Violencias y precarización

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Un aspecto relevante, punto de comparación y contraste con el caso de Ruth, en el caso de Raúl realiza el intercambio sexual como parte de una actividad negociada a cambio de un pago monetario, en un espacio resguardado y que no constituye un punto de atención por parte de los operativos policiaco-militares que sí se presentan constantemente en la zona en que se ubican las jóvenes trabajadoras sexuales.

Yo nunca he tenido problema con la policía, aquí nunca han venido, y que sepa en ninguno de los otros lugares donde trabajan algunos otros, no sé, solo que si trabajo aquí como cualquier otro trabajo, sin estar exhibiéndose fuera, no tengo ningún problema, puedo trabajar tranquilamente, y nunca he tenido problema con algún cliente, porque se quiera pasar, es tranquilo… (Fragmento entrevista joven varón).

A la pregunta específica de si considera un derecho la decisión de qué actividad realizar con su cuerpo, y cuál es el sentido que le otorga como parte del trabajo sexual, el joven sostiene que:

es mi decisión, yo no tengo problema, es como cualquier trabajo, por qué tendría problema con alguna autoridad, solo me tengo que cuidar y al final de cuentas los clientes pagan lo que acordamos y nada más… a mí me gusta tener mi ropa de marca, mi celular, no te diré que uno de lujo, traigo mi troca, voy a las fiestas y salgo los fines de semana, no consumo drogas y casi no tomo bebidas alcohólicas, cuido mi cuerpo porque de eso vivo, hago ejercicio todos los días, voy al gimnasio por la mañana, y de ahí me vengo al trabajo… (Fragmento entrevista joven varón).

Ambos relatos dan cuenta de una subjetividad anclada en los márgenes, pero de una manera diferenciada. La experiencia de la joven, marcada por un vínculo de dependencia hacia un entorno familiar, en la que cumple con roles de cuidado y manutención, así como lógicas de violencia asociadas a diversas relaciones como de pareja, o el estigma social atribuido a la práctica de la prostitución, son dinámicas diferenciadas si comparamos con la experiencia del joven varón. Sumado a ello, es interesante enfatizar que el ejercicio de trabajo a partir de la historia de vida, dio cuenta de dos narrativas distintas de anclar la dimensión temporal en torno al pasado. En el caso de la joven, una presencia importante en su relato con respecto a su vida previa a la decisión de vincularse al trabajo sexual, mientras que en el caso del joven varón, un énfasis a su temporalidad presente, y un pasado que intencionalmente se diluye a lo largo del relato.

Con la intención de favorecer rutas de análisis que cruzan a los dos relatos expuestos. A continuación, proponemos una matriz comparativa considerando cuatro ejes clave en la investigación.14


Mundoíntimo-familiarEn la joven marcada dependencia del vínculo familiar con la decisión al trabajo sexual.En el joven, referencia nula al mundo familiar, con una valorización creciente al sentido de decisión con respecto al trabajo sexual.
Mundo dedeseo-expectativaValorización del trabajo sexual como recurso para acceder a una “mejor” vida.Actividad transitoria que favorezca otra alternativa laboral.En el caso de la joven, una frustración mayor al no visualizar una opción-alternativa posible.
Mundo denegociación consumoExpectativa mayor de acceso a consumo de bienes a cambio de pago por servicio.Negociar como acto diferenciado. Menor margen en la posición de la joven con respecto al varón.Subordinación a figura varonil con respecto a la práctica e intercambio.
Mundo dederechos-vinculaciónElección condicionada diferencial en torno a la práctica del trabajo sexual.En el caso del varón, un resguardo propicio para la elección.En la joven, una la tensa-conflictiva negociación con la institucionalidad, la carga de estigma marcada por la figura de “puta”, estrategias horizontales (pares) de protección-resguardo.

Conclusiones

Si bien el análisis exige una mayor profundidad comparativa entre los casos diferenciados desde una dimensión de género, y como mencionamos al inicio, aquí se exponen hallazgos iniciales de un trabajo en proceso, valdría la pena cerrar con tres rutas de lectura que permiten anclar la dimensión narrativa con condicionantes que un paisaje sociohistórico viene marcando los cuerpos juveniles en los últimos años. Es decir, toda experiencia subjetiva no puede separase de una articulación tensa situada con el contexto de violencias, exclusión social y precarización de la vida que viene acentuándose en la ciudad fronteriza del norte de México a partir de:

 El trabajo sexual juvenil da cuenta de cómo se ha presentado, en el contexto de la frontera norte, un escenario agobiado por una creciente violencia que marca los cuerpos juveniles de manera diferenciada. En particular, la violencia de género, se presenta de manera central en la experiencia de vida de las jóvenes trabajadoras sexuales, ligado a un paisaje de violencia sistémica gestada y propicia por el Estado heteropatriarcal y adultocéntrico que culpabiliza a los jóvenes como los gestores de los “males” ligados al narcotráfico, prostitución, trata de personas, etc.

