Cultura política, visualidades y cine

Tekst
Z serii: Investigación #209
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

El autor plantea que el cine norteamericano ha sido uno de los que más ha sabido beneficiarse de esta relación entre comic, novela gráfica y cinematografía una industria que se reconoce como cine hollywoodense, apelativo con el que se hace referencia a la industria del entretenimiento norteamericana. El cine de entretenimiento suele ser catalogado como un tipo de cine con narrativas muy pobres dirigido a un público general que no requiere ningún tipo de formación especial para acercarse a él, lo cual no le hace justicia a su relación con la novela gráfica y sus narrativas elaboradas llenas de contenido moral y político.

A partir de estas premisas, el propósito del capítulo es identificar en la obra cinematográfica Batman el caballero de la noche de la industria del entretenimiento hollywoodense la tesis rortiana de que la literatura, en este caso en su versión cinematográfica, es un mejor vehículo de un mensaje moral o político que otras disciplinas. El capítulo está dividido en dos partes; en la primera se desarrolla la importancia del cine como arte de reproducción técnica e influenciador moral y político de masas, y la relación del público con la obra. En la segunda parte se examina la figura del héroe y se identifican en la obra los dilemas políticos y morales a los que se enfrenta, demostrando de esta manera que el cine hollywoodense en su relación con la novela gráfica puede ser un efectivo vehículo moral y político más allá de su función de entretenimiento.

En segundo término se encuentra el trabajo de Nelson Vargas titulado Análisis a la trilogía fílmica de Luis Estrada: La ley de Herodes, El infierno y La dictadura perfecta, tiene como principal característica mostrar los hallazgos de la relación entre cine y cultura política, a partir del análisis de tres películas mexicanas: La ley de Herodes (1999), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014), las cuales van relacionando la vida cotidiana de la sociedad mexicana con un tinte de ficción, revelando la formación histórica de la cultura contemporánea.

Este trabajo plantea que el cine permite evidenciar las manifestaciones políticas, culturales y religiosas, a partir de las producciones señaladas anteriormente; estas películas ponen en evidencia en gran medida la formación de la cultura política, pero a su vez dejan ver la fractura social, en su sentir moral y político. Por esta razón, se ha pretendido desarrollar en este capítulo la categoría de cultura política, explicada desde tres fenómenos sociales, a saber: corrupción, poder y medios de comunicación. Es decir, como se manifiesta lo político a través de estos aspectos y de esta forma el cine logra aportar a su comprensión.

En cuanto a su desarrollo se procede de la siguiente manera, aspectos a tener en cuenta: la corrupción, la violencia, el poder y la cultura de masas. Estos elementos constituyen la mirada de los sujetos a través de los films que logran transportar al espectador a la historia que atraviesan los pueblos en su formación política o en otras palabras en el rumbo que ha seguido el proceso de democratización de la sociedad mexicana, aspecto que se puede ver reflejado en América Latina, además, es interesante ver la importancia que tiene el poder en la formación cultural, así el poder jugar un papel importante en la configuración de las élites, sumado a la manipulación y transgresión a la que se ven sometidos los ciudadanos, de hecho, se logra inferir cómo las élites se apoderan de todo lo existente en los terrenos de la cultura para mantener su hegemonía, logrando conservar las brechas sociales y dando como un hecho natural las formas de dominación por cualquier medio.

Referencias

Benjamin, W. (2017). Escritos sobre cine. (D. Pitarch, Ed.; A. Brotons, J. Navarro, J. Barja, M. Cuesta, y A. Gómez, Trads.). Madrid: Abada Editores.

Brea, J. L. (2005). Los estudios visuales: por una epistemología política de la visualidad. En J. L. Brea (Ed.). Estudios visuales. La epistemología de la visualidad en la era de la globalización (pp. 5-14) Madrid: Akal.

Cabrera, J. (2015). Cine: 100 años de filosofía. Barcelona: Gedisa.

Corbalán, A. (Comp.). (2014). La cultura al poder. Brasil, México, Colombia, Argentina. Buenos Aires: Biblos.

