Violencias de género: entre la guerra y la paz

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En ese contexto, la guerra como orden ha supuesto no solo la imposición de soberanías estatales y subestatales asentadas en la violencia; también, la aparición de soberanías corporativas apoyadas contra la ciudadanía de los Estados-nación desgarrados hasta el extremo por experimentar procesos de desciudadanización. Por lo tanto, ese orden tiene una doble cara: externa e interna, transfronteriza y transversal. Por ello, la necropolítica se ejecuta en las periferias neocoloniales y en las metrópolis imperiales. Nada en su despliegue es ajeno a la violencia. Nada escapa a su acción.

Precisamente, el ejercicio de la soberanía sobre territorios y cuerpos por parte de actores bélicos privados fuerza a reconsiderar las ideas de Susan Faludi y Segato sobre la guerra no declarada contra las mujeres. No obstante, hay una cuestión que, de alguna manera, han obviado ambas autoras sobre los procesos bélicos, a saber, que históricamente derivan de ejercicios político-militares de soberanía.

En otros períodos históricos, las soberanías en conflicto marcaban los procesos o serie de procesos bélicos que implicaban una transformación de la organización espacial de los Estados-nación y su autonomía, según von Clausewitz. A su juicio, la guerra constituía el espacio de la violencia ilimitada (1998) y no era un hecho aislado, sino un conjunto de ellos, que convergían en la determinación de los adversarios. En el despliegue de las violencias ilimitadas, las mujeres no alcanzan la categoría de adversario y se debe tener en cuenta ese extremo.

La guerra no consistía, para Clausewitz, en un solo estallido súbito. Era un proceso que terminaba en una paz que podía ser transitoria, pero que ponía fin a la violencia ilimitada. El carácter transitorio de los períodos bélicos y posbélicos era el dato más significativo de su análisis, dado que la ilimitación de la violencia era, a su vez, transitoria. Sobre el carácter cambiante de la violencia en las transiciones, comentando a Clausewitz, René Girard dice:

[…] la guerra no desemboca en una decisión absoluta, sino siempre en una salida relativa. El cálculo de probabilidad reemplaza entonces la imaginación apocalíptica. Se accionará en función de lo que se conoce del adversario: de su ‘carácter’, de sus ‘instituciones’, de la ‘situación’ y las condiciones en que está. (2010, pp. 30-31).

De esta manera, si se sigue a Girard, antes y durante el conflicto bélico hay una lógica política del cálculo, de la medida, de la racionalidad de los límites. La “guerra real” se movería dentro de esos límites, que frenarían la “intención hostil”. La acción estaría regulada y no desbordada por el “sentimiento de hostilidad”. De ahí, la afirmación de Clausewitz, según la cual la guerra vendría a ser la continuación de la política por otros medios, dado que la política es la esfera del cálculo con consecuencias, según Maquiavelo (2010). Con la guerra, se pretendía condicionar la voluntad del oponente18, pero no se convertía en un “orden” indefinido, como sucede hoy.

Sin embargo, este cálculo de probabilidades de Clausewitz y la limitación de la violencia no tiene sentido si no se busca la paz y si, por el contrario, se persigue una duración ilimitada de la violencia. Este es el caso de las relaciones y transacciones —en términos de la extensión, intensidad, velocidad e impacto— que generan los ejércitos privados transcontinentales o interregionales al servicio de corporaciones interesadas en la guerra misma como proceso de expropiación de valor de cuerpos y territorios. Dicho de otro modo, el cambio de la “nación en armas” de Clausewitz por las “corporaciones armadas” transforma el paisaje bélico.

Marx hizo referencia a que la función de la guerra en el capitalismo no se reducía únicamente a la conquista o a la usurpación de territorios extranjeros y de sus mercados, sus materias primas y su fuerza laboral; sino también a la destrucción sistémica, como señala Thomas Seibert (2009, p. 13). Se trata de un “orden de guerra” permanente y de violencia absoluta en escenarios de confrontación, cuya tendencia borra la frontera entre la guerra y la paz, entre combatientes y no combatientes. Este paradigma de “guerra sin fin” toma a las mujeres por rehenes, como lo demuestra la internacionalización de grupos delincuenciales de origen militar o cuasi militar, protagonistas de transacciones en la trata transnacional de mujeres, considerándolas un recurso disponible. Bajo esta perspectiva, se convierten en objetos negociables para grandes carteles delincuenciales. De hecho, una característica destacada de varios de los conflictos actuales en el mundo es que han asumido paulatinamente dimensiones criminales.