 En ambos está presente el sentido de escasez y frustración social. Como plantea Mabel Moraña (2017), la escasez cobra relevancia epistémica ya que da cuenta de la falta de lo indispensable para el mantenimiento de la vida, y en un escenario dominado por la lógica de producción capitalista neoliberal, la escasez no es algo secundario, sino el propio sentido de ausencia necesaria que reproduce expectativas frustradas en la población juvenil.

 Una estrategia instituida de erosión a la trayectoria biográfica, y con ello el desgaste en la posibilidad de pensar un mundo posible, alternativo. El peso que recae en la construcción simbólica que individualiza la culpa y el destino obligado, trae consigo que la posibilidad de gestar esperanza, individual o colectiva, no esté presente en la vida de los jóvenes trabajadores sexuales.

Para concluir, consideramos importante la tradición que los estudios feministas han planteado respecto al trabajo sexual, sobre todo a partir de una perspectiva política en torno a la discusión entre el derecho libre en relación al cuerpo. Si bien las diferencias y desigualdades en las identidades genéricas son punto de partida, cobra relevancia una aproximación que notifique de otras dimensiones como la económica, que permitan dar cuenta y develar las características de un modelo de producción de los cuerpos marcados por la rentabilidad de la pobreza, y la expectativa del necroconsumo, es decir, del deseo como objetos sexuados eliminables.

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11 El proyecto ha destacado una mirada de mayor alcance en torno a niveles de análisis. Genera una ruta que relaciona un nivel de formación discursiva que permite dar cuenta de un contexto sociohistórico que ha caracterizado la instauración de un régimen estético patriarcal, pasando por campos de discursividad, aquellos espacios que constituyen una tensión entre la dimensión subjetiva y el vínculo-adscripción a la esfera institucional, para, por último, llegar al análisis de la experiencia subjetiva a partir de las representaciones discursivas generadas desde la narrativa de los actores (Reguillo, 2000).

 

12 El acceso a la vivencia de los individuos permite la reflexión en torno a las especificidades del mundo social en el que estos se hallan. O lo que es lo mismo, el privilegio de conocer las experiencias de los sujetos abre posibilidades para una mejor comprensión de la contemporaneidad.

13 Aquí se muestran resultados preliminares de la estrategia de historia de vida a mujeres y hombres jóvenes (15 a 25 años) vinculados al trabajo sexual, ya que permite abordar modos de la enunciación de los hechos narrados (Reséndiz García, 2004) en torno a la experiencia biográfica (Arfuch, 2013).

14 Como hemos venido planteando a lo largo del texto, nos colocamos en una dimensión epistémica que valoriza o subjetiva como punto de partida para anclar el análisis de lo social. En este sentido, el término “mundo vida” de la fenomenología social de Alfred Schütz es clave para dicho interés.

Acoso sexual a mujeres jóvenes policías en Ciudad Juárez: la reproducción de la violencia sexual desde diferentes cuerpos masculinos

Hugo Martínez Ochoa

Introducción

El presente capítulo está basado en una metodología cualitativa con corte espacio temporal de dos años. El objetivo de la investigación se instaura en comprender cómo se manifiesta el acoso sexual en las mujeres policías de la SSPM15 de Ciudad Juárez, ello, ejercido por parte de compañeros policías, superiores jerárquicos y hombres detenidos por presunción infractora, bajo la temporalidad de 2016 – 2018. Así mismo, busco dar explicación bajo un marco teórico con dos perspectivas epistemológicas, la primera mediante el feminismo y en segundo contexto por medio del constructivismo-estructuralista. Lo anterior, de la mano con la metodología cualitativa-feminista, teniendo como recurso la recolección de datos mediante la entrevista a profundidad a mujeres policías.