Crary, J. (2008). Las técnicas del observador. Visión y modernidad en el siglo XIX. Murcia: CENDEAC.

Cristancho, J. (2014). La oposición política en el cine colombiano del siglo XX: memorias, regímenes audiovisuales y subjetivación política. Cuadernos De Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, 9(2), 45-66. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.mavae9-2.opcc.

Cristancho, J. (2016). Recuerdos y suturas en Colombia: regímenes de audiovisualidad sobre Jorge Eliécer Gaitán. Cinémas d’Amérique latine, (24), 116-123. https://doi.org/10.4000/cinelatino.2942

Cristancho, J. (2017). El enfoque sociocrítico: ¿una perspectiva de investigación en vía de extinción? Revista Educação Química en Punto de Vista, 1(1).

Cristancho, J. (2018a). Tigres de papel, recuerdos de película. Memoria, oposición y subjetivación política en el cine argentino y colombiano. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional; La Carreta editores.

Cristancho, J. (2018b). Justicia, desigualdad y conflicto armado en Colombia: un análisis desde las apuestas teóricas de Chantal Mouffe. En J. Cristancho (coord.). La justicia como objeto de combate. Perspectivas filosóficas sobre la desigualdad y el conflicto armado en Colombia. Tunja: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia; Universidad Militar Nueva Granada.

Cristancho, J. (2019). Herederos y herederas del (pos) conflicto armado: subjetivación política y regímenes audiovisuales en tres documentales colombianos. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, 14(2), 147-167. https://doi.org/10.11144/javeriana.mavae14-2.hyhd

Deleuze, G. (1984). Estudios sobre cine la imagen-movimiento: Vol. I. Barcelona: Paidós.

Espinel, O y Díaz, J. (2019) Fragmentos sobre la filosofía y su enseñanza. En: Díaz, J y Espinel, O. (Coomp). Fragmentos: leer, traducir e interpretar. Uniminuto. pp. 17-30

Gadamer, H. G. (2001). El giro hermenéutico (2a ed.). Madrid: Ediciones Cátedra.

Galazzi, L. (2012). Mirando conceptos el cine en la enseñanza de la filosofía (1a ed.). Buenos Aires: Libros el zorzal.

Hernández-Navarro, M. A. (2007). Archivo escotómico de la modernidad. Pequeños pasos para una cartografía de la visión. Alcobendas: Ayuntamiento de Alcobendas.

Herrera, M., Pinilla, A., Infante, R. y Díaz, C. (2005). La construcción de cultura política en Colombia: proyectos hegemónicos y resistencias culturales. Bogotá: Universidad. Pedagógica Nacional.

Herrera, M. y Díaz, C. (Comp.). (2001). Educación y cultura política: una mirada multidisciplinaria. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional.

Herrera, M., Ortega, P., Cristancho, J. y Olaya, V. (2013). Memoria y formación: configuraciones de la subjetividad en ecologías violentas. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional.

Mariña, J. (Ed.). (2005). The Cambridge companion to Friedrich Schleiermacher. Cambridge: Cambridge University Press.

Martínez, M., Calvo, G., Martínez-Boom, A., Soler, C. y Prada, M. (2015). Pensar la formación de maestros hoy. Una propuesta desde la experiencia pedagógica. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional; Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo; Alcaldía Mayor de Bogotá.

Martínez, Y. (2012). El cine como espacio de enseñanza, producción e investigación. REencuentro. Análisis de Problemas Universitarios, (63), 47–52.

Metz, C. (2002). Ensayos sobre la significación en el cine. Barcelona: Paidós.

Mitchell, W. J. T. (2003). Mostrando el ver: una crítica de la cultura visual. Revista Estudios visuales: Ensayo teoría y crítica de la cultura visual y el arte contemporáneo, (1), 17-40.

Mouffe, C. (1991). Hegemonía e ideología en Gramsci. En H. Suárez (Ed.), Antonio Gramsci y la realidad colombiana (pp. 167-227). Bogotá́: Foro Nacional por Colombia.

Mouffe, C. (1999). El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radica. Barcelona, Paidós.

Olaya, V. (2014). Fotografía y violencia: la memoria actuante de las imágenes. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, 9(2), 89-106.

