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100 Clásicos de la Literatura

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Scherner no pertenece a aquellos autores que hacen continuar al alma en el sueño el ejercicio intacto de todas sus facultades. Expone, en efecto, cómo en el fenómeno onírico queda enervada la centralidad, la energía espontánea del yo; cómo a consecuencia de esta descentralización quedan transformados el conocer, el sentir, el querer y el representar, y cómo el residuo de estas fuerzas anímicas no posee un verdadero carácter espiritual, sino únicamente el de un mecanismo. Pero, en compensación, aquella actividad del alma a la que hemos de dar el nombre de fantasía se eleva en el sueño, libre de todo dominio de la razón, y con ello de toda norma, a un ilimitado imperio. Toma ciertamente sus materiales de la memoria de la vida despierta, pero construye con ellos algo en absoluto diferente a las formaciones de la vigilia, y se muestra en el sueño no solamente reproductiva, sino productiva. Sus peculiaridades prestan a la vida onírica sus especiales caracteres. Muestra una predilección por lo desmesurado, exagerado y monstruoso; pero al mismo tiempo adquiere, por su emancipación de las categorías mentales contrarias, una mayor agilidad y flexibilidad y se revela finalmente sensible a los más sutiles estímulos psíquicos que determinan nuestro estado de ánimo y a los efectos agitadores, transformando instantáneamente la vida interior en imágenes plásticas exteriores. La fantasía onírica carece de lenguaje abstracto; tiene que representar plásticamente aquello que quiere expresar, y dado que de este modo no pueden los conceptos ejercer una acción debilitante, crea imágenes de intensa y plena plasticidad. Resulta así que su lenguaje, por claro que sea, deviene ampuloso, pesado y torpe. La impresión de que además adolece depende especialmente de la peculiar repugnancia de la fantasía onírica a expresar un objeto por la imagen correspondiente, y de su preferencia a escoger otra imagen distinta, en tanto en cuanto le es factible expresar por medio de la misma aquella parte, estado o situación que del objeto le interesa exclusivamente representar. Esta es la actividad simbólica de la fantasía. Muy importante también es el hecho de que la fantasía onírica no copia los objetos en su absoluta totalidad, sino tan sólo su contorno, aun éste con la mayor libertad. Sus creaciones plásticas muestran de este modo algo de inspiración genial. Pero, además, la fantasía onírica no se limita a esta mera reproducción del objeto, sino que se ve interiormente obligada a enlazar con él, más o menos estrechamente, el yo onírico, y crear en esta forma una acción. Así, el sueño provocado por un estímulo visual nos hace ver, tiradas por la calle, relucientes monedas de oro que vamos recogiendo alegremente.

El material al que la fantasía onírica aplica su actividad artística es, sobre todo, según Scherner, el de los estímulos orgánicos, tan oscuros durante el día. Resulta, pues, que la teoría, en exceso fantástica, de Scherner, y la quizá demasiado tímida de Wundt y otros fisiólogos totalmente opuestas, en general, vienen a coincidir por completo en lo referente a las fuentes y los estímulos del sueño. Pero según la teoría fisiológica, la reacción anímica a los estímulos somáticos internos se limita a la evocación de representaciones a ellos adecuadas, las cuales llaman luego a otras en su auxilio por medio de la asociación, pareciendo quedar terminada con esta fase la serie de los procesos psíquicos del sueño; y, en cambio, según Scherner, los estímulos somáticos no proporcionan al alma sino un material que la misma puede poner al servicio de sus propósitos fantásticos; la formación de los sueños no empieza para Scherner sino precisamente en el punto en que se agota a los ojos de los demás.

No puede, de todas maneras, considerarse congruente lo que la fantasía onírica realiza con los estímulos somáticos. Se permite en ellos un juego burlón, representándose, por medio de un símbolo plástico cualquiera, la fuente orgánica de la que proceden en cada caso los estímulos. Scherner llega incluso a opinar, sin que en ello le sigan Volkelt y otros, que la fantasía onírica posee una determinada representación favorita para la totalidad de nuestro organismo: la casa. Mas, para dicha de sus representaciones, no parece permanecer constante y obligadamente ligada a esta única imagen. Por el contrario, puede emplear series enteras de casas para designar un solo órgano. Así, largas calles para el estímulo intestinal. Otras veces quedan representadas partes del cuerpo por detalles aislados de una casa. Así, en el sueño provocado por el dolor de cabeza, queda ésta representada por el techo de una habitación que el sujeto ve cubierto de repugnantes arañas semejantes a sapos.