Los principales hallazgos que se encontraron fueron: en el contexto laboral, las mujeres fungen como ayudantes de la policía, el acoso es ejercido por el superior; es más directo y enérgico el acoso ejercido por los compañeros, tiene un manifiesto en un principio de baja intensidad y progresa hasta los tocamientos, y por parte de los detenidos se dan en forma de agresión y exigencias a las mujeres de que salgan de las filas de la corporación policiaca. Por último, las mujeres aceptan los tres tipos de acosos referidos, por el hecho de que se encuentran en la necesidad de conservar su trabajo por su situación estructural-marginal, lo que las lleva al silencio.

¿Por qué el acoso sexual es importante en las filas policiacas?

La violencia contra la mujer es un problema mundial, 7 de 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia (UNITE, 2009). Se debe agregar que Ramírez y Uribe (1992) mencionan que “en México las mujeres viven un circuito de violencia, en donde la incidencia y prevalencia aumenta en forma exponencial” (p. 149). Ciudad Juárez se sitúa en el mapa por la violencia extrema hacia la mujer. De acuerdo con Aikin (2011), Ciudad Juárez tiene una alta incidencia en violencia física, psicológica, desapariciones y feminicidios. Desde 1993 a 2017, 1 748 mujeres han sido asesinadas (Monárrez, 2015b). Así también, la académica hace visible que la violencia contra la mujer es visible, existente, y afecta a las mujeres en diferentes modalidades. Lo descrito lleva a un proceso de reflexión: ¿dónde se desarrolla el acoso sexual? De acuerdo con Paullier (2016), la pregunta #¿cuándo y cómo fue tu primer acoso? publicado por la feminista y activista Catalina Ruiz Navarro, recibió como respuesta más de 100 000 hashtags16 en 24 horas. A través de los tuits se podía visualizar que el acoso sexual se desarrolla en lugares como la calle, trabajo escuela y hogares; dicho de otra manera, la violencia se vive en lo público y lo privado.

En una aproximación, a inicio del siglo XXI, el 35% de las mujeres han sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja y/o hombres desconocidos. No obstante, la incidencia ha aumentado a un 70% a finales del 2013 (OMS, 2013). Cabe mencionar, de acuerdo con el INEGI (2011), que cada 63 de 100 mujeres de 15 años o más han sufrido algún tipo de violencia. El grupo etario de 30 a 39 años es el más expuesto con una incidencia del 68%. Hay que mencionar que se registró una media nacional de 63.8%. Chihuahua ocupa un 80%. Es necesario resaltar que, respecto a la categoría de violencia sexual, las mujeres aceptaron la violencia ejercida por su pareja, jefes de trabajo y personas desconocidas. Por otra parte, la OIT (2013) encontró que los hombres acosan más a las mujeres que a la inversa, debido a que vive en una sociedad machista (aseveran), diciendo también que el piropo (siendo un tipo de acoso sexual) resulta inevitable practicarlo por parte de los hombres. Por otro lado, el acoso sexual tiene presencia en todo el mundo. Dicho brevemente, entre un 40% y 50% de las mujeres en Europa ha sufrido acoso sexual en el trabajo; en Asia, entre un 30% a 40% en el trabajo; en Estados Unidos, 83% en escuelas y trabajos (ONU Mujeres, 2012); en México existen 1.4 millones de casos denunciados en el ámbito laboral (Ramos, 2012).

En este contexto, se considera necesario puntualizar que, con relación a Ciudad Juárez, no existen estudios sobre acoso sexual. Por otro lado, Carmona (2010) realizó un estudio sobre violencia contra la mujer con una población de 9001, en donde encontró una prevalencia del 78% de violencia, la cual era ejercida principalmente por la pareja sentimental. Lo descrito llevó a estructurar la pregunta central de investigación: ¿Cómo aceptan o resisten las mujeres policías de la SSPM de Ciudad Juárez el acoso sexual por parte de sus compañeros, de sus superiores jerárquicos y de hombres con los cuales interactúan en función de sus actividades policiales? Robles (2013) menciona que la situación de vulnerabilidad que tienen las mujeres en Ciudad Juárez ha incrementado considerablemente por variables como la inseguridad, la economía inestable, la cultura y el feminicidio; estas agresiones reflejan el síntoma de androcentrismo que se vive en Ciudad Juárez y la violencia sistemática contra las mujeres. Empero, en materia de acoso sexual, se queda una interrogante viva, la cual no ha sido investigada con actualidad.

