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100 Clásicos de la Literatura

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Página 52: «No podemos suponer ningún hecho onírico cuyo primer motivo no haya cruzado antes en alguna forma a título de deseo, aspiración o sentimiento por el alma del individuo despierto.» Este primer sentimiento no lo ha inventado el sueño; se ha limitado a copiarlo y desarrollarlo, elaborando en forma dramática un adarme de materia histórica que halló previamente en nosotros. Así, pues, el fenómeno onírico no hace sino poner en escena las palabras del Apóstol: «Aquel que odia a su hermano es un homicida.» Y mientras que conscientes de nuestra energía moral podemos sonreír, al despertar, ante el amplio cuadro perverso que nuestro sueño pecador nos ha presentado, el nódulo originario causal no presenta faceta alguna que nos mueva a risa. Nos sentimos, por tanto, responsables de nuestros extravíos oníricos; no en su totalidad, pero sí en cierto tanto por ciento. «Comprendemos, en este indiscutible sentido, la palabra de Cristo: `Del corazón vienen malos pensamientos', y no podemos casi defendernos de la convicción de que cada pecado cometido en el sueño trae consigo para nosotros, por lo menos, un oscuro mínimo de culpa.»

En los gérmenes de sentimientos reprobables que a título de tentaciones cruzan por nuestra alma en la vigilia encuentra, pues, Hildebrandt la fuente de inmoralidad de los sueños y no vacila en tener en cuenta estos elementos inmorales en la estimación moral de la personalidad. Estos mismos pensamientos y su idéntica valoración es lo que ha hecho acusarse a los santos y a los hombres piadosos de toda época de ser los más grandes pecadores.

No cabe duda alguna sobre la general aparición de estas representaciones contrastantes en la mayoría de los hombres y también con relación a dominios distintos del ético. Pero algunas veces se les ha juzgado con menos severidad. Así, Spitta transcribe las siguientes manifestaciones de A. Zeller (pág. 144): «Raras veces se halla tan felizmente organizado un espíritu que posea en todo momento un poder absoluto y no quede estorbada la continua y clara marcha de sus pensamientos por representaciones no sólo insignificantes, sino hasta ridículas y desatinadas. Incluso los más grandes pensadores se han lamentado de esta inoportuna turba de representaciones, semejantes a las de los sueños, que perturba sus más profundas reflexiones y su más seria y sagrada labor mental.»

Una observación de Hildebrandt, la de que el sueño nos permite a veces contemplar los repliegues y profundidades de nuestro ser, que durante la vigilia quedan casi siempre ocultos a nuestros ojos, arroja más clara luz sobre la situación psicológica de estos pensamientos de contraste.

Análoga idea expone Kant en un pasaje de su Antropología al afirmar que el sueño tiene por función la de descubrirnos nuestras disposiciones ocultas y revelarnos no lo que somos, sino lo que hubiéramos podido llegar a ser si hubiéramos recibido una educación diferente. Radestock (pág. 84) reproduce este juicio cuando dice que el sueño nos revela aquello que no queremos confesarnos a nosotros mismos, siendo esto lo que nos impulsa a calificarlo injustamente de mentiroso y engañador. J. E. Erdmann manifiesta: «Nunca me ha revelado un sueño lo que de un hombre debo opinar; pero lo que de él opino y cuáles son mis verdaderos sentimientos con respecto a él, eso sí me lo ha mostrado más de una vez, con gran asombro mío.»

En forma semejante opina J. H. Fichte: «El carácter de nuestros sueños nos revela mucho más fielmente nuestro estado de ánimo total que el autoanálisis durante la vigilia.» Observaciones como las de Benini y Volkelt, que a continuación transcribimos, nos hacen advertir que la emergencia de estos impulsos ajenos a nuestra conciencia moral, sólo es comparable a la ya conocida disposición del sueño sobre otro material de representaciones que falta a la vida despierta o desempeña en ella un insignificante papel. Benini: Certe nostre inclinazioni che ci credevano soffocate e spente da un pezzo, si ridestano; passioni vecchie e sepolte rivivono; cosa e persona a cui non pensiamo mai, ci vengono dinazi (pág. 149). Y Volkelt: «También representaciones que se han introducido casi inadvertidamente en la consciencia despierta y quizá no hubieran sido sacados nunca por ella del olvido, suelen revelar al sueño su presencia en el alma» (pág. 105). Por último, es éste el lugar de recordar que, según Schleiermacher, ya el acto de conciliar el reposo se halla acompañado de representaciones (imágenes) involuntarias.

