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100 Clásicos de la Literatura

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CELIMENA



Señora, mucho tengo que agradeceros: un aviso semejan te me obliga y lejos de tomarlo a mal, pretendo retribuir al instante el favor con un aviso que atañe también a vuestra honra, y como veo que demostráis ser mi amiga enterándome de lo que de mí se murmura, quiero seguir a mi tur no ejemplo tan dulce, advirtiéndoos lo que de vos se dice. Estando de visita el otro día en cierto lugar, encontré algunas personas de rarísimo mérito, que hablando de las ver daderas ocupaciones de un alma bien nacida, hicieron re caer sobre vos, señora, la plática. Allí vuestra gazmoñería y vuestras ostentaciones piadosas no fueron citadas como muy buen modelo: esa afectación de un exterior grave, vuestros eternos discursos sobre honor y prudencia, vuestros gestos y gritos ante la menor sobra de indecencia en que puede hacer caer a la inocencia una palabra ambigua, esa alta estima en que os tenéis y las piadosas miradas que arrojáis sobre todos, vuestras frecuentes lecciones y vuestras agrias críticas sobre cosas que son inocentes y puras, todo esto, señora, si puedo hablaros con franqueza, fue unánimemente censurado. ¿A qué viene, decían, ese aire modesto, y esa juiciosa apariencia que todo lo demás desmiente? Para rezar es puntual en extremo, pero pega a sus sirvientes y no les paga. Ostenta un gran fervor en todos los lugares devotos, pero se pone afeites y quiere parecer bella. Hace cubrir las desnudeces de los cuadros, pero tiene amor por las realidades. Por mi parte, tomé vuestra defensa contra todos, asegurándoles mucho que se trataba de maledicencia; pero todas las opiniones combatieron la mía y su conclusión fue que haríais bien en cuidaros menos de los actos de los de más y poner algo más de atención a los vuestros; que hay que mirarse mucho a sí mismo antes de pensar en condenar a los otros; que hay que tener la autoridad de una vida ejemplar para ponerse a corregir a la gente, y que aun así, vale más remitirse, en el caso, a aquellos a quienes el Cielo encomendó esa misión. Señora, os creo también demasiado razonable para tomar a mal este provechoso aviso, y para atribuirlo a otra cosa que a los secretos impulsos de un celo que me liga a todos vuestros intereses.



ARSINOE



Por mucho que nos expongamos al aconsejar, no me esperaba yo, señora, esta respuesta, y bien veo, por lo que tiene de agria, que mi sincero aviso os ha herido profundamente.



CELIMENA



Al contrario, señora; y si fuéramos discretos se pondrían en uso estos mutuos avisos: procediendo de buena fe se destruiría con ellos ese gran enceguecimiento en que todos estamos sobre nosotros mismos. Sólo de vos dependerá que continuemos con el mismo celo este fiel oficio, y que ten gamos gran cuidado de decirnos, entre nosotras, lo que vos de mí y yo de vos oigamos.



ARSINOE



Ah, señora, nada más puedo yo oír acerca de vos; es en mí donde pueden encontrar mucho que reprender.



CELIMENA



Señora, yo creo que todo se puede alabar o reprender y que todos tienen razón según la edad o la afición. Hay una edad para la galantería y hay también una propia para ser mojigata. Se puede, por política, tomar este partido cuando se amortigua el resplandor de nuestra juventud: ello sirve para cubrir fastidiosos contratiempos. Yo no digo que no siga un día vuestras huellas: la edad lo traerá todo, pero como sabemos, señora, no es el momento de ser gazmoña a los veinte años.



ARSINOE



Ciertamente, os engreís por una ventaja bien pobre, y ponderáis vuestra edad de un modo terrible. Lo que de ella pueda uno tener más que vos no es tanto como para envanecerse así; y no sé por qué vuestra alma se encarniza, señora, en acosarme de tan extraña manera.