Cabe destacar que el acoso sexual se presenta mayormente en ámbitos laborales, y las mujeres sufren en su mayoría dicha violencia (Pernas, 2001). A partir de esta premisa, la SSPM es una institución permeada en su mayoría de elementos hombres, para ser precisos, ocupan el 75% con una población de 2 170, donde, las mujeres representan un total del 25%, siendo 554 elementos, para un total de elementos hombres de 2 170 (SSPM, 2017). Inclusive, otro punto relevante es hacer visibles las dinámicas de interacción en materia de acoso sexual, para generar herramientas de identificación, y a su vez, generar políticas para un ambiente laboral libre de acoso sexual, tal como lo señalan Jubb y Pasinato (2002) […] “si en el cuerpo policial se respetan los derechos de la mujer, y en particular el derecho de vivir sin violencia, es más probable que la policía haga cumplir estos mismos derechos en la comunidad” (p. 4).

Los objetivos que guían el presente documento se encuentran en la comprensión del acoso sexual como manifestación en contra de las mujeres en la SSPM de Ciudad Juárez por los cuerpos masculinos: compañeros policías, superiores jerárquicos y hombres detenidos en una temporalidad 2016-2018; busca describir la dinámica de interacción laboral entre mujeres y compañeros policías; mujeres y superiores jerárquicos y mujeres y detenidos. Bajo la hipótesis central: las mujeres policías de la SSPM de Ciudad Juárez aceptan el acoso sexual ejercido por sus compañeros policías, superiores jerárquicos y hombres detenidos por presunción infractora, debido a que viven en una sociedad patriarcal, a la normalización de violencia y al miedo de perder su trabajo, lo que las lleva a aceptar las conductas masculinas indeseadas del acoso sexual.

Formas de acoso, feminismos y dominación masculina

El análisis del patriarcado es un elemento esencial en la construcción de estudios feministas; con esta categoría se logra comprender la relación de las mujeres con la historia. Para Lerner (1990), el patriarcado explica la naturaleza de la subordinación femenina, las causas de cooperación, las condiciones de resistir ante la misma, el nacimiento del feminismo y la conciencia de que las mujeres han quedado olvidadas en la historia. Conviene subrayar que el constructo del patriarcado ha provocado el olvido de las mujeres en la historia. Además ha desarrollado una relación de subordinación directa a favor de la dominación patriarcal. Mediante la limitación en las condiciones laborales, libertades, vida libre de violencia, maternidad forzada, control de la capacidad sexual, entre otras situaciones que limitan y flagelan la integridad de las mujeres. El patriarcado es un sistema histórico, desde sus inicios de formación en el año 3100 a. de C., se produjo una conducta reiterada de subordinación de la mujer hacía los hombres, en una dicotomía de control: patriarca-mujer. Siendo esta anterior a la propiedad privada (espacio arquitectónico que tomó el patriarcado para su ejercicio), además destacaban conductas como el control sexual y la reproducción forzada. Mediante este folklore y sentido común se instauraron pensamientos tales como que “la capacidad reproductiva de las mujeres y la maternidad son los principales objetivos en la vida de la mujer” (Lerner, 1990: 35).

Cabe destacar que el sistema patriarcal funciona bajo posturas como la inculcación de los géneros, la privación de la enseñanza, la dependencia económica, la maternidad forzada, la violencia física y psicológica, entre otros factores claves para la estructuración patriarcal. Esto provoca las condiciones de que el dominado tenga la necesidad de cambiar su situación de sumisión por protección y trabajo no remunerado por manutención (Lerner, 1990). Ante esto, un dispositivo es la categoría de género, misma que se ha convertido en un sinónimo de la diferencia entre los sexos. Habría que decir también que funge como concepto, categoría, conocimiento, comportamiento, entre otros factores relevantes de la identidad de las personas. Por otra parte, el feminismo tuvo un interés sobre la categoría del género, a esto, lo utilizó para la reflexión de los factores que determinan las identidades de género. El movimiento buscó, mediante la categoría teórica, separar la biología de la cultura y generar conocimientos respecto al cambio (no como dirección social radical, sino como un aspecto de la historia y las identidades sociales). Además, el término género ha sido un instrumento conceptual que han realizado las feministas para explicar las desigualdades entre hombres y mujeres a partir de las construcciones de género (Scott, 2008). Así también, Lamas (1999) dice que al género lo define la acción simbólica colectiva mediante la constitución de un orden simbólico de ideas centradas en ser hombre o mujer, esto quiere decir que el ámbito social es más que un territorio; es un espacio simbólico definido por la imaginación colectiva y determinada en la construcción de la autoimagen de cada persona, es decir, a través de la conciencia habitada por el discurso social. A lo cual, el género figura como conocimiento.