Fuera del simbolismo de la casa, son empleados otros objetos para representar la parte del cuerpo de la que emana el estímulo onírico. «El pulmón y su función anatómica encuentra su símbolo en la estufa encendida y la corriente de aire que en ella se establece; el corazón, en cajones o cestos vacíos, y la vejiga, en objetos redondos en forma de bolsa o sencillamente cóncavos.

«El sueño provocado por un estímulo emanado de los genitales masculinos hace encontrar al sujeto en la calle la boquilla de un clarinete o de una pipa, o también una piel. Los dos primeros objetos evocan aproximadamente la forma del sexo masculino, y el último el vello del pubis. En las mujeres queda representada oníricamente la región pubiana por un angosto patio, y la vagina, por un estrecho sendero blando y resbaladizo, que los atraviesa y por el que tiene que pasar la sujeto del sueño para llevar, por ejemplo, una carta dirigida a un hombre.» (Volkelt, pág. 39.) Muy importante es la circunstancia de que al final de un tal sueño de estímulo somático se desenmascara, por decirlo así, la fantasía onírica, presentando en su forma real el órgano estimulador o su función. Así, el sueño provocado por un estímulo dental termina casi siempre con la caída o extracción de una muela o un diente que el sujeto mismo saca de su boca.

Pero la fantasía onírica no dirige exclusivamente su atención a la forma del órgano estimulador, sino que puede tomar asimismo la sustancia en él contenida como objeto de la simbolización. Así, el sueño de estímulo intestinal hace andar al sujeto por calles cubiertas de excrementos, y el de estímulo vesical le conduce junto a una rápida corriente de agua. El sueño puede representar simbólicamente el estímulo como tal, la naturaleza de la excitación producida y el objeto al que tiende o bien hace entrar al yo onírico en una relación concreta con las simbolizaciones del estado mismo por el que atraviesa. Así sucede cuando, en los sueños provocados por un dolor, luchamos desesperadamente con perros o toros que nos acometen, o cuando en el sueño femenino de estímulo sexual, se ve perseguida la durmiente por un hombre desnudo. Aparte de la enorme variedad de la representación, hallamos en todo sueño, como fuerza central, una actividad simbolizante de la fantasía. Volkelt intentó después penetrar en el carácter de esta fantasía y señalar a la actividad psíquica así reconocida un puesto concreto en un sistema filosófico. Pero su obra, muy bella y escrita con cálido entusiasmo, resulta difícil de comprender para aquellos a quienes una previa preparación no ha habituado a desentrañar lo que en realidad oscuramente presentida existe en los abstractos esquemas filosóficos.

La actividad de la fantasía simbolizante no es enlazada por Scherner a una función útil del sueño. El alma juega soñando con los estímulos que se le ofrecen. Pudiera incluso llegarse a suponer que juega caprichosamente con ellos. Mas también pudiera preguntársenos si nuestro detenido examen de la teoría onírica de Scherner, tan arbitraria como opuesta a todas las normas de la investigación, puede resultar de algún provecho. A esto responderíamos que nos parece injusto rechazarla sin formación de causa, pues se halla basada en las impresiones que los sueños dejaron a un concienzudo y minucioso observador, dotado de una gran capacidad para desentrañar oscuros problemas anímicos. Trata, además, de un objeto que durante muchos siglos ha sido considerado por los hombres como un enigma de amplio contenido y múltiples ramificaciones, enigma a cuyo esclarecimiento no ha contribuido la ciencia sino intentando negarle en completa contradicción con el sentimiento popular todo contenido e importancia. Por último, queremos declarar honradamente que no parece fácil huir de lo fantástico en la explicación de los sueños, y ya conocemos casos en los que se llega a fantasear incluso sobre las células ganglionares. El pasaje antes citado, de un investigador tan exacto y concienzudo como Binz, en el que se describe cómo la aurora del despertar va extendiéndose paulatinamente por los dormidos grupos de células de la corteza cerebral, no es menos fantástico ni menos inverosímil que las tentativas de explicación de Scherner. Con respecto a éstas, espero poder demostrar que entrañan algo real, aunque sólo haya sido muy imprecisamente visto y no posea el carácter de generalidad al que debe aspirar una teoría de los sueños. Por lo pronto, la teoría de Scherner nos señala, mostrándose en total contraposición a la teoría médica, los extremos entre los que oscila aún hoy en día el esclarecimiento de la vida onírica.

