Contratos de comercio internacional

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Introducción

Muchos modelos contractuales como la compraventa, los créditos documentarios, las garantías a la primera solicitud, el leasing y el fideicomiso, entre otros, tienen un desarrollo vigoroso en las operaciones internas cuanto en el comercio internacional. Todo ello ha motivado que los organismos internacionales y los juristas, a partir de los últimos treinta años, hayan dedicado atención al estudio de los contratos de comercio internacional.

Ahora que los países de América Latina, con diferencias de matices, van pasando de ser vendedores de materias primas a exportadores de manufacturas, servicios y en pocos casos como inversionistas netos, la necesidad de un apoyo especializado, por parte del asesor jurídico o del consultor de negocios internacionales, se hace indispensable.

Con tal propósito, hacia el año 1990, en Río de Janeiro, abordamos el atractivo tema de los contratos comerciales internacionales, dando origen a este libro, cuya segunda edición salió al mercado en 1991. A partir de entonces, nos ha sido satisfactorio ver cómo han aparecido, en América Latina, otros libros semejantes.

La actual obra tiene la misma estructura que la sexta edición, aun cuando más actualizada y ampliada. Así, está dividida en tres partes. La primera, «Análisis jurídico del comercio internacional», constituida por tres capítulos. El primero, introduce al lector en el comercio internacional y sus teorías. El segundo expone las diferentes limitaciones y numerosos aspectos que los distintos sistemas jurídicos que existen en el mundo introducen en las relaciones comerciales, así como las variadas limitaciones o referencias de los organismos internacionales y de los gremios comerciales. El último capítulo esboza una nueva teoría sobre la conexión de los contratos internacionales.

La segunda parte, «Transacciones internacionales», estudia el intercambio de bienes, servicios y tecnología; resaltando los dos más importantes negocios jurídicos del comercio: el contrato de compraventa y el contrato de transporte. Esta parte está constituida por los capítulos IV, V y VI. El primero estudia el intercambio desde dos ángulos: como un negocio comercial que rebasa el ámbito jurisdiccional de las operaciones domésticas, apreciando su naturaleza jurídica, y la manera cómo un asesor jurídico puede tratarlo. El segundo estudia la Convención de Viena de 1980, como instrumento que busca armonizar la compraventa internacional de mercaderías. El último estudia el contrato de transporte, que es una consecuencia de cualquier contrato de compraventa.

La tercera parte, «Mecanismos complementarios de los contratos internacionales», aborda dichos mecanismos y está constituida por los capítulos VII, VIII y IX. El primero trata los mecanismos mencionados a través de las medidas de seguridad y control. El segundo expone los créditos documentarios y las garantías bancarias, así como los términos del comercio internacional. El último se dedica al tema del arbitraje y la conciliación comercial internacional, como medio de solución de controversias contractuales.

Completa el libro un anexo que contiene seis documentos: Principios sobre los Contratos Comerciales Internacionales del Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado (UNIDROIT); la Convención de Viena de 1980 sobre compraventa internacional de mercaderías; la Ley Modelo de Arbitraje de la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil (CNUDMI); la Ley de Arbitraje peruana, que posee un capítulo sobre arbitraje internacional; el Reglamento de Conciliación de la CNUDMI (Resolución 35/52); y la Ley Modelo de Conciliación Comercial Internacional de la CNUDMI.

Finalmente, como es de rigor, hay una bibliografía consultada y básica.

Lima, noviembre de 2017

Aníbal Sierralta Ríos

Primera parte.

Análisis jurídico del comercio internacional

Capítulo I.