En este concepto de «representaciones involuntarias» debemos incluir todo aquel acervo de representaciones cuya emergencia tanto en los sueños inmorales como en los absurdos despierta nuestra extrañeza. La única diferencia importante que podemos señalar entre las representaciones involuntarias referentes a la moralidad y las relativas a otros dominios es que las primeras se revelan en oposición con nuestra restante manera de sentir, mientras que las segundas se limitan a despertar nuestra extrañeza. Pero hasta el momento no hemos realizado progreso ninguno que nos permita ampliar esta diferenciación por un conocimiento más completo y profundo de sus términos.

¿Qué significación tiene la emergencia de representaciones involuntarias en el sueño? ¿Y qué conclusiones pueden deducirse para la psicología del alma despierta o soñadora de esta emergencia nocturna de sentimientos éticos contrastantes? Habremos de señalar aquí una nueva diferencia de opinión y una nueva agrupación distinta de los autores. El proceso mental de Hildebrandt y de otros representantes de su opinión fundamental no puede ser continuado sino en el sentido de que los sentimientos inmorales entrañan también en la vigilia un cierto poder cohibido, desde luego de llegar a convertirse en actos, y que en el estado de reposo desaparece algo que, actuando como una retención, nos había impedido advertir este sentimiento. El sueño mostraría así, aunque no en su totalidad, la verdadera esencia del hombre, y pertenecería a los medios de hacer accesible a nuestro conocimiento el oculto interior del alma. Sólo partiendo de tales hipótesis puede Hildebrandt adjudicar al sueño el papel de un consejero que atrae nuestra atención sobre escondidas debilidades morales de nuestra alma, del mismo modo que, según confesión de los médicos, puede anunciar a la consciencia enfermedades físicas que hasta entonces ignorábamos nos aquejaran.

Tampoco Spitta puede guiarse por otra idea cuando señala las fuentes de excitación que, por ejemplo, en la pubertad actúan sobre el alma, y consuela al sujeto diciéndole que ha hecho todo lo que en su mano se hallaba cuando ha sido virtuoso en su vida despierta y se ha esforzado en ahogar siempre los malos pensamientos, no dejándolos madurar y convertir en actos. Conforme a esta concepción, podríamos designar las representaciones involuntarias como aquellas que han sido ahogadas durante el día, y habríamos de ver en emergencia un fenómeno puramente psíquico.

Mas, según otros autores, esta última conclusión es totalmente errónea. Así, para Jessen, las representaciones involuntarias exteriorizan, por medio de movimientos internos, y tanto en el sueño como en la vigilia y el delirio febril o de otro género, «el carácter de una actividad de la voluntad en reposo y de un proceso hasta cierto punto mecánico de imágenes y representaciones» (pág. 360). Un sueño inmoral no significa, con respecto a la vida anímica del soñador, sino que el mismo se había percatado alguna vez del contenido de representaciones correspondiente, pero desde luego no un sentimiento anímico propio. Determinadas manifestaciones de Maury nos inclinan a creer que atribuye al estado onírico la facultad de fragmentar en sus componentes la actividad anímica, en lugar de destruirla, sin sujeción a plan ninguno. Así, de los sueños en los que traspasamos los limites de la moralidad dice: Ce sont nos penchants qui parient et qui nous font agir, sans que la conscience nous retienne, bien que parfois alle nous al evertisse. J'ai mes défauts et mes penchants vicieux à l'état de veille, je tâche de lutter contre eux, et il m'arrive assez souvent de n`y pas succomber. Mais dansmes songes, j'y succombe toujours ou, pour mieux dire, j'agis par leur impulsion, sans crainte et sans remords… Evidemment, les visions qui se déroulent devant ma pensée et qui constituent le rêve, me sont suggérées par les incitations que je ressens et que ma volonté absente me cherche pas à refouler (pág. 113).

