Za darmo

100 Clásicos de la Literatura

Tekst
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

AREÚSA.- ¡Ay, señor mío, no me trates de tal manera! Ten mesura, por cortesía, mira las canas de aquella vieja honrada, que están presentes. Quítate allá, que no soy de aquellas que piensas. No soy de las que públicamente están a vender sus cuerpos por dinero. Así goce de mí, de casa me salga, si hasta que Celestina mi tía sea ida a mi ropa tocas.

CELESTINA.- ¿Qué es esto, Areúsa? ¿Qué son estas extrañezas y esquivedad, estas novedades y retraimiento? Parece, hija, que no sé yo qué cosa es esto, que nunca vi estar un hombre con una mujer juntos, y que jamás pasé por ello ni gocé de lo que gozas, y que no sé lo que pasan y lo que dicen y hacen. ¡Guay de quien tal oye como yo! Pues avísote, de tanto, que fui errada como tú y tuve amigos, pero nunca el viejo ni la vieja echaba de mi lado, ni su consejo en público ni en mis secretos. Para la muerte que a Dios debo, más quisiera una gran bofetada en mitad de mi cara. Parece que ayer nací, según tu encubrimiento. Por hacerte a ti honesta, me haces a mí necia y vergonzosa, y de poco secreto y sin experiencia. Y me amenguas en mi oficio por alzar a ti en el tuyo. Pues, de cosario a cosario, no se pierden sino los barriles. Más te alabo yo detrás que tú te estimas delante.

AREÚSA.- Madre, si erré, haya perdón, y llégate más acá, y él haga lo que quisiere, que más quiero tener a ti contenta que no a mí; antes me quebraré un ojo que enojarte.

CELESTINA.- No tengo ya enojo, pero dígotelo para adelante. Quedaos a Dios, que voyme sólo porque me hacéis dentera con vuestro besar y retozar, que aún el sabor en las encías me quedó, no lo perdí con las muelas.

AREÚSA.- Dios vaya contigo.

PÁRMENO.- Madre, ¿mandas que te acompañe?

CELESTINA.- Sería quitar a un santo por poner en otro. Acompáñeos Dios, que yo vieja soy, no he temor que me fuercen en la calle.

ELICIA.- El perro ladra. ¿Si viene este diablo de vieja?

CELESTINA.- Ta, ta, ta.

ELICIA.- ¿Quién es? ¿Quién llama?

CELESTINA.- Bájame a abrir, hija.

ELICIA.- Éstas son tus venidas. Andar de noche es tu placer. ¿Por qué lo haces? ¿Qué larga estada fue ésta, madre? Nunca sales para volver a casa, por costumbre lo tienes. Cumpliendo con uno, dejas ciento descontentos. Que has sido hoy buscada del padre de la desposada que llevaste el día de Pascua al racionero; que la quiere casar de aquí a tres días y es menester que la remedies, pues que se lo prometiste, para que no sienta su marido la falta de la virginidad.

CELESTINA.- No me acuerdo, hija, por quién dices.

ELICIA.- ¿Cómo no te acuerdas? Desacordada eres, cierto. ¡Oh cómo caduca la memoria! Pues, por cierto, tú me dijiste, cuando la llevabas, que la habías renovado siete veces.

CELESTINA.- No te maravilles, hija, que quien en muchas partes derrama su memoria, en ninguna la puede tener. Pero dime si tornará.

ELICIA.- ¡Mira si tornará! Tiénete dado una manilla de oro en prendas de tu trabajo, ¿y no había de venir?

CELESTINA.- ¿La de la manilla es? Ya sé por quién dices. ¿Por qué tú no tomabas el aparejo y comenzabas a hacer algo? Pues en aquellas tales te habías de avezar y de probar, de cuantas veces me lo has visto hacer. Si no, ¡ay!, te estarás toda tu vida hecha bestia sin oficio ni renta. Y cuando seas de mi edad, llorarás la holgura de ahora, que la mocedad ociosa acarrea la vejez arrepentida y trabajosa. Hacíalo yo mejor cuando tu abuela, que Dios haya, me mostraba este oficio, que, a cabo de un año, sabía más que ella.

ELICIA.- No me maravillo, que muchas veces, como dicen, al maestro sobrepuja el buen discípulo. Y no va esto sino en la gana con que se aprende. Ninguna esciencia es bien empleada en el que no le tiene afición. Yo le tengo a este oficio odio, tú mueres tras ello.

