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100 Clásicos de la Literatura

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Esta labor quedó ya iniciada cuando sentamos el principio de que la elaboración de los sueños se halla bajo el imperio de una fuerza que la obliga a constituir una unidad con todos los estímulos oníricos simultáneamente existentes. Vimos entonces que cuando, como resto del día anterior, perduran dos o más sucesos que trajeron consigo una impresión, quedan reunidos en un sueño los deseos de ellos emanados, y también que para constituir el material del sueño se reúnen la impresión psíquicamente valiosa y los sucesos indiferentes del día anterior, siempre que puedan establecerse entre ambos elementos representaciones comunicantes. El sueño se nos muestra así como una reacción a todo lo actual simultáneamente dado en la psiquis durmiente, y la labor analítica a que hasta ahora hemos sometido el material onírico nos lo presenta como una colección de restos psíquicos huellas mnémicas a los que (por la predilección del material reciente e infantil) hemos tenido que atribuir un carácter psicológicamente indeterminable por el momento. No nos es nada difícil predecir lo que sucederá cuando a estas actualidades mnémicas se agregue durante el estado de reposo nuevo material de sensaciones. Tales estímulos resultan asimismo importantes para el sueño por el hecho de ser actuales, y son unidos a las demás actualidades psíquicas, proporcionando con ellas el material para la formación del sueño. O dicho de otro modo: los estímulos sobrevenidos durante el reposo son objeto de una elaboración que los convierte en una realización de deseos, cuyos restantes elementos se hallan constituidos por los restos diurnos psíquicos que ya conocemos. Esta unión no es, desde luego, obligada, pues ya hemos visto que podemos reaccionar de varios modos a los estímulos sobrevenidos durante el reposo; pero en aquellos casos en que se lleva a efecto conseguimos hallar un material que constituye en el contenido del sueño una representación de las dos clases de fuentes oníricas, las somáticas y las psíquicas.



La acumulación de material somático a las fuentes oníricas psíquicas no modifica en nada la esencia del sueño, el cual permanece siendo una realización de deseos, cualquiera que sea la forma en que la expresión de la misma quede determinada por el material actual.



La importancia y significación de los estímulos exteriores para el sueño varia conforme a una serie de circunstancias especiales. Imagino que una acción conjunta de los factores individuales fisiológicos y accidentales dados es lo que decide, en cada caso, la conducta que hemos de seguir con respecto a un intenso estímulo objetivo sobrevenido durante el reposo. Según la profundidad habitual y accidental del reposo y la intensidad del estímulo, quedará éste reprimido de manera a no interrumpir nuestro descanso; nos veremos obligados a despertar o intentaremos dominar el estímulo entretejiéndolo en un sueño. Correlativamente a la variedad de estas constelaciones se manifestarán los estímulos con mayor o menor frecuencia en los sueños de un individuo que en los de otro. Así, por lo que a mí respecta, gozo de tan profundo reposo y me defiendo con tal tenacidad contra todo lo que pudiera perturbarlo, que sólo muy raras veces se mezclan en mis sueños causas externas de excitación, al paso que los motivos de orden psíquico me incitan fácilmente a soñar. De todos los sueños propios por mí anotados, sólo hay realmente uno que pueda ser referido a una fuente de estímulos objetivos (una sensación dolorosa), pero precisamente en él creemos muy instructivo comprobar el resultado onírico del estímulo exterior.



«Voy montado en un caballo gris. Al principio monto con inseguridad y torpeza o como si fuese en una difícil postura, distinta de la corriente. Encuentro a mi colega el doctor P., que viene también a caballos, pero con gran arrogancia, y viste un traje de grueso paño. Al llegar junto a mí, me hace no sé qué advertencia (probablemente la de que voy mal montado). Pero ya voy encontrándome cada vez mejor sobre el inteligentísimo corcel, descanso cómodamente sobre la silla y me siento tranquilo y confiado como si estuviera en mi casa. En lugar de silla lleva el caballo un largo almohadón que cubre por completo su lomo, desde el cuello hasta la grupa. Después de avanzar largo trecho por una calle, doy media vuelta y quiero desmontar ante una pequeña capilla abierta, pero luego desmonto realmente junto a otra que se alza poco más allá. El hotel está en la misma calle. Podría dejar que el caballo fuera solo hasta él, pero prefiero llevarlo de la brida. Es como si me avergonzase de llegar allí montado. A la puerta del hotel hay un «botones» que me enseña una tarjeta que yo mismo he encontrado y se burla de mí. En la tarjeta hay escrito y doblemente subrayado: No comer, y después un segundo propósito (impreciso): algo como No trabajar. A ello se añade la vaga idea de que me hallo en una ciudad extranjera en la que no trabajo.»




