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100 Clásicos de la Literatura

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A estas asociaciones libres se agregan luego las que siguen: realmente he escrito en una ocasión algo análogo a una monografía sobre una planta un estudio sobre la coca que orientó la atención de K. Koller sobre la propiedad anestésica de la cocaína. En mi trabajo se indicaba ya como posible este empleo del citado alcaloide, pero no se estudiaba a fondo la cuestión. Con relación a este tema se me ocurre ahora que en la mañana del día siguiente a este sueño (cuya interpretación no tuve tiempo de emprender hasta las últimas horas de la tarde) ocupó durante algún tiempo mi pensamiento la idea de la cocaína dentro de una especie de fantasía diurna que mi imaginación se entretuvo en construir. Pensé, en efecto, que si alguna vez tenía la desgracia de padecer una glaucoma, iría a Berlín y me haría operar, en casa de un amigo mío, por un médico conocido de él, pero al que no revelaría mi personalidad. No sabiendo quién era yo, me hablaría de la facilidad con que, merced a la introducción de la cocaína, podía ya llevarse a cabo tales operaciones. Por mi parte, me guardaría muy bien de revelar que había tenido participación en dicho descubrimiento. A esta fantasía se enlazaron pensamientos sobre lo embarazoso que es para un médico solicitar para si propio el auxilio profesional de otros colegas. No dándome a conocer al oculista berlinés, podría pagarle, como otro enfermo cualquiera, sus servicios. Después de surgir en mi memoria el recuerdo de esta ensoñación diurna, advierto que detrás de la misma se esconde el recuerdo de un determinado suceso. Poco tiempo después del descubrimiento de Koller padeció mi padre un glaucoma, siendo operado por el doctor Königstein, oculista y amigo mío. El mismo doctor Koller se encargó de efectuar la anestesia por medio de la cocaína, y al terminar la operación nos hizo observar que para ella nos habíamos reunido las tres personas que habíamos participado en la introducción de dicho alcaloide como anestésico.



Mis pensamientos van ahora, continuando su curso, hasta la última vez en que hube de recordar toda esta historia de la cocaína. Fue esto hace pocos días, cuando leí un escrito de felicitación en el que los alumnos y ex alumnos del laboratorio testimoniaban su agradecimiento al claustro de profesores del mismo. Entre los títulos de gloria de la institución, se citaba el descubrimiento en ella realizado por K. Koller de la propiedad anestésica de la cocaína. Advierto ahora, de repente, que mi sueño se halla enlazado a un suceso de la tarde anterior. Dialogando precisamente con el doctor Königstein sobre una cuestión que me apasiona siempre que me ocupo de ella, le había ido acompañando hasta su casa. En el portal tropezamos con el profesor Gärtner (jardinero) y su joven esposa, no pudiendo yo por menos de felicitarlos por su floreciente aspecto. El profesor no pudiendo yo por menos de felicitarlos por su floreciente aspecto. El profesor Gärtner es uno de los autores del escrito a que antes me referí, y debió, sin duda, recordármelo. También la señora de L., cuyo desencanto en el día de su cumpleaños hube antes de relatar, fue citada, aunque con distinto motivo, en la conversación que sostuvimos el doctor Königstein y yo.



Intentaré interpretar también las restantes determinantes del contenido onírico. La monografía contiene un espécimen disecado de la planta, como si de un herbario se tratara. A la idea herbario enlaza un recuerdo de mis tiempos escolares. El director del establecimiento de enseñanza en que yo estudiaba reunió una vez a los alumnos de las clases superiores, y los encargó de revisar y limpiar el herbario de la casa, en el que se habían encontrado pequeñas larvas de polilla (Bücherwurm; literalmente, gusano de los libros). Desconfiando, sin duda, en la eficacia de mi ayuda, no se me entregaron sino muy pocas hojas, en las que recuerdo había algunos ejemplares de plantas crucíferas. Mis conocimientos de botánica no han sido nunca cosa mayor. Al examinarme de esta disciplina me fue presentada también una crucífera, sin que lograse reconocerla, y hubiera sido reprobado a no salvarme mis conocimientos teóricos. Desde las crucíferas pasa mi pensamiento a las compuestas. En realidad, la alcachofa es una flor de la familia de las compuestas y precisamente aquella a la que podría denominar mi flor preferida. Más cariñosa que yo, suele mi mujer traerme con frecuencia esta flor del mercado.