h) Relaciones entre el sueño y las enfermedades mentales.

Aquellos que hablan de las relaciones del sueño con las perturbaciones mentales pueden referirse a tres cosas: 1ª A relaciones etiológicas y clínicas, cuando un sueño representa o inicia un estado psicótico o queda como residuo del mismo; 2ª A las transformaciones que la vida onírica sufre en los casos de enfermedad mental; y 3ª A relaciones internas entre el sueño y la psicosis; esto es, a analogías reveladoras de una afinidad esencial. Estas diversas relaciones entre ambas series de fenómenos han constituido en épocas anteriores de la Medicina y vuelven a constituirlo actualmente un tema favorito de los autores médicos, como puede verse en la literatura reunida por Spitta, Radestock, Maury y Tissié. Recientemente se ha ocupado de ellas Sante de Sanctis. Mas para los fines de nuestra exposición nos bastará con rozar esta importante materia.

 

Con respecto a las relaciones clínicas y etiológicas entre el sueño y la psicosis, quiero comunicar aquí, a título de paradigmas, las siguientes observaciones: Hohnbaum (citado por Krauss) manifiesta haber comprobado que la primera manifestación de la demencia había sido consecutiva en muchos casos a un sueño angustioso y terrible, con el que se mostraba relacionada la idea predominante de la perturbación. Sante de Sanctis publica análogas observaciones con respecto a los paranoicos y declara en alguna de ellas al sueño como la vraie cause déterminat de la folie. La psicosis puede surgir de una vez con el sueño causal que entraña la idea delirante o puede desarrollarse poco a poco por una serie de sueños a los que aún opone el sujeto un estado de duda. En uno de los casos citados por de Sanctis subsiguieron al sueño inicial leves ataques histéricos y más tarde un estado melancólicoangustioso. Feré (citado por Tissié) comunica un sueño que tuvo por consecuencia una parálisis histérica. En estas observaciones se nos presenta al sueño como etiología de la perturbación mental, aunque con igual razón podría deducirse de ellas que la perturbación mental se exteriorizó por vez primera en la vida onírica, manifestándose en el sueño. En otros ejemplos contiene la vida onírica los síntomas patológicos o permanece limitada a ella la psicosis. Así, Thomayer llama la atención sobre determinados sueños de angustia, que deben ser considerados como equivalentes de ataques epilépticos. Allison ha descrito casos de locura nocturna (nocturnal insanity), en los que individuos aparentemente sanos durante el día padecen durante la noche alucinaciones, ataques furiosos, etc. Análogas observaciones hallamos en Sante de Sanctis (equivalente onírico paranoico en un alcohólico, voces que acusan a la mujer de infidelidad) y en Tissié. Este último comunica una serie de casos en los que de un sueño se derivaron actos de carácter patológico (presunciones delirantes, impulsos obsesivos). Guislain describe un caso en el que el reposo era sustituido por una locura intermitente.

No cabe duda de que ha de llegar un día en que, junto a la psicología de los sueños, ocupará a los médicos una psicopatología de los mismos.

En los casos de curación de una enfermedad mental se revela con especial claridad el hecho singular de que siendo completamente normal la función diurna, puede perdurar aún la psicosis en la vida onírica. Según Krauss, fue Gregory quien primero hizo notar esta circunstancia. Macario (citado por Tissié) cuenta de un maníaco que revivió en sueños, una semana después de su curación la fuga de ideas y los apasionados impulsos de su enfermedad.

