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100 Clásicos de la Literatura

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Los dos ejemplos que anteceden no carecen de cierta relación con el estado de reposo, y son quizá por tanto, poco apropiados para la demostración que con ellos me proponía alcanzar. Pero mi análisis de una paranoica alucinada, y los resultados de mis estudios, aún no publicados, sobre la psicología de la neurosis robustecen la afirmación de que en estos casos de transformación represiva de las ideas hemos de tener en cuenta la influencia de un recuerdo reprimido o inconsciente, infantil en la mayoría de los casos. Este recuerdo arrastra consigo a la regresión; esto es, a la forma de representación, en la que el mismo se halla dado psíquicamente, a las ideas con él enlazadas y privadas de expresión por la censura. Mencionaremos aquí como un resultado del estudio de la histeria el hecho de que las escenas infantiles (trátese de recuerdos o de fantasías) son vistas alucinatoriamente cuando se consiguen hacerlas conscientes, y sólo después de explicar al paciente su sentido es cuando pierden este carácter. Sabido es también que incluso en personas que no poseen en alto grado la facultad de la reminiscencia visual suelen conservar los recuerdos infantiles más tempranos un carácter de vivacidad sensorial hasta los años más tardíos.



Si recordamos cuál es el papel que en las ideas latentes corresponde a los sucesos infantiles o a las fantasías en ellos basadas; con cuánta frecuencia emergen de nuevo fragmentos de los mismos en el contenido latente, y cómo los mismos deseos del sueño aparecen muchas veces derivados de ellos, no rechazaremos la probabilidad de que la transformación de las ideas en imágenes visuales sea también en el sueño la consecuencia de la atracción que el recuerdo, representado visualmente, y que tiende a resucitar, ejerce sobre las ideas privadas de consciencia, que aspiran a hallar una expresión. Según esta hipótesis, podría también describirse el sueño como la sustitución de la escena infantil, modificada por su transferencia a lo reciente. Laescena infantil no puede conseguir su renovación real y tiene que contentarse con retornar a título de sueño.



El descubrimiento de la importancia, hasta cierto punto prototípica, de las escenas infantiles (o de sus repeticiones fantásticas) para el contenido manifiesto del sueño hace que una de las hipótesis de Scherner sobre las fuentes de estímulos interiores resulte totalmente superflua. Supone Scherner que aquellos sueños que presentan una especial vivacidad de sus elementos visuales, o una particular riqueza en estos elementos, tienen por base una excitación interna del órgano de la visión. Por nuestra parte y sin entrar a discutir esta hipótesis, admitiremos la existencia de tal estado de excitación en el sistema perceptivo psíquico del órgano de la visión; pero haremos constar que este estado de excitación ha sido creado por el recuerdo y constituye la renovación de la excitación visual experimentada en el momento real al que corresponde. No poseo ningún ejemplo propio de tal influencia de un recuerdo infantil. Mis sueños son generalmente pobres en elementos sensoriales; pero en el más bello y animado que he tenido durante estos últimos años me fue fácil referir la precisión alucinatoria del contenido manifiesto a cualidades sensibles de impresiones recientes. En páginas anteriores hemos citado un sueño, en el que el profundo azul del agua, el negro de humo arrojado por las chimeneas de los barcos y el rojo oscuro y el sepia de los edificios me dejaron una profunda impresión. Si algún sueño puede ser referido a una excitación visual, ninguno mejor que éste. Pero ¿qué es lo que la había producido? Una impresión reciente, que vino a agregar a una serie de impresiones anteriores. Los colores que vi en mi sueño eran, en primer lugar, los de las piezas de una caja de construcción, con las que mis hijos habían edificado el día inmediatamente anterior a mi sueño un espléndido palacio. En las piezas de esta caja de construcción podía encontrarse el mismo rojo oscuro, el mismo azul y el mismo negro que en mi sueño veo. A esta impresión vinieron a agregarse las de mi último viaje a Italia: el bello color cálido sepia de la tierra. La belleza cromática del sueño no era, pues, sino una repetición de la que el recuerdo me mostraba.



