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100 Clásicos de la Literatura

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Por tanto, tengo bases como para rechazar la teoría que los sueños de volar y caer son producidos por el estado de nuestras sensaciones táctiles o de movimiento pulmonar o algo por el estilo. Por mi parte, pienso que tales sensaciones son en sí reproducidas como una parte del recuerdo al que el sueño retrocede, es decir, son una parte del contenido del sueño pero no su fuente. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer mi incapacidad de ofrecer una explicación completa de este tipo de sueños. Mis conocimientos me han abandonado al llegar a este punto. Debo, sin embargo, insistir en la afirmación general que todas las sensaciones motoras y táctiles en acción en estos sueños típicos, emergen de inmediato cada vez que haya una razón psíquica para hacer uso de ellas y que puedan ser descartadas al no ser necesitadas. Soy también de la opinión que la relación entre tales sueños y las experiencias infantiles se han establecido con seguridad por los hechos obtenidos en los análisis de psiconeuróticos. Sin embargo, no soy capaz de decir que otros significados pueden relacionarse con dichas sensaciones a lo largo de la vida diferentes significados, tal vez para cada caso individual a pesar de la apariencia típica de estos sueños, y tendría sumo agrado en poder llenar el vacío con un análisis cuidadoso de claros ejemplos. Si alguien se sorprende que pese a la frecuencia de sueños de volar, caer o sacarse un diente, me esté quejando de la falta de material, debo decir que yo mismo no he tenido sueños así desde que empezó mi interés por la interpretación onírica. Los sueños de neuróticos, de los que me he aprovechado, no siempre se pueden interpretar, al menos en muchos casos, como para revelar el total significado oculto. Una fuerza particular, que tuvo que ver con el origen y construcción de la neurosis, llega a actuar una vez más al tratar de resolverla, lo que nos impide interpretar estos sueños hasta su último secreto.



h) El sueño de examen.



Todo aquel que ha terminado con el examen de grado sus estudios de bachillerato puede testimoniar de la tenacidad con que le persigue el sueño de angustia de que va a ser suspendido y tendrá que repetir el curso, etc. Para el poseedor de un título académico se sustituye este sueño típico por el de que tiene que presentarse al examen de doctorado, sueño durante el cual se objeta en vano que hace ya muchos años que obtuvo el deseado título y se halla ejerciendo la profesión correspondiente. En estos sueños es el recuerdo de los castigos que en nuestra infancia merecieron nuestras faltas lo que revive en nosotros y viene a enlazarse a los dos puntos culminantes de nuestros estudios, al dies irae, dies illa de los rigurosos exámenes. El «miedo de examen» de los neuróticos halla también un incremento en la citada angustia infantil. Terminados nuestros estudios, no es ya de nuestros padres, preceptores o maestros, de quienes hemos de esperar el castigo a nuestras faltas, sino de la inexorable concatenación causal de la vida, la cual toma a su cargo continuar nuestra educación, y entonces es cuando soñamos con los exámenes ¿y quién no ha dudado de su éxito? siempre que tememos que algo nos salga mal en castigo a no haber obrado bien o no haber puesto los medios suficientes para la consecución de un fin deseado; esto es, siempre que sentimos pesar sobre nosotros una responsabilidad.



A una interesante observación de un colega, conocedor de estas cuestiones, debo un más amplio esclarecimiento de tales sueños, pues me llamó la atención sobre el hecho, por él comprobado, de que el sueño de tener que doctorarse nuevamente era siempre soñado por personas que habían salido triunfantes de dicho examen y nunca por aquellas otras que en él habían sido suspensas. Estos sueños de angustia, que suelen presentarse cuando al día siguiente ha de resolverse algo importante para nosotros, habrían, pues, buscado en el pretérito una ocasión en que la angustia se demostró injustificada y quedó contradicha por el éxito. Tendríamos aquí un singular ejemplo de interpretación errónea del contenido onírico por la instancia despierta. La objeción interpretada como rebelión contra el sueño: «Pero ¡si ya tengo el título!», etc., sería, en realidad, un aliento proporcionado por el mismo: «No temas; recuerda el miedo que sentiste antes del examen de doctorado y recuerda que nada malo te pasó. Hoy tienes ya tu título», etc. Resulta, pues, que la angustia que atribuíamos al sueño procedía de los restos diurnos. Esta explicación se ha demostrado cierta en todos los sueños de este género, propios y ajenos, que he podido investigar. La medicina legal, asignatura en la que fui suspenso, no me ha ocupado jamás en sueños, mientras que muchas veces he soñado examinarme de Botánica, Zoología y Química, disciplinas en las que mi miedo al examen estaba muy justificado, pero que aprobé por especial favor del Destino o del examinador. Entre las asignaturas de segunda enseñanza escogen siempre mis sueños la Historia, disciplina en la que rayé a gran altura, pero sólo porque mi amable profesor el tuerto de otro sueño se dio cuenta de que al devolverle el programa había hecho con la uña una señal, junto a la segunda pregunta, para advertirle que no insistiera mucho sobre ella. Uno de mis pacientes, que aprobó el examen de doctorado y fue luego suspendido en la Audiencia Militar, me ha confirmado que sueña muchas veces con el primer examen y jamás con el último (se trataba de W. Stekel).