CELIMENA



Y yo, señora, tampoco sé por qué se os ve desencadenaros contra mí en todas partes. ¿Hay que caer sobre mí sin cesar por todos vuestros disgustos? ¿Soy yo responsable de los homenajes que no se os rinden? Si mi persona inspira amor a las gentes, y si continúan ofreciéndome todos los días sus piros, que vuestro corazón puede desear que me falten, no sé qué hacer por ello y no es mía la culpa: tenéis libre el campo y yo no impido que tengáis encantos para atraerlos.



ARSINOE



¡Ay! ¿Y creéis que alguien se apena por esos numerosos enamorados de que os envanecéis, y que no sea muy fácil comprender a qué precio se los atrae hoy día? ¿Pensáis hacer creer viendo cómo va todo que sólo vuestro mérito atrae a esa muchedumbre? ¿Que no arden por vos sino con amor honesto y que os hacen-todos la corte por vuestras virtudes? Nadie se ciega con vanas escapatorias, el mundo no se engaña y conozco algunas hechas para inspirar tiernos sentimientos, y que sin embargo no retienen a los pre-tendientes; de lo cual podemos sacar como consecuencia que no se adquieren sus corazones sin grandes adelantos, que nadie suspira por nuestros lindos ojos, y que hay que comprar los homenajes que se nos rinden. No os hinchéis, pues, con tanta vanagloria por el pequeño mérito de un débil triunfo; y contened un poco ese orgullo de vuestros encantos que os hace tratar de alto abajo a las gentes. Si nuestros ojos envidiaran las conquistas de los vuestros, pienso que podríamos hacerlas como cualquiera, no medirnos ya y haceros ver claramente que se tienen enamorados cuan do se los quiere tener.



CELIMENA



Tenedlos, pues, señora, y veamos el caso: esforzaos en agradar por medio de tan raro secreto; y sin...



ARSINOE



Acabemos, señora, con semejante plática: llevaría muy lejos a nuestros dos espíritus; y ya me hubiera retirado como corresponde, si no me obligara a esperar aún mi carroza.



CELIMENA



Podéis quedaros cuanto os plazca, señora, y esperar sin ninguna prisa; pero sin fatigaros con mis cumplimientos, me voy para daros mejor compañía; pues el señor, que viene casualmente muy a propósito, conseguirá distraeros mejor que yo.





ESCENA SEXTA



Alceste, Celimena, Arsinoe





CELIMENA



Alceste, tengo que escribir una carta de dos líneas que no podría diferir sin perjuicio; quedaos con la señora: ella tendrá la bondad de excusar buenamente mi descortesía.





ESCENA SÉPTIMA



Alceste, Arsinoe





ARSINOE



Ya veis, quiere que os entretenga mientras espero un momento que llegue mi carroza; y jamás pudo ofrecerme toda su amabilidad nada que me resultara más encantador que semejante plática. En verdad las gentes de un mérito sublime conquistan el amor y la estimación de todos; y el vuestro tiene sin duda secretos hechizos que interesan mi corazón en cuanto os interesa. Quisiera que, con favorable mi rada, hiciera la corte mayor justicia a cuanto valéis: tenéis de qué quejaros y me encolerizo cuando veo que nunca se hace nada por vos.



ALCESTE



¿Yo, señora? ¿Y qué podría pretender yo? ¿Qué servicio me han visto prestar al Estado? ¿Qué he hecho, por favor, de tan brillante en sí, para quejarme de que no se haga nada por mí en la corte?



ARSINOE



No todos aquellos a quienes la corte mira con buenos ojos han prestado servicios tan principales. Necesarios son la ocasión y el poder; y en fin, el mérito que nos demostráis, debería...



ALCESTE



¡Dios mío! Dejemos, por favor, mi mérito; ¿de qué queréis que se ocupe la corte? Tendría mucho que hacer y gran des serían sus tareas si se propusiera desenterrar el mérito de las gentes.



ARSINOE



Un mérito notable se desentierra sólo: el vuestro se tiene muy en cuenta en muchas partes; y sabréis por mí que en dos grandes mansiones, fuisteis elogiado ayer por gente de mucho peso.