Concretemos ahora todo lo que hemos averiguado sobre aquella peculiaridad del sueño, que consiste en transformar su contenido de representaciones en imágenes sensoriales. No habremos esclarecido este carácter de la elaboración onírica refiriéndolo a leyes conocidas de la Psicología, pero lo hemos extraído en condiciones desconocidas, y lo hemos caracterizado, dándole el nombre de carácter regresivo. Hemos opinado que esta regresión es siempre un efecto de la resistencia, que se opone al avance de la idea hasta la consciencia por el camino normal, y de la atracción simultánea que los recuerdos sensoriales dados ejercen sobre ella. La regresión sería hasta posible en el sueño por la cesación de la corriente diurna progresiva de los órganos sensoriales; factor auxiliar que en las otras formas de la regresión podía ser el que contribuyera al robustecimiento de los demás motivos de la misma. No debemos tampoco olvidar que el proceso de la transferencia de energía habrá de ser, tanto en estos casos patológicos de regresión como en el sueño, muydistinto del que se desarrolla en las regresiones de la vida anímica normal, puesto que en los primeros hace posible una completa carga alucinatoria de los sistemas de percepción. Aquello que en el análisis de la elaboración onírica hemos descrito con el nombre de cuidado de la representabilidad podría ser referido a la atracción selectora de las escenas visualmente recordadas, enlazadas a las ideas latentes.



En la teoría de la formación de síntomas neuróticos desempeña la regresión un papel no menos importante que en la de los sueños. Distinguimos aquí tres clases de regresión: a) Una regresión tópica, en el sentido del esquema de los sistemas y. b) Una regresión temporal, en cuanto se trata de un retorno a formaciones psíquicas anteriores. c) Una regresión formal cuando las formas de expresión y representación acostumbradas quedan sustituidas por formas correspondientes primitivas. Estas tres clases de regresión son en el fondo una misma cosa, y coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más antiguo temporalmente es también lo primitivo en el orden formal, y lo más cercano en la tópica psíquica al extremo de la percepción. (Adición de 1914.) No podemos abandonar el tema de la regresión en el sueño sin manifestar una impresión que se nos ha impuesto ya varias veces, y que una vez que hayamos profundizado en el estudio de las psiconeurosis retornará robustecida.



Esta impresión es la de que el acto de soñar es por sí una regresión a las más tempranas circunstancias del soñador, una resurrección de su infancia con todos sus impulsos instintivos y sus formas expresivas. Detrás de esta infancia individual se nos promete una visión de la infancia filogénica y del desarrollo de la raza humana; desarrollo del cual no es el individual, sino una reproducción abreviada e influida por las circunstancias accidentales de la vida..Sospechamos ya cuán acertada es la opinión de Nietzsche de que «el sueño continúa un estado primitivo de la Humanidad, al que apenas podemos llegar por un camino directo», y esperamos que el análisis de los sueños nos conduzca al conocimiento de la herencia arcaica del hombre y nos permita descubrir en él lo anímicamente innato. Parece como si el sueño y la neurosis nos hubieran conservado una parte insospechada de las antigüedades anímicas, resultando así que el psicoanálisis puede aspirar a un lugar importante entre las ciencias que se esfuerzan en reconstruir las fases más antiguas y oscuras de los comienzos de la Humanidad. (Adición de 1918.) Esta primera parte de nuestra investigación psicológica del sueño no nos llega a satisfacer por completo. Nos consolaremos pensando en que nos vemos obligados a construir en las tinieblas. Además, si no nos engañamos mucho, hemos de retornar muy pronto a estas mismas regiones por un distinto camino, y quizá sepamos orientarnos mejor.



C) La realización de deseos.



El sueño con que iniciamos el presente capítulo, o sea el del padre al que se le aparece su hijo muerto; nos da ocasión para examinar determinadas dificultades, con las que tropieza lateoría de la realización de deseos. Todos hemos extrañado que el sueño no pueda ser sino una realización de deseos, y no sólo por la contradicción que supone la existencia de sueños de angustia. Después de comprobar por medio del análisis que el sueño entrañaba un sentido y un valor psíquico, no esperábamos en modo alguno una tan limitada y estricta determinación de tal sentido. Según la definición correcta, pero insuficiente, de Aristóteles, el sueño no es sino la continuación del pensamiento durante el estado de reposo. Pero si nuestro pensamiento crea durante el día tan diversos actos psíquicos juicios, conclusiones, refutaciones, hipótesis, propósitos, etc., ¿cómo puede quedar obligado luego, durante la noche, a limitarse única y exclusivamente a la producción de deseos? ¿No habrá quizá gran número de sueños que entrañen otro acto psíquico distinto; por ejemplo, una preocupación? ¿Y no será éste realmente el caso del sueño antes expuesto, en el que del resplandor que a través de sus párpados recibe durante el reposo deduce el sujeto la conclusión de que una vela ha caído sobre al ataúd y ha podido prender fuego al cadáver, y transforma esta conclusión en un sueño, dándole la forma de una situación sensible y presente? ¿Qué papel desempeña aquí la realización de deseos? Es acaso posible negar en este sueño el predominio de la idea, continuada desde la vigilia o provocada por la nueva impresión sensorial?