Los sueños de examen presenta, para la interpretación, aquella dificultad que antes señalamos como característica de los sueños típicos. El material de asociaciones que el sujeto pone a nuestra disposición rara vez resulta suficiente, y de este modo, sólo por la reunión y comparación de numerosos ejemplos nos es posible llegar a la inteligencia de estos sueños. Recientemente experimenté en un análisis la segura impresión de que la frase: «Pero !si ya eres doctor!, etc., no se limita a encubrir una intención alentadora, sino que entraña también un reproche: «Tienes ya muchos años y has avanzado mucho en la vida; mas, a pesar de ello, sigues haciendo bobadas y niñerías.» El contenido latente de esos sueños correspondería, pues, a una mezcla de autocrítica y aliento, y siendo así, no podremos extrañar que el reproche de seguir cometiendo «bobadas»» y «niñerías» se refiera, en los ejemplos últimamente analizados, a la repetición de actos sexuales, contra los que hay algo que se opone en nosotros. W. Stekel, que adelantó la primera interpretación de un sueño de examen (`Matura'), era de la opinión que habitualmente se relacionaban con tests sexuales y con madurez sexual. Mi experiencia ha confirmado a menudo este punto de vista.





CAPÍTULO VI



LA ELABORACIÓN ONÍRICA





Todas las tentativas realizadas hasta el día para solucionar los problemas oníricos se enlazaban directamente al contenido manifiesto, esforzándose por extraer de él la interpretación o fundamentar en él, cuando renunciaban a hallar sentido alguno interpretable, su juicio sobre el fenómeno objeto de nuestro estudio. Somos, pues, los primeros en partir de un diferente punto inicial. Para nosotros se interpola, en efecto, entre el contenido onírico y los resultados de nuestra observación un nuevo material psíquico: el contenido latente o ideas latentes del sueño que nuestro procedimiento analítico nos lleva a descubrir. De este contenido latente y no del manifiesto es del que desarrollamos la solución del sueño. Así, pues, se nos presenta también una nueva labor que no se planteaba a los autores anteriores: la de investigar las relaciones del contenido manifiesto con las ideas latentes y averiguar por qué proceso ha surgido de estas últimas aquel primero.



Las ideas latentes y el contenido manifiesto se nos muestran como dos versiones del mismo contenido, en dos idiomas distintos, o, mejor dicho, el contenido manifiesto se nos aparece como una versión de las ideas latentes a una distinta forma expresiva cuyos signos y reglas de construcción hemos de aprender por la comparación del original con la traducción. Las ideas latentes nos resultan perfectamente comprensibles en cuanto las descubrimos. En cambio, el contenido manifiesto nos es dado como un jeroglífico, para cuya solución habremos de traducir cada uno de sus signos al lenguaje de las ideas latentes. Incurriríamos, desde luego, en error si quisiéramos leer tales signos dándoles el valor de imágenes pictóricas y no de caracteres de una escritura jeroglífica. Supongamos que tenemos ante nosotros un jeroglífico cualquiera de los muchos que se publican como pasatiempo. En él vemos una casa sobre cuyo tejado descansa una barca, y luego, a continuación una letra y una figura humana, sin cabeza, corriendo desesperadamente, etc. Ante estas imágenes podríamos expresar la crítica de que tanto su yuxtaposición como su presencia aislada son absurdas e insensatas, pues las barcas no anclan nunca sobre los tejados y un hombre decapitado es incapaz de correr. Asimismo, esta última figura resulta más grande que la casa, y si el conjunto ha de representar un paisaje, sobran las letras, que jamás hemos visto surgir espontáneamente en la Naturaleza. Pero estas objeciones dependen de que formamos sobre el jeroglífico un juicio equivocado. Así pues, habremos de prescindir de ellas y adaptarnos al verdadero carácter de aquél, esforzándose en sustituir cada imagen por una sílaba o una palabra susceptibles de ser representadas por ella. La yuxtaposición de las palabras que así reuniremos no carecerá ya de sentido, sino que podrá constituir incluso una bellísima sentencia. Pues bien: el sueño es exactamente uno de estos jeroglíficos, y nuestros predecesores en la interpretación onírica han incurrido en la falta de considerar el jeroglífico como una composición pictórica. De este modo no tenía más remedio que parecerles insensato y sin valor alguno.