Veo ante mí la monografía que he escrito. Tampoco esto carece de una relación. Aquel amigo mío residente en Berlín al que antes hube de referirme, y que posee en alto grado la facultad de imaginación plástica, me escribió ayer: «No dejo de pensar en tu libro sobre los sueños. Lo veo terminado ante mí, y paso sus hojas lleno de interés.» Le envidio profundamente esta facultad de visión. ¡Ojalá pudiese ver también yo mi libro terminado ante mí!



La lámina en colores. Siendo estudiante de Medicina compliqué extraordinariamente mi trabajo por el afán de no estudiar sino en monografías. A pesar de mis limitados medios económicos, adquirí varias importantes publicaciones médicas, cuyas láminas en colores me encantaban. Este afán de buscar lo completo en cada cuestión me enorgullecía. Cuando luego comencé a publicar por mi cuenta, tuve que dibujar las láminas correspondientes a mis trabajos, y sé que una de ellas salió tan imperfectamente, que motivó las burlas de un benévolo colega. A esto se enlaza, no sé muy bien cómo, un muy temprano recuerdo infantil. Mi padre tuvo un día la humorada apenas justificable desde el punto de vista educativo de entregarnos a mí y a la mayor de mis hermanas, para que lo estropeáramos y destruyéramos a nuestro antojo, un libro con láminas en colores. (Descripción de un viaje por Persia). Por entonces tenía yo cinco años y mi hermana no llegaba a tres. El cuadro que formábamos mi hermana y yo, destruyendo gozosamente el libro al que fuimos arrancando las hojas una por una (como a una alcachofa), es casi el único perteneciente a aquella edad, del que conservo aún un recuerdo plástico. Cuando después comencé mi vida de estudiante, se desarrolló en mí una gran afición a poseer libros (correspondiente a la inclinación a estudiar en monografías; una afición como las que aparecen en las ideas del sueño con respecto a los ciclámenes y a las alcachofas). Llegué ser un gusano de los libros (cf. herbario). Desde que hube de comenzar a reflexionar sobre mí mismo, he referido siempre esta primera pasión de mi vida a la impresión infantil antes indicada, o, mejor dicho, he reconocido que dicha escena infantil constituye un recuerdo encubridor de mi posterior bibliomanía. Naturalmente, no tardó en mostrárseme que las pasiones nos acarrean con facilidad amargos sinsabores. Teniendo diecisiete años se me acumuló en la librería una elevada cuenta, en ocasión en la que no disponía de medios para saldarla, y apenas me sirvió de excusa para con mi padre el buen motivo de mis gastos. El recuerdo de este suceso de juventud me lleva en seguida a la conversación que con mi amigo el doctor Königstein mantuve la tarde anterior al sueño; conversación en la que tratamos también del reproche que, como en el citado suceso juvenil, suele hacérseme ahora, de dejarme arrastrar demasiado por mis aficiones y preferencias.



Por razones que no hacen al caso, prescindiré de continuar aquí la interpretación de este sueño, y me limitaré a indicar el camino que a la misma conduce. Durante la labor de análisis me ha sido recordada repetidamente mi conversación con el doctor Königstein. Pasando revista a los temas en ella tratados, se me hace comprensible el sentido del sueño. Todas las rutas mentales iniciadas, o sea, las referentes a las aficiones de mi mujer y a las mías propias, a la cocaína a las dificultades de la asistencia médica entre colegas, a mi predilección por los estudios monográficos y mi descuido de determinadas disciplinas, como la botánica, todo esto es continuado en la interpretación, hasta desembocar en una cualquiera de las numerosas ramificaciones de mi diálogo con el oculista. Mi sueño presenta nuevamente el carácter de una justificación, de una defensa de mi derecho análogamente al de la inyección de Irma, antes analizado. Pudiera incluso decirse que continúa el tema que en dicho sueño se iniciaba y lo desarrolla en relación con un nuevo material surgido con posterioridad a él. La misma forma expresiva del sueño, en apariencia indiferente, muestra ahora un particularísimo carácter. Así como en el sueño de Irma trato de justificarme alegando ser un médico concienzudo y aplicado, hago constar ahora, en mi sueño, que soy el autor de un valioso y utilísimo trabajo (sobre la cocaína), y tanto en uno como en otro caso me escudo en la alegación correspondiente para afirmar un derecho. Es como si de los méritos expuestos dedujese una conclusión en la forma siguiente: «…siendo así, creo que puedo permitirme…» Pero en el ejemplo presente puedo prescindir de exponer al detalle la interpretación, pues el propósito que me guiaba al comunicar este sueño era tan sólo el de investigar en un caso práctico la relación del contenido onírico con el suceso estimulador del día del sueño. Mientras no me era conocido sino el contenido manifiesto, no se me evidenciaba más que una sola relación del sueño con una impresión diurna; en cambio, una vez efectuado el análisis, se me revela, en otro suceso del mismo día, una segunda fuente del sueño. La primera de estas impresiones a las que el sueño se refiere es de carácter indiferente, constituyendo una circunstancia accesoria: el haber visto en el escaparate de una librería un libro cuyo título atrae fugitivamente mi atención y cuyo contenido apenas debía interesarme. La segunda impresión posee, en cambio, un alto valor psíquico: he dialogado con mi amigo el oculista durante cerca de una hora, haciéndole determinadas indicaciones de gran interés para ambos, y esta conversación ha provocado en mí la emergencia de recuerdos acompañados de los más diversos sentimientos. Además, nuestro diálogo quedó interrumpido, antes de terminar, por la llegada de unos amigos ¿Qué relación tienen entre sí y con el sueño las dos impresiones diurnas señaladas?

