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100 Clásicos de la Literatura

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—¿Te sientes mejor, tesoro? —preguntó la señorita Shirley.

—¿Estoy enferma?

—Unos caballos descontrolados que tiraban de un carro te derribaron en el camino —explicó la señorita Shirley—. Yo… no me moví con suficiente rapidez. Creí que habías muerto. Te traje directamente aquí en el bote y tu… y este caballero llamó a un médico y a una enfermera.

—¿Me voy a morir? —preguntó la pequeña Elizabeth.

—No, tesoro, en absoluto. Solamente quedaste aturdida y estarás bien muy pronto. Elizabeth, querida, éste es tu padre.

—Papá está en Francia. ¿Yo también estoy en Francia?

Elizabeth no se había sorprendido en absoluto. ¿Acaso no era esto el Mañana? Además, todavía todo le resultaba algo confuso.

—Papá está aquí, contigo, cariño. —Tenía una voz tan encantadora… había que quererla por su voz. Él se inclinó y la besó.

—He venido a buscarte. Nunca más nos separaremos.

La mujer de gorro blanco estaba entrando otra vez. De algún modo, Elizabeth comprendió que lo que tuviera para decir, debía decirlo ahora, antes de que ella entrara del todo.

—¿Viviremos juntos?

—Siempre —respondió papá.

—¿Y abuela y la «mujer» vivirán con nosotros?

—No —respondió papá.

El atardecer dorado se apagaba y la enfermera miraba con aire reprobador. Pero a Elizabeth no le importaba.

—Encontré el Mañana —dijo, en el momento en que la enfermera echaba a papá y a la señorita Shirley.

—Encontré un tesoro que no sabía que poseía —dijo papá, cuando la enfermera cerró la puerta—. Y nunca podré terminar de darle las gracias por esa carta, señorita Shirley.

Y así —escribió Ana a Gilbert esa noche—, el camino de misterio de la pequeña Elizabeth la llevó a la felicidad y al fin de su antiguo mundo.

14

Álamos Ventosos,

Calle del Fantasma,

(Por última vez),

27 de junio.

Queridísimo:

He llegado a otra curva en el camino. Te he escrito muchas cartas desde esta vieja habitación de la torre, en estos tres últimos años. Supongo que ésta será la última que te escribiré en mucho, mucho tiempo. Porque después de ésta, no habrá necesidad de cartas. Dentro de unas pocas semanas, nos perteneceremos el uno al otro para siempre… estaremos juntos. Piensa en ello… estar juntos… hablar, caminar, comer, soñar, planear juntos cómo hacer un hogar de nuestra casa de los sueños. Nuestra casa ¿No suena «místico y maravilloso», Gilbert? He estado construyendo casas de ensueño toda mi vida y ahora una de ellas se hará realidad. En cuanto a con quién quiero compartirla… bien, te lo diré a las cuatro del año próximo.

Tres años parecían eternos al principio, Gilbert. Y ahora han pasado como un buque en la noche. Han sido años muy felices… excepto por aquellos primeros meses con los Pringle. Después de eso, la vida pareció fluir como un agradable sueño dorado. Y mi antiguo conflicto con los Pringle parece un sueño. Ahora me quieren por lo que soy… han olvidado que me odiaban. Cora Pringle (de la familia de las viudas Pringle) me trajo ayer un ramo de rosas, y enroscado alrededor de los tallos, había un papelito que decía: «Para la maestra más dulce del mundo». ¡Demasiado para salir de una Pringle!

Jen está muy triste porque me voy. Observaré su carrera con interés. Es brillante y tempestuosa. Una cosa es segura: no llevará una existencia aburrida. No por nada se parece tanto a Becky Sharp.

Lewis Allen irá a McGill. Sophy Sinclair irá a Queen's. Luego piensa enseñar hasta haber ahorrado lo necesario para ir a la Escuela de Arte Dramático de Kingsport. Myra Pringle «se presentará en sociedad» en el otoño. Es tan bonita, que a nadie le importará que no pueda reconocer un pasado pluscuamperfecto ni siquiera si se lo encuentra por la calle.

