Piensa y trabaja

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Notas

1 Los datos históricos hasta aquí indicados los he extractado de José Cornejo Franco, Documentos referentes a la fundación, extinción y restablecimiento de la Universidad de Guadalajara.


Patio del Claustro de Santo Tomás con los asistentes a los festejos posteriores a la

ceremonia protocolaria de inauguración de la Universidad de Guadalajara,

el 12 de octubre de 1925.


Fotografía del 12 de octubre de 1925 donde aparecen, de izquierda a derecha: Luis Murillo, Roberto Montenegro, José María Cuéllar, Amado de la Cueva, Raymundo Hernández, Constancio Hernández Alvirde, Antonio Valadez Ramírez, José Guadalupe Zuno Hernández, Arnulfo Villaseñor, Jesús Sauza González, Adolfo Cienfuegos y Camus, Ramón Córdova, Alfonso Emparan, Rodrigo Camacho, Adolfo Contreras y Romualdo Parra.

José Guadalupe Zuno

XXXII Aniversario
de la fundación de la
Universidad
de Guadalajara
12 de octubre de 1957

José Guadalupe Zuno (1891–1980) compartió con la comunidad universitaria sus razones para restaurar la denominación universidad —identificada con el pensamiento conservador— en lugar de instituto —insignia del liberalismo decimonónico—. Además explicó el porqué del 12 de octubre para inaugurar la Universidad y dedicó un sentido elogio a las personalidades de los acontecimientos de 1925: Enrique Díaz de León, Agustín Basave y José Cornejo Franco.

José Guadalupe Zuno Hernández, “Discurso pronunciado en el XXXII Aniversario de la fundación de la Universidad de Guadalajara, 12 de octubre de 1957”, Reminiscencias de una vida, tomo III, Guadalajara: edición del autor, 1971, pp. 123–129.

El día 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón, tras de incierto navegar, creyó encontrar las Indias Orientales, El Catay, Cipango, La Tierra del Gran Can, o que andaba en las cercanías del Paraíso Terrenal, aunque la intención de su aventura, era la de buscar nuevas rutas para el tránsito mejor y más seguro de los productos riquísimos de las Islas de las especierías. Mal podía haber descubierto a América, si ni aún se tenía la idea de que un nuevo y vastísimo continente estuviera estorbándole su paso hacia las Indias. Más bien, diría yo, quienes lo descubrieron a él fueron aquellos lujosos magnates de la zona maya, que navegando de recreo con sus mujeres, lo encontraron cuando medio perdido vagaba en alta mar por el Caribe, con su tripulación en sorda rebelión, ya sin confianza en el navegante. Y tan lo descubrieron, que mirando medrosos desde su gran canoa, entoldada ricamente con telas brillantes de henequén, vistosamente bordadas y enriquecidas con todos los colores tropicales, advirtiendo la superioridad de la gran nave enhiesta de los intrusos hombres barbudos, armados con el rayo y el trueno, enviáronles frutas y comidas, papagallos y guajolotes, iguanas y mantas finas, para agradarlos. Dándose cuenta, además, de que Colón no tenía rumbo fijo, ofreciéronle humildes y serviciales como en su auxilio, guías de la tierra, que les fueron aceptados y que, obedientes a la consigna patriótica de sus temerosos caciques, en lugar de llevarlos a las próximas costas suyas los alejaron de ellas hasta que, seguros de que no caerían rapaces en sus bellas ciudades, los orientaron hacia Guanahaní. Todo esto con una real conciencia de lo que estaban descubriendo y no con falta de ella, que no la tenía Colón, quien mal podía andar en el descubrimiento de lo que ni él ni nadie conocía. Tampoco, si en esta fecha no se festeja ya el pseudo–descubrimiento, tampoco es correcto dedicarla a un propósito como el que animó a sus creadores; que viendo cómo lo del descubrimiento llevaba detrás la prueba de la fobia del adueñamiento por parte de los hombres blancos, de aquello que por razón natural era de los nativos; y que su rapiña era lo único que andaba quedando eso sí verdaderamente al descubierto, cambiaron el objeto de sus fiestas y quisieron que su raza, la que vanamente aseguran que es la superior, esa que tan torpemente se enorgullece con lo que dicen ser “el destino manifiesto”, divino, de guiar a la humanidad, llámanle ahora a este día el DÍA DE LA RAZA.