I. EL FIN DEL ORDEN WESTFALIANO Y LA ESTRATEGIA DE LA DESTRUCCIÓN

Otras consecuencias como las lógicas y procesos de la globalización y sus modelos de expansión expropiatoria de valor de territorios y cuerpos instauran y legitiman identidades violentas, como instrumentos de “contención” de los cambios. Encuadran sus actos bélicos en las prácticas de “guerra total”19, mediante el recurso a ejércitos privados o mercenarios20, insertos en una estrategia de “destrucción” de los países desestabilizados, como resultado de socavar sus instituciones. La destrucción es el objetivo político y la continuidad del proceso bélico un fin en sí mismo.

Así, suceden revoluciones/contrarrevoluciones, “bloqueos” del oeste y del este como expresiones constantes del avasallamiento de resistencias opuestas a la expropiación de valor. Estos hechos son escenarios de confrontación en los que la muerte no es el último, sino el primer recurso a emplear. Las resistencias territoriales e identitarias son puestas fuera de juego por mercenarios y ejércitos privados, ya que todas esas resistencias, de uno u otro signo, pretenden introducir cambios en el sistema del mercado mundial y, por lo tanto, imponer trabas al despliegue de la expropiación del valor por el capital neoimperialista. Las corporaciones privadas practican a través de la violencia un proceso de dislocación social creando zonas de caos21, donde la gente no podrá ni siquiera concebir la posibilidad de resistir, y menos que nadie las mujeres. Así, las empresas transnacionales podrán expropiar los recursos, sin obligaciones que respetar ni responsabilidades que asumir.

En este contexto de acción, el necropoder concreta una necropolítica que se instrumentaliza con carácter multidimensional. Aunque se articula de muchas maneras, es especialmente relevante cómo lo hace en las periferias neocoloniales, mediante la vinculación entre delincuencia organizada y política institucional. De hecho, la violencia —institucional o delincuencial— aparece como una tecnología más de control, sin sustanciales diferencias entre ambas, pues los grupos delincuenciales y los girones de las instituciones quebrantadas ejercen la misma soberanía sobre cuerpos y territorios. Pierre Rousset (2014) apunta a esa complicidad —o complementariedad— cuando analiza las consecuencias de la privatización de los ejércitos, lo cual ha llevado a la aparición de una pluralidad de firmas de mercenarios, convirtiendo de paso la guerra en un negocio (Uesseler, 2007). En este “orden de guerra”, las “relaciones internacionales” no asumen el sistema westfaliano del Estado-nación como su marco natural de referencia22. Al contrario, se sobrepasa el marco, según Cox (1992, p. 161), porque “ya no es enteramente adecuado ya que hay formas de poder distintas al poder estatal que intervienen activamente en las relaciones globales”. El sistema westfaliano se fundamentaba en la lealtad nacional y cultural, pero los mercenarios y las corporaciones privadas son ajenos a estas lealtades y de ahí su incompatibilidad.

J. LA NECROPOLÍTICA, ¿ESTATALIZACIÓN O PRIVATIZACIÓN DE LA VIOLENCIA?

Según Achille Mbembe, el vínculo entre la violencia y la política fue prevaleciente en el comportamiento de los Estados-imperiales en los países colonizados. No obstante, ¿ha habido cambios de escenario? o ¿la muerte, en cuánto instrumento de dominación territorial y de género, está subcontratada? Estos interrogantes conducen obligadamente a otro: ¿está estatalizada la necropolítica? Para empezar, estuvo en la colonización, pero no del todo. Grupos empresariales dominaban territorios y armaban mercenarios. Sin embargo, hoy la relación directa existente entre el capital y la muerte pasa por el papel creciente que juegan no solo las firmas de mercenarios; sino también, las bandas armadas “no oficiales” al servicio de intereses particulares (grandes empresas y grandes familias). De manera que, en muchos sentidos, la muerte como instrumento político de convicción se ha convertido en una de las características específicas del siglo XXI, que apela sin miramientos, en el ámbito geopolítico, a guerras permanentes cuya meta no es la paz, sino el negocio. Los cuerpos de las mujeres son parte de un negocio extraordinariamente lucrativo. Según Ariadna Estévez (2017), se trata de dos guerras necropolíticas convergentes, la guerra por la gubernamentalización necropolítica del Estado y la guerra por la desposesión de cuerpos femeninos.