Y ya no tengo una vecinita del otro lado del portón. La pequeña Elizabeth se ha ido para siempre de esa casa sombría… se ha ido a su Mañana. Si tuviera que quedarme en Summerside, se me partiría el corazón de tanto que la echaría de menos. Pero tal como están las cosas, me alegro. Pierce Grayson se la llevó con él. No volverá a París, sino que vivirán en Boston. Elizabeth lloró amargamente cuando nos separamos, pero está tan feliz con su padre, que estoy segura de que sus lágrimas se secarán muy pronto. La señora Campbell y la «mujer» se mostraron muy agrias y me echan toda la culpa… culpa que acepto con alegría y sin remordimientos.

«Ha tenido un buen hogar aquí», dijo la señora Campbell en tono majestuoso.

«En el que jamás oyó una palabra de afecto», pensé, pero no lo dije.

«Creo que seré Betty todo el tiempo, ahora, mi adorada señorita Shirley», fueron las últimas palabras de Elizabeth. «Excepto cuando la extrañe, y entonces seré Lizzie».

«No te atrevas a ser Lizzie nunca, pase lo que pase», le respondí.

Nos arrojamos besos por el aire hasta que ya no pudimos vernos y subí luego a mi torre con lágrimas en los ojos. Ha sido tan dulce, esa preciosa cosilla dorada. Siempre me pareció que era un arpa de Eolo, sensible a la menor brisa de afecto que soplaba en su dirección. Ha sido una ventura ser su amiga. Espero que Pierce Grayson valore la hija que tiene, y creo que lo hace. Se mostró muy agradecido y arrepentido.

«No me había dado cuenta de que ya no era un bebé», dijo, «ni de lo poco cálido que era el ambiente en que vivía. Gracias mil veces por todo lo que hizo por ella».

Hice enmarcar el mapa del País de las Hadas y se lo di a Elizabeth como regalo de despedida.

Lamento irme de Álamos Ventosos. Por supuesto, estoy algo cansada de vivir sola, pero he disfrutado estando aquí… he disfrutado de las horas frescas de la mañana junto a la ventana… de mi cama alta, a la que literalmente tuve que trepar todas las noches… de mi almohadón azul… de todos los vientos que soplaron. Temo que nunca más volveré a sentirme tan compañera de los vientos como aquí. ¿Y volveré a tener una habitación desde la que pueda ver el amanecer y el atardecer?

He terminado con Álamos Ventosos y con los años ligados a ella. Y he cumplido. No revelé el escondite de la tía Chatty a la tía Kate ni los secretos tratamientos con suero de leche que se ocultaban entre sí.

Creo que lamentan verme partir… y me alegro. Sería terrible pensar que se alegran de que me vaya… o que no me extrañarán nada cuando ya no esté. Rebecca Dew ha estado preparando mis platos preferidos desde hace una semana; hasta gastó diez huevos para una tarta dos veces, y ha estado usando la porcelana «para visitas». Y los ojos suaves de la tía Chatty desbordan cada vez que hablo de mi partida. Hasta Dusty Miller parece mirarme con aire de reproche, sentado sobre sus pequeñas posaderas.

La semana pasada recibí una larga carta de Katherine. Tiene don para escribir cartas. Consiguió empleo como secretaria de un miembro del Parlamento, un trotamundos. ¡Qué fascinante es la palabra trotamundos! Una persona que diría: «Vayamos a Egipto», con la misma facilidad con que una sugeriría: «Vayamos a Charlottetown…», y lo haría. Esa vida será ideal para Katherine.

Insiste en responsabilizarme por el cambio en su forma de ver la vida y en sus perspectivas. «Ojalá pudiera decirte lo que has traído a mi vida», me escribió. Supongo que ayudé un poco, sí. Y no fue fácil al principio. Ella casi nunca decía nada que no tuviera veneno y escuchaba cualquier sugerencia que yo pudiera hacer respecto de la escuela, con el aire desdeñoso con que se le sigue la corriente a un lunático. Pero de algún modo, lo he olvidado todo. Era solamente producto de su secreta amargura contra la vida.