CELESTINA.- Tú te lo dirás todo. Pobre vejez quieres. ¿Piensas que nunca has de salir de mi lado?

ELICIA.- Por Dios, dejemos enojo y al tiempo el consejo. Hayamos mucho placer. Mientras hoy tuviéremos de comer no pensemos en mañana. También se muere el que mucho allega como el que pobremente vive, y el doctor como el pastor, y el Papa como el sacristán, y el señor como el siervo, y el de alto linaje como el bajo. Y tú con oficio, como yo sin ninguno, no habemos de vivir para siempre. Gocemos y holguemos, que la vejez pocos la ven, y de los que la ven, ninguno murió de hambre. No quiero en este mundo sino día y victo y parte en paraíso. Aunque los ricos tienen mejor aparejo para ganar la gloria que quien poco tiene, no hay ninguno contento, no hay quien diga harto tengo, no hay ninguno que no trocase mi placer por sus dineros. Dejemos cuidados ajenos y acostémonos, que es hora, que más me engordará un buen sueño sin temor que cuanto tesoro hay en Venecia.

ACTO VIII

ARGUMENTO DEL OCTAVO ACTO

La mañana viene. Despierta Pármeno. Despedido de Areúsa, va para casa de Calisto, su señor. Halló a la puerta a Sempronio. Conciertan su amistad. Van juntos a la cámara de Calisto. Hállanle hablando consigo mismo. Levantado, va a la iglesia.

SEMPRONIO, PÁRMENO, AREÚSA, CALISTO.

PÁRMENO.- ¿Amanece o qué es esto, que tanta claridad está en esta cámara?

AREÚSA.- ¡Qué amanecer! Duerme, señor, que aún ahora nos acostamos. No he yo pegado bien los ojos, ¿ya había de ser de día? Abre, por Dios, esa ventana de tu cabecera y verlo has.

PÁRMENO.- En mi seso estoy yo, señora, que es de día claro, en ver entrar luz entre las puertas. ¡Oh, traidor de mí, en qué gran falta he caído con mi amo! De mucha pena soy digno. ¡Oh, qué tarde que es!

AREÚSA.- ¿Tarde?

PÁRMENO.- ¡Y muy tarde!

AREÚSA.- Pues, así gocé de mi alma, no se me ha quitado el mal de la madre. No sé cómo pueda ser.

PÁRMENO.- Pues, ¿qué quieres, mi vida?

AREÚSA.- Que hablemos en mi mal.

PÁRMENO.- Señora mía, si lo hablado no basta, lo que más es necesario me perdona, porque es ya mediodía. Si voy más tarde, no seré bien recibido de mi amo. Yo vendré mañana y cuantas veces después mandares, que por eso hizo Dios un día tras otro, por que lo que el uno no bastase, se cumpliese en otro. Y aun por que más nos veamos, reciba de ti esta gracia: que te vayas hoy a las doce del día a comer con nosotros a su casa de Celestina.

AREÚSA.- Que me place de buen grado. Ve con Dios, junta tras ti la puerta.

PÁRMENO.- A Dios te quedes.

PÁRMENO.- ¡Oh placer singular! ¡Oh singular alegría! ¿Cuál hombre es ni ha sido más bienaventurado que yo? ¿Cuál más dichoso y bienandante? ¡Que un tan excelente don sea por mí poseído, y, cuan presto pedido, tan presto alcanzado! Por cierto, si las traiciones de esta vieja con mi corazón yo pudiese sufrir, de rodillas había de andar a la complacer. ¿Con qué pagaré yo esto? ¡Oh alto Dios! ¿A quién contaría yo este gozo? ¿A quién descubriría tan gran secreto? ¿A quién daré parte de mi gloria? Bien me decía la vieja que de ninguna prosperidad es buena la posesión sin compañía. El placer no comunicado no es placer. ¿Quién sentiría esta mi dicha como yo la siento? A Sempronio veo a la puerta de casa. -E IIv- Mucho ha madrugado. Trabajo tengo con mi amo, si es salido fuera. No será, que no es acostumbrado, pero como ahora no anda en su seso, no me maravillo que haya pervertido su costumbre.

SEMPRONIO.- Pármeno, hermano, si yo supiese aquella tierra donde se gana el sueldo durmiendo, mucho haría por ir allá, que no daría ventaja a ninguno. Tanto ganaría como otro cualquiera. Y, ¿cómo, holgazán, descuidado, fuiste para no tornar? No sé qué crea de tu tardanza, sino que te quedaste a escalentar la vieja esta noche o a rascarle los pies, como cuando chiquito.