Nada indica, a primera vista, que este sueño haya surgido bajo la influencia o mejor dicho, bajo la coerción de un estímulo doloroso. Durante el día anterior me habían hecho sufrir extraordinariamente, convirtiendo en tortura cada uno de mis movimientos, varios furúnculos de que venía padeciendo. Uno de ellos, situado en la raíz del escroto, había llegado a alcanzar el volumen de una manzana y me causaba, al andar, insoportables dolores. La fatiga, la alteración febril y la desgana consiguiente, unidas a la intensa labor que, a pesar de todo, hube de realizar durante el día, acabaron de ensombrecer mi ánimo. En esta situación no me hallaba ciertamente muy facultado para consagrarme a mis ocupaciones profesionales, pero teniendo en cuenta el carácter de mi padecimiento y la región de mi cuerpo en la que se manifestaba, existía otra actividad para la que, sin duda alguna, me encontraba aún menos capacitado. Tal actividad es la de montar a caballo, y precisamente es la que el sueño me atribuye como la más enérgica negación imaginable de mi padecimiento. Ignoro en absoluto el arte de la equitación, no sueño nunca nada que con ella se relacione, y sólo una vez he montado en un caballo, por cierto en pelo y sin que ello me produjera placer alguno. Pero en mi sueño monto como si no tuviera furúnculo ninguno en el periné, o, mejor dicho, precisamente porque no quiero tenerlo. Las silla, tal y como el sueño la describe, es la cataplasma que me apliqué al acostarme, y cuyo efecto calmante me ha permitido conciliar el reposo. Así protegido, no he advertido, durante algunas horas, indicio ninguno de mi padecimiento. Luego, cuando las sensaciones dolorosas comenzaron a hacerse más vivas y amenazaron con despertarme, vino el sueño a tranquilizarme, diciéndome: «Puedes seguir durmiendo. No tienes furúnculo ninguno, pues montas a caballo, cosa que no es posible con un divieso en el periné.» El dolor quedó de este modo ensordecido y pude, en efecto, seguir durmiendo.



Pero aún hay más. El sueño no se ha limitado a sugerirme la inexistencia del furúnculo, sosteniendo tenazmente una representación incompatible con el mismo conducta semejante a la que observamos en la demencia alucinatoria de la madre que ha perdido un hijo, o en la del comerciante arruinado, sino que ha utilizado los caracteres de la misma sensación que niega y los de la representación empleada con objeto de reprimirla, para enlazar a la situación onírica los elementos actuales dados en el alma y proporcionarles un medio de expresión. El color gris del caballo en que monto corresponde al del traje que mi colega el doctor P. llevaba la última vez que le vi. (Un traje de color sal y pimienta.) Los alimentos fuertemente especiados me han sido indicados como causa de mi furunculosis más probablemente que el azúcar, en la que se piensa también al investigar la etiología de tal enfermedad. Mi amigo P. acostumbra mirarme con cierta arrogancia desde que me sustituyó en la confianza de una paciente en cuyo tratamiento creía yo haber realizado grandes habilidades (Kunststücke) al principio de mi sueño voy montado en una difícil postura como un jinete que realizase habilidades ecuestres en el circo, Kunstreiter), pero que, en realidad, me llevó a donde quiso, como el caballo al inexperto jinete de la conocida anécdota. De este modo llega el caballo a la categoría de símbolo de dicha paciente (en mi sueño lo encuentro muy inteligente). El encontrarme luego a caballo «tan seguro y confiado como si estuviera e mi casa», se refiere a la situación que yo ocupaba en casa de dicha enferma hasta que fui sustituido por P. «Yo creí que se mantenía usted más firmemente sobre la silla», me había dicho días antes, aludiendo a este suceso, uno de los pocos grandes médicos de Viena que me son favorables. Por otro lado, ha sido también una difícil habilidad continuar atendiendo a mi labor psicoterápica durante ocho o diez horas diarias, no obstante mis dolores. Sé, sin embargo, que en tal estado no me será posible seguir ejerciendo mi difícil actividad profesional, y el sueño aparece colmado de lúgubres alusiones a las consecuencias de tal interrupción de mi trabajo: No trabajar y no comer. Proseguiendo la interpretación, veo que la elaboración onírica ha conseguido hallar el camino que va desde la situación optativa de montar a caballo hasta muy tempranas escenas de mi infancia (peleas con un sobrino mío, un año mayor que yo, residente hoy en Inglaterra). Mi sueño ha tomado, además, elementos de mis viajes a Italia, pues la calle que en él recorro responde a impresiones visuales recibidas en Verona y en Siena.