Todo esto es exacto, y nos obliga a examinar más detenidamente el sueño desde los puntos de vista de la realización de deseos y de la significación de los pensamientos de la vigilia en él continuados.

 



La realización de deseos nos ha hecho ya dividir los sueños en dos grupos. Hemos hallado sueños que mostraban francamente tal realización, y otros en los que no nos era posible descubrirla sino después de un minucioso análisis. En estos últimos sueños reconocimos la actuación de la censura onírica. Los sueños no disfrazados, demostraron ser característicos de los niños. En los adultos parecían quiero acentuar esta restricción, parecían, repito, presentarse también sueños optativos, breves y francos.



Podemos preguntarnos ahora de dónde procede en cada caso el deseo que se realiza en el sueño. Pero, ¿a qué antítesis o a qué diversidad podemos referir este «de dónde»? A mi juicio, nos es posible referirlo a la antítesis existente entre la vida diurna consciente y una actividad psíquica inconsciente durante el día y que sólo a la noche puede hacerse perceptible. Hallamos entonces tres posibles procedencias del deseo: 1º Puede haber sido provocado durante el día y no haber hallado satisfacción a causa de circunstancias exteriores, y entonces perdura por la noche un deseo reconocido e insatisfecho. 2º Puede haber surgido durante el día, pero haber sido rechazado, y entonces perdura en nosotros un deseo insatisfecho, pero reprimido; y 3º Puede hallarse exento de toda relación con la vida diurna y pertenecer a aquellos deseos que sólo por la noche surgen en nosotros, emergiendo de lo reprimido. Volviendo a nuestro esquema del aparato psíquico localizaremos un deseo de la primera clase en el sistema Prec.; de los de la segunda, supondremos que han sido obligados a retroceder desde el sistema Prec. al sistema Inc., y que si se han conservado tienen que haberse conservado en él. Por último,de los deseos pertenecientes a la tercera clase, creemos que son totalmente incapaces de salir del sistema Inc. ¿Habremos de suponer que sólo los deseos emanados de estas diversas fuentes tienen el poder de provocar un sueño?



Examinados los sueños que pueden proporcionarnos datos para contestar a esta pregunta, observamos en primer lugar la necesidad de considerar como una cuarta fuente de deseos provocados de sueños los impulsos optativos surgidos durante la noche (le sed, la necesidad sexual, etc.), y nos inclinamos después a afirmar que la procedencia del deseo no influye para nada en su capacidad de provocar un sueño. Recordemos el sueño del niño que continúa la travesía interrumpida aquella tarde y todos los demás ejemplos de este género que a su tiempo expusimos. Todos estos sueños quedan explicados por un deseo insatisfecho, pero no reprimido, del día. Los ejemplos de deseos reprimidos que se exteriorizan en sueños son numerosísimos. Me limitaré a exponer el más sencillo que de esta clase he podido encontrar. La sujeto es una señora un tanto burlona. Durante el día le han preguntado repetidas veces qué juicio le merecía el novio de una amiga suya más joven que ella. Su verdadera opinión es que se trata de un hombre adocenado, y la hubiera manifestado gustosa; pero en obsequio a su amiga, la sustituye por grandes alabanzas. Aquella noche sueña que le dirigen la misma pregunta y que responde diciendo: «Cuando en la tienda saben ya de lo que se trata, basta con indicar el número.» Por último, nos ha demostrado el análisis que en todos los sueños que han pasado por una deformación procede el deseo de lo inconsciente y no pudo ser observado durante el día. De este modo todos los deseos nos parecen al principio equivalentes y de igual poder para la formación de los sueños.