PÁRMENO.- ¡Oh Sempronio, amigo y más que hermano! Por Dios, no corrompas mi placer, no mezcles tu ira con mi sufrimiento, no revuelvas tu descontentamiento con mi descanso, no agües con tan turbia agua el claro licor del pensamiento que traigo, no enturbies con tus envidiosos castigos y odiosas reprehensiones mi placer. Recíbeme con alegría y contarte he maravillas de mi buena andanza pasada.

SEMPRONIO.- Dilo, dilo. ¿Es algo de Melibea? ¿Hasla visto?

PÁRMENO.- ¡Qué de Melibea! Es de otra que yo más quiero, y aun tal que, si no estoy engañado, puede vivir con ella en gracia y hermosura. Sí, que no se encerró el mundo y todas sus gracias en ella.

SEMPRONIO.- ¿Qué es esto, desvariado? Reírme querría, sino que no puedo. ¿Ya todos amamos? El mundo se va a perder. Calisto a Melibea, yo a Elicia, tú, de envidia has buscado con quien perder ese poco de seso que tienes.

PÁRMENO.- ¿Luego locura es amar y yo soy loco y sin seso? Pues si la locura fuese dolores, en cada casa habría voces.

SEMPRONIO.- Según tu opinión, sí eres, que yo te he oído dar consejos vanos a Calisto y contradecir a Celestina en cuanto habla. Y, por impedir mi provecho y el suyo, huelgas de no gozar tu parte. Pues a las manos me has venido donde te podré dañar, y lo haré.

PÁRMENO.- No es, Sempronio, verdadera fuerza ni poderío dañar y empecer, mas aprovechar y guarecer, y muy mayor quererlo hacer. Yo siempre te tuve por hermano. No se cumpla, por Dios, en ti lo que se dice, que pequeña causa desparte conformes amigos. Muy mal me tratas. No sé dónde nazca este rencor. No me indignes, Sempronio, con tan lastimeras razones. Cata que es muy rara la paciencia que agudo baldón no penetre y traspase.

SEMPRONIO.- No digo mal en esto, sino que se eche otra sardina para el mozo de caballos, pues tú tienes amiga.

PÁRMENO.- Estás enojado. Quiérote sufrir, aunque más mal me trates, pues dicen que ninguna humana pasión es perpetua ni durable.

SEMPRONIO.- Más maltratas tú a Calisto, aconsejando a él lo que para ti huyes, diciendo que se aparte de amar a Melibea, hecho tablilla de mesón, que para sí no tiene abrigo y dale a todos. ¡Oh Pármeno! Ahora podrás ver cuán fácil cosa es reprehender vida ajena y cuán duro guardar cada cual la suya. No digo más, pues tú eres testigo, y de aquí adelante veremos cómo te has, pues ya tienes tu escudilla como cada cual. Si tú mi amigo fueras, en la necesidad que de ti tuve me habías de favorecer, y ayudar a Celestina en mi provecho, que no hincar un clavo de malicia a cada palabra. Sabe que, como la hez de la taberna despide a los borrachos, así la adversidad o necesidad al fingido amigo. Luego se descubre el falso metal, dorado por encima.

 

PÁRMENO.- Oído lo había decir y por experiencia lo veo: nunca venir placer sin contraria zozobra en esta triste vida. A los alegres, serenos y claros soles, nublados oscuros y pluvias vemos suceder; a los solaces y placeres, dolores y muertes los ocupan; a las risas y deleites, llantos y lloros y pasiones mortales los siguen; finalmente, a mucho descanso y sosiego, mucho pesar y tristeza. ¿Quién podrá tan alegre venir como yo ahora? ¿Quién tan triste recibimiento padecer? ¿Quién verse, como yo me vi, con tanta gloria alcanzada con mi querida Areúsa? ¿Quién caer de ella siendo tan mal tratado tan presto, como yo de ti? Que no me has dado lugar a poderte decir cuánto soy tuyo, cuánto te he de favorecer en todo, cuánto soy arrepiso de lo pasado, cuántos consejos y castigos buenos he recibido de Celestina en tu favor y provecho y de todos; cómo, pues este juego de nuestro amo y Melibea está entre las manos, podemos ahora medrar o nunca.