Aún tenemos muy cercanos los terribles años en que la más espantosa guerra que la humanidad sufrió, la desatada por el nazi–fascismo, asesinó a millones de hombres por el delito de tener la piel, el cabello y los ojos, distintos de los de aquellos que llamándose arios, querían exterminar o reducir a la servidumbre a todos los demás, por no serlo. Ciertamente que es increíble que, países que en los campos científicos y artísticos han enriquecido tanto a la cultura, hayan podido arrastrar a sus soldados tras de una empresa tan bárbara, tan loca y tan falta de fundamentos científicos y morales. Ya entonces, la Biología, la Etnografía y la Antropología, estaban acordes en principios perfectamente demostrados, sobre la inexistencia de razas puras; de razas superiores, somática o mentalmente hablando; que el mestizaje lo hay desde los días más remotos de la existencia de la especie humana; que ésta tiene fines comunes de perfeccionamiento y un ideal elevado al que todos los hombres aspiran. Todos los grupos, chicos o grandes han pasado por etapas de lucimiento y de decadencia, por razones históricas y políticas, en panoramas diferentes con características económicas y geográficas que han determinado, unidas a causas incontrolables por el hombre, especificaciones que aparentemente los distinguen. No es pues de extrañar que un plan de gobierno del mundo con la bandera de la raza superior, fracasara de modo tan rotundo como ha de fracasar cuanto sobre esos patrones se intente. No solamente en los ámbitos mundiales, sino en los más reducidos de sus poblaciones, como acontece ya en la gran nación vecina del norte, donde unos exaltados arios, de tipo nazi–fascista, han causado más daño al prestigio de su patria que una invasión militar y a pesar de la elevada y digna actitud de su Presidente y de su Suprema Corte de Justicia. Y digo aquí que, si esta Universidad fue puesta en marcha en un doce de octubre, no fue ni para recordar la aventura casual de aquel gran navegante, quien sin intención maliciosa abrió el nuevo mundo a las insaciables y depredadoras bandas que tras él llegaron del viejo; ni para ofrecer nuestro esfuerzo ante los altares infatuados de la raza aria. Fue, de modo lógico, en quienes luchábamos por principios democráticos, igualitarios, progresistas, entender la fiesta y el acto, como abarcando la igualdad de los hombres de todas las latitudes, sin distinción ninguna de origen ni de lo llamado raza; y así está instituido en los mandatos constitucionales desde que México es libre y desde cuando intentó serlo; pues fue aquí, en Guadalajara, donde el gran Miguel Hidalgo dictó su decreto de abolición de la esclavitud. Ni en los hechos mismos de la vida social, pudo ser de otro modo, cuando en nuestras ciudades y en los campos, conviven hombres de todas las razas, sin que se tome a bochorno tan encomiable tradición y sin que se atreva nadie ni en pensamiento a menospreciar a un indígena ni a un negro, ni a inclinarse y doblar la rodilla ante un blanco o un rubio no más porque sus ojos son azules o verdes... Más bien encontramos nuestros conflictos sociales en los círculos de las actividades económicas, en los cuales hay ricos indígenas, criollos y mestizos y obreros blancos, prietos, morenos y negros. Quede pues claro, que no somos seguidores de ninguna tendencia hueca racista, sino defensores de una integración racial democrática y cristiana, en la que nos hemos desarrollado desde que somos independientes. Por todo ello le llamamos a esta casa, UNIVERSIDAD; porque ella es congruente con la intención de universalidad, abandonando el nombre de INSTITUTO, que restringe con el solo enunciado, su campo de gestión en el acrecentamiento de la cultura. No nos detuvo el hecho histórico de que en nuestras luchas pasadas, los liberales tomaran