Za darmo

100 Clásicos de la Literatura

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A pesar del temor y del remordimiento, Davy se rio ante el recuerdo.



—Pero dijiste una mentira, Davy —continuó Ana, más triste que nunca.



Davy pareció perplejo.



—¿Qué es una mentira? ¿Quiere decir un camelo?



—Quiere decir algo que no es verdad.



—Desde luego que lo hice —dijo Davy francamente—. De lo contrario ustedes no se hubieran asustado. Tenía que decirla.



Ana sentía su reacción ante el temor y la ansiedad. La impertinente actitud de Davy fue la gota que hizo desbordar el vaso. Dos grandes lágrimas aparecieron en sus ojos.



—¡Oh, Davy!, ¿cómo pudiste hacerlo? —dijo una voz temblorosa—. ¿No sabes el mal que has hecho?



Davy estaba estupefacto. ¡Ana lloraba! ¡Había hecho llorar a Ana! Una ola de verdadero remordimiento azotó su corazoncito. Corrió hacia Ana, saltó a su falda, le echó los brazos al cuello y rompió a llorar.



—No sabía que era malo decir camelos —sollozó—. ¿Cómo podías esperar que lo supiera? Todos los hijos del señor Sprott decían camelos cada día y eran capaces de jurarlo. Supongo que Paul Irving nunca los dice y he tratado con todas mis ganas de ser tan bueno como él, pero ahora supongo que nunca me volverás a querer. Pero creo que pudiste decirme que estaba mal. Lamento terriblemente haberte hecho llorar, Ana, y nunca volveré a decir un camelo.



Davy hundió su cara en el hombro de Ana y lloró a gritos. Ésta, en un repentino relámpago de comprensión, le apretó contra sí y miró a Malilla sobre su rizada cabecita.



—Él no sabía que estaba mal contar mentiras, Marilla. Creo que debemos perdonarle por esta vez, si nos promete que nunca volverá a decir cosas que no sean verdad. Y no digas «camelos», Davy, di «mentiras» —dijo la maestra.



—¿Por qué? —preguntó Davy, descendiendo y mirándola con una cara inquisidora y llorosa—. ¿Por qué camelo no es tan bueno como mentira? Quiero saber. Es una palabra tan larga como la otra.



—Porque «camelo» no quiere decir exactamente mentira.



—Hay un enorme montón de cosas que está mal hacer —dijo Davy con un suspiro—. Nunca creí que fueran tantas. Siento mucho que esté mal contar cam… mentiras, porque es muy útil; pero ya que es así, nunca volveré a decir más. ¿Qué me van a hacer por decirlas esta vez? Quiero saber.



Ana miró interrogativamente a Marilla.



—No quiero ser demasiado dura con el niño —dijo Marilla—. Me atrevo a decir que nadie le dijo nunca que está mal decir mentiras y esos niños de Sprott no fueron compañeros adecuados para él. La pobre Mary se hallaba demasiado enferma para enseñarles correctamente y no se puede esperar que un niño de seis años sepa esas cosas por instinto. Supongo que debemos pensar que no sabe nada correctamente y comenzar desde el principio. Pero debe ser castigado por encerrar a Dora y no puedo pensar en otra cosa fuera de enviarle a la cama sin cenar y eso ya lo hemos hecho muchas veces. ¿Puedes sugerir alguna otra cosa, Ana? Creo que deberías, ya que tanta imaginación tienes.



—Pero los castigos son horribles y a mí sólo me gusta imaginar cosas placenteras —dijo Ana, abrazando a Davy—. En el mundo existen tantas cosas horribles que de nada sirve imaginar más.



Por fin, Davy fue enviado a acostarse, como de costumbre, y quedarse allí hasta el mediodía siguiente. Evidentemente estuvo pensando, pues cuando Ana subió algo más tarde a su cuarto, le oyó llamarla suavemente por su nombre. Al entrar le halló sentado en su cama, con los codos sobre las rodillas y la barbilla entre las manos.



—Ana —dijo solemnemente—, ¿está mal para todos, eso de decir cam… mentiras? Quiero saber.