Peña, N. y Cristancho, J. (2017). La enseñanza de la historia y la construcción de subjetividad política de niños y niñas de educación básica primaria. Perfiles educativos, 39(157), 123-139. http://perfileseducativos.unam.mx/iisue_pe/index.php/perfiles/article/view/58445

Rancière, J. (2010). El espectador emancipado. Buenos Aires: Ediciones Manantial

Rancière, J. (2018). La fábula cinematográfica. Buenos Aires: El cuenco de plata.

Ricoeur, P. (2006). El conflicto de las interpretaciones: Ensayos de hermenéutica (A. Falcón, Trad.). Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Rueda, R. (2008). Cibercultura: metáforas, prácticas sociales y colectivos en red. Nómadas, (28), 8-20.

Zavala, L. (2021). Enseñar filosofía a través del cine: un panorama bibliográfico. Praxis & Saber, 12(29), e12802. https://doi.org/10.19053/22160159.v12.n29.2021.12802

1 Capítulo derivado del proyecto de investigación Creación, cultura política y educación con código SGI 2722, financiado por la Dirección de Investigaciones de la UPTC.

2 Doctor en Educación, docente investigador de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, investigador GIFSE y Educación y Cultura política.

 

3 Doctor en Educación, docente de la Escuela de Filosofía en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, investigador GIFSE.

PRIMERA PARTE:


El Estado, el sujeto y lo público: un estudio cultural y político1

José Gabriel Cristancho Altuzarra2

Introducción

El concepto de cultura política hace referencia a todas las producciones culturales en las que se expresa y se configura lo político (Herrera et al., 2005) es decir, la disputa por y el ejercicio del poder (Cristancho, 2018a). Como ya se expresó en otra parte (Cristancho, 2019), la hegemonía se sostiene gracias a que se logra un consenso social, un sentido común en el cual hay como parte de su núcleo ético-político, una concepción/imaginario de lo que es justo y lo que es injusto3, que permite validar y aceptar el orden social existente, su manera de proceder, sus instituciones, en suma, el statu quo. Pero hay otras concepciones/imaginarios de lo justo y de lo injusto en la vida social sobre todo en los sectores en disputa. En efecto, “(…) ese núcleo le da forma y fondo a la participación del sujeto en la arena política, que puede buscar el cambio de la sociedad o conservarla como está de acuerdo con esas reivindicaciones” (Cristancho, 2019, p. 151).

Las disputas por la hegemonía son luchas de clase, género, raza, y tienen que ver también con relaciones geopolíticas. En estas disputas se configuran reivindicaciones que al mismo tiempo dan cuenta de las distintas concepciones de justicia que, como producciones culturales, se disputan un lugar en la arena política, con mayor o menor éxito para lograr ser hegemónicas. Desde esta perspectiva, estudiar la cultura política implica problematizar la hegemonía y dilucidar sus luchas.

En una investigación anterior (Cristancho, 2018b) se evidenció que la problematización acerca del concepto de justicia desde las teorías filosóficas alcanzó apenas a arañar una cuestión fundamental: que dichas concepciones son productos culturales, que no son las únicas y que entre ellas están casi invisibilizadas las concepciones de justicia que circulan o están presentes en la vida cotidiana; esto explica que las concepciones filosóficas de la justicia suelen estrellarse con contextos locales y diversos. Por esta razón, se vio necesario problematizar las concepciones e imaginarios de lo justo más allá o más acá de las concepciones filosóficas de la justicia, es decir, analizar las que se dan en ámbito social y que se materializan y evidencian en producciones culturales presentes en la vida social.

Entre dichas producciones culturales encontramos las categorías con las que pensamos lo político; en efecto, estas no son neutras son daciones de sentido y fruto de relaciones de poder; así, lo que se entienda por democracia, Estado, ciudadanía, lo público, lo privado, la participación política, entre otros, hace parte de esas producciones de sentido y su significado está siempre en disputa en el marco de la lucha por la hegemonía (Cristancho, 2019).