Una interpretación más profunda me lleva a ideas latentes de carácter sexual y me hace recordar lo que en una paciente mía, que jamás había estado en Italia, significaban las alusiones oníricas a este bello país (genitalien Genitalien: ve a Italia, genitales), recuerdo que no carece de relación con la casa en la que presté mi asistencia facultativa antes de ser sustituido por el doctor P., y con la región de mi cuerpo elegida por el forúnculo.

 



En otra ocasión me fue también posible defenderme análogamente de un estímulo sensorial que amenazaba interrumpir mi reposo, pero esta vez fue pura casualidad lo que me permitió descubrir la conexión del sueño con el estímulo onírico accidental y llegar así a su compresión. Hallándome durante el verano en un balneario del Tirol, desperté una mañana con la convicción de haber soñado que el Papa había muerto. Todos mis esfuerzos para interpretar este sueño no visual resultaron estériles. Como posible antecedente, no recordaba sino el de haber leído días antes la noticia de que el Pontífice padecía ligera indisposición. Pero en el transcurso de la mañana me preguntó mi mujer: «¿No has oído de madrugada el formidable repique con que nos han obsequiado todas las iglesias y capillas de los alrededores?» No recordaba haber oído nada semejante; pero mi sueño quedaba ya explicado como reacción de mi necesidad de dormir ante el ruido con que los piadosos tiroleses querían despertarme. Después de vengarme de ellos con la deducción que constituye el contenido de mi sueño, proseguí durmiendo sin interesarme en absoluto por el campaneo. Entre los sueños hasta aquí expuestos hay algunos que podemos citar como ejemplos de elaboración de estímulos nerviosos. Uno de ellos es aquel en que bebo agua a grandes sorbos. En él es, aparentemente, el estímulo somático la única fuente onírica y el deseo emanado de la sensación la sed el único motivo onírico. Análogamente sucede en otros sueños sencillos, cuando el estímulo somático basta por sí solo para formar un deseo. El sueño de la enfermera que arroja lejos de sí, en el transcurso de la noche, el aparato refrigerante que le han mandado conservar aplicado a la mejilla, no smuestra una desacostumbrada forma de reaccionar a estímulos dolorosos con una realización de deseos. Parece, en efecto, como si la paciente hubiera conseguido hacerse insensible, pasajeramente, al dolor, el cual queda transferido en su sueño a una tercera persona.



Mi sueño de las tres Parcas es, evidentemente, un sueño de hambre, pero sabe retrotraer la necesidad de alimento hasta el ansia del niño por el pecho materno y utilizar esta ansia para encubrir otra de muy distinto género, a la que no es lícito manifestarse con tanta franqueza. El sueño del conde de Thun nos ha hecho ver por qué caminos queda enlazada una necesidad física accidentalmente dada con los sentimientos más enérgicos, pero también más enérgicamente reprimidos, de la vida anímica. En el caso comunicado por Garnier, cuando el primer cónsul entreteje en su sueño bélico el ruido producido por la máquina infernal al estallar, antes de despertar a consecuencia del mismo, se nos muestra abiertamente la tendencia en favor de la cual se ocupa la actividad anímica de las sensaciones surgidas durante el reposo. Un joven abogado que se acostó pensando en un asunto importante al que se había consagrado durante el día se condujo, oníricamente, de modo análogo al del gran Napoleón. En su sueño ve primero a cierto señor G. Reich de Hussiatyn, que le es conocido por intervenir en el pleito que le preocupa. Pero el elemento Hussiatin va adquiriendo cada vez mayor importancia hasta que el sujeto despierta y oye toser fuertemente a su mujer, enferma de un catarro bronquial (Hussiatyn = hustein = toser.)