por bandera al INSTITUTO y los conservadores a la UNIVERSIDAD. Aquello quedó liquidado en el campo político y no lo llevamos más allá, porque sabíamos muy bien que, entre lo más valioso del botín quitado al enemigo, estaba eso precisamente: LA UNIVERSIDAD. En ella caben todos los INSTITUTOS; en ella, todas las ramas del conocimiento humano y de la investigación tienen su lugar natural e inclusive los intereses culturales de los vencidos, los legítimos que con el estudio alcanzaron, aquí están reconocidos y garantizados, mejor que en sus establecimientos; porque allá se les tendrá siempre como parciales, ya que de suyo y voluntariamente son intolerantes y llaman libertad de cátedra a la imposición de un solo credo religioso, político y social. Nosotros somos más ambiciosos, porque aquí tenemos todo, todo respetamos y todos aquí hablamos y decimos nuestra verdad, alumnos y maestros. Los laboratorios funcionan sin limitaciones. Las investigaciones, se hacen sin atender ningún dogma, sino técnica y científicamente; es decir, somos los depositarios y promotores de una verdadera cultura general, objeto real de toda universidad. En la historia de esta Casa de Estudios, hubo ya conspiraciones para bajarla al radio de un Instituto, primero; luego, se llegó a enfrentarle otro dentro de sus límites, creado deliberadamente para, a su debido tiempo, postergarla, lo que por fortuna no llegó a suceder. Ahora, brotan por ahí nuevos intentos de otros Institutos y de otra Casa... que se dice de la Cultura. Repito que un Instituto no puede abarcar todo el círculo de nuestras actividades, porque de suyo se reduce a parte de ellas; pero respecto de la Casa otra, hemos de estar advertidos, porque puede ocultar un plan, que tal vez podría tener alguna aparente lozanía, insuflado por el elemento oficial y por ciertas actividades mostrencas que ahí creen encontrar la revalidación de sus artificios. El tiempo nos irá diciendo si se oculta en esa casa una obscura intención, que ya queremos encontrar en la sola circunstancia de que, si el deseo fuera sano y noble, si se tratara de dar impulso a la verdadera cultura con sentido de universalidad, entonces no sería necesario duplicar las funciones de lo que ya existe, sino aumentar a los esfuerzos que se hacen aquí, los que parecen llevar torcidos fines. Maestros y alumnos sabremos afrontar el problema. Por otra parte, ¿cómo sería posible que las edificaciones que se hagan para el servicio de la obra de culturación se dediquen a ello fuera de nuestra órbita, cuando ya ahora, otros edificios se nos tienen secuestrados para servicios públicos como el correo y el telégrafo…? ¿Cómo se quiere desorganizar nuestra cultura de esa manera, ahora que es obvio el triunfo de la Ciencia, cuando por esa vía ocupa el hombre los espacios siderales y dispone a su arbitrio de la fuente inagotable de la energía atómica? Cuando todo tiende a buscar normas de dirección general para toda la humanidad, ¿cómo habíamos de permitir que aquí, donde conforme a la Ley, vamos cumpliendo nuestro deber con valentía, se nos venga a insertar una gangrena mortal? Y si es la Ciencia la que al entregarnos los más profundos secretos de la Naturaleza nos compromete a usarlos en aplicaciones pacíficas y útiles, favorables al desarrollo evolutivo de las sociedades humanas y no en la destrucción de la vida ni en fines aviesos, ¿cómo hemos de tolerar que la cizaña prenda en nuestro campo y nos haga retroceder? Estamos históricamente obligados a impedirlo. Así nos aproximaremos al ideal que allá en 1915, un estudiante juvenil, Enrique Díaz de León, que después fuera nuestro Primer Rector, dejó enunciado en el discurso que aquí, en estos mismos sitios pronunció, por encargo del entonces Gobernador del Estado General Manuel M. Diéguez. Oíd parte de él:

 

“Así, señores, el Gobierno Constitucionalista viene ahora a ofrecer en este lugar, como la mejor ofrenda votiva a los Padres de la Patria, la construcción de dos templos del saber en donde se enseñe a las generaciones futuras a venerar a los nombres esclarecidos de los héroes, a imitar las fuertes virtudes que exornaron sus vidas propincuas y en donde, como en el hondo pensar del inmenso Emilio Zolá, se lleva a la conciencia humana, no el enervante “BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”; pues mientras haya pobres de espíritu, habrá rebaños serviles de parias dispuestos a doblegar la cerviz al yugo de todos los despotismos; sino esta máxima lapidaria: “BIENAVENTURADOS LOS HOMBRES SANOS DE CUERPO Y ALMA. FUERTES DE CORAZÓN Y DE INTELIGENCIA. PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LA TIERRA”. Este acto está pleno de un bello simbolismo: es una halagüeña promesa de un óptimo florecimiento futuro: es la cimiente que habrá de dar la fortaleza y la lozanía: es el mismo brazo poderoso de la Revolución que detuvo el avance de un fanatismo que nos asfixiaba ya, el que viene a colocar aquí, no la primera piedra material de un edificio; sino la piedra angular que será el sólido plinto de nuestra futura organización social”.

Y ya que recordé a Enrique Díaz de León, a quien tenemos aquí siempre presente, voy con ese fraternal signo, bajo la advocación de su nombre de intelectual y bohemio, a decir algunas palabras a los dos próceres ante quienes volcaremos el afecto de nuestros corazones y que están aquí honrándose con su presencia, acompañándonos en este glorioso aniversario: José Cornejo Franco y Agustín Basave. Universitarios los dos, de méritos inigualables, a quienes muchas generaciones guardan acendrado cariño, hondo respeto y admiración, unido todo a una gratitud sin límites; porque durante toda su vida, la dedicación magisterial ha sido su único apostolado. La Universidad tiene entre sus destacados fundadores, al señor arquitecto don Agustín Basave, Director en aquellos años de la Benemérita Escuela Preparatoria de Jalisco. El señor Profesor Basave fue activo y entusiasta participante de los continuos y arduos trabajos técnicos que se llevaron a cabo en numerosas juntas históricas, en unión de otros distinguidos intelectuales y educadores jaliscienses, desde en 1924, para llegar afortunadamente a coronar nuestros deseos con la fundación de nuestra Universidad en un día como éste, el año siguiente de 1925. José Cornejo Franco, participante a su vez, en los campos estudiantiles, intelectuales, literarios y artísticos desde entonces, ha puesto todo su interés y su valioso esfuerzo, para dar primero ser y luego prestigio y rico y humano contenido a nuestras aulas; pues continuó la obra del profesor Basave cuando éste fue a radicar a otros lugares y sigue siendo en nuestros días, decidido sostenedor de los ideales que habrán de llevarnos al cumplimiento íntegro de nuestro destino cultural, con su ejemplo de hidalguía, desinterés y valor civil para todos nosotros, maestros y alumnos. Muy lejos de nuestros deseos el de querer con estas palabras y con nuestro homenaje, cubrir la larga deuda, tan enorme e imposible de pagar; pero al menos, con nuestras palabras tan alejadas de la adulación, con esa naturalidad llana y franca, que es regla de conducta en nuestros círculos universitarios, que vean ellos dos, cuán espontáneo y sincero es este afecto que nos mueve a darles una mínima demostración de nuestro grande reconocimiento por su mucho más grande auxilio espiritual y cultural; demostración que les rendimos en el sagrado recinto de este Templo levantado a las Ciencias y a las Artes.


Enrique Díaz de León pronunciando el discurso inaugural de la Universidad de

Guadalajara en el Teatro Degollado el 12 de octubre de 1925.

Enrique Díaz de León

Discurso inaugural
de la Universidad
de Guadalajara
12 de octubre de 1925

Este discurso es la gran pieza oratoria de Enrique Díaz de León (1890–1937), cuyos conceptos cimbraron los muros del Teatro Degollado. Abordó los orígenes históricos de las universidades, la agitada historia política de la universidad tapatía y la apertura ese día de una nueva universidad, conceptualizada en la redención de las clases populares a través de la educación y la cultura.

Enrique Díaz de León, “Discurso pronunciado en el acto inaugural de la Universidad de Guadalajara (Guadalajara, 12 de octubre de 1925)”, Enrique Díaz de León: revolución, universidad y cultura, Guadalajara: Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara, 2013, pp. 40–51.

Curiosa e interesante por demás es la historia de la Universidad Real de Guadalajara. En el proyecto de su fundación no es ajena una migaja de rebeldía a los sistemas educativos en ese tiempo imperantes. Su gestación es algo verdaderamente desesperante: más de noventa años de ocursos, de solicitudes, de informes, de dictámenes, de consejos, de toda esa inútil tramoya administrativa, a la que tan dados eran algunos monarcas españoles. Su realización fue con mucho tardía no sólo por lo que se refiere al tiempo mismo, sino a sus naturales consecuencias. En vísperas de los primeros asomos libertarios, nacida esa universidad casi al claror de la aurora de la independencia, era natural que fuese vista después con desagrado por los primeros gobiernos republicanos y más si se toma en consideración que el cuerpo director de tal centro era, en tiempo de los virreyes, un grupo de selección que tenía que repugnar y repugnó con las nuevas ideas.