Partiendo de esta cuestión, el propósito de este capítulo es presentar los resultados de la investigación que ha problematizado los rasgos de la hegemonía contemporánea y sus procesos culturales que han debilitado el sentido de lo público, han relativizado el papel del Estado y han atacado el papel de los sujetos en dichos procesos. Esto se abordará en tres momentos, cada uno de los cuales asumirá un objeto de análisis en perspectiva sociopolítica y cultural, objetos en los que se evidencian las disputas por el sentido y por el poder en la época contemporánea y de manera particular en Colombia: el Estado, el sujeto y lo público.

El primer movimiento de este trabajo será establecer que existe una relación no siempre feliz entre la categoría democracia y la categoría Estado, lo cual se evidencia en la constante presente en distintos modelos que han existido desde el Estado liberal clásico, hasta los Estados contemporáneos de corte neoliberal y neoconservador. Este recorrido nos ocupará en la primera parte y permitirá problematizar el Estado, más que como una institución (Bobbio, 1996), como una construcción cultural marcada por teorías políticas y contextos socioeconómicos de índole nacional e internacional que, de una forma vertical, pretende incidir en la configuración de la sociedad y de los sujetos.

En la segunda parte se toma distancia del terreno institucional asumido en la primera parte, para desplazarse al ámbito micropolítico por excelencia: el sujeto. Aquí se abordará la cuestión como un objeto de análisis cultural en el que se pueden problematizar las distintas estrategias que han permitido que el sujeto paulatinamente tome distancia de la política tradicional, se desinterese de lo político, o en el peor de los casos, caiga en redes de poder clientelistas; con esto se espera abrir la pregunta por la tarea de formación política que toda sociedad democrática requiere y que podrá abordarse en la última parte.

A partir del recorrido de las anteriores secciones, en la tercera se planteará la necesidad de la construcción de cultura política en cualquier contexto, pero especialmente en el colombiano, a partir de una nueva problematización y resignificación de la manera de pensar y de sentir lo público como núcleo de una democracia radical. Esto se hará haciendo alusiones sobre la situación específica del caso colombiano y un análisis que renueve la pregunta por lo justo, asunto del cual partió la indagación, y que como se mostrará, implica alternativas que articulen transformaciones institucionales, culturales y subjetivas que el contexto actual demanda.

Nodos de poder: tensiones entre el Estado y la democracia

El Estado es la institución política en la que se materializa, se adopta y se adapta una concepción/imaginario de justicia. Es cierto que, en cada contexto, el Estado moderno ha tomado formas tan diversas que parece imposible analizar esta institución. Por ejemplo, son diferentes los Estados que se dicen comunistas de los que se dicen capitalistas y a su vez, entre ellos hay diferencias: los Estados comunistas chino, cubano y norcoreano tienen diferencias entre sí, de la misma forma que las hay entre los Estados Unidos y Francia.

Sin embargo, podemos identificar al menos tres tipos de Estado básicos que se asientan en teorías políticas disímiles: El Estado liberal, el Estado totalitario y el Estado comunista. Esta clasificación es tentativa4 además por lo ya ejemplificado; lo que interesa señalar es que puede sostenerse la hipótesis de que, pese a sus diferencias ideológicas, estos tres modelos de Estado en realidad comparten la misma columna vertebral: el capitalismo como forma de vida. En efecto, el capitalismo no es simple y llanamente un sistema económico, sino una manera de existir en la que se considera que el propósito de la existencia es la producción continua e infinita de plusvalía, lo cual exige explotación5.

Pese a sus diferencias ideológicas, los tres tipos de Estado conocidos desde la modernidad son instituciones que han organizado la vida de manera explícita e implícita para este fin y por ese medio. Ahora bien: interesa analizar que las teorías políticas en las que se han sostenido estos Estados al mismo tiempo presumen ser democráticos aunque su concepción de la democracia sea radicalmente distinta. Desde la modernidad, la categoría Estado se ha aparejado a la de democracia, tomando en cuenta que la ruptura fundamental respecto del modelo político premoderno fue ubicar la soberanía no ya en el rey como individuo elegido por Dios, sino en el pueblo como único soberano.