SEMPRONIO.- Bien me agradan tus palabras, si tales tuvieses las obras, a las cuales espero para haberte de creer. Pero, por Dios, me digas qué es eso que dijiste de Areúsa. Parece que conoces tú a Areúsa, su prima de Elicia.

PÁRMENO.- Pues, ¿qué es todo el placer que traigo, sino haberla alcanzado?

SEMPRONIO.- ¡Cómo se lo dice el bobo, de risa no puede hablar! ¿A qué llamas haberla alcanzado? ¿Estaba a alguna ventana o qué es eso?

PÁRMENO.- A ponerla en duda si queda preñada o no.

SEMPRONIO.- Espantado me tienes. Mucho puede el continuo trabajo; una continua gotera horada una piedra.

PÁRMENO.- Verás qué tan continuo, que ayer lo pensé, ya la tengo por mía.

SEMPRONIO.- ¡La vieja anda por ahí!

PÁRMENO.- ¿En qué lo ves?

SEMPRONIO.- Que ella me había dicho que te quería mucho y que te la haría haber. Dichoso fuiste, no hiciste sino llegar y recaudar. Por esto dicen más vale a quien Dios ayuda, que quien mucho madruga. Pero tal padrino tuviste…

PÁRMENO.- Di madrina, que es más cierto. Así que quien a buen árbol se arrima… Tarde fui, pero temprano recaudé. ¡Oh hermano!, ¿qué te contaría de sus gracias de aquella mujer, de su habla y hermosura de cuerpo? Pero quede para más oportunidad.

SEMPRONIO.- ¿Puede ser sino prima de Elicia? No me dirás tanto, cuanto estotra no tenga más. Todo te creo. Pero, ¿qué te cuesta? ¿Hasle dado algo?

PÁRMENO.- No, cierto. Mas, aunque hubiera, era bien empleado. De todo bien es capaz. En tanto son las tales tenidas cuanto caras son compradas; tanto valen cuanto cuestan. Nunca mucho costó poco, sino a mí esta señora. A comer la convidé para casa de Celestina y, si te place, vamos todos allá.

SEMPRONIO.- ¿Quién, hermano?

PÁRMENO.- Tú y ella, y allá está la vieja, y Elicia. Habremos placer.

SEMPRONIO.- ¡Oh Dios, y cómo me has alegrado! Franco eres, nunca te faltaré. Como te tengo por hombre, como creo que Dios te ha de hacer bien, todo el enojo que de tus pasadas -E IIIv- hablas tenía, se me ha tornado en amor. No dudo ya tu confederación con nosotros ser la que debe. Abrazarte quiero. Seamos como hermanos. ¡Vaya el diablo para ruin…! Sea lo pasado cuestión de San Juan, y así paz para todo el año, que las iras de los amigos siempre suelen ser reintegración del amor. Comamos y holguemos, que nuestro amo ayunará por todos.

PÁRMENO.- ¿Y qué hace el desesperado?

SEMPRONIO.- Allí está tendido en el estrado cabe la cama, donde le dejaste anoche, que ni ha dormido ni está despierto. Si allá entro, ronca; si me salgo, canta o devanea. No le tomo tiento si con aquello pena o descansa.

PÁRMENO.- ¿Qué dices? ¿Y nunca me ha llamado ni ha tenido memoria de mí?

SEMPRONIO.- No se acuerda de sí, ¿acordarse ha de ti?

PÁRMENO.- Aun hasta en esto me ha corrido buen tiempo. Pues así es, mientras recuerda, quiero enviar la comida, que la aderecen.

SEMPRONIO.- ¿Qué has pensado enviar para que aquellas loquillas te tengan por hombre cumplido, bien criado y franco?

PÁRMENO.- En casa llena, presto se adereza cena. De lo que hay en la despensa basta para no caer en falta: pan blanco, vino de Monviedro, un pernil de tocino; y más seis pares de pollos que trajeron estotro día los renteros de nuestro amo, que si los pidiere, harele creer que los ha comido; y las tórtolas que mandó para hoy guardar diré que hedían. Tú serás testigo. Tendremos manera como a él no haga mal lo que de ellas comiere, y nuestra mesa esté como es razón. Y allá hablaremos más largamente en su daño y nuestro provecho con la vieja cerca de estos amores.

SEMPRONIO.- ¡Más dolores!, que por fe tengo que de muerto o loco no escapa esta vez. Pues que así es, despacha. Subamos a ver qué hace.