 



El contenido manifiesto no encuentro sino una alusión a la impresión indiferente, y de este modo queda confirmado que el sueño acoge con preferencia en dicho contenido aquello que en la vida diurna no posee sino un carácter secundario. Por el contrario, en la interpretación onírica nos conduce todo al suceso importante, justificadamente estimulador. Si, como constituye la única forma acertada, juzgo el sentido del sueño por el contenido latente que el análisis nos ha revelado, habré llegado inopinadamente a un nuevo e importante conocimiento. El enigma de la preferencia exclusiva del sueño por los fragmentos sin valor de la vida diurna desaparece por completo y queda probada la inexactitud de aquellas afirmaciones que pretende que la vida anímica de la vigilia no continúa en el sueño, y que el mismo prodiga, en cambio, actividad psíquica en materia insignificante. La verdad es totalmente opuesta. Aquello que nos ha impresionado durante el día domina también las ideas del sueño, y sólo por aquellas materias que en la vigilia han estimulado nuestro pensamiento nos tomamos el trabajo de soñar.



La explicación más próxima de por qué sueño con la impresión diurna indiferente, siendo otra, justificadamente estimuladora, la que ha provocado mi sueño, es quizá la de que se trata nuevamente de un fenómeno de la deformación onírica, proceso que antes atribuimos a un poder psíquico que reina a título de censura. El recuerdo de la monografía sobre los ciclámenes es empleado como si constituyese una alusión a mi diálogo con Königstein, idénticamente a como en el sueño de la comida fracasada queda representada la amiga de la sujeto por la alusión salmón ahumado. Fáltanos averiguar por conducto de qué elementos intermedios puede entrar la impresión producida por la monografía en una relación alusiva con mi conversación con el oculista, pues a primera vista nos es imposible hallar conexión alguna de este género. En el ejemplo de la comida fracasada queda establecida una tal relación desde el primer momento, pues el salmón ahumado pertenece, a título de plato preferido de la amiga, al círculo de representaciones que la persona de la misma ha de despertar en la sujeto del sueño. Pero en nuestro nuevo ejemplo se trata de dos impresiones separadas, que al principio no tiene nada común, sino el haber surgido en un mismo día. La monografía me ha llamado la atención por la mañana, y la conversación se desarrolló a finales de la tarde. La respuesta que a estos hechos nos da el análisis es la siguiente: tales relaciones, inexistentes al principio entre las dos impresiones, quedan establecidas subsiguientemente entre los respectivos contenidos de representaciones. En la redacción del análisis he hecho ya resaltar los elementos intermedios correspondientes. A la representación de la monografía sobre los ciclámenes no habría yo enlazado, probablemente, si no hubieran sobrevenido influencias de distinto origen, más que una sola idea: la de que dicha flor es la preferida de mi mujer, o quizá también el recuerdo de la historia de la señora de L., ideas que no creo hubieran bastado para provocar un sueño.



There needs no ghost, my lord, come from the grave, To tell us this. (Hamlet.)