Comercio internacional

América Latina, a partir de la década de 1960, inició un gran esfuerzo para incorporarse al mercado mundial de manera significativa. Lo consiguió con resultados sorprendentes en algunos países que, aunque pocos, reflejan un esfuerzo conjunto de su clase empresarial para mejorar su tecnología y de algunas políticas estatales promotoras de las exportaciones, que lograron incrementar la oferta exportable y posicionar las marcas de varios productos. Sin embargo, la apertura de nuevos mercados exige el desarrollo de técnicas y conocimientos que hagan posible comprender las características de los negocios internacionales, faciliten instrumentos para entender las señas de los mercados, brinden medios para mejorar la competitividad de la oferta exportable y formen cuadros profesionales en productividad, comercialización, administración y contratación internacional.

La necesidad de adecuar las economías al bienestar de la población ha planteado una serie de alternativas posibles como las estrategias basadas en el comercio exterior, las políticas hacia fuera; las estrategias orientadas hacia el interior, las políticas hacia dentro; la cooperación técnica internacional; y muchas sutiles combinaciones de dichas alternativas.

Es claro, y conforme se ha comprobado empíricamente, que la mejor estrategia para nuestros países es la orientada hacia el exterior, en razón de los logros obtenidos, la inmensa cantidad existente de materias primas, la presencia de un sector industrial más o menos desarrollado y la obligación de atender los requerimientos de una deuda externa que parece inextinguible.

Hay que enfrentar el comercio internacional dentro del sentido de doble vía que implica —importación-exportación—, para poder adecuar el aparato industrial a una estrategia hacia fuera, porque ambas experimentan un impacto recíproco y juegan de una manera interconectada. No es posible desarrollar una política de fomento de las exportaciones sin considerar que el aparato industrial exportador requiere equipos y tecnología importada. Asimismo, pensar únicamente en la apertura del mercado nacional como un criterio de desarrollo puede ser el comienzo tanto de una desactivación del parque industrial como de un serio desequilibrio de la balanza de pagos, si las empresas locales y los Estados no están preparados para competir con estructuras corporativas mejor dotadas y con prácticas desleales del comercio internacional como son el dumping y los subsidios.

La exportación es la manera más importante de captar divisas que tienen los países en vías de desarrollo; particularmente, las exportaciones no tradicionales o de manufacturas son el único medio de obtener los recursos necesarios para el crecimiento, así como de atender la agobiante deuda externa.

1. Reseña histórica

El comercio internacional está sujeto a cambios tan rápidos y complejos que nos impulsa a adentrarnos en los vericuetos de la historia a fin de conocer determinadas técnicas y procedimientos que lo facilitan o lo restringen.

En primer lugar, tenemos que partir de la comprobación histórica que este, tal como lo entendemos, es el intercambio de bienes y servicios entre Estados o países soberanos o libres. Tal condición solo es apreciable a partir de los inicios del siglo XIX, ya que antes existía una explotación inmisericorde de las grandes metrópolis respecto de regiones sojuzgadas como América Latina, África y Asia, que no podían articular libremente sus términos de negociación comercial, sino que eran consideradas áreas de extracción. De tal manera que hablar de intercambio internacional, dentro de una idea de relaciones entre naciones más o menos soberanas, solo es admisible y reconocible a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Siendo que estas vinculaciones se han visto incrementadas en cuanto a la variedad de sus componentes y el número de participantes, ya que comprende bonos y debentures, stock de capital, conocimiento patentado y servicios.

Dos aspectos marcan los diferentes períodos históricos del comercio mundial: las transformaciones políticas, por un lado, y las innovaciones tecnológicas, particularmente en el transporte, por el otro. Es posible afirmar que estos dos factores fueron los impulsores o causantes del devenir histórico. A raíz de ello, podemos vislumbrar cuatro etapas: inicio del comercio global, las grandes fluctuaciones, los nuevos escenarios y la revolución tecnológica y la nueva estructura de los mercados.