¿Cuáles son los contornos y el carácter del orden geopolítico que rige hoy? ¿De qué elementos está constituido el nuevo orden de la guerra? No es fácil responder estos interrogantes, pero se constata una evidencia: los sucesivos moldes que adoptó el orden geopolítico desde la Primera Guerra Mundial hasta la pos-Guerra Fría han sido sustituidos por el orden de la “guerra sin fin”. Esto tuvo lugar cuando el capital privilegió la relación con la violencia. Desde la Primera Guerra Mundial hasta la Guerra Fría, se institucionalizaron ámbitos de diálogo internacionales, cuya finalidad era la desactivación de conflictos. Esto ha cambiado. Los ámbitos de diálogo son irrelevantes y no cuentan con medios para hacer cumplir sus resoluciones. A expensas de ello, se ha producido la instauración de un corpus militar que ya no administra la vida, sino que gobierna sobre la muerte23. Al respecto, Mbembe señala que la necropolítica, como lógica de acción, no solo se configura como un derecho a matar, también como un derecho a exponer a otras personas24 a la muerte. Una característica particular de esta lógica de acción es la abolición de la división entre lo militar y lo político. La guerra es un orden y todo es guerra. El resultado es que se introduce la indivisibilidad entre lo político y lo militar, entre la política y la guerra, interna y externamente en los Estados. De este modo, los Estados-nación imperiales se han convertido en Estados de guerra militarizados25 en el orden internacional y también en el orden interno, donde policías militarizados y compañías privadas de seguridad ejercen controles férreos sobre el conjunto de la ciudadanía. Se promueve, de este modo, voluntariamente una confusión entre la función militar y la policial; y se refuerza esta dinámica por el traslado de militares a los cuerpos policiales (Couselo, 1999), especialmente en funciones de mando.

 

En el escenario interno, el énfasis de la violencia policial contra las mujeres se manifiesta en las periferias urbanas por la exposición de sus cuerpos a todo tipo de violencia. Cuando se hallan bajo amenaza de violación se las trata más como sospechosas, que como víctimas. Las propias fuerzas de la seguridad del Estado también entran en el juego de la intimidación de las mujeres, si denuncian los abusos26 cometidos por estos cuerpos contra ellas. Las imputaciones penales o las acusaciones de resistencia a la autoridad son comunes y disuasorias. La multiplicidad de formas de hostilidad, humillación y maltrato cotidiano atraviesan las interacciones entre las mujeres y los agentes policiales. Esto no ocurre en todos los espacios, pero si, sistemáticamente en las periferias urbanas y en territorios de fronteras borrosas27. Este tipo de microviolencias —¿es adecuado llamarlo así?— no solo no ha disminuido, sino que incluso podría haber incrementado en los últimos años por la estigmatización territorial. Esa estigmatización recae sobre ciertos barrios y habilita o legitima determinadas prácticas policiales, consideradas inaceptables en otros ámbitos socioespaciales.

De ese modo, en las ciudades —en particular en las del mundo globalizado: las metrópolis, megalópolis, ciudades en redes; donde crecen las desigualdades, la criminalidad y las violencias— la vida no es igual para las mujeres que para los hombres. Las mujeres viven abrumadas de temores. Como indica Segato (2019, p. 27):

Las mujeres somos empujadas al papel de objeto, disponible y desechable, ya que la organización corporativa de la masculinidad conduce a los hombres a la obediencia incondicional hacia sus pares —y también opresores—, y encuentra en aquéllas las víctimas a mano para dar paso a la cadena ejemplarizante de mandos y expropiaciones.