—Sí, cierto.



—¿Está mal en una persona mayor?



—Sí.



—Entonces —dijo Davy decididamente—, Marilla es mala, porque las dice. Y es peor que yo, porque yo no sabía que estaba mal y ella sí.



—Davy Keith, Marilla jamás dijo una mentira en su vida —dijo Ana indignada.



—Claro que sí. El martes me dijo que me ocurriría algo horrible si no rezaba cada noche; no he rezado desde hace casi una semana, nada más que para ver qué me ocurría y no me ha pasado nada —concluyó el niño en tono afligido.



Ana sofocó un loco deseo de reír, ante la convicción de que no era el momento adecuado, y se lanzó al salvamento de la reputación de Manila.



—Pero, Davy Keith —dijo solemnemente—. Algo horrible te ha ocurrido hoy.



Davy parecía escéptico.



—Supongo que te refieres a ser mandado a la cama sin cenar —dijo desdeñosamente—, pero eso no es horrible. Desde luego que no me gusta, pero me han mandado ya tantas veces a la cama, que me estoy acostumbrando a ello. Y no ahorráis nada con mandarme sin cenar tampoco, porque como el doble durante el desayuno.



—No me refiero a que te enviaran a la cama sino al hecho de que dijeras una mentira. Y, Davy —Ana se inclinó sobre los pies de la cama y señaló impresionantemente al culpable con un dedo—, decir algo que no sea verdad es casi lo peor que puede ocurrirle a un muchacho… casi lo peor. De modo que verás que Marilla te dijo la verdad.



—Pero creí que algo malo sería emocionante —protestó Davy en tono herido.



—Marilla no tiene la culpa de lo que hayas pensado. Las cosas malas no son siempre emocionantes. A menudo no son más que malas y estúpidas.



—Fue muy divertido veros a Marilla y a ti mirando al pozo —dijo Davy abrazándose las piernas.



Ana guardó la compostura hasta que bajó y entonces cayó en el sofá de la sala y rio hasta que le dolieron los costados.



—Me gustaría saber el chiste —dijo Marilla algo amoscada—. Hoy no he visto mucho de qué reírse.



—Ya reirá cuando oiga esto —aseguró Ana. Y Marilla rio, lo que demostró cuánto había avanzado su educación desde que adoptara a Ana. Pero suspiró inmediatamente después.



—Supongo que no debí haberle dicho eso, aunque escuché a un ministro decírselo una vez a un niño. Pero me irritó mucho. Fue esa noche en que tú estabas en el festival de Carmody y yo le acosté. Dijo que no veía la razón de rezar hasta ser lo suficientemente mayor como para ser de alguna importancia para Dios. Ana, no sé qué vamos a hacer con ese niño. No parece tener límite. Me siento completamente descorazonada.



—Oh, no diga eso, Marilla. Recuerde cuan mala era yo cuando vine aquí.



—Ana, tú nunca fuiste mala… nunca; ahora lo veo, ahora que he aprendido cómo es la verdadera maldad. Siempre te estabas metiendo en camisa de once varas, lo admito, pero tus razones eran siempre buenas. Davy es malo por el mero placer de serlo.



—Oh, no; no creo que sea realmente malo —dijo Ana—. Sólo es travieso. Y esto es muy tranquilo para él solo. No tiene otros niños con quienes jugar y su mente necesita algo en qué ocuparse. Dora es tan peripuesta que no sirve para compañera de juegos de un muchacho. Creo de verdad que sería mejor dejarle ir a la escuela, Marilla.



—No —dijo Marilla resueltamente—. Mi padre decía siempre que ningún niño debe ser encerrado entre las paredes de un colegio hasta que tenga siete años y el señor Alian afirma lo mismo. Los mellizos podrán recibir algunas lecciones en casa, pero no irán al colegio hasta cumplir los siete.



—Bueno, entonces debemos tratar de reformar a Davy en casa —dijo Ana alegremente—. Con todos sus defectos, es realmente un chiquillo que sabe hacerse querer. No puedo evitar quererle. Marilla, puede que esté mal decirlo, pero, honestamente, me gusta más Davy que Dora con todo lo buena que es ella.