1.1. Inicio del comercio global

Esta etapa comienza a partir de 1860 y culmina en 1914, cuando estalla la Primera Guerra Mundial. Antes de este periodo, corrió una fase conocida como la Pax Britannica que caracterizó los inicios del siglo XIX, después de Waterloo, en que Gran Bretaña se convirtió en el único hegemón mundial; lo cual le permitió imponer sus reglas de juego en todos los mercados. Fue un preludio relativamente pacífico y sin duda el más largo en la historia europea sin conflictos violentos.

Lo distintivo de la llamada Pax Britannica fue la influencia económica, cultural y política de Gran Bretaña en casi todos los pueblos del mundo. Basada en su progreso y en sus contribuciones respecto de las teorías económicas, pudo ejercer un gran peso sobre las conductas de otros Estados, a causa de su enorme y admirada política liberal. De tal manera que todo ello adelantó los movimientos independentistas en el resto del mundo.

Este período inicial del comercio global tuvo su partida de nacimiento con la transformación del transporte debido a uno de los inventos más significativos del siglo XIX que fue la máquina de vapor, así como la transformación del proceso industrial.

Merced al invento del escocés James Watt, que hacia 1800 perfeccionó su máquina estacionaria a vapor, que luego fue adaptada por Robert Fulton (1807) y George Stephenson (1814) para activar a los barcos y las primeras locomotoras, se inició la gran transformación del transporte, acrecentando la demanda de una materia prima: el carbón, y acercando los frutos del desarrollo industrial a los grandes centros de consumo. En 1860, las calderas cilíndricas se adaptan a los barcos, denominándolos precisamente vapores y transformando, por primera vez, la energía que los impulsaba; lo cual posibilitó el traslado de grandes volúmenes de mercaderías y el recorrido de mayores distancias permitiendo establecer nuevas rutas comerciales a través de los mares.

 

Es indudable que ello impulsó el industrialismo y creo nuevos métodos de producción en Europa occidental y en Estados Unidos de América, así como la transformación del transporte marítimo y ferroviario, dando origen a nuevas situaciones económicas como la movilidad de los factores de producción, la variedad del comercio internacional y los ajustes de la balanza de pagos.

A este gran invento se le unió una serie de fenómenos políticos que modificaron el mapa de la dominante Europa. Estos dos fenómenos —político y tecnológico— posibilitaron, hacia 1860, el surgimiento de nuevos actores en el mercado mundial, como las empresas productoras y las compañías de transporte; todo lo cual trajo el debilitamiento significativo de la esclavitud que, junto con la Inquisición, evidenciaban el desprecio por el ser humano.

En efecto, a comienzos del siglo XIX, se empiezan a desmoronar los imperios coloniales que dominaban América, África y Asia. Surgen naciones independientes que, sobre las bases administrativas de las antiguas colonias, intercambian sus productos usando los canales comerciales establecidos durante la etapa anterior, convirtiéndose directamente en proveedores de materias primas hacia la Europa industrializada.

América Latina era un conjunto de nuevas naciones que ofrecían los mismos productos que habían sido extraídos antes por los antiguos imperios, pero ahora con nuevos intermediarios y formas de contratación. La región incrementó sus exportaciones de materias primas y se configuró realmente un mercado entre diferentes Estados que continuó creciente hasta la primera conflagración mundial en 1914.

El comercio mundial creció debido a las innovaciones señaladas y a la influencia de las políticas económicas europeas y estadounidenses que impulsaban la reducción de aranceles, impactando en la India, China, Japón y particularmente América Latina, con resultados no siempre justos o equilibrados.

La balanza comercial se caracterizó por una concentración en la exportación de materias primas como fue el guano y los metales preciosos del Perú; el café y banano, en Colombia; y los granos y productos cárnicos de Argentina y Uruguay. Los nuevos cultivos introducidos por los europeos descendientes de los conquistadores alcanzaron significativos volúmenes y variedades en la canasta exportadora de países centroamericanos, como el café y el cacao o en naciones como Brasil, Colombia y Venezuela; así como la vid y la caña de azúcar.