Toda nuestra inquieta historia política está relacionada con la Universidad de Guadalajara. Su clausura o su reapertura era señal de que estaba en el poder uno u otro de los dos bandos contendientes. Dos tendencias se disputaban la pauta educativa: la universidad reteniendo en su claustro de caracol el rumor de las disputas escolásticas y el Instituto del Estado, cuya fundación antagónica se debió a los hombres del gobierno liberal, organización más abierta al mundo y al clamor imperativo de la hora.

Como dos líneas que parten de un mismo punto y que después se separan hasta el infinito, hay dos tendencias: la que conspira a ejercitar las disciplinas escolares desentendiéndose de las realidades latentes de la vida y la que se preocupa sobre todo por hacer del hombre un factor de la contienda esencialmente práctica. Importa a la primera, sea cual fuere su fin, hacer de la inteligencia humana un instrumento para alcanzar su verdad teológica, o metafísica, o científica o artística, sin oír las necias disputas de los hombres. Su medio tiene que ser esencialmente de aristocracia intelectual y su centro, para decirlo con la palabra consagrada, la torre de marfil; y a la segunda, lo que persigue un fin únicamente práctico y utilitario.

Pero entre esas dos tendencias, como en el aurea mediocritas del poeta, estará quizás la verdad: en el medio está la virtud. Ya José Enrique Rodó, desde la tribuna apostólica de Ariel, resolvió con su pensamiento profundo y firme de maestro, ese problema que es de nosotros los latinoamericanos, más que de nadie, puesto que racialmente nos debatimos entre tan encontradas virtudes espirituales, que a las veces se exacerban en misticismos alucinantes y en groseros apetitos primitivos.

Es cierto que, como lo expresó Hamilton, “En el mundo sólo es grande el hombre, en el hombre sólo el espíritu”; pero ello no quiere decir que el alma sea únicamente una llama que implore trémula al cielo, sino el fuego sagrado, el calor que todo lo vivifica. Justo Sierra, ese gigante, reverso del gigante egoísta del cuento de Oscar Wilde, y que, como éste después de su iluminación de Damasco, siempre tuvo abiertas las entradas de sus huertos para que la juventud cogiera los frutos de oro de la sabiduría, dijo: “Toda contemplación debe ser el preámbulo de la acción”; que no es lícito al universitario pensar exclusivamente para sí mismo y que, si se pueden olvidar a las puertas del laboratorio el espíritu y la materia, como Claudio Bernard decía, “no podemos moralmente olvidarnos nunca ni de la humanidad ni de la patria”.

Sí, en efecto, por encima de todo, tenemos que contestar a los problemas cuya resolución vaya a llevar alivio al enfermo, pan al hambriento, actividad al brazo anquilosado, trabajo a la mano ociosa, justicia al desvalido. La Patria, que no es una entidad retórica, sino algo viviente, con dolorosa vida, pide que todos, pero sobre todo, los más aptos, vayan a contestar afirmativamente a la interrogación que pregunta si México llegará a ser un gran pueblo, grande con todas las grandezas: con la material, cimentada en el desarrollo de sus propias riquezas; con la moral, en el reinado de la justicia social; con la espiritualidad, en el encausamiento de ese venero copioso que de vez en vez brota en el esfuerzo abnegado de nuestros hombres de ciencia; en la lira de nuestros mejores poetas, que lo son también del idioma; en el sentimiento popular manifestado aquí y allá, en el canto que ennoblece el alma; en el soplo que anima la arcilla.

Quise, señoras y señores, principiar estas palabras desaliñadas, viendo hacia la génesis desde donde arrancan aquí en Jalisco las instituciones universitarias, para procurar, en la medida de nuestras fuerzas, ver el error y corregirlo, ahora que se desea encauzar las actividades superiores de nuestra juventud.