ALCESTE



¡Ah, señora! Hoy se elogia a todo el mundo, y en este as pecto el siglo no deja de mano a nadie: todos están igual mente dotados de gran mérito, y ya no es un honor el verse alabado; rebosamos de elogios, nos los tiramos a la cara, y hasta mi lacayo ha salido en la "Gaceta".



ARSINOE



Por mi parte, bien querría que para revelaros mejor, un cargo en la corte os pusiera en evidencia. Por poco que aparentarais pretenderlo, se podrían tocar influencias para serviros, y yo estoy bien con mucha gente a quienes interesa ría por vos, y que os harían para todo muy fácil camino.



ALCESTE



¿Y qué queréis que hiciera yo allí, señora? El carácter que tengo hace que me destierre de ella. Al darme la luz, el Cielo no me dotó de un alma compatible con el ambiente de la corte; no me encuentro las virtudes necesarias para tener éxito y desempeñarme allí. Ser franco y sincero es mi mayor talento; yo no sé halagar a los hombres al hablar, y quien no tenga el don de ocultar su pensamiento debe detenerse poco en ese país. Sin duda, fuera de la corte no se alcanzan ese apoyo y esos honrosos títulos que ella otorga hoy en día; pero tampoco se tiene, aunque se pierdan esas ventajas, el disgusto de desempeñar muy tontos pape les; no hay que sufrir mil crueles repulsas, no hay que elogiar los versos del señor Fulano, ni que incensar a la seño ra Mengana, ni que soportar el ingenio de nuestros marqueses.



ARSINOE



Dejemos, ya que así os place, la cuestión de la corte; pero ¡ni corazón debe compadeceros por vuestro amor; y si he de confiaros lo que pienso al respecto, mucho desearía que estuviera vuestra pasión mejor colocada. Merecéis, sin duda, más benigna suerte, y es indigna de vos la que os encanta.



ALCESTE



Pero al decir eso, ¿pensáis, por favor, señora, que esa persona es vuestra amiga?



ARSINOE



Sí; pero mi conciencia está herida hasta el punto de no sufrir más tiempo la sinrazón que os hacen; el estado en que os veo me aflige demasiado el alma, y os aviso que traicionan vuestro amor.



ALCESTE



Me demostráis, señora, una tierna solicitud; ¡tales avisos obligan a un enamorado!

 



ARSINOE



Sí, bien que sea mi amiga, es y la declaro indigna de esclavizar el corazón de un caballero; y el suyo sólo tiene para vos fingidas dulzuras.



ALCESTE



Es posible, señora: no se pueden ver los corazones; pero vuestra caridad hubiera podido dispensarse de sugerir al mío tal pensamiento.



ARSINOE



Si no queréis que os abran los ojos, no hay que deciros nada, es bastante fácil.



ALCESTE



No; pero por mucho que se nos diga sobre ese tema, las dudas son más molestas que otra cosa, y por mi parte, querría que no me hicieran saber más que lo que se me pueda mostrar claramente.



ARSINOE



¡Y bien! Está dicho; vais a recibir plena luz sobre esta materia. Sí, quiero que vuestros ojos os den fe de todo: dad me solamente la mano hasta mi casa; allí os haré ver una prueba acabada de la infidelidad del corazón de vuestra bella; y si el vuestro puede arder por otros ojos, podremos ofreceros algo para que os consoléis.