La creencia en la capacidad del sueño para revelar una disposición inmoral del sujeto, realmente existente, pero ahogada o escondida, no puede hallar expresión más exacta que en las siguientes palabras de Maury (pág. 115): En rêve l'homme se révèle done tout entier à soi même dans sa nudité et sa misère natives. Dés qu'il suspend l'exercise de sa volonte, il devient le jouet de toutes les passions contre lesquelles à l'état de veille la conscience, le sentiment d'honneur, la crainte nous défendent. En otro lugar halla también la frase exacta (pág. 462): Dans le rêve, c'est surtout l'homme instinctif qui se revèle… L'homme revient, pour ainsi dire, à l'état de nature quand il rêve; mais moins les idées acquises ont pénetré dans son esprit, plus les penchants en dessaccord avec elles conservent encore ser lui d'influence dans le rêve. Como ejemplo aduce que sus sueños le muestran con frecuencia víctima de aquella misma superstición que con más energía ha combatido en sus escritos.

Pero el valor de todas estas ingeniosas observaciones para un conocimiento psicológico de la vida onírica queda disminuido en Maury por su resistencia a no ver en los fenómenos tan acertadamente observados por él sino pruebas del automatisme psychologique, que, a su juicio, domina la vida onírica. Este automatismo lo considera como la completa antítesis de la actividad psíquica.

En sus estudios sobre la consciencia dice Stricker: «El sueño no se compone exclusivamente de engaños; cuando en él sentimos miedo de los ladrones, éstos son imaginarios, pero el miedo es real.» De este modo se nos advierte que el desarrollo de afectos en el sueño no puede ser juzgado en la misma forma que el resto del contenido onírico, y se nos plantea de nuevo el problema de qué es lo que en los procesos psíquicos del sueño puede considerarse como real; esto es, puede aspirar a ser incluido entre los procesos psíquicos de la vigilia.

 

g) Teorías oníricas y función del sueño.

Un conjunto de juicios sobre el sueño que intente explicar, desde un determinado punto de vista, la mayor suma posible de los caracteres observados en su investigación y fije al mismo tiempo su situación con respecto a un más amplio campo de fenómenos, merecerá ser calificado de teoría onírica. Las distintas teorías que de este modo puedan establecerse se diferenciarán en el carácter que de los sueños consideren como esencial, enlazando a él las explicaciones y relaciones constitutivas de su contenido. No habrá de ser condición indispensable que de todas y cada una de ellas pueda deducirse una función o utilidad del fenómeno onírico; pero obedeciendo a nuestra acostumbrada orientación teleológica, habremos de preferir aquellas que entrañen el conocimiento de una tal función.

Conocemos ya varias concepciones de los sueños merecedoras, en este sentido, del nombre de teorías oníricas. Así, la antigua creencia de que los sueños eran enviados por los dioses para dirigir los actos de los hombres constituía una teoría completa que explicaba todo lo que en el fenómeno onírico presenta interés. Desde que el sueño ha llegado a ser objeto de la investigación biológica, ha surgido un número más considerable que nunca de teorías oníricas; pero entre ellas existen algunas harto incompletas.

Renunciando a incluirlas en su absoluta totalidad, puede intentarse la siguiente clasificación no extremadamente rigurosa de las teorías oníricas, conforme a la hipótesis que sobre la magnitud y la naturaleza de la actividad psíquica en el sueño les sirva de base.

1º Aquellas teorías que, como la de Delboeuf, hacen perdurar en el sueño la total actividad psíquica de la vigilia. Según ellas, el alma no duerme; su aparato permanece intacto, pero sometida a las condiciones del estado de reposo, distintas de las correspondientes a la vigilia, tiene que producir, aun funcionando normalmente, rendimientos distintos. Surge aquí la duda de si estas teorías consiguen derivar, en su totalidad de las condiciones del estado de reposo, las diferencias que se nos muestran entre el sueño y la reflexión. Pero, además, falta en ellas toda posibilidad de deducir la existencia de una función onírica. No nos explican para qué soñamos ni por qué el complicado mecanismo del aparato anímico sigue funcionando aun después de haber sido colocado en circunstancias para las que no se halla calculado. En esta situación, las únicas reacciones adecuadas serían dormir sin sueños o despertar cuando sobreviniera un estímulo, perturbador; pero nunca soñar.