—Pues a mí me pasa lo mismo y no sé por qué —confesó Marilla—. Y no es correcto, pues Dora no da trabajo alguno. No podría haber niña mejor y uno no se da cuenta de su existencia.



—Dora es demasiado buena —dijo Ana—. Se portaría tan bien aunque no hubiera nadie que le dijera que debe hacerlo. Nació educada, de modo que no nos necesita. Y creo —concluyó Ana, poniendo el dedo en la llaga—, que siempre amamos más a quien nos necesita. Davy nos necesita terriblemente.



—Necesita algo —asintió Marilla—. Y Rachel Lynde diría que es una buena azotaina.





CAPÍTULO ONCE



Realidad y fantasía





Enseñar es realmente una tarea muy interesante —escribió Ana a una compañera de la Academia de la Reina—. Jane dice que le resulta monótono, pero a mí me parece todo lo contrario. Cada día hay casi la seguridad de que ocurra algo gracioso y los niños dicen cosas muy divertidas. Jane dice que castiga a sus discípulos cuando dicen gracias y probablemente por ello encuentra monótona la tarea. Esta tarde, el pequeño Jimmy Andrews estaba tratando de deletrear jaspeado sin conseguirlo. «Bueno», dijo finalmente, «no puedo deletrearlo pero sé lo que significa».



«¿Qué?», le pregunté.



«La cara de St. Clair Donnell, señorita».



Es verdad que St. Clair es muy pecoso, pero trato de impedir que los demás lo comenten, porque yo era pecosa antes y bien que lo recuerdo. Pero no creo que a St. Clair le importe. Si le pegó a Jimmy en el camino cuando volvían a sus casas, fue porque lo llamó St. Clair. Me enteré de la paliza, pero no oficialmente, de modo que no me di por enterada.



Ayer estaba tratando de enseñar a sumar a Lottie Wright. Le dije: «Si tú tienes tres caramelos en una mano y dos en la otra, ¿cuántos tendrías entre todos?».



«Un bocado», dijo Lottie.



Y en la clase de Historia Natural, cuando les pedí que me dieran una buena razón por la cual no debían matarse los sapos, Benjie Sloane respondió gravemente: «¡Porque llovería al día siguiente!». Es tan difícil no echarse a reír, Stella. Tengo que aguantarme la risa hasta que llego a casa y Marilla dice que la pone nerviosa escuchar salvajes gritos de alegría procedentes de la buhardilla, sin causa aparente. Dice que un hombre de Grafton que se volvió loco había comenzado así.

 



Rose Bell dice que William Tyndale escribió el Nuevo Testamento.



¡Claude White dice que un glaciar es un hombre que vende helados!



Creo que lo más difícil dentro de la enseñanza, así como lo más interesante, es conseguir que los niños te confíen sus verdaderas impresiones sobre las cosas. Un día de tormenta la semana pasada, los reuní a mi alrededor a la hora del almuerzo y traté de que conversaran como si yo fuera uno de ellos. Les pedí que me hablaran de sus principales deseos. Algunas de las respuestas fueron bastante vulgares: muñecas, caballitos, patines. Otras resultaron decididamente originales. Hester Boulter quería usar el vestido de los domingos todos los días y comer en la sala. Hannah Bell deseaba ser buena sin tener que preocuparse por conseguirlo. Marjory White, que tiene diez años, quería ser viuda. Al preguntarle el porqué, respondió gravemente que si una no se casa la gente la llama solterona, y si lo hace, el marido la manda, pero siendo viuda no hay peligro ni de una cosa ni de la otra. El deseo más notable fue el de Sally Bell: ¡quería una luna de miel! Le pregunté si sabía lo que significaba y dijo que le parecía que era una bicicleta muy bonita, porque su primo de Montreal salió en «luna de miel» cuando se casó y siempre había tenido la última novedad en bicicletas.