Todo el mundo ha estado invitándome a cenar… hasta Pauline Gibson. La anciana señora Gibson murió hace unos meses, de manera que Pauline se atrevió a hacerlo. Y estuve en la Casa Tomgallon, cenando otra vez con la señorita Minerva y soporté otro monólogo. Pero me divertí mucho, comiendo cosas deliciosas y escuchando unas cuantas tragedias más. Ella no podía ocultar el hecho de que sentía pena por todo aquel que no fuera un Tomgallon, pero me hizo varios cumplidos agradables y me regaló un precioso anillo con una aguamarina (una hermosa mezcla de azul y verde) que su padre le había regalado en ocasión de su decimoctavo cumpleaños… «cuando era joven y bonita, querida, muy bonita». Supongo que puedo decirlo ahora. Me alegré de que hubiera sido de la señorita Minerva y no de la esposa del tío Alexander. Estoy segura de que no hubiera podido usarlo, si le hubiera pertenecido a ella. Es muy bonito. Las joyas del mar tienen un encanto misterioso.

La Casa Tomgallon es ciertamente magnífica, sobre todo ahora, cuando el jardín está florecido. Pero no cambiaría mi casa de los sueños por la Casa Tomgallon, ni por el jardín y los fantasmas que allí habitan.

Aunque en realidad, un fantasma sería un toque aristocrático, ¿no? Mi única queja contra la Calle del Fantasma es que no hay ninguno.

Ayer fui al viejo cementerio, a dar un último paseo… Lo recorrí todo y me pregunté si Herbert Pringle, alguna vez, reiría para sus adentros en la tumba. Y esta noche me despido del Rey de las Tormentas, con el atardecer sobre la cima, y de mi pequeño valle en sombras.

Estoy un poco cansada después de un mes de exámenes, despedidas y «cosas de última hora». Durante una semana, después de volver a Tejas Verdes, sucumbiré a la pereza. No haré nada, salvo correr libremente por el verde mundo de belleza estival. Soñaré junto al arroyo al atardecer, vagaré sobre el Lago de las Aguas Refulgentes en una barcaza hecha de rayos de luna… o en el bote del señor Barry, si las barcazas de rayos de luna no se consiguen. Juntaré flores en el Bosque Encantado. Recogeré fresas silvestres en el prado del señor Harrison. Me uniré a la danza de las luciérnagas en el Sendero de los Enamorados y visitaré el olvidado jardín de Hester Gray… y me quedaré sentada en el escalón de la puerta trasera bajo las estrellas, escuchando el susurro del mar adormilado.

 

Y cuando haya pasado la semana, tú habrás vuelto… y ya no desearé ninguna otra cosa.

Cuando al día siguiente llegó el momento de que Ana se despidiera de las mujeres de Álamos Ventosos, Rebecca Dew brillaba por su ausencia. La tía Kate entregó solemnemente a Ana una carta.

Querida señorita Shirley —escribía Rebecca Dew—, le escribo esto para despedirme, porque no confío en mí misma para hacerlo en persona. Durante tres años ha habitado bajo nuestro techo. Afortunada poseedora de un espíritu vivaz y un gusto natural por las alegrías de la juventud, nunca sucumbió a los placeres vanos de la muchedumbre frívola y vertiginosa. Se ha conducido, en toda ocasión y ante todos, sobre todo ante quien escribe estas líneas, con la más refinada delicadeza. Siempre ha sido muy considerada con mis sentimientos, y descubro una gran pesadez sobre mi ánimo al pensar en su partida. Pero no debemos afligirnos ante lo que ha ordenado la Providencia. (Samuel I, 29 y 18).

Será recordada por todos los habitantes de Summerside que hayan tenido el privilegio de conocerla, y el homenaje de un corazón fiel, aunque humilde, será siempre suyo, y mi plegaria pedirá siempre su felicidad y bienestar en este mundo y su gozo eterno en aquel que vendrá.