Sobre las transformaciones que la vida onírica experimenta en las psicosis duraderas no se han emprendido hasta el momento sino muy escasas investigaciones. En cambio, la íntima afinidad entre el sueño y la perturbación mental que se revela en la amplia coincidencia de los fenómenos respectivos ha sido estudiada desde muy temprano. Después de Maury, trató de ella Cabanis en sus Rapports du physique et du moral, y tras él, Lélut, J. Moreau y muy especialmente el filósofo Maine de Biran. Pero la idea de establecer una comparación entre ambos estados es, seguramente, más antigua. En el capítulo que dedica a este paralelo incluye Radestock una serie de citas, en las que se señalan las analogías entre el sueño y la locura. Kant dice que «el loco es un sujeto que sueña despierto», y Krauss define la locura como «un sueño dentro de la vigilia de los sentidos». Schopenhauer escribe que el sueño es una demencia corta, y la demencia, un sueño largo. Hagen define el delirio como una vida onírica no producida por el reposo, sino por la enfermedad, y Wundt escribe en la Fisiología psicológica: «En realidad podemos vivir en sueños todos aquellos fenómenos que en los manicomios nos es dado observar.»

Spitta enumera las coincidencias en las que se basa esta comparación en la forma siguiente, muy análoga a la de Maury: «1ª Supresión o retraso de la autoconsciencia y, por tanto, desconocimiento del estado como tal; así, pues, imposibilidad de experimentar asombro y falta de conciencia moral; 2ª Percepción modificada de los órganos sensoriales: disminuida en el sueño y muy elevada, en general, en la locura; 3ª Enlace de las representaciones entre sí, exclusivamente conforme a las leyes de la asociación y la reproducción; así, pues, formación automática de series y, por tanto, desproporción de las relaciones entre las representaciones (exageraciones, fantasmas), y como resultado de todo esto: 4ª Modificación e incluso subversión de la personalidad y a veces de las peculiaridades del carácter (perversiones).»

Radestock agrega aún algunas analogías con relación al material: «Las alucinaciones e ilusiones son en su mayoría visuales o acústicas. En cambio, los sentidos del olfato y del gusto son, como en los sueños, los que menos elementos proporcionan. En el enfermo febril surgen con el delirio, como en el sujeto de un sueño, recuerdos de un pretérito muy lejano. El durmiente y el enfermo recuerdan cosas que el despierto y el sano parecían haber olvidado.» La analogía entre el sueño y la psicosis adquiere su valor total cuando observamos que, como el parecido de familia, se extiende a los gestos y hasta a determinadas singularidades de la expresión fisonómica.

«El sueño concede al sujeto atormentado por sufrimientos físicos y morales aquello que la realidad le negaba bienestar y dicha, y del mismo modo surgen en los enfermos mentales las más rientes imágenes de felicidad, poderío, riqueza y suntuosidad. El contenido principal del delirio se halla constituido muchas veces por la imaginada posesión de bienes o realización de deseos, cuya pérdida, ausencia o negación en la realidad nos dan la razón psíquica de la locura. La madre que ha perdido un hijo querido vuelve a vivir, en su delirio, todas las alegrías maternales; el que ha experimentado pérdidas económicas se cree extraordinariamente rico, y la joven engañada se ve amada con infinita ternura.»

Este pasaje de Radestock es la síntesis de una sutil exposición de Griesinger (pág. 111), que descubre con toda claridad la realización de deseos como un carácter de la representación, común al sueño y a la psicosis. Mis propias investigaciones me han mostrado que en esta hipótesis puede hallarse la clave de una teoría psicológica del sueño y de la psicosis.