Pero he aquí que el análisis me recuerda que la persona que interrumpió nuestra conversación se llamaba Gärtner (jardinero) y que hallé a su mujer floreciente. Además, recuerdo ahora, a posteriori, que en mi conversación con Königstein hablé también de una paciente mía que lleva el bello nombre de Flora. Por medio de estos elementos intermedios, pertenecientes al círculo de representaciones de la botánica, es como he debido de llevar a cabo el enlace de los dos sucesos diurnos, el indiferente y el interesante. A continuación fueron estableciéndose otras relaciones, siendo la primera la de la cocaína, la cual podía unir congruente y justificadamente la persona del doctor Königstein y una monografía botánica escrita por mí. Estas relaciones fortifican la fusión de los dos círculos de representaciones en uno sólo, permitiendo de este modo que un fragmento del primer suceso pudiera ser utilizado como alusión al segundo.



Sé que esta explicación será combatida y calificada de arbitraria o artificiosa. ¿Qué hubiera sucedido si no hubiéramos encontrado al profesor Gärtner (jardinero) y a su floreciente esposa y si la paciente de que hablamos se hubiese llamado Ana y no Flora? La respuesta es sencilla. Si estas relaciones de ideas no hubieran existido hubieran sido elegidas otras distintas. Nada más fácil, en efecto, que establecer relaciones de este género; los chistes, adivinanzas y acertijos que nos hacen reír o nos entretienen en la vida diurna lo demuestran constantemente. El dominio del chiste es limitado. Pero aún hay más; si no hubiera sido posible establecer entre las dos impresiones del día relaciones intermedias suficientemente eficaces, habría tomado el sueño una forma distinta; otra cualquiera de las infinitas impresiones indiferentes que durante el día experimentamos y olvidamos casi en el acto habría tomado para el sueño el lugar de la «monografía» y habría entrado en conexión con el contenido de la conversación y representado a éste en el sueño. El que ninguna otra impresión, sino precisamente la de la monografía, fuese llamada a tomar a su cargo este papel es señal de que era la más apropiada para el establecimiento de la conexión. No debe admirarnos nunca, como al Juanito Listo (Hänschen Schlau), de Lessing, «que sean sólo los ricos los que más dinero tienen.»



En el proceso psicológico por medio del cual llega la impresión indiferente a constituirse en representación de lo psíquicamente importante tiene que parecernos todavía harto arduo y singular. En otro capítulo nos plantearemos la labor de aproximar más a nuestra inteligencia las peculiaridades de esta operación aparentemente incorrecta, pues, por el momento, queremos limitarnos al resultado de dicho proceso, resultado que los conocimientos deducidos de numerosísimos análisis oníricos nos fuerzan a aceptar. Lo que del proceso advertimos es como si mediante los indicados elementos intermedios se llevase a cabo un desplazamiento de lo que podríamos denominar el «acento psíquico», hasta conseguir que representaciones débilmente provistas de intensidad inicialmente adquieran, por apropiación de la intensidad de otras mejor provistas al principio, una energía que las capacite para forzar el acceso a la consciencia. Tales desplazamientos no nos admiran cuando se trata de la aplicación de magnitudes de afecto o en general de actos motores. Que la solterona sin familia transfiera su ternura a sus animales caseros, que el solterón se convierta en apasionado coleccionista, que el soldado defienda hasta la muerte algo que en realidad no es sino una seda de colores, que en las relaciones amorosas nos colme de felicidad un apretón de manos prolongado durante un segundo o que un pañuelo perdido produzca en Otelo un ataque de ira, son ejemplos de desplazamientos psíquicos que nos parecen incontrovertibles. En cambio, el que del mismo modo y conforme a los mismo principios se establezca una conclusión sobre lo que llega a nuestra consciencia y lo que es usurpado a la misma, esto es, sobre lo que pensamos, nos hace la impresión de algo morboso y lo calificamos de error mental cuando lo observamos en la vida despierta. Anticipando aquí el resultado de consideraciones que más adelante habremos de exponer, revelaremos que el proceso psíquico que hemos reconocido en el desplazamiento onírico se nos demostrará, ya que no patológicamente perturbado, sí distinto de lo normal; esto es, como un proceso de naturaleza más bien primaria.