****





ACTO CUARTO





ESCENA PRIMERA



Elianta, Filinto





FILINTO



No, no se ha visto alma más dura de boca, ni arreglo más difícil de concluir: en vano se le quiso dar vuelta por todos lados, no pudieron arrancarlo de su idea; y jamás disputa más extraña ha ocupado, según pienso, la prudencia de esos señores. "No, señores, decía él, no me desdigo, y estaré de acuerdo con todo fuera de ese punto. ¿De qué se ofende? ¿Y qué quiere decirme? ¿Sufre su reputación porque no es criba bien? ¿Qué le importa mi consejo, que recibió de mal modo? Se puede ser hombre principal y hacer malos versos: no es al honor que atañen estos asuntos; lo tengo por un caballero en todos sentidos, hombre de corazón, de calidad y de mérito, todo lo que os plazca, pero muy mal autor. Alabaré si se quiere su lujo y su despensa, su destreza para el caballo, las armas y la danza; pero que no se me busque para alabar sus versos; y cuando no tiene uno la dicha de hacerlos mejores, no debe tener el antojo de rimar, como no sea condenado a ello bajo pena de la vida." En fin, toda la gracia y la condescendencia a que se ha plegado con esfuerzo su pensamiento, es a decir, creyendo endulzar mucho su estilo: "Señor, lamento ser tan difícil y por consideración hacia vos, querría de buena gana haber encontrado mejor vuestro soneto, hace un momento." Y como conclusión, se les ha hecho cerrar rápidamente el procedimiento con un abrazo.



ELIANTA



En sus maneras de proceder es muy singular; pero hago mucho caso de él, lo confieso, y la sinceridad de que su alma se jacta, tiene alguna cosa, en sí, de heroico y de noble. Es una virtud rara en este siglo, y yo quisiera verla en todos como en él.



FILINTO



Por mi parte, mientras más lo veo, más me maravillo sobre todo de esta pasión a la que se abandona su alma: dado el humor con que el Cielo ha querido dotarlo, no sé cómo se las compone para amar; y menos aún cómo puede ser vuestra prima la persona a la que su inclinación lo lleva.



ELIANTA



Eso demuestra bien que el amor no siempre es producido en los corazones por una conformidad de temperamentos; y todas esas razones de dulces simpatías se encuentran des mentidas por este ejemplo.



FILINTO



¿Pero creéis que lo ama, según las cosas que vemos?



ELIANTA



Ese es un punto muy difícil de averiguar. ¿Cómo poder juzgar si es cierto que ella lo ama? Su mismo corazón no está muy seguro de lo que siente; en ocasiones ama sin saberlo bien, y también cree amar a veces cuando no hay nada de ello.



FILINTO



Creo que nuestro amigo encontrará, junto a vuestra prima, más pesares de lo que sospecha; y a decir verdad, si él tuviera mi corazón volvería sus deseos muy hacia otra parte, y por una elección más justa se le vería, señora, aprovechar de las bondades que vuestra alma le demuestra.



ELIANTA



Por mi parte, no hago melindres, y creo que se debe pro ceder de buena fe en estas cuestiones: no me opongo a su gran ternura; al contrario, mi corazón se interesa por ella; y si la cosa pudiera depender de mí, se me vería a mí misma unirlo a la que ama. Pero como todo puede ocurrir, si en tal elección sufriera su amor algún destino adverso, si ocurriera que coronaran la pasión de otro, podría resolver me a aceptar sus homenajes; y el rechazo sufrido en tal ocasión no me produciría repugnancia alguna.



FILINTO



Y yo por mi parte, señora, no me opongo a esas bondades que para él tienen vuestros encantos; y él mismo, si quiere, puede informaros bien de lo que me he cuidado de decirle respecto. Pero si por una boda que los uniera a ambos, no tuvierais ya ocasión de recibir sus homenajes, los os tentarían el brillante favor que con tanta bondad préstale vuestra alma: feliz si pudiera recaer sobre mí, en so de que su corazón se sustrajera a él, señora.



IANTA



Bromeáis, Filinto.



UNTO



No, señora, sino que os hablo aquí con toda mi alma. Espero la ocasión de declararme abiertamente, y ansío que apresure en llegar ese momento.





ESCENA SEGUNDA



Alceste, Elianta, Filinto





ALCESTE (bajo)



¡Ah, dadme razón, señora, de una ofensa que acaba de triunfar de toda mi constancia.



ELIANTA



¿Qué pasa, pues? ¿Qué tenéis para conmoveros así?



ALCESTE



Tengo lo que no puedo imaginar sin morir; y el desencadenamiento de la naturaleza toda no me abrumaría como esta aventura. Esto es hecho... Mi amor... No puedo hablar...



ELIANTA



Tratad de que vuestro espíritu se reponga un poco.