2º Aquellas teorías que, por el contrario, aceptan en el sueño un descenso de la actividad psíquica y una debilitación de la coherencia. De estas teorías se deduce una característica psicológica del estado de reposo muy distinta de la establecida por Delboeuf. El reposo se extiende al alma y no se limita a aislarla por completo del mundo exterior, sino que penetra en su mecanismo, haciéndolo temporalmente inutilizable. Si me es permitida una comparación con material psiquiátrico, diré que las primeras teorías construyen el sueño como una paranoia y las segundas lo convierten en el prototipo de la imbecilidad o de una amencia.

La teoría de que en la vida onírica sólo se manifiesta una parte de la actividad anímica paralizada por el reposo es la preferida por los autores médicos y, en general, por el mundo científico. En tanto en cuanto ha de suponerse un profundo interés por el esclarecimiento de los sueños, puede considerársela como la teoría dominante. Su característica es la facilidad con que sortea uno de los mayores peligros que se alzan ante toda explicación de los sueños: el de estrellarse contra una de las antinomias a las que los mismos dan cuerpo.

Considerando el fenómeno onírico como el resultado de una vigilia parcial («una vigilia paulatina, parcial, y al mismo tiempo, muy anómala», dice Herbart, sobre el sueño, en su Psicología) puede explicar, por una serie de estados cada vez más cercanos al de vigilia, toda la serie de rendimientos imperfectos del sueño exteriorizados en el absurdo del mismo hasta el rendimiento mental perfecto y totalmente concretado.

Para aquellos a quienes ha llegado a ser indispensable la forma de exposición fisiológica o la encuentran más científica, transcribiré aquí la descripción que Binz hace de esta teoría (pág. 43):

«Este estado (de estupor) camina paulatinamente hacia su fin en las primeras horas de la mañana. Las toxinas que la fatiga acumuló en la albúmina cerebral van disminuyendo cada vez más, destruidas o arrastradas por la continua corriente de la sangre. Algunos grupos de células, despiertos ya, comienzan a funcionar en medio del general letargo, y ante nuestra obnubilada consciencia surge entonces la actividad aislada de estos grupos de células, falta del control de las demás partes del cerebro que rigen la asociación. En consecuencia, las imágenes creadas, correspondientes generalmente a las impresiones materiales de un próximo pasado, se agregan unas a otras sin orden ni concierto. Luego, conforme va haciéndose mayor el número de células cerebrales despiertas, va disminuyendo, en proporción, el destino del sueño.»

Todos los fisiólogos y filósofos modernos se muestran conformes con esta concepción del sueño como una vigilia incompleta y parcial, o cuando menos, influidos por ella. Maury es quien más ampliamente la desarrolla, pareciendo ver en la vigilia o el resposo estados desplazables por regiones anatómicas, aunque de todos modos se le muestren siempre enlazadas una determinada región anatómica y una determinada función psíquica. Pero quisiera limitarme aquí a indicar que si la teoría de la vigilia parcial se confirmase, habría aún que realizar una importante labor para estructurarla.

Naturalmente, no puede deducirse de esta teoría de la vida onírica una función del sueño. Obra, pues, Binz con toda consecuencia cuando fija la situación e importancia del fenómeno onírico en los siguientes términos (pág. 357): «Todos los hechos tienden, como vemos, a caracterizar el sueño como un proceso somático, inútil en todo caso, y hasta patológico en muchos…»

El término «somático», referido al sueño y subrayado por el autor mismo, nos revela la posición de Binz con respecto a varios de los problemas oníricos, y en primer lugar a la etiología de los sueños, de la que Binz se ocupó especialmente al investigar la génesis experimental de sueños por absorción de materias tóxicas. Sobre este problema etiológico coinciden todas las teorías que integran el presente grupo en la tendencia a excluir en lo posible estímulos distintos de los somáticos, su forma más extrema sería aproximadamente la que sigue:

Conseguido el reposo por la supresión de todo estímulo, no tendríamos necesidad ni ocasión de soñar hasta que en las primeras horas de la mañana pudiera reflejarse en un sueño el paulatino despertar provocado por la aparición de nuevos estímulos. Pero sucede que nunca conseguimos mantener nuestro reposo libre de todo estímulo, pues análogamente a los gérmenes de la vida, de cuya inagotable emergencia se lamentaba Mefistófeles, llegan sin interrupción hasta el sujeto estímulos de las más diversas procedencias, externos, internos y hasta de aquellas regiones de su cuerpo a las que nunca ha prestado la menor atención. De este estímulo queda el reposo perturbado, y el alma, sacada ora en un punto, ora en otro, de su letargo, funciona un momento con la parte despertada, para volver luego al reposo. Resulta, pues, que el sueño es la reacción totalmente superflua a la perturbación del reposo ocasionada por el estímulo.

Mas al designar el sueño que de todas maneras continúa siendo un rendimiento del órgano anímico como un proceso somático, posee aún otro sentido diferente. Se trata de despojarle de la dignidad de proceso psíquico. La comparación, muy antigua y empleada, del sueño con «los sonidos que los diez dedos de un individuo totalmente profano en música producirían en un piano, recorriendo al azar el teclado» constituye quizá la descripción más exacta de la apreciación que en la mayoría de los casos ha hallado el rendimiento onírico en los representantes de las ciencias exactas. En esta concepción se convierte el sueño en algo totalmente ininterpretable, pues no es posible que recorriendo al azar el teclado improvise el profano en música composición alguna.

Contra esta teoría de la vigilia parcial se han elevado desde un principio numerosas objeciones. Así, Burdach escribía en 1830: «Con la afirmación de que el sueño es una vigilia parcial no se explican, en primer lugar, ni el reposo ni la vigilia, y en segundo, no se dice sino que algunas fuerzas del alma actúan en el sueño mientras otras reposan. Pero esta desigualdad tiene efecto durante la vida…» (pág. 483).

En la teoría dominante, que ve en el sueño un proceso «somático», se apoya una muy interesante concepción de los sueños, desarrollada por Robert en 1866 y que posee el atractivo de atribuir al fenómeno onírico una función y un resultado útil. Toma este autor como base de su teoría dos hechos comprobados, de los que ya tratamos al ocuparnos del material onírico: la frecuencia con que en nuestros sueños se incluyen las impresiones diurnas más secundarias y lo raramente que soñamos con lo que más nos ha interesado en nuestra vida diurna. Robert afirma categóricamente: «Aquellas cosas que hemos pensado con detenimiento y hasta asimilarlas, no se constituyen jamás en estímulos oníricos, sino tan sólo aquellas otras que permanecen inacabadas en nuestro espíritu o sólo lo han rozado fugitivamente» (pág. 10). «Por esta razón no podemos explicarnos la mayoría de nuestros sueños, pues las causas que los originan son precisamente aquellas impresiones sensoriales diurnas de las que el sujeto no ha llegado a adquirir un suficiente conocimiento.» Para que una impresión pueda llegar a incluirse en un sueño es, por tanto, necesario que su elaboración haya quedado perturbada o que, por ser demasiado insignificante, no haya podido aspirar siquiera a una tal elaboración.

Robert se representa al sueño «como un proceso somático de segregación, que llega al conocimiento nuestro al reaccionar mentalmente a él. Los sueños son segregaciones de pensamientos ahogados en germen». «Un hombre al que se despojase de la facultad de soñar contraería en poco tiempo una perturbación mental, pues en su cerebro se acumularía una masa de pensamientos inacabados, no terminados de pensar, y de impresiones insignificantes, bajo cuyo peso quedaría ahogado aquello que a título de todo acabado hubiera de ser incorporado a la memoria.» De este modo presta el sueño a la consciencia sobrecargada el servicio de una válvula de seguridad. Los sueños poseen una fuerza curativa y derivativa.

Sería equivocado preguntar a Robert cómo por medio del representar onírico puede producirse un desastre del alma, pues lo que de las dos peculiaridades del material onírico antes citadas deduce evidentemente este autor, es que durante el reposo se verifica en algún modo, y como proceso somático, una tal expulsión de las impresiones carentes de valor y que el soñar no es ningún proceso psíquico especial, sino unicamente la noticia que de dicha selección obtenemos. Pero no es una segregación lo único que durante la noche se realiza en el alma. El mismo Robert añade que, además, se lleva a efecto una elaboración de los estímulos del día, y que «aquello que de la materia de pensamiento no asimilada resiste a la segregación es reunido por cadenas de pensamientos tomados de la fantasía, hasta formar una totalidad, e incorporado así a la memoria como una innocua pintura de la fantasía» (pág. 23).