Algo me susurra que no será la «señorita Shirley» por mucho más tiempo, pero que celebrará una unión de almas con la elección de su corazón, que, según tengo entendido, es un joven excepcional. La que suscribe, dueña de pocos encantos personales y que comienza a sentir su edad (aunque todavía sirve para unos cuantos años más), jamás se permitió albergar aspiraciones matrimoniales. Pero no se niega el placer de interesarse en las nupcias de sus amigos y ¿puedo expresar un ferviente deseo de que su vida matrimonial sea de continua e ininterrumpida felicidad? (aunque no debe esperar demasiado de un hombre).

Mi estima y, permítame decir, mi afecto por usted jamás disminuirá, y de tanto en tanto, cuando no tenga nada mejor que hacer, recuerde que existe una persona que es

Su obediente servidora,

REBECCA DEW

Posdata: Que Dios la bendiga.

Los ojos de Ana estaban húmedos cuando volvió a doblar la carta. Aunque sospechaba que Rebecca Dew había sacado la mayoría de las frases de su obra preferida, el Libro de comportamiento y etiqueta, eso no las volvía menos sinceras, y la posdata venía directamente de su corazón afectuoso.

—Díganle a mi querida Rebecca Dew que nunca la olvidaré y que volveré a visitarlas todos los veranos.

—Tenemos recuerdos suyos que nada puede borrar —sollozó la tía Chatty.

—Nada —asintió la tía Kate con énfasis.

Pero al alejarse de Álamos Ventosos, el último mensaje que Ana recibió fue el de una gran toalla blanca que flameaba desde la ventana de la torre. Rebecca Dew la agitaba.

Cómo Se Filosofa a Martillazos

Por

Friedrich Nietzsche

PREFACIO

Conservar en los problemas sombríos y de abrumadora responsabilidad la alegría serena, es cosa harto difícil, y, sin embargo, ¿hay algo más necesario que la alegría serena? Nada sale bien si no participa en ello la alegre travesura. Soló el exceso de fuerza es la prueba de fuerza. Una transmutación de todos los valores, interrogante negro y tremendo que proyecta sombras sobre quien lo plantea, obliga a cada instante a buscar el sol y sacudir una seriedad pesada, una seriedad que se ha vuelto demasiado pesada. Para este fin, bienvenidos sean todos los medios; cada caso es un caso de buena suerte. Sobre todo, la guerra. La guerra siempre ha sido la grande cordura de todos los espíritus que se han vuelto demasiado íntimos y profundos; hasta en la herida hay virtud curativa. Desde hace tiempo la siguiente máxima, cuyo origen escamoteo a la curiosidad erudita, ha sido mi divisa:

increscunt animi, virescit volnere virtus.

Otro solaz, que bajo ciertas circunstancias me es aún más grato, consiste en tantear ídolos... Existen en el mundo más ídolos que realidades; tal es mi “mal de ojo” respecto a este mundo, como también mi “mal de oído”... Interrogar con el martillo y oír acaso comaorespuesta ese famoso sanida hueco que dice de intestinos aquejados de flatosidad, ¡qué deleite supone para uno que tiene oídos aún detrás de los oídos!; para mí, avezado sicólogo y seductor ante el que precisamente lo que quisiera permanecer calladito tiene que hacerse oír...

También este escritocomo lo revela el títuloes ante todo solaz, rincón soleado, escapada a la sociedad, de un sicólogo. ¿Acaso también una nueva guerra? ¿Se tantean nuevos ídolos?... Este pequeño escrito es una gran declaración de guerra; y en cuanto al tanteo de ídolos, esta vez no son ídolos de la época, sino ídolos eternos los que aquí se tocan con el martillo como con el diapasón; no existen ídolos más antiguos, más convencidos, más inflados... ni más huecos... Lo cual no impide que sean los más creídos. Por otra parte, sobre lodo en el caso más distinguido, no se los designa en absoluto con el nombre de ídolo...

Turín, 30 de septiembre de 1888,

día en que quedó concluido el libro

primero de la Transmutación de todos los valores.