Comparamos ahora el citado sueño de Napoleón I, cuyo reposo solía ser muy profundo, con el del estudiante dormilón que ante la advertencia de que ha llegado la hora de ir al hospital sueña que ocupa una cama en una sala del mismo y sigue durmiendo a pierna suelta, tranquilizado por el razonamiento de.que si está ya en el hospital no tiene por qué levantarse para acudir a él. Este último ejemplo es un franco sueño de comodidad. El durmiente se confiesa sin rebozo alguno el motivo del mismo y resuelve con ello uno de los enigmas del fenómeno onírico. Todos los sueños son, en cierto sentido, sueños de comodidad , pues tienden a facilitar la continuación del reposo, evitando que el durmiente despierte. El sueño es el guardián del reposo, no su perturbador. Más adelante justificaremos esta afirmación con respecto a los factores psíquicos que provocan el despertar y, desde luego, podemos ya hacerlo con relación al papel desempeñado por los estímulos exteriores objetivos. El alma puede no ocuparse en absoluto de los estímulos sobrevenidos durante el reposo cuando la intensidad y la significación de los mismos le permite observar esta conducta; puede utilizar el sueño para negar dichos estímulos o disminuir su importancia, y, por último, cuando no tiene más remedio que reconocerlos, puede buscar aquélla su interpretación que presente la sensación actual como parte de una situación deseada y compatible con el reposo. La sensación actual es entretejida en un sueño, con el fin de despojarla de su realidad. Napoleón puede seguir durmiendo: Lo que intenta perturbar su reposo no es más que un recuerdo onírico del cañoneo de la batalla de Arcole.



El deseo de dormir mantenido por el yo consciente y que, con la censura onírica, constituye la colaboración de dicho yo en el soñar, debe, por tanto, ser considerado en todo caso como motivo de la formación de sueños, y todos y cada uno de éstos son realización del mismo. Más adelante analizaremos cuidadosamente cómo este general deseo de dormir, idéntico siempre a sí mismo y dado en todo caso, se comporta con respecto a los demás deseos que quedan realizados en el contenido onírico. En el deseo de dormir hemos descubierto, además, el factor susceptible de llenar la laguna de que adolece la teoría de StrümpellWundt y explicar la insuficiencia y arbitrariedad que hallamos en la interpretación del estímulo exterior. La interpretación exacta de la que el alma dormida es perfectamente capaz, exigiría un interés activo y con él la interrupción del reposo. De todas las interpretaciones posibles no serán, pues, admitidas sino aquellas que resulten compatibles con la censura que el deseo de dormir ejerce en forma tiránica, y entre las admitidas será escogida aquella que mejor pueda ser enlazada con los deseos que espían, en el alma, la ocasión de realizarse. De este modo es determinado todo inequívocamente y nada queda abandonado a la arbitrariedad. La falsa interpretación no constituye una alusión, sino algo semejante a una evasiva. Habremos, pues, de ver en este proceso, como antes en la sustitución por desplazamiento efectuada a los fines de la censura onírica, una variante del proceso psíquico normal.



Cuando los estímulos nerviosos externos y los somáticos internos son lo bastante intensos para conquistar la consideración psíquica, proporcionan siempre que su resultado sea un sueño y no la interrupción del reposo una firme base de sustentación para la formación de sueños, pues pasan a constituir, en el contenido onírico, un nódulo para el que es buscada luego una realización de deseos correspondientes, en forma análoga a como lo son, según vimos antes, las representaciones intermedias entre dos estímulos oníricos psíquicos. Hasta este punto puede, pues, afirmarse que en cierto número de sueños depende el contenido onírico del elemento somático, e incluso resulta que en este caso extremo es despertado, a los fines de la formación del sueño, un deseo no actual. Pero el sueño no puede hacer otra cosa que representar un.deseo como realizado en una situación y, por lo tanto, se halla en cada caso ante la labor de buscar qué deseo puede ser representado como realizado por la sensación del momento actual, aunque el material actual dado sea de carácter penoso o doloroso, no por ello deja de ser aprovechable para la formación de un sueño. La vida anímica dispone también de deseos cuya realización produce displacer, cosa que a primera vista parece contradicción, pero que se explica por la existencia de dos instancias psíquicas y de una censura situada entre ambas. Como ya hemos visto, existen en la vida anímica deseos reprimidos que pertenecen al primer sistema y a cuya realización se resiste el segundo. No quiere esto decir que tales deseos existieran antes del proceso represivo y quedaran luego destruidos por el mismo, nada de eso; la teoría de la represión afirma que tales deseos reprimidos existen todavía, aunque al mismo tiempo exista también una coerción que pesa sobre ellos la disposición psíquica para que tales deseos reprimidos lleguen a una realización permanece conservada e intacta. Mas cuando tal realización permanece conservada e intacta. Mas cuando tal realización llega a cumplirse, el vencimiento de la resistencia que a ello oponía el segundo sistema (capaz de consciencia) se exterioriza como displacer. Para terminar estas consideraciones añadiremos que cuando durante el reposo surgen sensaciones de carácter displaciente, emanadas de fuentes somáticas, es utilizada esta constelación por la elaboración onírica para representar con mayor o menor severidad de la censura un deseo hasta entonces reprimido.