ALCESTE



¡Oh, justo cielo! ¿Debían unirse a tantos hechizos los vicios odiosos de las almas más bajas?



ELIANTA



Pero, una vez más, ¿qué ha podido...?



ALCESTE



¡Ah!, todo está perdido; he sido, he sido traicionado, he sido asesinado: Celimena... ¿Quién hubiera podido creerlo? Celimena me engaña y no es más que una infiel.



ELIANTA



¿Tenéis una base seria para creerlo?



FILINTO



Acaso es una sospecha ligeramente concebida, pues vues tro celoso espíritu toma quimeras...



ALCESTE



Ah, ¡pardiez!, metéos, señor, en lo que os importe. (A Elianta.) Es estar demasiado cierto de su traición el tenerla en mi bolsillo, escrita de su mano. Sí, señora, una carta escrita a Oronte, ha descubierto a mis ojos mi desgracia y su vergüenza: Oronte, de quien creí que huía ella las atenciones, y el que menos temía de todos mis rivales.



FILINTO



Una carta puede engañar con la apariencia, y no es muchas veces tan culpable como se cree.



ALCESTE



Señor, una vez más, por favor, dejadme, y no os ocupéis sino de vuestros asuntos.



ELIANTA



Vos debéis moderar vuestros arrebatos y el ultraje...



ALCESTE



Señora, es a vos a quien esto corresponde; es a vos a quien mi corazón recurre hoy para poder libertarse de su acerbo pesar. Vengadme de esa ingrata y pérfida prima que traicionó cobardemente pasión tan constante; vengadme de ese hecho que debe produciros horror.



ELIANTA



¿Yo, vengaros? ¿Cómo?



ALCESTE



Recibiendo mi corazón. Aceptadlo, señora, en lugar de la infiel: es así como puedo tomar venganza de ella; y quiero castigarla con los afanes sinceros, con el profundo amor, con las respetuosas atenciones, diligentes deberes y asiduo servicio, de que este corazón va a haceros el sacrificio ardiente.



ELIANTA



Compadezco sin duda lo que sufrís y no desprecio el corazón que me ofrecéis; pero acaso el mal no sea tan grande como se piensa y vos podáis abandonar ese deseo de venganza. Cuando la injuria parte de un objeto lleno de encantos concíbense muchos proyectos que no se ejecutan: y por mucho que se tengan poderosas razones para romper, una culpable amada bien pronto es inocente; fácilmente se disipa el mal que se le desea y sabemos lo que es el enojo de un amante.



ALCESTE



No, no, señora, no: por demás profunda es la herida, no hay retroceso, rompo con ella; nada podría cambiar mi designio, y me castigaría si jamás volviera a estimarla. Hela aquí. Mi cólera redobla ante su vista; voy a hacerle vivos reproches por su perversidad, a confundirla plenamente y a traeros luego un corazón totalmente libre de sus engañadores hechizos.





ESCENA TERCERA



Celimena, Alceste





ALCESTE (aparte)



¡Cielos! ¿Puedo dominar aquí mis arrebatos?



CELIMENA (aparte)



¡Hola! (A Alceste.) ¿A qué se debe el desorden en que os hallo? ¿Y qué significan los suspiros que exhaláis y esas sombrías miradas que lanzáis sobre mí?



ALCESTE



Que todos los horrores de que es capaz un alma no tienen comparación con vuestras deslealtades; que la suerte, los demonios y el encolerizado cielo no han producido jamás nada tan malo como vos.



CELIMENA



He aquí, por cierto, galanterías que me encantan.