FRIEDRICH NIETZSCHE

SENTENCIAS

1

La ociosidad es la madre de toda sicología. ¿Cómo?; ¿será la sicología un vicio?

2

Ni el más valiente de nosotros tiene rara vez la valentía de admitir lo que en definitiva sabe...

3

Dice Aristóteles que para vivir en soledad hay que ser animal o dios. Falta aclarar que hay que ser lo uno y lo otro: filósofo.

4

“Toda verdad es siemple :” ¿No será esto una doble mentira?

5

Son muchas las cosas que no quiero saber. La sabiduría fija límites también al conocimiento.

6

En su naturaleza salvaje es donde uno se repone más eficazmente de su antinaturalidad, su espiritualidad...

7

¿Es posible que el hombre sea tan sólo un yerro de Dios? ¿O Dios tan sólo un yerro del hombre?

8

De la escuela de guerra de la vida. Lo que no me aniquila me vuelve más fuerte.

9

Ayúdate a ti mismo, y te ayudará todo el mundo. Principio del amor al prójimo.

10

¡No se debe ser cobarde ante los propios actos!; ¡no se los debe desestimar a posteriori! El remordimiento es indecente.

11

¿Puede darse un burro trágico? ¿Puede admitirse el caso de alguien que sucumbe bajo una carga que no puede llevar ni arrojar?... He aquí el caso del filósofo.

12

Quien tiene su ¿por qué? de la vida se las arregla poco más o menos con cualquier ¿cómo? El hombre no aspira a la felicidad; a no ser los ingleses.

13

El hombre ha creado a la mujer. ¿Con qué? ¡Con una costilla de su Dios; de su “ideal”!

14

¿Qué estás buscando? ¿Quisieras decuplicarte, centuplicarte? ¿Andas buscando adeptos? ¡Pues busca ceros!

15

Los hombres póstumos como yo, son entendidos peor que los actuales, pero atendidos mejor. Más estrictamente: no se nos entiende jamás; de ahí nuestra autoridad...

16

Entre mujeres. “¿La verdad? ¡Oh, usted no la conoce! ¿No es un atentado contra todos nuestros pudores?”

17

He aquí un artista como me gustan los artistas, de necesidades modestas; en el fondo, sólo quiere dos cosas: su sustento y su arte, panem et circenses...

18

Quien no sabe introducir su voluntad en las cosas introduce en ellas, al menos, un sentido: creyendo que hay en ellas una voluntad (principio de la “fe”).

19

¿Cómo es posible que habiendo optado por la virtud y el sentimiento sublime envidiéis las ventajas de los inescrupulosos? Quien opta por la virtud renuncia a las “ventajas”... (Tomen buena nota de ello los antisemitas.)

20

La mujer cabal hace literatura como quien comete un desliz: a título de ensayo, de paso, mirando en torno por si la ve alguien y para que alguien la vea...

21

Hay que ir a la busca de situaciones donde no sea permitido tener virtudes ficticias, en las que uno, como el bailarín en la cuerda, se precipite o se sostenga; o se salve...

22

“Los hombres malos no tienen canciones”. ¿Cómo es que los rusos tienen canciones?

23

“Espíritu alemán”: desde hace dieciocho años una contradictio in adjecto.

24

Buscando los principios, uno se convierte en un cangrejo. El historiador, de tanto mirar hacia atrás, termina por creer también hacia atrás.

25

El contento protege hasta contra el catarro. ¿Se ha acatarrado jamás mujer que se considerase bien vestida? Ni aun suponiendo que fuera precariamente vestida.

26

Desconfío de todos los sistemáticos, e incluso los evito. La voluntad de sistema es una falta de probidad.

27

¿Por qué pasa la mujer por profunda? Porque en ella nunca se llega a tocar fondo. La mujer no es ni siquiera de poco fondo.

28

La mujer que posee virtudes viriles es para escaparse; la que no las posee, se escapa ella misma.