En los tres modelos señalados se defiende ideológicamente esta idea: en todos ellos, el demos, es decir, la categoría pueblo, se usa explícita o implícitamente para reivindicar, en primer lugar, la soberanía fundamental y, en segundo término, la legitimidad del origen del poder y del orden político materializado en el Estado.

Así, el liberalismo reivindica al pueblo entendido como el conjunto de la sociedad6, pero frente a ello el comunismo cuestionará que toda lucha y reivindicación es de una clase social oprimida frente a otra que la oprime: así como los burgueses hicieron su revolución se precisa la del proletariado7; entre tanto, el totalitarismo reivindica al pueblo como sustancia de la nación con supremacía racial8, lo que en la práctica hará que la soberanía del pueblo se condense en el líder (Arendt, 1998).

Ahora bien: históricamente la disputa entre estos tres modelos de Estado pareció resolverse, primero en la Segunda Guerra Mundial, cuando se derrotó al modelo totalitario; por otra parte, se presumió derrotado el comunismo como ideología en virtud de la caída de la URSS y por el hecho de que el Estado chino asumió políticas económicas neoliberales. (Harvey, 2007). La coyuntura actual no descarta que el modelo chino consiga la hegemonía global desplazando a Estados Unidos; sin embargo, el debate ideológico se concentra precisamente en si las instituciones políticas defienden las libertades (en el sentido moderno del término) como principios inamovibles; esto pone en evidencia que el liberalismo y el Estado liberal siguen siendo referentes por excelencia..

Entendiendo el Estado como la materialización de una serie de ideas y prácticas, puede decirse que, en relación con la materialización del Estado liberal, se presentan profundas tensiones; por ejemplo, los Estados monárquico-parlamentarios expresan las articulaciones entre los sectores burgueses modernos y los sectores de las noblezas tradicionales aunque se basen en concepciones liberales que cuestionan precisamente los privilegios nobiliarios, a condición de que se evitase el absolutismo (Lario, 2005; Ortí, 1989).

Además, en el siglo XVIII, el liberalismo no era la única teoría pujando por un lugar en el campo de la filosofía política9, pero fue la que consiguió más fácilmente materializarse en la práctica, porque no solo constituía un asidero ideológico en el campo político, sino también en el económico; esto permitió que el liberalismo se consolidara como fundamento político del capitalismo lo cual incide en la concepción de la democracia. En efecto, mientras otras teorías como la del republicanismo cívico hacían énfasis en la participación del pueblo soberano, entendido como una comunidad de sujetos en la construcción de lo político (Mouffe, 1999), el liberalismo hizo énfasis en la libertad como valor primigenio de cada uno de los individuos en tanto que cada uno de ellos es el átomo del cual se compone el pueblo soberano; se deduce entonces que para el liberalismo, el pueblo es concebido como una suma de individuos egoístas cuyo máximo bien es su libertad.

Así, el liberalismo se asentó principalmente en concepciones antropológicas individualistas y egoístas (Hobbes, 2006) y en postulados éticos de corte utilitarista (Cristancho, 2011; Hume, 1993; Stuart-Mill, 1984;) que lograban también justificar y explicar el liberalismo económico (Smith, 2011) que exigía mejores condiciones políticas de los sectores burgueses.

Esto tiene serias implicaciones: por un lado, el liberalismo logra articular los intereses políticos y económicos de los sectores burgueses, industriales, terratenientes y nobiliarios para hacer del capitalismo, en principio, un proyecto económico. En virtud de esto, el capitalismo se ubica como el eje alrededor del cual deben configurarse las instituciones políticas: la libertad es el máximo bien del ser humano, sí; y, sin embargo, el Estado requiere emplazar la vida misma para moldearla y disciplinarla a través del aparato educativo (Cristancho, 2013), el servicio militar, y demás instituciones de encierro que aseguren que el sujeto asuma la forma productiva capitalista. Estos principios, que ya estaban asentados en el liberalismo clásico y en el Estado liberal, serán llevados a su máxima expresión en la teoría y la práctica neoliberal en tanto que el Estado como institución queda totalmente supeditado a los intereses del capital local y, sobre todo, transnacional.