Este período se paraliza con la Primera Guerra Mundial, ya que los flujos comerciales de las mercaderías se vieron interrumpidos y los medios de pagos experimentaron cambios sustanciales.

1.2. Las grandes fluctuaciones

La primera gran conflagración a escala mundial en 1914 propicia, irremediablemente, un período de grandes fluctuaciones que llega hasta 1939, cuando nuevamente el mundo se ve impactado por la demencia y la ambición, delineando lo que serían después nuevos escenarios, dentro de los cuales los factores políticos y el descubrimiento del petróleo, que sustituyó al carbón, se juntan para diseñar una nueva fase comercial.

Debido al impacto de la Primera Guerra Mundial y las desavenencias de los países europeos, se anularon los tratados comerciales bilaterales, interrumpiéndose los flujos de comercio y el intercambio. Finalizada la contienda y con la industria destruida, surgen inevitables las medidas de protección de las manufacturas nacionales, como fue el caso de la Ley de Salvaguardias de las Industrias Nacionales, de 1921, dada en Gran Bretaña.

En este contexto, los tratados de comercio fueron escasos y no incluían la cláusula de la nación más favorecida; por lo que las reducciones arancelarias bilaterales no se extendieron a los demás socios comerciales, limitando su efecto liberalizador.

La gran depresión del año 1929, en Estados Unidos de América, se extendió a los demás países debido a la fuerte reacción proteccionista que esta crisis generó. El detonante de esa reacción fue la introducción del arancel Smoot-Hawley en 1930, que incrementó las tasas aduaneras americanas en un 60%. La respuesta de los demás países fue elevar todos los aranceles, provocando una fuerte contracción del comercio que, a su vez, agravó y expandió la crisis económica más grande que haya experimentado la economía mundial en el siglo XX.

La recuperación económica mundial se inició a partir de 1933. Sin embargo, atendiendo a que las restricciones al comercio persistieron, la recuperación de este fue tardía. A pesar de ello, en 1934, Estados Unidos de América aprobó la Ley de Acuerdos de Comercio Recíprocos, mediante la cual se autorizaba al Gobierno a celebrar acuerdos comerciales de reducción arancelaria, incluyendo la cláusula de la nación más favorecida. Sin embargo, este sistema de tratados y acuerdos bilaterales resultó insuficiente para atender sus intereses; lo cual motivó a crear un nuevo sistema económico internacional. Fue así que se auspició la Conferencia de Bretton Woods, de la que posteriormente surgirían el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La segunda gran fluctuación va desde la Primera Guerra Mundial hasta 1939, cuando se inicia la Segunda Guerra Mundial después de una gran depresión. En este período se sembraron las semillas de los grandes cambios:

 El comunismo aparece como fuerza en lo que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y se abrió paso, con cierta seguridad, en el mundo, introduciendo la planificación como un método de crecimiento económico.

 En 1939, se acaba el colonialismo europeo como fuerza política en casi todas las regiones del mundo.

 Europa, como potencia económica, estaba totalmente debilitada a consecuencia de las grandes conflagraciones; lo cual la hace descender en exportaciones e importaciones, ingresando, en su lugar, las ofertas de Estados Unidos de América, Canadá y Japón. A ello contribuyó la inflación posbélica y a la depreciación de los tipos de cambio que llevó a uno fijo con la instauración del «patrón oro» en el decenio de 1920, que obligaba a los bancos centrales a mantener una reserva monetaria, normalmente en libras esterlinas, convertible en oro, a fin de fortalecer la oferta mundial en un momento en que era limitada la producción de este metal precioso.

 El descubrimiento del petróleo y su derivado la gasolina caracteriza este período, marcando el segundo gran cambio en los medios de transporte e impulsando el comercio al facilitar el transporte aéreo y marítimo que pudieran trasladar volúmenes mayores de los que se conocían.