29

“¡Hay que ver las cosas que antes tenía que morder la conciencia! ¡ Qué buena dentadura tenía! ¿Y hoy día?; ¿qué es lo que falta ahora?” (Pregunta de un dentista.)

30

Rara vez se incurre en una sola precipitación. Quien se precipita siempre se precipita demasiado. De ahí que en general se incurra en una segunda; y entonces, se precipita demasiado poco...

31

El gusano pisado se retuerce y dobla. Cosa que le conviene, pues reduce la probabilidad de ser pisado otra vez. Dicho en el lenguaje de la moral: humildad.

32

Hay un odio a la mentira y a la hipocresía por puntillosidad; hay idéntico odio por cobardía, en tanto que la mentira está prohibida por precepto divino. Demasiado cobarde como para mentir...

33

¡Cuán poco se requiere para ser feliz! El sonido de una gaita. Sin música, la vida sería un error. El alemán se imagina incluso a Dios cantando canciones.

34

On ne peut penser et écrire qu'assis (Flaubert). ¡Ah, nihilista! El trasero es precisamente el pecado contra el espíritu santo. Sólo tienen valor los pensamientos pensados en camino.

35

Hay momentos en que los sicólogos parecemos caballos espantados: cuando vemos fluctuar ante nosotros nuestra propia sombra. El sicólogo, para ver, debe apartar la vista de sí mismo.

36

Los inmoralistas, ¿hacemos algún daño a la virtud? Creo que no, del mismo modo que los anarquistas no hacen daño a los príncipes. Solamente desde que se dispara contra ellos, se sienten más firmemente instalados en sus tronos. Moraleja: hay que disparar contra la moral.

37

¿Corres delante? ¿Lo haces como guía, como excepción? También podría tratarse de un escapado... Primera cuestión de conciencia.

38

¿Eres auténtico, o tan sólo un comediante? ¿Eres un representante, o algo representado? Acaso no eres, en definitiva, más que un comediante imitado... Segunda cuestión de conciencia.

39

Habla el desengañado.Busqué grandes hombres, pero siempre encontré, únicamente, lacayos de su ideal.

40

¿Perteneces a los que miran hacer a los otros? ¿Eres uno que coopera? ¿O eres uno que aparta la mirada, apartándose?... Tercera cuestión de conciencia.

41

¿Quieres acompañar? ¿Marchar adelante? ¿O apartarte?... Hay que saber lo que se quiere y qué se quiere. Cuarta cuestión de conciencia.

42

Esos escalones eran para mí; los he subido. Para hacerlo tuve que pasar por ellos. Pero muchos creyeron que yo iba a sentarme en los mismos a descansar...

43

¡ Qué importa que yo tenga razón 1 Tengo sobrada razón. Y quien ríe más, es el que ríe el último.

44

La fórmula de mi felicidad: un sí, un no, una recta, una meta...

EL PROBLEMA DE SÓCRATES

1

En todos los tiempos, los más sabios han coincidido en este juicio acerca de la vida: no vale nada. Una y otra vez se les ha oído el mismo acento: un acento de duda, de melancolía, de cansancio de la vida, de resistencia a ella. Hasta Sócrates dijo al morir: “La vida es una larga enfermedad; debo un gallo al salvador Asclepio”. Hasta Sócrates estaba harto de vivir.

 

¿Qué prueba esto? ¿Qué sugiere esto? En tiempos pasados se hubiera dicho (¡y se lo ha dicho, y en voz muy alta, entre nuestros pesimistas señaladamente!) “¡debe haber en esto alguna verdad! El consensus sapientium prueba la verdad”.

¿Hablamos hoy todavía así? ¿Nos es permitido hablar todavía así? Nosotros respondemos: “debe haber en esto alguna enfermedad”; ¡a esos sabios de todos los tiempos se los debiera ante todo mirar de cerca! ¿Serían todos ellos un tanto maduritos?, ¿tardíos?, ¿ajados?, ¿décadents? ¿Presentaríase la sabiduría sobre la tierra bajo forma de cuervo entusiasmado con un tufillo de carroña?...