a) La labor de condensación.

 



Lo primero que la comparación del contenido manifiesto con las ideas latentes evidencia al investigador es que ha tenido efecto una magna labor de condensación. El sueño es conciso, pobre y lacónico en comparación con la amplitud y la riqueza de las ideas latentes. Su relación escrita ocupa apenas media página. En cambio, la del análisis en el cual se hallan contenidas las ideas latentes ocupa seis, ocho o doce veces más espacio. Esta proporción es muy variable, y por lo que hasta el momento hemos podido comprobar, no influye para nada en el sentido de los sueños correspondientes. Generalmente se estima muy por debajo el montante de la comprensión que ha tenido efecto, pues se consideran las ideas latentes descubiertas como la totalidad del material dado, siendo así que no constituyen sino una parte del mismo y que, prosiguiendo el análisis, podemos hallar todavía nuevas series de ideas que se ocultaban detrás del sueño. Ya indicamos antes que jamás podemos estar seguros de haber agotado la interpretación de un sueño. Aunque la solución obtenida nos parezca completa y satisfactoria, queda siempre la posibilidad de que el mismo sueño haya servido también de exteriorización a otro sentido más. Así, pues, el montante de condensación es en términos rigurosos indeterminable. Contra el aserto de que la desproporción entre contenido manifiesto e ideas latentes nos fuerza a deducir que en la elaboración onírica ha tenido efecto una amplia condensación del material psíquico, podría elevarse una objeción, a primera vista muy plausible. Pudiera, en efecto, alegarse la impresión que con tanta frecuencia experimentamos de haber soñado muchas cosas a través de toda la noche y haber olvidado después la mayor parte. De este modo el sueño que al despertar recordamos no sería sino un resto de la total elaboración onírica, la cual, recordada por entero, presentaría una amplitud igual a la de las ideas latentes. Hay aquí una parte de verdad, pues la observación de que cuando más fielmente nos es dado reproducir un sueño es cuando intentamos recordarlo inmediatamente después de despertar, mientras que conforme avanza el día va haciéndose su recuerdo cada vez más vago e incompleto, es rigurosamente cierta. Pero, por otro lado, podemos comprobar que el sentimiento de haber soñado mucho más de lo que podemos reproducir reposa muchas veces en una ilusión, cuyo origen aclararemos más adelante. Además, la hipótesis de una condensación en la elaboración onírica no queda contradicha en modo alguno por la posibilidad del olvido de los sueños, pues resulta demostrada por las masas de representaciones pertenecientes a cada uno de los fragmentos oníricos conservados. Lo que sucede cuando realmente ha sido olvidada una gran parte del sueño es que tal olvido nos cierra el acceso a una nueva serie de ideas latentes, pues nada justifica la suposición de que los fragmentos oníricos olvidados no se habrían referido sino a aquellas ideas que ya conocemos por el análisis de los conservados.