Respecto al conocimiento, Scott (2008: 20) menciona que el género “significa conocimiento de la diferencia sexual”. Este conocimiento hace referencia al sentido de la comprensión que generan las sociedades de cada cultura sobre las relaciones humanas entre hombres y mujeres. Como se ha dicho, el género es la organización social de la diferencia sexual; sin embargo, esto no significa que el género instaure las diferencias corporales, naturales y psicológicas entre hombres y mujeres; sino que, mediante el conocimiento que establecen las culturas y sociedades, se producen los significados del género. Debido a que no existe ningún vínculo biológico que determine el comportamiento, identidad o personalidad de un individuo (Scott, 2008). Con esto quiero decir que el género es mera construcción social a partir del dominio y la subordinación en conjunto con la situación política de los cuerpos.

 

En contexto con lo anterior, la diferencia sexual no es la causa genealógica de la organización social. Por el contrario, la participación en la historia de la instauración patriarcal es como se construyó el género hasta nuestros tiempos. Las relaciones sociales y la identificación del género, así como sus roles, son consecuencia de la dominación patriarcal. Por esto, la producción del conocimiento cultural se da por medio de las desigualdades sociales atribuidas entre hombres y mujeres. A grandes rasgos, “el género es una categoría social impuesta a un cuerpo sexuado. El término permite diferenciar la práctica sexual de los roles sociales asignados a las mujeres y a los hombres” (Scott, 2008: 53). Lo expresado hasta aquí supone que la condición de género se manifiesta con la distribución de poder desigual, lo cual crea lazos de dominio en contra de la mujer; uno de los vértices de la violencia suele ser la diferencia sexual y los significados que se le asignan al mismo, la diferencia sexual puede ser entendida como la sexuación de los seres humanos producida por la simbolización de cada cultura y tiene como resultado las referencias comunes sobre sus actividades y la forma de hacerlas (Lamas, 2000). Como tal, la situación de la diferencia sexual, determinada por las culturas y el eje patriarcal, tiene como consigna asignar los roles de trabajo, comportamiento, actitudes, entre otros comportamientos, de acuerdo con el cuerpo sexuado que se ocupa.

Ya con anterioridad, Bourdieu (1997a) menciona que la diferencia sexual se manifiesta como una operación simbólica que otorga el significado a los cuerpos de las mujeres y los hombres. Bajo este esquema, se hace un reflejo de la realidad y se categoriza como normal, formando un hábito, que se convierte en producto histórico y cultural. Por lo tanto, no es ajeno que existan críticas hacia las mujeres que se enlistan en las filas de la policía, siendo esta actividad, de acuerdo con Fraser (1997), una conducta masculinizada. Es decir, que la mujer policía se enfrenta a los problemas cotidianos como salvaguardar su vida, hacer su trabajo en pleno riesgo, realizar su trabajo anexo con el doméstico y resistir o aceptar la violencia de la división del trabajo, ya sea por la reproducción patriarcal de su compañero policía, superior jerárquico u hombres detenidos.

Los conceptos y descripciones anteriores esclarecen que la diferencia sexual y los significados que le asignan a los cuerpos tienen una relación directa con la violencia que sufren las mujeres en el ámbito laboral; a este hecho, la mujer que tiene un empleo en donde la mayoría son hombres y se realizan actividades asignadas desde la diferencia sexual a favor del hombre, como son las instituciones policiacas, tiene una mayor incidencia de sufrir violencias desde sus diferentes manifestaciones. Una de ellas es el acoso sexual, que suele darse en la cotidianidad y como representación de poder sexual. El acoso sexual es una conducta de violencia mayormente contra la mujer, que es parte de un problema social agudo; es una opresión constante y no existe una visibilización real del problema. Empero, suele ir vinculada y percibida como una conducta socialmente aceptada a partir del ejercicio del patriarcado, puesto que el hombre considera que tiene el derecho de realizar algún piropo o invitaciones reiteradas a salir, teniendo la meta de un sí como respuesta (Stanley y Wise, 1992).

Respecto a este acoso sexual en el ámbito laboral, suele manifestarse como:

Una conducta masculina indeseada y no correspondida que afirma el rol sexual de una mujer por encima de su función como persona y como trabajadoras y se estima que incluye actos de mirar, comentar o tocar el cuerpo de una mujer, las proposiciones relativas a conductas sexuales o citas amorosas y en última instancia la violación (Stanley y Wise, 1992: 59).