Otro día les pedí que me contaran la travesura más terrible que hubieran cometido. No pude conseguir que los más grandes lo hicieran, pero los de tercer grado contestaron con toda franqueza. ¡Eliza Bell había prendido fuego al fajo de tarjetas de su tía! Al preguntarle si había tenido intenciones de hacerlo, respondió: «No a todas. Sólo quería quemar un pedacito para ver cómo ardía y en un momento todo el paquete se convirtió en una hoguera». Emerson Gillis había gastado en caramelos diez centavos que debía haber guardado para la colecta de la Misión. El peor crimen de Annetta Bell fue comer unas peras azules que crecían en el cementerio. Willie White se había deslizado por el tejado del establo un montón de veces con los pantalones de los domingos. «Pero me castigaron haciéndome llevar los pantalones remendados a la Escuela Dominical durante todo el verano, y cuando a uno lo castigan por algo no hay que arrepentirse», declaró Willie.



Desearía que pudieras ver algunas de sus redacciones. Y tanto lo deseo, que te envío copia de algunas que han escrito recientemente. La semana pasada les dije a los de cuarto grado que quería que me escribieran cartas sobre lo que deseaban y añadí la sugerencia de que podían escribir sobre algún lugar que hubieran visitado o alguna persona o cosa que despertara su interés. Debían escribir sus misivas en verdadero papel de carta, meterlas en un sobre y dirigírmelas sin ayuda de nadie. El viernes pasado por la mañana hallé un montón de cartas sobre mi escritorio y esa misma tarde volví a constatar que la enseñanza tiene sus satisfacciones tanto como sus penas. Estas redacciones compensarían muchas cosas. Aquí está la de Ned Clay, con la dirección y ortografía originales.



«Señorita maestra Shirley,



»Tejas Verdes.



»Querida maestra. Pienso que le escribiré una redacción sobre los pájaros, los pájaros son animales muy útiles, mi gato caza pájaros. Se llama William pero papá lo llama tomas, es todo rayado y el invierno pasado se le eló una oreja, si no fuera por eso sería un lindo gato.



»Mi tío adoptó un gato, fue un día a su casa y no se quiso ir. Tío le deja dormir en su mesedora y mi tía dice que lo cuida mas que a sus propios hijos, eso no es verdad, debemos ser buenos con los gatos y darles leche fresca pero no debemos ser mejores con ellos que con nuestros propios hijos, esto es todo lo que puedo pensar y nada más.



»EdwardBlakeClay».



La carta de St. Clair Donnell es, como de costumbre, breve y va derecho al grano. St. Clair nunca gasta palabras. No creo que eligiera el tema ni que haya agregado la posdata por malicia. Es sólo que no tiene mucho tacto o imaginación.



«Querida Srta. Shirley.



»Nos ha pedido que describamos algo raro que hayamos visto. Yo describiré el Salón de Avonlea. Tiene dos puertas, una adentro y otra afuera. Tiene seis ventanas y una chimenea. Tiene dos extremos y dos lados. Está pintado color azul. Esto es lo que lo hace raro. Está en el camino bajo que va a Carmody. Es el tercero de los edificios importantes de Avonlea. Los otros son la iglesia y la herrería. Allí hace reuniones el club, y lecturas y conferencias.



»Suyo sinceramente.



»James Donnell.



»P.S. El salón es azul muy brillante».



»La carta de Annetta Bell fue muy larga, lo que me sorprendió, pues el escribir ensayos no es su fuerte y generalmente son tan breves como los de St. Clair. Annetta es una chiquilla muy tranquila y un modelo de buen comportamiento, pero no hay en ella ni una chispa de originalidad. Aquí tienes su carta.



«Mi muy querida maestra,



»Creo que le escribiré esta carta para decirle cuanto la quiero. La quiero con todo mi corazón, mi alma y mi pensamiento… con todo lo que hay en mí… y quiero servirla para siempre. Será mi más alto privilegio. Por eso es que me esfuerzo tanto por ser buena en la escuela y por estudiar mis lecciones. Usted es tan hermosa, señorita. Su voz es como música y sus ojos como pensamientos regados por el rocío. Es usted como una majestuosa reina. Su cabello es como oro ondeante. Anthony Pye dice que es rojo, pero usted no debe hacerle ningún caso a Anthony.