1.3. Los nuevos escenarios

Esta etapa se inicia al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y termina hacia 1989. Es la fase en la que empiezan a delinearse los nuevos escenarios del mercado mundial con predominio inicial de Estados Unidos de América, sin que se altere aun la influencia de Europa occidental.

Estos nuevos escenarios son:

 Aparición de la economía central planificada, originada dentro del comunismo marxista que se convirtió en una fuerza significativa, ya que abarcó más de una tercera parte de la población mundial. Ello delineó una producción industrial orientada a su propio desarrollo y limitó el ingreso de productos importados; lo que impidió la competencia y la comparación de productos con otros diseños y tecnologías.

 El Estado tuvo un rol protagónico y decisivo en las economías de mercado a fin de mantener el pleno empleo. Ello se debió, en parte, a la influencia de Keynes que aportaba una justificación para la política monetaria y fiscal expansionista; pero, sobre todo, para que los países no subordinen su política interna a consideraciones internacionales, prolongando de esa manera el desmantelamiento de controles.

 Ante la severa crisis económica y financiera que dejaron las dos grandes guerras, los países europeos respondieron impulsando la integración comercial, como fue la Comunidad Económica Europea (CEE) que aglutinó Alemania occidental, Francia, Holanda, Bélgica, Luxemburgo e Italia; así como la Asociación Europea de Librecambio (EFTA), que integraban el Reino Unido, Noruega, Suecia, Dinamarca, Austria, Suiza y Portugal. Esos modelos inspiraron, más tarde, la ALALC (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio), ALADI (Asociación Latinoamericana de Desarrollo), el Mercado Común Centroamericano (El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica) y el Grupo Andino en América Latina (Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela).

 Cambios en la tecnología y en las estructuras de consumo que hacen surgir nuevos productos.

 Nuevos emplazamientos de las explotaciones de minerales, como los campos petrolíferos en Oriente medio y en el Volga; hierro en Venezuela y la provincia de Quebec/Labrador en Canadá; y cobre en el Perú.

 Los nuevos canales de comercialización, como Europa-Estados Unidos o Japón-Estados Unidos-Europa, fortalecen el intercambio e inician una relación fluida entre América Latina, Estados Unidos de América y Europa.

 Transformación del sistema monetario, que abandona el patrón oro, diseñado en la etapa anterior, e impone el dólar como medio de pago frente a las debilitadas divisas europeas. Ello se consolida después de la Segunda Guerra Mundial con los acuerdos de Bretton Woods y la creación del FMI y del Banco Mundial.

 Aparición de los NIC (nuevos países industrializados), como México, Brasil, Argentina, así como la India y la China comunista, consolidan el comercio de productos manufacturados.

Así, al finalizar el decenio de los ochenta, dos sólidos y amplios escenarios aparecían nítidos dominando el comercio mundial: Estados Unidos de América y la Unión Europea.

1.4. La revolución tecnológica y la composición comercial

A partir de 1990, podemos indicar que comienza una cuarta etapa en el desarrollo histórico del comercio mundial con una nueva serie de fenómenos políticos e innovaciones tecnológicas. Es el período de consolidación de lo que se llama el «nuevo orden económico liberal», cuyo germen fueron los acuerdos de Bretton Woods y el foro del GATT, que llevaron luego a Estados Unidos de América, en el último decenio del siglo XX, a convertirse en el nuevo hegemón del mundo.

A diferencia de Gran Bretaña, que llegó a ese estatus después de la llamada Pax Britannica, a Estados Unidos de América le habían precedido grandes guerras, como la de Corea, Vietnam y Camboya; así como el derrumbamiento de Irán y los países árabes.

Desde el punto de vista político, el proceso de la perestroika acaba con el comunismo y trae consigo la hegemonía de la economía de mercado como único referente para el crecimiento y desarrollo de las naciones. En tanto que, desde la óptica del comercio, se aprecia que los países empezaron a demandar, desde los años setenta, una significativa cantidad de bienes y servicios que provocaron inversiones y desembolsos masivos de recursos económicos de los Estados y las empresas en tareas de investigación y desarrollo, que generaron una gran cantidad de inventos y nuevos procedimientos, influyendo en el crecimiento económico internacional.