Por otro lado, en el presente, el exceso de crueldad contra las mujeres, su depredación hasta el último vestigio de vida, su tortura hasta la muerte fuerza a considerar que, el sadismo con que los cuerpos de las mujeres son tratados, se relaciona con la privatización de la violencia o con la conversión de esta en un instrumento de lucro. Según Segato (2014, p. 342): “La rapiña que se desata sobre lo femenino se manifiesta tanto en formas de destrucción corporal sin precedentes como en las formas de trata y comercialización de lo que estos cuerpos puedan ofrecer, hasta el último límite”.

Así que, lejos de ser residual, minoritaria y marginal, la cuestión de género es el eje de gravedad del edificio de todos los poderes y sigue siéndolo también en el “orden de guerra”. La violencia necropolítica puede identificarse como un instrumento de contención y control de los procesos de emancipación de las mujeres en el siglo XXI. Dicho control puede ser coercitivo, control físico directo del cuerpo28, o mediante el poder discursivo. Sobre el primero, Sayak Valencia (2016, p. 33) habla de la violencia extrema aplicada a los cuerpos como “una herramienta de la economía global”. Por su parte, con respecto a esta, Segato (2016, p. 17) habla de “expropiación de valor” del cuerpo de las mujeres. Ambos enfoques dan cuenta del significado de la necropolítica bajo la globalización neoliberal. La globalización engendra las configuraciones sociales, disciplinadas, mediante las representaciones y dispositivos de intervención sobre las mujeres desde una ampliación de funciones de control, en las cuales se solapan la legalidad y la ilegalidad en un mismo fin. Esta dominación, colectiva o individual, puede suponer la muerte, como última frontera de la dominación, cuando otros instrumentos fallan. Hoy, los protagonistas de la violencia se han diversificado, pues incluyen narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares, matones a sueldo, agentes estatales y delincuentes comunes, además de incorporar las violencias sobrevenidas en escenarios cotidianos.

K. CONCLUSIÓN: RELATOS DE DOMINACIÓN

¿Por qué asociar la necropolítica a los conflictos de género y a la violencia sobrevenida en estos? ¿Es pertinente esta asociación? La necropolítica, en cuánto método de la violencia, es una cuestión del poder. En los conflictos de género, la clave interpretativa está en la desigualdad del poder. De hecho, la interacción violenta emerge como probable de relaciones asimétricas; una interacción en la que la violencia podría ser definida como un ejercicio de violencia-castigo e, igualmente, como violencia-agresión.

¿Cómo se articula la violencia en las situaciones de conflicto? Según Reynaldo Perrone y Martine Nannini (1995), la violencia se organiza en una serie de secuencias circulares y de mensajes repetitivos intercambiados entre varios protagonistas, de modo que se conforma una especie de “escena” donde los actores y participantes siguen un determinado “guion”, en torno al cual se configura la relación violenta. Tales circunstancias se dan, habitualmente, en los conflictos de género, pero en estos emerge de manera sistemática la violencia-castigo.

La necropolítica es, pues, en relación con las mujeres, una estrategia de violencia ilimitada sobre sus cuerpos. En los conflictos de género, concurren la violencia ilimitada, la violencia-castigo y la violencia-agresión. Así, se encuentran cuerpos mutilados, cuerpos desfigurados en cuyos miembros fragmentados se escribe el poder del más fuerte; escritura que se inscribe tanto en el paisaje del terrorismo íntimo como en el institucionalizado. ¿Cómo distinguir en esos guiones la violencia-agresión de la violencia-castigo, si hay una relación de complementariedad entre ambas?

Por otro lado, con respecto a las mujeres, la necropolítica no repite únicamente las formas de violencia del pasado, sino que edita otras nuevas. Un claro ejemplo de la mutación introducida es el “orden de la guerra” a partir del cual mercenarios y corporaciones militares, de manera universal, se han convertido en protagonistas privilegiados con medios para ejercer soberanía sobre los cuerpos femeninos.

Una circunstancia para tener en cuenta es que la aparición de este concepto de necropolítica ha supuesto, de forma colateral, una revisión del concepto de dominación y de cómo se interpreta y se representa. Hay razones para asociar conflictos de género y necropolítica, habida cuenta que ambos constituyen relatos de dominación.