«El sueño y la locura se caracterizan principalmente por el barroquismo de las asociaciones y la debilidad del juicio.» En ambos fenómenos hallamos una exagerada estimación de rendimientos anímicos propios, que nuestro juicio normal considera insensatos; a la rápida sucesión de las representaciones oníricas corresponde la fuga de ideas de la psicosis. En ambas falta toda medida de tiempo. La disociación que la personalidad experimenta en la vida onírica,y que, por ejemplo, distribuye el conocimiento del sujeto entre su yo onírico y otra persona ajena, a la cual rectifica en el sueño al primero, es por completo equivalente a la conocida división de la personalidad en la paranoia alucinatoria; el sujeto del sueño oye también sus propios pensamientos, expresados por voces ajenas. Incluso para las ideas delirantes fijas se encuentra una analogía en los sueños patológicos de retorno periódico (rêve obsédant). Los enfermos curados de un delirio suelen manifestar que todo el período de su dolencia se les aparece como un sueño, a veces nada desagradable e incluso que aun durante la enfermedad misma sospecharon, en ocasiones, hallarse soñando, como con gran frecuencia sucede al durmiente.

Después de todo esto no es de extrañar que Radestock concrete su opinión y la de otros muchos autores manifestando que «la locura, anormal fenómeno patológico, debe ser considerada como una intensificación periódica del estado onírico normal» (pág. 228).

En la etiología, o mejor aún, en las fuentes de excitación, ha intentado fundar Krauss, quizá más íntimamente de lo que la analogía de los fenómenos perceptibles al exterior lo permite, la afinidad entre el sueño y la locura. El elemento fundamental común es, según él, la sensación orgánicamente condicionada, esto es, la sensación de los estímulos somáticos o sensación orgánica general, constituida por aportaciones de todos los órganos (cf. Peisse, citado por Maury, pág. 52).

La coincidencia entre el sueño y la perturbación mental, indiscutible y que se extiende hasta detalles característicos, es uno de los más firmes sostenes de la teoría médica en la vida onírica según la cual el sueño no es sino un proceso inútil y perturbador y la manifestación de una actividad anímica deprimida. Sin embargo, no habremos de esperar que las perturbaciones mentales nos procuren la explicación definitiva de los sueños, pues nuestro conocimiento de dichas perturbaciones es aún muy poco satisfactorio. En cambio, es muy verosímil que una nueva concepción de la vida onírica influya en nuestras opiniones sobre el mecanismo interno de las perturbaciones mentales, y de este modo podemos afirmar que al esforzarnos en esclarecer el enigma de los sueños laboramos también en el esclarecimiento de las psicosis.

APÉNDICE DE 1909.

Creo necesario justificar por qué no he continuado mi exposición de la literatura existente sobre los sueños con la publicada en el período transcurrido desde la primera edición de la presente obra hasta el momento actual. Ignoro si las razones que para justificar tal omisión puedo aducir parecerán suficientes al lector; pero lo cierto es que fueron las que determinaron mi conducta. Con la introducción que precede quedaban plenamente cumplidos los propósitos que me llevaron a iniciar mi estudio con una exposición de la literatura onírica, y la prosecución de este trabajo hubiera exigido una larga y penosa labor, no compensada por utilidad ninguna real. En efecto: durante los nueve años transcurridos a partir de la primera edición de mi libro no ha surgido ningún punto de vista que haya traído consigo algo nuevo o valioso para la concepción de los sueños. Mi trabajo no ha sido siquiera citado en la mayoría de las publicaciones posteriores, y, naturalmente donde menos interés ha despertado ha sido entre los investigadores especializados en estas materias, los cuales han dado un brillante ejemplo de la repugnancia propia de los hombres de ciencia a aprender algo nuevo. Les savants ne sont pas curieux, ha dicho Anatole France, el fino ironista. Así, pues, si en la Ciencia hay un derecho a la venganza, estaría justificado que a mi vez despreciara la literatura aparecida después de mi libro. Por otro lado, los pocos críticos que en los periódicos científicos se han ocupado de mi obra han revelado tanta incomprensión, que no les puedo contestar sino invitándolos a leerla de nuevo; o, mejor, simplemente a leerla.