CALISTO

En gran peligro me veo:

en mi muerte no hay tardanza,

pues que me pide el deseo

lo que me niega esperanza.

PÁRMENO.- Escucha, escucha, Sempronio. Trovando está nuestro amo.

SEMPRONIO.- ¡Oh hideputa, él trovador! El gran Antípater Sidonio, el gran poeta Ovidio, los cuales de improviso se les venían las razones metrificadas a la boca. ¡Sí, sí, de ésos es! ¡Trovará el diablo! Está devaneando entre sueños.

CALISTO

Corazón, bien se te emplea

que penes y vivas triste,

pues tan presto te venciste

del amor de Melibea.

PÁRMENO.- ¿No digo yo que trova?

CALISTO.- ¿Quién habla en la sala? ¡Mozos!

PÁRMENO.- Señor.

CALISTO.- ¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?

PÁRMENO.- ¡Mas ya es, señor, tarde para levantar!

CALISTO.- ¿Qué dices, loco? ¿Toda la noche es pasada?

PÁRMENO.- Y aun harta parte del día.

CALISTO.- Di, Sempronio, ¿miente ese desvariado que me hace creer que es de día?

SEMPRONIO.- Olvida, señor, un poco a Melibea y verás la claridad, que con la mucha que en su gesto contemplas, no puedes ver de encandilado, como perdiz con la calderuela.

CALISTO.- Ahora lo creo, que tañen a misa. Daca mis ropas, iré a la Magdalena, rogaré a Dios aderece a Celestina y ponga en corazón a Melibea mi remedio o dé fin en breve a mis tristes días.

SEMPRONIO.- No te fatigues tanto. No lo quieras todo en una hora, que no es de discretos desear con grande eficacia lo que se puede tristemente acabar. Si tú pides que se concluya en un día lo que en un año sería harto, no es mucha tu vida.

CALISTO.- ¿Quieres decir que soy como el mozo del escudero gallego?

SEMPRONIO.- No mande Dios que tal cosa yo diga, que eres mi señor. Y demás de esto, sé que, como me galardonas el buen consejo, me castigarías lo mal hablado, aunque dicen que no es igual la alabanza del servicio o buena habla con la reprehensión y pena de lo mal hecho o hablado.

CALISTO.- No sé quién te avezó tanta filosofía, Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor, no es todo blanco aquello que de negro no tiene semejanza; ni es todo oro cuanto amarillo reluce. Tus acelerados deseos, no medidos por razón, hacen parecer claros mis consejos. Quisieras tú ayer que te trajeran a la primera habla amanojada y envuelta en su cordón a Melibea, como si hubieras enviado por otra cualquiera mercaduría a la plaza, en que no hubiera más trabajo de llegar y pagarla. Da, señor, alivio al corazón, que en poco espacio de tiempo no cabe gran bienaventuranza. Un solo golpe no derriba un roble. Apercíbete con sufrimiento, porque la prudencia es cosa loable y el apercibimiento resiste el fuerte combate.

CALISTO.- Bien has dicho, si la cualidad de mi mal lo consintiese.

SEMPRONIO.- ¿Para qué, señor, es el seso, si la voluntad priva a la razón?

CALISTO.- ¡Oh loco, loco! Dice el sano al doliente, «Dios te dé salud». No quiero consejo ni esperarte más razones, que más avivas y enciendes las llamas que me consumen. Yo me voy solo a misa y no tornaré a casa hasta que me llaméis, pidiéndome albricias de mi gozo con la buena venida de Celestina. Ni comeré hasta entonces, aunque primero sean los caballos de Febo apacentados en aquellos verdes prados que suelen, cuando han dado fin a su jornada.

SEMPRONIO.- Deja, señor, esos rodeos, deja esas poesías, que no es habla conveniente la que a todos no es común, la que todos no participan, la que pocos entienden. Di «aunque se ponga el sol» y sabrán todos lo que dices, y come alguna conserva con que tanto espacio de tiempo te sostengas.

CALISTO.- Sempronio, mi fiel criado, mi buen consejero, mi leal servidor, sea como a ti te parece, porque cierto tengo, según tu limpieza de servicio, quieres tanto mi vida como la tuya.

SEMPRONIO.- ¿Créeslo tú, Pármeno? Bien sé que no lo jurarías. Acuérdate, si fueres por conserva, apañes un bote para aquella gentecilla que nos va más y a buen entendedor… En la bragueta cabrá.