En total contradicción con la teoría dominante se nos muestra, en cambio, la de Robert, por lo que respecta a las fuentes oníricas. Mientras que, según la primera, no soñaríamos en absoluto si los estímulos externos e internos no despertaran de continuo a nuestra alma, según la teoría de Robert, el impulso de soñar reside en el alma misma, esto es, en su sobrecarga, que demanda una derivación. Resulta, pues, por completo consecuente la conclusión establecida por este autor de que las causas condicionantes del sueño, dependientes del estado corporal del sujeto, no ocupan sino un lugar secundario, y no podrían inducir a soñar, en ningún caso, a un espíritu en el que no existiese previamente materia alguna para la formación de sueños, tomada de la consciencia desierta. Debe concederse únicamente que las imágenes fantásticas que procede de lo mas profundo del alma del sujeto, se desarrollan en sus sueños pueden ser influidas por los estímulos nerviosos (pág. 41). De este modo resulta el sueño independiente, hasta cierto punto según Robert, de lo somático. No constituye, ciertamente, un proceso psíquico, ni ocupa lugar alguno entre los procesos de este género que se desarrollan en nuestra vida despierta; pero es un proceso somático que se desarrolla todas las noches en el aparato de la actividad anímica y tiene a su cargo una función: la de proteger a este aparato contra una excesiva tensión, o, si se nos permite cambiar de comparación, la de limpiar el alma.

 

Otro autor, Ives Delage, apoya su teoría en estos mismos caracteres del sueño, que se hacen patentes en la selección del material onírico, siendo muy instructivo observar cómo por una ligera diferencia en la comprensión de un mismo objeto se llega a un resultado final de muy distinto alcance.

Delage comenzó por observar en sí propio, con ocasión de la muerte de una persona querida, que no soñamos con aquello que durante el día ha ocupado nuestro pensamiento, o únicamente soñamos con ello cuando empieza a desvanecerse ante nuevos intereses. Sus investigaciones subsiguientes con otras personas le confirmaron la generalidad de este hecho. Una de las observaciones de este autor, que de confirmarse su general exactitud sería muy interesante, se refiere a los sueños de los recién casados: S'ils ont été fortement épris, presque jamais ils n'on rêvé l'un de l'autre avant le mariage ou pendant la lune de miel; et s'ils ont rêvé d'amour c'est pour être infidèles avec quelque personne indifférente ou odieuse. Pero, entonces, con qué soñamos? Delage reconoce el material que aparece en nuestros sueños como compuesto de fragmentos y restos de impresiones de los últimos días y de un pretérito más lejano. Todo lo que en nuestros sueños emerge y nos inclinamos a considerar al principio como creación de la vida onírica se nos demuestra, en un más detenido examen, como reproducción ignorada o souvenir inconscient. Pero este material de representaciones muestra un carácter común: el de proceder de impresiones que han herido más nuestros sentidos que nuestro espíritu, o de aquellas otras que sólo un brevísimo instante consiguieron retener nuestra atención.

En esencia, son éstas las dos mismas categorías de impresiones las secundarias y las no terminadas que Robert establece; pero Delage orienta diferentemente su ruta mental, opinando que tales impresiones no devienen susceptibles de crear un sueño por ser indiferentes, sino por no haber sido agotadas. También las impresiones secundarias se hallan hasta cierto punto inagotadas, y son también por su naturaleza de nuevas impresiones, autant de ressorts tendus, que se distenderán durante el sueño. Una impresión intensa, intencionadamente rechazada o cuya elaboración haya quedado detenida casualmente, tendrá mucho más derecho a desempeñar un papel en el sueño que otra más débil y casi inadvertida. La energía psíquica almacenada durante el día a consecuencia de la represión, deviene por la noche el resorte del sueño. En éste se exterioriza lo psíquico reprimido.