»Hace apenas unos pocos meses que la conozco, pero no puedo creer que haya habido un tiempo en que no la conociera… que usted no hubiera llegado a mi vida para bendecirla y santificarla. Siempre recordaré este año como el más magnífico de mi vida, porque es el que la ha traído a mí. También es el año que nos mudamos de Newbridge a Avonlea. Mi amor por usted ha enriquecido mi vida y me aparta del mal y la perversidad. Todo esto se lo debo a usted, mi dulce maestra.



»Nunca olvidaré cuan hermosa estaba la última vez que la vi con aquel vestido negro y flores en el cabello. Así la veré siempre, aun cuando ambas seamos ancianas y grises. Para mí siempre será joven y bella, amada maestra. Siempre pienso en usted… por la mañana, al mediodía y al atardecer. La quiero cuando ríe y cuando suspira y hasta cuando me mira con desdén. Nunca la vi enfadada, aunque Anthony Pye dice que siempre lo está, pero sé que a él lo mira enfadada porque se lo merece. La amo en cada vestido… parece usted más adorable con cada traje nuevo que con el último que usaba. Mi muy querida maestra, buenas noches. El sol se ha puesto y las estrellas brillan… estrellas tan brillantes y hermosas como sus ojos. Beso sus manos y su rostro, querida. Quiera Dios protegerla y prevenirla contra todo mal.



»Su afectuosa alumna,



»Annetta Bell».



Esta extraordinaria carta me confundió enormemente. Estaba tan segura de que Annetta no podía haberla escrito como que no podía volar. Cuando fui a la escuela al día siguiente, paseé con ella hasta el arroyo durante el recreo y le pedí que me dijera la verdad sobre la carta. Annetta lloró y confesó claramente. Dijo que nunca había escrito una carta y que no sabía cómo hacerlo o qué decir, pero que había un paquete de cartas de amor en el cajón de arriba de la cómoda de su madre, escritas por un viejo pretendiente.



«No era papá», sollozó Annetta, «era uno que estudiaba para pastor y por eso podía escribir cartas tan encantadoras pero después de todo mamá no se casó con él. Pero yo pensé que las cartas eran hermosas y que podía copiar algunas cosas y escribírselas a usted. Puse "maestra" donde decía "señora", agregué algo de mi parte y cambié algunas palabras. Puse "vestido" en lugar de "humor". No sabía bien lo que quería decir "humor" pero supuse que era algo para ponerse. No creí que usted notaría la diferencia. No veo cómo pudo darse cuenta que no era mía del todo. Usted debe ser terriblemente inteligente, señorita».



Le dije a Annetta que estaba muy mal copiar una carta ajena y hacerla pasar por propia. Pero temo que lo único que Annetta sienta es haber sido descubierta.



«Y es que yo la quiero, señorita», sollozó. «Esto era verdad aunque el ministro lo escribiera primero. La quiero con todo mi corazón».



Es muy difícil regañar a alguien en tales circunstancias.



Aquí está la carta de Barbara Shaw. No puedo reproducir las manchas del original.



«Querida señorita,



»Usted dijo que podíamos escribir sobre una visita. Yo sólo hice una visita una vez. Fui a ver a mi tía Mary el invierno pasado. Mi tía Mary es una mujer muy especial y una gran ama de casa. La primera noche que estuve allí tomamos té. Yo golpeé un porrón y lo rompí. Tía Mary dijo que tenía ese porrón desde que se casó y que nunca se había roto. Cuando nos levantamos, le pisé el vestido y se soltaron todos los frunces de su falda. A la mañana siguiente cuando me levanté golpeé el cántaro contra la palangana y la rajé y durante el desayuno volqué una taza de té sobre el mantel. Cuando estaba ayudando a tía Mary a fregar, dejé caer un plato de porcelana y se rompió. Esa tarde me caí por la escalera y me torcí un tobillo y tuve que quedarme en cama una semana. Oí que la tía Mary le decía a tío José que era una suerte porque de lo contrario hubiera roto toda la casa. Cuando mejoré ya era tiempo de irme a casa. Las visitas no me gustan mucho. Me gusta más ir a la escuela, especialmente desde que llegué a Avonlea.