Ante la extraordinaria cantidad de ocurrencias que el análisis aporta con respecto a cada elemento del contenido onírico surgirá en nuestros lectores la duda de si podemos considerar como perteneciente a las ideas latentes todo aquello que a posteriori se nos ocurre durante la labor analítica; esto es, si debemos suponer que todas estas ideas se hallaban ya en actividad durante el reposo y contribuyeron a la elaboración del sueño, o si no es mucho más verosímil que durante dicha labor surjan nuevas asociaciones de ideas que no tomaron parte alguna en la constitución del mismo. Sólo condicionalmente podemos agregarnos a esta duda. Es, desde luego, cierto que durante el análisis surgen por primera vez algunas asociaciones, pero siempre nos es dado comprobar que tales nuevas conexiones sólo se establecen entre ideas que se hallaban ya enlazadas de otra manera en el contenido latente. Las nuevas conexiones no son sino contactos o corto circuitos facilitados por la existencia de otros caminos de enlace más profundos. Con respecto a la mayor parte de las masas de ideas descubiertas en el análisis, nos vemos obligados a reconocer que han actuado ya en la elaboración del sueño; pues cuando hemos seguido una cadena de tales pensamientos, que parecen exentos de todo nexo con dicha elaboración, tropezamos bruscamente con una idea que se halla representada en el sueño, es indispensable para la elaboración del mismo y no resulta accesible sino por la persecución de dicha serie de pensamientos, ajena en apariencia a la formación del producto onírico. Recuérdese a este respecto el sueño de la monografía botánica, que se nos muestra como el resultado de una asombrosa condensación, aunque no hemos comunicado su análisis sino fragmentariamente.



Pero entonces, ¿cómo hemos de representarnos el estado psíquico que durante el reposo precede al soñar? Las ideas latentes, ¿aparecen dadas en conjunto o son recorridas de un modo sucesivo? ¿No podrá ser también que, partiendo de diversos centros, se constituyan varias cadenas de ideas simultáneas, que luego se unan en un punto dado? A mi juicio, no tenemos necesidad ninguna de crearnos una representación plástica del estado psíquico en la elaboración onírica. Bastará con no olvidar que se trata del pensamiento inconsciente y que el proceso puede ser muy distinto del que percibíamos en nosotros en la reflexión voluntaria acompañada de consciencia.



De todos modos, el hecho es que la elaboración onírica reposa sobre una condensación permanente inquebrantable. Ahora bien: ¿cómo se lleva a cabo tal condensación?



Si reflexionamos que de las ideas latentes halladas sólo una minoría queda representada en el sueño por uno de sus elementos de representación, habríamos de concluir que la condensación se verifica por exclusión, no siendo así el sueño una fiel traducción o una proyección, punto por punto, de las ideas latentes, sino una reproducción harto incompleta y llena de lagunas de las mismas. Este juicio es, sin embargo, como pronto veremos, harto equivocado. Pero tomémoslo al principio como base y continuemos preguntándonos: si al contenido manifiesto no llegan sino pocos elementos de las ideas latentes, ¿qué condiciones determinan la selección de las mismas?



Para contestar a esta interrogación examinaremos aquellos elementos del contenido manifiesto que tienen que haber cumplido tales condiciones. El material mejor para esta investigación será, sin duda, un sueño en cuya elaboración haya tenido efecto una condensación particularmente enérgica. Elegiremos el de la monografía botánica, expuesto antes del capítulo V.



Sueño de la monografía botánica. Contenido manifiesto: «He escrito una monografía sobre una especie (indeterminada) de plantas. Tengo el libro ante mí y, vuelvo en este momento la página por la que se hallaba abierto y que contiene una lámina en colores. Cada ejemplar ostenta, a manera de herbario, un espécimen disecado de la planta.»



El elemento más evidente de este sueño es la monografía botánica. Como ya indicamos procede de las impresiones del día del sueño pues la tarde anterior al mismo había visto realmente en el escaparate de un librero una monografía sobre los ciclámenes. El contenido manifiesto omite mencionar esta especie y conservar tan sólo la monografía y su relación con la Botánica. La «monografía botánica» demuestra en seguida su relación con mi estudio sobre la cocaína, y de esta última se dirige la asociación de ideas, por un lado, al escrito redactado con motivo del aniversario de un laboratorio y a determinados hechos relacionados con tal institución, y por otro, a mi amigo el oculista doctor Koenigstein, que participó en la aplicación de la cocaína como anestésico. A la persona del doctor Koenigstein se enlazan, además, el recuerdo del interrumpido diálogo que sostuve con él la tarde anterior y los diversos pensamientos sobre el pago de los servicios médicos entre colegas. Esta conversación es el verdadero estímulo onírico actual. La monografía sobre los ciclámenes es también una actualidad, pero de naturaleza indiferente. Resulta, pues, que la «monografía botánica» del sueño se demuestra como un elemento común intermedio entre ambos sucesos diurnos, tomado sin modificación alguna de la impresión indiferente y enlazado con el suceso psíquicamente importante por amplísimos enlaces de asociaciones.