A título indicativo, se debe señalar que las maneras diversas de conceptuar la violencia en los conflictos de género en el nivel supra estatal, estatal y subestatal, por parte de distintos actores dentro de un mismo nivel, distorsionan el significado de la violencia y, colateralmente, de la violencia necropolítica. Esto se debe a que cuando se aplica al universo del ser de las mujeres, se explica como si fuera el resultado de meros conflictos coyunturales. En consecuencia, el principio de dominación, que regulariza la visión del mundo presente en estos conflictos, se oculta bajo una niebla global. La ocultación engendra un sesgo interpretativo de estos, el cual consiste en invisibilizar la progresión de la violencia ilimitada e invertir su significación, uno de ellos puede ser el paradigma de la guerra. Con ese propósito se soslaya la participación —y complicidad— del poder en la ampliación de los conflictos. El poder disimula su complicidad bajo la máscara de una neutralidad que atraviesa discursos legales, judiciales y militares. Dado que esas formas de discurso son de aplicación universal, se presentan como el registro de las diferencias y el espacio último de legitimación de la violencia-castigo y de la violencia-agresión.

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1 La “guerra sin fin” fue una estrategia militar de George W. Bush que produjo un viraje en el tratamiento de los conflictos bélicos. Estos dejaron de ser limitados en el tiempo para convertirse en conflictos de duración indefinida.

2 Gracias a su condición de actor privado estas empresas alcanzan un nivel de movilidad trasnacional, esto les permite trasladarse a cualquier lugar del mundo sin los tiempos de espera o las cargas administrativas del Estado, dotándolas de una capacidad de reacción bastante superior a la de cualquier tropa militar regular sujeta a convenciones nacionales e internacionales.

3 La “desciudadanización” consiste en la cancelación de los derechos de ciudadanía y de los derechos humanos a minorías sociales desterritorializadas por los conflictos bélicos.

4 En los procesos de “desinstitucionalización”, las instituciones democráticas dejan de ser funcionales por la acción de las élites dirigentes, las cuales sagazmente secuestran las voluntades colectivas.

5 Vigor, virilidad y virtud comparten la misma raíz con la palabra violencia. El término violencia deriva de vis, fuerza, y lentus, partícula temporal que remite a la idea de continuidad.

6 Autores como Foucault, Durkheim, Ruschey, Kirchheimer, Pavarini y Melossi han reflexionado sobre la evolución del “castigo” como institución social. Según estos autores hay que vincular el castigo a las circunstancias históricas en que se ha producido y desarrollado.

7 Las mujeres se convirtieron en cosas sometidas a intercambio para adquirir todo tipo de objetos. Hay textos publicados en 1542 por Cabeza de Vaca, gobernador de Río Plata, Paraguay, que prohíben, en la época de su gobierno, los dones y el trueque de mujeres por piezas u objetos de metal como anzuelos, cuñas, hachas bajo la amenaza de recibir penas económicas, destierros y trabajos forzados en barcos como bergantines. Tal era la habitualidad a la reducción de estas a cosas.

8 El término orden proviene del latín ordo u ordinis, que designaba inicialmente el “orden de los hilos en la trama”, de la misma familia que urdire ‘urdir’ y ornare ‘adornar’. A la misma familia etimológica latina, pertenecen coordinar, extraordinario, ordinal, ordinario y subordinar (Real Academia Española, 2019).

9 Achille Mbembe acuñó la expresión necropolítica en un libro que lleva ese título (Mbembe, 2006). Se puede resumir señalando que la necropolítica es la política basada en la idea según la cual para el poder unas vidas tienen valor y otras no.

10 La violencia colonial, se justificaba por el humanismo europeo como pedagogía que practicaba el sufrimiento, elevándolo a la consideración de un instrumento de aprendizaje, en nombre de la civilidad contra la presunta barbarie de los pueblos originarios preexistentes en los territorios sometidos. Ha sido tradicional su uso en las políticas desplegadas por el colonialismo conforme a las cuales se asoció la violencia con la política bajo máscaras civilizatorias.