De este modo interpretaremos la inclusión de restos de sucesos secundarios en el contenido del sueño como un fenómeno de la deformación onírica (por desplazamiento) y recordaremos que en este proceso deformador vimos una consecuencia de la censura que vigila a la comunicación entre dos instancias psíquicas. Esperamos, por tanto, que el análisis onírico nos descubra siempre la fuente verdadera y psíquicamente importante situada en la vida diurna, cuyo recuerdo ha desplazado su acento sobre el recuerdo indiferente. Esta concepción nos sitúa en abierta contradicción con la teoría de Robert, inutilizable ya para nosotros. En efecto, resulta que el hecho que quería explicar Robert no existe, pues la hipótesis de su existencia se basa en el error que supone la no sustitución del contenido aparente del sueño por el verdadero sentido del mismo. Pero no es ésta la única objeción que puede oponerse a dicha teoría. Si el sueño tuviera realmente la función de libertar nuestra memoria, por medio de una labor psíquica especial, de las «escorias» del recuerdo diurno, el trabajo realizado mientras dormimos sería muy superior al que pudiera significar nuestra actividad anímica despierta. Las impresiones indiferentes del día de las que habíamos de proteger nuestra memoria son infinitamente numerosas, y la noche entera no bastaría para hacerlas desaparecer. Mucho más verosímil es que el olvido de las impresiones indiferentes se realice sin intervención activa de nuestros poderes anímicos.



No obstante, parece haber algo que nos advierte que no debemos todavía echar a un lado sin más detenido examen las teorías de Robert. Hemos dejado inexplicado el hecho de que una de las impresiones indiferentes del día y precisamente del último proporcione siempre al contenido onírico un elemento. Entre esta impresión y la verdadera fuente onírica en lo inconsciente no siempre existen relaciones desde un principio, sino que, como ya hemos visto antes, quedan establecidas después, durante la elaboración del sueño, y como para facilitar el desplazamiento que la misma ha de llevar a cabo. Tiene, pues, que existir una coerción que imponga el establecimiento de tales relaciones precisamente con el impresión reciente, aunque nimia, y esta última tiene que ser, por una cualidad particular cualquiera, apropiada para ello. En caso contrario sería igualmente fácil que las ideas latentes desplazasen su acento sobre un fragmento inesencial de su propio contenido de representaciones.



Los conocimientos que a continuación expongo, deducidos de mis análisis, pueden conducirnos a una explicación satisfactoria de esta cuestión. Cuando un día ha traído consigo dos o más sucesos capaces de provocar un sueño quedan ambos mencionados en el mismo por una única totalidad, como si el fenómeno onírico obedeciese a una coerción que le obligase a formar con ellos una unidad. Ejemplo: Una tarde de verano subí a un coche del ferrocarril, en el que encontré a dos amigos míos que no se conocían entre sí. Uno de ellos era un colega mío de gran fama, y el otro, un miembro de una distinguida familia a la que presto mi asistencia profesional. Aunque presenté en seguida a ambos señores, no entablaron durante todo el largo viaje conversación seguida entre ellos, sino que se limitaron a tomar parte en las que por separado hube yo de iniciar con cada uno. En una de ellas rogué a mi colega que recomendase a sus amistades a un conocido común que comenzaba por entonces el ejercicio de la Medicina. Mi colega me observó que estaba convencido de los méritos del principiante, pero que su insignificante figura le había de hacer más difícil el acceso a las casas de personas distinguidas, replicándole yo que precisamente por eso se hallaba necesitado de recomendación. Al otro de mis compañeros de viaje le pregunté poco después por el estado de su tía madre de una de mis pacientes, de la que sabía se hallaba gravemente enferma. A la noche siguiente a este viaje soñé que aquel amigo mío para el cual había solicitado ayuda se hallaba en un elegante salón y pronunciaba con toda la serena corrección de una acabado hombre de mundo y ante una selecta concurrencia, en la que situé a todas las personas distinguidas y ricas que me eran conocidas, un discurso necrológico en memoria de la anciana tía de mi compañero de viaje, a la que mi sueño daba ya por muerta. (Confieso francamente que no me hallaba en muy buenas relaciones con esta señora.) Así, pues, mi sueño había hallado de nuevo conexiones entre las dos impresiones del día y había compuesto por medio de ellas una situación unitaria.