En los trabajos de aquellos médicos que se han decidido a emplear la terapéutica psicoanalítica, y en otros autores, han sido publicados e interpretados conforme a mi procedimiento muchos sueños. Al revisar la presente edición he incorporado a los capítulos correspondientes aquello que en tales trabajos iba más allá de una simple confirmación de mis observaciones. Por último, un índice bibliográfico, que al final incluyo, contiene las publicaciones más interesantes aparecidas con posterioridad a la edición primitiva. La extensa obra de Sante de Sanctis sobre los sueños, traducida al alemán poco después de su aparición, vio la luz casi al mismo tiempo que mi Interpretación de los sueños de manera que ni yo pude tener noticia anterior de ella ni tampoco el autor italiano de la mía. Desgraciadamente, el aplicado trabajo de Sante de Sanctis es tan pobre en ideas, que no deja siquiera sospechar la posibilidad de los problemas por mí tratados.

No puedo mencionar sino dos obras, en las que el problema de los sueños aparece tratado en forma análoga a la mía. Un filósofo contemporáneo, H. Swoboda, que ha emprendido la labor de extender a lo psíquico la periodicidad biológica en series de veintitrés a veintiocho días, descubierta por W. Fliess, ha intentado resolver con esta clave, entre otros enigmas, el de los sueños, en un escrito de amplia fantasía. Pero asigna al fenómeno onírico una importancia menor de la que posee, explicando su contenido por la reunión de todos aquellos recuerdos que en la noche correspondiente completan por primera o enésima vez uno de los períodos biológicos. Una comunicación personal del autor me hizo suponer al principio que él mismo no trataba de defender seriamente esta teoría. Pero parece que me he equivocado al deducir tal conclusión. Mucho más satisfactorio para mí fue el hallazgo casual, en un lugar totalmente inesperado, de una concepción de los sueños cuyo nódulo coincidía en absoluto con el de mi teoría. Descartada por medio de una simple comparación de fecha toda posibilidad de una influencia ejercida por la lectura de mi obra, debo reconocer aquí el único caso de coincidencia de un pensador independiente con la esencia de mi teoría de los sueños. El libro en el que se halla esta concepción de la vida onírica se publicó en segunda edición en 1900 y ostenta el título de Fantasías de un realista, y lleva la firma de Lynkeus.

 

APÉNDICE DE 1914.

La justificación que antecede fue descrita en 1909. Desde esta fecha han variado mucho las cosas. Mi aportación a la interpretación de los sueños no es omitida ya en los nuevos trabajos sobre esta materia. Pero la nueva situación me hace imposible continuar la información precedente. La Interpretación de los sueños ha hecho surgir toda una serie de nuevos problemas y afirmaciones, que han sido muy diversamente discutidos, y, como es lógico, no puedo analizar los trabajos de esta índole hasta haber desarrollado aquellas de mis opiniones a que los autores se refieren. De lo que en esta literatura me ha parecido más valioso trato en los capítulos de la presente edición.

CAPÍTULO II

EL MÉTODO DE LA INTERPRETACIÓN ONÍRICA

EJEMPLO DEL ANÁLISIS DE UN SUEÑO

EL título dado a la presente obra revela ya a qué concepción de la vida onírica intenta incorporarse. Me he propuesto demostrar que los sueños son susceptibles de interpretación, y mi estudio tenderá, con exclusión de todo otro propósito, hacia este fin, aunque claro está que en el curso de mi labor podrán surgir accesoriamente interesantes aportaciones al esclarecimiento de los problemas oníricos señalados en el capítulo anterior. La hipótesis de que los sueños son interpretables me sitúa ya enfrente de la teoría onírica dominante e incluso de todas las desarrolladas hasta el día, excepción hecha de la de Scherner, pues «interpretar un sueño» quiere decir indicar su «sentido», o sea, sustituirlo por algo que pueda incluirse en la concatenación de nuestros actos psíquicos como un factor de importancia y valor equivalentes a los demás que la integran. Pero, como ya hemos visto, las teorías científicas no dejan lugar alguno al planteamiento de este problema de la interpretación de los sueños, no viendo en ellos un acto anímico, sino un proceso puramente somático, cuyo desarrollo se exterioriza en el aparato psíquico por medio de determinados signos. En cambio, la opinión profana se ha manifestado siempre en un sentido opuesto. Haciendo uso de su perfecto derecho a la inconsecuencia, no puede resolverse a negar a los sueños toda significación, aunque reconoce que son incomprensibles y absurdos, y, guiada por un oscuro presentimiento, se inclina a aceptar que poseen un sentido, si bien oculto, a título de sustitutivos de un diferente proceso mental. De este modo todo quedaría reducido a desentrañar acertadamente la sustitución y penetrar así hasta el significado oculto.