11 Miguel de Cúneo (Savona, 1448-Savona, 1503) (Michele da Cuneo) o Miguel de Savona, como también era conocido, fue el cronista oficial del Segundo viaje de Colón. A petición de Jerónimo Annari, paisano suyo. Escribió en octubre del año de su regreso una extensa carta-crónica en la que relata los pormenores del viaje. En esa carta, se encuentra el primer testimonio documental de la violación de una indígena. Sin embargo, hay historiadores, españoles y latinoamericanos que han discutido la autenticidad de su relato (Gil y Varela, 1984 y Gonzáles Ochoa, 2003).

12 Comentario de Nuría Marrón titulado “La América violada: las violencias contra las mujeres en la conquista y la colonización”, al libro colectivo Sexe, race et colonies, publicado por la editorial La Découverte en 2018, París. El conjunto de investigaciones de ese libro fue dirigido por Pascal Blan-chard, Nicolas Bancel, Gilles Boëtsch, Christelle Taraud y Dominic Thomas. Las entrevistas de sus coordinadores han sido reunidas bajo el título genérico de Seis siglos de abusos sexuales.

13 Según Pascal Blanchard: “Todos los mercados actuales del turismo sexual están en los países del sur (Haití, Senegal, Kenia, Marruecos, Tailandia, Filipinas). Con alguna evolución, el mapa es el mismo que el de las antiguas colonias. Países que eran encrucijadas militares, Yibuti, por ejemplo, en el imperio otomano, o Kenia para los ingleses y Senegal para Francia. Marruecos era el inmenso burdel del imperio colonial francés, como Tailandia y Filipinas y Cuba, una etapa en el viaje de los marines norteamericanos” (Cantón, 2018, párr. 18, Entrevista de Eva Cantón a Pascal Blanchard).

14 Las desapariciones de mujeres de Ciudad Juárez, ciudad de frontera en México, son absolutamente paradigmáticas de esta lógica. Este lugar se ha convertido en un modelo de la permisividad gubernamental debido a su nulo interés por esclarecer y erradicar estos hechos; y se ha vuelto el lugar obligado para pensar la violencia contra las mujeres. La repetición del modus operandi por parte de los secuestradores y asesinos, además de las semejanzas entre las víctimas alertó a periodistas e investigadoras que, sobre todo a partir de 1995, cuestionaron los argumentos oficiales que se encaminaban a la minimización de los crímenes, la culpabilización de las víctimas y sus familias mediante un argumento estructurado que perseguía la normalización de la violencia contra las mujeres y, consecuentemente, la impunidad de estos casos.

15 La “ideología de género” es un término utilizado contra el feminismo por la extrema derecha y algunos grupos religiosos. Véase, en este sentido, el trabajo de Camila de Gamboa Tapias en este libro.

16 Los conocimientos sobre como inferir violencia se convierten en una mercancía regida por las lógicas mercantiles de la oferta y la demanda. Es una técnica más.

17 Estos son atributos obligados para participar en una política militarizada que concibe la violencia como un instrumento de derrumbe de la orientación normativa, representada por el derecho y la racionalidad individual resistente a la violencia.

18 Es interesante analizar la evolución de ese principio. Así la tradición prusiana, por ejemplo, la de Moltke, Schlieffen y Ludendorff, acabó por entender la relación entre guerra y política como la subordinación del Estado al ejército, una idea que ha cuajado en las dictaduras militares latinoamericanas.

19 Las guerras de los Estados sobre las que reflexionaba Clausewitz se movieron más en el campo de las “intenciones hostiles” y por eso pudieron ser acotadas por el derecho de la guerra. Someter actualmente las hostilidades bélicas al derecho resulta inalcanzable por las guerras de hoy.

20 Hay precedentes históricos, como la Compañía de las Indias Orientales, creada en Holanda en 1602. Esta se considera la primera corporación multinacional en el mundo y el primer antecedente de una megaempresa que publicaba sus ganancias.

21 Casi toda África, Centroamérica y Latinoamérica, exceptuando Brasil y Argentina, caen en la zona de los Estados condenados al caos. En esa zona, aparece todo el Medio Oriente con Turquía, el Golfo Pérsico, Irán y Pakistán, así como el centro de Asia, el sudeste asiático y los Balcanes, con excepción de Grecia.

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