Pero no sólo la representación compuesta monografía botánica, sino también aisladamente cada uno de sus elementos, botánica y monografía, van profundizando más y más, por medio de múltiples asociaciones, en la madeja de ideas latentes. Al elemento botánica pertenecen los recuerdos relativos a la persona del profesor Gärtner (jardinero), a su floreciente mujer, a aquella paciente mía cuyo nombre era Flora y la señora de la que relaté la historia de las flores olvidadas. El elemento Gärtner me conduce nuevamente al laboratorio y a la conversación con Koenigstein, a la que pertenece asimismo la mención de mis dos pacientes. De la señora de las flores parte un camino mental hasta las flores preferidas de mi mujer, punto en el que converge también otro camino cuyo punto de partida es el título de la monografía vista en la vigilia. El elemento «botánica» recuerda, además, el episodio del herbario y un examen de mi época universitaria, y un nuevo tema tratado en mi conversación con el oculista el de mis aficiones se enlaza por mediación de la alcachofa, a la que humorísticamente llamo mi flor preferida, a la concatenación de ideas por parte de las flores olvidadas. Detrás del elemento «alcachofa» se esconde, en primer lugar, el recuerdo de Italia, y en segundo, el de una escena infantil que inició mis relaciones, tan íntimas luego, con los libros. Así, pues, botánica es un verdadero foco de convergencia, en el que se reúnen para el sueño numerosas series de ideas, cuyo enlace quedó efectuado en mi conversación con Koenigstein. Nos hallamos aquí en medio de una fábrica de pensamientos en la que, como en una obra maestra de hilandería y según los famosos versos se «entrecruzan mil y mil hilos, van y vienen las lanzaderas, manan invisiblemente las hebras y un único movimiento establece mil enlaces.» (Goethe: `Faust'.)



El elemento «monografía» del sueño procede a su vez de dos temas: lo unilateral de mis estudios y lo costoso de mis aficiones.



De este primer examen sacamos la impresión de que los elementos «monografía» y «botánica» han sido acogidos en el contenido manifiesto por ser los que: presentan más considerable número de contactos con la mayoría de las ideas latentes, constituyendo así puntos de convergencia en los que van a reunirse muchas de tales ideas; esto es, por entrañar con respecto a la interpretación una multiplicidad de significaciones. Expresando en forma distinta el hecho en que basamos esta explicación, podemos decir que cada uno de los elementos del contenido manifiesto demuestra hallarse superdeterminado y múltiplemente representado en las ideas latentes.



Investigando la emergencia de los demás elementos del sueño en las ideas latentes realizamos aún nuevos descubrimientos. La lámina en colores contenida en la página por la que abro el libro se refiere (véase el análisis) a un nuevo tema, la crítica de mis obras por mis colegas; a otro ya representado en el sueño, mis aficiones, y al recuerdo infantil de la destrucción de un libro que tenía láminas de colores. El espécimen disecado de la planta se refiere al suceso del herbario escolar y hace resaltar este recuerdo con especial energía. Veo, pues, de qué género es la relación entre el contenido manifiesto y las ideas latentes: no sólo se hallan múltiplemente determinados los elementos del sueño por las ideas latentes, sino que cada una de éstas se halla asimismo representada en el sueño por varios elementos. De un elemento del sueño conduce el camino de asociación a varias ideas latentes y de una idea latente, a varios elementos del sueño. Así, pues, la elaboración no se verifica suministrando cada una de las ideas latentes o cada grupo por ellas formando una abreviatura destinada al contenido del sueño como los habitantes de una nación eligen diputados que los representen en Cortes, sino que la completa totalidad de las ideas latentes es sometida a cierta elaboración conforme a la cual los elementos más firmes y eficazmente sustentados quedan situados en primer término para su acceso al contenido manifiesto, procedimiento análogo al de elección por listas electorales. Cualquiera que sea el sueño que sometamos a esta disección, confirmaremos los mismos principios; esto es, que los elementos del contenido manifiesto quedan constituidos a expensas de la totalidad de las ideas latentes y cada uno de ellos se muestra múltiplemente determinado con relación a dichas ideas.