2

Esta noción irreverente de que los grandes sabios son tipos de la decadencia, se me ocurrió precisamente en el caso en que más violentamente choca con el prejuicio erudito y profano: Sócrates y Platón se me revelaron como síntomas de decadencia, como instrumentos de la desintegración griega, como pseudogriegos, antigriegos (El origen de la tragedia, 1872). Comprendí cada vez más claramente que ese consensus sapientium lo que menos prueba es que estaban en lo cierto con aquello en que coincidían; que prueba, eso sí, que tales sabios debían coincidir en algo fisiológicamente, para adoptar así, por fuerza, una idéntica actitud negativa ante la vida. En último análisis, los juicios, de valor sobre la vida, en pro o en contra, jamás pudieron ser ciertos; sólo tienen valor como síntomas, sólo entran en consideración como síntomas. Tales juicios son en sí estúpidos. Es absolutamente preciso hacer una tentativa de aprehender esta asombrosa finesse de que el valor de la vida no puede ser apreciado. Ni por los vivos, toda vez que son parte, y aun objeto de litigio, y no jueces; ni por los muertos, por una razón diferente. El que un filósofo vea el valor de la vida como problema, se convierte en una objección contra él, en un interrogante a su sabiduría, en una falta de sabiduría. ¿Cómo? Todos esos grandes sabios ¿no solamente han sido décadents, sino que ni siquiera han sido sabios? Mas vuelvo al problema de Sócrates.

3

Sócrates, por su origen, pertenece al más bajo pueblo: Sócrates fue un plebeyo. Se sabe, puede observarse, cuán feo fue. Mas la fealdad, de suyo una objeción, entre los griegos es poco menos que una refutación. ¿Fue Sócrates de veras un griego? La fealdad es con harta frecuencia la expresión de una evolución trabada, inhibida por cruce de razas. O si no, aparece como evolución descendente. Los criminalistas antropólogos nos dicen que el delincuente típico es feo monstrum in fronte, monstrum in animo. Mas el delincuente es un décadent. ¿Sería Sócrates un delincuente típico? Ciertamente no desmentiría esta hipótesis ese famoso dictamen de un fisónomo que tanto escandalizó a los amigos de Sócrates. Un forastero entendido en fisonomías, de paso en Atenas, le dijo en la cara a Sócrates que era un monstrum, que llevaba en sí todos los malos vicios y apetitos. Y Sócrates se limitó a contestar: “¡Usted me conoce, señor!”

4

Que Sócrates fue un décadent lo sugiere no sólo el admitido desenfreno y anarquía de sus instintos, sino también la superfetación de lo lógico y esa malicia de raquítico que lo caracteriza. No pasemos por alto tampoco esas alucinaciones auditivas que como “demonios de Sócrates” han sido interpretadas en un sentido religioso. Todo en él es exageración, buffo, caricatura; todo en él es al mismo tiempo oculto, solapado, furtivo. Trato de comprender la idiosincrasia de la que deriva esa ecuación socrática: razón igual a virtud igual a felicidad; es la ecuación más bizarra que pueda darse y que en particular está reñida con todos los instintos de los primitivos helenos.

5

Con Sócrates, el gusto griego experimenta un vuelco en favor de la dialéctica; ¿qué significa esto, en definitiva? Significa, sobre todo, la derrota de un gusto aristocrático; con la dialéctica triunfa la plebe. Antes de Sócrates, la buena sociedad repudiaba las maneras dialécticas; éstas eran tenidas por malos modales y comprometían. Se prevenía contra ellas a la juventud. También se desconfiaba respecto a la forma de argumentar. Las cosas decentes, como las personas decentes, no llevan sus razones de esta manera en la mano. No es decoroso mostrar los cinco dedos. Lo que necesita ser probado, poco vale. Donde la autoridad forma todavía parte de las buenas costumbres y no se argumenta, sino se ordena, el dialéctico es una especie de payaso; la gente se ríe de él, no lo toma en serio. Sócrates fue el payaso que se hizo tomar en serio. ¿Qué significa esto, en definitiva?