Interesan las implicaciones que esto tiene en la concepción de la democracia: la primera, que las categorías soberanía, pueblo y ciudadanía son comprendidas desde los intereses económicos, lo cual posibilitará más tarde reconocer a los sujetos masificados y consumidores. La segunda, la categoría participación política se enfatiza al ámbito privado, individual, no al tejido colectivo, por lo cual queda delimitada a cinco modalidades de carácter individual: opinar públicamente, debatir, deliberar y tomar decisiones.

 

La tercera, lo anterior se canaliza principalmente a través de poder elegir y ser elegido como representante, en el marco de partidos políticos, poniéndose el énfasis en la representación de intereses (democracia representativa). De esta forma, es la configuración de una ciudadanía pasiva, atomizada, desarticulada; la agencia de movimientos sociales y tejidos colectivos será vista entonces siempre con un hálito de sospecha y de amenaza latente. La aceptación de las movilizaciones sociales por parte del Estado es al mismo tiempo producto de las presiones ejercidas por sectores en disputa, pero también como una forma de poder regularlas e intervenirlas desde reglas que no amenacen el statu quo.

De esto se infiere que la teoría liberal, en el campo político, fundamenta lo social en las libertades e intereses individuales dotando de gran fuerza a un nuevo concepto que se irá anidando y se configurará como eje de lo político: el concepto y sensibilidad de lo privado. Y la teoría liberal, en el ámbito económico, asienta la producción en el libre comercio y en la propiedad privada como bases para asegurar la plusvalía.

Así, el liberalismo opera un triple movimiento: el primero, legitima el Estado desde la soberanía popular, pero una vez hecho esto relega el papel del pueblo y su participación para ubicar al Estado como el único referente desde donde se piensa lo político10. Dicho de otra manera, canaliza la carga cultural del sentido de lo político hacia el Estado como institución para que nos subjetivemos (nos constituyamos como sujetos), desde los marcos normativos y culturales que provee el Estado, como lo sugiriera Althusser (1971). El segundo, al ser una moneda con dos caras —la política y la económica—, el liberalismo dota de sentido al capitalismo al punto de que no solo lo constituye como un proyecto económico, sino que le permite que se configure como una forma de vida, una manera de existir, cuyo eje es el bien privado como base y la plusvalía infinita y continua como fin de la existencia humana.

De ahí que el tercer movimiento sea que la democracia sea pensada y ubicada como subinstitución formal regulada por el Estado como institución. En tal sentido, todo ello ubica a la categoría ciudadanía sería la construcción cultural que ubica al sujeto en un orden democrático institucionalizado por el Estado y sus reglas (Cristancho, 2018a, p. 63).

Así, el liberalismo es la teoría que en el sentido común hace parte de la hegemonía que permite justificar o dar fundamento al capitalismo como forma de vida, ubicándolo como eje de referencia existencial, alrededor del cual debe girar el Estado como institución y situando a su vez a la democracia como algo subsidiario que debe girar en torno al Estado neutralizando el concepto y la sensibilidad por lo común (lo público), que es el núcleo de la democracia.

Las implicaciones que esto tiene en la concepción cotidiana de lo justo son tres; en primer lugar, lo justo se constituye en el Estado mismo en tanto es producto de un contrato social en el que ningún sujeto está por encima del derecho (Estado de derecho); en segundo lugar, derivado de ello, lo justo estriba en la capacidad del Estado en asegurar los derechos fundamentales, pero principalmente los derechos individuales como la libertad, la propiedad y la seguridad.

Así, en tercer lugar, la injusticia (la ausencia de libertades y la desigualdad) es concebida como resultado del autoritarismo o exceso de intervencionismo estatal, el desorden social y la falta de iniciativa de los individuos; los sujetos y la sociedad han de ser disciplinados por el Estado y sus instituciones11. Así, en este caso lo justo se concibe desde una noción negativa de libertad entendida como ausencia de coerción, meritocracia que no tiene en cuenta la historicidad y capital heredado de los sujetos. Sin embargo, tal es la prevalencia del Estado y del capital sobre el derecho que el Estado de excepción es, en realidad, no una excepción, sino una regla cuyo uso potencial siempre está latente (Agamben, 2005) y es la puerta de entrada a la dictadura y al totalitarismo12.