Toda gran transformación económica y comercial lleva un correlato político que le da el sustento ideológico y cultural. En esta fase, el nuevo hegemón planteó lo que se conoce como el «Consenso de Washington», diseñado después de la crisis de la deuda externa, hacia 1989, y que es un conjunto de diez reglas económicas y políticas que buscan reducir el aparato del Estado para abrir paso a nuevos actores y que se pueden resumir en una sola frase: «libre mercado y solvencia monetaria».

La unificación alemana, que logra conformar el 25% del comercio europeo, se convierte en el motor del desarrollo de la naciente Unión Europea, tanto que podemos decir es la locomotora que jala todos los vapores del continente.

A partir de 1991, se consolida el proceso de integración de la Unión Europea, que forma un bloque sólido frente a Estados Unidos de América, y China, que surge como una potencial mundial.

 

El predominio de la exportación de servicios por encima de la de bienes o manufacturas es otra faceta de este período, en el cual se privilegian los acuerdos destinados a proteger a la propiedad intelectual.

Finalmente, el nacimiento de la OMC (1995) consolida el mundo de las organizaciones internacionales que bosquejan los lineamientos del comercio internacional en todas sus dimensiones, cerrando el cuadro económico-comercial que se pergeñó en los acuerdos de Bretton Woods.

2. Criterios básicos

El comercio mundial no solamente estudia la exportación e importación de bienes y servicios —aun cuando estas seas sean las formas más evidentes—; sino, además, el flujo de financiamientos, las corrientes de inversión, las tecnologías y los secretos industriales. De este modo, cuando hablamos de él, nos referimos al intercambio a través de aduanas, así como también a la trasferencia de los factores básicos de producción. La tecnología atraviesa las fronteras por medio de convenios y acuerdos bilaterales o multilaterales. La adquisición de sistemas y técnicas de marketing conlleva aspectos financieros, así como compra de bienes y equipos. La venta o uso de marcas nunca traspone una aduana o está sujeta a aranceles, pero puede abrir un mercado al país que posea los insumos y la habilidad artesanal y también restringir la exportación cuando el contrato limita las áreas de penetración. A su vez, la consolidación de nuevos mercados requiere que la empresa exportadora realice un esfuerzo mayor para radicar inversiones en el mercado de destino, a fin de reducir el costo de transporte, aprovechar la mano de obra y los recursos naturales, y consolidar su presencia en un mercado en busca de una consolidación regional o global.

El comercio internacional, pues, cubre un amplio campo de acción, visible e indirecto, unido a aspectos financieros que lo hacen más o menos efectivo.

Su importancia para el desarrollo de las naciones es una verdad enunciada desde la antigüedad. Jenofonte, en su trabajo titulado Procedimientos y medios para aumentar los ingresos de Atenas, señala las ventajas del comercio internacional, recomienda un trato más liberal para los comerciantes extranjeros y, en un gran planteamiento, precursor para su época, sostiene que los precios se establecen por la interacción entre la oferta y la demanda.

Sin embargo, se ha querido entender el comercio internacional y explicarlo con los mismos criterios que el comercio interno o doméstico, desconociendo diferencias básicas.

Los economistas clásicos hallan la diferencia en el comportamiento de los factores de producción —tierra, trabajo y capital—. Pero hoy los flujos financieros son un factor tan importante en el comercio que es difícil determinar dónde se agota la operación comercial y dónde empieza la financiera. A ello se unen las diferencias culturales entre los mercados, que se agudizan cuando las mercancías circulan cada vez más rápido por espacios geográficos distintos.