»Sinceramente suya,



»Barbara Shaw».



La de Willie White comienza así:



«Estimada señorita:



»Quiero hablarle sobre mi tía la Brava. Vive en Ontario y un día fue al granero y vio un perro en el patio. El perro no tenía por qué estar allí y entonces ella agarró un palo y le pegó fuerte y lo llevo al granero y lo enceró. Poco después llegó un hombre buscando un león imaginario (quería quizá decir domesticado) que se había escapado de un circo. Y resultó que el perro era un león y que mi tía la Brava lo había encerrado a palos en el granero. Fue un milagro que no la comiera pero ella fue muy brava. Emerson Gillis dice que si ella pensó que era un perro no fue más valiente que si en realidad lo hubiera sido. Pero Emerson esta celoso porque él no tiene una tía Brava, solo tiene tíos.



He guardado lo mejor para el final. Te ríes de mí porque pienso que Paul es un genio pero estoy segura que su carta te convencerá de que es un niño poco común. Paul vive con su abuela, junto a la playa, y no tiene compañeros de juego… verdaderos compañeros. Recordarás que nuestro profesor de pedagogía nos decía que no debíamos tener «preferencias» entre nuestros alumnos, pero no puedo evitar querer a Paul Irving más que a los otros. Aunque no creo que esto traiga mal alguno, pues todos quieren a Paul, hasta la señora Lynde que dice que nunca hubiera creído que llegaría a gustarle tanto un yanqui. También lo quieren mucho sus compañeros de escuela. A pesar de sus sueños y fantasías no hay en él nada de debilidad o feminidad. Es muy varonil y se destaca en todos los juegos. Recientemente luchó con St. Clair Donnell porque dijo que el Union Jack iba delante de «las barras y estrellas» como bandera: El resultado de la batalla fue un empate y un acuerdo mutuo para adelante respecto al patriotismo de ambos. St. Clair dice que él puede pegar más fuerte, pero que Paul da más veces.



Ésta es la carta de Paul:



«Mi querida señorita,



»Nos dijo que podíamos escribir sobre algunas personas interesantes que conociéramos. Creo que la gente más interesante que conozco es la de las rocas y voy a contarle algo respecto a ellos. Nunca le hablé a nadie de ellos, excepto a abuela y a papá, pero me gustaría que usted los conociera porque sé que entiende estas cosas. Hay muchas personas que no entienden, de modo que no vale la pena contarles nada. Mi gente de las rocas vive en la playa. Acostumbro a visitarla todas las tardes antes de que llegue el invierno. Ahora no puedo ir hasta la primavera, pero allí estarán, porque nunca cambian… es lo bueno que tienen. Norah es la primera que conocí y creo que es a la que más quiero. Vive en la ensenada de Andrews y tiene cabellos y ojos negros y lo sabe todo sobre las sirenas y algas marinas. Tiene que oír las historias que cuenta. Luego están los Mellizos Marineros. No viven en ningún lado; navegan todo el tiempo, pero a menudo vienen a la playa a conversar conmigo. Son un par de alegres marineros y lo han visto todo en el mundo… y más de lo que hay en el mundo. ¿Sabe lo que le pasó una vez al más joven de los Mellizos Marineros? Estaban navegando y entró en un claro de luna. Usted sabe señorita que un claro de luna es la huella que marca la luna llena en el agua cuando se asoma sobre el mar. Bueno, el menor de los Mellizos Marineros navegó a lo largo del claro de luna hasta que llegó justo hasta la luna misma y vio una puerta de oro, la abrió y navegó a través de ella. Tuvo algunas aventuras maravillosas en la luna, pero el contarlas haría muy extensa esta carta.

