira, si mal has hecho, que hay sindicado en el cielo y en la tierra. Así que a Dios y al rey serás reo, y a mí capital enemigo. ¿Que pecó el uno por lo que hizo el otro? ¿Que por sólo ser su compañero los mataste a entrambos? Pero, ¿qué digo? ¿Con quién hablo? ¿Estoy en mi seso? ¿Qué es esto, Calisto? ¿Soñabas, duermes o velas? ¿Estás en pie o acostado? Cata que estás en tu cámara. ¿No ves que el ofendedor no está presente? ¿Con quién lo has? Torna en ti. Mira que nunca los ausentes se hallaron justos, oye entrambas partes para sentenciar. ¿No ves que por ejecutar la justicia no había de mirar amistad ni deudo ni crianza? ¿No miras que la ley tiene de ser igual a todos? Mira que Rómulo, el primer cimentador de Roma, mató a su propio hermano porque la ordenada ley traspasó. Mira a Torcuato romano cómo mató a su hijo porque excedió la tribunicia constitución. Otros muchos hicieron lo mismo. Considera que, si aquí presente él estuviese, respondería que hacientes y consintientes merecen igual pena, aunque a entrambos matase por lo que el uno pecó. Y que, si aceleró en su muerte