No es seguramente ocioso demostrar prácticamente esta relación entre contenido manifiesto e ideas latentes con un nuevo ejemplo, caracterizado por la complicada trama de las relaciones recíprocas. Este sueño procede de un enfermo de claustrofobia (miedo a los espacios cerrados) al que tuve sometido a tratamiento. El título que doy a su ingeniosísima construcción onírica se halla plenamente justificado, como el lector verá más adelante.

 



I.



Un bello sueño.«Acompañado por un nutrido grupo de gente, entra en la calle de X, en la cual hay una modesta posada (dato inexacto en la realidad). En las habitaciones de esta posada se está verificando una representación teatral, y él es tan pronto espectador como actor. Al final tienen todos que cambiarse de traje para volver a la ciudad. A este fin se designa a parte del personal las habitaciones del piso bajo y a la otra las del primero. Los de arriba se incomodan porque los de abajo no han acabado todavía y no pueden ellos bajar. Su hermano está arriba; él, abajo, y se incomoda son aquél porque le da tanta prisa (toda esta parte, oscura en el sueño). Además, ya al llegar estaban distribuidas las habitaciones y determinado quién había de estar arriba y quién abajo. Luego camina solitario por la cuesta arriba que la calle X forma en dirección a la ciudad y anda tan difícil y trabajosamente, que apenas avanza. Un caballero anciano se une a él e insulta al rey de Italia. Próximo ya al final de la pendiente comienza a andar con mayor facilidad.»



La fatiga al andar fue tan clara en el sueño, que todavía, al despertar, dudó el sujeto por algunos momentos si se trataba de un sueño o de una realidad.



Si nos atenemos al contenido manifiesto, no presenta este sueño nada que merezca nuestro interés. Contra lo regular, comenzaré la interpretación por el fragmento que el sujeto manifiesta ha sido el más claro y preciso.



La fatiga soñada y probablemente sentida en el sueño, esto es, la disnea al subir la cuesta, es uno de los síntomas que el sujeto mostró realmente hace algunos años y fue atribuido por entonces, con otros fenómenos, a una tuberculosis (simulada probablemente por la histeria). Conocemos ya, por nuestro estudio de los sueños exhibicionistas, esta sensación de parálisis, peculiar al fenómeno onírico, y volvemos a comprobar aquí que es utilizada como un material disponible en todo momento para los fines de otra cualquier representación. El fragmento onírico que describe cómo la subida se hacía muy trabajosa al principio y fácil, en cambio, al final de la pendiente me recordó, al escuchar el relato de este sueño, la conocida y magistral introducción de la Safo, de Alfonso Daudet. Un joven sube una escalera llevando en brazos a su amada. Al principio no siente apenas el peso del adorado cuerpo, pero conforme va subiendo va haciéndose más pesada la carga, hasta resultarle intolerable. Esta escena resume la narración de Daudet, en la cual se propone el poeta advertir a la juventud de los peligros de prodigar seria inclinación a mujeres de baja extracción y dudoso pasado. Aunque sabía que mi paciente había mantenido, y roto poco tiempo antes, relaciones amorosas con una actriz, no esperaba yo que mi espontánea interpretación se demostrase acertada. Además, la escena de Safo se desarrollaba en sentido inverso a la del sueño, pues en éste es la subida penosa al principio y luego fácil, mientras que para el símbolo de la novela es necesario que aquello que al principio parece ligero resulte luego una pesada carga. Para mi sorpresa, observó el paciente que tal interpretación se adaptaba muy bien al contenido de la obra que la noche anterior había visto representar en el teatro. Dicha obra se titulaba En derredor de Viena y desarrollaba la vida de una muchacha de origen humilde que, lanzada a la vida galante, subía a capas más altas de la sociedad por sus relaciones con hombres aristócratas, pero acababa descendiendo cada vez más bajo. El argumento de esta obra le había recordado otra, titulada De escalón en escalón, en cuyos carteles anunciadores se ostentaba una escalera de varios escalones.



La interpretación de este sueño continuó luego en la forma siguiente: En la calle X había vivido la actriz con la que últimamente había mantenido relaciones. En dicha calle no hay posada ninguna. Pero una vez que el sujeto había pasado parte del verano en Viena se alojó (descendió `abgestiegen') en un hotel cercano. Al abandonarlo dijo al cochero: «Después de todo, no está mal este hotel. Por lo menos no hay en él pulgas ni chinches» (ésta era, además, una de sus fobias)