Va la universidad a formar hombres. “El grano que tú siembras son almas”, decía el moralista; pero para ello precisas que se desatienda lo mismo del brillo oropelesco de las vanidades que no conducen a nada, como de las risas que quieren ser punzantes de los que necesitan reír para que los cobije la frase de Rabelais. Precisa arrancar el vicio que por serlo tienen profundas y dolorosas raíces; no tener la obsesión del pasado, sino la mano atenta a las pulsaciones del momento, la vista a los mirajes del mañana.

“El verdadero hombre no aprende por reglas de colegio”, dijo el filósofo norteamericano, y es una verdad evidente si se atiende a dos cosas: al completo sentido de la palabra y a la organización de la enseñanza. Ahora mismo, con motivo de la fundación de esta universidad, se tuvo que tomar en cuenta todo esto.

 

La educación pública se resentía de un grave defecto, de un mal grave, por mejor decir. Oficialmente no había en Jalisco más que unas cuantas carreras liberales que seguir; y hay una propensión muy natural, muy humana, de los padres de familia: la de pretender elevar el plano de sus hijos. ¿Cómo?, como se pueda. No existen más de dos caminos; pues por cualquiera de esos dos. No importa que para lograrlo se tengan que arrojar sobre el campo de la vida los dados del destino, a trueque de que muestren la cara siniestra de los fracasos irreparables. Ya es un lugar común hablar del proletariado intelectual, del médico gana pan y merolico; del abogado rábula que perdió el ovillo en el laberinto e hizo una madeja inextricable de la justicia, del que arrastró la toga por el fango. La universidad tiende a corregir esa lacra de organización.

Pero ¿es esto una universidad? ¡Esto no es una universidad de modelo clásico! ¿Qué tiene que ver con las universidades tipo esa enseñanza de artes serviles?

No vamos a discutir, como en los tiempos de Abelardo por los nombres; pero aun cuando fuéremos al palenque de una inútil y verbosa dialéctica, nosotros sabemos que si en el siglo XII se llamó a la de París y de Bolonia universidades porque resumían la universalidad de conocimientos de esos tiempos, ahora estamos obligados a resumir los de los nuestros. Ya hace muchos siglos que Protágoras aseguraba que el hombre es la medida de todas las cosas que existen y de la no existencia de las que no existen.

Desentrañar, pues, todas las facultades, hacer surgir la fuente en la que abreven todas las ansias de conocimiento, debe ser el ideal de la educación. Abrir de par en par las puertas a toda vocación, vocación en el sentido prístino de la palabra, vocare: llamar. Sí, llamar… Debe ser una voz que llame a los hombres para que puedan descifrar su enigma…

Emerson, a quien siempre que se trate de estas cosas, hay que citar, afirmaba que todo hombre es la enciclopedia entera de los hechos. “La creación de mil bosques está contenida en una bellota” y luego:

cada cual sabe tanto como el sabio. Las superficies internas de los espíritus más rudos están todas llenas de garrapatos concernientes a hechos y pensamientos. Algún día cogerán esos espíritus una linterna y leerán las inscripciones.

Tenemos la tendencia, en la humildad de nuestro esfuerzo, de poner en las manos de nuestra juventud esa linterna, y se ha querido que esa luz vaya precisamente a los que más la necesitan. Si os habéis fijado en el Plan de esta Institución, habréis visto la importancia de la Escuela Politécnica.

La Politécnica enseñará la técnica del fotograbado de los trabajos de madera, de metales, de fundición, del plomo, del yeso, del color y de la piedra, de dibujantes, de arquitectura, de albañilería y carreras prácticas de electricidad, de mecánica, de ensayadores de metales y de la juguetería. Prestará especial atención a las industrias agrícolas y químicas sobre la base de las condiciones vernáculas, de los productos naturales de Jalisco: tal la jabonería, el aprovechamiento de nuestros aceites, la cerámica y la industria de las lacas, que por ser tan de cierta manera nuestras, son tan interesantes. Se completará después la escuela con la creación de otras carreras similares. Los estudios de todas ellas tendrán una base científica, aprovechando, desde luego, el sólido instrumento de las matemáticas y el conocimiento de aquellas ciencias y materias de estudio más indispensables al perfeccionamiento de esas carreras, claro está, en la dosis aplicable al caso. La universidad pone con esto, pues, más el establecimiento de la Facultad de Ingeniería y la carrera odontológica y la reorganización de las facultades de Jurisprudencia, de Comercio y de Farmacia, de la de Medicina y sus carreras anexas, de las preparatorias y de la Normal, pone, decía, a los jóvenes que están dentro de ella, o por mejor decir a la juventud del estado y de una importante región del occidente de la república, en condiciones de desenvolver sus vocaciones, abriendo nuevos caminos para que cada quien siga la senda de su propio destino.