En consecuencia, la opinión profana se ha preocupado siempre de «interpretar» los sueños, intentándolo por dos procedimientos esencialmente distintos. El primero toma el contenido de cada sueño en su totalidad y procura sustituirlo por otro contenido, comprensible y análogo en ciertos aspectos. Es ésta la interpretación simbólica de los sueños, que, naturalmente, fracasa en todos aquellos que a más de incomprensibles se muestran embrollados y confusos. La historia bíblica nos da un ejemplo de este procedimiento en la interpretación dada por José al sueño del Faraón. Las siete vacas gordas, sucedidas por otras siete flacas, que devoraban a las primeras, constituye una sustitución simbólica de la predicción de siete años de hambre, que habrían de consumir la abundancia que otros siete de prósperas cosechas produjeran en Egipto. La mayoría de los sueños artificiales creados por los poetas se hallan destinados a una tal interpretación, pues reproducen el pensamiento concebido por el autor bajo un disfraz, correspondiente a los caracteres que de los sueños nos son conocidos por experiencia personal. Un resto de la antigua creencia en la significación profética de los sueños perdura aún en la opinión popular de que se refieren principalmente al porvenir, anticipando su contenido, y de este modo el sentido descubierto por medio de la interpretación simbólica es generalmente transferido a un futuro más o menos lejano.

Naturalmente, no es posible indicar norma alguna para llevar a cabo una tal interpretación simbólica. Esta depende tan solo del ingenio y de la inmediata intuición del interpretador; razón por la cual pudo elevarse la interpretación por medio de símbolos a la categoría de arte, para el que se precisaba una especial aptitud. En cambio, el segundo de los métodos populares, a que antes aludimos, se mantiene muy lejos de semejantes aspiraciones. Pudiéramos calificarlo de método descifrador, pues considera el sueño como una especie de escritura secreta, en la que cada signo puede ser sustituido, mediante una clave prefijada, por otro de significación conocida. Si, por ejemplo, hemos soñado con una «carta» y luego con un «entierro», y consultamos una de las popularísimas «claves de los sueños», hallaremos que debemos sustituir «carta» por «disgusto» y «entierro» por «esponsales». A nuestro arbitrio queda después construir con las réplicas halladas un todo coherente, que habremos también de transferir al futuro. En el libro de Artemidoro de Dalcis, sobre la interpretación de los sueños, hallamos una curiosa variante de este «método descifrador» que corrige en cierto modo su carácter de mera traducción mecánica. Consiste tal variante en atender no sólo el contenido del sueño, sino a la personalidad y circunstancias del sujeto; de manera que el mismo elemento onírico tendrá para el rico, el casado o el orador diferente significación que para el pobre, el soltero, o por ejemplo, el comerciante. Lo esencial de este procedimiento es que la labor de interpretación no recae sobre la totalidad del sueño, sino separadamente sobre cada uno de los componentes de su contenido, como si el sueño fuese un conglomerado, en el que cada fragmento exigiera una especial determinación. Los sueños incoherentes y confusos son con seguridad los que han incitado a la creación del método descifrador.

De la imposibilidad de utilizar cualquiera de los dos métodos populares reseñados en un estudio científico de la interpretación de los sueños, no cabe dudar un solo instante. El método simbólico es de aplicación limitada y nada susceptible de una exposición general. En el «descifrador» dependería todo de que pudiésemos dar crédito a la «clave» o «libro de los sueños», cosa para la que carecemos de toda garantía. Así, pues, parece que deberemos inclinarnos a dar la razón a los filósofos y psiquiatras y a prescindir con ellos del problema de la interpretación onírica, considerándolo como puramente imaginario y ficticio.