Esta circunstancia nos permite incluir en la teoría de la realización de deseos toda una serie de sueños de angustia. Con respecto a otra variedad de estas formaciones oníricas displacientes, aparentemente contrarias a dicha teoría, habremos de atenernos a una explicación distinta. La angustia que en sueños experimentamos puede ser, en efecto, de carácter psiconeurótico y proceder de excitaciones psicosexuales, correspondiendo entonces a una libido reprimida. En este caso, tanto la angustia como el sueño en que se manifiesta constituyen un síntoma neurótico y habremos llegado al límite ante el que la tendencia realizadora de deseos, del sueño, se ve obligada a detenerse. Existen también sueños en los que la sensación de angustia posee un origen somático (por ejemplo, la opresión respiratoria de los enfermos cardíacos o del pulmón), y en esta circunstancia es utilizada dicha sensación para proporcionar una realización onírica a aquellos deseos enérgicamente reprimidos que realizados en un sueño obediente a motivos psíquicos hubieran traído consigo igual desarrollo de angustia. No es difícil fundir en una unidad estos dos casos aparentemente distintos. Dados dos productos psíquicos una inclinación efectiva y un contenido de representaciones íntimamente ligados entre sí, puede uno de ellos, el actual, sustituir el otro en el sueño, y de este modo tan pronto es sustituido el contenido de representaciones reprimido por la angustia somáticamente dada como el desarrollo de angustia por el contenido de representaciones libertado de la represión y saturado de excitación sexual. En el primer caso puede decirse que un afecto somáticamente dado es interpretado psíquicamente. En el segundo aparece dado todo psíquicamente, pero el contenido que se hallaba reprimido es sustituido fácilmente por una interpretación somática adaptada a la angustia. Las dificultades con que tropezamos para la inteligencia de esta cuestión tienen muy escasa relación con el sueño, pues proceden de que con estas especulaciones rozamos los problemas del desarrollo de angustia y de la represión..Entre los estímulos oníricos procedentes del interior del soma que imponen su ley a la formación de los sueños debemos contar, desde luego, el estado físico general del sujeto. No quiere esto decir que pueda proporcionar por sí solo el contenido onírico, pero sí que impone a las ideas latentes una selección entre el material que ha de servir a la representación en dicho contenido, aproximando, como adaptación a su esencia, una parte de dicho material y manteniendo a distancia la parte restante. Además este estado general se halla enlazado desde el día con los restos psíquicos importantes para el sueño. Este estado puede conservarse en el sueño o ser dominado y transformado en su contrario cuando es de carácter displaciente.



Cuando las fuentes oníricas somáticas que actúan durante el reposo o sea las sensaciones de dicho estado no poseen desacostumbrada intensidad, desempeñan, a mi juicio, en la formación de los sueños un papel análogo al de las impresiones diurnas que han permanecido recientes, pero que son indiferentes. Quiero decir que son utilizadas en la formación del sueño cuando resultan apropiadas para ser unidas al contenido de representaciones de la fuente onírica psíquica, pero únicamente en este caso. Vemos, pues, que son consideradas como material de escaso valor, del que podemos disponer en todo momento y que utilizamos cuando nos es necesario, mientras que un material precioso prescribe ya por sí mismo las normas de su empleo. Sucede en esto como cuando una persona aficionada a las joyas artísticas lleva al lapidario una piedra rara un ónice, por ejemplo para que talle en él un camafeo. El tamaño de la piedra, su color y sus aguas coadyuvarán a determinar la figura o escena que en ella ha de ser tallada, mientras que, dado un material más amplio y uniforme mármol o granito, no tiene el artista que ajustarse a normas distintas de su espontánea inspiración. Pensando así es como únicamente resulta comprensible que aquel contenido onírico que proporciona los estímulos orgánicos de intensidad no superior a la ordinaria no aparezca en todo sueño y en sueños todas las noches.