No puedo demostrar aquí que en realidad suceden las cosas de otro modo; pero me inclino mucho a suponer una más severa condicionalidad del deseo onírico. Los sueños infantiles no permiten dudar de que su estímulo es un deseo insatisfecho durante el día; pero no debemos olvidar que se trata del deseo de un niño, con toda la energía de los impulsos optativos infantiles. En cambio, no me parece verosímil que un deseo insatisfecho pueda bastar para provocar un sueño en un sujeto adulto. Opino más bien que el dominio progresivo de nuestra vida instintiva por la actividad intelectual nos lleva a renunciar cada vez más a la formación o conservación de deseos tan intensos como los que el niño abriga. Claro es que dentro de esto puede haber diferencias individuales y conservar unas personas el tipo infantil de los procesos anímicos durante más tiempo que otras, diferencias que observamos también en la debilitación de la representación visual originariamente muy precisa. Pero, en general, creo que el deseo insatisfecho durante el día no basta para crear un sueño en los adultos. Concedo que el sentimiento optativo procedente de la consciencia puede contribuir a provocar un sueño pero nada más. El sueño no nacería si el deseo preconsciente no quedase robustecido por otros factores.



Estos factores proceden de lo inconsciente. Imagino que el deseo consciente sólo se constituye en estímulo del sueño cuando consigue despertar un deseo inconsciente de efecto paralelo conel que reforzar su energía. Conforme a los indicios deducidos del psicoanálisis de la neurosis, considero que tales deseos inconscientes se hallan siempre en actividad y dispuestos siempre a conseguir una expresión en cuanto se les ofrece ocasión para aliarse con un sentimiento procedente de lo consciente y transferirle su mayor intensidad. Parece entonces como si únicamente el deseo consciente se hallara realizado en el sueño; pero una pequeña singularidad en la estructura del mismo nos permitirá seguir las huellas del poderoso auxiliar llegado de lo inconsciente. Estos deseos de nuestro inconsciente, siempre en actividad y, por decirlo así, inmortales, deseos que nos recuerdan a aquellos titanes de la leyenda sobre los cuales pesan desde tiempo inmemorial inmensas montañas que fueron arrojadas sobre ellos por los dioses vencedores y que aún tiemblan de tiempo en tiempo, sacudidas por las convulsiones de sus miembros; estos deseos reprimidos, repito, son también de procedencia infantil, como nos lo ha demostrado la investigación psicológica de las neurosis. Así, pues, retiraré mi afirmación anterior de que la procedencia del deseo era una cuestión indiferente, y la sustituiré por la que sigue: El deseo representado en el sueño tiene que ser un deseo infantil. En los adultos procede entonces del Inc. En los niños, en los que no existe aún la separación y la censura entre el Prec. y el Inc., o en los que comienza a establecerse poco a poco, el deseo es un deseo insatisfecho, pero no reprimido, de la vida despierta. Sé que estas afirmaciones no pueden demostrarse en general; pero insisto en que pueden comprobarse frecuentemente, aun en ocasiones en las que no lo sospechábamos.



Los sentimientos optativos procedentes de la vida despierta consciente pasan, por tanto, a segundo término en la formación de los sueños, pues no podemos atribuirles importancia mayor de la que atribuimos a las sensaciones surgidas durante el reposo en la formación del contenido manifiesto (véase anteriormente). Permaneciendo dentro de los límites que el proceso mental que voy desarrollando me prescribe, dirigiré ahora mi atención a los restantes estímulos psíquicos procedentes de la vida diurna y que no poseen el carácter de deseos. Cuando decidimos entregarnos al reposo podemos conseguir la cesación interina de las cargas psíquicas de nuestro pensamiento despierto. Aquellas personas que así lo logran con facilidad gozan de un tranquilo reposo. Dícese que Napoleón I era un sorprendente ejemplo de este género. Pero no siempre conseguimos tal cosa, y cuando la conseguimos, no siempre por completo. Los problemas aún no solucionados, las preocupaciones que nos atormentan y una multitud de impresiones diversas continúan la actividad mental durante el reposo y mantienen el desarrollo de procesos anímicos en el sistema que hemos calificado con el nombre de preconsciente. Estos estímulos mentales que continúan durante el reposo pueden ser divididos en los grupos siguientes: 1º Aquellos procesos que durante el día no han podido llegar a tiempo por haber quedado interrumpidos a causa de una circunstancia cualquiera. 2º Aquello que ha permanecido interminado o sin solución por paralización de nuestra energía mental. 3º Aquello que hemos rechazado y reprimido durante el día. A estos tres grupos se añade otro másimportante, formado por aquello que la labor diurna de lo preconsciente ha estimulado en nuestro Inc. Por último, podemos agregar, como quinto grupo, el formado por las impresiones diurnas indiferentes y, por tanto, inderivadas.