CALISTO.- ¿Qué dices, Sempronio?

SEMPRONIO.- Dije, señor, a Pármeno que fuese por una tajada de diacitrón.

PÁRMENO.- Hela aquí, señor.

CALISTO.- Daca.

SEMPRONIO.- Verás qué engullir hace el diablo. Entero lo quiere tragar por más aprisa hacer.

CALISTO.- El alma me ha tornado. Quedaos con Dios, hijos. Esperad la vieja e id por buenas albricias.

PÁRMENO.- ¡Allá irás con el diablo, tú y malos años, y en tal hora comieses el diacitrón como Apuleyo el veneno que lo convirtió en asno!

ACTO IX

ARGUMENTO DEL NOVENO ACTO

Sempronio y Pármeno van a casa de Celestina, entre sí hablando. Llegados allá, hallan a Elicia y Areúsa. Pónense a comer, y entre comer riñe Elicia con Sempronio. Levántase de la mesa. Tórnanla apaciguar. Estando ellos todos entre sí razonando, viene Lucrecia, criada de Melibea, a llamar a Celestina que vaya a estar con Melibea.

SEMPRONIO,PÁRMENO, ELICIA, CELESTINA, AREÚSA, LUCRECIA.

SEMPRONIO.- Baja, Pármeno, nuestras capas y espadas, si te parece que es hora que vamos a comer.

PÁRMENO.- Vamos presto. Ya creo que se quejarán de nuestra tardanza. No por esta calle, sino por estotra, por que nos entremos por la iglesia y veremos si hubiere acabado Celestina sus devociones. Llevarla hemos de camino.

SEMPRONIO.- ¡A donosa hora ha de estar rezando!

PÁRMENO.- No se puede decir sin tiempo hecho lo que en todo tiempo se puede hacer.

SEMPRONIO.- Verdad es, pero mal conoces a Celestina. Cuando ella tiene que hacer, no se acuerda de Dios ni cura de santidades. Cuando hay qué roer en casa, sanos están los santos; cuando va a la iglesia con sus cuentas en la mano, no sobra el comer en casa. Aunque ella te crió, mejor conozco yo sus propiedades que tú. Lo que en sus cuentas reza es los virgos que tiene a cargo y cuántos enamorados hay en la ciudad, y cuántas mozas tiene encomendadas, y qué despenseros le dan ración, y cuál mejor, y cómo les llaman por nombre, por que cuando los encontrare no hable como extraña; y qué canónigo es más mozo y franco. Cuando menea los labios es fingir mentiras, ordenar cautelas para haber dinero: «Por aquí le entraré, esto me responderá, esto replicaré». Así vive esta que nosotros mucho honramos.

PÁRMENO.- Más que eso sé yo; sino porque te enojaste esotro día no quiero hablar, cuando lo dije a Calisto.

SEMPRONIO.- Aunque lo sepamos para nuestro provecho, no lo publiquemos para nuestro daño. Saberlo nuestro amo es echarla por quien es y no curar de ella. Dejándola, vendrá forzado otra, de cuyo trabajo no esperemos parte, como de ésta, que de grado o por fuerza nos dará de lo que le diere.

PÁRMENO.- Bien has dicho. Calla, que está abierta la puerta. En casa está. Llama antes que entres, que por ventura están revueltas y no querrán ser así vistas.

SEMPRONIO.- Entra, no cures, que todos somos de casa. Ya ponen la mesa.

CELESTINA.- ¡Oh mis enamorados, mis perlas de oro! Tal me venga el año cual me parece vuestra venida.

PÁRMENO.- ¡Qué palabras tiene la noble! Bien ves, hermano, estos halagos fingidos.

SEMPRONIO.- Déjala, que de eso vive, que no sé quién diablos le mostró tanta ruindad.

 

PÁRMENO.- La necesidad y pobreza, la hambre, que no hay mejor maestra en el mundo, no hay mejor despertadora y avivadora de ingenios. ¿Quién mostró a las picazas y papagayos imitar nuestra propia habla con sus arpadas lenguas, nuestro órgano y voz, sino ésta?

CELESTINA.- ¡Muchachas, muchachas! ¡Bobas! Andad acá abajo, ¡presto, presto!, que están aquí dos hombres que me quieren forzar.

ELICIA.- ¡Mas nunca acá vinieran! ¡Y mucho convidar con tiempo, que ha tres horas que está aquí mi prima! Este perezoso de Sempronio habrá sido causa de la tardanza, que no ha ojos por do verme.