 



»Luego está la Dama Dorada de la cueva. Un día paseando por la parte baja de la playa hallé una caverna grande y al rato me encontré con la Dama Dorada. Tiene cabellos de oro que le llegan hasta los pies y su vestido es todo brillante y resplandeciente como oro vivo. Y tiene un arpa de oro y todo el día toca melodías… siempre se puede oír su música desde la playa si se escucha con cuidado, pero la mayoría de las personas piensan que es sólo el viento entre las rocas. Nunca le he hablado a Norah de la Dama Dorada. Temía que pudiera herir sus sentimientos. Hasta se siente herida si hablo demasiado tiempo con los Mellizos Marineros.



»Siempre me encuentro con los Mellizos en las Rocas Rayadas. El más joven es de muy buen genio, pero el mayor puede ser terriblemente feroz a veces. Tengo mis sospechas sobre él. Creo que sería pirata si se atreviera. Hay en él algo realmente misterioso. Una vez juró, y yo le dije que si volvía a hacerlo podía evitarse venir a la playa a hablar conmigo, pues le había prometido a abuelita que nunca andaría con alguien que jurara. Puedo asegurarle que se asustó bastante, y dijo que si lo perdonaba me llevaría hasta la puesta del sol. De manera que al día siguiente, al atardecer, cuando me encontraba sentado en las Rocas Rayadas, el mayor de los Mellizos vino navegando por el mar en un bote encantado y yo subí a él. El bote era de perla y arco iris, como la parte de adentro de las conchas de los mejillones, y su vela como claro de luna. Bueno, navegamos justo rumbo a la puesta del sol. Piense, señorita, he estado en el ocaso.



»El ocaso es una tierra llena de flores, como un gran jardín, y las nubes son canteros. Entramos a un gran puerto color oro y bajamos del barco directamente sobre una gran pradera cubierta de ranúnculos tan grandes como rosas. Me quedé allí muchísimo rato. Parecía casi un año, pero el Mellizo mayor dijo que fueron unos minutos. Como ve, en la tierra del ocaso, el tiempo es más largo que aquí.



»Su alumno que la quiere,



»Paul Irving.



»P.D.: Desde luego, esta carta no es verdad. P.I.».





CAPÍTULO DOCE



Un día tempestuoso





En realidad todo comenzó la noche antes con una interminable vigilia por culpa de un dolor de muelas. Cuando Ana se levantó en la oscura y amarga mañana de invierno, la vida se le presentaba amarga e indigna de vivirse.



Fue a la escuela en un estado de ánimo no muy angelical. El aula estaba fría y llena de humo, pues el fuego se negaba a arder, y los niños se reunían en grupos, temblando de frío. Ana los mandó sentar en un tono más seco que de costumbre. Anthony Pye fue a su pupitre con su acostumbrado aire impertinente y ella le vio murmurarle algo a su compañero y luego echarle una mirada con mal gesto.



A Ana le parecía que nunca hasta entonces habían chirriado tanto los lápices; Barbara Shaw se acercó al pupitre con una suma y tropezó con el cubo del carbón, con resultados desastrosos. El carbón se esparció por toda la habitación, la pizarra se rompió en pedazos y cuando se levantó, su cara, cubierta de polvillo de carbón, hizo reír enormemente a los muchachos.



Ana alzó los ojos de su libro de lectura.



—Realmente, Barbara —dijo con frialdad—, si no puedes moverte sin caer sobre algo, será mejor que te quedes en tu asiento. Es una verdadera desgracia para una niña de tu edad ser tan torpe.



La pobre Barbara volvió a su asiento a trompicones, mientras las lágrimas que le corrían por la cara se combinaban con el polvillo del carbón para darle un aspecto grotesco. Nunca hasta entonces le había hablado con tono así su querida maestra, de manera que la niña estaba desolada. La conciencia le dio un pinchazo, pero ello sólo sirvió para aumentar su irritación y el segundo curso recuerda todavía aquella clase, al igual que la inclemente lección de aritmética que la siguiera. Justo en el instante en que Ana se hallaba