Sobre la base de conocimientos análogamente adquiridos por mi experiencia en la interpretación de los sueños sentaré aquí el principio de que para la elaboración onírica existe también una especie de fuerza mayor que la obliga a reunir en una unidad en el sueño todas las fuentes de estímulos dadas. Esta coerción que actúa sobre la elaboración de los sueños se nos revelará en el capítulo que a esta última consagraremos como una parte de la condensación, otro proceso psíquico primario.

 



Entraremos ahora en el examen de la cuestión de si la fuente onírica a que el análisis nos conduce tiene que ser siempre un acontecimiento externo e importante, o si un suceso interior, o sea, el recuerdo de un suceso psíquicamente importante, o un proceso mental, puede asimismo llegar a constituirse en estímulo onírico. Los numerosos análisis realizados nos permiten contestar a esta interrogación en sentido afirmativo. El estímulo de un sueño puede ser un proceso interior que nuestra actividad intelectual diurna ha actualizado. Creo es éste el momento de agrupar en un esquema las fuentes oníricas descubiertas:



La fuente de un sueño puede ser:



1) Un suceso reciente y psíquicamente importante, representado directamente en el sueño.



2) Varios sucesos recientes e importantes, que el sueño reúne en una unidad



3) Uno o varios sucesos recientes e importantes, representados en el contenido manifiesto por la mención de un suceso contemporáneo, pero indiferente.



4) Un suceso interior importante (recuerdo, proceso mental) representado siempre en el sueño por la mención de una impresión reciente, pero indiferente. Vemos, pues, que en el contenido manifiesto de todo sueño existe siempre un elemento que repite una expresión del día inmediatamente anterior. Este factor, destinado a ser representado en el contenido manifiesto, puede pertenecer al acervo de representaciones del verdadero estímulo del sueño como parte esencial o nimia del mismo o proceder del círculo de ideas de una impresión indiferente, enlazado con el del estímulo onírico por relaciones más o menos numerosas. La aparente multiplicidad de las condiciones depende aquí únicamente de una alternativa, esto es, de que hayan tenido o no lugar un desplazamiento; alternativa que nos permite explicar los contrastes del fenómeno onírico con igual facilidad que a la teoría médica el progresivo despertar de las células cerebrales.



Observamos, además, en el esquema antes consignado que el elemento psíquicamente importante, pero no reciente (el proceso mental o el recuerdo), puede ser sustituido en el sueño pro un elemento reciente, pero psíquicamente indiferente, siempre que en la sustitución se acaten dos condiciones: 1ª, que el contenido del sueño sea puesto en relación con los recientemente vividos por el sujeto; y 2ª, que el estímulo onírico sea siempre un proceso psíquicamente.importante. En un solo caso, 1), quedan cumplidas ambas condiciones por una misma impresión. Si reflexionamos, además, que aquellas impresiones indiferentes que son utilizadas por la elaboración del sueño mientras conservan la propiedad de ser recientes pierden esta aptitud en cuanto envejecen un solo día (o varios como máximo), habremos de decidirnos a suponer que la actualidad de una impresión le da de por sí determinado valor psíquico para la formación de sueños, valor que equivale en cierto modo al de los recuerdos o procesos mentales saturados de afecto. Posteriores reflexiones de orden psicológico nos permitirán adivinar en qué puede fundarse este valor de las impresiones recientes para la formación de los sueños.



Secundariamente es atraída aquí nuestra atención sobre el hecho de que durante la noche, y sin que nuestra consciencia lo advierta, pueden tener efecto importantes transformaciones de nuestro material de recuerdos y representaciones. El consejo de «consultar con la almohada», esto es, de dejar pasar una noche antes de tomar decisión ninguna importante, se halla plenamente justificado. Pero observamos que con estas consideraciones hemos pasado de la psicología del sueño a la del estado de reposo, acto para el que aún han de presentársenos numerosas ocasiones.



Existe, sin embargo, una objeción que amenaza echar por tierra estas últimas conclusiones. Si las impresiones indiferentes sólo mientras son recientes poseen acceso al contenido onírico, ¿cómo hallamos también en éste elementos de tempranas épocas de nuestra vida que cuando fueron recientes carecieron, según la expresión de Strümpell, de todo valor psíquico y debían, por tanto, hallarse olvidados hace ya mucho tiempo elementos que no son ni recientes ni psíquicamente importantes?



Pero apoyándonos en los resultados obtenidos en psicoanálisis de individuos neuróticos podemos salvar por completo esta objeción. La explicación es que el desplazamiento que sustituye el material psíquicamente important