SEMPRONIO.- Calla, mi señora, mi vida, mis amores, que quien a otro sirve no es libre. Así que sujeción me releva de culpa. No hayamos enojo, asentémonos a comer.

ELICIA.- ¡Así, para asentar a comer, muy diligente! ¡A mesa puesta con tus manos lavadas y poca vergüenza!

SEMPRONIO.- Después reñiremos; comamos ahora. Asiéntate, madre Celestina, tú primero.

CELESTINA.- Asentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar hay para todos, a Dios gracias. Tanto nos diesen del paraíso cuando allá vamos. Poneos en orden, cada uno cabe la suya; yo, que estoy sola, pondré cabe mí este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo. Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar, porque quien la miel trata siempre se le pega de ella. Pues de noche, en invierno, no hay tal escalentador de cama. Que con dos jarrillos de éstos que beba, cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche. De esto ahorro todos mis vestidos cuando viene la Navidad; esto me calienta la sangre; esto me sostiene contino en un ser; esto me hace andar siempre alegre; esto me para fresca; de esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año, que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días. Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral; esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza; pone color al descolorido; coraje al cobarde; al flojo diligencia; conforta los celebros; saca el frío del estómago; quita el hedor del anhélito; hace potentes los fríos; hace sufrir los afanes de las labranzas; a los cansados segadores hace sudar toda agua mala; sana el romadizo y las muelas; sostiene sin heder en la mar, lo cual no hace el agua. Más propiedades te diría de ello que todos tenéis cabellos. Así que no sé quién no se goce en mentarlo. No tiene sino -E Vv- una tacha, que lo bueno vale caro y lo malo hace daño. Así que, con lo que sana el hígado, enferma la bolsa. Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para eso poco que bebo, una sola docena de veces a cada comida. No me harán pasar de allí salvo si no soy convidada como ahora.

PÁRMENO.- Madre, pues tres veces dicen que es bueno y honesto todos los que escribieron.

CELESTINA.- Hijo, estará corrupta la letra, por «trece», «tres».

SEMPRONIO.- Tía señora, a todos nos sabe bien, comiendo y hablando, porque después no habrá tiempo para entender en los amores de este perdido de nuestro amo y de aquella graciosa y gentil Melibea.

ELICIA.- ¡Apártateme allá, desabrido, enojoso! ¡Mal provecho te haga lo que comes, tal comida me has dado! Por mi alma, revesar quiero cuanto tengo en el cuerpo, de asco de oírte llamar a aquélla «gentil». ¡Mirad quién «gentil»! ¡Jesú, Jesú, y qué hastío y enojo es ver tu poca vergüenza! ¿A quién «gentil»? ¡Mal me haga Dios si ella lo es ni tiene parte de ello, sino que hay ojos que de lagañas se agradan! Santiguarme quiero de tu necedad y poco conocimiento. ¡Oh quién estuviese de gana para disputar contigo su hermosura y gentileza! ¿Gentil es Melibea? Entonces lo es, entonces acertarán cuando andan a pares los diez mandamientos. Aquella hermosura, por una moneda se compra de la tienda. Por cierto, que conozco yo en la calle donde ella vive cuatro doncellas en quien Dios más repartió su gracia que no en Melibea, que si algo tiene de hermosura es por buenos atavíos que trae. Ponedlos a un palo, ¿también diréis que es «gentil»? Por mi vida, que no lo digo por alabarme, mas creo que soy tan hermosa como vuestra Melibea.

AREÚSA.- Pues no la has tú visto como yo, hermana mía. Dios me lo demande, si en ayunas la topases, si aquel día pudieses comer de asco. Todo el año se está encerrada con mudas de mil suciedades. Por una vez que haya de salir donde pueda ser vista, enviste su cara con hiel y miel, con uvas tostadas e higos pasados, y con otras cosas que por reverencia de la mesa dejo de decir. Las riquezas las hace a éstas hermosas y ser alabadas, que no las gracias de su cuerpo. Que así goce de mí, unas tetas tiene, para ser doncella, como si tres veces hubiese parido. No parecen sino dos grandes calabazas. El vientre no se le he visto, pero, juzgando por lo otro, creo que le tiene tan flojo como vieja de cincuenta años. No sé qué se ha visto Calisto, porque deja de amar a otras que más ligeramente podría haber y con quien más él holgase, sino que el gusto dañado muchas veces juzga por dulce lo amargo.