6

Sólo opta por la dialéctica quien no dispone de otro recurso. Sábese que ella despierta suspicacia; que tiene escaso poder de convicción. Nada hay tan fácil de borrar como el efecto de un dialéctico, según lo prueba la experiencia de cualquier reunión donde se habla. La dialéctica no puede ser más que un recurso de emergencia, en manos de personas que ya no poseen otras armas. Sólo quien tiene que imponer su derecho hace uso de ella. De ahí que los judíos fueran dialécticos, y lo fue el zorro de la fábula. Entonces, ¿lo sería también Sócrates?

7

¿Sería la ironía de Sócrates una expresión de rebeldía, de resentimiento plebeyo? ¿Goza él acaso, como oprimido, con la ferocidad propia de las cuchilladas del silogismo? ¿Se venga de las clases aristocráticas que fascina? Como dialéctico, uno maneja un instrumento implacable; con él puede dárselas de tirano; triunfando compromete. El dialéctico lleva a su contrincante a una situación donde le corresponde probar que no es un idiota; enfurece y reduce a la impotencia a un tiempo. Despotencia el dialéctico intelectualmente a su contrincante. ¿Será entonces la dialéctica de Sócrates una forma de la venganza?

8

Dado a entender cómo Sócrates provocaba repulsión, es necesario explicar cómo fascinaba. Una de las causas de su atracción fue el hecho de descubrir una modalidad nueva de agon, convirtiéndose en el primer maestro de esgrima de los círculos aristocráticos de Atenas. Fascinaba porque apelaba al impulso agonal de los helenos, introduciendo una variante en la lucha entre jóvenes y adolescentes. Fue Sócrates también un gran erótico.

9

Mas Sócrates adivinó aún más. Penetró hasta los trasfondos de sus atenienses aristocráticos y comprendió que su propio caso, su personal caso, ya no era un caso excepcional. En todas partes se iniciaba la misma forma de degeneración; declinaba la antigua Atenas. Y Sócrates se percató de que todo el mundo tenía necesidad de él; de su medio, su cura, su truco personal de la conservación... Por doquier estaban en anarquía los instintos; por doquier se estaba a dos pasos del exceso; el monstrum in anima era el peligro general. “Los instintos quieren dárselas de tirano; hay que inventar un contratirano que sea más fuerte que ellos...” Cuando aquel fisónotno reveló a Sócrates que era un foco de todos los malos apetitos, el gran ironista pronunció palabras que proporcionan la clave de su ser. “Es ciertodijo; pero logro dominarlos todos.” ¿Cómo logró Sócrates el dominio de sí mismo? Era el suyo, en definitiva, tan sólo el caso extremo, más patente, de lo que por entonces empezaba a ser el apremio general: que nadie lograba ya dominarse y los instintos se volvían unos contra otros. Fascinaba por su calidad de caso extremo; su fealdad aterradora atraía todas las miradas; fascinaba, como es natural, en mayor grado aún como respuesta, solución, cura aparente de este caso.

10

Si se está en la necesidad de hacer de la razón un tirano, como ocurrió en el caso de Sócrates, existe, por supuesto, un grave peligro de que otra cosa quiera ser tirana. En aquel entonces se adivinaba la racionalidad como salvadora; ni Sócrates ni sus “enfermos” estaban en libertad de ser o no racionales; la racionalidad era para ellos su último recurso. El fanatismo con que a la sazón todo el pensamiento griego se abalanzaba sobre ella revelaba un apremio; se estaba en peligro, colocado ante la alternativa de sucumbir o ser absurdamente racional... El moralismo de los filósofos griegos a partir de Platón está patológicamente determinado, lo mismo que su culto de la dialéctica. Razón igual a virtud igual a felicidad quiere decir simplemente hay que imitar el ejemplo de Sócrates y establecer frente a los apetitos tenebrosos una claridad permanente la claridad de la razón. Hay que ser cuerdo, claro, lúcido a toda costa; toda transigencia con los instintos, con lo inconsciente, hunde...