En otro orden de ideas, el acoso se entiende como una conducta en la que se utiliza la construcción de género del hombre y la mujer, para lograr poder, o como un acoso en donde se utiliza el poder para obtener sexo o simplemente para manifestar la superioridad del hombre en contra de la mujer. Por lo tanto, debe ser entendido como una conducta de poder (Stanley y Wise, 1992). De modo que el acoso sexual es el resultado de la interacción social desigual entre los géneros. El acoso sexual tiene varias formas de presentarse, las cuales toman en cuenta las relaciones de jerarquía entre el hombre y la mujer y los espacios en los cuales esta conducta nociva se perpetra. A este respecto, el acoso no se ejercer bajo una sola manifestación, por el contrario, se han generado conceptos para explicarlos desde las relaciones laborales y ambientales.

En este sentido, “el acoso sexual” (Frazer, 1997) es aquel que se da en lugares como el trabajo, escuela o cualquier escenario donde la mujer se encuentre en contacto continuo con personas para realizar una actividad. Los protagonistas del acoso sexual horizontal suelen ser los compañeros de trabajo, sin encontrarse formalmente en relación de autoridad, consideran que pueden acosarlas, simplemente porque ellos son los hombres y ellas las mujeres. “Este tipo de acoso es frecuente cuando un reducido número de mujeres ingresa en ocupaciones dominadas fuertemente por los hombres y masculinizadas” (Fraser, 1997: 120). Por su parte, “acoso sexual vertical” (Frazar, 1997) es también una de las variables de acoso presentes en escenarios fuertemente dominado por hombres y masculinizados. Dicha conducta es perpetrada por los superiores, jefes, supervisores o cualquier hombre que tenga una superioridad jerárquica en un ambiente de trabajo, escuela o institución pública o religiosa. “El efecto de esta práctica es preservar el control social o de clase que los primeros ejercen sobre los segundos” (Fraser, 1997: 120). Continuando con el análisis, el acoso sexual ambiental, es el tercer tipo. Proviene de compañeros de trabajo (con los cuales no se interactúa comúnmente; no obstante, se encuentran bajo la misma institución laboral, pública u organización cualquiera) o de terceras personas relacionadas con el trabajo pero que son desconocidas (Ronda, 2009).

A su vez, el acoso sexual no es solamente una situación de dominación de género y racial, sino también de clase y posición social; con esto quiero decir que a las mujeres se les suele acosar no solo para mantener una relación sexual forzada, sino también para reafirmar el poder del hombre sobre la mujer. Para Crenshaw (1991), la interseccionalidad es un fenómeno por el cual las mujeres sufren violencias múltiples a partir de las categorías sociales de situación política, clase social, pertenencia racial, edad, creencias e ideologías. Las mujeres que se encuentran en una situación de vulnerabilidad por ser de clase social baja, latina, afrodescendiente, ser muy joven o una adulta mayor, con una ideología política contraria a la establecida, entre otros factores; suelen sufrir más violencias que las mujeres blancas, clase media, clase alta, estado migratorio legal e ideologías a favor del gobierno en turno, que no sufren. Tales violencias suelen ser: discriminación racial, deportación migratoria, violencia psicológica y física por su condición racial, acoso sexual para la posesión sexual, abuso sexual y feminicidio.

En el punto particular del acoso sexual como violencia interseccional, es sabido que es una conducta que afecta a todas las mujeres; sin embargo, esas afectaciones son distintas dependiendo de muchos factores sociales, tales como la situación política, migración, económica, cultural, racial, edad, creencias, ideologías, entre otros factores, que son parte esencial de las culturas y los cuerpos de las mujeres. Para las teóricas del feminismo, existe un reconocimiento de que las mujeres y las estructuras sociales se ven afectadas en forma distinta por los factores antes mencionados. Es decir, la violencia del acoso sexual en contra de las mujeres en este sentido, hace que la vivencia de la dominación masculina sea diferente experiencia de violencia sexual. Me refiero a que para algunas mujeres puede ser el acoso sexual una barrera para el desarrollo laboral (por no acceder a una cita con quien ejerce el acoso), falta de recursos económicos (por negarse al piropo o la relación sexual) e incluso problemas de depresión y suicidio (debido a comentarios constantes lascivos en contra de una mujer diciéndole que no es atractiva o que por su color de piel nunca tendrían sexo con ellas, entre otras situaciones). En otras palabras, la violencia del acoso sexual se manifiesta en estas posturas y condiciones llamadas violencias interseccionales (Kelly, 1988).

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