SEMPRONIO.- Hermana, paréceme aquí que cada buhonero alaba sus agujas, que el contrario de eso se suena por la ciudad.

AREÚSA.- Ninguna cosa es más lejos de la verdad que la vulgar opinión. Nunca alegre vivirás si por voluntad de muchos te riges. Porque éstas son conclusiones verdaderas, que cualquier cosa que el vulgo piensa es vanidad; lo que habla, falsedad; lo que reprueba es bondad; lo que aprueba, maldad. Y pues éste es su más cierto uso y costumbre, no juzgues la bondad y hermosura de Melibea por eso ser la que afirmas.

SEMPRONIO.- Señora, el vulgo parlero no perdona las tachas de sus señores y así yo creo que, si alguna tuviese Melibea, ya sería descubierta de los que con ella más que nosotros tratan. Y aunque lo que dices concediese, Calisto es caballero, Melibea hijadalgo, así que los nacidos por linaje escogidos búscanse unos a otros. Por ende, no es de maravillar que ame antes a ésta que a otra.

AREÚSA.- Ruin sea quien por ruin se tiene. Las obras hacen linaje, que al fin todos somos hijos de Adán y Eva. Procure de ser cada uno bueno por sí y no vaya a buscar en la nobleza de sus pasados la virtud.

CELESTINA.- Hijos, por mi vida, que cesen esas razones de enojo. Y tú, Elicia, que te tornes a la mesa y dejes esos enojos.

ELICIA.- ¡Con tal que mala pro me hiciese, con tal que reventase en comiéndolo! ¿Había yo de comer con ese malvado, que en mi cara me ha porfiado que es más gentil su andrajo de Melibea que yo?

SEMPRONIO.- Calla, mi vida, que tú la comparaste. Toda comparación es odiosa; tú tienes la culpa y no yo.

AREÚSA.- Ven, hermana, a comer, no hagas ahora ese placer a estos locos porfiados, Si no, levantarme he yo de la mesa.

ELICIA.- Necesidad de complacerte me hace contentar a ese enemigo mío y usar de virtudes con todos.

SEMPRONIO.- ¡Je, je, je!

ELICIA.- ¿De qué te ríes? ¡De mal cáncer sea comida esa boca desgraciada y enojosa!

CELESTINA.- No le respondas, hijo; si no, nunca acabaremos. Entendamos en lo que hace a nuestro caso. Decidme, ¿cómo quedó Calisto? ¿Cómo lo dejasteis? ¿Cómo os pudisteis entrambos descabullir de él?

PÁRMENO.- Allá fue a la maldición, echando fuego, desesperado, perdido, medio loco, a misa a la Magdalena, a rogar a Dios que te dé gracia que puedas bien roer los huesos de estos pollos y protestando no volver a casa hasta oír que eres venida con Melibea en tu arremango. Tu saya y manto, y aun mi sayo, cierto está. Lo otro vaya y venga; el cuándo lo dará, no lo sé.

CELESTINA.- Sea cuando fuere. Buenas son mangas pasada la Pascua. Todo aquello alegra, que con poco trabajo se gana, mayormente viniendo de parte donde tan poca mella hace, de hombre tan rico que con los salvados de su casa podría yo salir de laceria, según lo mucho le sobra. No les duele a los tales lo que gastan, y según la causa por que lo dan, no lo sienten con el embebecimiento del amor. No les pena, no ven, no oyen, lo cual yo juzgo por otros que he conocido menos apasionados y metidos en este fuego de amor que a Calisto veo, que ni comen ni beben, ni ríen ni lloran, ni duermen ni velan, ni hablan ni callan, ni penan ni descansan, ni están contentos ni se quejan, según la perplejidad de aquella dulce y fiera llaga de sus corazones. Y si alguna cosa de éstas la natural necesidad les fuerza a hacer, están en el acto tan olvidados que comiendo se olvida la mano de llevar la vianda a la boca. Pues si con ellos hablan, jamás conveniente respuesta vuelven. Allí tienen los cuerpos; con sus amigas los corazones y sentidos. Mucha fuerza tiene el amor: no sólo la tierra, mas aun las mares traspasa, según su poder. Igual mando tiene en todo género de hombres. Todas las dificultades quiebra. Ansiosa cosa es, temerosa y solícita. Todas las cosas mira en derredor. Así que si vosotros buenos enamorados habéis sido, juzgaréis yo decir verdad.