ALCESTE



Ah, no hagáis bromas, no es ya hora de reír: enrojeced más bien, que para ello tenéis motivos; y yo tengo testimonios ciertos de vuestra traición. He aquí lo que presagiaban las inquietudes de mi alma; no era en vano que se alarmaba mi pasión; por esas frecuentes sospechas que encontrabais odiosas, buscaba yo la desdicha que ha herido mis ojos; y pese a todas vuestras gentilezas y a vuestra destreza para fingir, mi estrella me anunciaba lo que debía temer. Pero no presumáis que he de sufrir sin vengarme el despecho de verme ultrajado. Sé que nada podemos sobre el amor, que la pasión quiere ser independiente dondequiera, que jamás se entra a la fuerza en un corazón, y que toda alma es libre de elegir el que ha de dominarla. Así, no encontraría yo motivo alguno de queja, si vuestra boca me hubiera hablado sin fingimiento; y rechazando mi amor desde el primer instante, mi corazón no hubiera podido acusar sino al destino. Pero ver alentada mi pasión con engañosas confesiones es una traición, una perfidia para la que no puede haber castigo bastante grande, y todo puedo permitírselo a mi resentimiento. Sí, sí, todo debéis temerlo tras de semejante insulto; no me domino ya, sino que me domina mi rabia: traspasado por el golpe mortal con que me asesináis, no se gobiernan ya por la razón mis sentidos, cedo a los impulsos de una justa cólera y no respondo de lo que pueda hacer.



CELIMENA.



¿A qué se debe, por favor, semejante arrebato? Decidme, ¿habéis perdido el juicio?



ALCESTE



Sí, sí, lo perdí cuando al veros absorbí para desgracia mía el veneno que me mata, y cuando creí encontrar alguna sinceridad en las traidoras seducciones con que fui hechizado.



CELIMENA



¿Pero de qué traición podéis quejaros?



ALCESTE



¡Ah, qué duplicidad la de este corazón y qué bien domina el arte de fingir! Pero yo tengo en la mano los medios de reducirlo: poned aquí los ojos, reconoced vuestra letra; el descubrimiento de este billete basta para confundiros y no hay nada que decir ante semejante prueba.



CELIMENA



¿Es esto, pues, lo que os perturba el espíritu?



ALCESTE



¿No os sonrojáis mirando este papel?



CELIMENA



¿Y por qué razón habría de sonrojarme?



ALCESTE



¿Cómo? ¿Unís todavía la audacia al artificio? ¿Lo desautorizaréis porque carece de firma?



CELIMENA



¿Por qué desautorizar un billete de mi mano?



ALCESTE



¿Y podéis mirarlo sin quedar convicta del crimen contra mí de que su texto os acusa?



CELIMENA



La verdad, sois un gran maniático.



ALCESTE



¿Cómo? ¿Desafiáis así este convincente testimonio? ¿Y en lo que me descubre de dulzura hacia Oronte nada hay que me ultraje ni que os avergüence?



CELIMENA



¿Oronte? ¿Y quién os dice que es para él la carta?



ALCESTE



Las gentes que hoy la han puesto en mis manos. Pero consiento en admitir que sea para otro: ¿por eso tendrá que quejarse menos de vos mi corazón? ¿Seréis en realidad menos culpable conmigo?



CELIMENA



Pero si es una mujer la destinataria de este billete, ¿en qué puedo heriros? ¿Y qué tiene de culpable?



ALCESTE



Ah, la salida está buena y la excusa admirable. No me lo esperaba, lo confieso, y heme aquí completamente convencido por ella. ¿Osáis recurrir a esas astucias groseras? ¿Y creéis a la gente tan desprovista de entendimiento? Veamos, veamos un poco por qué sesgo, de qué manera podéis sostener una mentira tan evidente, y como podéis aplicar a una mujer todas las palabras de un billete que muestra tanto ardor. Adaptad, para cubrir vuestra infidelidad, lo que voy a leer...

 



CELIMENA



No me da la gana. Encuentro divertido que uséis de tal imperio, y que me digáis en la cara lo que osáis decirme.



ALCESTE



No, no: sin enojaros, molestáos un poco en justificarme los términos siguientes.



CELIMENA



No, no he de hacer nada, y me importa poco todo lo que creáis al respecto.



ALCESTE



Por favor, mostradme que se puede explicar como dirigido a una mujer este billete y quedaré satisfecho.