Las intensidades psíquicas que estos restos de la vida diurna introducen en el estado de reposo, sobre todo las pertenecientes al grupo de lo inderivado, poseen mayor importancia de lo que pudiera creerse, pues constituyen excitaciones que luchan durante la noche por alcanzar una expresión, mientras que el estado de reposo imposibilita el curso acostumbrado del proceso de excitación a través de lo preconsciente y su término por el acceso a la consciencia. Mientras tenemos consciencia de nuestros procesos mentales normales nos es imposible, en efecto, conciliar el reposo. No puedo decir cuál es la modificación que el estado de reposo provoca en el sistema Prec.; pero es indudable que la característica psicológica del sueño ha de ser buscada escencialmente en las modificaciones de la carga psíquica de este sistema, que domina también el acceso a la motilidad, paralizada durante el reposo. En cambio, no sé de ningún dato de la psicología del sueño que pueda inclinarnos a admitir que el reposo introduce alguna transformación en el sistema Inc., si no es secundariamente. La excitación nocturna desarrollada en el Prec. no encuentra otro camino que el seguido por las excitaciones optativas procedentes del Inc., y tiene que buscar refuerzo en este último y dar los rodeos de las excitaciones inconscientes. Pero ¿cuál es la significación de los restos diurnos preconscientes con respecto al sueño? No cabe duda de que penetran en gran número en él, utilizan su contenido manifiesto para imponerse a la consciencia también durante la noche, llegando incluso a dominar el contenido del sueño y a obligarle a continuar la labor diurna. Es también indudable que los restos diurnos pueden tener el carácter de deseos, del mismo modo que cualquier otro. Resulta muy instructivo y es decisivo para la teoría de la realización de deseos observar cuáles son las condiciones a las que se tienen que someter para hallar acogida en el sueño.



Recordemos uno de los ejemplos antes expuesto: el sueño que me muestra a mi amigo Otto con los signos de la enfermedad de Basedow. El mal aspecto de mi amigo me había preocupado durante el día, y he de suponer que continuó preocupándome durante el reposo. Mi pensamiento se esforzaba sin duda en descubrir qué era lo que podía tener Otto. Esa preocupación halló por la noche una expresión en el sueño citado, cuyo contenido es desatinado y no deja reconocer realización ninguna de deseos. Pero investigando de dónde podía proceder aquella desmesurada representación de mi preocupación diurna, me reveló el análisis la conexión buscada, mostrándome que en el sueño me identificaba con el profesor R. e identificaba a Otto con el barón de L. Esta sustitución de las ideas diurnas no puede tener más explicación que la siguiente: en mi inconsciente debo hallarme dispuesto de continuo a identificarme con el profesor R., puesto que satisfago así uno de los inmortales deseos infantiles, o sea el deseo de grandeza. Determinadas ideas hostiles contra mi amigo Otto, ideascensuradas y que hubieran sido rechazadas en la vigilia, aprovecharon la ocasión para alcanzar una forma expresiva, pero al mismo tiempo también mi preocupación diurna a él relativa quedó expresada por medio de una sustitución en el contenido manifiesto. La idea diurna, que no era un deseo, sino por el contrario, una preocupación dolorosa, tuvo que crearse una conexión con un deseo infantil y reprimido, al que después de prepararlos convenientemente hizo «nacer» en la consciencia. Cuanto más dominante fuera esta preocupación, más poderoso podía ser el enlace que había de ser creado. Entre el contenido del deseo y el de la preocupación no necesitaba existir conexión ninguna, como, en efecto, no existe en nuestro ejemplo.