Por otro lado, los modernos economistas basan toda la diferencia en razón del grado de intervención que tienen los Estados sobre la economía o el margen de la apertura comercial. De este modo, tenemos en un extremo a los liberales, que auspician un mundo sin interferencias, y en el otro extremo a los conservadores, que creen en la protección de la industria local y en la regulación tarifaria de los negocios.

La teoría del equilibrio general parece operar como si la economía nacional estuviera localizada en un solo punto del espacio y como si las otras economías nacionales consistieran en referentes diferentes, aunque interligados. De esta forma, los bienes y servicios se desplazan sin coste alguno. Tanto en el comercio nacional como en el internacional, esto no ocurre así. En muchos aspectos, el supuesto del desplazamiento sin costes se toma de la teoría del equilibrio (Kindleberger, 1979, p. 6).

Existe una diferencia de grado entre la movilidad de los factores dentro de un país y la que se puede dar en el campo internacional, sustancialmente en lo que corresponde al trabajo y al capital. Por ello, el comercio internacional sigue leyes diferentes tanto en la retribución y la movilidad de los factores, que son distintas cuando se refieren al ámbito interno de un país.

La reducción de la injerencia del Estado en el campo económico y en el comercio ha motivado recientemente en América Latina una serie de políticas liberales que, en muchos casos, ha desconocido un factor todavía vigente, que es el sentimiento de grupo, de lealtad primaria a un espacio geográfico y humano. Por ello, en la medida en que este criterio se impone económicamente, desaparece el sentido de solidaridad social. Tal vez esta sea una expresión del propio sentido de competencia que, al fin y al cabo, significa el desplazamiento de uno o de varios por la gestión o el esfuerzo de otro.

Precisamente, en la medida en que se produce cada vez con mayor intensidad el proceso de internacionalización, también se mantiene en el fondo de la estructura social un sentimiento nacionalista, religioso, y a veces, lamentablemente, de exacerbación étnica. El proceso de globalización y el liberalismo económico, con un sentido de competencia que deja a un lado toda solidaridad, ha engendrado un renovado nacionalismo y el resurgimiento de las tecnologías. Las corrientes de inversión y el predominio de las marcas han comenzado a dominar los mercados de tal manera que el componente tecnológico del nombre o marca tiene un valor mayor que el propio producto, lo que hace necesario estudiar su acción y proyecciones para entender el nuevo sentido del comercio internacional y propiciar que se estructure una estrategia conveniente al desarrollo de los países latinoamericanos. El comercio internacional es un mecanismo de mutua comprensión y de interrelación. Esos son el sentido y los márgenes dentro de los cuales debe ser apreciado.

Como parte del sistema económico mundial, el comercio internacional está basado en tres aspectos esenciales: las diferencias y ventajas que tienen los países para producir determinados bienes y servicios, sea por la disposición de materias primas, la eficiencia productiva o el dominio tecnológico; la interdependencia cada vez más creciente, debido al desarrollo de las comunicaciones, así como las vinculaciones multilaterales en los grandes foros mundiales junto con los intereses de los centros de poder; y el afán explicable de los países de establecer un fluido intercambio que mantenga el equilibrio de sus balanzas de pagos.

2.1. Las ventajas y la especialización para comerciar

El hecho evidente de que los bienes y los talentos no hayan sido distribuidos en idénticas formas y proporciones sobre la faz de la Tierra ha hecho surgir una serie de teorías, desde el incremento de la productividad a través de la división internacional del trabajo hasta la prelación de la competitividad para justificar el dominio de los mercados por parte de las empresas mejor dotadas o de los países con mayor presencia en ellos.

Dichas teorías del comercio internacional se han ido diseñando de acuerdo con los problemas que se fueron presentando en los países que tenían mayor volumen de operaciones comerciales internacionales; y en aquellos en los cuales la economía y la política estaban más interligadas, provocaron la aceleración de este proceso, como es el caso de Inglaterra, que generó ventajas frente a Francia en el siglo XVIII.