Quiero hacer particular hincapié en lo que se refiere a la obligación que se les impone en la Ley Orgánica relativa a los estudiantes de la preparatoria de concurrir a los talleres de la Politécnica, pues ello resuelve algunos problemas muy importantes de lo que ha sido la tesis central de este discurso. Desde luego, coloca al educando en el caso de escoger las disciplinas que más se acomoden a sus inclinaciones y a sus facultades, bien sean las austeras de la ciencia o las que se refieren al ingenio o a la imaginación. Por otra parte, todos sabemos que muchas veces exigencias imperiosas hacen que el estudiante no pueda seguir carreras largas. Ya cuenta, pues, con un modus vivendi, ya sea productor y no parásito. Pero aparte de todo esto y quizás sobre todo, se va a establecer una comunicación más íntima entre el obrero y el joven que mañana será hombre de ciencia. Ellos, en comunión estrecha, verán en los años, si no mejores, sí más trascendentales en la vida, la visión común de sus destinos, la similitud de su función social. Ellos sabrán que son, por ser el pensamiento creador y el trabajo fecundo, la sal de la tierra, en el sentido alto y noble que daba Jesús a esas palabras.

Señoras y señores: en el nombre del gobierno del estado de Jalisco y en representación de la Universidad de Guadalajara, os manifiesto nuestro profundo reconocimiento por haber asistido a esta ceremonia, porque vuestra presencia es indicio de que participáis con nosotros de un deseo de vida próspera para esta Institución.

En el mismo nombre, manifiesto nuestra más efusiva gratitud a las universidades madrinas de la Universidad de Guadalajara, A la de París, alma mater de la civilización latina, no, de la civilización universal; a la de Salamanca, carne de nuestra carne, espíritu de nuestro espíritu, cuyo nombre está patinado del oro de los siglos mejores y cuya evocación nos habla lo mismo de los vuelos líricos de fray Luis que de las travesuras de la Celestina y del Lazarillo, de la gracia de los estudiantes de Lope y, para que más nos llegue a nuestro pasado literario, del donaire de aquel don García, en cuyos labios era la verdad sospechosa del clásico entre los clásicos, nuestro don Juan Ruiz de Alarcón; a la de California que siempre ha sido muy buena amiga de México y cuya digna representación tiene la distinguida señorita Purnell a quien tanto debe el prestigio de nuestra ciudad, y a la Universidad de México, hermana mayor de la nuestra, cuya fuerza vital será nuestro ejemplo, a quien debemos agradecerle la representación máxima de su propio rector, no sólo por el cargo que desempeña, que cargos solos nos dan honores, sino por sus relevantes cualidades de hombre de ciencia.

Señor secretario de Educación: el gobierno supremo de la República preside en voz esta ceremonia que es un símbolo de la obra de reconstrucción nacional que alienta a la administración pública, lo mismo a la federal que a la del estado. Nos sentimos satisfechos con vuestra representación a la que saludamos respetuosos y agradecidos con cariño cordial por ser vos quien la desempeña, pues ya sabemos que os animan los mismos móviles que los que impulsaron a esta Institución y que, por lo demás, vuestra presencia en la Secretaría de Educación es una garantía para las nuevas ideas.

Señor gobernador: esta universidad es principalmente obra vuestra en idea y en acción. Yo no puedo hacer la loa de vuestro empeño porque tengo los labios sellados con el doble sello de vuestro carácter público y de la amistad que desde la infancia nos liga. Que vengan otros, que ya vendrán, pese a las impotencias que se retuercen en su inutilidad, a decir lo que esto significa para nuestro estado, para nuestra Nación.

To koniec darmowego fragmentu. Czy chcesz czytać dalej?