Creemos ha de ser muy útil dedicar ahora nuestra atención al problema de cómo se conduce el sueño cuando encuentra en las ideas latentes un material de naturaleza opuesta a la realización de deseos, esto es, cuando dichas ideas entrañan una preocupación, una reflexión dolorosa o un conocimiento penoso. En estas circunstancias puede darse la alternativa siguiente: a) La elaboración consigue sustituir todas las representaciones displacientes por representaciones contrarias y reprimir los efectos displacientes que a las primeras corresponden, y entonces resulta un puro sueño de satisfacción, o sea una franca realización de deseos, en la que nada tenemos que investigar. b) Las representaciones penosas pasan más o menos transformadas, pero bien reconocibles, al contenido manifiesto. Este es el caso que nos hace dudar de la exactitud de la teoría optativa del sueño y precisa de una mayor investigación. Tales sueños de contenido penoso pueden desarrollarse en medio de la mayor indiferencia del sujeto, traer consigo afectos displacientes que parecen justificados por su contenido de representaciones o conducir, por último, a la interrupción del reposo mediante el desarrollo de angustia. (Adición de 1919.)

 



El análisis nos demuestra que también estos sueños displacientes son realizaciones de deseos. Un deseo inconsciente y reprimido, cuya satisfacción habría de ser sentida con displacer por el yo del soñador, ha aprovechado la ocasión que le es ofrecida por la conservación de la carga psíquica de los restos diurnos penosos y le ha prestado su apoyo, haciéndolos susceptibles de provocar un sueño. Pero mientras que en el caso a) coincida el deseo inconsciente con el consciente, en el caso b) surge la discordia entre lo consciente y lo inconsciente lo reprimido y el yo y queda constituida la situación de la fábula de los tres deseos cuya realización concede el hada al anciano matrimonio (véase más adelante). La satisfacción producida por la realización del deseo reprimido puede ser tan grande, que equilibre todos los afectos penosos correspondientes a los restos diurnos, y el sueño presentará entonces un matiz afectivo indiferente, aunque constituye por un lado la realización de un deseo y por otro la realización de algo temido. Pero también puede suceder que el yo dormido tome una parte mayor en la formación del sueño y reaccione con una enérgica indignación contra la satisfacción lograda por el deseo reprimido, reacción que desencadenará afectos displacientes e incluso llegará a poner fin al sueño, interrumpiendo el reposo con el desarrollo deangustia. No es, pues, difícil reconocer que los sueños de angustia y los displacientes son también, como los sueños de satisfacción, realizaciones de deseos.



Los sueños displacientes pueden ser asimismo sueños punitivos. Hemos de conceder que al reconocerlo así agregamos a la teoría del sueño algo nuevo en cierto sentido. Aquello que en ellos queda realizado es igualmente un deseo inconsciente. El de un castigo del soñador por un deseo ilícito reprimido. De este modo se adaptan estos sueños a la ley de que la fuerza impulsora de la formación onírica tiene que ser prestada por un deseo perteneciente a lo inconsciente. Un análisis psicológico más útil nos permite reconocer la diferencia que los separa de los demás sueños optativos. En los casos del grupo b), el deseo inconsciente provocador del sueño pertenecía a lo reprimido. En los sueños punitivos se trata también de un deseo inconsciente, pero al que no podemos agregar ya a lo reprimido, sino al yo. Los sueños punitivos indican, pues, la posibilidad de una más amplia participación del yo en la formación de los sueños. El mecanismo de este proceso se nos hace mucho más transparente en cuanto sustituimos la antítesis entre lo «consciente» y lo «inconsciente» por la del yo y lo «reprimido». Pero esta sustitución no puede ser llevada a efecto sin un previo conocimiento de los procesos de la psiconeurosis. Me limitaré, pues, a observar que los sueños punitivos no se hallan enlazados generalmente a la condición de la existencia de restos diurnos penosos. Por el contrario, surgen con mayor facilidad en circunstancias contrarias, esto es, cuando los restos diurnos son ideas de naturaleza satisfactoria, pero que expresan satisfacciones ilícitas. Partiendo de estas ideas, no llega entonces al sueño manifiesto elemento ninguno que represente una contradicción directa de las mismas, análogamente a como sucedía en los sueños del grupo a). El carácter esencial de los sueños punitivos sería el de que en ellos no es el deseo inconsciente procedente de lo reprimido (del sistema Inc.) el que se constituye en formador del sueño, sino el deseo que reacciona a él, procedente del yo, aunque también inconsciente (esto es, preconsciente).