Desgraciadamente, las deducciones de Delage se interrumpen al llegar a este punto, y así no puede asignar en el sueño a una actividad psíquica independiente sino el más insignificante papel. Con esto queda agregada su concepción del fenómeno onírico a la teoría dominante del reposo parcial del cerebro: En somme, le rêve est le produit de la pensée errante, sans but et sans direction, se fix ant succesivement sur les souvenirs, qui ont gardé assez d'intensité pour se placer sur sa route et l'arrêter au passage, établissant entre eux un lien tantôt faible et indécis tantôt plus fort et plus serré selon que l'activité actuelle du cerveau est plus on moins abolie par le sommeil.

3º En un tercer grupo podemos reunir aquellas teorías que adscriben al alma soñadora la facultad de realizar determinadas funciones psíquicas que la vigilia no puede llevar a cabo o sólo muy incompletamente. Del empleo de estas facultades es deducida, por lo general, una función útil del sueño. A este grupo de teorías pertenecen en su mayoría las desarrolladas por los viejos autores psicológicos, teorías que creo innecesario exponer aquí detalladamente. Me limitaré, pues, a mencionar la observación de Burdach de que el sueño «es aquella actividad natural del alma que no se halla limitada por el poder de la individualidad y no es perturbada por una consciencia de sí misma ni dirigida por autodeterminación, sino que constituye la vitalidad contingente del punto central sensible (página 436).

Burdach y otros autores se representan indudablemente este libre uso de las fuerzas propias como un estado en el que el alma se repone y acumula nuevas energías para la labor diurna; esto es, como una especie de vacaciones psíquicas. No es, por tanto, de extrañar que el primero cite y adopte en su obra las amables palabras con que el poeta Novalis ensalza la labor del sueño: «Los sueños nos protegen contra la monotonía y la vulgaridad de la existencia. En ellos descansa y se recrea nuestra encadenada fantasía, mezclando sin orden ni concierto todas las imágenes de la vida e interrumpiendo, con su alegre juego infantil, la continua seriedad del hombre adulto. Sin nuestros sueños, envejeceríamos antes. Habremos, pues, de ver en ellos, ya que no un don directo de los cielos, una encantadora facultad y una amable compañía en nuestra peregrinación hacia el sepulcro.»

Purkinje (pág. 456) acentúa aún más intensamente la actividad tónica y curativa del sueño: «Los sueños productivos facilitarían especialmente estas funciones… Son ligeros juegos de la imaginación, exentos de todo enlace con los sucesos del día. El alma no quiere mantener las tensiones de la vida despierta, sino, por el contrario, suprimirlas y reponerse de ellas. Con este objeto crea estados contrarios a los de la vigilia. Cura la tristeza con la alegría, los cuidados con esperanzas e imágenes serenas y entretenidas, el odio con el amor y la cordialidad, el temor con el valor y la confianza; suprime las dudas, sustituyéndolas por el convencimiento y la fe, y nos presenta cumplido aquello que nos parecía esperar o desear en vano. El reposo cura muchas heridas que la vigilia mantenía constantemente abiertas, cerrándolas o preservándolas de nuevas excitaciones. En este hecho reposa en parte el efecto curativo que el tiempo ejerce sobre nuestros dolores. Todos sentimos que el reposo constituye un beneficio para la vida anímica, y la consciencia popular no se deja arrebatar el oscuro presentimiento de que los sueños son uno de los caminos por los que el reposo prodiga su acción bienhechora.»

La tentativa más original y de mayor alcance realizada para explicar el sueño como una especial actividad del alma, que sólo en el estado de reposo puede desarrollarse libremente, ha sido la emprendida por Scherner en 1861. El libro de este autor, escrito en un estilo turbio y ampuloso y pleno de un tan cálido entusiasmo por la materia que si no logra arrastrar consigo al lector tiene necesariamente que disgustarle, ofrece tan grandes dificultades a un análisis que preferimos limitarnos a transcribir aquí las claras y sintéticas palabras en que Volkelt condensa la teoría en él desarrollada: «Del oscuro conglomerado místico, ampuloso y magnífico, irradia una apariencia de sentido llena de presentimientos, pero que no nos aclara los caminos mentales del autor.>i Los mismos partidarios de Scherner comparten éste juicio de su obra.