 



Para la mejor inteligencia de mi opinión sobre este punto concreto expondré un nuevo ejemplo de sueño, retornando así, además, al tema de la interpretación onírica. Durante todo un día me esforcé en investigar cuál podía ser el significado de la sensación de hallarnos paralizados, no poder movernos o terminar un acto que hemos comenzado, sensación muy próxima a la angustia y frecuentísima en la vida onírica. A la noche inmediata tuve el siguiente sueño: «Subo, a medio vestir, por la escalera de una casa, desde el piso bajo al principal. Voy saltando los escalones de tres en tres y me felicito de poder subir una escalera con tanta agilidad. De repente veo que baja a mi encuentro una criada. Avergonzado, quiero apresurarme, pero en este momento se apodera de mí la parálisis indicada y me resulta imposible avanzar un solo paso.» Análisis. La situación de este sueño está tomada de la realidad cotidiana. En mi casa de Viena ocupo dos pisos enlazados por un cuerpo de escalera. En el inferior tengo mi consulta y mi despacho, y en el superior, mis habitaciones particulares. Cuando termino de trabajar por las noches en el despacho tengo que subir la escalera para llegar a mi alcoba. La misma noche de mi sueño había realizado este trayecto en una toilette realmente algo desordenada, pues me había quitado la corbata, el cuello y los puños. Mi sueño exagera este desorden de mis vestidos; pero, como acostumbra hacerlo en estos casos, no determina con precisión el grado a que el mismo se eleva. El saltar los.escalones de tres en tres es, en realidad, la forma en que suelo subir las escaleras y constituye, por otra parte, una realización de deseos reconocida, además, como tal en el sueño, pues la facilidad con que llevo a cabo tal ejercicio me ha tranquilizado muchas veces sobre la marcha de mi corazón. Por último, es esta forma de subir escaleras flagrante contradicción de la parálisis que en la segunda mitad del sueño me acomete y me muestra cosa que no precisaba de prueba alguna que el fenómeno onírico no encuentra la menor dificultad para representarse, perfecta y totalmente realizados, actos motores. Recuérdense los sueños en que volamos. La escalera de mi sueño no es, sin embargo, la de mi casa. Al principio no caigo en cuál puede ser, y sólo al reconocer en la persona que baja a mi encuentro a la criada de una anciana señora a la que visito dos veces al día para ponerle inyecciones, me doy cuenta de que la escalera de mi sueño corresponde a la del domicilio de dicha señora.



Mas ¿por qué razón sueño con la escalera del domicilio de mi paciente y con la criada que ésta tiene a su servicio? El avergonzarse de ir insuficientemente vestido es, indudablemente, un sentimiento de carácter sexual. Pero la criada con la que sueño es más vieja que yo, regañona y nada atractiva. Recuerdo ahora que al subir por las mañanas la escalera de su casa suele darme tos, y como no hay en ella escupidera ninguna, me veo obligado a escupir sobre el suelo, pues opino que la limpieza no es cuenta mía, sino de la dueña de la casa, que debe ordenar la colocación de una escupidera. El alma de llaves de mi paciente, persona también entrada en años y de áspero carácter, a la que no tengo por qué negar gran amor a la limpieza, sostiene, sin embargo, sobre este punto concreto la opinión contraria, pues espía mis actos siempre que subo la escalera, y cuando me permito la libertad antes indicada, gruñe y protesta en voz alta y me rehúsa luego, al encontrarse conmigo, toda muestra de cortesía y respeto. Esta actitud fue compartida, el mismo día del sueño, por la otra criada, la cual, al salir a abrirme la puerta, me interpeló ásperamente con la siguiente reprimenda: «El señor doctor podía limpiarse los pies antes de entrar. Hoy ha vuelto a poner perdida la alfombra.» Es esto todo lo que puede haber motivado la inclusión de la escalera y de la criada en mi sueño.



Entre los hechos de subir saltando la escalera y escupir en el suelo existe una íntima relación, pues la faringitis y las perturbaciones cardíacas son el castigo del vicio de fumar. Este vicio motiva, asimismo, que tampoco en mi casa que mi sueño funde en una unidad con la de mi paciente goce yo de un renombre de exagerada limpieza.



Dejaremos aplazada la contin