CELIMENA



No, es para Oronte, y me gusta que lo crean; recibo con mucha alegría sus homenajes; admiro lo que dice, estimo lo que es, y estoy de acuerdo con cuanto queráis. Hacedlo, decidíos, no os detenga nada, y no sigáis calentándome la cabeza.



ALCESTE (aparte)



¡Cielos! ¿Se inventó acaso algo más cruel? ¿Y fue jamás otro corazón tratado de tal manera? ¿Cómo? (Estoy conmovido contra ella por una justificada cólera, soy yo quien vengo a quejarme y es a mí a quien se regaña! ¡Se impulsan mis sospechas y mi dolor hasta el último extremo, se me deja creer todo, se jactan de todo; y sin embargo mi corazón es tan cobarde como para no poder romper la cadena que lo liga, ni armarse de un generoso desprecio contra la ingrata de la que está por demás prendado! (A Celimena.) ¡Ah, qué bien sabéis en esto, pérfida, serviros contra mí mismo de mi debilidad sin límites! ¡Y manejar en favor vuestro el exceso prodigioso de este fatal amor engendrado por vuestros ojos traidores! Defendéos al menos de un crimen que me agobia, y cesad en esa afectación de ser culpable con migo; demostradme, si es posible, que es inocente esta carta.: mi ternura consiente en ayudaros; esforzáos vos en parecer fiel, y yo me esforzaré en creer que lo sois.



CELIMENA



Quitad allá, sois loco con vuestros transportes de celos, y no merecéis el amor que os tienen. Me gustaría saber qué cosa podría obligarme a descender con vos a las bajezas del fingimiento, y por qué si mi corazón se inclinara hacia otro lado no había de decíroslo con sinceridad. ¿Cómo? ¿La halagadora confesión de mis sentimientos no toma mi defensa contra vuestras dudas? ¿Pueden tener ellas algún peso frente a tal garantía? ¿No es ofenderme el escucharlas? Y puesto que nuestro corazón para resolverse a confesar que ama debe hacer un violentísimo esfuerzo, pues que el honor del sexo, enemigo de nuestras pasiones, se opone con fuerza a declaraciones semejantes, el enamorado que ve franquear en honor suyo tal valla, ¿debe dudar impunemente de ese oráculo? ¿Y no es culpable al desconfiar de algo que no se dice sino tras de grandes combates? Quitad, merecen mi cólera tales sospechas y vos no valéis el caso que os hago: soy una tonta y me odio por mi simplicidad de conservaros todavía algún afecto; debería fijar mi estimación en otra parte y daros un legítimo motivo de queja.



ALCESTE



¡Ah, traidora, es extraña mi debilidad por vos! Me engañáis, sin duda, con tan dulces palabras: pero no importa, debo cumplir mi destino: mi alma se abandona íntegramente a vos; quiero ver hasta el fin cuál será la vía de vuestro corazón y si tendrá la perversidad de traicionarme.



CELIMENA



No, vos no me amáis como se debe amar.



ALCESTE



Ah, no hay nada comparable a mi inmenso amor; y en su ardiente deseo de manifestarse a todos, va a formular deseos en contra vuestra. Sí, querría que nadie os encontrara digna de amor, que quedarais reducida a una miserable suerte, que al nacer nada os hubiera otorgado el cielo, que no tuvierais ni rango, ni nombre, ni bienes, a fin de que el ruidoso sacrificio de mi corazón pudiera reparar la injusticia de semejante suerte, y que en ese día tuviera yo la dicha y la gloria de veros alcanzarlo todo de manos de mi amor.



CELIMENA



¡Es desearme el bien en forma muy extraña! ¡Presérveme el cielo de que eso ocurra! Pero he aquí al señor Dubois, cómicamente equipado.





ESCENA CUARTA



Celimena, Alceste, Dubois





ALCESTE



¿Qué significa esa traza y ese aire azorado? ¿Qué tienes?



DUBOIS



Señor...



ALCESTE



¡Y bien!



DUBOIS



Hay muchos misterios.



ALCESTE



¿Qué pasa?



DUBOIS



Nos va mal, señor, en nuestros asuntos.



ALCESTE



¿Cómo?