De la despolitización del sujeto

Derivado de lo anterior, en esta parte interesa problematizar las distintas estrategias que han permitido que paulatinamente el sujeto tome distancia de la política institucional, se despolitice al punto de desinteresarse de lo político, caiga en redes de poder clientelistas, o en el peor de los casos, se identifique con proyectos autoritarios y neoconservadores.

Para tal fin requerimos partir de un concepto de sujeto. Como en otros trabajos ya se ha abordado la cuestión de la categoría del sujeto político y su construcción (Cristancho, 2011; 2018a), se invita al lector a revisarlos; ya que en este trabajo solo se complementan algunos aspectos de lo planteado allí.

El sujeto es el ser y la espacio-temporalidad micropolítica por excelencia, pues es donde el poder se configura, circula y se transforma. En este sentido, el concepto de sujeto político debe desglosarse en dos aspectos: el sujeto y lo político. Respecto del sujeto se puede decir, en forma negativa, como aquello que no es objeto. Lo segundo, se puede ver desde el sentido de “estar sujeto” y eso implica que el sujeto está determinado por los contextos, por las relaciones sociales, por el poder, por el territorio, ocupando así unas posiciones pre-asignadas.

Pero también puede asumirse desde el sentido de “ser sujeto”, en tanto que no solamente está determinado por el contexto, el tiempo o el territorio, sino que puede tomar determinaciones, decisiones, posiciones y puede hacer y expresar cosas. Estas dos dimensiones son complementarias pues, hay elementos que determinan al sujeto, pero también hay otros desde los cuales se constituye. Dicho contexto social fue producto de relaciones de poder donde los sujetos transformaron y pueden seguir transformando esos contextos.

Otro componente es que se llega a ser sujetos, pues el sujeto es histórico, tiene historicidad. Esto implica que es necesario evitar miradas esencialistas sobre el sujeto sino, más bien, con una perspectiva que permita comprenderlo como algo que se va transformando a lo largo del tiempo en el marco de procesos sociales: va cambiándose a sí mismo y al mismo tiempo va transformando elementos de su propio contexto.

En consecuencia, frente a la pregunta ¿quién es sujeto?, este puede decirse tanto de los seres singulares que somos cada uno, como de los tejidos colectivos, los movimientos sociales, en tanto que el sujeto nunca es abstracto, sino que está en relación intersubjetiva. Habría que agregar además que hay discusiones sobre si la tierra y los animales son sujeto; esto responde a cosmovisiones diversas; en algunos casos se reivindica y se ha legislado, en el ámbito jurídico, que son sujetos de derechos.

Además de lo anterior, se puede indicar que el sujeto no es una entidad unificada en sí misma, es decir, al interior del sujeto hay divisiones internas, está fragmentado y eso pasa tanto a nivel individual como a nivel colectivo. En ese mismo proceso el sujeto ocupa diversas posiciones (Mouffe, 1991); esto permite entender, por ejemplo, que un hombre mestizo, ilustrado, asalariado, latinoamericano tiene posiciones de privilegio a nivel patriarcal y cultural, pero puede estar en condición de desventaja a nivel económico, racial y geopolítico.

Ahora, en cuanto a lo político, hay un primer punto de partida derivado de lo expuesto en el primer apartado y es que, el Estado pretendió ser la institucionalización de los derechos, el consenso, las instituciones, la participación, la ciudadanía. Aquí es preciso deslindar o separar esa convicción de lo político para poderlo entender cómo ese campo donde se ejerce y se disputa el poder.

En ese sentido, se habla en términos de presencia de una disputa por el poder en dos sentidos: institucional porque hay que reconocer el papel del Estado. El Estado en ese sentido opera y subjetiviza. Se encuentra todo el régimen político, canales institucionales, pero también, están los elementos informales que son políticos; es allí donde están las relaciones y prácticas tanto sociales como culturales en las cuales hay relaciones de clase, de género, de etnia, y las relaciones geopolíticas.