Procuraré aclarar estas afirmaciones con la exposición de un sueño propio, que muestra, sobre todo, la forma en que la elaboración onírica procede con un resto diurno de penosas preocupaciones:



El principio es un tanto borroso: «Digo a mi mujer que tengo que darle una noticia muy satisfactoria. Mi mujer se asusta y no quiere oírme, pero le aseguro que es algo que ha de regosijarla, y comienzo a contarle que el cuerpo de oficiales del Arma a la que nuestro hijo pertenece ha mandado una cantidad de dinero (¿5.000 coronas?)…, algo de reconocimiento…, distribución… Mientras tanto, he entrado con mi mujer en un cuartito que parece ser una despensa para sacar algo de él. De repente, veo a mi hijo. No viene de uniforme, sino que trae un traje de sport muy ceñido (como la piel de una foca) con una pequeña capita. Se sube sobre una cesta que hay al lado de un cajón, como si quisiera colocar algo encima de este último. Le llamo, pero no me responde. Me parece ver que trae la cara o la frente vendada yque se ajusta algo en la boca introduciendo algo en ella. Sus cabellos han encanecido. Pienso si estará muy agotado y si llevará dientes postizos. Antes de haber podido llamarle por segunda vez despierto sin sentir angustia, pero con palpitaciones. El reloj señala las dos y media.»



No siéndome posible comunicar un análisis completo de este sueño, me limitaré a hacer resaltar algunos puntos decisivos. El motivo del sueño estaba constituido por penosas preocupaciones del día. Mi hijo se hallaba combatiendo en el frente y no teníamos noticias suyas hacía ya más de una semana. En el contenido latente encuentra expresión el convencimiento de que ha muerto o está herido. Al principio del sueño, observamos un enérgico esfuerzo para sustituir las ideas penosas por sus contrarias. Tengo que comunicar a mi mujer algo muy satisfactorio, el envío de una cantidad, el reconocimiento, la distribución. (La cantidad procede de un satisfactorio deseo real de mi práctica médica e intenta, por tanto, desviar el tema.) Pero este esfuerzo fracasa en absoluto. Mi mujer sospecha algo terrible y no me quiere oír. Los disfraces bajo los que el sueño se presenta son en extremo transparentes, y todos los elementos revelan su relación con aquello que debe ser reprimido. Si mi hijo ha muerto, sus camaradas me remitirán sus efectos y tendré que distribuir su herencia entre sus hermanos. De los oficiales caídos en el campo de batalla se dice que han merecido el reconocimiento de la Patria. El sueño tiende, pues, directamente a dar expresión a aquello que al principio quería negar, proceso en el cual se hace notar, a través de las deformaciones, la tendencia realizadora de deseos. (El cambio de lugar durante el sueño puede ser interpretado, quizá, en el sentido del simbolismo del umbral, establecido por Silberer.) No sospechamos qué es lo que le presta la necesaria fuerza impulsora. En la escena onírica no se nos muestra mi hijo como alguien que «cae», sino como alguien que «sube». En su juventud ha sido un intrépido alpinista. (No se nos aparece de uniforme, sino vestido con un traje de sport.) Esto es, el accidente que ahora tememos le haya sucedido ha sido sustituido por otro anterior (una vez que se rompió una pierna patinando). La hechura singular de su traje, con el que parece una foca, nos recuerda a otro individuo, más joven, de nuestra familia, a nuestro gracioso nietecito. El cabello gris alude al padre de este niño, nuestro yerno, duramente castigado por la guerra. ¿Qué quiere esto decir? Pero basta. El lugar en que el sueño se desarrolla una despensa, el cajón del que mi hijo quiere coger algo (o sobre el que quiere colocar algo, en el sueño), son indudables alusiones a un accidente que sufrí por mi propia culpa. Teniendo unos dos o tres años quise alcanzar una golosina de un armario de la despensa y me subí sobre una banqueta colocada encima de una mesa, pero me caí y me di un golpe que pudo haberme costado perder los dientes. Este elemento del sueño constituye un reproche: «Te está bien empleado», equivalente a un sentimiento hostil contra mi hijo. Profundizando en el análisis descubrí el sentimiento oculto al que pudiera satisfacer la temida desgracia de mi hijo. Es la envidia de la juventud, envidia que el hombre maduro siente siempre por mucho que cre