DUBOIS



¿Puedo hablar alto?



ALCESTE



Sí, habla y rápido.



DUBOIS



¿No hay allí alguien...?



ALCESTE



¡Ah, cuántos circunloquios! ¿Quieres hablar?



DUBOIS



Señor, hay que batirse en retirada.



ALCESTE



¿Cómo?



DUBOIS



Tenemos que marcharnos a escondidas de aquí.



ALCESTE



¿Y por qué?



DUBOIS



Os digo que hay que abandonar estos lugares.



ALCESTE



¿La causa?



DUBOIS



Hay que partir, señor, sin despedirse.



ALCESTE



¿Pero por qué razón me hablas así?



DUBOIS



Por la razón, señor, de que hay que poner pies en polvorosa.



ALCESTE



Ah, te romperé la cabeza, seguramente, si no quieres explicarte más, bribón.



DUBOIS



Señor, un hombre de traje y cara negra, ha venido a dejarnos en la cocina un papel garabateado de tal modo, que para leerlo habría que ser peor que el diablo. Es de vuestro proceso, no me cabe duda, pero el mismo diablo creo que no entendería palabra.



ALCESTE



¿Y bien? ¿Qué? ¿Qué tiene que ver ese papel, traidor, con la partida de que vienes a hablarme?



DUBOIS



Es para deciros, señor, que una hora después, un hombre que os visita a menudo vino a buscaros con mucha prisa; y al no encontraros me encargó cortésmente, sabiendo que yo os sirvo con mucho celo, que os dijera... Esperad, ¿cómo es que se llama?



ALCESTE



Deja en paz su nombre, traidor, y di lo que te ha dicho.



DUBOIS



En fin, es uno de vuestros amigos, eso basta. Me dijo que os arroja de aquí vuestro peligro, y que estáis bajo la amenaza de ser arrestado.



ALCESTE



¿Pero cómo? ¿No ha querido especificarte nada?



DUBOIS



No: me ha pedido papel y tinta y os ha escrito unas líneas donde pienso que podréis conocer el fondo de este misterio.



ALCESTE



Dámelo, pues.



CELIMENA



¿Qué puede significar esto?



ALCESTE



No sé, pero aspiro a verme informado. ¿Despacharás, impertinente del diablo?



DUBOIS (después de haber buscado largo tiempo el billete)



¡A fe mía! Señor, lo he dejado sobre vuestra mesa.



ALCESTE



No sé cómo me contengo...



CELIMENA



No os enojéis, y corred a desenredar semejante madeja.



ALCESTE



Parece que, a pesar de toda mi diligencia, la suerte ha jurado impedir que hable con vos; pero para triunfar de ella permitid a mi amor, señora, volver a veros antes de que acabe el día.



****





ACTO QUINTO





ESCENA PRIMERA



Alceste, Filinto





ALCESTE



Os digo que mi resolución está tomada.



FILINTO



Pero sea cual sea ese golpe, ¿debe acaso obligaron...?



ALCESTE



No: por mucho que digáis y por buenas que sean vuestras razones, nada puede apartarme de lo que digo: excesiva perversidad reina en nuestro siglo y quiero salir de la sociedad de los hombres. ¿Qué? ¿Ha de coaligarse contra mí todo a la vez, el honor, la probidad, el pudor y las leyes? Se habla en todas partes de la equidad de mi causa; mi alma reposa en la seguridad de mi derecho; y sin embargo, véome frustrado en mis esperanzas: ¡la justicia es mía y pierdo mi proceso! ¡Un traidor, de quien se conoce la escandalosa historia, sale triunfante por medio de una falsedad negra! ¡La buena fe cede totalmente a su alevosía! ¡Me degüella y encuentra medio de tener razón! ¡El peso de su hipocresía, en la que brilla la astucia, da vuelta la justicia y derriba el derecho! ¡Hace legalizar con una sentencia su fechoría! ¡Y no contento aún de la injusticia que se me hace, el infame tiene el descaro de darme como autor de un libro abominable que circula entre la gente, un libro cuya l